El caso más importante de su vida

4ª Parte

 

            Las persianas eran tan viejas que a las ocho de la mañana ya estaba entrando el Sol por sus rendijas arruinándole su reparador sueño. Antonio tenía la espalda molida por ese colchón de muelles de más de veinte años que no sabía por qué seguía sin cambiar.

            - Ya, recuerdo, no tengo ganas de subir uno nuevo por esas escaleras estrechas - se dijo, fastidiado, como muchas mañanas.

            Se fue directo al ordenador, abrió su email y se encontró que alguien le había escrito.

            - Vaya, existo - se dijo, sonriente.

            El remitente era desconocido, imaginó que sería publicidad o algo así. Cuando lo abrió, casi se le cayó el cigarrillo encima de los pantalones por la sorpresa.

           

 

            Estimado señor,

           

            No sé quién es o qué pretende con esas fotografías pero si quiere un rescate por mi hija ha de saber que no somos una familia adinerada. Mi marido acaba de salir de prisión y apenas tenemos para comprar comida todos los días. Por favor, díganos qué quiere porque haremos lo que sea por recuperarla.

 

            Beatriz

 

 

            - No puedo creerlo - dijo en voz alta, sonriente -. La han reconocido.

           

            Les escribió contándoles la historia de esa chica y que nadie sabía nada de su pasado. Les dio la dirección del manicomio y les dijo que podían ir a buscarla cuando quisieran. Luego llegó a la parte delicada, que debían saber que estaba en coma y que estuvo a punto de morir por una negligencia médica. Pero que los responsables estaban detenidos.

            Se preguntó cómo se lo tomarían, ¿irían a verla desde tan lejos? ¿Estaban completamente seguros de que era su hija?

            Luego firmó con su nombre falso, Antonio Jurado, y finalmente añadió la coletilla de "inspector privado".

           

 

 

            Varios días después recibió la confirmación de que realmente era ella y que habían sacado un billete de avión para viajar a Madrid y llegarían en una semana. Cuando supo que habían vendido una propiedad junto a la playa para poder costearse el viaje, Antonio se sintió culpable por haberlos contactado.

            Entre tanto había hecho sus averiguaciones, buscando en los historiales de los periódicos y encontró el caso de una niña que había roto un espejo y posteriormente se había suicidado. También vio el caso de un futbolista que murió misteriosamente en su cuarto de baño aunque todo apuntaba a que fue por sobredosis. El caso más célebre era el de la actriz norteamericana Britany Murphy, pero el misterio de su muerte parecía que se había disipado cuando determinaron que fue por falta de hierro, combinada con una neumonía y un cóctel de fármacos que estaba tomando. Otro actor famoso que murió en misteriosas circunstancias fue Heath Ledger, pero parecía claro que era por una sobredosis.

            De todos los casos que consiguió, solo pudo contactar con los padres de la niña que se cortó a sí misma frente al espejo. Al menos pudo hacerlo por email ya que el hombre contaba su historia con desesperación en un foro de sucesos sin explicación.

            Le dijo que tenía sospechas de que su hija no se había suicidado y que si le contaba con exactitud lo sucedido, podía tener que ver con alguna clase de fantasma vengativo. Como le contactó de forma anónima, le confió su historia, le contó su historial y le dijo que si existía una persona que pudiera ayudarle era él.

            Él hombre aceptó contarle todo. Al parecer le habían comprado una Ouija a su pequeña y esa tarde habían tenido reunión de amigos y se habían puesto a jugar a las cartas mientras las niñas invocaban espíritus. Al parecer invocaron a Verónica y esa misma noche fue cuando escucharon romperse el cristal del espejo del baño y cuando llegaron vieron a su hija con un cristal en la mano, con un corte en el cuello. La policía determinó inmediatamente que fue un suicidio y tuvieron que pasar por un calvario de preguntas sobre cómo trataban a su hija.

            En respuesta, Antonio le contó el caso del doctor y que tenía sospechas de que el fantasma del espejo podía ser una chica que estaba en coma, aún con vida.

            El padre le respondió que si estaba seguro de eso, debía hacer justicia. No solo por su hija sino por todas las personas que han sufrido la muerte de un familiar en esas terroríficas circunstancias. Que debía detenerla como fuera.

            Tras ese mensaje, Antonio decidió hacerle una visita a Verónica sin hablar con la enfermera. Quería llegar y estar con ella, investigar su habitación o incluso intentar sentir su poder maligno.

            No le permitieron entrar ya que ella estaba en la enfermería, en cuidados intensivos. Al decirle eso se dio cuenta de que su habitación no había estado donde él la había visto. Dado que no consiguió que le dejaran verla tuvo que recurrir a la enfermera y ésta, a regañadientes, le dejó entrar. Le contó lo que había averiguado al hablar con su marido - sin mencionar el detalle del espejo - y ella le dijo que si no servía para librarle de la cárcel no quería saber nada.

            - Aquí es, su antigua habitación.

            Estaba cerrada y tenía dos cintas roji-blancas en medio para que nadie entrara.

            - Por favor, no toque nada. La policía podría volver a buscar más pruebas.

            Abrió la puerta y Antonio pasó por debajo de las cintas.

            - Si necesita cualquier cosa, estaré aquí fuera. No pienso entrar.

            Antonio agradeció su cobardía. Era curioso como todos los pacientes del hospital, por raros e idos que pareciesen, evitaban pasar cerca de esa puerta, como si sintieran un influjo maligno. No era tan extraño ya que él entró con cierto temor debido a que las persianas estaban bajadas y no veía casi nada. Encendió la luz para ver donde pisaba y con ese simple gesto, el miedo se esfumó.

            Vio la cama sin hacer de Verónica. En su cabecera tenía un crucifijo que... alguien había dado la vuelta. Se le pusieron los pelos de punta, esa chica debía ser muy macabra si es que fue ella la que giró el crucifijo.

            - ¿Quién más podía ser? 

            - ¿Perdón? - preguntó la enfermera, al escucharle.

            - Me preguntaba si ella dio la vuelta al crucifijo - dijo en voz más alta.    

            - Ah, supongo - dijo la enfermera -. Está tal cual como lo dejaron los forenses.

            - Ok, gracias - replicó él en un susurro.

            Abrió la mesita utilizando un pañuelo para agarrar el asa del cajón y se lo encontró completamente vacío. Encima había un bolígrafo de color negro. Estaba claro que ella había escrito algo, quizás esa misteriosa nota al Gemelo.

            - ¿Ha oído hablar alguna vez de un tipo al que llamen el Gemelo? - preguntó.

            - Lo siento, nunca lo he escuchado. ¿Por qué?, ¿ha encontrado algo?

            - No, no, solo era curiosidad.

            El detective fue al baño y vio que era tal y como lo había imaginado. El espejo estaba intacto y viendo a través de él no vio nada misterioso. Negó con la cabeza y suspiró.

            - ¿Dónde estás, Verónica? - susurró.

            En el suelo estaba la silueta del médico marcada con cinta blanca pegada al suelo. No había restos de sangre y olía a lejía mezclada con orín. Los azulejos del suelo eran blancos y pensó que si tuviera una de esas luces que sacan en las películas podría ver restos de sangre si miraba a través del espejo.

            - Estoy perdiendo el tiempo - se dijo.

 

           

            Salió de la habitación y tomó el ascensor. Estaba deseando salir de aquel lugar para fumarse un cigarrillo. Ese lugar apestaba sudor y la locura era tan generalizada entre las personas que veía que temía que pudiera contagiarse. Se estaba sintiendo mal y necesitaba aire fresco y una buena calada.

            Se le antojó una eternidad el tiempo que tardó en llegar a la planta baja, varios enfermeros entraron en plantas intermedias y estos hablaban de la mierda de trabajo que tenían y que nunca estudiaron una carrera para soportar a los chiflados.

            Sintió alivio al salir de aquel diminuto receptáculo y se encaminó hacia la salida. En la recepción había gente esperando, casi todos sentados excepto un chico que gritaba sin consideración a la que estaba en información. Necesitaba salir cuanto antes de allí o se terminaría volviendo loco él también. Sacó su cigarrillo y el mechero y se dirigió a la puerta.

            - ¡Por favor, déjeme verla! - gritaba el chico.

            - No es familiar suyo y encima está en la enfermería de cuidados intensivos.

            - Es amiga de una amiga mía. Me ha dicho que tengo que verla, no me haga esto.

            - Lo siento mucho, son las normas.

            Antonio estaba a tres pasos de la puerta, pronto dejaría de escuchar a ese estúpido adolescente prepotente que pensaba que podía conseguir cualquier cosa si se empeñaba.

            - Necesito ver a Verónica - se volvió a quejar el chico, mucho más desanimado y a punto de claudicar.

            Las alarmas se encendieron en el agobiado cerebro del inspector. No se detuvo y siguió su camino hasta la puerta. Salió del hospital y encendió su cigarrillo con los dedos temblorosos por la excitación.

            «¿Ha venido a verla? ¿Qué dijo? ¿Era amiga de una amiga? Cielos, tengo que hablar con ese chico.» - se dijo. Podía entrar y tratar de ahorrar a la enfermera el calvario de seguir soportando sus últimos intentos pero prefirió encontrarse con él ahí fuera, cuando se sintiera totalmente incapaz de conseguir su cometido de verla. Él podía ayudarle, al menos si hacía una nueva llamada y su clienta volvía a facilitarle el acceso.

            Estaba tan ansioso de hablar con el chico que se terminó el cigarrillo en menos de tres minutos dando caladas continuas como si fuera el último que se fumaría en su vida.