El vórtice

14ª parte

       —Las piezas empiezan a encajar, por eso querías que viniera, viejo zorro.

            Años atrás fue reclutada por la organización secreta de Alastor. Dos hombres de gran musculatura, llamados Héctor y Aquiles, la invitaron a una de las residencias de Alastor en Madrid. O al menos eso creyó, porque no la dejaron ver el camino.

            Esa vieja casa tenía un sótano con equipos informáticos y una gran cantidad de documentación acerca de Alastor y su pasado. Pero, ¿por qué estaba ahora en el Vórtice?

            «Lamento no haberte contado por qué quería entrar en esa casa a toda costa. Lo cierto es que intenté ir yo mismo pero no deseo pasar la eternidad flotando por el espacio...»

            —Mejor enviar a alguien a hacerlo por ti, ¿no? —Preguntó asqueada—. No es tan difícil si cuentas con un equipo que se sujete con cuerdas. Y sin embargo me has hecho venir sola.

            «Te equivocas, no podía traer a ninguno de estos salvajes. Sabía que mi vida dependería de ellos cuando estuviera al otro extremo de aquel pasillo ingrávido y, para serte sincero, no me fio de ninguno de ellos.»

            Eso tenía mucho sentido. Allí todos eran interesados y traicioneros (por no mencionar pervertidos, psicópatas y monstruos).

            —¿Qué es lo que quieres de este lugar? —Preguntó furiosa.

            «Que pulses un botón. Está en la planta baja, tras la novela "Viaje al oeste". La encontrarás en la segunda estantería, a la derecha del salón principal si miras desde la entrada.»

            —Estoy dentro del salón, acabo de entrar por la chimenea. Creo que veo la librería que dices justo en frente, espera un momento, esto está oscuro como la boca de un lobo.

            Por suerte su condición de vampiresa le daba cierta visión en la más absoluta oscuridad y podía ver formas y objetos sin problemas. Su objetivo estaba en frente pero no era capaz de leer nada a esa distancia.

            No podía caminar, debía sujetarse en los ladrillos y andarse con cuidado de no perder contacto con las paredes pues la falta de gravedad podía dejarla flotando sin posibilidad de desplazarse. Debía impulsarse con fuerza si quería atravesar el amplio salón. En el techo había una antigua lámpara de cristales. Si se desviaba podía agarrarse a ella e impulsarse desde allí. Las paredes eran lisas, no había alfombra, sillas ni sillones, era diáfano y su situación se complicaría si no lograba alcanzar un lugar donde pudiera volver a impulsarse.

            —¿Puede explicarme cómo ha llegado su mansión a este puto rincón del universo?

            «Por supuesto, iba dentro de mi portaaviones. Es un poco difícil de explicar, detesto hacer maletas, ¿entiendes? Esa casa va donde yo.»

            —Es decir, que aquí atesora todos sus misterios y secretos. ¿Quiere que los coja y se los lleve a su nueva casa?

            «No te burles, mis datos están a salvo. Ahora sólo me interesa por una razón. Tiene un mecanismo de rastreo por GPS. Emite una señal tan fuerte que se puede captar desde fuera del sistema solar. Si el EICFD recibe esa señal, sabrá dónde estamos con exactitud. Lo único que no sabrán es cómo llegar, pero confío en James Back, seguro que sabe encontrarme.»

            —Sólo le pido una cosa a cambio, Alastor. Quiero que me saque de aquí con usted y me quite esta ponzoña.

            «Eso son dos cosas, amiga mía.»

            —Deme su palabra ahora o no tocaré nada.

            «No puedo quitarte la oscuridad elemental si no estás delante de mí. Pulsa ese botón, regresa al campamento y cuando vengas te doy mi palabra de que te la sacaré toda.»

            Ángela sonrió complacida, no podía pedir más. Pero también sabía que Alastor jugaba con ventaja. Sería relativamente sencillo llegar a aquel libro. Aunque regresar al campamento era otra historia. Necesitaría un buen salto desde la puerta hasta una zona con gravedad en el Vórtice.

            «Sólo ten en cuenta una cosa, igual que te la inyecté, voy a tener que quitártela.»

            Imaginarse a aquel viejo volviendo a penetrarla fue terrible. Le tembló todo el cuerpo. No deseaba pasar por algo así otra vez, y más sabiendo que si se quedaba sin su "protección" dentro del campamento, podría volver a quedar en manos de esos desalmados.

            A menos que... Los eliminara antes.

            «Lo importante en este momento es encontrar ese ejemplar.» —interrumpió sus pensamientos.

            —¿Qué clase de libro es "Viaje al Oeste". No le imagino leyendo novelas contemporáneas o de vaqueros.

            «Qué bien me conoces. Fue escrito hace quinientos años por un autor Chino Wu Cheng'en. Narra las aventuras de un personaje llamado Sun Wokong, el rey mono. Tan famoso en tierras mandarinas como el Quijote por las nuestras. Es un poco largo pero si te gusta leer te lo recomiendo. Ah, si no es mucha molestia, me gustaría recuperarlo. ¿Puedes traérmelo? Tiene mucho valor sentimental. Me lo regaló mi hija Neftis hace doscientos años.»

            —Aún tengo que encontrarlo.

            Tragó saliva sujeta al muro de la chimenea. No podía creer que llevara toda una mansión a cuestas fuera a donde fuese. Desde luego sabía que los millonarios eran excéntricos pero ese hombre superaba todas las posibles excentricidades.

            —Allá voy —se animó a sí misma.

            No podía creer que le diera miedo al salto. Esa enorme habitación debía tener cuatro metros de altura y unos seis de diámetro. No era precisamente un "reino", pero sentía vértigo.

            Sin pensarlo más brincó apoyándose en la pared y su trayectoria fue casi recta hasta las librerías de la derecha de la puerta. Los segundos que flotó fueron tranquilizadores. No había de qué temer, agarró las estanterías y entonces se dio cuenta de la dificultad más grave. No tenía luz y su visión vampírica le mostraba los objetos pero no lo que ponía sobre ellos. Y era una librería de cientos de libros, al menos diez hileras con docenas de libros por cada sección. Casi todos gordos de más de quinientas páginas, algunos tan parecidos por forma y bordes que debían ser colecciones.

            —¿Puedes decirme dónde está el maldito libro del Tarzán mandarín?

            «Sexta fila empezando desde abajo. Busca uno gordo, más de lo normal. Además no es tan alto como los que tiene al lado.»

            Siguió sus instrucciones y lo encontró. Cogió el libro y, al sacarlo, los demás no se movieron. Al fondo distinguió una tapa de plástico duro. La levantó y encontró un botón de goma tan ancho como una moneda de dólar, similar al que se podía encontrar en las escaleras mecánicas para detenerlas.

            «Púlsalo» —escuchó la ansiosa voz de Alastor —No tengas miedo, no te hará daño.»

            Tragó saliva, más nerviosa aún. Al pedirle que no tuviera miedo se le puso la piel de gallina. ¿Acaso iba a pasar algo que no le había contado? Ese botón escondido no tenía pinta de emitir señal alguna. ¿Por qué iba a tener una cosa así ese viejo zorro en su mansión privada? ¿Cómo iba a sospechar que algún día tendría que emitir tal señal para ser encontrado en el espacio? Lo leyó en su mentor, ese era un dispositivo de autodestrucción.

            «Enhorabuena, eres muy lista. Efectivamente, la casa volará en pedazos. Hay una pequeña carga atómica alojada en la pared, con suficiente potencia para salir reflejada en la pantalla táctica de mis chicos. Pero descuida, tendrás tiempo de escapar.»

            —Si no puedo ni correr. Cada vez que me desplazo tengo que calcular mi siguiente salto.

            «Treinta segundos. No calcules tanto querida.»

            Apretó la mandíbula, furiosa y quiso tenerlo delante para golpearle en la cara hasta romperse los nudillos aplastando su nariz. Pero él tenía razón, la única opción era hacer ruido a lo bestia para que los sistemas electrónicos de la Tierra les detectaran. Aunque le inquietaba una cosa.

            —¿Una bomba atómica? —Inquirió—. Ni con un avión privado podría salir del alcance de semejante explosión.

            «Nadie lo hará, querida. Tú y yo no somos mortales. Puede que nos haga daño, pero no matarnos.»   

            —¿Insinúas que a los demás sí morirán?

            «Lo dices como si te importara» —replicó Alastor en su mente—. «Vamos, ¿a qué esperas?»

            —Estúpido viejo, hay gente inocente ahí fuera. Tu gente del campamento... He conocido a una familia...

            «Te refieres a los fantasmas... Sí son muy comunes. Ni siquiera la muerte libra a los pobres mortales de permanecer aquí encerrados para siempre. Algunos, las almas piadosas, vuelven a vivir sus experiencias como si todo fuera un ciclo, igual que si acabaran de llegar. Los que vieron pudrir aquí sus almas, se levantan por las noches como espectros, buscando a quién llevarse con ellos a la tumba. Puedes creerme, Ángela. No hay nadie más que merezca ser salvado.»

            Ángela comenzó a llorar, rozó con su mano el trozo de carne seca que aún tenía en el pantalón. Era la evidencia de que el muchacho oculto en la cascada, era real y no un fantasma. Por otro lado tenía razón, esa familia a la que conoció eran la mujer e hijos de Guillermo, el hombre que hacía de mano derecha de White. Al recordar a esos cerdos que la violaron salvajemente, golpeó de un puñetazo el botón escondido en la pared.

            «Bien hecho, amiga mía. No olvides traerme de vuelta el libro. Le tengo especial cariño.»

            Guardó el libro entre su chaqueta y su vientre. El botón comenzó a iluminarse intermitentemente. La frecuencia con la que se encendía y apagaba era muy lenta, pero en dos segundos se dio cuenta de que cada vez lo hacía más rápido. Si esa luz dejaba de parpadear, se abriría una brecha en el espacio con una violentísima explosión nuclear.

            ¿Qué pasaría con ella? No podía refugiarse en el Vórtice. Todo estallaría quedando reducido a meteoritos. Pero si no salía de la casa sería ella la calcinada por la explosión. Debía alejarse lo máximo que pudiera.

            Brincó hacia la chimenea, el medio más rápido de salir de la casa y una vez en el hueco saltó al exterior. Una vez alcanzada la salida se sujetó, respiró hondo, más por tranquilizarse que porque sus pulmones pudieran recibir aire, miró por última vez hacia el vórtice y buscó un destino por si tenía suerte y veía otras islas flotantes en la distancia. En su mente seguía contando: Veintisiete, veintiocho...

            —No pienses —gritó.

            Con todas sus fuerzas brincó sobre la chimenea, sin destino, al vacío insondable del espacio y salió despedida a gran velocidad por la fuerza sobrenatural de sus piernas. En tres segundos la casa se iluminó sin el menor ruido. Al mirar atrás vio cómo una esfera de luz y fuego se abría camino por el Vórtice como si fuera un monstruo que devorara todo a su paso. No llegó a ver si alcanzó la isla del espacio por completo porque a ella la empujó una potente onda de energía que la empujó a gran velocidad, lejos de aquel infierno del que creía no poder escapar.

 

 

            Durante horas creyó que la muerte habría sido menos terrible que flotar en medio de la nada, sin rumbo claro, orbitando entre la Tierra y la Luna. Alastor debió sufrir la misma suerte y al estar cada uno en un extremo del Vórtice, habrían salido despedidos en dirección contraria el uno del otro. Lo que tenía claro era que seguía con vida.

            —¿Seguro que esta era tu mejor carta en una situación así? —Se burló ella—. Por lo visto voy a tenerte de compañía durante mucho tiempo.

            «Lo han recibido. Disfruta de las vistas, nunca volverás a disfrutarlas.»

            —Si logramos volver a la Tierra, ¿qué harás? —Indagó Ángela.

            «Regresaré a buscarte.»

            —Vaya, qué gentil. Fíjate que yo no haría lo mismo.

            «Sí, lo harías porque es la única manera de que te saques mi veneno de dentro. Por cierto te quedan dos días para que tu cuerpo muera definitivamente.»

            —¿En serio? ¿Cuánto tiempo llevamos flotando en el espacio?

            «No más de tres horas.»

            —Hubiera jurado que llevamos días.

            Hubo un largo silencio en el que ella observaba la Tierra y se preguntaba dónde estaría en ese momento Antonio Jurado. Seguramente en su casa, jugando a videojuegos. También pensó en su antiguo jefe, Luis Fernández Escobedo. Le perdió la pista desde que la intentaron matar con él en su bar. Por último la que acudió a su mente fue su peor enemiga y a la vez su única amiga, Lara Emmerich. Alguien a quien había aprendido a respetar, lograron formar un gran equipo cuando tuvieron que luchar contra un enemigo común pero que una vez que se despidieron, no volvió a saber de ella nunca más. Aunque luego, unos días antes del incidente que la llevó hasta el Vórtice, la contactó de nuevo y trabajaron juntas para encontrar a la escurridiza hija de Alastor, Génesis. Lara estuvo presente el día que fue engullida por el Vórtice, seguramente al verla desaparecer, dio gracias a Dios por ello. Jamás la consideró amiga, si trabajaba con ella fue por miedo a que la matara.

            Solamente existía una persona de la Tierra que podía echarla de menos en ese instante y era Antonio Jurado. Cerró los ojos y sus lágrimas flotaron como esferas al desprenderse de ellos. Al hacerlo volvió a sentir en sus labios aquel último beso de despedida. Uno que la marcó más que ninguna otra cosa de su vida. Él le dijo que nunca más volviera a besarle y que si un día la besaba, sería si él quería. No porque se sintiera obligado. Así fue aquel corto beso de dos segundos, sin lengua, inocente, puro y enteramente suyo. Fue el que la salvó en su enfrentamiento con Génesis, era la chispa de vida que permitió que la diosa pudiera limpiarla de la oscuridad elemental, la misma que ahora volvía a correr por sus venas. Con ella y su poder fue a luchar contra las plagas que azotaban las Bermudas. Su recompensa por salvar a toda aquella gente fue acabar violada en el maldito Vórtice que acababa de desintegrar para siempre.

            Apartó de su mente aquel horrendo recuerdo y volvió al beso. Evocarlo despertaba deseos en ella de cambiar, ser digna del amor sincero de Antonio y quizás algún día el destino les reservara una oportunidad de estar juntos sin engañar a nadie.

            «Qué interesante, sigues sin creer que tu alma realmente es de Brigitte Keira» —se mofó Alastor.

            —Olvidé que puedes leer mis pensamientos también —protestó Ángela, asqueada.

            «Tu amor, ese hombre que tanto te fascina, es nuestra única oportunidad de salvación, querida. Sé de buena tinta que está en la organización para la que yo trabajo. »

            —¿Cómo sabes tal cosa?

            «Verás, no eres la única que tiene mi veneno dentro. El comandante Montenegro es como tú. No necesita comunicarse conmigo, veo todo lo que él ve y escucho lo que él escucha. Lo que no consigo hacer desde aquí es comunicarme con él. El vórtice, esta ionosfera o como se llame, anula mis poderes. Al menos algunos de ellos.»

            —¿Y qué estás viendo ahora? —Interrogó ella.

            «Que han detectado la explosión. Antonio Jurado les habló de mí y ahora están planeando el modo de rescatarme. Es cuestión de tiempo que lo consigan. Aunque lo más probable es que lleguen antes los nuevos amigos de Fausta. Están mucho mejor equipados y podrían rastrear el espacio hasta encontrarme.»

            —¿De quién estás hablando? ¿Fausta la adivina?

            «Fue secuestrada por los grises hace unos días y, también estoy vinculado con ella. Cuando se la llevaron estaba en casa de tu querido amigo y lo presenció todo, por ello ha sido reclutado. Volviendo a mi amiga Fausta, está encerrada, la fueron a buscar porque querían dar conmigo. Ahora mismo está sufriendo torturas indescriptibles. Voy a intentar comunicarme con ella a ver si consigo que se dé prisa en soltar la lengua. Empiezo a aburrirme aquí.»

            —¿Por qué quieren encontrarte los... "grises"? ¿Quiénes son? —Siguió preguntando ella.

            «Verás, querida, mi organización se llama Ejército Internacional Contra Fuerzas Desconocidas, más conocido como EICFD. Nuestros peores enemigos son esos grises. Estamos en guerra con ellos y soy el líder que les pone contra las cuerdas cada vez que pisan la Tierra. »

            —Si te encuentran, te matarán. ¿No?

            «Por supuesto que lo harán. No sin antes asegurase de que soy yo. Pero estaba pensando en algo que pueda interesarles. Creo que ellos podrían ayudarme... Lo cierto es que los humanos están tardando demasiado en conseguirme lo que quiero.»

            —¿Y qué es?

            «Lo mismo que tú, Ángela. Quiero volver a casa.»

 

 

 

 

 

 

Comentarios: 6
  • #6

    Chemo (domingo, 07 junio 2020 19:50)

    Esperando la continuación.

  • #5

    Alfonso (jueves, 04 junio 2020 23:28)

    Tal parece que la siguiente parte se empalmará con la historia de los Grises. Ojalá se explique un poco más el pacto entre Alastor y el líder de los Grises, el cual creo que nunca se mencionó directamente.

    Espero que todos estéis bien.

  • #4

    Jaime (miércoles, 03 junio 2020 21:32)

    Muchas cosas ya están cobrando sentido. Incluso que Montenegro sea también un vampiro, ya que nunca se le veía fuera de la base de operaciones del EICFD. Si los Grises raptan a Alastor antes de que le quite la oscuridad elemental a Ángela, ¿cómo se la quitará?

    Espero que todos estéis bien.

  • #3

    Tony (miércoles, 03 junio 2020 10:09)

    Te has liado porque esta historia es antes de que cada una se ponga en su lugar, que ocurre al final de "los grises", es decir, después de este relato.
    Para que os situéis en el tiempo el Vórtice se enmarca en la primera parte de "los grises".

  • #2

    Yenny (miércoles, 03 junio 2020 06:04)

    Que genial sería poder llevarte la casa cada vez que viajes y así ahorrarte empacar jeje.
    Ahora si ya me enrede, en la historia anterior cuando Ángela tiene el poder del traje? Sigue teniendo el alma de Briggite?
    Creo que los van a encontrar primero los grises' ahora a esperar pronto la continuación.
    Espero que todos se encuentren bien y que las cosas mejoren pronto

  • #1

    Tony (miércoles, 03 junio 2020)

    Gracias por seguir fieles, no olvidéis comentar y, como siempre, hacer vuestras conjeturas y conclusiones.
    Espero que sigáis todos bien.