Los últimos vigilantes

2ª parte

 

 

 

 

 

 

 

 

 Brigitte se quedó paralizada. Vio que las sombras se ocultaban en la misma que producían las vallas y los coches. Iban hacia la izquierda, a la arboleda del fondo de la calle.
 —Un momento, la nave estaba a la derecha —escuchó protestar a Antonio—. ¿Qué estáis haciendo? No me empujes Amy.
 Al escuchar eso se indignó, lo llevaban contra su voluntad.
 —Soy invisible del todo —siseó.
 Y al momento su sombra desapareció. Ella sabía que nadie podría verla a partir de ese momento, su escudo óptico era infinitamente superior al de su esposo pues no funcionaba con electricidad.
 Brigitte era la única persona del mundo que poseía un "traje de los pleyadianos". En el pasado intervino junto a su esposo en la lucha por salvar el planeta de una invasión alienígena y todos los de su pelotón fueron obsequiados con uno por unos extraterrestres inmortales llamados Pleyadianos. Seres que afirmaban ser ángeles de Dios y su poder sobrepasaba los límites de la imaginación humana. Solo se los dieron a los miembros del pelotón que fueron a enfrentarse a los grises. Ella recibió el suyo de su esposo, que creó una réplica pidiendo un deseo para ella, pues así funcionaba. Se pronunciaba una orden y simplemente se cumplía, línea directa con Dios, solo que la fe la ponía el traje y el que lo llevaba puesto no la necesitaba. Sin límites y sobre todo sin penalización. Los originales no, por supuesto. Los pleyadianos castigaban con dolor físico a aquellos que lo usaran con fines egoístas, aunque Antonio tuvo la gentileza de perfeccionar su traje al decir: "Igual que el mío pero sin los castigos". Lo que significaba que si los trajes pleyadianos eran lo más deseado por el Ejército Internacional Contra Fuerzas Desconocidas (EICFD), podía estar segura de que el suyo lo desearían mucho más, en caso de que supieran de su existencia. Solamente sabían de los originales, devueltos casi todos a sus creadores y uno más, el de su esposo.
 De modo que no había nadie más poderoso que ella en la Tierra... y no pudo traer de vuelta a su marido de entre los muertos porque murió con su propio traje puesto y él no quería ser resucitado para que los del EICFD dejaran de perseguirlo. Lo hizo por su bien y eso la enojaba sin medida.
 Pero al despedirse le dijo que volvería. De modo que les siguió ya que ese Antonio que acababa de ver aún no estaba muerto (una compleja historia de máquinas del tiempo que no quería ni recordar) y lo iba a salvar contra su propia voluntad.
 Cerró la puerta y metió la llave en el bolsillo. Sus hijos estaban rodeados de gente, sobrevivirían si Charly no volvía a entrar en la piscina.
 —Por si acaso, no les pasará nada a mis ñaños mientras esté fuera —deseó.
 Antes de morir su marido solía guardar el traje en el armario. Desde que murió lo llevaba siempre puesto aunque no lo usara nunca de forma voluntaria. Claro, cuando ordenaba algo a Charly era más fácil con el traje ya que obedecía sin la menor objeción. Si se lo quitaba había que repetirle las cosas diez veces y recurrir a castigos. Le facilitaba la vida llevarlo puesto de forma oculta. El único problema era que todo el mundo consideraba a su hijo un ejemplo para los demás niños. Comía de todo, obedecía, no protestaba ni tenía rabietas y en el cole se portaba de forme ejemplar. La profesora se quejó de ello una vez al decirle que era demasiado perfecto, casi como un robot. No podía contarle que le ordenaba a diario que se portara bien en el cole.
 El traje también le afectaba cuando salía de compras. A menudo tenía que morderse la lengua para no abusar de los vendedores. Algunos ponían fruta vieja y le daban ganas de decirles que no la vendieran, otros eran tan pesados hablando con los anteriores clientes de la cola que quería pedirles que se limitaran a su trabajo... Y a veces no podía contenerse y lo murmuraba. Cosa que corregía el problema de inmediato y se sentía culpable por intentar mejorar el mundo con pequeñeces como esas.
 Ese día usaría el traje todo lo que fuera necesario. Corrió por la carretera y al terminar el asfalto vio que las tres sombras cruzaban al otro lado de la valla saltándola con facilidad, excepto Antonio que necesitó ayuda para no caer de cara contra la hierba.
 En el cauce del rio seco vio una nave perfilada a plena luz del Sol. Solo podía ver la sombra pero era un Halcón, de eso estaba segura, la forma triangular la delataba. Temerosa de que se marcharan sin ella corrió con todas sus fuerzas, salto la valla con dificultad, haciéndose daño en las ingles (pues no se encontraba muy en forma) y al ver que no llegaba porque se metían a toda prisa en la nave se vio obligada a usar de nuevo su poder.
 —Tiempo, detente.
 El paisaje dejó de moverse, las plantas ya no se mecían con el viento, las cigarras se callaron, el silencio fue absoluto.
 Bajó más tranquila por la pendiente, con cuidado de no resbalarse y vio la nave con total claridad en medio de aquel llano. El escudo óptico perdía efectividad sin el paso del tiempo y pudo ver que Antonio iba delante y las dos chicas le forzaban a caminar apuntándole con un arma. La compuerta de la nave estaba abierta.
 —¡Lo mataron ellas! —Bramó, furiosa—. Se van a enterar.
 Se coló dentro del aparato y deseó:
 —Que el tiempo vuelva a su curso.
 Los vio entrar en la nave mientras Antonio protestaba.
 —No entiendo este cambio de actitud. Confiaba en vosotras.
 —Créeme, tenemos que abrirnos antes de que nos encuentren los otros.
 —¿Quiénes? ¿Dónde están John y Abby? ¿Han escapado?
 —Esos otros —especificó Amy.
 —¿Los habéis soltado? —Protestó furioso.
 —Cállate y déjanos explicarte la situación —ordenó Ángela clavándole el cañón del arma en la espalda para que tomara asiento. No fue una amenaza pues en seguida colgó el fusil en su hombro. ¿O sí lo fue?
 Brigitte tuvo que sentarse en otra parte porque justo iba había elegido encima de ella.
 —Se han escapado, ¿verdad? Sabía que no podía fiarme de...
 —¡Qué te calles! —Gritó Amy, furiosa.
 «Si es que te pones pesado, cariño» —pensó Brigitte—. «Déjalas hablar de una vez.»
 Se mordió el labio al recordar que incluso lo que pensaba se cumplía. Su marido obedeció.
 —Soy todo oídos.
 —Eres un fiambre —comenzó Ángela.
 —Me he perdido —respondió Antonio.
 —Estás muerto en el tiempo del que venimos —explicó la capitana—. Estuvimos contigo aquí, vi cómo ibas a salvar a tu hijo... Mejor dicho, lo escuché por radio. Luego tú regresabas a la nave, situada junto a la gasolinera y volvíamos al pasado. ¿Ahora me sigues?
 —Y tenemos que volver. Los chicos necesitan que les salvemos.
 —¿Te refieres a esos científicos? No te preocupes por ellos. No son importantes.
 —No lo entendéis, han trabajado para mí... Tengo que pagarles lo convenido.
 —¡El que no lo entiende eres tú! —Gritó Amy—. Si vuelves a tu tiempo morirás y tampoco les pagarás.
 —Ya me ha quedado clara esa parte de que yo muero y todo eso. De hecho en mi casa no estoy, mi mujer me dijo que estaba muerto,... Está claro que debo morir en el pasado y esto lo explicaría.
 —Tienes un tumor en la cabeza. Gracias a él puedes comunicarte con alguna dimensión que nadie más escucha, o al menos eso nos has contado. El problema es que los viajes en el tiempo necesitan una cantidad de radiación cercana al límite que resiste cualquier ser humano. El riesgo de contraer cáncer en cada salto es muy elevado. En tu caso, ya lo tienes y un nuevo viaje hará que mueras antes de despertar en 2016.
 Antonio se quedó blanco.
 —¿Muero por viajar en el tiempo? Esperaba algo más... Heroico.
 —Exacto —apoyó Ángela.
 —Un momento... —su marido se llevó la mano a la oreja—. Olvidé desconectar el micro. Ya está.
 —¡Que has dicho!
 —Nos han escuchado. Tú, o sea la otra Ángela Dark del pasado, me ha preguntado quienes demonios sois.
 —Mierda, deberíamos desaparecer —propuso Amy—. Pero no podemos viajar en el tiempo o él morirá.
 Brigitte, que ya había escuchado suficiente dijo:
 —Vuelvo a ser visible.
 Al decir aquello los tres la miraron asustados.
 —Brigitte, estás aquí —pronunció Antonio entre sorprendido y contento.
 —Vuelve a activar ese micro —pidió con tono cortante.
 —¿Por qué?
 —Quiero decirles cuatro cosas antes de que intenten "rescatarte". Si te vas con ellas mueres, pero si te quedas aquí entiendo que te salvas. ¿Es así?
 —El tumor cerebral que tiene no aguantará un viaje más —explicó Ángela.
 —Yo puedo curarle pero con una condición —levanto el dedo índice mirando a la capitana—. Quiero que se quede conmigo. ¿Lo has encendido? ¿Ya lo encendiste?
 Antonio se llevó la mano a la oreja y asintió.
 —Al habla Brigitte Keira, soy la esposa de Antonio Jurado y llevo puesto el traje de los pleyadianos. Espero que les quede claro lo que voy a decir, y hablo para las que escuchen tras el micro de mi marido. Confírmame que lo escuchan, amor.
 —Ángela dice: "Continúa" —respondió.
 —Se queda aquí. No pienso discutirlo o tendré que sabotear las dos naves. ¿Ha quedado claro? Lo tengo muy fácil, os quedaréis atrapados en este año si escucho cualquier pega o veo que intentáis llevároslo.
 —Está bien —añadió Antonio.
 —Ahora os vais a marchar y olvidaréis toda esta conversación. Creeréis que os estáis llevando a Antonio y os encontraréis su cadáver en 2016. Nada en el pasado debe cambiar.
 —¿Has usado el traje? Han aceptado sin rechistar —se sorprendió Antonio—. Hasta han cortado ellos la comunicación.
 —Pues claro, no se van a ir por voluntad propia. Ahora tira ese chisme —ordenó su mujer, sin darse cuenta de que también uso su poder con él al dar esa orden.
 Antonio se sacó el artefacto del oído y lo dejó caer para luego pisarlo y triturarlo con su bota militar.
 —Ahora nos bajamos de la nave y te vienes a casa —siguió ordenando.
 —Claro, amorcito —respondió Antonio.
 —Yo quiero ese traje —deseó Amy, al ver que el hombretón obedecía sin rechistar—. Nunca le he visto tan obediente y dócil.
 —Vámonos. Ah, muchas gracias por devolvérmelo.
 —En realidad no lo salvamos porque sí, queríamos algo más —se atrevió a intervenir Ángela.
 —¿Quieren que les cumpla algún deseo?
 —No... —la capitana se estaba negando cuando...
 —¡Sí! —exclamó Amy, desesperada—. Como que no, claro que quiero uno.
 Brigitte se detuvo antes de bajar la rampa y se volvió hacia ellas.
 —Adelante, uno para cada una. Luego nos dejaréis en paz.
 —Yo quiero... ¿Puedo hablarla al oído? —Pidió Amy, sonriente.
 —Claro.
 Se acercó a ella y susurró algo que ninguno más pudo escuchar. Cuando se apartó Brigitte la miró con cara de asco.
 —Dios santo, estás enferma. No pienso concederte eso.
 —¿Qué le has pedido? —Protestó Ángela.
 —Bueno, ya sabes... —Amy echó una mirada avergonzada a Antonio.
 —Es algo sexual, seguro —adivinó la capitana poniendo los ojos en blanco.
 La rubia soltó una risilla pícara y miró de nuevo a Brigitte que empezó a reírse.
 —En fin... Te di mi palabra. Podrás correrte cuando tú quieras —pronunció—. ¿Y tú qué quieres?
 Ángela la miró sorprendida.
 —Desde hace mucho tiempo quise tener un cuerpo sin marcas, totalmente humano y sin cicatrices. Él me lo concedió antes de venir a este tiempo. Pero hay algo que me gustaría aún más y es...
 —Habla, he dejado a mis hijos con más de cincuenta desconocidos. No puedo tardar mucho.
 —Quiero a tu marido.
 Brigitte se quedó perpleja, el poder del traje la hizo hablar sin rodeos, al parecer.

Comentarios: 1
  • #1

    Tony (miércoles, 24 octubre 2018 12:16)

    Como decía mi chiflado profesor de física, Aviso a los navegantes: Este relato lo inicié como uno de "relleno" de poco calado. Pero a partir de la cuarta parte os daréis cuenta de que es uno de los más ambiciosos. Espero que esté a la altura de los mejores que he escrito o incluso lo supere.