Las crónicas de Pandora

Capítulo 23

 

 

 

Anteriormente

         

La teniente no esperaba semejante desenlace. Alfonso había muerto en un abrir y cerrar de ojos y se suponía que iban a entrenar. Ni siquiera sospechaban que aquella podía ser su última mañana juntos. Sus manos temblaban incontrolablemente… El cielo se nubló, pensó que se desmayaba.

          Y se despertó. Abby dormía sobre el pecho de su compañero, en una cama de colchón de paja y sábanas de lino. Aún estaba desnuda, pues habían tenido una romántica velada la noche anterior, celebrando que tendrían la ayuda de todo un reino en su lucha contra la hechicera y, al quedarse solos, ambos no ocultaron sus ganas de repetir el revolcón, esta vez sin testigos.

          Ahora estaba cubierta de sudor frío, y se echó a un lado de su "aún" vivo compañero de fatigas. Admiró el brillo de ébano de su pelo, el tranquilo respirar de quien no presiente peligro alguno y se alegró de que para él aquella horrible visión nunca hubiera sido cierta.

          Algo le decía que su sueño no había sido un simple temor.

          —¿Estás bien? —Preguntó Alfonso, al ver la cara demacrada de la teniente.

          —No estamos seguros en este tiempo —respondió—. Aquí las cosas son más crudas, he soñado que tú…

          Alfonso frunció el entrecejo y se incorporó apoyándose en los codos.

          —¿Qué?

          —En el entrenamiento de mañana, vi cómo te cortaban la cabeza en el combate de exhibición. Lo he visto tan real que me cuesta creer que no lo fuera.

          —Venga ya —respondió, sonriendo—. Pero si les voy a dar una paliza.

          —No, son más fuertes y rudos y tú demasiado confiado. No pienso dejarte pelear.

          —¿Estoy entendiendo bien? —Preguntó, aun sonriente—. ¿Crees que voy a morir y eso te hace estar así de asustada? Creí que esto no era más que un revolcón sin importancia. Tienes que admitir que te importo.

          —Estaría igual de preocupada por un hermano o por un desconocido que...

          —¿Te acostarías con uno? —Insistió.

          —Deja de agobiarme o te quedarás sin abrigo do Pito para las próximas noches —le amenazó con el dedo índice levantado y expresión seria.

          Alfonso borró su sonrisa de inmediato. A pesar de que se mostraba furiosa, lo cierto era que de una forma un tanto retorcida, acababa de decirle que esa noche no sería puntual, que quería repetirla.

          Volvieron a tumbarse y, en unos minutos, no tardaron mucho en volver a conciliar el sueño. Lo que fue una pesadilla para ella, al cerrar los ojos se desvaneció como si nunca hubiera pasado.

 

         

           

           

           —Ha amanecido —escuchó la voz de Alfonso.

          Abby quería seguir dormida, esta vez durmió sin pesadillas, estaba descansando de verdad. ¿O sí soñó? Recordaba haberse enfrentado a alguien muy habil, una reina llamada Riven, pero su memoria eliminó todos los detalles salvo ese.

          —Un minuto más, por favor —trató de volver al mundo de su sueño, pero las imágenes tan vividas desaparecieron por completo.

          —¿Soñabas algo bonito esta vez?

          —Sí, no podías fastidiarme —protestó, sintiéndose culpable de inmediato al recordar su pesadilla anterior.

          —Ha amanecido, pronto vendrán a buscarnos. Deberíamos prepararnos —la ignoró Alfonso, acostumbrado a sus continuos desprecios.

          La teniente se levantó con pesadez y le contempló de espaldas, admirando su desnudez, su cabello negro sedoso que cubría con estilo sus orejas. Su rostro era anguloso, su mirada cálida y confiable. Era más bien flaco, medía un metro setenta y se le veían todos los músculos de la espalda y brazos. En su sueño era bastante más blando. Lo cierto era que le encantaba su físico.

          Alfonso la sorprendió sonriendo mientras le miraba vestirse y se quedó quieto.

          —¿Quieres otro? Eres una viciosilla —canturreó con voz aguda y guasona.

          —No es eso —Avergonzada, miró hacia otro lado y se levantó sin pudor, dejándose mirar por su compañero, que no se perdió un detalle de su cuerpo. No solo le gustaba que la mirase sino que deseaba que la detuviera antes de que se cambiara para darse un último homenaje, antes de la gran prueba que les esperaba. Seguía sintiéndose inquieta porque hasta ese sueño no pensaba que corrieran peligro de verdad y ahora sentía una congoja que le oprimía el pecho.

          Se agachó a coger su enaguas de falda. En aquella época, o al menos en ese pueblo, no tenían sentido de la moda. Todo eran trapos para cubrirse las vergüenzas sin la menor estética. Al menos las enaguas femeninas estaban hechas de un tejido tan suave como la seda que, a diferencia de las de los hombres, se trataba de un vestido con doble falda traslúcida  que alcanzaba a las rodillas. Por suerte las calzas eran bastante altas y contaban con un faldar cerrado que le permitía subir la fina tela hasta la entrepierna.

          Alfonso le acarició el trasero con mirada lujuriosa mientras ella estudiaba cómo ponerse la armadura. Abby sonrió con picardía y le miró el pene, duro como una piedra. Estaba tan cerca que solo tuvo que agacharse un poco más para lamer la gotita que asomaba en su brillante glande.

          Me encanta ese camisón, no deja mucho trabajo a la imaginación... Se te ve todo.

          —¿Quieres quitámelo? —Preguntó melosa.

          —No han venido todavía —opinó Alfonso, suspirando sonriente.

          Abby le miró a los ojos y se metió el pene en la boca, succionando y notando su dureza y la dulzura de su líquido en la lengua. Él tembló de excitación.

          —Date prisa —urgió ella, volviendo a tumbarse en el colchón de paja con las piernas abiertas, subiéndose las enaguas.

          No tardó en recibir en sus brazos al voluntarioso joven, que la penetró con torpeza pues a pesar de estar tan húmeda, quiso penetrarla demasiado rápido y no consiguió acertar en el hueco inferior. Tras unos segundos de excitante exploración, el falo encontró por donde penetrar. Una vez dentro cabalgó sobre ella con impaciencia, y luego a gran velocidad. A pesar de estar tan excitado, el coito duró varios minutos. Abby no había deseado tanto a alguien hasta ese momento. El chico tenía un pene de lo más resistente, no era el más grande ni grueso que la había penetrado, pero sí el que más aguantaba. Al menos en ese polvo ya que el primero fue demasiado rápido. Tan excitaba estaba que notó cómo una corriente eléctrica la recorría desde la vagina a la espalda causándole contracciones que la hicieron gemir. Entonces su jinete aflojó el ritmo de sus embestidas para evitar hacerle daño, consciente de su orgasmo. Luego ella se dio cuenta de que no era por eso. Alfonso se contrajo compulsivamente… ¡Con el pene dentro de su vagina!

          —¿Qué has hecho, estúpido?

          —No podía más, lo siento —se dejó caer a su lado y sin fuerzas.

          —Joder, creí que era obvio que debías correrte fuera.

          —Pero si ya no me queda ni semen, no sé de qué te preocupas. No recuerdo haber encadenado tantos polvos en una sola noche tiempo.

          —Siempre sale algo, aunque sea una gota —respondió enojada—. Aquí no hay pastillas del día después. ¡Como me quede embarazada te mato!

          —Mujer, no vamos a tener tan mala suerte, ¿no? —Alfonso aún jadeaba por el esfuerzo.

          Abby nunca había pensado en ser madre. La mera idea la horrorizaba por el mero hecho de verse en la vorágine de cambiar pañales, no dormir, no poder seguir con su trabajo, siempre le causaba espanto y admiración pensar en las mujeres que sí querían niños.

          El EICFD era prioritario para ella, no cogía vacaciones, siempre pedía que se le pagaran como si fueran horas extras. Si se quedaba embarazada tendría que dejar su trabajo y eso no lo podía asimilar.

          Solo cuando estuvo con Dimitri tuvo vida social, luego fue herido en la cabeza y volvió a enfocarse en su trabajo. Al recuperarse, se vio obligada a volver a la "sociedad" y se dio cuenta de que no encajaba como madre de familia. Dimitri era demasiado tradicional, le pedía que dejara el trabajo, que buscara otra cosa, que ya era suficiente con jugarse la vida él. Cortó la relación, acusándole de ser un machista incorregible. Aunque lo que causó su ruptura era que en cierto modo no le faltaba razón, si seguían juntos debía dejar el EICFD para cuidar a los niños. Ya era demasiado irresponsable que él se jugara la vida a diario, mucho más si lo hacían los dos. Y como no estaba dispuesta a dejar su trabajo, le dejó.

          Pero no consideró las consecuencias. La ruptura con el ruso supuso un golpe tan fuerte para él que en una de sus siguientes misiones cayó de forma inexplicable. Sus compañeros le explicaron que simplemente se dejó matar, no hizo caso al comandante. Que llevaba unos días diciendo que debió morir el día que le alcanzaron en la cabeza.

          Su muerte supuso un varapalo tremendo para ella y decidió no volver a enamorarse más. Si ya antes era arisca y seria con sus compañeros, si ya se había ganado la fama de mujer sin corazón, sin sentimientos, desde aquello algo se murió dentro de ella.

          Su determinación y convicción de que el trabajo era lo único que importaba, ya no era un pilar fundamental de su existencia, era lo único que tenía. Odiaba que sus compañeros la asociaran con el hombre máquina que era John Masters y empezaban a creer que ella era más fría que el capitán. Por esa razón prefirió a Alfonso para que la acompañara en esa misión, estaba cansada de ser la mujer de acero. Quería conocer mejor a un muchacho simpático y alegre que le agradaba su compañía... Los otros dos eran graciosos, pero demasiado jóvenes e inmaduros.

          Ahora Alfonso había logrado romper el muro de hielo. Ella no quería volver a enamorarse, ni siquiera encariñarse. Pero de alguna manera lo acababa de hacer. En ese momento no le parecía tan mala la idea de verse en casa cuidando entre los dos (con Alfonso) a sus hijos. Ya pasaba con amplitud los treinta años, no quería llegar a ser una vieja solitaria y amargada como todo el mundo creía ya (incluso ella) que sería. Pero Alfonso era muy joven, tenía cinco años menos y no le imaginaba a su lado cumpliendo su papel de padre sin que terminara detestándolo.

          —Lo siento —susurró su compañero de cama, al ver que ella se había quedado tan preocupada.

          —Tienes razón, no creo que sea para tanto —Abby se encogió de hombros y le sonrió.

          Al mirarle a los ojos le sorprendió que su corazón aumentase su ritmo. Las miradas no engañaban, él la quería, y sorprendentemente ella a él. No estaba preparada para recibir tal alud de emociones, que logró arrasar con una sola noche un sin fin de barreras que ella creía indestructibles.

           

          A lo largo de la mañana su pesadilla se fue borrando de su memoria, pero no el miedo de que pudiera hacerse realidad. Les habían obsequiado con brillantes y resistentes armaduras de su tamaño. Alfonso se veía mucho más apuesto y peligroso con la suya, ella también tenía una magnífica. Construidas en acero por el mejor herrero del reino, pertenecían al tesoro real porque tenían incrustaciones de piedras preciosas en forma de líneas y un escudo que debía ser el emblema del país.

          La reina era una mujer de más de sesenta años, como el rey, y en absoluto parecía una antigua campeona de ningún torneo de lucha. Estaba obesa, igual su esposo, y se negó a asistir a los enfrentamientos.

          Sus espadas jamás habían entrado en liza, brillaban como joyas. Las empuñaduras, forradas por mejor cuero, estaban adornadas por runas de diferentes colores. Según el rey, eran mágicas. Esas piedras otorgaban poderes un tanto inverosímiles ya que daban suerte, fortuna y longevidad a sus portadores. Sin embargo solo tenían de especial que eran rojas, verdes y azules talladas para encajar en la empuñadura.

          —No menospreciéis la magia de las piedras —aleccionó el rey—. Espero mucho de vosotros de modo que no me decepcionéis.

          Fueron conducidos a un anfiteatro de madera en cuyo centro había una pista de tierra, como en un circo romano. Les hicieron sentar en la primera fila del público, que estaba a ras del suelo y esperaron la llegada de los otros contendientes.

          La tarde anterior habían pregonado por el pueblo que se realizaría la selección del campeón de Blothem. Todos estaban invitados a presentarse con la promesa de recibir diez monedas de oro por participar. El público fue entrando en el anfiteatro y pronto estuvo a rebosar. Tampoco era demasiado grande. Aun así debían haberse juntado más de cien personas.

          Después de un buen rato, con el Sol anunciando el medio día en la cumbre del firmamento, los que se presentaron fueron cuatro. Uno de ellos era el hombrecillo de orejas puntiagudas que todo el mundo conocía como "el kender". A pesar de su tamaño y falta de fuerza podía compensarlo con su evidente agilidad. Abby le consideró el más peligroso de los candidatos por esa razón. Los otros dos debían ser granjeros, tenían fuerza pero no parecían demasiado hábiles.

          Realizaron el sorteo. Abby lucharía contra uno de los granjeros y el kender se enfrentaría al otro y finalmente Alfonso cerraría la exhibición con el tercero. No tenían previsto hacer más combates. Lo que asustó a Abby fue cuando pronunciaron los nombres de dos de los granjeros: Efrén y Bertram. El que le tocó a ella era el segundo que, al igual que en su pesadilla, era el más fuerte y viejo. El hecho de que sus nombres fueran los mismos la puso muy nerviosa. ¿Tendría que volver a ver morir a Alfonso?

          El kender sufrió una paliza por parte del granjero que le tocó, un tal Jacobo, aunque se escurrió un par de veces por entre sus piernas, el hombretón le agarró por la coleta y lo tiró al suelo con rudeza, donde pateó al hombrecillo hasta que se rindió.

          Abby le estudió, era fuerte, musculoso y su mirada parecía tan vacía como la de cualquier desconocido. La miraba con odio y envidia por su armadura, espada y escudo. Al ver la rudeza de sus movimientos con el hombrecillo supo cómo debía luchar contra su propio rival. Esos hombres eran pesados y poco cuidadosos, nunca la podrían rozar.

          Era el turno de la teniente que se colocó en medio del ruedo de arena y su rival la miró con desprecio.

          —No es justo, majestad —barbotó Efrén al señalarla.

          —¿Qué ocurre? —Preguntó el rey.

          —No se permiten armas, ¿Por qué se le deja a esta mujer llevar esa armadura? Si le atizo me lastimaré. Esa coraza es un arma, solicito que se la quite… Por favor.

          Abby accedió a retirársela, no veía justa la pelea si ese hombre no llevaba nada. Sin embargo el rey carraspeó llamando su atención.

          —La armadura es su uniforme, representa a la corte real y además —miró con cierto enojo a la teniente—, es un símbolo de nobleza, es un rango merecido y por nada del mundo quiero ver a mis oficiales despojarse del título que yo mismo les he otorgado. Si es tu deseo retirarte de la lucha, no recibirás tus diez jaspes de oro.

          —Con el debido respeto, señor —intervino Abby—. Considero injusta la pelea si él no puede golpearme. Respetando el rango que me ha sido otorgado, estoy aquí para...

          —Tu valía la demostrarás con el símbolo de mi reino —cortó el rey, tajante—. Si te lo quitas perderás mi apoyo y tendrás que apañártelas sola.

          Viendo que los asistentes miraban con ojos desaprobadores sus palabras, el rey sonrió y continuó.

          —Pero agradecemos, los aquí presentes, tu evidente humildad y sentido de la justicia.

          Abby suspiró y volvió a apretar la hebilla de su peto. Aquella armadura era de verdad, pesaba poco para lo dura que era y nadie podría tumbarla si se ponía el casco. Sin embargo la volvía lenta y pesada, no podía elegir peor atuendo para luchar con alguien, además sin armas. Se sentía segura, pero limitaba muchísimo sus ataques. Además aquellas calzas le daban muy poca movilidad a sus piernas. Estaba acostumbrada a entrenar con Mallas de gimnasia.

          Suspiró mirando a su rival, que la miraba con odio.

          —Voy a demostrarte con mis puños que los títulos son de papel y los músculos son más fuertes.

          —No puedes fallar —recordó Alfonso—. Tienes que derrotarle.

          —Lo sé —se limitó a decir. No quería que Efrén pudiera enfrentarse a su compañero, él era el que le mataba aunque no se parecían más que en el nombre.

          El hombretón corrió a por ella como un toro y con el puño en alto. Pretendía noquearla de un potente derechazo. La teniente se quedó quieta, esperando el momento de no retorno de su adversario, para reaccionar cuando lanzara el golpe. Dispondría de dos segundos de reacción. Y con lo bruto y torpe que era, prefirió esperar más de la cuenta para que se sintiera más confiando.

          El problema fue que la armadura la hacía más lenta de lo que estaba acostumbrada. Al apartarse dando un paso atrás, quiso agarrarle el brazo y tirar de él en la misma dirección del puñetazo para desequilibrarle. Poniendo la pierna delante, se tropezaría y caería como un muñeco de trapo. Sin embargo el campesino movió el brazo hacia atrás antes de que ella pudiera agarrarlo en el momento del puñetazo. Ese segundo perdido fue crucial y se llevó un codazo en la cara que la tiró al suelo causando un gran estruendo en su aterrizaje.

          —Maldita armadura —se quejó en silencio.

          Le costó volver a ponerse en pie y para entonces recibió una poderosa patada en la cara que, de no haber tenido el casco, le habría partido la nariz.

          Esta vez salió rodando por el suelo y se esforzó por levantarse más rápido posible para preparar su próxima defensa antes de que fuera arrollada de nuevo por ese mastodonte. Pero no pudo incorporarse lo suficientemente rápido, el granjero puso un pie sobre su espalda y levantó el brazo en gesto triunfal.

          —Mierda no puedo levantarme —gruñó.

          —Soy el más fuerte —se jactó su adversario.

          Ante su asombro el público la abucheaba y el rey se cubría la cara con una mano, avergonzado.

          —¡No me rindo! —Gritó, furiosa.

          Se giró sobre sí misma y trató de darle una patada con la pierna giratoria pero Efrén la esquivó con facilidad.

          Su reacción logró sorprender al monarca que la volvió a mirar con expectación.

          Se puso en pie con cierta torpeza, esa armadura la limitaba demasiado.

          Harta de luchar en esas condiciones se desabrochó la hebilla de su faldar y de paso se quitó las calzas de acero y las hombreras plateadas. Solamente se dejó puesto el peto y el casco.

          Aunque no le gustó demasiado a su patrocinador, el hecho de que mantuviera la pechera con el símbolo de su reino pareció complacerle.

          —¿Piensas que me vas a embaucar con tu brujería sexual? —Se burló el campesino, haciendo referencia a la fama que había adquirido cuando logró fugarse de la celda—. Conmigo no funcionará como con el chico de la cárcel.

          —Solo me he puesto más cómoda, no voy a quitarme nada más.

          Alfonso entendía a qué se refería Bertram. Al despojarse de la armadura y de las calzas, quedó a la vista sus enaguas de doble tela blanca traslúcida. Eran de seda y por tanto, su desnudez quedaba expuesta ya que no ocultaba nada a la luz del sol.

          Bertram sonrió como un idiota desde el asiento, junto a Alfonso, y se cruzó de brazos.

          —¿Va a permitir su majestad que su oficial emplee esas artimañas? —Insistió Efrén en su queja.

          El rey, al igual que el resto del público no supo qué contestar. Las piernas fibrosas de Abby, su contorneado trasero y el bello de su vagina estaban escondidos tras una tela blanca que a duras penas ocultaba lo que contenía.

          —¡Es una bruja! —Se quejaban las mujeres.

          —Que siga la lucha —protestaban los hombres, más emocionados que nunca.

          El rey volvió a cubrirse la cara con la mano derecha, suspirando. El tumulto aumentó hasta el punto que su paciencia llegó a su límite.

          —¡Basta! —Bramó—. La lucha continua.

          —De acuerdo —aceptó Efrén—. Pero no digas que no te lo advertí bruja.

          De nuevo se puso en guardia y lanzó un derechazo a su casco. Esta vez Abby fue más rápida que antes y agarró su puño en el momento preciso tirando de él hacia su misma dirección. Sin embargo no logró desequilibrarle como pretendía, no llevaba tanta inercia.

          —Así que quieres bailar... —se mofó sonriendo y mostrando su dentadura amarilla.

          —No vas a vencerme —le retó la teniente.

          —¿No? Verás me estoy pensando si pegarte o simplemente violarte. Me pones muy cachondo.

          «No es mi culpa que no me dieran unos calzones cuando los pedí» —pensó con fastidio—. «Tampoco podía imaginar que tuviera que quitarme la armadura.» Efrén volvió a lanzar un puñetazo, pero lo hacía firme en el sitio, no se desequilibraba por lo que ella se limitó a esquivar sus golpes. Vio un hueco en su guardia y Abby le dio un puñetazo en la boca con todas sus fuerzas.

          Bertram no se inmutó y Abby pensó que se le habían roto los dedos.

          —Pero si sabes pegar —festejó su rival jocoso—. Y yo pensaba que solo hacías magia. ¿Te has dado cuenta que mientras pegabas tu camisón transparente se ha levantado y te he visto el chochito? Oh, claro que lo sabes, esa es tu estrategia, crees que puedes atontarme con tus artimañas.

          El público se había quedado en silencio, no solo Efrén lo vio, lo vieron todos. Alfonso se sintió muy incómodo con la situacion, le molestaba que todo el mundo la viera así.

          —Vaya, les tienes hechizados a todos —continuó el luchador—. Qué mala suerte tienes, muchacha, me gustan tus piernas, tu piel tan suave y tersa… Pero no me distraigo con facilidad.

          Dicho eso se lanzó a por ella descuidando su equilibrio y Abby pudo aprovechar su impulso para hacerle tropezar con su rodilla y el gigante cayó aparatosamente al suelo. Sin embargo se levantó como si nada, sonriendo con prepotencia. No solo era grande y pesado, también bastante ágil.

          La pelea se puso tensa. Efrén se dio cuenta de su error y pareció aprender de ello.

          Abby lanzó una patada directa a su cara, solo para provocarle y que se enfadara más. Pero ni siquiera se molestó en esquivarla, su pie golpeó sobre una roca, que era su mentón y el hombre no tardó en sonreír por lo que aquella patada le había obsequiado a la vista.

          —Mi mujer me pega más fuerte aunque a ella no le he visto ni la mitad de lo que te he visto a ti.

          Abby aprovechó su confianza para propinarle una patada en las partes nobles. Igualmente se encontró un lugar duro como una roca y no le afectó en absoluto. Lo cual causó una risa nerviosa en su oponente y en todo el público.

          También Bertram se rio por las malas artes de Abby. Efrén no se quedó quieto, aprovechó el bullicio para levantar la pierna y atizar a Abby en el centro del pecho de forma inesperada. El golpe abolló su armadura y la dejó sin respiración mientras rodaba por el suelo por la tremenda inercia del impacto.

          —¡Déjalo! —recomendó Alfonso—. No puedes con él.

          Abby golpeó el suelo, furiosa, tumbada boca arriba y con las piernas dobladas por lo que el público enmudeció de repente debido a que la luz de sol dejó a plena vista sus partes íntimas.

          «Definitivamente no ha sido tan buena idea quitarme las perneras y el faldar» —pensó avergonzada—. «O puede que sí… Aún no le veo la ventaja de ser más rápida y este parece inmune a mis encantos.» Bertram aprovechó ese momento de duda para poner su pie sobre la armadura.

          —He ganado —se jactó.

          Abby trató de mover al mastodonte de encima suyo pero debía pesar más de ciento cincuenta kilos. Viendo que era imposible apartarlo optó por juntar las piernas para que al menos no se le viera nada en esa posición tan humillante. En su sueño había hecho una exhibición de talento para la lucha, o eso creía recordar, estaba claro que la realidad distaba mucho de aquella fantasía. En cierto modo la tranquilizó saber eso ya que entonces Alfonso no tenía por qué morir.

          —¿Te rindes? —Preguntó, sonriendo.

          —Me rindo —aceptó roja de furia y vergüenza.

          Miró al rey y éste se cubrió la cara con las manos, abochornado por su protegida.

          —Soy el más grande —se jactó Efrén, orgulloso—. Y no solo por mi peso y tamaño, ¡nadie puede vencerme!

                                                                                                             

Continuará          

         

 

Comentarios: 6
  • #6

    Chemo (lunes, 28 noviembre 2022 23:53)

    Me da la impresión de que Vanessa quiere la segunda ronda. Jeje
    Espero la continuación.

  • #5

    Vanessa (lunes, 28 noviembre 2022 02:16)

    Y a mí que me toca el niñato de Chemo.

    (No te lo creas Chemo, que también tienes tu encanto.)

    Espero la siguiente parte.

    Buen fin de semana, chicos.

  • #4

    Tony (domingo, 27 noviembre 2022 20:55)

    Tu papel en este libro, Alfonso, ni acaba de empezar. Y este libro apenas tampoco... Cuando todo coverja va a ser interesante.

  • #3

    Alfonso (domingo, 27 noviembre 2022 19:41)

    Ya presentía que no iba a morir. Pero no me imaginaba todo lo que ocurriría. Jeje
    Ojalá no muera de verdad en la continuación de esta historia.

  • #2

    Jaime (sábado, 26 noviembre 2022 18:58)

    ¡Vaya! Tenía la sospecha que Alfonso de alguna forma no iba a morir pero nunca me imaginé que conseguiría ligue. Jeje
    Y por cierto, la siguiente parte debería ser de Jaime y Chemo.

  • #1

    Tony (sábado, 26 noviembre 2022 00:02)

    Espero que os haya gustado. La próxima parte vuelven Ángela y Antonio Jurado, hay que dejar descansar a Abby y Alfonso que les queda un duro camino, más duro de lo que os imaginais.
    Por favor no olvidéis comentar.