Los últimos vigilantes

25ª parte

 

 

 

            —El pasado es polvo, el presente ni siquiera existe y el futuro me ilusiona más si dejo las cosas como están. Quiero darle a mi hijo todo mi poder, lo va a necesitar si tiene que enfrentarse a la muerte y a la Oscuridad elemental.

            Ángela notó calor dentro de ella. Sus palabras se cumplieron y sus pulmones volvían a llenarse de aire. Su piel perdió el brillo de la juventud y eso incluía la reaparición del tatuaje del hombro y su fea cicatriz.

            —Hazme un favor, llévame de vuelta a mi casa.

            —Nunca olvidaré esto —Génesis sonrió al poner la mano sobre su hombro.

 

 

 

            Aparecieron en su ático. Ángela pestañeó varias veces y se preguntó si todo eso lo habría soñado. Ya no sentía el calor del niño en su vientre ni había rastro de Génesis.

            Se acercó a su cama y comenzó a desnudarse. Dejó caer las piezas de la armadura de placas al suelo hasta que algo se cayó en la alfombra al soltarse una escama pectoral. Era un objeto rectangular de cristal.

            Era el teléfono del EICFD. Entonces recordó que le habían dado la misión de robarle el traje a Antonio Jurado y había fracasado.

            ¿Les contaría la verdad? ¿Cómo lo demostraría?

            Junto a ella apareció un resto chamuscado de tela plateada, era lo único que podía entregarle al comandante. Como si escucharan sus pensamientos, el móvil comenzó a sonar.

            Ángela suspiró. No quería ni pensar en lo que acababa de perder, la sensación de pesadez y cansancio la abrumaron, después de sentirse con tanta energía como a los quince años, volver a ser mortal le dio ganas de llorar.

            Cogió el teléfono y respondió.

            —Diga ¿Quién es?

            —Aquí Montenegro ¿Cómo fue su misión? ¿Tiene el traje?

            —Tengo un trozo. Es todo lo que queda.

            —¿Cree que soy estúpido? No me importa cómo, pero tráigamelo aunque tenga que acostarse con todos los demonios del infierno.

            —Con el debido respeto, señor —replicó—. No tiene derecho a hablarme así.

            —Soy su superior, puedo hablarle como me venga en gana. Es usted la que está olvidando su posición. Le di una orden muy clara y confiaba plenamente en usted. Claramente me equivoqué.

            Ángela apretó los puños, furiosa. ¿De verdad quería seguir a las órdenes de ese gusano? Vio el trozo de tela que tenía en la cama y lo agarró preguntándose si ese fragmento le permitiría recurrir a su poder perdido para transformarlo en un trozo de mierda aplastado por el culo de un mono. Sintió cosquilleo en la palma de su mano y por un momento pensó que su divinidad había regresado.

            «He tenido en mis manos su miserable vida, de hecho, ya le he matado, bastardo. No me toque las narices...» —Contuvo su mal genio. Esa había sido su decisión, aunque le estaba costando trabajo recordar el motivo. Suspiró antes de contestar.

            —Disculpe señor, si le digo la verdad... —«No me iba a creer» pensó—. Estoy agotada, no he debido hablarle así. En cuanto vaya al cuartel general le pondré al corriente de todo y haré lo que sea necesario para conseguir otro traje.

            Recordó que la última vez que fue y le llevó uno, en una línea temporal paralela, trataron de matarla. Ahora que no llevaba ninguno lo tenía aún más crudo. Las palabras de Génesis resonaron en sus recuerdos con tanto ardor que le dolió la cabeza: "¿De verdad quieres seguir a las órdenes de los esbirros de Alastor?".

            Abrió la mano que apretaba el trozo de tela y descubrió, con asombro, que ya no estaba. En el tiempo que pensaba todo eso Montenegro parecía rumiar sus disculpas como si no las esperase y tardó en contestar.

            —No se moleste en volver —rugió—. No quiero en mis filas a una incompetente, calienta braguetas y traidora.

            —¿Cómo dice? Les he salvado la vida, puede que sea difícil de creer ahora, pero le juro que no he sido una traidora.

           Sayonara, Angela Dark. Abra fuego, Brenda.

            Y colgó.

            Ángela tragó saliva mientras le temblaban las manos de preocupación. Escuchó las ventanas, la entrada del ático, la puerta de su apartamento, creyó ver con su poder divino todo lo que ocurría a su alrededor en una milésima de segundo y supo que estaban esperando aquella orden desde el aire. Se preguntó si seguiría siendo inmortal, si mantendría su capacidad de estar bajo el agua sin respirar, de leer los pensamientos o detener el tiempo con un chasquido de dedos.

            Ver sus manos humanas, sin el brillo de la juventud la devolvió a la realidad. No podía contar con ello.

            Cogió el brazalete gravitatorio del suelo y corrió a la terraza del ático. Al salir al exterior no vio nada, ninguna nave a la vista. Entonces vio sus gafas polarizadas encima de la mesilla junto a la piscina y se las puso. Una vez Antonio Jurado le dijo que con ellas podría ver a alguien camuflado con escudo óptico si pestañeaba muy deprisa. Así lo hizo y vio que a escasos 30 metros de distancia una nave halcón apuntaba directamente hacia su apartamento con sus misiles. Lo vio como una especie de sombra hueca, oscura por los bordes, totalmente transparente en el centro.

            Entonces algo salió disparado hacia ella, iba directo a su edificio.

            —¡Mierda!

            Sin dudarlo dio un salto por encima de la reja de su patio y cayó al vacío. Activó su brazalete disparando el haz infrarrojo al edificio de enfrente y rodó por la pared anaranjada del bloque vecino. Volvió a mirar hacia el cohete y éste había desviado su trayectoria en su nueva dirección.

            ¡La habían fijado como blanco!

            —Serán hijos de...

            Antes de que impactara en su cuerpo cerró los ojos y deseó detener el tiempo, igual que hacía cuando tenía poderes. El impacto nunca llegó. El misil se encontraba a tres metros de su cara y el fuego que salía de su parte trasera era una luz etérea. Podía ver las partítulas luminosas saltando desde atrás del misil. Comprendió que era imposible detener completamente el tiempo si quería seguir viendo la materia. Si no se desplazaba, aunque fuera a una velocidad infinitesimal, la materia no existiría. La energía inmóvil sencillamente era invisible y todo estaba hecho de ella. Los electrones girando a 300 mil kilómetros por segundo sobre sus átomos hacía visibles los objetos.

            —Puedo volar —susurró, preguntándose cómo era posible que siguiera ostentando sus poderes divinos. Debía ser porque nunca deseo perderlos o... Un regalo de Génesis cuando le dio ese trozo de tela. Se desplazó por el aire y cogió el misil. Lo giró y lo llevó volando, desplazándose hacia el halcón que la había disparado.

            Cuando estaba llegando, lo soltó y regresó a su ático para observar el espectáculo. En cuanto se dio la vuelta liberó el tiempo y vio cómo el misil impactaba con la barrera invisible de la nave. Ésta resistió, pero la violenta explosión desactivó su escudo óptico y se hizo visible para todo el mundo. La gente se la quedó mirando al escuchar la explosión. Tras el estruendo no había nadie que no se hubiera asustado a un kilómetro a la redonda. Algunos cristales de las casas cercanas se rompieron por la onda expansiva. El halcón estaba ileso, mientras flotaba a escasos cincuenta metros del suelo en pleno centro de Madrid. La multitud la señalaba y exclamaban que era un OVNI. Algunos acertaron a sacar sus teléfonos móviles y le sacaron fotos.

            Un minuto después la nave se volvió a esconder como si hubiera sido una alucinación y se marchó a gran velocidad.

            De nuevo sonó su teléfono. Montenegro debió contemplarlo todo, iba dentro de la nave.

            —Dígame, comandante —respondió sonriente—. ¿Me creería si le digo que ya no hay trajes?

            Hubo un silencio tenso en el auricular.

            —Escuche —añadió—, no quiero que nadie vuelva a molestarme ni a mí ni a la familia de Antonio Jurado.

            Montenegro guardó silencio, pero siguió sin contestar.

            —¿Lo ha entendido? —Preguntó.

            —Supongo que debo disculparme con usted —escuchó su voz nerviosa—. Ahora es nuestra única esperanza. Tengo que mostrarle algo en el cuartel. ¿Puede venir sola o necesita que la lleven?

            —Puedo llegar antes que usted.

            —Allí nos veremos.

            Y colgó.

 

 

 

 

            No necesitó acudir para saber lo que le quería contar. Una cascada de imágenes llenaron su cabeza y supo que no era ninguna trampa, realmente buscaban el traje para salvar el mundo.Ahora era ella su única esperanza.

            Cerró los ojos y se trasladó al interior de la nave de Montenegro, que estaba envuelta en antimateria, viajando a más de diez mil kilómetros por hora. Pensó que le impresionaría más si la veía aparecer allí. Al verse dentro vio que el comandante y la piloto, Brenda, estaban demasiado pendientes del viaje y no se percataron de su presencia. Respiró hondo y pensó que no quería esperar a que llegaran, unos minutos más tarde que ella. Tocó la nave y la teletransportó al cuartel.

            El viaje fue tan repentino que el comandante y la piloto se sobresaltaron al ver que de repente estaban en el hangar del cuartel general.

            —Soy toda oídos —canturreó Ángela, detrás de él.

            —Es asombroso, ¿Hay algo que no pueda hacer? —Barruntó.

            —Solo aquello que no se me ha ocurrido todavía —musitó.  

            —Debe acompañarme a mi despacho...

            Ángela se interpuso entre la puerta y él.

            —Voy a contarle un secreto, comandante. Ustedes intentaron matarme y estoy dándoles una segunda oportunidad. No quiero sorpresas o tendré que borrar del mapa estas instalaciones con usted y sus soldados dentro.

            —No hay duda... —titubeó el comandante—. De que podría hacerlo. Déjeme contarle el problema, el enemigo no somos nosotros, se lo garantizo.

            Salieron de la nave y se unieron a ellos Abby y John.

            —¿Ha conseguido el traje, señor? —Indagó la rubia sin saludar.

            —Teniente, tenemos mucho más que eso.

            El comandante cogió su teléfono y llamó a alguien mientras subían.

            —Suba a mi despacho. Avise también a James Black y al doctor Stephen.

            Colgó cuando estaban llegando a la planta de arriba.

            Ángela observaba todo como si fuera la primera vez. Para ser un cuartel general era muy pequeño. De los hangares salían a un pasillo ovalado que daba a unas escaleras, que subían y bajaban. En ese hall de la entrada no había cuadros, adornos, ventanas... Solo un mapa del mundo dibujado en la pared con bombillas led repartidas, por continentes y océanos. Se notaba que era antiguo. Y los muros estaban agrietados. Su revestimiento blanco era tan viejo que parecía gris. Puede que tuvieran mucho dinero no lo desperdiciaban en embellecer las instalaciones.

            Anteriormente no se fijó en esos detalles porque nunca le dio importancia al diseño de las cosas. Ahora le estaban doliendo los ojos y si fuera por ella lo cambiaría todo a uno más futurista.

            —Tomen asiento, por favor —pidió el comandante al llegar a su despacho.

            Abby y John la ofrecieron el sillón de cuero situado junto a la mesa de Montenegro. Era el único disponible así que los ignoró y permaneció de pie.

            —Estoy impaciente por saber lo que pasa —indicó cuando le vio sentarse en su butaca.

            —Hace unos meses derrotamos a los grises y sus ataques se redujeron drásticamente. Al principio pensé que nos temían. Era lo más lógico, mandamos a su nefasto planeta, Herboculus, al confín del universo y pensamos que los que quedaron se limitaban a sobrevivir. Descendían a islas inhabitadas del Pacífico y detectamos por satélite que bajaban a sus bestias. Unas formas de vida mucho más grandes que sus soldados vitaminados. Pero por lo visto no solo no se han rendido. Se están rearmando.

            —Hemos ido a una de sus islas —puntualizó Abby—. Hicimos descubrimientos increíbles. Mire...

            Angela la miró con desagrado. A pesar de conocerse ya de varias misiones, aun la trataba de usted.

            Enchufó su móvil a un cable de la mesa y apareció la imagen en la pared, emitida por un antiguo proyector.

            Ángela se quedó estupefacta, eran criaturas similares a dinosaurios, pero con alas y de la cabeza salían cuernos que, en hilera, recorrían su columna vertebral hasta la cola, que parecía tan dura y poderosa que podía tumbar cualquier edificio de un solo golpe.

            —Escupen fuego. Si no fuera imposible diría que son...

            —Dragones —completó Ángela.

            En ese momento entró Antonio, el especialista en temas sobrenaturales y James Black, el delgaducho de piel pálida que se encargaba de fabricar y reparar juguetes de combate.

            —Hola —saludó nervioso el primero.

            —Más vale que sea importante —bufó Black—, estaba probando la nueva arma de plasma que me encargó con brillantes resultados.

            —¿Dónde está el doctor Stephen? —Preguntó el comandante.

            —Hoy no le he visto —respondió Black.

            —Yo tampoco —coreó Antonio, encogiéndose de hombros.

            —Señores, tienen delante el arma definitiva que nos librará para siempre de los grises y sus bestias —declamó Montenegro.

            —¿Dónde? —Preguntó Antonio buscando sobre la mesa.

            —Supongo que se refiere a mí —respondió Ángela, asqueada—. No me gusta cómo lo ha dicho. No soy ningún arma.

            —Te pido disculpas —agachó la cabeza, claramente sumiso—. No era mi intención insinuar tal cosa.

            Todos se miraron asombrados. Nunca le habían visto pedir perdón a nadie.

            —¿Piensa enviarla el bikini y esperar a que los grises se bajen los pantalones...? —intervino James Black, jocoso antes de dejar de hablar ante la mirada asesina del comandante.

            —La señorita Ángela Dark...

            —¿Le ha amenazado? —John sacó su pistola y la apuntó a la cabeza.

            —Baje el arma, capitán —ordenó el superior con pánico en la voz.

            John entrecerró los ojos y apretó levemente el gatillo sin llegar a disparar, amenazante, esperando que ella hablara.

            —Le he dado una orden.

            —Le ha lavado el cerebro, señor. Es una técnica que utilizan los grises desde hace décadas. Muerto el bicho, se acabó la hipnosis.

            —Yo haría caso a tu jefe. Las cosas han cambiado por aquí, a partir de este momento me llamaréis coronel.

            —No habla en serio —protestó Abby con una sonrisa de hastío.

            —Completamente —añadió Montenegro—. Baje el arma o tendré que arrestarle por insubordinación.

            —Antes muerto —escupió el capitán Masters.

 

 

 

Comentarios: 5
  • #5

    Alejandro (jueves, 04 julio 2019 17:36)

    Yo me apunto de guardaespaldas de Ángela.

  • #4

    Alfonso (sábado, 29 junio 2019 03:48)

    Yo también he pensado lo que dice Chemo. Ángela parece lo suficientemente inteligente como para caer en el juego de Montenegro. Fácilmente podría eliminar al EICFD y usar su cuartel para formar su propio equipo. Tarde o temprano, Montenegro acabará traicionándola.
    También me ha dado risa el chiste de James Black. Seguramente así acabarían rápidamente con los Grises sin ninguna baja. Jejeje

  • #3

    Chemo (jueves, 27 junio 2019 17:33)

    Concuerdo con Jaime: una sesión para los Grises con Ángela y Amy en las duchas podría más que todos los equipos del EICFD juntos. Con el poder que tienen Ángela y Génesis, podrían prescindir completamente del EICFD. Además de evitar ser traicionadas. En fin, veamos si Ángela es lo suficientemente inteligente para aniquilar a los Grises mientras mantiene al márgen a la Organización.

  • #2

    Jaime (miércoles, 26 junio 2019 16:29)

    Sería interesante que Ángela y Abby llegasen en bikini a las instalaciones de los grises. Seguramente seducirían a más grises de esta forma que un pelotón completo jejeje.
    Me pregunto cómo es que Ángela aún tiene poderes. Supongo que Génesis le cedió parte de los suyos o Ángela solamente entregó a su hijo el generador de poderes pero aún ella conserva parte de la energía generada.
    Por cierto, si fuese Ángela, destruiría al EICFD de una vez por todas ya que no son de fiar y, una vez que encuentren el punto débil de Ángela, no dudarán en usarlo. De hecho, ella podría formar su propio ejército independiente de la Organización y reclutar a James y Antonio Jurado.
    La historia cada vez es más interesante. Espero más acción y sexo, jeje.

  • #1

    Tony (miércoles, 26 junio 2019 01:01)

    Espero que os haya gustado. La próxima tendrá acción.
    Algunos podrían pensar que esto no da para más pero no llevo ni la mitad de lo que quería que abarcara esta historia y me falta lo mejor.