Las crónicas de Pandora

Capítulo 20

 

 

 

 Anteriormente

          Se abrió la puerta y entró Ángela.

          —¡Antonio! —Gritó—. ¡¿Qué rayos?!

          La chica corrió al teléfono de la habitación y marcó el 112 para pedir ayuda. Entonces una voz masculina conocida la advirtió.

          —¡Corre! ¡Detrás de ti!

          Ella miró hacia atrás y aunque no vio nada dio un salto a un lado y el filo de una espada silbó en su oreja por dos centímetros. La afilada hoja cortó la mesilla del teléfono como mantequilla.

          Se quedó paralizada al ver eso. No veía a nadie allí, pero sabía que su vida corría peligro.

          —¡Pégale una patada con todas tus fuerzas! ¡Está justo delante de ti! —Volvió a escuchar la voz de Antonio. ¿Cómo era posible? ¿Sería su espíritu?

          Ella obedeció y lanzó su pierna derecha con su agilidad habitual hacia la nada. Su pie chocó con algo que cayó pesadamente contra el suelo.

          Ángela cogió un jarrón chino de la estancia y lo hizo rodar, sacó su pistola y, cuando vio que se detenía, abrió fuego una y otra vez. Las balas rebotaban pero al fin una no y no salió sangre. Al escuchar dónde cayó volvió a apuntar al individuo invisible y le disparó tres veces más.

          Aquella lucha parecía terminada, se aproximó a las manchas rojas. Ángela estaba convencida de haber matado al asesino y seguía mirando al suelo.

          —¡Sigue vivo! Es muy rápido, ten cuidado. ¡Huye, es más fuerte que tú, no es humano!

          —Si sangra, es mortal —respondió ella, que no entendía cómo era posible que pudiera oírle.

          —¡Te va a atravesar!, salta para atrás. Puedes oír la espada cuando te ataca, no dejes que te alcance.

          La chica cerró los ojos y esperó a volver a escucharla. El acero silbó en el aire y dio otra voltereta hacia un lado, esquivándola por muy poco, sin embargo no corrió. Siguió esperando el ruido silbante del acero. El siguiente corte lo detuvo con su pistola y las dos manos. Saltaron chispas y por un momento la espada completa se hizo visible. Ángela tuvo problemas para contenerla, ese agresor era realmente fuerte, más que un humano fornido pues la obligó a arrodillarse mientras sujetaba el filo. Sin embargo se apartó y disparó donde vio la empuñadura. Adivinando que el enemigo estaba delante de ella le dio otra patada en lo que debía ser el estómago y lo hizo caer de espaldas al suelo. Luego agarró la espada, una catana samurái de color negro tremendamente larga, que se volvió visible al caer, y soltó sablazos por toda la estancia. Algunos impactaron en el cuerpo invisible del agresor, que fue dejando pedazos de carne dispersos por la sala. La sangre dejaba bien claro donde quedaba la cabeza y Ángela, de un rápido giro, se la segó del cuello.

          —¿Quién cojones es este tío? —Preguntó sorprendida, al ver el rostro de piel oscura. 

          La cabeza aun rodaba por el suelo mientras todo su cuerpo perdía la invisibilidad, cuando recordó a Antonio.

          Corrió a verle y sin demora llamó a urgencias. Sin embargo se quedó junto al cuerpo de su compañero buscando en su cuello el latido de su corazón. Le tomó el pulso y no lo encontró. La cantidad de sangre que había bajo su cuerpo no hacía más que aumentar y no auguraba nada bueno.

          —Vamos, no puedes morir, tenemos una vida por delante juntos... —no pudo seguir hablando, la voz se le quebraba en la garganta mientras sus dedos trataban frenéticamente de encontrar un rastro de su pulso—. Vamos, reacciona, no puedes morir así.

          —¡No estás muerto, te he escuchado! —Gritó ella—. ¡Despierta! ¡Te ordeno que te despiertes! Si tengo un ápice del poder de los trajes pleyadianos lo invoco ahora! ¡Abre los ojos!

          —No te confíes, aún queda otro —volvió a escuchar la voz de Antonio a su espalda y, definitivamente, no salía de su cuerpo muerto.

          Esta vez podía afirmarlo, fue un sonido real, no imaginación suya.

          —Tengo que informar a Don Paco... ¡Eso es!, ¡el maletín!

          Subió corriendo las escaleras y cuando llegó arriba se dejó caer de rodillas, abrumada por el dantesco espectáculo. Vio sangre en todas las paredes, el cuerpo de Don Francisco, ya sin cabeza, ni se la podía ver por allí. Sus vigilantes Alejandro y Esteban yacían muertos formando cada uno su propio charco de muerte líquida negruzca.

          —Sigue ahí —la avisó de nuevo la voz de Antonio—. No bajes la guardia.

          —¿Dónde está? —Preguntó.

          —No lo sé, usan un escudo óptico que no me permite verlos, pero sí les oigo.

          —¿Entonces qué coño son? ¿Y si no los ves cómos sabes que están ahí?

          —Tú me lo has dicho antes, va a atacarte, estate atenta y vencerás.

          —¿Qué?

          ¿Qué clase de fantasma era que no podía ver a alguien con escudo óptico? Además ella no le había dicho nada.

          —Ten cuidado —indicó Antonio—. No puede evitar hacer ruido, por mínimo que sea. Es muy real y por tanto le puedes escuchar.

          No respondió, concentrada en una respiración, una pisada o cualquier cosa extraña. Entonces vio un reflejo, el de otra espada.

          —A tu derecha, agáchate —exclamó Antonio.

          Ángela rodó por el suelo y escuchó el zumbido del acero pasando sobre su pelo.

          Se dejó caer de espaldas y disparó su pistola al lugar donde debía seguir su atacante. Al ver que las balas rebotaban aleatoriamente pegó la cabeza al suelo por si le daba una. Fueron necesarias 5 para que por fin apareciera la asesina... Era una muchacha de unos trece años e increíblemente ágil.

          Los disparos no la detenían, se giró hacia ella sonriendo y el cargador de la pistola de Ángela se acabó. Levantó la espada para matarla y se volvió a esfumar. ¿Qué tecnología estaba usando? Los del EICFD tardaban dos minutos en recuperarse.        

          —Los escudos no pueden detener una patada —comentó Ángela mientras lanzaba una hacia arriba buscando su estómago.

          Su pie pareció golpear una pared de hormigón donde solo veía aire.

          —Eres la primera persona que me ve —comentó la asesina—. No puedes salir de aquí con vida.

          —No son escudos artificiales —explicó Antonio—. Si la desconcentras la harás visible.

          Ángela rodó por el suelo hasta alejarse de ella con gran agilidad. Su adversaria corrió a su encuentro sin el menor cuidado por no hacer ruido, no lo necesitaba, era ágil como una gata salvaje. Debía sentirse segura de que estuviera indefensa y ya no tomaba precauciones.

          Sacó el cargador de la pistola y metió otro. Tenía 20 balas, necesitaría 5 impactos y la podría ver. Cuando la asesina estaba casi encima corrió en dirección contraria y saltó a la pared caminando tres pasos sobre ella La espada se clavó justo bajo sus pies, atravesando un cuadro. Ángela aprovechó que tuvo que tirar de su acero para disparar a discreción sobre la posición donde debía estar la asesina tratando de arrancarla. Cuando una bala rebotaba disparaba de nuevo. Pero esta vez solo consiguió tres impactos. Luego tuvo que caer rodando por detrás de ella y en cuanto volvió a estar en pie escuchó zumbar el filo de su acero silbando hacia su cuello.

          —Qué hija de puta tan rápida —se quejó dejándose caer trazando una patada giratoria con sus piernas al tiempo que se quedaba sentada. Al estirarlas provocó que trastabillara la enemiga invisible.

          Hizo una ágil voltereta hacia atrás y volvió a disparar. Tres impactos más la volvieron visible de nuevo, esta vez la pudo ver con claridad. La niña tenía los ojos de color rojo y emitían un brillo sobrenatural, su mirada era salvaje, de odio y rabia. No era humana. ¿Qué diablos era esa criatura?

          —Es un vampiro —explicó Antonio—. Son los esbirros de Rodrigo.

          —¿Quién es ese que te habla? —Exclamó la niña, furiosa—. Como te encuentre de despellejo, bastardo.

          Ángela se quedó sin aliento, una vampiresa estaba atacándola a plena luz del día desplegando unos poderes asombrosos... Y además podía escuchar a Antonio. Eso dejaba claro que no era imaginación suya, él se encontraba allí de verdad, físicamente.

          —¿Eres amiga del negrito? —Preguntó sonriendo, reanimada por la convicción de que su compañero seguía con vida—. No le esperes, está algo indispuesto. ¿O debería decir, descompuesto?

          Y disparó a su frente. Sin embargo la bala se detuvo en su cráneo y cayó, aplastada, sin hacerle ni un rasguño y no había ningún escudo que la protegiera.

          —¿Qué le has hecho? —Preguntó furiosa.

          —Le he dado de su propia medicina, como pienso hacer contigo. Creo que le hacía falta un poco de hierro.

          —No necesito hacerme invisible para hacértelo pagar —el rostro furibundo de la muchacha era aterrador—. Quiero que veas a la persona que acabará contigo. Me encanta la sangre con adrenalina y miedo mezclados.

          Ángela se preparó para su ataque, le temblaban las manos, en su pistola debían quedar doce balas pero daba igual, solo pudo matar al de abajo porque le quitó la espada. Armas de fuego no le hacían más que desconcentrarla y ahora no parecía nerviosa por dejarse ver. Debía concentrarse para volverse invisible y quería estar en la plenitud de su poder, sino no se explicaba por qué ya no se ocultaba.

          —Había olvidado su existencia —Antonio estaba asombrado—. Debe ser Ellen. La niña vampiresa que viajaba con Rodrigo.

          —Así que Rodrigo os ha enviado —dedujo Ángela—. Pero está muerto, ¡no puede ser!

          —¿Eres Jurado? —Protestó la muchacha—. Llevo años buscándote, tú eres el que sacó a la luz nuestra secreta existencia. No tienes derecho a seguir respirando. ¡Déjate ver!

          —No sé de qué hablas, Antonio Jurado está abajo, muerto —replicó él, no sin un hilo de miedo en la voz.

          Ángela escuchó eso con el corazón encogido. ¿Muerto? ¿Cómo podía hablar entonces?

          —Nosotros no estamos vivos desde hace muchos siglos y eso no nos impide caminar entre los mortales. ¿Qué oscura magia te protege a ti?

          —¿Se puede saber qué pretendéis con esta guerra absurda? —Respondió él—. ¿Por qué estáis aquí? ¿Qué pretende Rodrigo?

          —No sé de qué hablas, él solo quiere una cosa y no te lo contaría ni muerta —sonrió como si le hiciera gracia el chiste.

          —¿Qué puedes perder?, ¿no piensas matarnos? —La retó Antonio.

          —¿Crees que soy tan estúpida de contártelo? —rió Ellen con una risa nerviosa.

          —Te confesaré algo —intervino Ángela, no serás la primera adolescente que mato este año.

          —Admito que nunca he tenido tantos problemas para matar alguien —bufó la vampiresa—. Tengo orden de eliminar a ese viejo y ya he cumplido, no tenía por qué mataros pero lo haré gratis y por placer. Beberé hasta la última gota de vuestra sangre.

          —Acércate —la invitó Ángela, sintiendo que la adrenalina la hacía temblar de pies a cabeza—. Voy a reventarte los sesos y me voy a reír en tu cara, cabrona.

          Ellen desapareció y de repente se le echó encima a su rival, ésta intentó apartarla pero sus afilados colmillos se clavaron en su cuello implacablemente. La fuerza de Ellen no tenía igual en el mundo humano y Ángela no pudo hacer nada por apartarla.

          Al abrazarla para contener sus movimientos Ellen había dejado caer la espada.

          La víctima movió la mano compulsivamente buscando el acero y no lo encontró. Pensó que era su final, pero su enemiga de pronto dejó de beber su sangre y la soltó, inerte. Al quedarse inmóvil se alejó de ella y vio que cuando lo hizo salía el filo de su propia espada a la altura del corazón. Un segundo después el acero salió de su pecho y cercenó la cabeza de Ellen con limpieza. Su cuerpo le cayó encima chorreando sangre negra a borbones. Tuvo que apartarse asqueada, temiendo que una gota de aquella sustancia maldita pudiera tocarla.

          Se la quitó de encima y se puso la mano en su cuello. Las heridas de sus colmillos no sangraban. La cabeza de Ellen estaba con los labios llenos de su sangre, con los ojos abiertos mirando al infinito como una estatua de gran realismo.

          —Hay que quemarla —volvió a escuchar a Antonio, preocupado—. Esto no tenía que ser necesario... Pero no pude evitarlo, estaba a punto de matarte. Maldita sea... Al final he causado la fisura, joder...

          La espada hizo un estridente escándalo al aparecer, de repente, en el suelo.

          —¿Tú le has hecho eso? —Preguntó nerviosa, segura ya de que no era un fantasma—.  Gracias. ¿De qué fisura hablas?

          —No debes perder más tiempo, hay un maletín en la habitación de Don Paco. Tienes que inyectarle el remedio a Antonio antes de que sea tarde.

          —¿Tarde? Pero si... Creí que eras tú...

          —¡Date prisa!

          —¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan nervioso? Ya hemos acabado con ellos, ¿no?

          —No lo entiendes,... Nunca podremos volver... —¿Antonio estaba llorando? —. Corre o será tarde, maldita sea.

          Corrió a la habitación de Don Paco y vio el maletín militar del que le habló antes. Debía llevar muerto tres o cuatro minutos, el viejo había dicho que no importaba el tiempo que llevara, con lo que tenía esa maleta pudieron revivirlo cuando le rebanaron el cuello.

          Abrió el preciado contenedor y vio que dentro había una docena de pistolas plateadas inyectoras, con un líquido color verdoso que emitía una luz intensa. Una de ellas estaba vacía.

          Cogió la siguiente y corrió a la planta de abajo. Sin dudarlo un momento le inyectó el líquido en el cuello a Antonio. Esperó a que se recuperara, pero lo único que vio fue que su piel se puso gris y su cuerpo se petrificó.

          —¿Qué rayos? —Se preguntó—. Esto no cura.

          Su corazón chillaba de dolor. ¿Por qué pudo resucitar a Don Paco y a Antonio no? Tocó su rostro y estaba frío como si fuera de piedra. ¿Tendría que ponerle más? No, no podría clavarle la aguja de nuevo. Entonces vio que la moderna jeringuilla tenía una pantalla LED con un temporizador. Contaba los minutos y segundos hacia atrás un tiempo de  veinticuatro horas.

          —Tengo que avisar a Montenegro, tienen que venir a por él.

          Buscó su teléfono móvil pero recordó que lo habían aplastado, como el de Antonio.

          —Maldita sea, voy a tener que dejar esto así... No, no, me culparán de triple asesinato...

          Se levantó, agotada por el esfuerzo y la falta de sangre, y fue al piso de abajo. Recogió la espada del otro vampiro y sintió un escalofrío de tristeza y pánico al ver el cadáver de Antonio petrificado, la jeringa indicaba 25 minutos. Sus hijos le querían tanto... ¿Cómo se tomarían su muerte?, se había imaginado por primera vez con él y los pequeños, viviendo juntos. Su propia familia... Un hombre maravilloso que la quería, a pesar de su pasado. Alguien por el que había llorado infinidad de veces porque era incapaz de olvidarlo.

          Subió decidida a terminar el trabajo. Su mente trabajaba en paralelo.

          «La policía va a pensar que yo les maté a todos... Soy la única que va a quedar viva y tengo las huellas en ambas espadas.» 

          Una vez arriba no consiguió encontrar a la muchacha asesina. ¿Se había marchado? ¿Cómo iba a hacerlo si no tenía cabeza?

          —Rodrigo murió cuando Génesis trató de curarle el vampirismo a través de mis manos, lo recuerdo perfectamente. Se quemó y se convirtió en cenizas... ¿Seguía vivo? Ahora sabía que sí.

          No se expondría de nuevo a quemar esos cuerpos y que éstos reaparecieran después. Esta vez tenía que disolverlos.

          Dejó las espadas junto a la bañera y bajó a la calle a comprar. Los jóvenes con los que se cruzó la saludaron alegremente. Ella les devolvió la sonrisa, seguramente pensarían en echarle un polvo y no debía parecer más que eso, una chica desesperada por acostarse con ellos. Así de simple era la mente masculina, nunca imaginarían que tenía que limpiar una planta con pedazos de vampiro y que en la de abajo estaba todavía el cuerpo de Antonio.

          Se fue a una tienda de barrio donde vendían de todo. El cajero era chino y cuando entró la saludó con un saludo de la cabeza. No tenía tiempo de buscar lo que quería y le preguntó.

          —¿Dónde está el aguarrás?

          —¿Agualas? En el plimel pasillo,

          —Gracias.

          En realidad buscaba la sosa caustica pero si la policía le preguntaba en seguida la relacionarían con el crimen. No quería ponérselo fácil a los testigos.

          Encontró botellas de medio litro de sosa. Esperaba que estuviera en sacos, una sola bolsa bastaría para desintegrar los cuerpos... Como no sabía la concentración de esos recipientes así que compró cinco.

          Se las llevó al dependiente y las pagó.

          —Eso no agualás —explicó el viejecito.

          —Ya, pero es lo que necesito —explicó, ya que el chino parecía extrañado—. Verás, acabo de heredar la finca de mi abuela y he venido hoy a limpiarla —el viejo la miraba con sumo interés—. Me he encontrado un nido de ratas y he tenido que matarlas. Son como cincuenta y son enormes —el chino asintió—. Así que las he metido en un agujero y solo tengo que echarles algo para que no se pudran ahí, eso es todo. Con esto no quedará ni rastro de las ratas.

          —¿Latas? Oh, sí latas. En el telcel pasillo a la delecha.

          Ángela se lo quedó mirando y sonrió. El hombrecillo le había entendido una palabra, y mal.

          Cuando regresó lo único que encontró fue los charcos de sangre y los cuerpos de Esteban, Alejandro y Don Paco. Antonio y los asesinos habían desaparecido, junto con la cabeza de Don Paco.

          —¿Dónde puñetas estas? —Preguntó desesperada, esperando escuchar su voz de nuevo.

          No oírle más la tranquilizó, eso podía significar que estaba vivo aunque ignoraba en qué lugar.

          Rápidamente recogió los cuerpos muertos y los metió en el yacusi del baño. Puso agua caliente hasta cubrirlos con agua, que se tiñó de rojo, y vació las cinco botellas de sosa caustica sobre ellos. Quiso recoger las espadas y envolverlas en una manta pero tampoco los encontró por allí. Esos malditos vampiros no podían seguir vivos... Entonces, ¿dónde estaban?

          —Tengo que ponerme en contacto con el cuartel —musitó—. Maldito viejo, ¿por qué tuvo que romper nuestros teléfonos?

          Solo tenía que llegar a su casa. Allí encontraría el terminal que le prestó Antonio hacía años. Seguía funcionando y lo había dejado de usar porque los nuevos eran últimos modelos de una buena marca.

          —Esto no pasaba en otros tiempos —musitó—. Si tan solo hubiera memorizado su número podría llamarles desde cualquier parte.    

          Lo pensó mejor y negó con la cabeza. Hacía más de diez años que no había visto una sola cabina de teléfonos que funcionara.

 

          El que envió a esos dos podía enviar a más asesinos cuando se dieran cuenta de que no informaban sobre su misión. Desde luego lograron sus objetivos, no podía llamarse fracaso a lo que habían hecho, mataron a su objetivo y en total fueron cuatro muertos (o tres si Antonio estaba vivo)... Al pensar en ello se le ocurrió algo muy peligroso.

          Si el jefe de los sicarios sabía exactamente lo ocurrido también estaría al corriente de quién era ella y sería su siguiente objetivo. 

          —Mierda...  —susurró, apartando la mirada de la ventanilla.

          —¿A dicho algo ? —Preguntó el taxista.

          Había cogido un taxi que la llevaba a Madrid.

          —No, no, pensaba en voz alta —respondió.

          El taxista se encogió de hombros y continuó conduciendo. Se quejó de que estaba muy lejos y que le parecía muy poco los trescientos euros en efectivo con los que le había pagado, calderilla si tenía en cuenta lo que llevaba dentro Don Paco en su bolsa de viaje, que usó como si fuera propia. No debió dejarle ver su contenido, decenas de fajos de cien billetes de cincuenta euros, pues le puso los dientes largos. Allí dentro metió también las pistolas—jeringuilla que aún tenían esa sustancia luminiscente. Creyó que Montenegro valoraría positivamente que se las llevara con ella.

 

          El viaje fue sumamente pesado, estaba tan cansada que se quedó dormida a pesar de la banal conversación que trataba de mantener el taxista acerca del tiempo, el fútbol, el presidente del gobierno y sus problemas conyugales. Como era un monólogo, Ángela se durmió.

 

 

          No soñó. Pagó al taxista una buena propina a la puerta de su casa para compensar su falta de conversación y miró el reloj. Eran las dos de la mañana. ¿Debía llamar a Montenegro a esas horas? No tenía sueño, pero era muy posible que si llamaba la harían ir al cuartel.

          Sopesó la posibilidad de esperar al amanecer aunque al recordar que Don Paco estaba muerto se dio cuenta de que debía llamar sin demora.

          —Diga —respondió la voz del comandante.

          —Espero no haberle despertado, señor —respondió.

          —¡No hable por teléfono! Brenda ira a buscarla. Prepárese, llegará en cinco minutos.

          —Señor... —Quería preguntarle si sabía algo de Antonio—. Hasta ahora.

          La tecnología hizo el resto, como sospechaba, usar el móvil marcaba su posición y Brenda supo que debía ir a su casa. Se guardó una pistola en el bolso por si aparecía el enemigo.

          La nave apareció puntualmente en su calle, ocupando los dos carriles de la carretera. Al ser tan tarde no hubo testigos cuando se posó aquel imponente halcón ante ella, en completo silencio. En cuanto entró por la compuerta Brenda volvió a hacerlo invisible.

          Dentro, solo estaba la experimentada piloto y no había nadie más.

          —Abróchate los cinturones, volvemos al cuartel —escuchó que le decía.

          Ángela obedeció y en cuanto estuvo bien sujeta dijo: ¡Lista!

          La antimateria envolvió al aparato y antes de que la niebla verde se materializara, vio que estaban en el hangar del cuartel general del Atlántico.

          —Esto del tele transporte me mola cada día más —musitó, contenta de no tener que soportar otro viaje de horas sentada en un asiento incómodo.

          Se quitó el cinturón y se levantó.

          —No mola tanto cuando llevas a un grupo de soldados atrás como si fueran estatuas de piedra, da mucho mal rollo. Lo que para ti ha sido un momento, fueron cinco minutos de viaje. Ojalá los pilotos también pudiéramos evitar las radiaciones... Pero bueno, es mi trabajo.

          —¿Estatuas de piedra? —Ángela recordó que fue justo lo que le pasó a su compañero cuando le inyectó aquella sustancia luminosa verde en el cuello.

          —¿Sabéis algo de... Antonio Jurado? —Preguntó.

          Brenda sonrió.

          —Eres increíble, gracias a ti le han podido remendar. ¿Tú le pusiste el CDF, no?

          —Supongo que sí, ¿qué rayos era eso?

          —Yo qué sé, pregúntaselo a Black que es el que lo inventó —protestó la piloto.

          Mientras hablaban caminaban hacia el despacho de Montenegro.

          —Entonces ¿está vivo? —Insistió Ángela.

          —Eso me dijeron antes. Cuando hables con Montenegro te podrá al día.

          —Le vi desangrarse, su corazón llevaba minutos sin latir. ¿Seguro?

          —No me preguntes a mí, habla con los genios.

          —Si te digo la verdad, no sabía lo que le estaba inyectando. Creí que era para reanimarle.

          —Sí claro, nanotritos radiactivos envueltos en una miasma positrónica de condensadores de fluzo van a curar a alguien... —se mofó la piloto.

          —¿Qué es lo que has dicho? —Preguntó Ángela.

         Jajaja —se rió Brenda—. Me acabo de inventar una sarta de palabrejas que he escuchado en las películas. Te digo que le preguntes a los expertos, yo qué sé. Lo único que te puedo decir es que esas jeringas congelan en el tiempo al que se lo inyectas y la jeringa emite una señal de auxilio enviando su posición. Por cierto, cuando fui a buscarlo no estabas, me habrías venido bien para cargar a tu compañero al Halcón. No veas como pesa el condenado.

          —Si hubiera sabido que venías... He tenido un viaje muy pesado —recordó al taxista.

          Al fin llegaron al despacho de Montenegro, éste esperaba de pie, mirando por el cristal desde el que podía verse la sala de operaciones con el mapa del mundo.

          —Señor... Hemos fallado —se presentó, pesimista.

          —Ese viejo estúpido se lo ha buscado —murmuró—. Cierre la puerta al salir, Brenda.

          —Quería preguntarle sobre el Halcón 1 —respondió la piloto—. ¿Seguimos sin noticias?

          —Ojalá supiera algo, teniente. Desde que Abby y Alfonso viajaron en el tiempo, no hay ni rastro en los radares, mucho me temo que han caído en una fisura.

          Ángela reconoció esa palabra y prestó más atención.

          —Espero que no la hayan destrozado —musitó Brenda, como si hablara de un objeto de valor sentimental para ella.

          La soldado se sorprendió por sa falta de escrúpulos, Abby y Alfonso podían estar solos sin posibilidad de refuerzos y a Brenda solo le preocupaba que la nave estuviera de una pieza.

          Al verla mirarla con cara de sorpresa, la piloto se excusó encogiéndose de hombros:

          —Fue mi primer Halcón, esa nave y yo tenemos muchas aventuras a nuestras espaldas.

          Dicho eso salió, cerrando la puerta.

          Ángela se puso firme ante su comandante.

          —Me alegro de que esté ilesa —comenzó—. Según el video de infrarrojos que me transmitía Brenda pensé que también caería.

          —¿Nos ha estado observando?

          —El halcón lleva cámaras térmicas. Antonio fue el primero en caer pero apenas en un minuto cayeron Don Paco y sus hombres. Quería avisarla...

          —Nos rompieron los móviles —protestó Ángela.

          —El de don Francisco seguía funcionando.

          La chica no supo qué responder, no se le ocurrió buscarlo entre su ropa.

          —Con el debido respeto, señor, me encargué de limpiar el lugar en cuanto maté a los agresores. Borré toda pista de lo sucedido para que la policía no sospechara....

          —Por acciones como esa me asusta, señorita Dark. Ahora pertenece al EICFD ya no necesita deshacerse de los cuerpos. De eso se encarga el equipo de limpieza. Pero entiendo que tiene un pasado y piensa igual que una asesina. La prudencia nunca viene mal salvo si nos lleva a que nos ha hecho perder una valiosa tarde y nos obliga a hacer cosas desesperadas.

          —Y ahora que ha muerto el que debíamos proteger, ¿Qué puedo hacer?

          —Su compañero Antonio Jurado está en la enfermería. Le dimos de alta hace una hora y quiso esperar a que regresara para volver con usted. ¿Por qué ha tardado tanto en llamar?

          —¿De alta? Pero si estaba muerto... —Su corazón comenzó a latir desesperadamente, no podía creer lo que escuchaba, aunque en el fondo sabía que era cierto.

          —Gracias a usted pudo ser reanimado. De la misma manera que pudimos haber revivido a Don Paco, ya que tenía viales suficientes para lograrlo.

          El alivio no duró mucho al recordar el estado del viejo.

          —Lo dudo, le habían cortado la cabeza.

          Montenegro emitió un profundo suspiro y se volvió hacia ella.

          —De igual modo no debió deshacerse de su cuerpo.

          —Vale, no pensé que fuera importante comentar este detalle pero su cabeza no estaba por allí. La busqué por todas partes. O alguien se la llevó o...

          —Entonces no está segura de que fuera él... Eso nos da una oportunidad de traerlo de vuelta —Montenegro seguía en su mundo como si no la escuchara.      

          Ángela se lo quedó mirando sorprendida.

          —¿Qué pretende hacer para conseguir tal cosa?

 

Continuará

 

 

Comentarios: 6
  • #6

    Chemo (lunes, 24 octubre 2022 01:25)

    La historia está cada vez más interesante, como siempre.
    Por cierto, ¿habrá historia de Halloween este año?

  • #5

    Tony (domingo, 16 octubre 2022 01:34)

    Rodrigo es un vampiro muy antiguo y su poder le permite hacer cosas como convertirse en niebla o cenizas a voluntad.

  • #4

    Alfonso (domingo, 16 octubre 2022 01:24)

    Yo también pensaba que Rodrigo estaba muerto... A no ser que el Rodrigo de esta historia sea otro vampiro haciéndose pasar por el original.

  • #3

    Vanessa (miércoles, 12 octubre 2022 01:58)

    Me he quedado con la intriga de qué pasará.
    Tony, eres un genio escritor.

  • #2

    Jaime (martes, 11 octubre 2022 02:17)

    La historia se pone cada vez más interesante. Ya quiero saber la experiencia post mortem que Antonio contará a Ángela y poder conocer un poco más sobre la fisura,

  • #1

    Tony (jueves, 06 octubre 2022 11:26)

    Empieza a ponerse movida la cosa y no acaba ni de empezar.
    Espero vuestros comentarios.