Antonio Jurado y los impostores

5ª parte

 

         —¿Quién era?

         —No lo sé, puede que nunca lo sepa. Me mostró algo, me llevó como un fantasma por las casas de aquellas familias que los yakuza extorsionaban, sumidos en la extrema pobreza, pagaban religiosamente su tarifa por miedo a la muerte, sin tener qué llevarse a la boca. No eran dos ni tres, sino millares. Mi gente, mi país, dominado por el miedo, llevado a la miseria sin esperanza alguna. Y eran los yakuza los que elegían a los jefes de policía, a los altos cargos que debían poner remedio a sus maldades. El hombre que me mostró aquello me dijo que solo yo podía detenerlos. Y desperté. El dinero lo pudre todo. Por eso le digo, amigo mío... Dice que le falta, que no puede comprarse otro teléfono. Por eso me fío de usted.

         Abigail suspiró y le puso la mano sobre la suya propia, que reposaba en la palanca de cambios.

         —Tenemos que acabar con ellos. Nada en este mundo urge tanto como eso.

         —Con... Con... Con... ¿Con quiénes? —Preguntó, aterrado.

         —Con los yakuza, ¿Es que no ha escuchado lo que le he contado?

         —No sé, podía referirse a los impostores.

         Abigail soltó una risotada.

         —Cuando ellos caigan, los impostores nunca volverán a despertar. Harán sus vidas normales sin hacer daño a nadie.

         Sus palabras sonaron como si estuviera loca. Eran demasiado ambiguas y no sabía cómo entenderlas, ¿morirían o simplemente harían su vida sin volver a matar?

         —No sabe cuánto deseo lo mismo que usted, señora. Pero no me salen las cuentas. Ellos son... Cientos, millares... Nosotros solo dos.

         —No se preocupe, nuestra única prioridad es que hay que encontrar a la Mona Lisa.

         Antonio la miró un segundo, Abigail miraba al infinito.

         —¿Se refiere al famoso cuadro?

         —No, a la madre de los impostores. Sé dónde la tienen escondida.

         —La tendrán muy vigilada, ¿no?

         —Sí, cuento con ello —replicó ella—. He estado entrenando con la katana, les entretendré mientras usted entra.

         —Eso es una misión suicida, tengo familia, dos hijos. No pienso dejarme llevar por un plan estúpido que me lleve al ataúd.

         —El mundo es elegir y tomar decisiones. O me ayuda con mi propósito o le mataré aquí y ahora, porque no puedo consentir que se vaya sabiendo mi plan, ahora que estoy obligada a actuar.

         Antonio temía escuchar algo así.

         —Si me mata a esta velocidad, moriremos los dos.

         —Sí claro, este coche tiene airbag de serie.

         «Hija de puta...» —Pensó, aterrado.

         —No sé si debería contarle esto, puede que sea una estupidez y no le importe en absoluto pero mis hijos me necesitan.

         —Vamos, no quiero hacerle daño.

         —¿Dónde está esa mujer? —Preguntó.

         —En Japón, Tokio, tengo su dirección en mi cabeza.

         Antonio la miró un segundo, iracundo.

         —¿Cómo cree que vamos a llegar allí? ¿En coche? ¿Se da cuenta de lo que me pide?

         —¿Este coche tiene bluetooth? —Le ignoró la mujer oriental.

         —Sí.

         —Conéctelo. Quiero asegurarme de que usted no es un impostor.

         Antonio encendió la radio y vio que ella conectaba su propio teléfono al vehículo. Puso una canción oriental mientras con la mano derecha empuñaba su corta katana. La melodía sonaba suave, embrujadora, casi ceremonial. Sin embargo era agradable y la escuchó de buen grado. En dos minutos sonó la segunda canción y luego la tercera. Condujo en completo silencio, eligiendo calles al azar y verificando que nadie les estuviera siguiendo. Con tanto tráfico era casi imposible de saber de modo que se metió por callejones hasta que por fin la música cesó.

         —¿Lo ve? No soy una marioneta —se quejó él.

         —Mi hijo sí lo era —Abigail rompió a llorar amargamente, soltando la espada y llevándose las manos a los ojos—. Espero que nunca tenga que hacer lo que hoy hice en la puerta de mi casa, matar a mi propio hijo mientras me miraba con esos ojos que parecían inocentes...

         —Tuvo que ser horrible —replicó Antonio, conmovido—. Si la policía le encuentra... Podrían descubrirlo, si es un impostor se darán cuenta por la autopsia. Además su hijo, el auténtico podría estar vivo, ¿no?

         —Nadie vuelve cuando le replican.

         —Vaya putada... Aunque me parece un poco salvaje que le cortara manos y cabeza..

         —No lo entiende, así no podrá levantarse de nuevo.

         —¿Qué hizo con ellas? —Preguntó con miedo.

         —No importa, las puse en su mochila de discos junto con una granada de proximidad. No quiero que le identifiquen, en cuanto la policía la abra, la bomba explotará.

         Al escuchar eso se dio cuenta de que estaba obligado a llamar a Lara y contárselo todo, que no se acercara nadie a ese cuerpo o moriría ella o los que se acercaran al cadáver. Había fallado y encima cobró por adelantado. Seguramente le exigiría la devolución del dinero... Si es que no estaba muerta. ¿Debía avisarla igualmente? Meneó la cabeza como si espantara con eso sus diablos internos. No, era demasiado lista, y con ese poder suyo, al ver al niño muerto y él desaparecido, tomaría sus precauciones antes de acercarse a su cuerpo.

         —¿A qué está esperando? Lléveme al aeropuerto —se sobrepuso Abigail, secándose las lágrimas y señalando hacia delante del coche.

         —¿No se olvida de algo? No tengo dinero para pagar dos pasajes a Japón. Ni siquiera llevo encima el pasaporte. ¿Lo tiene usted?

         —Claro, y el suyo también. Mire, sacaremos una foto en algún fotomatón y la pegaremos en el pasaporte de mi marido. Por la edad podría ser suyo.

         —Los actuales tienen las imágenes serigrafiadas con láser, es casi imposible falsificarlos.

         Abigail le mostró unos pasaportes con letras extrañas. Esos sí llevaban las fotos pegadas y estaban en vigor.

         —¿Y el dinero? —Insistió.

         —Yo lo pagaré —respondió Abigail—. ¿Sabe llegar al aeropuerto? Tenemos que salir por la Terminal 4.

         —Es un suicidio, no pienso marcharme. No le he dicho nada a mi familia, creen que he empezado un nuevo trabajo y...

         —No se preocupe, es más importante esta misión.

         —¿Y si le digo que existe una forma de entrar sin ser vistos?

         —¿Puede volverse invisible? —Se burló la mujer.

         —En efecto. Pero no tengo mi teléfono que era donde tenía apuntados los números de los que podían ayudarnos con eso —se rascó la cabeza con nerviosismo—. Y ahora parezco un estúpido hablándole de algo que parece imposible y que encima no puedo conseguir.

         —Disculpe mi reacción, los teléfonos de hoy día son peligrosos si, como yo, no queremos que nadie me encuentre —musitó Abigail—. Sé que pueden usarlos para localizarte. Por eso uso estos viejos, sin internet ni nada por el estilo.

         —Entiendo que quiera mejorar el mundo y que crea que yo puedo ayudarla, pero si va a matarme, hágalo ahora. Yo no pienso suicidarme. Aquí encontrarán mi cuerpo, mi familia sabrá qué me ha pasado. Si vamos a Japón, nunca volverán a saber de mí.

         Abigail suspiró cuando Antonio se detuvo en un semáforo. Agarró su katana y desenvainó medio filo para jugar con su reflejo. Por un momento él creyó que le mataría pero al ver las lágrimas de la mujer oriental supo que le resultaría difícil.

         —Tiene familia, la ama... Y no parece temer a la muerte. Sabe que le echarán de menos pero no está comportándose como un hombre que se aferra a la vida. Soy soy una mujer, podría intentar echarme del coche... ¿Qué le hace desear la muerte y que los suyos además lo sepan?

         —No quiero morir... A veces —reconoció—. Soy una carga para los míos, no tengo trabajo, escribo pero no vendo una mierda. Además han despedido a tantos por el coronavirus que es casi imposible que encuentre algo ni siquiera como mozo de almacén. Acepté ayudar a su hijo porque ganaría unos billetes ayudando a una mujer policía. Ella sabía que iba a terminar así y quería que yo lo evitara y la ayudara a dar con el culpable. Bueno, creo que usted lo mató así que si pudo matar a su hijo de esa manera tan cruel, imagino que yo no seré tan difícil de asesinar.

         —¿Por qué no lucha? —Insistió Abigail.

         —Supongo que aún tengo la esperanza de que me deje marchar. Si me enfrento a usted lo más seguro es que termine muerto.

         Abigail extrajo su acero y le puso el filo en el vientre. Con la mano derecha apoyada en la empuñadura y sin el menor esfuerzo rasgó su camiseta. Pero se detuvo. Sus manos temblaban en el volante, los coches de atrás comenzaron a hacer sonar sus claxon porque el semáforo de delante se puso verde y continuaba parado, casi como su aterrado corazón.

         —¿A qué espera para matarme?

         —No, esa no es mi intención —replicó ella. Guardó la katana—. Por favor, déjeme en el aeropuerto, me las apañaré sola.

         —¿Me dejará marchar? —Preguntó incrédulo.

         —¿Cómo supo esa poli que mi hijo moriría de esa manera? Bien sabía lo que hacían al solarlo, querían que usted llegara a mí. Los impostores le han enviado a... ¿matarme?

         Antonio se puso blanco al sentir el afiladísimo filo de aquella extraña katana de cristal metalizado en el cuello.

         —No sé de qué me está hablando, yo tenía que mantener a su hijo con vida y he fracasado.

         Abigail paseó el filo por debajo de su barbilla produciéndole un leve corte en la piel. Como consecuencia de ello Antonio se puso a temblar de pies a cabeza y comenzó a llorar.

         —Le juro que no miento.

         —Veremos —siseó la mujer—. Arranque, lléveme al aeropuerto.

         —De acuerdo... Gracias —estaba tan asustado que no sabía qué decir.

         Uno de los conductores de atrás se bajó del coche y caminaba hacia su ventanilla cuando él volvió a arrancar y lo dejó atrás. El semáforo se puso rojo y el tipo cabreado soltó una queja a voz en grito: "¡Joder!".

 

         Durante un buen trayecto no cruzaron más palabras. Antonio solo pensaba en volver a casa y abrazar a sus hijos y su mujer. Aunque Abigail tenía razón, si él moría, tendría una boca menos que alimentar y esos dos amigos suyos podían quedarse y tarde o temprano encontrarían algo, la ayudarían con los niños... No se quedaría sola. Cuando llegaron pensó que ella le había traicionado, que pretendía que se enojara tanto que se fuera de casa. Pero tuvieron una conversación en la que ella le suplicaba que no se fuera. Que los venezolanos no podían seguir en Venezuela por la situación del país y que pronto se marcharían.

         Entendió que no le estaba engañando, que de verdad estaban allí por necesidad y trató de llevar lo mejor posible su estancia. Pero lo de hacienda,... ¿Cómo se enteraron de que tenía ese dinero en un banco de Suiza? Los quince mil euros mensuales le llegaban todos los meses a través de Western Union, el gobierno no podía controlar sus ingresos porque no tenía cuenta bancaria en España y siempre guardaba el dinero en billetes en casa y otros apartados postales dispersos por Madrid. Pero lo sabían todo. ¿Quién pudo delatarle? Nunca lo sabría y a esas alturas, de nada iba a servirle, ya no tenía nada. Sus principales sospechosos eran los del EICFD, unos viejos conocidos por intentar asesinarle en el pasado y que había logrado esquivar varias veces.

         Entonces pensó que pudieron ser los propietarios de la gestoría que le hacía los envíos. Eran los únicos que podían y además fueron los que mayor tajada sacaron. Les había regalado pisos de Paris, Hannover, Frankfourt y Roma que valían cerca de cuarenta millones de euros por pagar una deuda de dos. Además fueron muy oportunos llamándole cuando él no sabía cómo evitar la cárcel, a un día de ser enchironado.

         Apretó el volante con fuerza y apretó los dientes. Se la habían jugado pero bien. Ahora no podría demostrarlo ni recuperar lo que era suyo.

         —¿Qué le pasa? —Preguntó Abigail.

         —Nada, ¿por qué?

         —Es que va a ciento cincuenta y esta carretera es de noventa.

         —Mierda —levantó el pie del acelerador. Estaban en la M—30 y como estaba despejada y su pulso se había desbocado, pisó con fuerza sin darse cuenta.

         —No tiene por qué terminar mal —continuó la mujer oriental—. Si voy sola, no lo conseguiré. Pero con su ayuda —se encogió de hombros—, nadie le conoce, puede pasar por turista, ni siquiera parece poli. No sabe japonés. Siendo español seguro que su nivel de inglés es el de un primate.

         —Bueno, algo sé —respondió ofendido.

         Abigail le hizo una pregunta en anglosajón que no fue capad de entender.

         —Vale, puede que mi nivel sea bajo. Pero no es el de un mono.

         —No se ofenda. Quería decir que es la persona menos sospechosa del mundo.  Usted,... puede entrar en una central nuclear poner una bomba y salir alegando que pensaba que sus hijos estaban de excursión por allí. Lo único que necesita es no saber lo que está haciendo.

         Antonio no sabía si sentirse halagado u ofendido.

         —Le pagaré —abundó Abigail.

         Aquella oferta le interesó de verdad, la miró y esperó una buena oferta.

         —¿Cuánto? —Preguntó.

         —He estado ahorrando durante años para este momento, no puedo ofrecerle demasiado. ¿Diez mil euros?

         Esa cifra era jugosa pero jugarse la vida por menos de una de sus mensualidades habituales no le parecía demasiado tentador.

         —Quince mil —exigió—. Por adelantado. No quiero que me prometa dinero y luego si te he visto no me acuerdo, o si... La matan, me quedo en Japón sin nada.

         —Está bien, le habría pagado cincuenta mil. Trato hecho.

         Sacó un sobre de su sostén y contó treinta billetes. No era un farol, en el fajo que le quedaba podía ver a ojo más del triple de lo que le dio.

         Antonio los agarró sintiéndose como un estúpido. Quiso preguntarle si aún podía pedir más pero era lo pactado. En su situación actual, quince mil euros equivalían a un año de trabajo de Brigitte, libre de gastos y facturas, aunque volvía a ser dinero negro que tendría problemas para explicar al fisco. Al menos era oxígeno, tiempo de buscar algo más duradero y estable.

         —Ahora que somos... Socios, puede contarme qué le pasa. ¿Tiene problemas en casa? —se interesó Abigail.

         —No, supongo que lo normal en todos los matrimonios. Por cierto, ¿cómo pretende pasar esa katana por el detector de metales?

         —Digamos que... Es indetectable. Es una aleación extraña que lo aproxima más al diamante que a un metal.

         —Debe ser cara —replicó él, fascinado.

         —No existe otra como esta en el mundo —replicó, orgullosa.

         Ella volvió a extraer parte de su hoja. Tenía razón, su brillo era mucho mayor que si fuera simple metal. Entonces recordó la leyenda urbana de que una katana nunca debe desenvainarse si no se va a utilizar para matar a alguien. ¿Le hirió por eso? La herida seguía abierta y salía sangre en un hilo que ya le mojaba el cuello de su camisa. Por suerte era ropa negra y no se notaba.

         —Debería comprar un teléfono y pedir un duplicado de tarjeta, tengo que avisar a mi mujer.

         —No puede decirle a nadie dónde está —prohibió Abigail—. No hasta que la encontremos.

         —¿En serio? Tardaremos semanas.

         —Los yakuza están por todas partes. No quiero arriesgarme a que nadie sepa a dónde vamos.

         —Vale, entonces cuénteme quién es esa Mona Lisa y cómo es posible que sea la madre de todos esos impostores que andan por ahí.

         —Es la mujer más vieja de la Tierra, dicen que tiene mil quinientos millones de años. Aunque en realidad no es humana.

         Antonio la miró extrañado.

         —¿Cómo? Si los dinosaurios empezaron a existir hace unos trecientos millones. ¿Cómo va a ser tan vieja?

         —Es lo que dicen.

         —¿Me estás diciendo que esa mujer ha campado por la Tierra sola, todos esos años?

         —No, apareció en 1976. La trajeron del espacio, encontrada en la cara oculta de la Luna, los investigadores de la NASA descubrieron que no estaba muerta, sino en un profundo estado de hibernación. En la misma nave donde apareció, vieron unas vasijas extrañas triangulares que producían una especie de leche amarilla. Trajeron a la Tierra todo lo que encontraron y cuando le quitaron todos los cables, que tenía en la cara, probaron a dársela y comenzó a recuperarse.

         Antonio soltó una risotada.

         —Venga ya.

 

 

 

Comentarios: 9
  • #9

    Yenny (viernes, 09 octubre 2020 01:01)

    Espero que todos esten bien.

  • #8

    Vanessa (sábado, 03 octubre 2020 01:31)

    Menudo lío en que se se ha metido Antonio. Yo también estoy interesada en saber cuál es la relación entre Alastor y Mona Lisa, si es que la hay. Quizá Mona Lisa sea la madre de la humanidad. Uno nunca sabe.

  • #7

    Chemo (jueves, 01 octubre 2020 17:44)

    La historia se está poniendo más interesante de lo que esperaba. Antonio debería ser más listo e ir a la base del EICFD a por armamento táctico para rescatar a Mona Lisa.

  • #6

    Tony (miércoles, 30 septiembre 2020 18:02)

    Alfonso, estas completamente en lo cierto. Siempre se habla del tema como un bulo. Pero hace diez años se negaba cualquier tema relacionado con temas de aislamientos OVNI. Y hace muy poco la NASA reconoció que muchas de ellas eran reales.

  • #5

    Alfonso (miércoles, 30 septiembre 2020 14:46)

    Ya tengo curiosidad sobre Mona Lisa. Acabo de investigar en internet y tal parece que la misión lunar de 1976 es un fraude montado. Os dejo la página de Wikipedia que habla sobre el tema.
    https://es.wikipedia.org/wiki/Bulo_del_Apolo_20
    También se me hace bastante inverosímil que una asesina como Abigail confíe de esta manera en un civil como Antonio. Es mucho más fácil que la pillen al tener que cargar con alguien que aparentemente no tiene experiencia militar. Aunque podría usarlo como escudo humano, no creo que sirva de mucho ante una organización como los yakuza.
    En fin, habrá que ver cómo se desarrolla la trama.

  • #4

    Tony (miércoles, 30 septiembre 2020 02:30)

    (En serio, estoy muy bíblico... Buscad y hallaréis, habla ahora o calla hasta la siguiente parte... ¿Se me noten las ganas de empezar el relato de Jesús?) XD

  • #3

    Tony (miércoles, 30 septiembre 2020 02:28)

    Las casualidades no existen, querido Jaime jeje.
    Sobre Mona Lisa, pronto tendréis más información. En esta historia, puede Alastor y los dioses antiguos no pinten nada. Mona Lisa es muchísimo más antigua.
    Por cierto, os invito a bucear por internet. Esta historia, como todas, está basada en hechos reales.
    Buscad y hallaréis.

  • #2

    Jaime (miércoles, 30 septiembre 2020 02:14)

    Y qué casualidad que de entre todas las personas, Abigail decidió confiar en Antonio Jurado.
    Supongo que Jesús le dijo en su sueño: confía en el español que te traiga al impostor de tu hijo.
    Por cierto, ¿quién será Mona Lisa? Lo más probable es que sea la hermana de Génesis, o algún otro dios de la Antigüedad que gobernó al mundo junto a Alastor. También me pregunto cómo es que Alastor no movió sus influencias para quedarse con Mona Lisa.

  • #1

    Tony (martes, 29 septiembre 2020 02:52)

    Ahora es tu turno, habla ahora o calla hasta la siguiente parte.
    Espero que todos estéis bien.