Las crónicas de Pandora

Capítulo 38

 

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           Durante la ascensión por el túnel de ventilación le contaron que Alastor les vio llegar apenas aparecieron y puso en alerta a todos, en el cuartel. Fue una batalla terrible que ganaron únicamente por el factor sorpresa. Pero él no fue lo bastante ágil y lo mató de un solo derechazo mientras el dardo del compuesto congelante le impactaba en el cuello. A toda prisa le colocaron un cinturón anti gravitatorio y se lo llevaron de vuelta a los conductos de ventilación. Después de dejarlo en la nave regresaron atrás en el tiempo para ejecutar el comando 411.

           —¿Qué pasó Capitán? ¿Cómo caí? —Preguntó Antonio.

           —Una misión arriesgada. Alastor se centró únicamente en ti —explico John como si le molestara contestar—. Vanessa, comprueba los anclajes de la nevera de Alastor.

           —No me vas a negar que has disfrutado viéndome reventado —tentó Antonio, con media sonrisa.

          John le miró unos segundos. Su rostro de piedra no delataba ninguna emoción pero sus ojos parecían sorprendidos, aunque era difícil leerlos.

           —No es para bromear con algo así, es un milagro que estés vivo. Eres el único que no ha tenido que matar a un compañero.

           No esperaba una respuesta así, John no le apreciaba pero tampoco parecía guardar sentimientos por nadie. Sin embargo esa actitud reflejaba un trauma que, al fin y al cabo, demostraba que también era humano. Ahora se preguntó cómo se habría sentido morir a manos de Alastor.

           —Cuando despierte Alastor será muy peligroso —opinó Antonio.

           —Contamos con ello, no pienso desactivar su campo de antimateria hasta que esté a buen recaudo ante el comandante Montenegro. Que nadie se acerque a su nevera, ¿entendido? —Aunque las palabras eran para todos, le miró solo a él..

           —¡Mierda! ¡Pero qué cojones! —Escucharon proferir a Vanessa.

           Todos se volvieron hacia ella. Se había metido en la bodega de carga y corrieron empujándose por el estrecho pasillo para llegar antes a ver qué pasaba.

           —¿Algún problema? —Preguntó el capitán.

           —Creo que no estamos solos en esta nave —protestó la soldado—. Pero es imposible… ¿Quién sabe que de nuestra misión? Los únicos seríamos nosotros, quizás un posible comando 411 adicional…

           —Pero, ¿qué demonios ha pasado? —Preguntó John.

           El capitán Masters se apresuró a acercarse al ataúd de metal y se asomó a su interior por el ojo de pez. Lo que vio le dejo helado. En todo el tiempo que llevaba conociendo al capitán, Antonio nunca antes le vio tan asustado y contrariado.

           —¿Quién trajo al comandante general? —Preguntó Vanessa—. ¿Cuál es el límite de protocolos de emergencia?

           —Me temo que los que sean necesarios —replicó sombrío John, que le dedicó una extraña mirada cargada de odio.

           Antonio estaba intrigado. ¿Qué demonios había pasado dentro de esa nevera?

           —Señor, acabamos de llegar. Le juro que yo le encerré en perfecto estado —alegó Jaime, con voz temblorosa.

          —Tranquilo —respondió el capitán con escalofriante tono paternal—. No dudo de tu palabra, soldado.

          —No pudimos ser ninguno —protestó Lyu, mirando alternativamente a John y a Antonio—. Y menos él, que acaba de volver.

           —Pues eso no es lo que veo —refunfuñó John, furioso.

           Jaime se asomó y puso cara de asco.

           —¿Pero qué pasa? —Preguntó Chemo.

           —Alguien ha abierto la cámara y no quiere que Alastor vuelva de entre los muertos —explicó Vanessa.

           Uno a uno, fueron asomándose al agujero hasta que le tocó el turno a Antonio.

           Dentro solo vio trozos de vísceras chamuscadas. Quien quiera que lo matara, se aseguró de no dejar un resto sin calcinar a los gusanos.

           —La nave está sin batería —explicó Brenda—. Quizás podamos volver a intentarlo cuando se recarguen, puede que Alastor se despertara y nos matara y el superviviente vino a salvarnos de él.

           —No, esto no es cosa nuestra —razonó Lyu al acercarse a los restos y examinarlos con calma. Nuestros fusiles de plasma no tienen este modo de disparo tan demoledor. Es obra del arma de Ángela Dark. Es la que tiene el fusil original, robado a los grises, los nuestros son menos letales.

           —¿Deberíamos volver a ejecutar el protocolo y cazar al cabrón que ha hecho esto? —propuso Jaime.

           —Os digo que ha sido ella —insistió Lyu—. Si estoy en lo cierto, no nos ha matado, lo que significa que sigue aquí y no pretende matarnos.

           Guardaron silencio esperando que tras esas palabras hubiera alguna respuesta. Pero no sucedió nada.

           —Si no ha sido ella deberíamos ejecutar el comando 411 para eliminar al que lo haya hecho —propuso John.

           —¿Matarnos a nosotros mismos otra vez? —replicó Chemo—. No, gracias.

           —No tenemos margen de error —murmuró el capitán, pálido—. Lo dejó muy claro el comandante. O vuelve Alastor o el EICFD será borrado del mapa.

           —Estoy con Lyu, ha sido Ángela —intervino Antonio.

           Todos le miraron con curiosidad y cierto escepticismo.

           Al mirarse entre ellos, Antonio asintió.

           —Sea quien sea, ha logrado hacerse invisible y viajar con nosotros sin que podamos verlo.

           —No puede ser, aquí no hay nadie más —protestó Chemo, mirando en todas direcciones—. Sigo teniendo activado el visor y no hay ningún escudo de alta frecuencia en mi rango de visión.

           —Si ha sido ella, nos está escuchando —añadió Lyu—. Debería explicarnos sus razones.

           —Está siguiendo instrucciones más secretas de Montenegro —razonó Antonio—. Esto podría ser parte de su plan.

           —Es ridículo, nos lo dejó muy claro, quiere a Alastor vivo —protestó enérgicamente John—. ¿Por qué dar órdenes contradictorias?

           —Me habéis pillado —respondió una voz femenina desde una esquina de la nave donde no había nadie.

           Al mirar todos hacia allá, Ángela apareció ante ellos, sin traje de grafeno, sin dispositivos de ninguna clase, simplemente armada con su rifle de plasma y vestida con sus leggings negros, camiseta ajustada del mismo color cinturón y cincha de cuero de la que colgaba su fusil de plasma con carcasa blanca nacarada. Tenía un pie sobre el asiento de delante con actitud de joven rebelde y sonreía con seguridad.

           —Antonio está en lo cierto, Montenegro me ha dado instrucciones muy contradictorias, tengo que matar a todos los consejeros antes de que ejecuten la orden de desmantelamiento del EICFD. De momento solo he podido eliminar a uno, pero creo que no debí hacerlo. Montenegro no sabe de la misa la media, de hecho.... Al saber que veníais a rescatar a Alastor supe que era un grave error. No podemos volver a exponernos a su control otra vez. Es un maníaco, llevará a este equipo a hacer cosas inaceptables, al menos para mí.

           —Pero Montenegro nos dijo... —Insistió John.

           —Solo dijo lo que teníais que oír, yo también estaba allí, aunque es natural que no lo recuerdes ya que escuché vuestra conversación desde el ordenador del consejero que liquidé. En ese momento tenía muy claras las órdenes pero digamos que algo importante ha cambiado. Piensa un poco John, Montenegro te dijo que teníais que recuperar a Alastor por orden de la Consejera italiana, estaba harta, asustada y desesperada. El comandante solo quería mantener las formas, evitar conflictos.

           —¿En serio? —Replicó John, incrédulo—No te creo, él nunca te daría plenos poderes.

           —Pero los tengo, John —se regodeo Ángela—. Acceso completo a todas las instalaciones y redes de la base. Me dijo que hiciera lo que fuera necesario para arreglar todo este jaleo y eso es lo que haré. Yo solo quiero dinero y no tener responsabilidades. Deseo salir de compras y gastar en lo que se me antoje sin límites en mi tarjeta de crédito. ¿No es lo que piensas de todas las mujeres, John?

          El capitán se puso colorado como un tomate, evidenciando que no se equivocaba.

           —¿Cómo te has hecho invisible a nuestros visores sin un dispositivo de camuflaje óptico? —Preguntó Chemo, sorprendido.

           —No te importa —fue su escueta respuesta.

           —¿Cómo que no? —Insistió Antonio.

          Al hacerlo le miró con fastidio y reproche implícito.

           —Digamos que encontré algo que había perdido.

           —¿El traje? —intentó adivinar.

           —No, eso fue un invento de los pleyadianos para que gente como vosotros pudiera usar su poder interior. Yo ya no necesito esos artificios.

           —¿No lo destruiste al hacer frente a Arita?

           —Eso pensaba, pero me encontré a un personaje que me ayudó borrar ese bloqueo de mi mente. Resulta que los grises no son nuestros enemigos ancestrales sino los pleyadianos.

          Ángela se incorporó y caminó hacia ellos con gesto retador.

           John agarró su arma y la apuntó a la cara.

           —Eso lo explica todo. Te han poseído ¿Eres una alienígena?

           Ángela alzó la mano como si espantara una mosca, el fusil de John salió despedido hacia ella. En lugar de apuntarle, lo dejó colgado en el armero.

           —Los que nos han engañado todo el tiempo son los pleyadianos. Los grises son los antiguos habitantes de Marte, los últimos que quedan. Viven de prestado en nuestro planeta. En los años 40 pactaron con los Estados unidos y tienen varias colonias en la Tierra. A cambio, proporcionan armas y tecnología, pero como nuestros científicos no la entendían, el consejo exigió algo más a cambio de darles asilo.

          —¿Cómo sabes tú… —Preguntó John, intrigado, pero Ángela le cortó.

          —¿Qué exigieron? —Increpó Antonio.

          —Un híbrido.  ¿Adivináis quién fue?

          —Ni puta idea —replicó Chemo, entre risas.

          —Jesucristo —probó Vanessa.

          —Mujer, él nació hace dos mil años… ¿Cómo iba a ser ese? —Corrigió Lyu.

          —Chica, yo qué sé —se defendió su compañera.

          —Tesla —propuso Antonio.

          —Exacto —aplaudió Ángela—. Nikola Tesla.

          —Eso no es información del más alto nivel, eso no lo sabía ni yo —replicó John—. ¿Qué pruebas tienes para lanzar tales afirmaciones?

          —No las necesito—respondió Ángela, asqueada—. Lo sé. ¿Sabéis quién acabó con la atmósfera y el gigantesco océano que rodeaba Marte? Los pleyadianos. Mejor dicho, corrompieron la sociedad de Marte hasta que se volvió carroñera, igual que un parásito, tal y como hacen con nosotros. Ponen en el poder gente mezquina y podrida que solo piensa en su dinero mientras llevan las riendas de la humanidad directa al barranco del Apocalipsis.

           —Eso no tiene sentido —bramó el capitán—. Nos dieron los trajes, nos permitieron vencer al planeta espacial que nos enviaron los grises.

           —Cuando lograron construir esa monstruosidad —continuó Ángela—.  Pensaron que la Tierra ya no era necesaria, pero sí sus recursos. Entre ellos una buena cantidad de esclavos humanos. Por suerte les dimos una patada en el culo gracias a quienes todos sabemos.

           —¿Dónde está ahora ese "amigo" tuyo? El gris que te controla. Para tener el poder del traje no pareces en tus cabales. Hay que matarlo o no volverás a razonar —apremió John.

           —No te molestes, yo misma lo maté —replicó como si no tuviera importancia—. No he dicho que me fie de ellos, pero eso no quita que ahora no vea la verdad limpia y sin artificios. Son unas criaturas débiles y, en cierto modo, prescindibles. Tienen un sexto sentido, literalmente hablando, pueden comunicarse a kilómetros de distancia, y no con palabras, transmitir sus vivencias como videos en realidad virtual, porque usan ondas electromagnéticas para comunicarse, de hecho les cuesta emitir ruidos que podamos escuchar. Lo hacen de forma muy curiosa, el que yo vi tenía una graciosa voz de niña. Para ellos morir es una liberación, lo único que les importa es el conocimiento que han adquirido.

           —Eso los hace muy peligrosos —bufó Jaime—. No temen a la muerte.

           —Unos cabrones hijos de puta —comentó John.

           —Desde luego dudo mucho que lo sean. Su madre no necesita que la fecunden —respondió Ángela, encogiéndose de hombros.

           —¿Cuál es tu plan entonces? —Preguntó el capitán—. ¿Matar a los pleyadianos?

           —No, que va, ellos son pacientes, pueden vivir para siempre y ya han colocado sus figuras en el tablero del mundo. Confían en nuestra auto extinción. El objetivo es acabar con Rodrigo. Debemos ir a por él antes de hacer cualquier otra cosa.

           —¿Cómo matarías a una criatura hecha de aire? —Preguntó Antonio—. Dicen que se transforma en niebla a voluntad.

           —No es tan poderoso, si pude matar a Alastor, que era su padre de la oscuridad, él no será mucho más difícil.

           —Si eres tan poderosa —intervino Antonio—, ¿Por qué no vas y lo matas allá donde esté?¿No puedes encontrarlo?

           —Lo tengo en tareas pendientes. Ahora tenemos que evitar fisuras temporales. Y hay una que está a punto de producirse, una demasiado peligrosa.

           Abby y Alfonso —recordó Brenda—. Con tu ayuda será coser y cantar, podrás encontrarlos.

           Ángela negó con la cabeza.

           —No me opongo a eso, pero pronto olvidaréis que recuperé mis poderes y no debéis contar con ellos.  Si esos dos no logran borrar su paso por el pasado, pueden generar una realidad paralela y eso no es bueno. Sería una puerta abierta al regreso de Arita, cosa que prefiero evitar.

           —¿Quién? —Pregunto Chemo.

           —La momia de la Luna —recordó Antonio.

           —¿Por qué la temes tanto? —Preguntó Lyu—. ¿No la mataste ya?

           —Se creía la creadora de la vida, la diosa primigenia, y además odia las realidades alternativas. Tiene poder para eliminar todas las fisuras alternativas a ella con un simple chasquido de dedos. Si en esa otra línea descubre esta otra, no dudará en eliminarnos sin enterarnos. Si aún no lo ha hecho es porque aún no se ha producido la fisura.

           Todos guardaron silencio preocupados por su reflexión. Brenda examinó el panel de energía de la nave y chasqueó la lengua.

           —Necesitamos tres horas más para que se carguen las baterías. Espero que tengamos claro el destino. Podríamos volver a casa con lo que ya hay, estamos al 60% pero si queremos viajar al pasado remoto toca descansar un buen rato.

           —¿Por qué no haces que se carguen ya? —Preguntó Chemo a Ángela.

           —Te lo repito, no contéis con mi poder.

           —Bien, tengo ganas de descansar un rato —aceptó Jaime—. La verdad es que no paramos.

           —No nos vendrá mal a ninguno —apoyó Chemo.

           —Más vale que no nos la estés jugando —amenazó el capitán.

           Ángela sonrió como si no le afectara.

           Antonio no estaba cansado. No era de extrañar, ya que apenas había salido de la nave y dado un pequeño paseo. Ellos, en cambio, habían rescatado a Alastor y después ejecutado el protocolo 411, llevaban horas sin descansar.

           

           El halcón tenía tres dependencias de cuatro camas individuales, pensadas para el personal de la tripulación, que a lo sumo podían ser doce personas. Se repartieron sin decir nada, cada uno eligió la estancia que quiso. Antonio y Ángela solos al primero, Chemo, Jaime, Lyu y Vanessa al segundo y John con Brenda al tercero. En realidad cuando vieron que no entraban todos en el del medio, se quedaron mirando porque no cabían y primero se fue John al de cola, seguido por Brenda y luego se fueron Antonio y Ángela al de proa.

           Apenas se quedaron a solas en su camarote hizo amago de besarla pero ella se quedó impasible como una estatua y él tuvo que frenar sus impulsos.

           —¿Qué pasa?

           —¿Ya no te gusta la chinita? —Disparó Ángela su dardo envenenado.

           —¿Qué?

           —Sé lo que pasó en el vestuario. Quería darte una sorpresa cuando se fueran todos pero tú te quedaste a solas con ella. No hicisteis nada porque ella no quiso.

            Ángela estaba muy seria, aunque no furiosa.

           —Me pidió que la ayudara… Dijo que no podía abrocharse el sostén.

           La mujer morena bufó con una risa de burla.

           —No seas necio, de sobra sabes que puede sola. No me vengas con que te lo pidió amablemente y no pudiste negarte.

           —No podía pensar con claridad.

           —Dijo que tú la deseas. ¿Eso es cierto?

           —Bueno,… Negarlo sería una estupidez.

           —Vale, eso es lo que necesitaba escuchar. No me molestes, cada uno a su catre.

           —Pero te juro que… A ver, claro que la deseo, también Vanessa tiene un cuerpazo que por suerte para todos no exhibe como si fuera pescado en el mostrador de un supermercado, así hace Lyu. Joder, no soy de piedra.

           —Sé lo que pasa contigo, estás conmigo por sexo —replicó Ángela tranquila—. No hay compromiso, no quieres llegar más allá porque yo tampoco he dado pie a que pienses tal cosa. Es algo que no me parece mal del todo, hasta ahora yo respetaba nuestra relación porque no me apetecía irme con otros, pero veo que para ti solo soy un folleteo asegurado.

           Antonio suspiró sabiendo que poco podía decir si quería arreglar la situación.

           —No te preocupes, he escarmentado, no pienso leerte la mente —continuó ella—. Prefiero ser ignorante que ver lo que pasa por la cabeza de todo el mundo.

           —Iba a decirte que... Te he echado de menos —se encogió de hombros, con el corazón metido en una sartén ardiente, dolido y en carne viva—. He deseado a esa chica, es cierto, es una auténtica maestra de la seducción, sabe cómo atontar los sentidos con un simple gesto. Pero no pienses ni por un momento que no te quiero. No puedo evitarlo, me gustan las mujeres y cuando veo una que enseña… Más de la cuenta… Se me nubla la razón.

           —¿Y crees que yo no deseo a otros chicos? —Preguntó ella, melosa—. No se puede evitar, es instinto. Ver a mis compañeros a diario,  tan fuertes, tan musculosos, tan guarros que no hacen más que proponerme sexo… Es tan fácil rendirse a los instintos… Lo difícil es resistirse.

           —Yo solo sé que te quiero, y que me gustaría... Estar seguro de que puedo hacerte feliz, que seríamos una pareja perfecta, que mis hijos te van a querer como a su madre y que tú vas a quererlos igual.  Pero sé que no te agradan, en realidad ningún niño, y no te van a gustar ahora.

           —Es exactamente lo que te he dicho —replicó Ángela, sin emoción en sus palabras—. No somos más que un rollo, cualquier paso que demos no sería correcto. ¿O quieres que lo hagamos oficial?

           —¿Yo? —Se extrañó él—. Claro que... Quiero. ¿Y tú? —Preguntó con miedo.

           —No, definitivamente no —respondió ella, sin pensar.

           Antonio notó que se le nublaba la vista. Su corazón se detuvo y tuvo que revivir el momento en que su ex mujer le dijo, sin lugar a dudas, que su relación estaba terminada. No se atrevía a hacer la siguiente fatídica pregunta, "¿ya no quieres seguir conmigo?".

           —Tienes razón, detesto los gritos de los niños —continuó ella—. Me dan ganas de estrangularlos. Odiaría fingir que somos una parejita de parque, paseando un perrito, igual que dos enamorados más del mundo... Me repatea el estómago solo de pensarlo. Mucho más si me imagino envejecer con una panda de nietos subiéndose por mis piernas y teniendo que aguantar tus chocherías, tus ronquidos,... Tus manías de viejo. Que por cierto ya empiezas a tenerlas.

          —¿Qué? —Protestó él.

          —No creas que no sé lo que escondes, pervertido.

          —Joder, me das miedo —replicó él preguntándose exactamente a qué se refería.

          En realidad escondía muchas cosas que le encuadraban en esa categoría de persona y quería saber a cuál exactamente. Tenía una colección de cuarenta revistas pornográficas de los años 80's y 90's.

          Cuando ere joven existían kioscos de periódicos en las calles, unas cajas de cristal con muchas revistas, toda la prensa diaria y no podían faltar sus secciones de revistas con chicas ligeras de ropa, que era imposible ignorar cuando pasaba junto a ellas.

          A los dieciséis años se atrevió a usar su paga mensual para comprar algunas revistas. Iba aprovechando que su madre no estaba en casa y llevaba la carpeta del instituto con el fin de poder ocultarla dentro. Le daba una vergüenza terrible pedirle al quiosquero el magazine de turno, que lo elegía juzgando su portada. Cuando llegaba a casa la escondía debajo del colchón, entre libros o cualquier sitio alto que su madre no pudiera alcanzar. Y cuando podía se iba al baño con ella, a escondidas entre el pantalón y la camiseta, la estudiaba fugazmente pasando páginas y contando la cantidad de chicas desnudas que venían en ese ejemplar. Casi nunca llegaba al final porque se masturbaba antes y después se sentía terriblemente culpable y sucio, por lo que la terminaba tirando a la basura por miedo a que su madre se la encontrara. El ciclo se repetía cada mes cuando veía nuevos ejemplares que parecían llamarle desde las estanterías de la calle. Algunas veces era una morena con lencería de leopardo, o Samanta Fox, o una desconocida de ojos chispeantes que casi mostraba la entrepierna con un bikini tan escaso de tela que parecía un milagro que no se le viera nada. Finalmente, recibía su paga a principio de mes y parte de ella se iba con una de esas revistas.

          Con la desaparición de los kioscos de periódicos se acabó esa extraña y embarazosa costumbre. Recordaba con melancolía esos momentos prohibidos y secretos que jamás le había contado a nadie. Sentía que esa parte prohibida del mundo estaba muerta, internet mató los videoclubs y también las revistas eróticas. En los tiempos actuales bastaba encender el móvil, entrar en la página de turno y una selección de chicas tremendamente atractivas, de cuyos nombres no podía acordarse, estaban desnudándose para él en vivo y en directo. Gratis y en cuestión de segundos. 

          Cuando se separó de la madre de sus hijos se prometió dos cosas: No volver a mencionar su nombre jamás y darse todos los caprichos que pudiera permitirse. Fue por esa razón que compró aquellas revistas de, precisamente, esos años en los que las compraba a escondidas. Lo hizo porque necesitaba volver a nacer, sentirse joven e ilusionado y ciertamente, hojearlas y evocar los recuerdos de aquella época.

          Volvió al tiempo presente y se atrevió a preguntarle.

           —¿Qué es lo que escondo?

           —Bien lo sabes, granuja.

           Antonio la miró sorprendido y preocupado por lo que aún le faltaba por oír.

           —Hay que estar muy loca, o muy enamorada para que, a pesar de todo, siga contigo.

           Antonio volvió a respirar como si le hubieran inyectado una sobredosis de vida. Nunca hasta ese momento Ángela le había dicho las palabras "te quiero" de forma explícita. Pero aquellas eran mucho más que eso. No recordaba que nadie le dijera nada antes algo tan bonito. No era la primera vez que insinuaba lo mucho que le quería pero ansiaba que sus labios pronunciaran esas palabras que por el  momento no consiguió que pronunciase.

           —No pongas esa cara —se burló ella—. ¿Acaso crees que eres dueño de las palabras bonitas?

           —No, si no sabía qué decir. Me has dejado mudo —respondió.

           —Ven aquí, no cabemos en estas tumbonas pero podemos apretarnos un poco, creo.

           —No me importa dejar media pierna colando si puedo estar contigo —respondió él.

           —Mejor la tuya que la mía.

           Ángela salió de su catre y le invitó a entrar primero. Él accedió y se tumbó boca arriba, luego ella se subió sobre él y se echó hacia la pared del fondo quedando medio cuerpo encima de él.

           —Espero que no necesiten usar un abrelatas para sacarnos de aquí —bromeó ella.

           Sus caras estaban tan cerca que el pelo oscuro de ella le cubrió los ojos. Al no tener espacio no pudo apartarse el cabello, pero tampoco lo deseaba. Su olor a naranja y flores era embriagador.

           —Creo que así, poco sexo ponemos tener —bromeó él—. Sabes, desde que te fuiste no hago más que mirar la caja negra, abrirla y… Recordar nuestros encuentros.

          —¿Aún las conservas? ¡Devuélvemelas!

          —Yo creí que sonaba romántico —se defendió él, ruborizado.

          —No sé yo, ¿también lo es que guardes esas revistas antiguas? —dijo ella, entre enojada y divertida—. Por cierto, ¿no había un viejo, en Dragon Ball, que tenía siempre unas bragas puestas en la cabeza? ¿No pidió ese deseo al dragón mágico, esas braguitas?

          —Creo que te equivocas, el viejo solo quería tocar tetas —corrigió él, gran fanático de la serie japonesa—. El que pidió las braguitas y las llevaba puestas en la cabeza era Ulong, un cerdo transformante.

          —Un cerdo… —Se carcajeó ella—. Eso te deja en peor lugar, antes solo pensaba que eras un viejo verde pervertido.

          Antonio suspiró sabiendo que estaba bromeando ya que no se podía llamarle así por tener cincuenta años —o eso pensaba él—. Aunque lo bueno era que no se sentía ofendida. Disfrutaba con decir esas cosas.

          —¿Aún las tienes? Ya sabes —preguntó ella, socarrona.

          Hablaba de unas braguitas blancas. Las llevó puestas en una de sus citas amorosas y que, con las prisas, recibieron una llamada del cuartel y tuvieron que vestirse a toda prisa. Cuando estaban saliendo las vio tiradas por el suelo y las recogió. Como no sabía dónde meterlas se las dio y ella respondió: "Guárdamelas para el próximo día". Así lo hizo las guardó en una caja vacía de una consola portátil que acababa de comprar, una de cartón duro negra, con un símbolo dorado en el centro. Las puso tan bien dobladas que parecía hecha ex profeso para ellas. Cuando se las fue a devolver, y la abrió con tanta ceremonia y cuidado, al levantar la tapa y mostrar su telita blanca brillante con bordados a los lados parecía que estaba mostrando un gran tesoro y le hizo mucha gracia que las tuviera así, como en un altar. Le dijo que si quería podía quedárselas. Fue una pregunta retórica, pero él aceptó su regalo entusiasmado.

          Lo más curioso era que Ángela le llamaba pervertido y no sonaba a insulto. Nunca hasta ese día le dijo que se las devolviera, quizás porque era su propio recuerdo de cuando había estado con él… Aunque seguramente tenía muchas más. Sospechaba que a ella le gustaba que las guardara de recuerdo.

          —Solo quiero estar muy cerca de ti —musitó Ángela con la cabeza apoyada en su hombro.

          Antonio estaba excitado pero a la vez satisfecho con tan tierna cercanía. No era habitual en ella que se conformara con eso, lo normal era que fuera la que le pidiera batalla. Se preguntó qué había cambiado y no tardó en deducir que era su recién recuperado poder. Se le arremolinaron en la mente multitud de preguntas pero no quería formular por miedo a molestarla o incomodarla. ¿Qué podía hacer? ¿Tenía el conocimiento universal en la cabeza o solo le surgían las respuestas cuando se hacía las preguntas? ¿Se cumplía todas las órdenes verbales que decía? Y la que más le interesaba preguntar  y a la vez no quería formular la pregunta era: Pudiendo tener cualquier cosa y persona del mundo a su lado, ¿Por qué seguía con él? Supuso que acababa de responderle, no lo sabía ni ella. ¿Acaso eso no bastaba?

          ¿Quería casarse? ¿Podría volver a creer en la promesa de amor eterno de ninguna mujer? No. Definitivamente no, pero nunca la rechazaría porque en realidad era lo que más deseaba en el mundo. La cuestión era creer en que lo suyo pudiera durar. Y mientras la pregunta de si debían estar juntos oficialmente la respondiera ella con un no rotundo, él no tenía ningún problema, algo que nunca empieza no puede terminar. Si en algún momento se la hacía a él… ¿Se la presentaría a sus padres como su novia? ¿Sería capaz de volver a subir a un altar con ilusión de pasar con ella toda la vida? Él sí, diría sí a todo. Pero su corazón le decía que sería tan a lo loco, o incluso más, que cuando se casó con su primera mujer. Aquella vez cometió el error de dejarse llevar por el sentimiento y fiarse de la persona que decía quererle. No era necesario conocer tanto a la otra persona. Ya irían conociéndose en el matrimonio, eso pensaba… Qué gran error. Ahora pasaba lo contrario, la conocía muchísimo, tanto que le daba pánico lo terriblemente incompatibles que eran. Sin embargo pensaba lo mismo, podría arriesgarse a prometerle amor eterno porque los sentimientos podían romper cualquier barrera.

          Lo único que podía afirmar era que la tenía encima de él, sentía el aliento sobre su pecho, el calor de sus senos aplastados, el olor embriagador de su pelo, con un aroma a naranja. La tenía tan cerca… Tan suya… Que sentía pánico. ¿Qué iba a pasar en el futuro? ¿Soportaría que un día de repente le dijera "yo no sé si te he llegado a querer alguna vez"? (Cuánto daño le hizo su exmujer al decirle esas terribles palabras).

           —Estás temblando —musitó Ángela—. ¿Te encuentras bien?

           Antonio suspiró con un intento de risa disimulada. Por suerte ella no podía verle la cara.

          —Nunca me he sentido mejor —susurró, con lágrimas en los ojos—. Ojalá pudiera congelar el tiempo y quedarme así contigo, para siempre.

          Lo dijo porque le daba auténtico pavor mirar hacia el futuro.

          —Por suerte, no tienes el poder de los trajes pleyadianos —respondió ella, entre risas—. ¿Te imaginas que se cumple ese deseo? ¡Qué horror!

           Por un momento le hirieron esas palabras, pero luego lo pensó y también tuvo que reírse. Como palabras bonitas y alegóricas sonaban bien, aunque quedarse convertidos en estatuas para siempre podía ser una terrible condena.

          —¿Puedo hacerte una pregunta? —Se atrevió a decir él.

          —Si no te importa que no conteste... —bromeó ella.

          —¿Cómo funciona ese poder de saber todas las cosas? ¿Las sabes sin más o cuando te preguntas o te interesas por ellas?

          —No tengo ni idea de cómo. Yo solo sé lo que necesito saber. Soy humana, no puedo tener la cabeza llena de información, me volvería loca. A veces me viene sin que yo la pida, simplemente porque es importante. Es como si alguien más allá me lo dijera todo. No soy yo la que tiene ese poder, sabes, solo soy la que lo administra. Es como si… Yo fuera un personaje de un libro y el escritor me contara las cosas cuando tengo que saberlas. Es una cosa muy difícil de explicar.

          Ella suspiró profundamente y Antonio asintió y volvió a quedarse en silencio mirando al techo de metal.

          —¿Y tú? —Musitó ella, con timidez—. ¿Qué te parece que vuelva a ser tan poderosa? ¿No me tienes miedo?

          —¿Por qué? —Preguntó él.

          —Pues,... de que se me crucen los cables y haga locuras, mate gente…

          —¿Cómo ibas a hacer tal cosa? —Cuestionó él, sorprendido.

          —Es lo que piensan todos… Lo siento, a veces me meto en vuestras cabezas y curioseo demasiado, pero me suelo dar cuenta cuando ya he superado la línea que pretendía evitar. Verás, es que no conoces a alguien de verdad si no sabes lo que pasa dentro de su cabeza, hay tanta falsedad.

          —¿Y qué has visto en la mía? —Preguntó.

          —No me gusta admitirlo pero puedo ver lo que piensas como un libro abierto. Más bien intento frenar todo lo que me muestras porque son cosas muy íntimas. Sin embargo me quedo con lo que expresan tus ojos, ¿sabes? Lo único que hace falta es mirarte para saber que… Es lo que sientes.

          —No puedo hacerlo de otra forma—replicó él—. Son mis únicos ojos.

          —No seas tonto —le reprendió con un golpe sin fuerza en la tripa.

          —Sé a lo que te refieres —añadió Antonio—, lo veo también en tu mirada. Es como si me dijeras que… para el mundo puede que no sea nada, solo te importo a ti.

          —Justo eso —ella le apretó un poco más fuerte a modo de abrazo intenso.

          Antonio suspiró, de nuevo omitió decirle que le quería, pero no lo negaba.

          Lo cierto era que él nunca pensó que ella pudiera ser peligrosa, ni siquiera cuando le arrebató el traje la primera vez.

          —¿Podrías… Llevarnos exactamente al tiempo en el que están Abby y Alfonso? Quiero decir, sin usar esta nave. Ya nos llevaste y trajiste de vuelta a mi familia y  mí de aquel tiempo remoto una vez.

          —Claro que podría —respondió ofendida—. Pero no lo haré.

          —Pero la nave no es precisa, podríamos tener un accidente, llegar a otra época…

          —Exacto, es en esos casos en los que sí intervendría.

          —¿Por qué?

          —Por cierto —le ignoró ella—, antes tuve que revelarles a todos mi secreto porque John estaba buscando alguna evidencia de que mataste tú a Alastor. Ahora voy a tener que borrar ese recuerdo de los demás. Sería fatal que lo sepan en el EICFD.

          Ángela guardó silencio un momento. Luego volvió a hablar como si hubiera hecho un esfuerzo mental.

          —Y tendré que usar esos chismes para que no se den cuenta en el futuro —resopló con fastidio.

          —¿Qué has hecho? —Preguntó confuso.

          —Que se olviden, no les ha dolido, no te preocupes. Basta de palabras —pidió Ángela—, solamente quiero respirar a tu lado… Y descansar, despertar contigo, soñar a tu lado.

          No obstante, después de unos segundos Antonio volvió a hablar.

          —Un momento, ¿Has dicho que John quería buscar una evidencia de que yo le maté?

          —Antes, en el cuartel, vi cómo te mataban. Te mintieron, te dijeron que Alastor se cebó en ti.

          —¿Qué pasó? —Preguntó, confuso.

          —Al entrar en la base te opusiste al plan de recuperar a Alastor. Dijiste que era un error, que después sería muy difícil de eliminar. Pero John te disparó sin miramientos, sin mediar palabra, incluso se tomaron el tiempo de incinerar tus restos para no dejar rastro de ti. Ellos no querían salvarte cuando estabais en el conducto de ventilación, tuve que intervenir y ponerte a salvo de la explosión. Luego Lyu te vio y te apuntó, creí que te dispararía. Pero no lo hizo. Gracias a Dios. Si no, habría tenido que matarles a todos.

          Antonio se quedó sin aliento. Recordaba aquel momento, su compañera le apuntaba a la cabeza, parecía que iba a disparar y suplicó por su vida para que no lo hiciera, con muy pocas esperanzas de ser escuchado. Temía que estaba siendo ejecutado por el protocolo de seguridad. Cuando dejó de apuntarle y le dijo que había tenido suerte, sintió que nacía de nuevo. Era un recuerdo difícil de olvidar.

          —John me confesó que estaba vivo de milagro —murmuró él, entendiéndolo todo de repente—. No me mataron porque total,  aún no había hecho nada.

          —Exacto, sabían que no lo planeaste, te echaste atrás en el último momento y no sabías nada de lo sucedido, por tanto, no necesitaban acabar con tu vida. Pero ándate con cuidado, John parecía muy disgustado cuando te vio regresar a la nave con ellos.

          Ángela hablaba cada vez más bajo, hasta el punto que sus palabras eran más difíciles de escuchar. Su respiración se hizo más profunda y creyó que se quedaba dormida.

          —Quería resucitar a Lara —musitó ella, en duermevela—. Pero no sé cómo hacerlo. Cuando todo esto acabe, la tengo que traer de vuelta. Se lo debo.

          Se quedaron abrazados durante unos minutos, hasta que ambos se durmieron.

           

 

Continuará

Comentarios: 5
  • #5

    Alfonso (sábado, 23 septiembre 2023 21:53)

    Yo también esperaba que no regresara Alastor. Ya acabó su ciclo de vida y es tiempo de erradicar a los pleyadianos.
    ¡Qué bueno que has regresado, Tony!

  • #4

    Tony (lunes, 18 septiembre 2023 07:42)

    Gracias por estar siempre tan atentos, chicos. La verdad es que he faltado a la hora de subir capítulos pero he estado escribiendo, borrando, refrescado ideas y creo que se va a notar en las próximas semanas.

  • #3

    Jaime (lunes, 18 septiembre 2023 00:14)

    No me esperaba este giro de tuercas. Se nota que Ángela ha caído hasta el fondo por Antonio, a pesar de sus infidelidades. Ojalá logre encontrar alguien así. Jeje

    Y concuerdo con Vanessa. Ya parecía esta página un desierto con tu ausencia.

  • #2

    Vanessa (domingo, 17 septiembre 2023 23:03)

    Ya hace más de un mes de no saber de ti, Tony. Espero que hayas tenido unas muy merecidas vacaciones. No te ausentes tanto.

  • #1

    Tony (domingo, 17 septiembre 2023 11:54)

    De vuelta después de las vacaciones. Espero que os siga gustando la historia, aún falta bastante para terminar pero ya se empiezan a unir ciertos hilos.
    Espero que comentéis.