Las crónicas de Pandora

Capítulo 26

          

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          El siguiente combate enfrentó a Efrén y Alfonso. La coincidencia de nombres —respecto a los mercenarios de su pesadilla tenía perpleja a la ya derrotada teniente, que se estaba volviendo a colocar su armadura en el banco de los candidatos.

          Al salir al ruedo de arena su compañero la miró con una sonrisa de apoyo.

          —Ten mucho cuidado —recomendó ella—. Trata de no… Perder la cabeza.

          —Espero que no —se encogió de hombros sonriéndola con cariño.

          —Por si no lo sabes, de ti depende que volvamos a casa —continuó ella—. No se te ocurra perder.

          —Lo sé. Haré lo que pueda.

          Abby puso los ojos en blanco. Al menos no podían cortarle la cabeza porque no peleaban con armas.

          —Adelante, que empiece el combate —ordenó el rey, con voz enérgica.

          Efrén no era tan corpulento como Bertram, pero su estatura era similar y estaba en mejor forma física. Tenía cabellos largos enredados de color marrón ceniza. Era más joven que el otro granjero y también más atractivo y carismático, lo que se evidenciaba porque muchas personas le aclamaban para que derrotara al extranjero.

          —¿Estás listo? —Preguntó Alfonso.

          —¿Y tú, alfeñique? Me pregunto por qué el rey ha depositado en vosotros dos su confianza. En la bruja me lo creo, sus dotes mágicas han quedado más que demostradas.

          Con determinación Efrén se lanzó a golpear a Alfonso varios puñetazos, que los esquivó con bastante soltura y sin apenas mover los pies del suelo. No se quitó la armadura y aun así no tuvo problemas.

          —Quítate el casco o lo aplastaré con tu cabeza dentro.

          —Inténtalo si puedes —animó sonriendo.

          Sin más palabras el gigantón siguió lanzando golpes certeros a su rival pero solo encontraba aire en su camino. El público empezó a reírse pues parecía que era Efrén el que fallaba como si algo le nublara la vista. Pero Abby lo vio, al igual que el rey. Alfonso se limitaba a apartarse de su trayectoria lo justo para no perder el equilibrio. En lugar de moverse, parecía querer demostrar que no lo necesitaba. Y realmente lo conseguía. Efrén se ponía nervioso y le lanzó una patada barredora para hacerle caer. Alfonso se limitó a saltar.

          —Eres muy lento —se burló.

          —Y tú tienes la boca muy grande, no te he visto atacar.

          Abby estaba fascinada por la agilidad de Alfonso.

          —Cuando te ataque se acabará la pelea. Supongo que la gente quiere espectáculo.

          —Voy a partirte los dientes con armadura y todo —La amenaza fue acompañada por un puñetazo, que rozó el casco pero no golpeó en su objetivo.

          Alfonso aprovechó ese ataque para clavar su rodilla en el estómago de Efrén, dejándole sin respiración. Luego se acercó a él y le empujó, dejándolo tendido en el suelo, con dificultades por ser incapaz de respirar.

          —Supongo que eso es todo —le dio la espalda y regresó al banco sin esperar la respuesta del rey.

          El público se puso en pie y comenzó a aplaudir. El vencedor se llenó de orgullo al ver semejante muestra de apoyo pero su alegría duró un segundo. No eran aplausos de festejar su victoria, era un clamor rítmico con el que animaban a Efrén a seguir luchando.

          —¡Cuidado! —Chilló Abby señalando a su espalda.

          La teniente se quedó con el corazón en vilo cuando vio levantarse al granjero con furia y corrió hacia Alfonso, descuidado y de espaldas a él. Lo vio a cámara lenta, embistió como un toro, le iba a partir la espalda a su amigo.

          Alfonso se dio la vuelta en el momento justo y Efrén no llegó a tocarle. Aprovechando el impulso que llevaba le agarró por el pantalón y le empujó al entablado que les separaba del público.

          El golpe fue terrorífico, se escuchó un crujido y el luchador cayó desmayado. Todos pensaron que se había aplastado el cráneo, pero la madera donde golpeó estaba partida.

          —¿He ganado? —Preguntó al rey.

          Entonces aprovechando el silencio del público el rey asintió con orgullo. Los camilleros se llevaron al inconsciente adversario con la nariz partida y sangrando por los dos orificios.

           

          El siguiente combate se tuvo que decidir por sorteo. Metieron tres piedras de colores en una bolsa y el rey sacó dos. La suerte decidió que Alfonso pudiera descansar y de paso  le permitió estudiar al finalista que competiría con él. Sin embargo su atención no se centró en la pelea, sino en Abby, que después de su humillación pública (porque quedó expuesta su desnudez ante todos los asistentes), no quería ni mirarle.

          Bertram afronto el combate como lo hizo con su compañera, Jacobo le atacó con rudeza y este ni se molestaba en esquivarle a pesar de que el otro consiguió tumbarle en una ocasión con una de sus embestidas. Pero el veterano hombretón se levantó como si nada y le bastó un puñetazo para dejar fuera de combate a Jacobo.

          —¡Soy el más grande! —se jactó  de nuevo—. Y no solo por mi tamaño y mis músculos de acero.

          —Tú tienes madera de campeón —el rey miró a Alfonso, que estaba sentado a su izquierda—. Vence a Bertram y cumpliré mi promesa con vosotros. Llevaos a ese —ordenó a sus soldados—. ¡Que le paguen sus monedas después de apañarle!

          Tres de sus hombres salieron de su escolta para ayudar a levantarse a Jacobo, que seguía vivo y con la cabeza entera pese al mamporrazo recibido del puño de Bertram, semejante a un martillo.

          —Tienes una testa dura —se burló—. Descuida, yo le daré su merecido a este engreído.

          —¿Peleamos ya? —Preguntó el protegido del rey—. ¿No quieres descansar?

          —Me he cansado más trinchando leña que jugando con ese —se burló.

          El público estalló en carcajadas. Abby se sintió avergonzada de que su pelea anterior, para su rival, no fuera más que un juego.

          Alfonso salió y se situó junto a Bertram, animados por los vítores del público. Querían ver una pelea de verdad y hasta ahora solo vieron exhibiciones de superioridad aplastante que en nada les había satisfecho. Esa lucha prometía tanto que algunos, desde lo alto de la grada, gritaban afuera para que la gente viniera a ver la pelea final. Atraídos por el bullicio, muchos nuevos espectadores aparecían. Familias enteras buscaban donde sentarse en el anfiteatro. El rey sonreía, parecía complacido pues confiaba mucho en Alfonso y su gran talento, demostrado ante alguien que no era en absoluto manco.

          Abby temía por su amigo. Le miraba con seriedad y tensión.

          —¡Que empiece el combate! —Gritó el rey.

          El público enmudeció, las gradas estaban a rebosar, la gente que entraba ya no encontraba donde sentarse y comenzaron a agruparse de pie alrededor del ruedo de arena.

          Ambos contendientes se observaron completamente inmóviles, a dos metros de distancia. Alfonso tenía los brazos abajo y Bertram subió los puños como un boxeador. Sonreía con suficiencia, convencido de que vencería sin sudar una sola gota.

          —¿No quieres quitarte el disfraz de caballero? —Preguntó—. Se te arreo con fuerza podría cortarte con un pedazo de esa hojalata. No quiero matarte.

          Ahora entendía Abby que se estaba burlando, no pedía en serio que se la quitara.

          —No te preocupes por mí —respondió Alfonso, con tranquilidad.

          —Tu amiga logró golpearme la cara y el pecho porque no tenía puesta la armadura. Te aconsejo que sigas su ejemplo o no vas a poder alcanzarme.

          —Descuida, yo estoy perfectamente cómodo —replicó de nuevo.

          Si algo le impresionó a Abby de la actitud de Alfonso era su tranquilidad. No solo no estaba nervioso, ni asustado. Se le veía completamente tranquilo y confiado lo que significaba que o bien era un estúpido presumido, o de verdad sabía que sería claro vencedor sin dificultad.

          Bertram atacó con un potente puñetazo directo a la mandíbula, como queriendo sacarle el casco de abajo a arriba. Alfonso, contra todo pronóstico, sorprendiendo a todos, no le esquivó y el yelmo salió volando por los aires.

          Abby apartó la mirada aterrorizada, lo primero que pensó fue que le había arrancado la cabeza. Pero la gente soltó un "ohh" de asombro cuando Alfonso le miraba, sin casco y sin un rasguño, con gesto confiado.

          —Gracias, me costó un poco encajarlo. Ahora puedo verte mejor.

          —Pronto tendrás dos tomates aplastados en lugar de ojos. Entonces va a reírte de tu madre —bramó Bertram, furioso.

          —Será interesante ver cómo lo intentas —animó el amigo de Abby.

          —¡Cuidado! —Gritaba Efrén, desde su banco—. Es un brujo, te hipnotizará con su mirada y hará que te golpees a ti mismo.

          —Eso no fue lo que te hizo —protestó la teniente.

          —Cállate perra —replicó furioso.

          —No toleraré que se insulte a mis protegidos, se lo advierto —el rey miró a Efrén con odio.

          —Disculpe majestad —juntó las manos aterrorizado y escondió la cabeza tras ellas en actitud de perdón.

          —Gracias —musitó Abby.

          —No hay de qué —replicó el rey, pendiente de la lucha.

          Abby hizo lo mismo y volvió a atender el combate, del que se perdió dos nuevos intentos de Bertram que acabaron oliendo el aura de Alfonso por escasos centímetros. Por más que atacaba al centro de su estómago, sus costillas, su cabeza, él se limitaba a esquivar con cortos pasos que siempre le devolvían a la posición original. El grandullón se puso furioso y trató de agarrarlo y estrujarlo entre sus brazos pero Alfonso dio un grácil salto y le impactó con la rodilla derecha en la mandíbula cuando estaba agachándose para cogerlo.

          El golpe fue tan impactante que saltaron varios dientes de la boca de Bertram.

          Alfonso se puso de pie a su lado y vio cómo su rival se quejaba de su boca, llena de sangre.

          Se escucharon silbidos. La pelea no estaba siendo tan pareja como todos esperaban.

          —Eso me ha dolido. ¿Cómo puede un comemierda darme un golpe así?

          —Aikido —replicó Alfonso—. Soy experto, he dado clases durante años y hasta lo he enseñado antes de entrar en el EICFD. No me he presentado a campeonatos porque no me gusta alardear. Pero necesito ganar para… No te importa, ya veo.

          Cortó su explicación cuando vio que volaban golpes hacia él y tuvo que esquivarlos. Uno de los puños le agarró del peto de la armadura y, pletórico, el gigantón aprovechó que le tenía para pegarle con todas sus fuerzas en la cara.

          Sin embargo su puño solo encontró aire. La armadura seguía en su mano pero Alfonso se había zafado del peto y al liberarse no recibió el brutal castigo.

          —En una te voy a enganchar y vas a saber lo que es el dolor —amenazó Bertram.

          —No lo creo, pero sería interesante. Así puedo demostrar a todos lo que sé hacer. Necesito un rival a mi altura y no parece que tú lo seas.

          Bertram le tiró encima la armadura abierta como un mejillón vacío. Su rival la desvió con el antebrazo y contraatacó con una patada frontal que alcanzó a Bertram en el estómago. Aunque no logró derribar a su adversario Alfonso se dio la vuelta confiado, dándole la espalda. Su voluminoso rival le miraba con odio, rojo como un tomate y no dijo nada ni se movió.

          —He ganado —afirmó Alfonso, con tono aburrido.

          —Aún está en pie —protestó Efrén.

          —Ah, sí…

          El protegido del rey se volvió a Bertram y le miró sonriente. Le empujó con la mano y éste cayó para atrás cayendo como un saco de patatas, quejándose de su estómago.

          —Mi compañera me enseñó a pegarte —le dijo—. Ella te subestimó, pero me mostró tu punto débil. No te dio con suficiente fuerza y lo único que he tenido que hacer es darte en el mismo sitio y dejarte sin aliento. Me he contenido así que si no quieres sufrir, no te levantes. De haberlo deseado tendrías las costillas rotas y escupirías sangre durante un mes.

          —El rey aplaudió por el espectáculo. Pero la gente comenzó a marcharse, decepcionada porque no habían visto el combate que esperaban.

          Abby estaba impresionada, sabía que Alfonso entrenaba, que se encontraba en plena forma, pero nunca imaginó que era profesor de Aikido, una especialidad que ella conocía de pasada, como una de las artes marciales que había aprendido en el cuartel durante su instrucción. Si entrenaba con él,… Mejor dicho, si él la enseñaba, podía llegar a ser tan hábil como él.

          Ese día aprendió muchas cosas, la primera, que no era tan buena luchando y la segunda, que no tenía ni idea de que Alfonso fuera tan excepcional. Al mirarle ya no veía a su compañero novato y enclenque que siempre aparentaba ser. Ahora tenía ante sí a un hombre con seguridad en si mismo y que a la vez era tan humilde que no le gustaba alardear de su fuerza.

          Alfonso la miró sonriente y al verla con los ojos llorosos, sonriéndole así, se puso colorado como un tomate.

          —Tenemos campeón —Exclamó el rey, orgulloso—. Vamos a ganar este año, me das muy buena espina muchacho.

          —Gracias majestad.

          —Nunca lo había tenido tan claro, cambiaremos las burlas por silbidos de admiración. Estoy tan orgulloso de ti como si fueras mi hijo.

          Abby frunció el entrecejo, preocupada, Alfonso se dejó abrazar por el rey pero no le pasó por alto el gesto preocupado de su amiga.

           

           

           

          En el palacio hicieron un gran festín donde la familia real invitó a Abby y Alfonso y les agasajaron con todos los honores. Bebieron vino, cerveza, aguamiel, comieron pan, salchichas, costillas, pollos, venado, patatas asadas, puerros a la plancha, setas, una sopa exquisita y, de postre, una deliciosa tarta de nata con arándanos y fresas.

          Los hijos del rey eran muy pequeños para luchar, el primogénito tenía diez años y el más pequeño tres. Las demás fueron chicas, la más mayor debía tener veinte años. Era bien parecida aunque su nariz era un poco aguileña le quitaba gran parte de su atractivo.

          El heredero no les miraba, se limitaba a comer hasta quedar harto y después no quiso quedarse y se fue a sus aposentos. Algunos miraban a los invitados con curiosidad pero no les dirigían la palabra, solamente hablaban a su madre que se limitaba a negar y decir que no sabía nada de ellos, que eran invitados de su padre para sus "estupideces".

          Una vez a solas en su habitación del castillo, Abby se quitó la ropa, agotada, con el estómago a reventar de tanto comer, dispuesta a acostarse y dormir sin más.

          —¿Qué te preocupa? —Preguntó Alfonso—. ¿No te gusta que yo sea el campeón de Blothem? ¿Te sorprende que no me hayan matado como en tu pesadilla?

          —No seas infantil —protestó ella—. Es algo que… No está bien, eso es todo.

          —¿El qué?

          —¡Tú también lo has oído! —gritó furiosa—. Vamos a "cambiar la historia". El rey lo dijo, que cambiaríamos las burlas del resto del mundo por gemidos de admiración. ¿Sabes lo que significa eso?

          —Que encontraremos nuestra nave y volveremos a casa…

          —¿Cuál? No podemos dejar las cosas así —se quejó ella haciendo aspavientos con las manos.

          —¿Qué quieres decir?

          —Hemos viajado al pasado, solo podremos volver de verdad a casa si no alteraremos el curso del tiempo. Vamos a cambiar de forma masiva un suceso que debió ser de otra manera. Si cuando matas una simple hormiga causamos una brecha temporal, imagínate...

          —¿Eso significa que ya no podemos volver?

          —Hemos provocado una fisura imposible de resolver. La única forma es seguir a rajatabla el protocolo de emergencia.

          Alfonso se fue quitando la coraza sin decir nada, pensativo. Cuando se quedó en calzones (una prenda que le cubría desde el cuello hasta los tobillos), respondió.

          —No tiene por qué ser necesariamente malo, escucha, si eso es así ya no tenemos límites. Podemos acabar con esa bruja y salvar el destino de este mundo.

          —Vinimos a documentarnos —replicó Abby—. No a crear un universo paralelo con final incierto. Teníamos que saber por qué esa extraña torre está liberando tantas enfermedades nuevas. No tenemos que cambiar nada.

          —¿Y qué?

          —No hemos venido a salvar este mundo, estúpido, sino al nuestro. ¿No lo entiendes? Da igual lo que hagamos, tenemos que deshacerlo. Ya no podemos volver. Ya hemos cambiado algo en este tiempo. Y dado que estamos a dieciocho mil años de distancia, probablemente nunca naceremos en esta línea temporal. Puede que ni siquiera nazcan nuestros abuelos.

          —No me seas drástica.

          —Haz cuentas. ¿Cuantos abuelos tienes?

          —Cuatro.

          —Y ocho bisabuelos, y dieciséis tatarabuelos. Y eso son cien años. Hace 100 años la vida de 16 personas ha conducido a que tú estés aquí hoy. Si una sola de ellas hubiera cambiado una cosa, tú no existirías y hace 200 años eran 256, si nos remontamos a 300... Sigue calculando, pero haría falta una calculadora. Te lo voy a resumir, hace dos mil años teníamos más parientes que gente vivía en el planeta.

          —Eso es imposible.

          —¡Pues claro! Porque empiezan a repetirse y todos los que han tenido descendencia a lo largo de la historia son parientes de los que viven en nuestro tiempo. Cuando tienes un hijo estás formando parte de la cadena evolutiva humana en global. A menos, claro, que tus herederos no tengan progenie.

          —Vaya, eso no lo había pensado nunca.

          —Hace dieciocho mil años, todos eran nuestros parientes, cualquier cosa que hagamos aquí que modifique el momento exacto de la concepción de alguien, romperá esa cadena genética histórica que nos ha traído a este mundo.

          —¿Y qué sugieres? —Protestó Alfonso—. ¿Cómo podemos arreglarlo?

          —Sugiero que no vayamos a ningún campeonato, tenemos que largarnos y apañarnos solos. Evitar todo tipo de encuentro y regresar a nuestra nave sin cambiar nada más por si aún estamos a tiempo. Pero ya es demasiado tarde, hay que borrar nuestras huellas. Tenemos que volver al tiempo exacto de nuestra llegada y…

          Alfonso la miró con asombro adivinando lo que tendrían que hacer.

          —Matarnos y destruir esa nave. Tenemos la información necesaria, solo necesitamos volver y ya en nuestro tiempo volar esa maldita torre con napalm.

          Alfonso negó con la cabeza, confundido.

          —¿En serio?

          —Piénsalo, no nos lo esperábamos. Podemos usar las armas de la nave, no hay ninguna restricción de acabar con nuestras propias vidas para evitar la fisura. ¡No estaremos matando a nadie realmente, salvaremos nuestro mundo y podremos volver a él!

          —Olvidas una cosa… Vas a matarme a mí y a ti. Me da igual lo que digas, no pienso hacerlo.

          —Esto nunca sucedió en nuestra línea temporal, ¿entiendes?. No debe ser real, tenemos que suplantarnos para no provocar duplicados. Yo haré explotar con C4 el halcón en cuanto llegue.

          —¿No sería mejor avisarnos y volver con ellos? Siempre quise saber lo que era tener un gemelo.

          —Con tu nombre, tus propiedades, tu identidad. ¿Quién tiene más derecho a tus cosas? ¿Puedes decidirlo?

          Alfonso se quedó en silencio.

          —¿Por eso los pediste? Los explosivos... Ya me parecía extraño, nunca usamos C4 en nuestras misiones.

          —Los traje por recomendación del comandante. Si en nuestra misión viajábamos en el tiempo y causábamos una fisura debíamos devolver las cosas a su lugar o no podríamos volver jamás. Son explosivos que se pueden activar en remoto, basta enviar una señal apenas lleguen a este tiempo y serán polvo antes de que puedan cambiar nada.

          —No me gusta la idea pero tiene sentido —aceptó Alfonso finalmente—. Ya que vamos a deshacer todo esto… ¿Por qué no hacerlo a lo grande? Vayamos al campeonato, dejemos que nos ayude el rey, el viaje será más fácil. Lo importante es que encontremos la nave, ¿no? Todo lo demás quedará borrado. Aprovechemos para hacerlo bien.

          Abby negó sonriendo.

          —Disfrutemos del presente, nunca mejor dicho. No podemos regresar hasta que encontremos la nave —insistió Alfonso—. Lo disfrutaremos como unas buenas vacaciones por este mundo ¿Qué tal si nos damos un homenaje? Desde que te he visto luchar con ese camisón traslúcido, no he podido pensar en otra cosa.

          —Quítate esos calzones —Abby le miró con picardía—. No son nada atractivos.

          —A sus órdenes, mi teniente.

          Alfonso se apresuró a desabotonarse el pectoral y se quitó la parte de arriba y la de abajo con prisa.

          —Quiero llevar ese calzón yo —protestó ella, levantándose, quitándose el suyo de seda en un rápido gesto y tirándoselo a la cara.

          Se quedó completamente desnuda y corrió a por el que acababa de quitarse. Alfonso, paralizado con la prenda sedosa y blanca todavía en la cara, que no le estorbaba la vista, se quedó mirándola embobado, erecto como si tuviera un resorte en lugar de un pene ante el escultural cuerpo de la rubia.

          —Dios…

          —¿Qué te pasa? Es mío —dobló sus calzones Abby, como una niña pequeña robándole un caramelo.

          —Cielos… Cómo te deseo…

          Se quitó el camisón de la cara y se abalanzó sobre ella directo a sus labios. Se abrazaron apasionadamente y se dejaron caer en su catre de paja, besándose y acariciándose con desesperación. Los dos calzones cayeron al suelo de madera, enredados entre sí, al igual que sus dueños.

           

           

           A la mañana siguiente Abby volvía a tener el ceño fruncido, tumbada boca arriba, mirando el techo de madera con la mirada perdida en el infinito.

          —¿Qué te pasa ahora? —Preguntó Alfonso, poniéndose de lado para mirarla tumbado—. Hoy sí que dejé mis semillitas fuera.

          —Tenemos que hacerlo solos.

          —¿No lo hemos hablado ya? Da igual… Disfrutemos.

          —Escucha, Alfonso, la pesadilla sigue atormentándome, cada vez que me duermo vuelvo a soñar que has muerto, tengo que vivir como si esto fuera el sueño y aquello real. En este mundo no estamos seguros, podemos meter la pata. En cualquier momento alguien, inesperadamente podría cortarte la cabeza,... es un ejemplo. Escucha, si el rey nos ayuda, si vamos al campeonato, si recorremos el mundo acompañados por un comité de protección estaremos dependiendo de demasiados factores. Si te matan, ¿qué hago? Si alguien se sale del guión y nos jode…Un día aparece un asesino en una esquina y nos envenena las bebidas, otro puede ser un lobo solitario que nos ataca en la oscuridad... Uno de los dos podría no llegar a esa nave si no volvemos de inmediato.

          —Tenemos una vida extra —respondió sonriente. Si yo muero puedes rescatarme antes de matar a la otra Abby. Si morimos los dos no podremos volver.

          —No serás tú —replicó Abby mirándole con ojos llorosos—. No recordarás todo esto y podrías odiarme por matar a tu compañera.

          —Y ¿entonces qué? —insistió él—, nos vamos sin provisiones, sin guía, a un mundo que, como bien has definido, es tremendamente hostil y desconocido. No sabemos qué peligros podríamos encontrar. Y estando solos tenemos menos opciones que con un ejército.

          —Nos han prometido medios y, en todo caso, un guía. Piénsalo, si nos escapamos esta noche solos nadie se lo esperará. ¿Quién querría perderse nuestros honores? Y alguien que nos indique el camino… Tenemos al kender, está en los calabozos, vi cómo después de su derrota lo llevaron fuera de la arena en una camilla y cuando nadie le miraba se levantó  y se puso a robar al público durante el resto de combates. Le pillaron y se lo llevaron atado.

          —¿En serio quieres rescatar a ese ladronzuelo?

          —La gente dice que los que son como él no paran mucho en ninguna parte, conocen todo el mundo. Nos puede llevar incluso gratis si le prometemos... Un objeto mágico. Tengo un mechero en la nave que le fascinará.

          —¿Y por qué no ir al campeonato? —Preguntó Alfonso—. Quiero saber si puedo vencer al más fuerte de estos tiempos.

          —Ya te lo he dicho, tengo miedo por ti —confesó finalmente, Abby entre susurros.

          —Repite eso —Alfonso la miró sin saber si sonreír o enojarse por insistir en querer apartarle de sus ilusiones.

          —Te quiero, y necesito que sobrevivas a esto —ella parecía buscar las palabras—. Eres… No he… Sentido nada igual por nadie. Tenemos que luchar por lo nuestro.

          Alfonso se arrimó a ella y acercó su cara al hombro de la chica. Abby le miró, sus ojos estaban vidriosos, le decían cuánto dolor había en su corazón cuando le miraba, como si tuviera pavor a perderle de nuevo o a dormirse y volver a esa otra realidad en la que le decapitaron.

          —Luchemos, haré lo que me pidas porque siento lo mismo por ti —respondió, con la voz entrecortada por la emoción.

           

           

           Al día siguiente el rey les invitó a una gran fiesta en honor al cumpleaños de la princesa. Se celebraría en el llamado palacio de Blabiquen esa misma tarde y aceptaron con gran alegría. Se diría que el rey pretendía que toda la clase poderosa del país supieran que eran sus protegidos y él, Alfonso, su campeón.

          Les dieron caballos y siguieron el cortejo real hasta el palacio de invierno, situado en las montañas Blabiquen, al norte de Blothem, bordeando la frontera sur de la provincia del imperio. Nunca habían hablado con la princesa, aunque almorzaron con toda la familia real y la conocían.

          Abby y Alfonso cabalgaban junto a algunos guardias reales y éstos parecían preocupados. Escucharon sus conversaciones y en seguida entendieron el motivo.

          —¿Van a venir solo seis pretendientes? —Preguntó uno.

          —El duque de Sikuria se ha negado a asistir, dice que es muy mayor para casarse de nuevo.

          —No sé si presentarme, podría ser rey si soy el elegido.

          —Tendrías más posibilidades que esos bastardos nobles, te lo aseguro —respondió el otro—. Como la princesa se case con uno de ellos, sus vástagos van a parecer goblins.

          Uno de los soldados les miró de soslayo y apretó el paso del caballo ya que no querían que les escucharan.

          —¿Vamos a una elección de pretendiente? —Preguntó Alfonso.

          —Va a ser divertido —gruñó Abby—. Esa niña mimada se las da de importante y va a tener que elegir un príncipe heredero. Compadezco al pobre infeliz que elija, aunque estoy segura de que todos los mozos del lugar van a querer estar en su piel.

          —¿Por qué le compadeces? —Preguntó Alfonso.

          —No es obvio, debe ser inaguantable. Tiene unos aires propios de una niña mimada sin el menor respeto por el prójimo.

          —A mí me pareció simpática. Además es bastante mona. No nos dirigió la palabra pero es normal, supongo, éramos unos extraños.

          —¿En serio? Si tanto te gusta preséntate tú también —le animó Abby, sonriendo.

          —Solo digo que... Mira déjalo. Era una opinión, no quise decir tal cosa.

          —Ya —musitó sin convicción su compañera.

          Alfonso pudo adivinar un matiz de furia en su mirada, como de celos. Pero Abby se esforzaba en aparentar su indiferencia. Se diría que necesitaba convencerse a sí misma que no le importaba, que entre ellos no había nada definido. Se habían declarado sus sentimientos esa mañana pero la conversación no cuajó en una definición de su relación. Seguían siendo compañeros que... Se querían (o al menos lo dijeron en un momento de intimidad sin importancia).

          —Lo que te quiero decir es que ya puede ser la mujer más bella de la historia, que me importa una mierda —añadió Alfonso, enojado pero susurrando para que solamente ella pudiera oírle—. ¿No te das cuenta de que te quiero a ti?

           Abby sintió que su corazón daba un vuelco al escuchar esas palabras. Sonrió de forma absoluta, total, imprevisiblemente ajena a su propia libertad. Sus esfuerzos por impedir ese sencillo gesto de sus labios la hicieron ruborizar.

          Quiso decir algo, pero al mirar a su compañero se dio cuenta de que no podía, su garganta estaba bloqueada por una emoción que solo sus ojos fueron capaces de expresar.

          No pudieron hablar más pues el rey, se acercó a ellos y se puso muy cerca de Alfonso, al otro lado de donde cabalgaba Abby.

          —Señorita, ¿puede disculparnos?, tengo algo que decirle a mi campeón.

          —No hay problema —respondió seca. Frenó el ritmo de su caballo y se quedó a dos metros de distancia.

          —No tengo secretos con ella —dijo Alfonso, defendiéndola.

          —La hechicera no debe enterarse de esto, necesito que quede entre nosotros. ¿Sabes lo que es el honor de caballería? Supongo que no naciste en una cueva. Te explico, tú y yo vamos a cambiar el mundo y evitar algunas guerras. Cuento contigo para ello, estoy arriesgando mucho por ti.

          —Gracias —dijo Alfonso sin entender.

          —Antes del campeonato tengo un asuntillo pendiente con unos cuantos barones de mi reino... Deberás demostrarme dos cosas, tu valía y tu lealtad. ¿Puedo contar contigo?

          —Por supuesto, señor —Por alguna razón, Alfonso tenía la misma sensación de engaño que firmando un contrato antes de leerlo.

          —El premio... —susurró el rey—compensará los esfuerzos, puedes estar seguro.

          Dicho eso se adelantó y se puso a la altura del resto de la familia real.

         

 

           

           Blabiquen era una montaña con dos picos gemelos. En el centro vieron un majestuoso castillo de roca negra, aunque parecía más una mansión cuadrada con un patio central  y ramificaciones asimétricas, que se ramificaban por la pendiente de las montañas.

          Tras el portón amurallado llegaron al patio, que era la parte más baja, que daba al salón de en frente, que tenía una gran mesa rectangular y una espaciosa chimenea chisporroteante que ardía con unas brasas vivas dando calor al helado ambiente de montaña.

          Se sentaron en torno a la mesa y la princesa y los reyes la presidían en otra más elevada, justo entre la chimenea y el resto de comensales. Los sirvientes traían comida por doquier, las mesas estaban llenas de bandejas con grandes pedazos de animal asado, con queso, pan, patatas con cebolla en salsa de cerveza, pescados asados enteros del tamaño de una pierna de cerdo...

          Después de aquel largo paseo no había quien pudiera contemplar ese festín sin comer. Abby y Alfonso estaban conteniéndose pues los invitados eran muy pulcros, apesar de que comían con las manos. Lo hacían con mucho cuidado de no mancharse el rostro ni la ropa cogiendo la comida con la punta de los dedos y comiendo a pequeños mordiscos.

          No había cubiertos, platos ni mucho menos servilletas. Las presas de carne tenían clavada una daga afilada con la que cada cual iba cortando su pedazo.

          —Queridos invitados. Hoy mi hija Milena cumple veinte primaveras y como es tradición, es hora de elegir al príncipe heredero del reino —comenzó a explicar el rey—. Aquellos aspirantes que deseen formar parte de la familia real, que se postulen como herederos del reino, se pongan en pie para que puedan competir por su mano, luchando contra mi campeón.

          Extendió la mano y se refirió, fuera de toda duda, a Alfonso.

           El chicho miró a los comensales y alguno se atragantó. Después de exhibir sus habilidades el día anterior, no muchos se sentirían capaces de batirle. Los que no lo presenciaron escucharon de boca de otros su formidable técnica de combate.

          Abby le dio un codazo en los riñones.

          —¿Por qué sonríes? Si no se presenta nadie ¿serás tú el prometido?

          —Bueno, me hace gracia que ninguno se atreva —se disculpó entre susurros y con la boca llena de venado asado—. Creo que les intimido.

           —¡Yo! —Se levantó uno de los caballeros que les había escoltado.

          —¡Aquí! —se atrevió otro, un noble imponente, joven y con armadura plateada.

          —¡Ni hablar! —Protestó un hombre de mediana edad, barbudo y con pechera de cuero. Parecía un veterano muy hábil y rico—. Yo voy a ser el próximo príncipe de este reino.

          La sonrisa de Alfonso se borró cuando vio que no eran enemigos que se pudiera subestimar. El rey sonreía complacido con cierto deje de malicia y le miró con confianza. A eso se estaba refiriendo en su conversación privada.

          —Aceptaré como mi yerno, heredero del trono al que sobreviva a la disputa —gritó el rey—. Será un combate a muerte donde solo pueda sobrevivir uno. ¿Seguís queriendo participar en la liza?

          —Señor, todos somos miembros imprescindibles y respetados de la milicia —protesto el barbudo—, perderá a cuatro grandes luchadores.

          —Te equivocas, hijo —respondió el monarca mirando con orgullo y confianza a su elegido—. Ganaré un heredero.

          El hombre de barba asintió mientras se inclinaba, servicialmente.

          —En tal caso voy a renunciar a mi candidatura.

          Sin embargo, los otros tres no lo hicieron. Abby dedicó una mirada aterrada a Alfonso. Éste ya no sonreía en absoluto.

          Los aspirantes le miraban con odio, probablemente irían los tres contra él.

           —¡El camino hacia la gloria nunca ha estado exento de sacrificios! —arengó el rey—. Que comience el espectáculo.

          —Tenías razón, Abby. Debimos fugarnos anoche.

           

           

           Continuará

           

         

 

          

Comentarios: 6
  • #6

    Vanessa (domingo, 12 febrero 2023 01:06)

    La historia mola mucho. Tony, deberías mandar a la Brigada Delta al pasado también para que pelee junto con Alfonso y Abby.

  • #5

    Tony (viernes, 10 febrero 2023 07:51)

    Geniales ideas, pero siento deciros que ya está todo el pescado vendido.

  • #4

    Chemo (miércoles, 08 febrero 2023 03:13)

    Yo pronosticaría que llegaría Chemo del futuro y, sin ayuda de nadia, acabaría con todos los malos. Pero eso no creo que pase. Jeje
    Así que lo único que puede pasar es que hay que esperar un poco más para saber la conclusión de la misión de la Brigada Delta.

  • #3

    Alfonso (martes, 07 febrero 2023 02:32)

    Nunca pensé que Abby se fuera enamorar. Jeje
    Desafortunadamente para Jaime, Alfonso no va a morir, al menos por un buen rato. Aunque aún no sé bien si regresará a la realidad de donde salió o terminará en una realidad alterna.

  • #2

    Jaime (lunes, 06 febrero 2023 04:20)

    Ese Alfonso ya cogió ligue. Jeje
    Yo pronostico que alguno de los pretendientes de la princesa lo envenena y muere. Mientras que Abby es violada sin poder salvar a su compañero de juerga, tras lo cual sale en busca de la bruja Marilia para revivirlo, ya que ésta tiene fama de poder resucitar a los muertos.

    ¿Qué opináis?

  • #1

    Tony (jueves, 02 febrero 2023 00:49)

    Espero que os haya gustado. No olvidéis comentar y pronosticar qué pasará. A lo mejor acertáis.