Las crónicas de Pandora

Capítulo 6

Anteriormente

 

          Abby y Alfonso tenían en su informe un simple documento de tres párrafos para explicarles su misión:

         

Misión salvar a la humanidad, equipo Beta

 

          En la presente se les informa de que deben encontrar evidencias y, a ser posible, evitar en el pasado, con todas las precauciones necesarias, las causas que están provocando la aparición de los nuevos y letales virus que surgen de la Antártida, cuentan con la autoridad más elevada, el permiso del consejo para operar como mejor les convenga.

          Tienen a su disposición el Halcón 918, el más grande del que disponemos, con el máximo alcance en cuanto a distancias espacio—temporales. Tengan presente que no pueden destruir nada, matar ningún ser vivo, cambiar en modo alguno el transcurso de la historia. Solo cortar de raíz la causa del mal.

          Las coordenadas donde se está detectando el brote vírico se le indicarán en la fotografía adjunta, en un centro científico de la Antártida. Un equipo de científicos del EICFD les está esperando y les pueden ampliar la información suministrada.

 

         

          —Les ha faltado decir que "este mensaje se autodestruirá en cinco segundos" —bromeó Alfonso.

          Abby le miró como si no entendiera.

          —Es una broma —añadió el chico delgado con una risa incómoda.

          —Ahórrate los chistes. Tenemos trabajo.

         

 

          Llegaron al cuartel del Atlántico y bajaron al hangar 14, donde estaba el imponente Halcón 918. Era como un avión militar, cubierto de pintura gris mate, lleno de LEDs por todo el fuselaje y su altura era equivalente a una casa de tres plantas. Su longitud superaba con amplitud los treinta metros y el ancho de sus alas más de quince.

          —¿Este avión para nosotros solos? —Se asombró Alfonso—. Puede tener una piscina dentro. ¿Tú sabrás pilotarlo?

          —Tengo todos los permisos de pilotaje. Podría pilotar desde un helicóptero hasta un Beluga. Nadie más que yo en el EICFD, excepto Brenda y el propio comandante, tiene permiso especial y los códigos para manejar el módulo espacio temporal.

          —Qué impresionante —musitó Alfonso, que se sentía cada vez más pequeño ante la imponente figura de su compañera.

          —Sube —ordenó Abby, con su habitual tono imperativo y seco.

          Vieron unas escaleras transportables (como en los aeropuertos, con una camioneta debajo y se metieron dentro. Uno de los operarios les esperaba y les pidió que subieran, que tenía instrucciones de facilitarles el acceso y retirar el vehículo para el despegue.

          Subieron y abrieron la compuerta del avión con una combinación de botones que Abby se conocía y no dejó que Alfonso viera.

          —¿No necesitamos una tripulación por si algo se avería? No será fácil aterrizar este trasto en la Antártida.

          —Pulsaremos el botón de Gadcheto—encoger, entonces —respondió Abby, arqueando las cejas en una suerte de broma.

          —¿Lo tenemos? —Preguntó Alfonso.

          —Y qué más... —Bufó ella, sonriendo.

          Se abrió la puerta y entraron en la cabina. En la parte de atrás vieron asientos de pasajeros. Cientos de ellos. ¿Podían mandar un ejército al pasado?

          Se sentaron en los puestos de piloto y copiloto. Abby encendió el aparato activando innumerables interruptores hasta que todo el salpicadero, el techo y el lateral de la aeronave se llenó de lucecitas, pantallas e indicadores de agujas. Luego pulsó un botón rojo más grande que el resto y las paredes del aparato se volvieron invisibles.

          —¿Nos vamos ya? —Se sorprendió Alfonso.

          —¿Esperas a alguien? No podremos hablar cuando active el módulo de antimateria, ¿alguna pregunta estúpida más? Aprovecha ahora.

          —¿Tienes novio? —Bromeó Alfonso.

          Abby borró su sonrisa y pulsó el botón azul. Una especie de asfixia se apoderó de ellos, una que la teniente estaba acostumbrada, el tiempo se detenía no había aire que respirar sus cuerpos necesitaban oxígeno y no lo había. Pulsó otro botón y la cabina se presurizó en un par de segundos con varios surtidores de aire. A pesar de que ahora sí podían inhalar, no había sonido.

          La nave se elevó como si lo que se moviera fuera el entorno. Subió a gran velocidad atravesando la roca de la montaña y salió al cielo azul, en un mundo donde el Sol no deslumbraba, los pájaros se mantenían quietos en el aire y reinaba el silencio absoluto.

          Alfonso nunca había viajado en el tiempo pero sí en los halcones y estaba empezando a acostumbrarse a ese mundo sin inercia, sin barreras físicas. Ellos estaban exentos por una capa de antimateria que envolvía todo el aparato. Pero allí dentro sí transcurría el tiempo a velocidad normal de modo que podían pilotar con el reloj detenido.

          Puso rumbo a las coordenadas de la Antártida indicadas en el documento. Viajaron a una velocidad tan alucinante que Alfonso solo vio manchas de colores corriendo por el cristal del aparato. Envueltos en antimateria no existía inercia, no podían colisionar con la materia,  ni les afectaba la gravedad por lo que el halcón pudo acelerar sin límite, hasta una velocidad incalculable. Alfonso quiso comentar con Abby que con ese aparato podían cruzar el universo en un abrir y cerrar de ojos pero tampoco existía el sonido y no salió ningún ruido de su boca. Por suerte el aire polarizado en su misma frecuencia les permitía respirar.

          En menos de veinte segundos llegaron. Salieron de fase, y la nave sufrió una sacudida por la ventisca de aquel páramo de eterno invierno. Abby hizo descender el halcón sobre una enorme placa de hielo, junto a una caseta cubierta de nieve.

          Cuando por fin desactivó el campo de invisibilidad Alfonso se dio cuenta de que tenía algo de náuseas y se mareó al levantarse.

          —¿Ya estamos? Es alucinante, yo quiero uno de estos trastos —bromeó mientras se veía forzado a sujetarse en las paredes de la cabina para no caerse.

          —Necesitarías cien vidas.

          —¿Pero con el sueldo del EICFD o el de la factoría? —continuó el compañero.

          —No sé, quería decir que no puedes y punto.

          —Vale, vale —respondió avergonzado.

          —Vamos, ponte las botas gravitatorias. Las necesitaremos para subir y bajar del aparato —ordenó la teniente—. ¿Cómo de alto es tu nivel de francés?

          —Mi madre es francesa. Hablamos en ese idioma cuando nos juntamos. Aunque llevo dos años fuera y no he hablado con nadie en francés en todo este tiempo.

          —¿Cuáles son tus apellidos? —Preguntó sorprendida Abby.

          —Díaz Martín —respondió.

          —Ya me parecía, no me parecías francés.

          —Mi madre vivía en Francia pero es hija de emigrantes españoles.

          —Y se casó con un español.

          —Mi padre era policía de Madrid. Se conocieron cuando ella vino de vacaciones a ver a su familia...

          —No me cuentes tu vida —protestó Abby.

          Alfonso cerró la boca contrariado. ¿No le había... No, no le preguntó. Simplemente afirmó que su padre era español.

          Se pusieron las botas y el traje de grafeno especial para el frío. Era como de buceador con una capa gomosa de unos tres milímetros de grosor. A pesar de ello era flexible y deslizable por un forro interior de fieltro.

          Salieron de la nave y se encaminaron al edificio prefabricado que estaba sobre una plataforma de metal clavada en el suelo. Se veía diminuto en el desierto nevado. Se acercaron pisando el duro suelo helado (la nieve estaba tan fría que no se hundía al pisarla).

          Al entrar descubrieron a dos hombres, una mujer y un perro husky. Estaban cubiertos en pieles y temblaban de frío. Como tenían el traje de grafeno y el casco, no se percataron de que al abrir la puerta había salido gran parte del calor.

          —Al fin se han presentado —protestó el mayor de todos, un hombre con bata blanca sobre tres o cuatro jerséis de lana—. Al menos tengan la cortesía de cerrar la puerta. Nos avisaron de que llegarían. Sed bienenidos.

          Hablaba un correcto francés pero con mucho acento.

          —Gracias, disculpad —Abby fue la que se volvió a cerrar las puertas.

          Alfonso examinaba el lugar. Tenían dos portátiles, y lo demás eran utensilios de escalada, abrigos, picos, palas, cuerdas. En el muro habían puesto una fotocopia de mala calidad de lo que parecía una ecografia. No tenía ni idea de lo que representaban esas manchas negras.

          —Nosotros somos del EICFD francés. Cuando unos exploradores descubrieron la estructura enterrada bajo el hielo informaron a las autoridades y en tres días nos pusieron aquí. Ni siquiera nuestras familias saben dónde estamos.

          —Yo ni siguiera tuve tiempo de avisar —protestó la mujer—. Mi marido debe creer que me han secuestrado.

          —Ahora que tenemos el equipo de reemplazo podremos marcharnos. Voy a llamar al transporte para que se acerquen a recogernos —se emocionó el tercero.

          —¿Os vais? —Preguntó Alfonso—. Creo que no nos estamos entendiendo.

          —En cuanto os demos los detalles de nuestras investigaciones no necesitamos seguir aquí —alegó el de la bata de médico—. Veréis hemos tomado muestras de la superficie de la estructura y las mandamos analizar al cuartel. Se han detectado al menos cuatro partículas especialmente peligrosas que se están liberando a la atmósfera.

          —Y no nos han dado ni trajes protectores —se quejó la mujer—. Estamos respirando esa mierda desde que llegamos aquí.

          —¿Qué sustancias?

          —Virus. Hemos detectado cuatro, dos que todo el mundo conoce. El ébola y el Covid. Los otros dos están emergiendo a medida que se descongela la superficie del suelo. Son virus aun más letales, por lo que nos han dicho aunque por suerte no se contagian por el aire. A estas temperaturas no se activan los virus y no nos hemos contagiado. Hacen bien poniéndose el traje espacial completo, no se lo quiten mientras estén por aquí.

          —Estamos listos para la recogida, por favor envíen un transporte —decía el más joven, entusiasmado.

          —Recibido, sigan los protocolos de seguridad ante peligros biológicos.

          —¿Cuáles?

          —Pónganse mascarilla y guantes y no toquen nada —escucharon por la radio—. Se les enviará un transporte en breve para llevarlos a un centro donde puedan tendrán que superar la cuarentena. En cuanto lleguen procedan a desinfectarse y quemar sus ropas.

          —Por supuesto, recibido.

          —Genial, cuarenta días encerrados en otra habitación —protestó la mujer.

          —Sé que para vosotros es algo obvio, pero... —Alfonso dudó—. ¿Qué estructura es esa? Desde nuestro aparato no hemos visto más que un desierto liso y helado.

          —Es una columna de dos metros de altura —respondió el de la bata—. Está detrás de la base. Puede que no la vieran porque es blanca. Tiene forma de farola y no se ve en la distancia por su color. Hemos escaneado la parte inferior para saber de dónde ha salido y resulta que no es otra cosa que la punta más elevada de una inmensa torre de más de cincuenta pies de alto.

          —Puede tener 25.000 años —aseguró el más joven.

          —El laboratorio dice que cien millones —discutió la mujer.

          —Puede que esté enterrada todo ese tiempo, pero el hielo es más reciente.         

          —En realidad la Antártida lleva congelada desde los tiempos de los dinosaurios, incluso más —argumentó la mujer—. Que el hielo que hemos desenterrado de las capas inferiores sea más reciente no significa nada, esto puede ser un glaciar y como tal se desplaza muy lento hacia el mar.

          —Entonces no saben nada más de esa estructura —preguntó Abby, cortando la discusión—. ¿Es de fabricación humana?

          —Su superficie es diamantina. No existe material en este planeta que pueda perforarla y mucho menos moldearla.

          —Debe ser de origen extraterrestre, ¿Por qué creéis que nos han enviado a nosotros y es todo tan secreto? —opinó Alfonso.

          —¿Cómo pudieron extraer la muestra si no se puede perforar? —Interrogó Abby.

          —Bueno, la estructura es de diamante pero no la porquería acumulada encima —respondió el de la bata blanca.

          Se ajustó las gafas sobre la nariz y se acercó al papel manchado de la pared.

          —Este es el escáner que hicimos nada más llegar, si se fijan en la sombra más clara verán una estructura curiosa, casi... Biológica. La torre que sobresale es del mismo material que todo lo demás. Tiene tres puertas delanteras y una trasera, varias columnas menores, algunas interconectadas. Parece una especie de palacio sin esquinas, totalmente redondeado. Y para un material que es absolutamente imposible de moldear, resulta la mar de curioso.

          —¿Está viendo todo eso en esa mancha negra? —Preguntó Alfonso.

          —Supongo que tiene que tener formación especializada para poder verlo —replicó el de la bata blanca.

          —¡El transporte ha llegado! —Festejó el joven de pelo oscuro y ensortijado.

          —Buena suerte, compañeros. Un placer conocerlos, perdonen que no nos presentemos, esta misión es de máximo secretismo, no podemos saber ni quienes sois ni vosotros conocer nuestros nombres. Lo único por lo que no me alegraré de irme es por la curiosidad de saber qué pretenden enviando a dos soldados de élite. Aquí no hay nada que combatir. Sería mejor poner un pepino en esa cosa y reventarla antes de que siga liberando esa mierda a la atmósfera.

          —Qué listo, para liberarla toda de golpe —bufó la mujer.                 

          —Mejor taparla con una capa de hormigón de tres metros de grosor y enterrarla en hielo —propuso el joven.

          —No importa, está en vuestras manos —le quitó importancia el que parecía jefe de los tres.

          Sacaron de un armario guantes y mascarillas y después se envolvieron de pies a cabeza. Cogieron sus ordenadores y con un gesto informal militar se despidieron.

          Cuando se quedaron solos en la sala vacía, con la única cosa que habían dejado los tres anteriores, Alfonso se acercó al papel de la pared.

          —Sigo viendo una fotocopia negra.

          Abby se acercó, lo arrugó entre la mano enguantada y lo tiró a la basura.

          —No importa cómo sea la maldita torre. Tenemos una misión y no hay tiempo que perder.

         

 

          Salieron a la ventisca y ya no vieron a sus compañeros, su transporte debió salir de inmediato. Rodearon el edificio y con la iluminación de los trajes pudieron localizar la farola blanca que emergía del suelo. Estaba cubierta de hielo y nieve.

          —¿Esto ha matado a millones de personas? —Preguntó Alfonso, incrédulo.

          —Ni se te ocurra tocarlo —ordenó Abby al ver que el chico iba a sacudir la nieve que tenía encima.

          —¿Pero cómo vamos a investigarlo si...

          —No nos han mandado aquí para hacer pruebas de laboratorio. Tenemos dos fechas. Centrémonos en eso.

 

 

          Media hora más tarde Abby discutía con un ingeniero del EICFD mientras hablaba por el móvil desde la cabina del Halcón.

          —El indicador no permite cambiar la fecha —protestaba ella—. El año se queda bloqueado en el 32.000 antes de cristo. ¿Qué le pasa a este trasto?

          —¿Y por qué querríais viajar más lejos? —respondió el ingeniero por el altavoz del teléfono—. Los halcones fueron diseñados para viajes a lo largo de la historia, su combustible atómico no permite llegar más allá del año que me has dicho con garantías de que podáis regresar, claro. Se podría trucar y conseguir duplicar su alcance, llegaríais al 64.000. ¿os sirve eso? Pero no podríais volver a menos hasta que podáis recargar las baterías durante semanas o incluso meses.

          —¿Y no se le puede poner más capacidad o un generador atómico? —Inquirió Abby, enojada.

          —¿Tienes idea de los gigamperios necesarios para activar el motor de la máquina del tiempo? Las baterías del 918 son las más potentes que existen en el mundo y que os permita viajar tanto tiempo al pasado es todo un logro. Para que te hagas a la idea, ir al año pasado, que es el punto más cercano del desplazamiento espacio—tiempo, equivale a la energía necesaria para iluminar toda España durante un año.

          —Necesitamos más, tenemos luz verde, ponga dos baterías, tres, las que sean necesarias.

          —¿A qué año tenéis que viajar?

          —Al año cien millones de años antes de Cristo.

          Hubo un tenso silencio en el auricular. Después se escuchó una risa nerviosa.

          —¿En serio? Escuche, teniente, la máquina del tiempo necesita combustible, como los coches y los aviones. Desplazarse en la cuarta dimensión a semejantes distancias es imposible con una simple batería. Necesitan un generador atómico que requiere de grandes cantidades de plutonio ya que sería necesario generar una corriente estable de quinientos amperios para mantener el rumbo y no salir despedidos en cualquier punto espaciotemporal. Cada segundo de exposición permite un desplazamiento inverso en las corrientes del tiempo... Y si solo fuera así... No, amiga mía, la nave se desplaza por el espacio. Una vez que nos liberamos de las cadenas del tiempo y viajamos al pasado o al futuro, si no nos desplazáramos en el espacio, podríamos aparecer en el espacio sideral. Es necesario desplazarse con la Tierra, y ésta gira en torno al Sol, el Sol alrededor de la Vía Láctea y nuestra galaxia se desplaza por el universo a una velocidad inimaginable. El ordenador hace el seguimiento año a año del punto de origen y en cada salto necesita viajar físicamente a ese lugar. Hablo de millones de kilómetros por salto, si no fuera por la envoltura de la antimateria no podríamos conseguirlo. Además si no estuviera sincronizado al microsegundo, al milímetro con nuestro planeta sería fatal,  fíjate, un desplazamiento de más de 1000 mil años pondría en peligro a la nave cuando regrese al curso del tiempo. Si la desviación es de 2 milímetros multiplique...

          —Ahora en cristiano —bufó la teniente, harta de los detalles técnicos. 

          Otro silencio tenso.

          —El Halcón necesita combustible estable, o como diría Doc, de regreso al Futuro, el condensador de fluzo requiere de relámpagos. Y no le valen cáscaras de plátano, necesita un relámpago de energía estable y duradera y eso no se consigue con baterías. Llevarán en su nave suficiente plutonio para hacer explotar la Tierra. Sin mencionar que podrían aparecer sepultados a 12 km de profundidad o a 40 kilómetros de distancia por encima de la superficie. No les recomiendo nada de esto. ¿Seguro que tienen que ir tan lejos?

          La teniente chasqueó la lengua, molesta.

          —Gracias, había que intentarlo.

          Colgó el teléfono y miró a Alfonso con pesadumbre.

          —¿Decían que en el año 25.000 la Antártida no estaba tan helada como hoy? Tendremos que conformarnos —opinó Alfonso.

          —Estupendo —escucharon al ingeniero—. Podrán regresar esta misma tarde. Tienen autonomía para ir y volver.

          —Si dejáramos reposar la nave en el año 25.000 el tiempo necesario, ¿podríamos saltar otros tantos años al pasado?

          —Claro, es una posibilidad, pero necesitan calor para recargar las baterías. Y según me cuentan están a cincuenta grados bajo cero. Lo que en España supondrían 10 horas, allí les puede costar semanas.

          —Muchas gracias, nos apañaremos —Abby cortó sin darle oportunidad a despedirse.

          Alfonso la miró desconcertado.

          —¿Estás listo? —Preguntó la rubia, con decisión, activando la invisibilidad de la nave.

          —¿Puedo hacerte una pregunta?

          La teniente suspiró con gesto aburrido.

          —¿Echamos un polvete? Nunca se sabe si moriremos en este viaje.

          Alfonso sonreía como un pícaro, hablaba completamente en serio. Sin embargo fue la primera vez que consiguió que su compañera se riera a carcajadas.

 

 

 Continuará

 

 

Comentarios: 6
  • #6

    Vanessa (lunes, 23 mayo 2022 21:05)

    Esos chicos tan desesperados. Demostrad que podéis hacer bien las cosas y tal vez os toque algo.

  • #5

    Esteban (lunes, 23 mayo 2022 13:59)

    Suena interesante esto de aparecer en la historia. Lástima que ya se han escogido los equipos. En la vida real soy estudiante de posgrado, así que podría ser un científico del EICFD o algo así.

  • #4

    Chemo (lunes, 23 mayo 2022 13:53)

    Ya he votado en la encuesta. Seguramente todos votarán por Chemo. Jeje
    Bueno, pues si se separan Jaime y Lyu del equipo me quedo con Vanessa.
    A trabajar duro, chicos.

  • #3

    Jaime (lunes, 23 mayo 2022 03:59)

    Yo voto por que en la siguiente parte Jaime y Lyu se separen del grupo Delta para completar una misión. Jeje

  • #2

    Alfonso (domingo, 22 mayo 2022 14:28)

    Espero la continuación con ansias. Jeje

  • #1

    Tony (miércoles, 18 mayo 2022 09:37)

    No olvidéis comentar.
    Esteban, si quieres salir tengo que saber algo más de ti, exprésate un poco más.