Las crónicas de Pandora

Capítulo 30 (especial equipo Delta)

 

 

 

 

Anteriormente

 

          Lyu sonreía mientras Jaime le contaba la historia de su vida. Estudiaba sus rasgos, su flequillo castaño y su típica arruga en la frente de adolescente rebelde. Tenía un aire a James Dean, su sonrisa poseía un deje de Leonardo Di Caprio, aunque su mentón le hacía diferenciarse de todos. Su manera de hablar y de ser le daba una incomparable forma de ser que le convertía en simpático, guasón y al mismo tiempo superficial y hueco de sentimientos. Todo parecía resbalarle, nada le importaba, siempre tenía la cabeza para el sexo, las bromas y no había el menor atisbo de seriedad o preocupación por el resto de la gente.

          Por eso sonreía cuando le contaba su historia. No era nada de lo que aparentaba ser.

          —Estudié medicina hasta que me di cuenta de que no estaba hecho para cortar y coser carne —narraba con su habitual aire de chulería—. Dejé la carrera al segundo curso y ante la falta de salidas me presenté voluntario al ejército para trabajar en misiones humanitarias, o eso me prometían. Fui aceptado como alférez por mis conocimientos de medicina y durante unas maniobras descubrieron unos artefactos voladores que cruzaron el espacio aéreo del campo donde practicaban con cazas. A todos los testigos nos obligaron a firmar un documento de confidencialidad. Lo que ocurrió no se lo esperaba nadie, unos cazas alienígenas surcaron los cielos a velocidades endiabladas, ningún avión de combate pudo siquiera fijarlos como blancos y antes de que pudieran disparar un solo misil cada uno de los quince fueron destruidos y reducidos a cenizas. No quedó de ellos ni la caja negra. Por fortuna algunos pilotos salieron con vida al eyectar sus asientos. Yo lo presencié todo desde el puesto de control. Treinta muchachos que tan solo tenían dos años menos que yo, éramos más que un batallón de combate, una pandilla, cinco lo contaron. Íbamos a ir de boda, dos de ellos se casaban ese fin de semana. Los dos fueron pulverizados.

          Lyu se puso seria al ver que Jaime seguía sonriendo con esa característica mueca suya de burla como de quien no le importa ni afecta nada. Pero sus ojos estaban vidriosos y supo que todo era una máscara.

          » Después de aquello estuve en tratamiento psiquiátrico, entré en shock. Cada vez que venía el médico militar a mi casa a preguntarme por mi estado, me limitaba a decir que no quería volver a mandar a nadie, yo no podía salvar ni a mi sombra. Sin embargo un día apareció Abby Brigth con esa mueca tan seria, esa mirada tan fría y la acompañaba John Masters, el hombre de pelo blanco, frío como el hielo. No me preguntaron nada. Firmaron mi alta y me dieron la bienvenida a una fuerza especial de la que no obtuve más detalles.

          Lyu volvió a sonreír. Esta vez porque por primera vez desde que conocía a Jaime, podía ver el fondo se su alma.

          —Aquel día entré en el EICFD. Les advertí que no estaba preparado para dar órdenes a nadie y John se limitó a decir que nuestro grupo recibía órdenes, no las daba. Le advertí que no tendría pulso para sujetar un arma nunca más. Abby respondió que solo dispararía a invasores de fuerzas desconocidas. Les dije que eran invencibles, que tenían naves inalcanzables y ¿sabes qué me dijo la teniente? Nosotros les hemos derribado. Las nuestras viajan más rápido que la luz.

          Jaime suspiró y la miró a los ojos.

          —No quiero encariñarme de mis compañeros, pero por lo visto estoy condenado a hacerlo a pesar de mis esfuerzos. No quiero, de verdad, por eso os trato así, quiero convencerme de que no sois nada. Sin embargo si algo os pasara, en especial a ti, que nos hemos conocido tan bien, creo que no podría soportarlo.

Lyu sonrió con picardía y se dejó caer un hombro de su camisa negra sedosa.

          —Yo quiero que me mires como un filete, no te encariñes conmigo, pero nunca se te ocurra volver a pensar que no podrás superar algo. Odio a los cobardes.

          —Tú no sabes...

          —Escucha, eres tú el que no tiene ni idea —replicó Lyu, sin pretender parecer borde. Aunque por el gesto de seriedad de Jaime se dio cuenta de que lo fue.

          —Quería que supieras por qué soy así, tan desapegado, tan pasota y...

          —Tan parlanchín, sí ya me hago una idea —cortó ella, sonriendo mientras un mechón oscuro de su pelo le tapaba un ojo—. Solo quiero que entiendas que me has hecho sentir mal. Ahora que sé cómo se cocinan tus pensamientos me siento en deuda contigo, creo que te debo una confesión similar.

          —No necesitas...

          —¡Ya sé que te da miedo conocerme, idiota! —Protestó ella por su nueva interrupción—. Pero yo te conozco, me has provocado un sentimiento muy molesto y creo que estás obligado a escucharme porque si no voy a tener que partirte la cara.

          —Vale, habla.

          Lyu se desabrochó un botón de su blusa y se puso a caminar en círculos frente a Jaime que la miraba con miedo y curiosidad desde el sofá en el que estaba sentado.

Habían ido a tomar algo a casa de la chica y todo aquello comenzó cuando ella le dijo: "Hemos pasado muchas aventuras juntos, hemos follado y parece que somos algo. ¿Y sabes qué? No sé nada de ti."

          Fue entonces cuando él confesó sus traumas.

          —Escucha bien lo que te voy a decir porque no se lo he contado a nadie. De hecho a mí no me lo dijeron hasta que tenía 18 años así que casi me he enterado hace nada. Pero al enterarme me sentí liberada, como si por fin entendiera el puto mundo que nos rodea.

          Jaime la miraba hipnotizado, movía sus caderas con elegancia con aire casual, su blusa estaba ampliamente abierta y parecía mostrarle el canalillo de forma accidental, su escote se dejaran ver hasta muy cerca de la aureola, a veces podía ver su sombra. Ella se movía como si se sintiera más cómoda así. Se había quitado el pantalón y su blusa negra ocultaba hasta la mitad de sus muslos. Ignoraba si llevaba ropa interior o no. Jaime sabía que ella odiaba los tangas y prendas apretadas de modo que suponía que no había nada debajo salvo la delicada capa de pelo de su pubis.

          —Verás, yo tenía una especie de enfermedad, o eso les decían a mis padres. Me encantaban los aparatos electrónicos, más que las personas. Ya en una chica es algo especialmente chocante. El caso es que yo quería entenderlo todo y la gente... Digamos que era imposible hurgar en sus cabezas, de modo que me centré en los juguetes y aparatos electrónicos que sí podía destripar y estudiar. Con siete años cogí el móvil de mi padre y le hice unos ajustes. Como resultado logré que explotara su batería causándome algunos cortes y heridas, tuve suerte de que me asustara porque empezó a calentarse y arder antes de explotar. Me dio tiempo a tirarla al suelo. ¿Sabes qué pensaron mis padres? Que estaba mal de la cabeza, me llevaron a psicólogos y me evaluaron. Ellos lo justificaban diciéndome que necesitaba hablar con especialistas que me ayudarían a resolver mis dudas, pero esos estúpidos solo hacían preguntas. No respondían a ninguna de las mías.

          —Mis notas eran ejemplares, salvo gimnasia, que sencillamente pasaba de hacer el imbécil como el resto de mis compañeros. Nunca me aprendí el nombre de ningún de ellos, todos eran idiotas perdidos, superficiales, me miraban como un bicho raro y si les decía algo, cualquier cosa, veía sus caras de "¿qué me está contando?". Las chicas se burlaban de mí porque siempre fui muy pequeñita, mis formas femeninas tardaron en florecer, ¿Sabes? No se notaron mis pechos hasta casi los dieciocho. Y mis caderas no son muy anchas, los chicos no se fijaron en mí. Además yo no les hacía ni caso, pasaba de todo el mundo, nunca tuve amigos. Cuando los de mi clase se acostumbraban a mí me consideraban algo así como una mascota, me defendían de otros chavales de diferentes cursos. Yo nunca les pedí que lo hicieran. Siempre he odiado los clichés, las costumbres sin sentido, los rituales de jugar al futbol de los chicos, de hacer corro y contarse secretitos entre las chicas, y las tonterías de novios, las estupideces de salir de borrachera, fumar como una especie de rito de iniciación hacia lo que la gente llama, madurez.

          —¿Qué te dijeron tus padres al ser mayor de edad? —Se impacientó Jaime.

          —Que me habían diagnosticado TEA desde los 8 años.

          —¿Qué es eso?

          —Ahora se llama así, Trastorno de Espectro Autista, antes era síndrome de Asperger.

          —Vaya, y qué pasó.

          —Me lo confesaron cuando vi mi carnet que acreditaba mi 33% de discapacidad. Así entendí por qué me costaba tanto relacionarme con el resto del mundo. No había nada que odiara más que las etiquetas de las personas, los clichés y de repente me enteré de que yo tenía en la frente esa maldita palabra y hasta los más imbéciles de mis compañeros de clase la sabían. Pero nadie me lo dijo nunca, era como tabú. Es más, al enterarme comencé a comprender por qué algunos gilipollas me llamaban bicho raro y evitaban meterse conmigo sin decirme por qué. Al resto de chicos y chicas les tenían fritos con sus burlas e insultos, pero a mí me dejaban en paz porque era demasiado rara. O eso pensaba yo. Pensarían que era lesbiana. No me molestaba. Nunca me dio por pensar que me consideraran una retrasada mental con acreditación.

          Jaime borró su sonrisa de chulería al ver que le miraba a los ojos.

          —Disculpa pero tú... ¿Retrasada? No te conozco mucho pero, a tu lado, Einstein es un mongolito.

          —No necesito que me adules, idiota —ordenó, furiosa—. ¿Sabes por qué me acuesto contigo?

          —¿Porque soy muy guapo y varonil? —conjeturó, sonriendo con chulería.

          —Eres tan superficial que nunca me viste diferente a otras chicas. No veo que tu mirada me diga: "Vade retro bicho raro."

          Jaime tragó saliva con los ojos como platos. Se acordó que no hacía mucho le había dicho a Chemo que creía que era lesbiana (aunque eso nunca le impidió tener expectativas con ella).

          —Me has tratado como un pedazo de carne más. Me has deseado y me has hecho sentir que soy verdaderamente... vulgar, común y eso me encanta.

          —¿En serio?, vale,... Eres una guarrilla —trató de ocultar su impaciencia y se recolocó el pene—. Todo lo que estoy esperando es que te levantes esa maldita blusa y empecemos al lío, ¿sabes que me duele el paquete de tanto esperar?

          Lyu se acercó a él y le dio un bofetón que sonó en toda la casa.

          —Pero qué tonto eres —le regañó.

          Dicho eso le cogió del cuello de su camiseta, le quitó los pantalones y le dio un morreo tan ansioso que ya no volvieron a decir una palabra más en un buen rato.

 

 

          Cuando se quedaron exhaustos, tumbados uno al lado del otro en el sofá, Lyu miraba al techo con esa frialdad suya tan característica.

          —No creas, también me gustan las chicas —rompió el silencio—. Ellas son más metódicas, saben darme placer, no necesitan que las ande provocando. Aunque admito que me encanta hipnotizaros a los chicos moviendo un poco la cadera para allá, el hombro, mostrando de refilón el canalillo de mis tetas, levantando los brazos apartando el pelo de mi cara, se os quedan los ojos bizcos y me excita ver cómo se os ponen tiesas.

          —Hay una cosa que me desconcierta de ti, y es que hablas de cosas que para nosotros no son en absoluto obvias —protestó Jaime—. Eres demasiado descriptiva, es como si trivializaras los asuntos íntimos.

          —Los hombres sois tan simples... —replicó ella—. Aburridos, diría yo. Solo me divierte hablar con vosotros si os desconcierto.

          —Eso lo sabes hacer muy bien —afirmó Jaime con un meneo de cabeza.

          —Esto no es nada. Verás, ahora que me has echado dos polvos seguidos crees que hemos terminado pero no. Yo sigo esperando un buen orgasmo. Claro, tú te corres y te quedas ahí con esa sonrisa de pánfilo. Ni aunque me la metieras hasta el fondo durante horas yo me sentiría satisfecha. Y no hablo solo por mí, no pienses que soy insaciable. Lo que pasa es que ninguna se atreve a confesarlo. Cuando escuchas eso de que una chica dice que ha conocido un chico que es bueno en la cama y otra le contesta que cuente todos los detalles, ¿Qué crees que nos decimos? "Me la metió, se corrió y duró 3 minutos", ¿crees que nos contamos eso?

          Jaime no supo cómo responder a su pregunta y su cara de confusión hizo reír a Lyu.

          —Mira esto...

          Se levantó la blusa y se puso de cuclillas en el otro lado del sofá. Se miró la vagina y tocó sus labios apartándolos a los lados de forma que pudiera verla por dentro. Lo hizo casual, como todos sus movimientos; a Jaime le cogió por sorpresa y se quedó sin aliento al verla hacer eso.

          —Esto que a ti te excita tanto, se llama vagina —explicó—. Verás, no solo nos gusta que nos soben los labios estos gruesos —pasó los dedos por encima de ellos de modo que Jaime notó que sus palpitaciones se disparaban en su pecho. Su pene agotado comenzó a dolerle de nuevo.

          —Cuando pasas tu glande por aquí, me haces cosquillas, pero no siento nada de excitación. Mira, aquí dentro está el clítoris.

          Apartó los labios dejando que la luz iluminara un pequeño bultito rosado en el centro de los mismos, justo donde nacían los primeros pelillos negros.

          —Así es cómo se excita, mira, se sujeta con un dedo o la lengua y se presiona en círculos, pero sin apretar demasiado porque si duele lo estropeas todo. Así, ¿ves?

          Movió su dedo en círculos sin desplazarse por encima, eran movimientos circulares apenas perceptibles a la vista. Lyu soltó un suspiro y siseó con un gemido muy femenino y sensual.

          —¿Quieres intentarlo tú? —musitó tras una profunda exhalación.

          —C... Claro... Por supuesto —tartamudeó Jaime.

          Lyu le cogió la mano y puso su índice derecho justo encima. Luego lo desplazó en círculos, sin rozarla, simplemente masajeando el clítoris. Jaime notó que su pene se ponía como una roca mientras notaba en la yema de su dedo una extraña dureza que se contraía bajo su tacto.

          —¡Cuidado! —Exclamó ella—. Me has arañado.

          —Lo siento.

          Vale, ahora que ya sabes cómo excitarnos, ya tienes un uno para la nota de fin de curso. Luego te examino y espero un diez.

          —¿Qué? —Jaime estaba tan excitado que su cerebro no reaccionaba.

          —Los hombres, en especial tú, creéis que las tetas son para sobarlas, chuparlas como si fueran globos y estrujarlas o morderlas. ¡Mal! No sabéis lo delicadas que son, tienen más terminaciones nerviosas que todo el cuerpo, a excepción de la vagina por supuesto. Verás, cuando las coges así con las manos —se las envolvió con las suyas propias—, no sentimos más que lo que se siente poniéndose un sujetador calentito. Pero para vosotros es... ¡Uff! La estoy tocando las tetas, debe estar corriéndose a chorros. Y como nos fastidia que nos mordáis los pezones o nos arañéis o nos sobéis muy fuerte, termináis dejándolas por imposibles. Pensáis: "Bueno, son bonitas, terreno peligroso y estoy muy burro para tratar esas bellezas con la delicadeza que ellas exigen así que mejor no las toco demasiado."

          —¿Y qué tenemos que hacer entonces?

          —El problema es cómo nos las tocáis. Tenéis manos tan rudas que nos hacen daño. Usa la lengua, mira esto... Bueno no puedo lamerme yo misma así que te lo haré a ti, tú también tienes tetas, y, aunque dudo que sientas lo mismo, notarás algo.

          Lyu le levantó la camiseta y se subió sobre él. Comenzó a pasar la lengua por encima de sus pezones, primero el de la derecha y luego en la izquierda. Ante el asombro de Jaime apenas sí le rozó, pasaba la lengua, la mantenía en el sitio notando un calor embriagador que le recorría todo el cuerpo. Luego le masajeaba y con la gota de saliva pegada a la lengua, separada a unos milímetros, paseaba la gotita por su pezón. El líquido se enfriaba y sintió escalofríos, luego un mínimo contacto de la lengua le provocó un latigazo eléctrico que le hizo contraer toda la columna haciendo crujir algunas de sus vértebras. El escalofrío fue intenso y comenzó a temblar. Jamás había sentido algo tan sutil y placentero.

          —Te toca —dijo ella, apartándose sonriente.

          Se tumbó boca arriba y Jaime se subió sobre ella mientras se sobaba el pene y veía que la vagina de Lyu estaba empapada y lista para ser penetrada. Iba a hacerlo pero ella chasqueó la lengua dos veces con una sonrisa de malicia en el rostro.

          —Tienes que ir a por el diploma, caballero. Ven y demuéstrame que sabes usar esa lengua para algo más que parlotear.

          —Vale.

          Se inclinó sobre sus pechos, que en esa posición eran casi planos pues no los tenía demasiado voluminosos. Puso la lengua en uno de los pezones, que apenas se notaban ya que estaban blandos y solo con las papilas gustativas no era capaz de encontrarlos. Tuvo que mirarlos varias veces y cuando los tenía localizados los lamió como un gato lamería un cuenco de leche.

          —Así no, hombre. Déjala en el pezón, y juega con la saliva, muévela sobre mí y haz que me estremezca.

          Siguió su consejo y dejó la lengua pegada en su piel. Luego pudo notar algo insólito, sin moverse. Lyu respiraba, lo notaba con la punta de su húmedo órgano del gusto. Notó su calor, su piel era tan suave que ni siquiera la notaba más allá de la saliva.

          —Tampoco es plan de que me babees —protestó ella.

          —Perdona —se disculpó. Usó su propia camisa para secarla con cuidado de no rozarla, simplemente posando la tela. Eso complació a su profesora que sonrió y se volvió a relajar dándole una nueva oportunidad.

          Después puso la lengua encima y aprovechando la gotita de saliva la desplazó por su pezón. La respiración de Lyu se hizo mucho más profunda y sus costillas se marcaron cuando arqueó la espalda, al apartarse no pudo evitar fijarse que su vagina tenía una línea de líquido blancuzco surgiendo de su interior. ¡Cómo deseaba penetrarla! Luego fue al pezón derecho y repitió la ceremonia, ella siguió gimiendo y retorciéndose de placer.

          —Has aprobado, dos puntos, colega —Lyu se sentó sonriente—. Estas aprendiendo rápido, pero no te olvides, luego viene el examen.

          —¿Me estás diciendo que hay ocho puntos más? —Protestó él.

          —Si fuera por ti ya estarías corriéndote, lo sé hace rato. Pero quiero que entiendas que esa lengua que usas de forma tan molesta, para decir tonterías, es lo único que necesitas. Y lo que tú crees que es sexo, no es más que un fastidio. Si dejas que el placer te guie y no te posea, podemos tener una noche entera inolvidable. No necesitas ni correrte.

          —Pues no pierdas el tiempo, enséñame la siguiente lección.

          Lyu se abrochó la blusa y suspiró.

          —Demasiado por hoy ¿no te parece? Ya puedes irte.

          Jaime sonrió como si hubiera cogido un chiste malo.

          —Ni de coña, estás tomándome el pelo. Te conozco.

          —Hablo en serio, quiero descansar, me muero de sueño.

          —Háblame del punto G.

          —Yo nunca dije que el examen fuera hoy. Tenemos tiempo de estudiar, es mejor que asimiles lo que te he enseñado hasta ahora.

          —¿Y no podemos... ? —Jaime se miró el pene erecto.

          —Sí, claro que sí.

          La cara de satisfacción del chico se cortó en una mueca grotesca cuando ella sonrió y le acarició el pene como a un perro.

          —Pero quiero que te vayas a casa. Con dos veces suele cansarse tu soldadito, si lo hacemos una tercera vez no vas a pensar en mí, ahora vete y no se te ocurra matarte a pajas. Sino, mañana puede que ni me desees y es importante que lo hagas si quieres entender el resto de puntos.

          —¿Qué pasa si apruebo? —Preguntó.

          —¿No deberías buscar un diez? —Protestó ella.

          —Claro, que... ¿Qué consigo si saco un diez?

          —Conseguirás que sea yo la que no quiera que te vayas a casa —replicó, como si fuera obvio.

          —Vale, lo pillo, las mujeres sois complicadas y os encanta provocar expectativas, deseos, y sobre todo que os acaricien con delicadeza, pero tú crees que nos entiendes y no es así. Ya que me vas a confesar los secretos más íntimos femeninos, creo que yo debo corresponderte y contarte que los hombres no somos tan simples como chimpancés que se corren y se quedan contentos.

          La chica le miró con poco interés y cierta impaciencia.

          —Es cierto, nos corremos rápido. Y ¿sabes qué? El ansia por el sexo desaparece durante unos minutos. Si la chica con la que estamos es un ligue del montón, que solo nos interesa para meterla en caliente, nos escabullimos y nos sentimos fatal. No tanto porque pensemos que nos hemos acostado con alguien que no nos importa, sino porque...

          —Vuestro cerebro vuelve a ponerse en marcha y os asquea haber caído tan bajo como para acostaros con una chica cualquiera.

          —No, no es eso. No sé, es más profundo.

          —¿Es miedo a contagiaros de algo?

          —No, es... Lo que intento decirte, no quiero que pienses que me acuesto con cualquiera. Bueno, la verdad, una chica no necesita mucho para que me quiera ir a la cama con ella... Quiero decir que cuando terminamos... Os vemos. Sin la nube que nos ciega, no sé si me entiendes.

          —¿En serio? —Preguntó Lyu, con desgana. Y bostezó para darle a entender que la estaba aburriendo.

          —Y eso significa que si nuestra reacción es la de quedarnos abrazados a vosotras,... A ti, es porque no es solo sexo. Nos quedamos a pesar de que no haya más deseos en la cabeza, queremos ese momento de calidez, intimidad, cariño... Y si no aparece eso, ni nos planteamos volver a acostarnos con esa persona.

          —Hasta que pasan unas horas, ahí sí volvéis con cualquiera, cuando vuelve a anularse vuestro cerebro.

          —¡Lo que quiero decir! —Se exasperó Jaime, irritado por sus interrupciones—. Es que también necesitamos ese momento de ternura. No hay que tocarse, lamerse, penetrarse, muchas veces, como ahora... Nos morimos por quedarnos tumbados, abrazados, llegar a dormirnos juntos, embriagados por el calor y cercanía de nuestros cuerpos.

          —No me digas más... —musitó Lyu, frunciendo la frente, enojada.

          —¿Qué?

          —¿Me estás diciendo que te has enamorado? —Protestó ella, como si fuera un insulto—. Lárgate de mi casa, no se te ocurra pensar cosas así nunca más.

          —¡Qué! No, no, eso me pasa cuando me masturbo viendo chicas que me gustan un huevo, incluso estando solo, es la parte que menos me gusta de masturbarme; que luego no puedo tener ese momento de cercanía. Quiero que entiendas que esa ternura es para mí parte fundamental de un buen sexo.

          —¿Y si te digo que amo a otra persona? —Preguntó retadora—. No eres tú, pero dime... ¿Te molesta?

          —¿Qué? —Jaime la miró confuso.

          —¡Lo ves! Te ha molestado. Estás enamorado. ¡Te avisé de que no lo hicieras!

          —No me molesta —mintió él—. Por curiosidad, ¿le conozco?

          —Claro que le conoces.

          —¿Y quién es? ¿Montenegro?, ¿Chemo?, ¿Don Paco?

          —Qué tonterías dices —se escandalizó la chica.

          —Creo que merezco que me lo cuentes. Te he contado cosas que nunca he confesado a nadie.

          —¿Y crees que eso es suficiente? No te he pedido que lo hagas.

          —¿Qué más necesito? Al menos creo que podemos decir que somos amigos, ¿no? ¿O es que le cuentas a cualquiera eso de que tienes carnet de X—woman?

          Lyu le miró sonriente, sorprendida por esa forma de definir su condición de discapacidad.

          —Está bien, pero no vayas a contarle a nadie lo que te he contado.

          —¿Quién es?

          —¿No es evidente? —Preguntó ella—. No me atrevo ni a saludarle. Cuando le veo me quedo paralizada, es como si mi cerebro entrara en una especie de catatonia... No sé si es la palabra.

          —¿Con quién te pasa eso?

          —No quiero decírtelo —protestó Lyu.

          —Joder, sí que te gusta.

          —Es más que eso.

          —¡Dímelo o le cuento a Chemo...!

          —Antonio Jurado —le cortó ella—. Y como se lo cuentes a alguien te mato.

          Jaime se quedó asombrado ante esa confesión. ¿Qué demonios veían las chicas en ese tipo? Ya tenía a Ángela Dark, la tía más buenorra del planeta y del resto del universo. La más caliente, le irritaba, a más no poder, que además ella no tuviera ojos para nadie más. Y ahora, Lyu, ¿le decía que le amaba también?       

          —¡No jodas! —Exclamó, furioso.

          —No puedo evitarlo, el amor no entiende de razones.

          —Yo habría jurado y apostado todo mi sueldo del mes a que de gustarte uno de esos dos, habrías dicho que te molaba más Ángela. No porque piense que eres lesbiana, es que es una mujer que tiene que gustarle a todo ser humano del planeta, chicos y chicas,... Joder y encima tú también. ¿Qué demonios ves en ese hombre?

          —¿Que no tengas tú? —Completó ella—. Él dice cosas bonitas, me encanta cómo escribe, es maduro, entiende a las mujeres... Y puede que verle con Ángela afecte un poco, la verdad, ¿por qué estaría con él una mujer así? No sé, el corazón no sabe por qué siente las cosas —repitió ella, con aire melancólico.

          —Hablas de que los demás somos simples pero tú eres más que nadie. Lo tuyo no es otra cosa que la más pura y absurda envidia.

          —¿Qué tontería estás diciendo?

          —Tienes un problema, puedes tener a todos los hombres que quieras chasqueando los dedos y te ofuscas con el único que ni siquiera sabe que existes. En el momento en que te acuestes con él vas a desengañarte, pero claro, como está con Ángela, eso no tiene pinta de que vaya a pasar.

          —¿Y tú qué? —Contraatacó, enojada—. ¿No te gusta ninguna actriz famosa? ¿No tienes amores platónicos?

          —Bueno, una cosa es gustar, otra muy distinta es decir que estoy enamorado.

          —Dime una —insistió—. Me lo debes.

          —Bueno, vale hay una que me vuelve loco. Tiene unos ojos súper bonitos y es como muy cercana, a pesar de hacer porno... Se llama Angélica, a veces sale en una web donde puedes ver mogollón de chicas en directo mientras se tocan. Cuando mira a la cámara me derrito, tiene unos ojazos… Es como si la conociera y no hubiera una pantalla entre los dos. Parece que me mira a mí.

          —¿Lo ves? Si la tuvieras a tu alcance, si te la pudieras trincar cuando quisieras ¿perderías todo interés?

          —No lo creo... Contigo me pasa lo mismo y no... He perdido ni un ápice de deseo, más bien al contrario.

          —Te lo he advertido, no te enamores de mí —Lyu levantó su dedo índice, muy seria.

          —Exacto. Me lo prohibiste y, por tanto, creo que lo has provocado.

          La chica de rasgos orientales le miró extrañada y luego sonrió.

          —Vaya, ha funcionado —asintió sonriente—. Al fin caes en mis redes, polluelo. Quiero que me jures lealtad y amor eternos. ¿Nos casamos?

          —¿Qué?

          —Me amas, no te hagas el tonto. Esto es justo lo que pretendía. Ahora que ya has confesado que me quieres, podemos ser novios.

          —¿Hablas en serio?

          —¿Cuándo vamos a ver a mis padres? Quieren conocerte hace días, no he hecho más que hablarles de ti, ya te dije que yo nunca he tenido amigos. Le he contado lo nuestro y están deseando conocerte. Todo lo que les he dicho les encanta. Mi madre preparará un pastel cuando vayas y mi padre...

          —¿Qué es esto? —Cortó Jaime.

          —¿El qué?

          —Basta ya, ¿quieres? Sé que te estás burlando.

          Lyu negó con la cabeza.

          —¿Quieres que vayamos a comer mañana? Aprovechemos que tenemos libre.

          —Escucha, no te burles de mis sentimientos.

          —No me burlo.

          —Tampoco quiero que me digas eso para desengañarme o quitarme mi fijación por ti.

          —Qué complicados sois los hombres —protestó ella, resoplando y apartándose el pelo de la cara.

          —Está claro que hemos pasado demasiado tiempo juntos, tengo que desintoxicarme de ti. Al menos has entendido que no somos tan simples.

          Jaime se vistió y sin cruzar siquiera una mirada con la chica se fue de su apartamento.

          Cuando se quedó sola, Lyu resopló fastidiada y se dejó caer de espaldas en el sofá. Luego se fue a su habitación, abrió el cajón de la mesilla de noche y sacó un pene de silicona con mecanismo de vibración.

          —¿Me echabas de menos? —musitó—. Ya era hora que se fuera ese pesado.

          Se lo metió en la boca y sonrió complacida. Miró por la ventana, ensoñadora y se tumbó en la cama. Dejó el pene a su lado y siguió sonriendo.

          —Así que somos amigos —musitó recordando las últimas frases de Jaime—. Me encanta como suena eso.

 

 

 Continuará

 

 

 

 

Comentarios: 8
  • #8

    Alejandro (lunes, 27 marzo 2023 13:35)

    Yo también espero la siguiente lección.

  • #7

    Victor (domingo, 26 marzo 2023 16:11)

    Espero la siguiente lección de Lyu.

  • #6

    Victor (domingo, 26 marzo 2023 16:11)

    Yo también. Jeje

  • #5

    Alfonso (sábado, 25 marzo 2023 12:12)

    Espero leer las peripecias de Chemo por conquistar a Vanessa.

  • #4

    Vanessa (jueves, 23 marzo 2023 13:21)

    Hasta el pobre Jaime tiene su corazoncito. Yo apuesto que él termina enamorado antes que Lyu.

  • #3

    Chemo (miércoles, 22 marzo 2023 13:53)

    ¡Muy buena parte!
    Voy a pedir a Lyu que me deje participar en la clase. Y tal vez la profesora aprenda también una o dos cosillas de este dedicado alumno.

  • #2

    Jaime (miércoles, 22 marzo 2023 02:02)

    Me ha gustado la lección del día de hoy. Y eso que nunca me gustó el instituto. Me esforzaré para sacar los diez puntos y después Lyu caerá bajo mis pies. Jeje

  • #1

    Tony (martes, 21 marzo 2023 20:44)

    Espero que haya sido un capítulo muy educativo.
    No olvidéis comentar.