Las crónicas de Pandora

Capítulo 33

Anteriormente 

 

        Cuando sonó el despertador Antonio soñaba que estaba de vacaciones en una zona rural que sentía que conocía bien pero que al despertar no tenía ningún recuerdo del lugar. Lo que hizo que quisiera seguir soñando era una chica, Sara, una de la que había estado enamorado en su juventud y que después de muchos años volvía a ver y nuevamente su corazón palpitaba por ella como en su juventud.

          Apagó el despertador y quiso dormir un poco más, pero vio la hora y eran las 6:25 AM. Iba a llegar tarde.

           

          Se vistió apresuradamente y cogió la comida de la nevera. Así comenzaba cada mañana. Sus hijos estaban con su madre hasta el siguiente domingo, no tenía que preocuparse. Cogió su teléfono y antes de salir se fue al baño a vaciar su vejiga. Mientras lo hacía sentado, aprovechó a mirar su móvil y vio la página de noticias que decía: "¿Por qué no debes leer el móvil mientras vas al baño?". Bufó de aburrimiento.

          —Cuánta tontería…

          Revisó su email, diez correos, nueve de los cuales eran ofertas de trabajo que no encajaban con su currículum ni en la sombra de las tildes y un email de la tienda Game. Era una invitación para reservar el juego de un famoso héroe tradicionalmente vestido de verde y que ahora vestía harapos sucios. Charly estaba loco por ver el último juego de la saga, aunque mentiría si dijera que él y Miguel no.

          —Dos semanitas de espera hasta que salga... —Murmuró.

          Dejó el teléfono encima del radiador del baño, se lavó las manos, volvió a coger el móvil y se fue al coche con su mochila colgada a la espalda.

          En el trayecto al trabajo pensó en Ángela. No sabía nada de ella desde que se separaron en el cuartel. Se sentía traicionado, aunque no podía culparla. Montenegro la encargó una misión secreta y no le contaría nada a nadie, ni a él.

          Antes de arrancar el coche cogió el teléfono y le escribió un mensaje: "¿Cómo estás? Te echo de menos. Dime algo por favor". Según el móvil el mensaje estaba mandado. Era cuestión de tiempo que lo leyera y respondiera. Sabía que lo haría, aunque no tenía ni idea de cuándo.

           

          Llegó a la oficina, se sentó en su silla, sacó la comida, la llevó a la nevera común del vending, extrajo un café y se puso a trabajar en su último proyecto. Antes de meterse en faena su móvil sonó con el tono de unas pompas de jabón explotando.

           

          Con nerviosismo lo leyó. Era Ángela: "No confíes nadie. Te quiero."

          Aquella respuesta le dejó helado. Como sospechaba, estaba en una misión secreta y por lo visto la habían dejado completamente sola. Lo primero que pensó fue preguntarle pero supo que la pondría en un compromiso. Entonces respondió: "Espero que nos podamos ver pronto"

          El mensaje se marcó con el checks azul de WhatsApp, lo que significaba que ella pudo leerlo. Esta vez no volvió a responder. Tras unos segundos ensoñando su último encuentro juntos el móvil le interrumpió. Era Montenegro, debían reunirse en la planta de siempre.

          Sin perder un segundo se levantó, se dirigió al ascensor y esperó que llegara. Tenía que preguntarle qué sabía de ella.

           

           

          En la reunión vio congregados a casi todos sus compañeros. Solo faltaban Abby, Alfonso y Ángela. Allí estaban John Masters, Lyu, Jaime, Chemo y Vanessa. Se saludaron con un gesto de cabeza y la única que no le correspondió el saludo fue la chica oriental. Solía ser así de borde con él, ni le saludaba ni le miraba a los ojos, pensó que debía repugnarle. Una chica tan guapa y deseada por todos podría sentirse sucia solo porque alguien como él la mirara, un viejo que duplicaba su edad, con un físico bastante deteriorado (a diferencia de sus compañeros tan jóvenes, alegres y simpáticos).

          Montenegro fue el último en llegar. Como era habitual en él vestía traje militar oscuro con galones dorados desgastados en los hombros. Su brillante calva se veía poblada de pelo muy corto, al igual que su barba.

          —Bienvenidos muchachos. ¿Qué tal? —Les saludó cordial.

          —¿Cómo fue lo de Don Paco? —Preguntó Chemo.

          —Siento tener que ser yo quien te lo diga, Chemo, el consejero español ha muerto —explicó el comandante.

          —¿En serio?

          —¡No jodas! —Protestó Jaime.

          —¿No teníais que protegerle? —Acusó Vanessa a Antonio.

          —No,… pudimos hacer nada —replicó Antonio, avergonzado.

          —No has perdido el tiempo, ya he visto que has publicado ese manuscrito. Ya lo vi en tu página —se burló Jaime—. ¿Alguien lo ha leído?

          —A referencia de eso, señor Jurado. Retírelo inmediatamente de la red. No sabemos las repercusiones que puede tener.

          —No decía nada peligroso —protestó él.

          —Es una orden.

          —Aquí no puedo, no tengo ordenador.

          —Cuando pueda, obviamente. De todas formas ya le dije a los chicos de informática que lo borrara de todos índices de búsqueda para que nadie pudiera encontrarlo. No les pedí que lo eliminaran ellos porque eso es cosa suya. Además le servirá de advertencia. Si sigue publicando cosas nuestras tendré que clausurar su página web.

          —¿Dónde está Ángela?—Preguntó Chemo.

          —¿No habrá muerto? —Intervino de nuevo Jaime.

          —No lo sé —respondió Antonio—. Quiero decir, no he vuelto a verla desde que volvimos.

          —Si tiene cualquier noticia no dude en hacérmelo saber —ordenó Montenegro—. Su desaparición no presagia nada bueno.

          —Ella iba a venir conmigo a casa, pero usted la retuvo y desde entonces apenas he tenido noticias. Más bien dígame en qué lio la ha metido —Acusó Antonio.

          —Cuidado con sus palabras, muestre más respeto con sus superiores.

          El comandante no se acomodó en el sillón del despacho. Se quedó en la puerta y les indicó que le siguieran.

          —El consejo ha pedido vernos a todos —indicó mientras salía del despacho—. Vamos a la sala de proyecciones.

          No tuvieron que andar mucho, aquella planta no era tan amplia como el cuartel general del Atlántico Norte. Entraron en una sala con paredes blancas, sin cuadros,  con un molesto olor a humedad. Encendió las luces y vieron un monitor de plasma que debía tener más de quince años. A su lado había una torre de ordenador y un aparato pequeño con cuatro luces verdes.

          —Tomen asiento, voy a contactar —pidió el comandante.

          —¿Desde cuándo es tan educado? —Musitó Lyu al oído de Jaime. Antonio la escuchó porque estaba justo al lado.

          El interpelado se encogió de hombros.

          Antonio se fijó que solo cuchicheaban esos dos. Chemo y Vanessa estaban sentados uno al lado del otro pero no habían dicho una palabra. Normalmente gastaban bromas y derrochaban buen humor aunque ahora parecían enfadados. En cambio la otra pareja parecía tener una confianza muy íntima, algo nuevo si tenía en cuenta que antes la chica de rasgos orientales odiaba al mundo entero, incluido Jaime.

          La televisión se encendió y aparecieron diez caras oscuras con fondo claro, cada una con una bandera en la esquina de emisión.

          —Ya era hora, que sea la última vez que nos hacen esperar tanto, nuestro tiempo es demasiado valioso —se quejaba el de la bandera francesa.

          —Tengo entendido, comandante, que el consejero español ha sido asesinado —intervino el italiano—. ¿Puede confirmarlo?

          —Mis fuentes aseguran que solo fue un señuelo para confundir al enemigo —dijo el de la bandera de emiratos Árabes.

          —Ambos rumores son ciertos —explicó Montenegro—. Hubo dos intentos, la primera vez resultó gravemente herido, el otro fue fatal para él.

          —¿Eso qué significa? —Preguntó de nuevo el francés—. ¿Nuestros datos personales están expuestos?

          —No, señores, sabemos quién ha sido. Fue Ángela Dark.

          Los miembros del consejo se quedaron helados, ninguno respondió.

          Antonio sintió que se le paraba el corazón. Ese hijo de punta… ¿Con qué pruebas la acusaba? No andaba errado en el tiro, pues fue ella la que efectivamente ejecutó a Don Paco, pero ¿cómo demonios lo sabía? ¿Por qué no le había encerrado a él si sabía todo? ¿Qué hizo con ella cuando regresaron de su misión? Algo le decía que estaba a punto de averiguarlo.

          —¿Y cómo ha podido llegar a él? —Preguntaron.

          —Yo la envié, y que me parta un rayo si sabía lo que iba a hacerle a Don Paco —replicó el comandante, furioso.

          —En tal caso, podemos dilucidar que nuestra seguridad no está en entredicho —insistió el consejero Francés.

          —No hay razón para pensar tal cosa, ella no tenía acceso a la información clasificada —respondió Montenegro.

          Antonio quería intervenir, defenderla y decir que él fue testigo de que no fue ella. Pero no sabía mentir y a pesar de que temía por su vida, no podía hacerlo sin que le acusaran también a él. ¿Por eso no aparecía? "No confíes en nadie"… Le sudaba la nuca, le dolían las muñecas de apretarlas tan fuerte contra la mesa.

          —Ya están tardando en dar caza a esa zorra —ordenó el americano—. ¡No pierdan ni un minuto! Quiero su cabeza encima de esa mesa.

          Un golpe sordo le interrumpió. El consejero americano se acercó a la cámara hasta que finalmente la luz iluminó su rostro sin vida. En su cabeza había un disparo limpio que dejaba salir un chorro de sangre hacia el ojo derecho.

          El silencio que siguió después fue tan tenso que nadie en la sala osó respirar. Alguien había asesinado en directo al Consejero de Estados Unidos.

          —¿Esa es la seguridad que tenemos? —Protestó el de Reino Unido—. Discúlpenme, caballeros, ya he visto bastante. Propongo llevar a cabo el protocolo Géminis.

          —¡Estoy de acuerdo! —Exclamó el italiano.

          —Un momento, puede ser una trampa —trató de calmar el Francés.

          —Esto es cosa del consejero Ruso, desde que lo expulsamos del consejo está buscando nuestra destrucción por activa y por pasiva —replicó el inglés.

          —Yo conozco ese tono de voz —murmuró Vanessa al oído de Chemo.

          Antonio tenía el privilegio de escucharles también pues estaba en medio de las dos parejitas.

          —Todos los ingleses tienen ese acento repelente de altanería —respondió Chemo.

          —No es solo eso,... Es el acento... Ojalá pudiera recordar quién era...

          —Alguna película, Roger Moore, por ejemplo. Se parece bastante —le quitó importancia el chico.

          —Guarden silencio —murmuró Montenegro—, les pueden oír y la situación es muy grave.

          —Votos a favor por el despliegue del protocolo Geminis —pidió el inglés.

          Cada uno de los consejeros fue levantando la mano, excepto el americano, que seguía muerto en pantalla. Probablemente nadie sabía dónde estaba.

          —El que ha hecho esto... Es alguien que sabe dónde encontrarnos, nuestras rutinas —explicó el consejero Chino—. No hay nada más que hablar, despleguemos el protocolo Géminis.

          —¿Qué es ese protocolo? ¿Te suena? —Murmuró Lyu a Jamie.

          —No, pero tengo una duda profe —respondió y se acercó al oído de su amiga.

          Entonces ella se apartó bruscamente.

          —Estamos trabajando, no es momento de lecciones —le regañó.  

          —Es que no pienso en otra cosa.

          —Calla, nos está mirando el comandante.

          Jaime pegó un bote en la silla. Por el ruido que produjo ese sobresalto, Antonio dedujo que Lyu le había pegado un pisotón. Por curiosidad se fijó en el gesto de Montenegro y vio que se cubría la cara con la mano derecha.

          Mientras tanto los Consejeros seguían decidiendo las medidas a tomar y escucharon a uno de voz muy cansada y vieja, una mujer. Todos callaron al oírla. Se trataba de la consejera de Australia.

          —No es buena idea que salgamos de nuestras rutinas. Si algo ha demostrado mi experiencia es que las peores desgracias llegan cuando se improvisa. Un niño sabe caminar al poner un pie y luego el otro. Las primeras veces cae, aprende y vuelve a intentarlo. Después camina sin pensar, sin prestar atención a lo que hace, ya no importa el hecho de caer. Estoy convencida de que el protocolo Géminis es un error. Yo no pienso ejecutarlo, pero entiendo que cada uno pueda hacer lo que le plazca.

          Y su monitor se apagó.

          —Montenegro, investigue ese asesinato, por mi parte hemos acabado —concluyó el francés—, yo sí voy a ejecutar el protocolo.

          —Y yo.

          Todos fueron apagando sus monitores, algunos decían que lo harían y otros se iban sin más.

          Solo quedó uno y era el consejero italiano.

          —Esto es culpa suya, no sé si intencionadamente o por el contrario es un completo inútil. Tiene el deber de velar por nuestra seguridad y por lo visto no lo está logrando. Ya solo quedamos diez. Pero no saldrá limpio de esto... Procure enmendar sus errores o tendrá que ser reemplazado.

          —Haré lo que esté en nuestra mano —respondió el comandante.

          —Esto no pasaba cuando estaba Alastor... Vamos cada vez peor. Si no sabe qué hacer yo le diré por dónde empezar, tráigalo de vuelta. No importa los medios que tenga que emplear, lo quiero al frente del EICFD.

           —Hace años que desapareció —replicó Montenegro.

          —Si no me equivoco... —la mano del francés se vio señalándoles—. Ese de ahí es el famoso Antonio Jurado, el que encuentra a quien haga falta. Encontró a Génesis, tiene dotes muy valiosas por las que está hoy allí sentado y no criando malvas. Utilice sus recursos, quiero de vuelta a Alastor, solo él podría solucionar esta crisis. Por mi parte no traten de contactarme, voy a ejecutar el protocolo Géminis.

          —¿Cómo les mantendremos informados?

          —Una de las ventajas de este procedimiento es que nosotros desaparecemos, pero nos enteraremos de sus avances. Cuando elimine a la amenaza le contactaremos.

          —A la orden, señor —aceptó Montenegro.

          Dicho esto su porción de pantalla también se llenó de arenilla blanca y gris. Solo quedaba online el cadáver del consejero americano. Entonces Montenegro cortó la conexión y apagó la pantalla.

          —¿A nadie se le ha ocurrido pensar que el asesino del americano ha escuchado nuestra conversación? —Preguntó Lyu—. Si sabe lo que es el protocolo Géminis, los cazará como a chinches.

          Montenegro negó con la cabeza.

          —Cuando un consejero ejecuta esa medida excepcional  escoge a dos personas de confianza entre su cuerpo de seguridad y desaparecen como fantasmas.

          —¿Quiere decir que se hacen invisibles?

          —No, simplemente usan otras identidades y llevan otra forma de vida totalmente distinta a la anterior. Por eso se llama Géminis, actúan como harían sus hipotéticos hermanos gemelos.

          —¿Y qué podemos hacer? No tenemos ninguna pista sobre el americano, ni siquiera sabemos dónde está.

          —Investiguen el lugar, cojan pruebas —se volvió hacia Antonio—. Y usted, por favor, haga honor a su fama. Traiga de vuelta a Alastor.

          —¿Cómo? —Se quejó el aludido—. Fue eliminado hace años.  

          —Use el halcón que le cedí antes. Llévese al equipo Delta de apoyo.

          —Ángela es la que sabe pilotarlo —siguió protestando.

          —¡Llévese a Brenda! No me moleste con detalles, no me haga arrepentirme de haberle reenganchado a nuestras filas.

          —Suponía que la misión sería encontrar y matar a Ángela Dark —intervino Lyu.

          —Ya nos ocuparemos de eso más adelante —le quitó importancia Montenegro.

          —¿Y yo, señor? —Preguntó John Masters.

          —Vaya con ellos. Necesitamos encontrar a Alastor, cueste lo que cueste.

          —¿Y las fisuras no le preocupan? —Inquirió Antonio.

          —Traten de evitarlas, sino nunca podrán volver a este tiempo.

          —Conozco el protocolo de seguridad —replicó John.

          —Le pongo al mando de la misión capitán. Espero que esta vez sepan compenetrarse mejor usted y el señor Jurado.

          —¿Y qué sabe de la teniente? —Se interesó John.

          —Solo sé que no ha regresado. Lo cual me hace suponer que algo ha ido mal, de lo contrario ya habrían regresado a nuestro tiempo. O puede que... No hayan podido evitar una fisura.

          —En ese caso debemos ir a buscarlos —propuso el veterano capitán.

          —Estoy de acuerdo, pero no quiero saberlo. Solo les pido que traigan de una pieza a Alastor —miró con intensidad a Antonio—. Y esta vez no aceptaré excusas, utilicen el protocolo de seguridad si es necesario, deben volver a nuestro universo.

          Dicho eso, se retiró, dejándolos con cara de circunstancias.

          —Espero que lo hayas entendido bien, palurdo —barbotó John—. Aquí mando yo, ¡En marcha!

          —¿Y nosotros qué pintamos en todo eso? —Protestó Jaime—. Si no mandamos a nadie.

          —Es lo que tiene ser un soldado —aceptó Chemo.

          —¿Quién es ese Alastor? —Preguntó Lyu.

          —Es... Era el antiguo director del EICFD. Tenía ciertos poderes que —respondió Antonio—. Bueno, a menos que tengamos un Senet egipcio, va a ser difícil entrar en el inframundo. Y más aún, salir de allí con él.

          Todos le miraron extrañados.

          —¿Un qué? —preguntó John.

          Antonio soltó un resoplido, frustrado por su ignorancia.

          —Los egipcios, jugaban a un juego llamado "senet", en el que eran realmente buenos. Era como el fútbol de la época actual, pero más difundido. Lo jugaban a todas horas, tenían que hacerlo porque creían que al morir, debían enfrentarse a Horus, en ese juego, y si no le ganaban no les dejaban entrar al inframundo. ¿Por qué estamos hablando de esto?

          —¿Tú lo has mencionado? —Preguntó Lyu, burlona.      

          Cuando parecían haber comprendido su referencia seguían confusos.

          —Bueno, es complicado. Alastor era el antiguo jefe del EICFD, yo lo... Maté... —Arqueó las cejas, decepcionado por lo simple que era la explicación.

          —¿No querrás decir nosotros? —Corrigió John—. No lo hiciste solo.

          —El disparo que lo mató se lo di yo.

          —Disculpa, pero me estaba arrojando unas piedras del tamaño de un elefante y creo que hice muy bien la tarea de distraerlo, junto con tus otros compañeros. Tú "solo" tuviste que apretar el gatillo.

          —O sea, que estamos jodidos —dedujo Chemo—. Por si no os habéis dado cuenta, nos han amenazado. Si no lo rescatamos moriremos.

          —Y si lo hacemos nunca llegaremos a...

          —Traerlo de una pieza no difiere de lo que ocurrió, si lo piensas bien —opinó Masters.

          —Hay un problema con todo esto John.

          —¿Cuál? —Preguntaron a la vez.

          —¡Me niego! —Exclamó furibundo—. ¡Nos costó Dios y ayuda acabar con él! Nunca mejor dicho. Teníamos los trajes pleyadiando y casi nos derrota... ¿En serio queréis rescatarlo porque ese zampa pizzas nos lo ordene? ¡Que le den! Alastor vendió al mundo por cumplir sus ideales de regresar a su planeta natal. La Tierra fue entregada a ese señor con aquel extraño nombre de Ercol... Herbol... Culos, como sea. Sería mejor encontrar a Fausta, ella sí que podría ayudarnos.

          —¿Puedes encontrarla a ella? —Preguntó John.

          Antonio le miró dudoso y respondió:

          —Desde luego será más sencillo.

          —Y mientras cazamos gamusinos, Rodrigo y los rusos camparan a sus anchas por ahí —protestó Vanessa—. Os recuerdo que nos dijo que el mundo sería destruido en unos días. Tenemos que detenerlo.

          —Para eso precisamente necesitamos a Fausta —replicó John—. ¿Qué podemos hacer nosotros solos?

          —No te preocupes —tranquilizó Jaime—. Eso de los tres días lo dijo hace una semana y aquí seguimos. No me lo tomaría muy en serio.

          —Creo que puede ser que... —Trató de deducir Antonio—, algo lo ha evitado.

          —¿El qué? —Le preguntaron varios a la vez.

          —Publiqué "el manuscrito de Nazaret".

          Todos le miraron como si hubiera dicho la peor tontería de su vida.

          —O puede que haya sido otra cosa —rectificó, avergonzado.

         

          Encontrar el ingeniero que les explicó el funcionamiento de la máquina del tiempo fue un golpe en el estómago para Antonio. Brenda le había pedido ayuda, pues no conocía ese modelo de halcón.

          —Otra vez por aquí, ¿Dónde está tu compañera morena? —Le preguntó alegremente.

          —¡Ey, Martín! —Le saludó—. Si te lo dijera tendría que matarte.

          El aludido, soltó una carcajada ruidosa y le dio una palmada en el hombro.

          —Yo también mataría por una chica como esa —abundó entre risas.

          Antonio tuvo que reírse con él. Era un chico simpático.

          Jaime y sus compañeros del equipo delta seguían en los vestuarios. Deberían estar ya en el hangar pero estaban tardando demasiado. Antonio se preguntó si les habría pasado algo. Solo John Masters les acompañaba y no decía nada, se limitaba a observar y escuchar cuanto exponía el ingeniero.

          —Te he llamado yo —intervino Brenda, sonriendo, metiéndose en la conversación de forma un poco forzada—. Soy la piloto, encantada.

          —Martín, encantado de conocerte. ¿Eres…?

          —Brenda Wallace. Tengo un problema y es que solo conozco el modelo anterior de halcón. ¿Puedes explicarme dónde está el módulo temporal en este galimatías de botones y cables?

          —¡Claro! ¿En serio has pilotado una cucaracha? Eso sí que era fácil, joder, una pantalla táctil y apenas dos palancas. Casi todo estaba hecho por software… Qué tiempos, entonces las cosas se hacían para Yummies, no se requería mucho conocimiento, cualquiera podía pilotar esos avioncitos de papel… Perdón, de fibra de carbono. Ahora que tenemos que vender estos juguetitos al ejército deben ser tanques voladores, tienen que aguantar de todo. Y nada de pantallitas táctiles, los militares quieren todo con su palanquita y botón.

          —¿Has llamado cucaracha a mi nave? —Brenda dejó de sonreír.

          —¿Aún está en activo? —Se extrañó el risueño ingeniero.

          —¿Cuántos años crees que tengo, chico? —Preguntó, ofendida.

          —¡Perdón! No me refería a usted, quería decir su nave.

          John puso los ojos en blanco y esbozó una apenas perceptible sonrisa. La piloto se ruborizó avergonzada.

          —¡Ja, ja, ja! —Rió forzadamente Martín—. Menuda metedura de pata, ¿eh? Qué tal si comenzamos. Me recuerdas a mi madre, siempre con la sartén en la mano si alguien insinúa que es una abuela.

          Esta vez John tuvo que carraspear para evitar que le sorprendieran riéndose.

          Entonces empezó la parte técnica y en esta ocasión el joven ingeniero se ahorró los tocamientos y las manitas. Con Ángela le cogió la mano repetidas veces para mostrarle la posición de los botones. Esta vez se limitó a señalar los lugares que debía tocar y activar. Evidentemente podía ser su madre y de hecho, probablemente su hijo era mayor que él. Sin embargo Brenda era ser más joven que Antonio.

          «Considera muy vieja a esta mujer —pensó—, por eso ni se planteó la posibilidad de que Ángela fuera mi novia… Yo debo ser un vejete de cincuenta.»

          Así pasaron más de media hora de explicaciones. De vez en cuando Brenda le dedicaba una mirada de sufrimiento, como si le costara entenderlo todo. Lo cierto es que Martín no estaba teniendo ni paciencia ni dedicación en sus explicaciones, era harto difícil seguirle y por eso se vio obligado a explicar las cosas varias veces.

          De hecho Antonio dejó de prestar atención porque no podía dejar de pensar en Ángela. Ver a Martín a los mandos de la nave y no ver a su compañera le quebraba el alma, ¿en qué estaría metida? ¿Por qué no le contestaba los mensajes? ¿En serio tendrían que darle caza y captura? Montenegro no demostró que fuera prioritario pero si la consideraban un peligro igual recurría a otro equipo para darle caza. De sobra sabía que ellos no eran de fiar, era su compañera desde hacía meses. 

          —¿Ya lo tienes? —Preguntó Martín, con cierto tono de impaciencia.

          —Creo que sí, si acabo estrellando el aparato encima de tu casa puede que me haya olvidado algo jejeje —se rio Brenda.

          —De acuerdo pues, buena suerte.

          Se quedó mirando a Antonio y le miró de forma rara.

          —Nos vemos —se despidió.

          —¿Qué miras así? —Le preguntó, fastidiado—. ¿Sabes algo de Ángela que yo no sé?

          —No, tío, tranqui —le calmó Martín—. Es solo que… He pedido repetidas ocasiones que me admitan para las misiones, como vosotros. Quisiera, por una vez, ver en funcionamiento la máquina del tiempo, ver el pasado, el futuro… ¿Quién no querría viajar? Es el sueño de todos.

          —El mundo está mal repartido —contestó Antonio—. Yo, en cambio, no quiero ir, pero estoy obligado a hacerlo.

          —Yo iré contigo —escuchó un murmullo, justo en su oreja.

          Era la voz de Ángela.

 

 

Continuará

           

           

           

Comentarios: 5
  • #5

    Chemo (miércoles, 07 junio 2023)

    Sí. Yo también voto por la lección.

  • #4

    Jaime (miércoles, 07 junio 2023 01:52)

    Por cierto, voto para otra lección de Lyu en la próxima parte.

  • #3

    Alfonso (lunes, 05 junio 2023 03:00)

    Recuerdo vagamente que en una anterior historia se menciona a un consejero inmortal que poseía el Santo Grial y era supervisado por el mismísimo Jesús. ¿Aparecerá en esta historia?

    Yo tampoco creo que Rodrigo sea el antagonista de la historia. Habrá que esperar para ver el desenlace.

  • #2

    Jaime (lunes, 29 mayo 2023 18:29)

    Tengo el presentimiento de que Rodrigo no es el malo de la historia como la historia nos quiere hacer pensar. Montenegro solamente espera a que Ángela cumpla con su labor y solamente manda a Antonio y compañía a perder el tiempo para justificar que está buscando a Alastor.

  • #1

    Tony (lunes, 29 mayo 2023 03:00)

    Han sido unas semanas complicadas, no he podido publicar ni escribir todo lo que hubiera querido... Pero más vale tarde que nunca.

    No os olvidéis de comentar!