Antonio Jurado y los impostores

 

 

 

42ª parte

 

Anteriormente

 

         Lara se arrepintió de no haber ido a casa de Dani con su propio coche. Tuvo que correr por la calle hasta alcanzarlo y estaba a unas diez manzanas. Cuando llegaba, alguien la detuvo por el hombro.

         —¿Por qué te has marchado? —Era él, claro, no sabía que ella le vio ponerle la almohada en la cabeza hasta ahogarla. Una cosa que nunca llegó a suceder porque salió corriendo.

         —¿Quién te ha pedido que me mates?

         Dani la soltó con una expresión de sorpresa en los ojos.

         —¿De… de qué hablas?

         —¿Crees que soy gilipollas?

         —¿Y tú que iba a matarte? ¡Qué cosas tienes!

         —No te molestes en mentirme, como se te ocurra seguirme gritaré o te dispararé, no sé lo que prefieres…

         Se puso a caminar y Dani no la siguió. Cuando se alejó diez metros escuchó su voz lejana.

         —No quiero seguir barriendo el bar eternamente… Mi tío me dio el encargo. Yo no podía fallarle pero al ver tu foto… Eras tú o mi futuro. Lo siento Lara, no es nada personal. Lo he intentado pero no he conseguido reunir fuerzas.

         Lara se volvió hacia él y le vio apuntarla a la cabeza con una pistola con silenciador.

         En ese momento sonó el móvil del chico.

         —Al menos no lo has negado —Lara aprovechó que lo cogía para escabullirse. Sin embargo solo se escondió tras un coche y sacó su propia arma, reuniendo valor de matarle. Era la única forma de que la dejara en paz, se lo había dejado bien claro.

         —Aún no he podido, tío —replicó Dani.

         Lara no podía escuchar al que hablaba por el otro lado del teléfono.

         —¿Tanto te cuesta? No vales para este trabajo, volverás a Italia esta misma semana. No puedo seguir manteniéndote. Ni siquiera tiene guardaespaldas, es una simple inspectora que no le importa a nadie.

         —Dame otra oportunidad, tío. Pero no me pidas que la mate a ella, es… importante para mí.

         —Estúpido bambino, nunca hay que priorizar sentimientos sobre tu trabajo —Escobedo soltó un profundo suspiro—. Está bien, acaba con un tal Antonio Jurado. Te voy a pasar la dirección.

         —Gracias, tío te juro que no te fallaré —replicó mientras el viejo colgaba.

         Lara vio cómo limpiaba con un pañuelo el teléfono móvil, que era de los más baratos y después de hacerlo lo tiró a una alcantarilla.

         Algo le había dicho esa persona que podía relacionarle con algún crimen, ¿el suyo?

         —Perdóname Lara, te juro que nunca quise hacerte daño. Acaban de asignarme otra misión, he convencido a mi t… Cliente. No me sigas.

         Lara no estaba dispuesta a dejarle irse.

         Se puso en pie y le apuntó con su pistola.

         —Tú no vas a ninguna parte.

         —¿Me vas a matar? ¿O piensas detenerme? —Preguntó Dani, burlón—. Aún no he hecho nada de lo que puedas acusarme.

         —No voy a dejar que te vayas y vengas otro día y me mates por la espalda.

         De pronto Lara tuvo una visión tan real como cuando veía sus propias muertes. Pero esta vez era muy extraño ya que ella no moría.

         En su premonición se vio disparándole y dejándole morir en la calle. Su tiro le dejó desangrando en la acera y él, en lugar de tratar de devolverle el disparo se puso a llorar como un niño. Llamó a una ambulancia pero murió antes de que llegara. Se sintió igual que si hubiera matado a alguien inocente, a una persona vital para ella… Y es que realmente todavía no había hecho nada… Durante unos segundos, cuando se confesaba, pudo dispararla y tampoco fue capaz.

         No, era imposible apretar el gatillo.

         —¡Lárgate! No se te ocurra seguirme —Le ordenó.

         —No pensaba hacerlo. Espero que puedas perdonarme —respondió aparentemente sincero. Quiero volver a verte y esta vez sin presiones, sin mi prima de por medio, sin que nadie me pague para acabar con tu vida.

         —¿Crees que puedes pedirme una segunda cita? Te recuerdo que ibas a matarme.

         Dani miraba su teléfono y asintió.

         —Me voy a Fuenlabrada, mañana lo hablamos.

         —Vete a freír espárragos.

         —Yo también te quiero —replicó él, recuperando su insoportable capa de inmunidad a los insultos.

         Ante su asombro rompió el cristal de un coche y abrió la puerta… ¡Era su coche! Corrió hacia él y le apuntó a la cara desde la ventanilla.

         —¿Qué? Tengo prisa —Le dijo como si no entendiera—. Es un coche viejo, el seguro se lo pagará a su dueño, ¿no puedes hacer la vista gorda?

         —Es mi maldito coche, cabrón.

         Dani dejó de manipular los cables y la miró con cara de haber metido la pata hasta el fondo. Colocó la tapa de debajo del volante en su sitio y la miró con cara de niño travieso a punto de ser castigado.

         —¿Me prestas tus llaves?

         —¿Qué?

         Otro teléfono sonó, esta vez el de Lara. Mientras le tenía en la mira del arma lo cogió con desagrado, pero no podía ignorar a Pablo, su jefe.

         —Perdona que te moleste Lara, sé que no son horas, necesito que vayas de inmediato a Fuenlabrada, te paso la dirección con un mensaje. Allí te espera el agente especial John Masters. Te va a parecer una locura así que mejor ve y que te lo explique él. Por cierto, si ves gente por la calle haciendo de zombi, no vayas a dispararles, ¿de acuerdo?

         —¿Qué es lo que ocurre? —preguntó.

         —Creo que es un macro botellón. Las calles de Fuenlabrada están llenas de borrachos haciendo el gilipollas por ahí mordiendo a todo el mundo y los vecinos no hacen más que llamar a emergencias desde sus casas. Piensan que hay un apocalipsis zombi.

         —No puede ser… —Lara miró a Dani, negando con la cabeza—. Estaré allí en unos minutos.

         —Estupendo, voy a seguir llamando a la gente.

         Y colgó.

         —¿Me prestas las llaves? —Repitió Dani.

         Lara abrió la puerta y usó su bolso para empujar los cristalitos rotos de su asiento.

         —Algún día recordaremos este día —comentó él, meloso—. Y nos echaremos unas risas. ¿Continuamos la cita?

         —Vamos al mismo sitio, ¿no? —Replicó Lara—. Tú conduces.

         Cuando se sentó de copiloto le entregó las llaves.

         —Si me ponen una multa, me la pagas.

         —Gracias, allá vamos.

         Arrancó el coche y salió del aparcamiento dibujando una línea negra en el asfalto, dejando una nubecilla de humo con olor a caucho quemado.

 

         Una vez en la autopista, después de un tenso silencio, el primero que lo rompió fue Dani.

         —¿Quién te dijo que yo… Quería matarte? —Preguntó fingiendo tono casual.

         Lara prefirió mantener la boca cerrada.

         —Mi prima es la única que sabía algo y no le dije nada de mi objetivo.

         —No lo sabía, gilipollas —replicó con odio—. Lo he adivinado y tú me lo has confirmado. Te advierto que si intentas algo lo voy a saber y nos vamos los dos al infierno.

         —No tienes idea de lo buena que estás cuando te enfadas —respondió el chico, sonriente y mirándola ignorando el tráfico unos segundos.

         —¿Puedes dejar de ser tan insoportable? Me dan ganas de reventarte la nariz a puñetazos.

         —Si es el precio a pagar porque me toques…

         Lara bufó, desesperada y decidió no volver a hablar. En cuanto llegaran a Fuenlabrada cada uno se iría por su lado.

 

 

 

 

         Charly estaba tumbado, aparentemente muerto, la infección se había extendido completamente y en cuanto le escuchó salir, se puso en pie como un resorte y corrió hacia él. No lo esperaba, y por acto reflejo le sujetó por la cabeza pero el pequeño tenía una fuerza de mil demonios y resultó ser un enemigo formidable. Después de forcejear lo hizo entrar en casa de un empujón y le cerró la puerta.

         —Joder, qué fuerza tiene —protestó—, y para ponerse los calcetines ¡no hay manera de que pueda hacerlo solo!

         En cuanto logró librarse de él se dio la vuelta esperando ver a Miguel, acechándole.

         Como no estaba se empezó a preocupar. ¿Habría logrado escapar?

         —¿Miguel? —Le llamó sin alzar mucho la voz.

         —¿Papá? —escuchó su voz temblorosa al otro lado de la valla, en el patio del vecino.

         Suspiró aliviado y corrió hacia allá. Se acercó al muro, que le alcanzaba hasta los hombros, y vio a su hijo al otro lado.

         —¿Estás bien?

         —Charly me quería morder, papá. Es muy malo, se ha puesto azul como los pitufos puf. ¿Qué les ha pasado a mamá y a él?

         —Creo que les ha picado una de esas moscas feas. Por eso se han puesto…Puf —sonrió porque le hacía gracia el concepto que tenía Miguel de los zombis.

         En sus múltiples lecturas nocturnas les había leído un comic de los pitufos en el cual se transformaban en negros cuando les picaba una mosca a la que llamaban "Bz", estos se volvían locos y mordían a todos los pitufos que podían. Éstos se teñían igualmente de morado y eran muy malos.

         —¿Y se curarán con una flor? —Preguntó el pequeño.

         —Intenta volver anda, que no sé si allí estás seguro.

         —¿Te ha mordido a ti papa?

         —No, ¿y a ti?

         —Mamá me dijo que te ibas a morir, que te habían mordido a ti primero.

         —¿Qué? Pero si ella no me vio… —Antonio se quedó perplejo y sin palabras.

         Primero pensó que debió contárselo alguien a su mujer. Imposible, él se aseguró de que nadie le viera marcharse en coche cuando cogió la infección… ¿Se lo diría la policía?

         ¿Y si fue ella? ¿Realmente él fue quien difundió el virus por el pueblo y por todo Madrid? ¿Cómo se contagiaron los demás? ¿Y él? Nadie le mordió. Seguía pensando que el sobre de Arita tenía muestras del virus y creía que fue él quien lo liberó al ir al estadio Wanda. Pero solo eran conjeturas. Arita no tenía el virus zombi (y le dijo que no pretendía destruir a la humanidad) sin embargo su mujer había estado en contacto con zombis hacía tiempo, pudo guardar algo de la isla de Tupana (donde sobrevivieron de milagro a la horda de zombis) y quizás lo había usado contra él. ¿Brigitte le quería muerto? Tenía sentido, en sus últimas discusiones le dejó claro su deseo de que se marchara y Michael, su amante, le había dicho claramente "que el marido de su novia era un problema". No tenía pruebas pero las evidencias eran demasiado claras, contundentes y se puso furioso.

         Esto rompía sus esquemas y le presentaba nuevas incógnitas. ¿Entonces qué fue lo que hizo en el Wanda? Su mujer pudo contagiar su coche, restregando alguna prenda contagiada por todos los asientos... Para matarle y al llevar aquel sobre al centro de Madrid llevó el virus por accidente. ¿Arita no pretendía causar el caos con eso?¿Entonces por qué le mandó a Madrid? ¿Qué tenía ese sobre?

         —Salté desde la ventana —explicó Miguel, sacándole de sus pensamientos—, y de ahí al otro patio, me he cailo y me he hecho pupa en la rodilla, mira —le mostró la rodillita y estaba arañada y morada—. Charly es muy torpe y gordo, no pudo seguirme.

         —¡Qué agilidad! —Se asombró, solo tenía seis años.

         —Me subí desde la casita de perro y de ahí pude llegar a la ventana —le explicó su hijo, muy orgulloso de sí mismo—. Mira hay unas escaleritas en la pared de la casita, ¿Quieres subir?

         Antonio valoró que para un niño era posible trepar pero a él no le aguantaría, era de plástico y el Sol la tenía descolorida y agrietada.

         —Mejor ven tú que si salto y me caigo me puedo partir una pierna.

         —No puedo, no hay donde subirse.

         —Yo te ayudo, dame las manos.

         Le ayudó a trepar, sujetándole mientras trepaba por la valla de ladrillo y cuando lo tuvo suficientemente alto lo levantó y lo atrajo hacia él dándose un abrazo tan fuerte que el niño casi le asfixió.

         —¿Van a curar a mamá y Charly? —Le preguntó.

         —Descuida, los soldados les pondrán una inyección y se curarán. Ya he hablado con ellos y están de camino.

         —¿Y la mosca puf? ¿Sigue picando a la gente? Tengo mucho miedo.

         De pronto Antonio notó que Arita volvía a tomar el control de su mente y de sus actos. Soltó a Miguel, aterrorizado, y se alejó de él temiendo que le poseyera de nuevo. Cogió una mini azada con tres pinchos del jardín y se preparó para descargar un golpe mortal sobre sí mismo si ella intentaba controlarlo e intentaba hacerle daño al niño.

         «Tranquilo, no te pongas nervioso, solo quiero preguntarte una cosa.» —Esta vez no habló, simplemente escuchó la voz en su cabeza.

         —Deja en paz a mi hijo —respondió con lágrimas en los ojos.

         «No me interesa. Acabo de descubrir que mi planeta natal ha sido arrasado. Nunca había sabido qué no era este que llamáis Tierra, por eso la gravedad aquí  es tan fuerte y me siento tan pesada.»

         —¡Por qué me hiciste ir al centro de Madrid! —Gritó.

         «Era un asunto importante, necesitaba entregar un paquete a una persona.»

         —¿Tu difundiste el virus zombi?

         «Te he dicho que no fui yo. Responde a una pregunta, ¿Cómo pudo llegar aquí toda el agua de Marte.»

         —¿En serio tienes el poder de Dios y no sabes eso? Cómo quieres que yo sepa eso, ni siquiera sabía que Marte tuvo agua.

         —Papá, ¿con quién hablas?, me das mucho miedo. ¿Vas a pegarme con eso?

         Antonio dejó caer la herramienta de cultivo y dio un paso hacia Miguel pero éste se subió de nuevo a la ventana.

         —No te acerques o salto.

         —Hijo, no tienes idea de lo que envidio tu agilidad.

         —Tengo miedo —replicó Miguel.

         —No te preocupes, hijo… —¿O sí debía preocuparse?—. Mejor quédate allí hasta que todo se calme.

         —¿Con quién hablas? —Preguntó el niño—. ¿Hay un fantasma?

         —Estoy hablando contigo, hombre.

         —Antes, si no lo sabes, has gritado a alguien —explicó muy serio el pequeño.

         Antonio se dio cuenta de que Arita escuchaba la conversación con paciencia, esperando su turno para seguir hablándole.

         —Hijo, tienes razón, tengo el don de poder hablar y escuchar a algunos fantasmas.

         —¿Hay uno aquí? —Preguntó, aterrado—. ¿Es malo?

         —Los hay en todas partes, hijo. Este no me deja tranquilo. ¿Sabes lo que me dice? Está fastidiando todo el rato y me susurra al oído palabras feas, por eso le he gritado.

         —¿Te grita pedo caca y pis? —Preguntó Miguel conteniendo una carcajada.

         —No exactamente… Pero algo parecido, hijo. Perdóname que no te haga caso, sino se puede enfadar, déjame hablar con el fantasma.

         Se alejó de Miguel y volvió a escuchar a Arita.

         —¿Quién ha robado nuestros océanos? —le preguntó—. No existía vida en este planeta. Por aquel entonces era un planeta que apenas emitía brillo por su atmósfera negra.

         —¿Y qué pasa si se enfada? —Preguntó curioso, Miguel.

         Antonio le miró sonriendo, el pequeño volvía a estar al lado suyo y no pareció entender que le tenía que dejar en paz.

         —Un momento, hijo —le pidió—. ¿En serio me estás diciendo que viviste en Marte? —Replicó Antonio—. ¿Y qué demonios hacías en la Luna?

         —¿Es un marciano? —Preguntó Miguel—. ¿No decías que era un fantasma?

         «Teníamos naves espaciales y con ellas nos desplazábamos por el sistema solar. Lo último que recuerdo del viaje fue que yo iba con mi padre cuando una nave de los grises nos atrapó. Por miedo a ser torturados activamos el mecanismo de hibernación de nuestros trajes. Y desperté en este planeta.»

         —Pero ¿en estos treinta y cinco años no sabías en qué planeta estabas? —Preguntó Antonio.

         «¿Cómo podría? Nunca me mostraron el sistema Solar. Busqué en todos los mapas la montaña que coronaba los cielos y no existe aquí nada igual, pero sí en Marte. He descubierto que el lugar donde nos refugiamos durante milenios está completamente seco y muerto. ¿Acaso nos robasteis el agua? ¿De dónde han salido vuestros hermosos océanos?»

         —¿Por qué no usas tu poder para averiguar qué le pasó a Marte? —Preguntó Antonio—. Ángela se quitó la omnisciencia, así que tú tampoco debes tenerla, por eso no puedes saberlo.

         «¿Qué has dicho? —Protestó Arita—. ¿Por qué se quitaría tal poder?»

         —Eso es algo que me contó antes de matarla. Por lo visto no lo escuchaste, qué lástima.

         No pudo contener todo el odio hacia esa criatura venida del espacio, al recordar que mató a Ángela.

         «Yo no la maté» —repitió ella, enojada—. «Yo no extendí ese virus, necesito que confíes en mí.... No pretendía eliminarla, solo que me devolviera lo que me pertenecía.»

         —Pues está muerta y fue por tu culpa.

         Antonio volvió a notar la ponzoñosa presencia física de Arita, tomando el control de su cuerpo y esta vez notó dolor en todos sus miembros. Sin embargo no le arrebató la consciencia, solo la movilidad.

         —¡Qué haces! —exclamó, asustado por su hijo.

         Apartó con cuidado a Miguel, el niño se alejó atemorizado porque no le gustaba la forma de moverse de su padre. Sacó las llaves del bolsillo y abrió la puerta de casa.  Charly le esperaba al otro lado y trató de morderle pero le puso la mano en la cara y sintió que salía calor hacia su rostro. El pequeño se curó al instante.

         —¿Papá? —Musitó, completamente consciente.

         —Ve al patio y espérame con Miguel —consiguió decir, Arita le permitía hablar.

 

         Subió de tres saltos cada tramo de escalera. Abrió la puerta de su habitación y vio que Brigitte había roto el cristal y golpeaba la persiana con su propia cabeza ya que sus manos estaban desgarradas y sanguinolentas. Al verle entrar se abalanzó sobre él y de la misma manera que a Charly, le puso los dedos en la cara. El calor que salió le abrasó la palma de su mano y vio, estupefacto que su mujer se sanaba por completo y volvía a ser ella misma.

         —¿Tony? —Gimió—. ¿Qué ha pasado?

         «Dile que se vaya y nos deje a solas con Ángela —pidió Arita—. Si se lo digo yo la asustaré con mi voz».

         —¿Puedes ir con los niños al patio? Están solos —pronunció como un autómata. No podía mover su cara, solo los labios.

         —Vale —Brigitte hizo caso al momento. Seguramente se dio cuenta de que le pasaba algo que no podía comprender. Cuando se alejaba, se detuvo, se dio la vuelta y añadió—: ¿Por qué me has curado?

         —Sé que me querías muerto y me has intentado matar —replicó conteniendo la rabia y el dolor—. Quiero que entiendas… Que yo no soy como tú. Cuida a los niños.

         Antonio no terminó la frase cuando ella bajó corriendo las escaleras.

         No tuvo tiempo de pensar nada más porque Arita estaba poniendo sus manos sobre el pecho de Ángela. Sus palmas empezaban a escocer, pensó que tendría la piel en carne viva, pero esta vez el calor fue visible, sus manos se iluminaron como si tuvieran lava en su interior y le ardieron de forma insoportable, de no estar Arita controlando su cuerpo habría chillado de dolor.

         «Los milagros no son malos si van acompañados de un sacrificio» —le explicó Arita.

         Al tocar la piel de la chica, el color se extendió por su cuerpo y toda Ángela se volvió incandescente. ¿La estaba incinerando? El dolor era insoportable, pensó que nunca más podría sentir nada con las yemas de los dedos, se los imaginó calcinados. Intentó detenerla pero Arita no le volvió a ceder el control, aunque seguía permitiéndole ver lo que hacía.

         «Por favor, no destruyas su cuerpo »—gimió tratando de despertar lástima en ella.

         Cuando el fuego se apagó sus manos no tenían quemaduras y paulatinamente Ángela perdía su resplandor. Cuando éste cesó por completo, pudo ver cómo sus pechos, perfectos como dos gotas de agua se elevaban lentamente bajo su blusa blanca. Volvía a respirar. Sin embargo no despertó.

         «No he venido a traer la destrucción, sino el equilibrio. No soy tu enemiga, te dejaré vivir si me devuelves lo que es mío.» —Escuchó en su mente la voz de Arita. Sentía que le estaba hablando a él pero de alguna manera entendía que se refería a Ángela.

 

Continuará

 

 

 

Comentarios: 3
  • #3

    Vanessa (domingo, 10 octubre 2021 16:40)

    Cada vez esto está más interesante. Esperando la continuación...

  • #2

    Jaime (miércoles, 06 octubre 2021 02:07)

    La historia me pareció bastante corta. Aunque estuvo bastante entretenida.Sabía que Brigitte tenía intenciones de abandonar a Antonio pero nunca me imaginé que también quería matarlo. Supongo que ella nunca lo amó.
    Por cierto, falta la escena inconclusa de Lara con Dani.

  • #1

    Tony (martes, 05 octubre 2021 21:09)

    Perdón por la tardanza, en el trabajo se han empeñado en que tengo que estudiar por las tardes y me dejan poco tiempo.
    Aun así espero no retrasarme demasiado para la próxima.
    No olvidéis comentar.