Las crónicas de Pandora

Capítulo 39

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          —Nos vamos a tomar el aire —dijo Jaime, invitando a Lyu con un gesto de cabeza para que le siguiera.

          —No tengáis prisa —festejó Chemo—. Esto está demasiado saturado. Deberían hacer más habitáculos de éstos.

          —No soy claustrofóbica —añadió Vanessa—. Pero aquí no hay ni dos metros cuadrados y cuatro camas. Encima han puesto esta ridícula mesita y banquetas en medio —resopló—. Apenas podemos pasar. ¿Qué clase de ingenieros hace algo así?

          —Los que ajustan espacio y presupuesto —respondió Lyu—. Probablemente los mismos que han hecho los vestuarios del cuartel.

          —Ya, ¿no sería mejor hacer una única dependencia de descanso más amplia con menos camas que tanta cama y tan poco espacio? —Siguió hablando Vanessa—. No somos sardinas, nos tratan como tales.

          —Estoy contigo, ni siquiera se puede follar a gusto —se unió en la protesta Chemo.

          Las chicas y Jaime se rieron, colorados y avergonzados.

          —Tío, te pasas —replicó su compañero.

          —¿Qué? Solo digo lo que pensamos todos, mojigatos. Por cierto, ¿Qué pasará cuando traigan a las nuevas reclutas y tengamos que dormir más de doce personas en un solo halcón?

          —¿Nuevas reclutas? —Preguntó Jaime—. ¿Acaso no quieres más chicos para que no te hagan la competencia?

          —¿No las has visto? —Replicó Chemo—. ¡Para no verlas tronco! Cuando nos dirigíamos al hangar vi a Montenegro marcharse y le estaban esperando dos pivones con uniforme militar. Una con rizos tipo… Rastas, ojazos azules, un culo que lo flipas y una delantera… —hizo el gesto de tocarse los pechos como si fueran perfectos—. Lo malo es que hablaba italiano. La otra no estaba mal, llevaba gorra militar y también tenía un tipo interesante. A esa no la escuché hablar.

          —¿Y crees que son nuevas reclutas?

          —Seguramente, ¿a quién más traería Montenegro al cuartel?

          —Más gallinas en el gallinero —opinó Vanesa, sin demasiado entusiasmo.

          Lyu fue la primera en subir al pasillo del pasaje. Jaime fue detrás.

          Apenas se quedaron solos se cogieron de la mano y se besaron en los labios tiernamente, en una larga y sentida caricia de labios.

          —Aún no me creo lo de los vestuarios —dijo él—, parece que floto por encima de mi cuerpo.

          —Qué lástima que aparecieran esos dos —respondió ella.

          —Creo que te pasaste un poco con tu... descaro —dijo Jaime, con tono dolido.

          —Yo soy así, acostúmbrate —replicó Lyu.

          —Lo sé, y es parte de tu encanto.

          —Con suerte Masters se queja al comandante y nos ponen vestuarios separados.

          —No caerá esa breva... Aunque si te digo la verdad no me importa mucho que sean mixtos.

          —En ese caso no me pidas que me tape para que otros no me vean —protestó ella—. Las chicas no tenemos tapujos cuando vamos a nuestro vestuario. No pienso portarme de forma diferente por estar con vosotros. Si alguien tiene algún problema que le pongan solución. No es mi puto problema.

          —Lo entiendo... —Jaime volvió a besarla—. Y yo tengo suerte de que puedo disfrutar de ti… Pero otros podrían malinterpretar tus intenciones, creerse que lo haces por ellos.

          —Te sacaría la lengua si supiera que no vas a… —se quejó la chica, indolente.

          —¿Chuparla como en la ducha? Te burlabas de mí y no pude evitarlo. Fue muy romántico.

          —A mí me dio un poco de asco —arrugó la nariz ella—. No me lo esperaba, ni siquiera recuerdo la tontería que estabas diciendo, te burlaste de mí y te saqué la lengua… Y vas tú y te aprovechas que nos duchamos tan cerca y sin mamparas.

          —Lo hice sin pensar —respondió él—. Has conseguido que te desee como la droga.

          —Ya —protestó ella—, y de repente me vi casada contigo teniendo hijos y todo. Fue raro. Pero admito que también me tienta mucho besarte. ¿Sabes una cosa?, creo que te quiero. Y no se lo he dicho nunca a nadie, me resulta muy extraño este sentimiento, es como que no quiero separarme de ti.

          —Me pasa lo mismo contigo. Hemos conectado de una forma irrepetible —respondió él.

          —Pero no significa que no vea a otros y me sienta atraída por ellos.

          Jaime se separó de ella con los hombros caídos. Acababa de arruinar su momento romántico.

          —Por cierto, no paro de darle vueltas a un asunto… ¿Qué crees que hemos pensado cuando pusimos aquella bomba y nuestros otros "yos" fueron a parar a esa gigantesca turbina?

          —Es mejor no darle vueltas, los que estamos aquí somos nosotros, hazte a la idea de que ellos nunca existieron.

          —Identifiqué a Antonio de milagro, si él está vivo demuestra que te equivocas. Sí existimos y morimos —protestó Lyu—. Si no llego a ver su nombre en mi casco y no hubiera estado separado del resto también él habría muerto, de alguna manera alcancé a salvarlo porque todos se vieron afectados por la onda expansiva y él no… Como que rebotó. Pudo ser cualquiera, si tú hubieras muerto... ¿cómo habríamos salvado al otro Jaime, en medio de todo el grupo?

          —No le des vueltas, salió bien. No necesitamos saber más.

          —Espero no tener que hacer algo así nunca más —respondió con un suspiro tembloroso.

          —Yo también —Se abrazaron en un cálido y sentido momento que ninguno de los dos quiso cortar.

         

         

          Chemo no esperó a que sus compañeros terminaran de subir las escaleras. Se quitó la ropa y se echó en los brazos de Vanessa. Ésta hizo lo mismo y se tumbó boca arriba en la mesita de en medio de la sala atrayendo hacia ella el cuerpo desnudo de Chemo, con su vagina semi afeitada esperándole con ardor.

          —Espero que esta vez me dures un poco más —amenazó ella.

          —Mujer, yo me esfuerzo. Es que… Eres un puto pivón del quince, no puedo remediarlo. No tienes idea de lo que me pones.

          —Procura contenerte —pidió ella—. No sea que tengas que enrollarte pronto con esa italiana. Reserva tus fuerzas.

          —Tengo para todas —se jactó él, con media sonrisa.

          Vanessa puso los ojos en blanco. Esperaba que hubiera captado la ironía, pero él iba a lo suyo.

          —Deja de hacerte el semental y demuéstralo —le ordenó, enojada.

          No dijeron nada más. Chemo se echó sobre ella, penetrándola con fuerza y se dejaron llevar por el deseo a pesar del escaso espacio del que disponían.

         

         

         

         

          John y Brenda se tumbaron en sus catres, cada uno a un lado distinto de la mesa central. No pronunciaron palabra en un buen rato. Después de media hora de duermevela Brenda se sentó en el catre y le dijo.

          —Capitán, ¿Puedo preguntarte una cosa?

          John levantó la cabeza, sorprendido, y la miró a los ojos.

          —¿Te parece que soy vieja? —Disparó sin esperar la respuesta del capitán.

          El hombre alzó las cejas y sonrió como un idiota. Se incorporó y se sentó para mirarla de frente, apoyando los codos en la mesa circular del centro.

          —Se lo preguntas al abuelo del pelotón —replicó—. Yo te veo joven y radiante. Aunque obviamente no tanto como las otras dos compañeras. No vamos a engañarnos, ni tú ni yo somos iguales que Jaime o Vanessa.

         Johny, tú te... ¿acostarías conmigo? —Preguntó ella.

          —¿Es una suposición o una proposición? —Bromeó el capitán.

          Después de unos segundos de duda, la piloto respondió avergonzada y riéndose.

          —Por Dios, estoy casada.

          —Ya, si fuera tu marido, claro que me acostaría contigo, eres una mujer atractiva.

          Brenda suspiró y se manoseó los senos buscando algo de consistencia en ellos.

          —Ser madre es perjudicial para la sensualidad. Antes, mis virtudes eran muy bonitas. Ahora están medio colgadas.

          —Para serte sincero —protestó John, que volvió a tumbarse boca arriba—. No suelo fijarme en mujeres casadas. Descansa y deja de pensar esas cosas, sino terminarás divorciándote.

          —¿Por qué dices eso?

          —Primero desean ser las que eran, luego buscan la forma de lograrlo y empiezan a gastarte dinero en liposucciones y rellenarse el pecho. Cuando se ven guapas de nuevo (y a lo mejor no lo están tanto como creen)  se preguntan por qué siguen con el baboso de su marido. Para terminar le dejan buscando una segunda juventud y se ofenden, aún más que antes, si alguien insinúa que están viejas.

          —¿Qué tiene de malo querer sentirse atractiva? Todo el mundo merece ser feliz, ¿no te parece? —Brenda sonaba algo ofendida.

          —Eso es cosa de jovenzuelos y pervertidos. Llegados a cierta edad, el sexo pierde importancia. Por supuesto, el deseo nunca se pierde, pero te das cuenta de que basar tus ilusiones en lo mucho que te calienta otra persona es ridículo. No puedes conducir tu vida de adulto en buscar calor para la entrepierna, hay cosas mucho más importantes como ser compatibles, el amor profundo y verdadero... Alguien en quien confiar... De lo contrario, si buscas la fogosidad siempre… Nunca podrás asentar la cabeza. Es mi opinión.

          —¿Acaso tú has encontrado con quién dejar de pensar en el sexo?

          —Me casé este año —replicó John—. Y respondiendo a tu pregunta, sí. No hago más que contar los minutos que faltan para volver a casa. Pero no por el sexo, bueno, eso también. Es que durante años había olvidado lo que era tener un hogar. Ella lo es, me siento en casa desde que estoy con a su lado.

          —¿Estás seguro de que no extraña un poco más de sexo? —Insistió Brenda, con tono crítico.

          —Bah, qué sabrás tú —respondió, quitándole importancia.

          Dicho eso, Brenda suspiró y se tumbó de nuevo para descansar. Otra vez cerraron los ojos y guardaron silencio un buen rato.

         

         

          Después de un cuarto de hora, Brenda volvió a abrirlos y le dijo.

          —¿Dijiste que no te fijas en mujeres casadas?

          —¿En serio? —replicó John, adormilado.

          —Entonces sí en las solteras —dedujo Brenda.

          El capitán abrió los ojos con el ceño fruncido. La sagacidad de las mujeres solo rivalizaba con su habilidad para enloquecer a los hombres en todos los sentidos, pensó. Emitió un profundo suspiro y respondió:

          —Puedo parecer frío y seguro de mí mismo, pero hay momentos en los que uno se siente turbado por la belleza de algunas jóvenes. Es inevitable, creo que el cuerpo de la mujer es la mayor y más perfecta maravilla del universo, y también la peor tentación si se nos muestra gratuitamente ante nuestros ojos. Es como si se anularan nuestras neuronas, te pones rígido y tu pene toma el control.

          —Gracias —susurró ella, creyendo que hablaba en general.

          —Hoy mismo —la ignoró el capitán—, antes, en el vestuario, la jovencita Lyubasha estaba completamente desnuda, sin ningún pudor ni vergüenza. ¡Que me parta un rayo! No he visto un cuerpo más precioso y deseable en mi vida.

          —Cualquiera lo diría —se burló la piloto—. Yo pensé que esas cosas no te afectaban, ahora que estás casado y eres maduro.

          —Esa es la disciplina del ejército. Hay que mantenerse impasible, no mostrar tus debilidades o el enemigo podría aprovecharse de ellas.

          —Nos conocemos hace diez años —rememoró Brenda—, aún recuerdo cuando te conocí, eras tan varonil... Tu mandíbula cuadrada, tus bíceps de acero, tu pecho peludo que aún exhibías porque no te habían salido tantas canas. He visto cómo uno tras otro, nuestros compañeros iban cayendo, Sebastián Romanos era un mulato muy atractivo, un macizo latino. Su sentido del humor nunca  me hizo especial gracia pero su acento le hacía divertido (aunque era un poco machista). De todos los que han pasado por mis naves, creo que tú, Johny, eres el que más me ha atraído. Por supuesto, hablo desde una perspectiva lejana. Nunca habíamos hablado tanto como hoy. Al confesarme esto de Lyubasha, me he dado cuenta de que detrás de esa máscara de hierro hay un hombre con sus debilidades y eso te hace aún más vulnerable y atractivo.

          —La verdad, a veces creo que no hay vida en mi pecho —reconoció John—. Cuando perdí las piernas y mis funciones varoniles, creí que sería una máquina al servicio del EICFD en lo que me quedaba de vida. Veía a los demás débiles por sus sentimientos... Creía que... Nada me afectaría en el futuro, era el soldado perfecto. Sentía que la maquinaria del mundo tenía unos engranajes a los que todos estaban enganchados y yo me había quedado fuera de las ruedas dentadas que movían a los demás. Yo era inmune a ellas. Las relaciones sociales que he tenido desde entonces se reducen a nuestro pelotón y como tú misma has visto no han sido buenas.

          —Pero te casaste —se entusiasmó Brenda.

          —Con ayuda de los trajes de los pleyadianos, los muchachos hicieron que recupere mi cuerpo completo. Mi corazón volvió a latir de nuevo, recuperó las piezas que faltaban para volver a ser… Una persona normal. Sin embargo, me he acostumbrado a la disciplina militar y sigo siendo casi el mismo.

          —¿Has superado el test de competencia psicológica, no? Eso significa que eres perfectamente normal.

          —¿Cuál? ¿Ese de las salas oscuras? No sé hasta qué punto es fiable.

          —Claro que lo es, vamos yo lo superé hace diez años, no sé si lo han cambiado.

          —Te meten una fuerte dosis de una droga y te sueltan en salas oscuras para estudiar tus patrones de comportamiento. En mi opinión los psicólogos se equivocan al pensar que bajo los efectos de los psicotrópicos mostramos nuestros verdaderos demonios. Tu imaginación y los muros casi invisibles te hacen ver una situación irreal. Pero no creo que te interese saber  lo que yo vi en la última.

          Brenda asintió sonriendo.

          —Está bien. Me rodearon varias mantis y yo estaba desarmado, ese día pensé que iba a morir y recordé a mi esposa, me pregunté cómo había llegado a esa situación y lloré pensando en lo mucho que le dolería mi muerte.

          —La cuestión es que tuviste miedo a perder la vida —aleccionó Brenda—. Por eso estás aquí y se te devolvió tu rango.

          —Lo que ves en esa prueba es arbitrario, podía haberme encontrado cualquier cosa. Pude ver a mi madre, la primera vez que la superé, la vi a ella y creí que al fin podía despedirme. Se siente muy real.

          —Imagino que esas pruebas sirven para ver cómo reaccionas ante situaciones extremas —recapacitó Brenda.

          De nuevo hubo un pacífico silencio.

          —Espera un momento... —John la miró intrigado—. ¿Tú la has superado? Creí que solo se las hacían a los residentes en el cuartel.  Yo aún no me había mudado con mi esposa por eso me la volvieron a hacer. Pero tú estás casada, ¿por qué te las hicieron?

          Brenda le miró sorprendida y sonrió sin responder durante unos segundos.

          —Supongo que siendo piloto también eran obligatorias—. Aún nos quedan dos horas para viajar en el tiempo. Necesitamos descansar. Intenta dormir —recomendó la piloto.

          —Eso haré —respondió—. Brenda… Gracias.

          —¿Por qué? —replicó ella, sorprendida.

          —Eres la prueba de que sigo enganchado a los engranajes del mundo. Tú siempre me has visto, nunca has dejado de verme a pesar de que yo me anulé a mí mismo durante años.

          —Somos compañeros, mi misión siempre fue llevaros a la batalla y traeros de vuelta. Cada vez que uno caía, moría una pequeña parte de mi corazón.

          —¿Sabes qué? —Añadió el capitán—. Si no estuviéramos casados te besaría. Al menos una vez. Solo por saber lo que se siente al juntar mis labios con los tuyos. Con esta conversación me siento muy unido a ti, quisiera… Abrazarte.

          Se miraron intensamente a los ojos pero la mesita del medio no les permitía aproximarse.

          —¿Amas a tu mujer? —Preguntó ella.

          —Claro, ¿acaso tú no quieres a tu marido?

          Brenda guardó silencio y aunque parecía que iba a responder, no lo hizo. John lo interpretó como que era obvio y volvió a tumbarse en su catre, boca abajo, apoyando la barbilla en las muñecas.

          Brenda no contaba su vida privada a nadie porque no era una parte de ella que quisiera compartir. Cuando se casó, todos creyeron que duraría para siempre y no tendría cosas que contar. Pero no era una mujer normal, era una militar trabajando en un cuartel secreto, con un marido ajeno a la organización. No podía contarle las veces que había corrido peligro su vida, ni que era por salvar gente. Cada cierto tiempo la llamaban a altas horas de la madrugada y ella se limitaba a explicar que como era enfermera, la podían llamar en cualquier momento del hospital. Su marido no hizo preguntas los primeros meses pero luego comenzó a dudar de ella. Al no poder responder pidió a Montenegro que le permitieran entrar en el EICFD.  Se lo negó porque su esposo tenía contactos peligrosos y podía irse de la lengua.

          Trabajaba con la policía y la prensa. Era inspector y cuando sospechaba algo llegaba hasta el final del asunto. Por eso un día la siguió. Ella se percató de ello y tuvo que despistarle, acelerando su coche y poniéndose en peligro por conducción temeraria. Su marido lo entendió mal. Creyó que iba a casa de un amante, o peor, con otra familia. Estuvieron unas semanas tensos, él lanzaba preguntas envenenadas y ella no podía decirle la verdad. Hasta que, a los tres años de matrimonio le pidió que no volviera a seguirla, que confiara en ella o eso tenía que acabar. Él explotó y la llamó puta. «¿Con cuántos hombres te acuestas? ¿Cómo pude confiar en ti?».

          —No seas estúpido —respondió, enojada.

          —¿Eso crees que soy? Pues te equivocas. Lo he sabido siempre, ¿A dónde vas todos los días?

          —No puedo decírtelo —se negó—. Ya te lo he dicho.

          —Pues si no confías en mí, hemos terminado. Me voy de casa. No mejor vete tú, es mía, yo la he pagado, yo te dejé vivir en ella. ¡Largo!

          Así fue el final de su matrimonio. Ella quiso intentar contactarle y convencerle de que volvieran pero seguía sin poder contarle la verdad y supo que cualquier intento sería inútil. Se divorciaron y él buscó a una rubia diez años más joven. Pero ella no decía nada de su vida privada en el trabajo. Se obligó a sí misma a crear un muro entre sus dos mundos, el entorno laboral y el familiar. Nada de lo que ocurriera en uno tendría consecuencias en el otro. Pero no tenía donde irse a vivir, volver a su nueva casa la deprimía hasta el punto de querer suicidarse. Entonces le contó lo que le pasaba a Montenegro y éste le ofreció residencia permanente en el cuartel.

          Durante muchos años, vivió allí y nadie supo que en realidad no tenía otro hogar que ese.

           Un día se enteró de unos experimentos con material genético extraterrestre. Uno que llevaba en las neveras más de cien años y con el que tan solo habían inseminado a una mujer. La madre de Nikola Tesla. Decían que los niños que nacían fecundados con esos espermatozoides modificados, tenían el poder de cambiar el mundo.

          Ella se ofreció voluntaria antes de que se pusieran a buscar una candidata civil. Ante la perspectiva de que la criatura fuera prácticamente propiedad del EICFD, el comandante accedió.

          De esa manera tuvo a su hijo William Wallace, el nombre que siempre quiso para su hijo, conmemorativo del legendario héroe escocés.

          El niño creció completamente normal y cuando llegó a la mayoría de edad se alistó en la brigada de combate. Ella no lo aprobó, le dijo que era demasiado importante para exponer su vida tan a la ligera, que debía ser científico (como Tesla). Sin embargo no consiguió convencerlo y se fue de misiones. Montenegro no intervino a pesar de sus súplicas. Era un cadete muy prometedor, según el comandante. Tenía que endurecerse para llegar a ser alguien importante.

          Fue compañero de Abby Bright, John Masters, Sebastián Romanos y Elena Petrova. Pero la fatídica noche en la que todos murieron excepto la teniente y John, su hijo fue empalado por una mantis, atravesado desde la cadera hasta el cuello, una muerte tan espantosa como la del resto de sus compañeros.

          Nunca tuvo oportunidad de demostrar sus dones. Aquel día se sintió tan devastada que decidió quitarse la vida apenas devolviera a los dos supervivientes al cuartel. Abby cuidaba de un moribundo John, al que habían cortado un brazo y sus dos piernas y la infección amenazaba con acabar con él antes de llegar a ser atendido por el equipo médico.

          Desde aquello, John era muy especial para ella, verle luchar por sobrevivir, superar sus horribles heridas e infecciones, reponerse hasta el punto de que nadie notaba que tenía prótesis en lugar de un brazo y sus piernas… La hizo volcar en él los pocos sentimientos que le quedaban, rota por dentro, maltratada por el destino de la forma más cruel.

          John cerró los ojos y se quedó dormido. Finalmente el cansancio pudo con él y Brenda también entornó los párpados.

          Cuando escuchó la respiración profunda del capitán, la mujer piloto suspiró, le miró y respondió a su pregunta:

          —Hace muchos años que me divorcié y desde entonces vivo en el cuartel… —Musitó.

          —A sus órdenes, comandante —murmuró el capitán, entre sueños.

          Brenda se rió sin querer. Qué tonta sonaba hablando sola.

          —Y… Era… Una proposición, Johny —suspiró, avergonzada—. Quería tener sexo contigo.

          El capitán se volvió hacia ella y Brenda se quedó paralizada. Creyó que la estaría mirando y que le había despertado.

          Pero solo cambiaba de postura.

 

Continuará

Comentarios: 4
  • #4

    Vanessa (domingo, 08 octubre 2023 13:51)

    Pobre Brenda.
    Sí, sería bueno que recibiera un poco de amor.

  • #3

    Alfonso (sábado, 07 octubre 2023 18:16)

    Yo creo que John se hace el dormido. La parte próxima nos dará una sorpresa.

  • #2

    Chemo (domingo, 01 octubre 2023)

    Lo bueno de esta historia es que todos se están divirtiendo. Bueno... menos Brenda.
    Espero la continuación y la siguiente lección.

  • #1

    Jaime (domingo, 01 octubre 2023 16:22)

    Tal parece que Brenda es la única que no disfrutará de una buena noche. Se debería de juntar m;as con los chicos.