Antonio Jurado y los impostores

40ª parte

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            Montenegro miró el reloj y arqueó las cejas sorprendido. Lo habían encontrado y traído en tan solo quince minutos. Empezaba a creer en la eficacia de su personal operativo.

            —Gracias, teniente, ha hecho usted un trabajo impecable, como siempre.

            —Solo hago lo que se me ordena, señor —respondió Abby con tono marcial.

            Encontraron a Rutledge en una cantina de Caracas, Venezuela. Su pista dejada en internet era un laberinto de nodos y routers que Norberto, el informático especialista en redes, antiguo hacker internacional, tuvo que desentrañar hasta que, al fin, descubrió el lugar donde se conectó realmente el viejo astronauta casi veinte años atrás. Sin embargo el nombre que registró en la plataforma de streaming seguía residiendo en el mismo lugar, al fin y al cabo, debió pensar que nadie podría encontrarlo.

            Abby fue a la ciudad en cuestión con el Halcón, usando su capacidad de viajar con el tiempo casi detenido. Una vez capturado con un dardo sedante fue llevado al cuartel donde dejaron su cuerpo dormido en la habitación de visitas. No querían que al despertar se sintiera como un prisionero.

            Aunque los informáticos le vigilaban, uno vestido de botones en el pasillo y otro escondido cerca para que no sospechara dónde estaba si salía. No podían permitir que desapareciese como Antonio Jurado y no quedaba personal militar en las instalaciones.

            El consejero Don Paco tardó apenas veinte minutos en acudir, justo cuando William se despertaba. Con el fin de no hacerle sentir incómodo ordenó a Norberto que no les molestara.

            El viejo ya abría los ojos y tenía cara de no entender nada de lo que estaba viendo.

            —Qué gran honor conocerle en persona —comentó Don Paco, sonriente.

            —¿Dónde estoy? —preguntó.

            Hizo un examen minucioso de su entorno, sus párpados arrugados mostraron al fin unos ojos azules vidriosos y enrojecidos por el efecto del alcohol. Sus espesas cejas negras y su barba canosa eran los únicos pelos que brotaban de su cabeza, a excepción de los que surgían de las enormes fosas nasales y sus orejas, casi tan grandes como la palma de una mano.

            —¿Qué hago aquí? ¿Dónde está la última copa que he pedido?

            Don Francisco le dio más tiempo ya que hasta ese momento no se había percatado de su presencia, en el sillón que estaba junto a su cama. Al fin posó su mirada en él y se incorporó con pesadez frotándose su brillante calva.

            —¿Es un hospital?¿Cuánto tiempo llevo dormido? ¿Qué hora es? He olvidado mi botella en el bar, ¿puede darme otra?

            —Tranquilo, todo por partes.

            —Oh, ya veo ¿Me ha secuestrado? Le advierto que no tengo dinero, ni propiedades. Además nadie pagará un rescate por mí, mis hijos están deseando que me muera. Y mi ex mujer también para cobrar el seguro de vida. Si me mata… ¿Le ha mandado ella?

            —No tiene la más remota idea de lo equivocado que está —replicó—. Es cierto que es más pobre que un perro, pero su cabeza vale su peso en diamantes. Por suerte para usted, no pienso venderla ni delatarle señor… Rutledge.

            —¿Quién ha dicho?

            —No se haga el sordo, amigo. Sólo quiero que me cuente lo que vio, sin cortapisas, sin presión. Le sabré pagar según la valía de la información.

            —¿Qué vi dónde? —Preguntó, con voz fuerte—. Le advierto que sin gafas veo menos que un topo.

            Paco miró hacia el florero comenzando a preocuparse. Abby y Montenegro veían la conversación desde una cámara oculta.

            —Le ofrezco cien mil euros por una pista de Arita.

            —¿Es su ex mujer? Le juro que no la conozco de nada —respondió con titubeo, evidenciando que estaba borracho.

            —No se haga el loco. Así se llama la momia de la Luna.

            William le miró sonriendo y le movió el dedo índice arriba y abajo como si estuviera intentando coger el chiste, sin éxito.

            —Usted la encontró —insistió Don Francisco—, ¿No recuerda el Apollo 20?

            —La chiquilla de mi vecina se llamaba Alicia. ¿Se refiere a esa? —Preguntó con tono guasón.

            —No estoy para bromas, viejo.

            —¡No me falte! Tampoco veo que usted sea joven —replicó, ofendido.

            Paco abrió su carpeta y observó la foto de Rutledge, de aspecto alemán, delgado, gesto recio. El hombre qué estaba ante él era… Un abuelo sin apenas pelo en la cabeza, nariz aguileña, pelos tan largos en las cejas y orejas que competían en longitud con su larga barba. Estaba en la última etapa de su vida y se acercaba más a Santa Claus que a William Rutledge. El parecido era inexistente pero la diferencia de edad lo hacía, a todas luces, muy lógico.

           Abby Bright, quiero hablar contigo.

            —¿Ahora cree que soy una chica? —Repuso el viejo, soltando una risotada—. Si no estoy secuestrado, ¿puede darme un poco de vino? Me muero de sed.

            —Mejor beba agua, le necesito sobrio.

            —¿Cómo? —protestó—. ¿Tengo pinta de pez? Si no me baño en alcohól por dentro me moriré, es por eso que logro conservarme tan joven, como los restos orgánicos en formol.

            Don Francisco arqueó la ceja izquierda al escuchar eso. Esa clase de bromas no era propia de un borracho corriente. Ese hombre tenía formación científica. Se levantó y miró unos segundos más a ese sujeto.

            —Ahora vuelvo señor…    —Ernesto Padilla —respondió ofendido.

            —Disculpe las molestias por haber sido alejado de su hogar contra su voluntad. Coma lo que quiera, está en su casa. Puede hartarse a discreción. No se preocupe, le pagaremos una gratificación por sus servicios para que vuelva usted contento… Si es que nos da la información que necesitamos, claro. Sino, tendrá que volver con los bolsillos vacíos.

            —Por fin un poco de cordura. Muy amable, ¿y tiene vino?

            —Debe haber en la nevera —respondió conteniendo su enfado.

            Dicho eso, Paco salió enérgicamente de la habitación y se contuvo para no dar un portazo.

            Abby le esperaba en la puerta.

           Uy, qué buena moza —alabó Ernesto—. Ji, ji, ji, a ella no le guardaría ningún secreto.

            Paco le miró sorprendido. Mientras observaba al viejo éste le sonrió con picardía, aunque más bien miraba a Bright.

            Cerró la puerta y se quedó junto a ella, pensativo.

            —Quiero que le saque todo —Le entregó la carpeta—. Si no responde tendremos que aplicarle el suero.

            —Es muy peligroso en personas tan mayores, podría morir —replicó ella.

            —Lo sé. Procure que no sea necesario.

            Abby le miró con seriedad. Se estiró la falda militar hasta las rodillas y ante la mirada del Consejero, a su escote con blusa blanca, decidió ceder a su indirecta y desabotonarse dos botones para mostrar su canalillo.

            —Buena suerte, teniente. Espero que de verdad sea William y no me hayan hecho perder mi valioso tiempo.

            —Descuide, haré lo que este en mi mano.

            —No quiero excusas feministas, si es necesario use sus… Encantos.

            Abby le miró retadora.

            —A la orden —musitó con sumisión.

            Cuando el Consejero subió a la sala de video, Abby suspiró pestañeando varias veces. Sabía de sobra que ese comentario no era para sonsacar a Rutledge sino más con el fin de contentar su propia vista desde el despacho de los monitores.

            Había visto los videos de internet y conocía todos los detalles publicados por ese viejo y debía encontrar respuesta a la pregunta del último de sus videos. ¿Qué pasó con Arita cuando la llevaron a la Tierra? El propio William prometía contarlo en su siguiente publicación pero esta nunca llegó.

            —Buenas noches, Ernesto —dijo, tratando de parecer seria—. Me han dicho que usted ha sido astronauta de joven. Siempre he deseado conocer a uno en persona.

           Uy, si yo te contara guapa —la sonrisa seductora de William era bastante simpática—, ven aquí que no escucho bien, siéntate delante, por favor, soy duro… ¡De oído! Ji, ji, ji.

            Los ojos libertinos del viejo se clavaron en su estrecha minifalda. Ese pícaro esperaba que, al sentarse, se abriría una vista directa a sus bragas. No importaba, estaba acostumbrada a cruzarse de piernas de modo que se sentó y se apresuró a cruzarlas con cuidado de no dejar ver nada vergonzoso.

            —¿Estuvo en una misión ultra secreta con financiación china? —Preguntó ella, sonriendo y tratando de ocultar su cara de desagrado por tener que pasar ese mal trago.

            —¿Pero qué dice? —replicó enojado—. Fueron los rusos. Ellos pusieron la pasta. Descubrieron una estructura extraña en la cara oculta de la Luna y pensaron que podía ser una nave nodriza extraterrestre, preparándose para invadir la Tierra. Nos enviaron a mí, una doctora y un borracho ruso, no veas cómo le daba al vodca el boludo. Sin embargo solo encontramos a dos personajes en aquel lugar, uno estaba destrozado por el paso del tiempo, la otra era una chica en hibernación. Resulta que seguía viva y la llevamos a la Tierra.

            —No tan deprisa, William. Estoy al tanto de todo eso y es en ese detalle donde me quiero quedar.

            —Claro, hermosa, tú solo tienes que preguntar —William sonreía coqueteando con ella, pero Abby tenía que aguantarse la risa porque era bastante ridículo. Se había creído eso de que adoraba los astronautas. Los hombres eran tan absurdamente fáciles de engañar con adulaciones y sonrisas…    —¿Qué es lo que llevaba puesto esa chica?

            —Estaba desnuda. Ni ropa interior llevaba. Solo una tela transparente la protegía del frio lunar. Nos costó mucho romperla, y la verdad no sé de qué extraño polímero estaba hecha.

            —¿Solo llevaba eso?

            —No mujer, en el cuello tenía una especie de tela suave de papel de plata, puede que fuera una antigua manta térmica.

            —¿Quién se quedó todo eso? —Preguntó Abby.

            —Los de la NASA. Mientras existía la posibilidad de volver a la Luna estuve informado de cómo la despertaban, de su increíble inteligencia. Nosotros la llamábamos la Mona Lisa. Aprendió inglés en dos días, ¿sabe?

            —De eso ya estoy enterada. ¿Sabes algo de sus intenciones? ¿Qué misión tenía?

            El viejo se la quedó mirando unos segundos con media sonrisa. No era la mirada de rayos X (pervertida y libidinosa) que tenía antes sino una más profunda, como si hubiera tocado un tema delicado.

            —¿Misión? —Preguntó borrando su sonrisa ebria—. Esto es muy serio, ¿verdad?

           Arita está suelta y ha logrado encontrar lo que buscaba.

            Los ojos de William se abrieron como platos al oír eso. La miró intensamente y se acercó a ella para hablarle al oído.

            —No sabes lo que significa Arita, ¿verdad? —preguntó. La borrachera, de repente, ya no estaba afectando su habla.

            —Solo que ella dijo llamarse así.

            Al estar tan cerca los ojos del viejo bajaron hacia su escote y Abby estuvo tentada de soltarle un guantazo. Pero se contuvo.

            —En su lengua natal significa la bendita. Dijo venir de un sistema de diez soles que orbitaban un gran vacío. Eran seres inmortales, bendecidos por el creador. Cada uno tenía una misión, fueron creados para mantener el equilibrio en el basto universo, su raza se llamaba… Plisto… Plasto, Pleyos     

            —¿Pleyadianos? —Completó ella.

            —Eso, eso. Tenían vocación de protectores de la naturaleza. O al menos, dijo ella, era el concepto que más se aproximaba a ellos.

            —¿Por qué quedó solo ella y murió su compañero si son inmortales? —Cuestionó Abby.

            El anciano asintió con la cabeza.

            —Porque su Sol Negro devoró su mundo. Unieron todos sus poderes para escapar de su terrible fuerza gravitacional y lograron salir. Quedaron a la deriva por el espacio y sin suministros fueron cayendo uno tras otro, puede que sean inmortales pero sin comida se mueren igual. Cuando no quedaban más que catorce, se dividieron en módulos, marcharon por parejas en siete naves salvavidas y se lanzaron a distintas direcciones del espacio. Los ocupantes entraron en estado de hibernación y ella no recordaba nada más… O eso dijo. Bueno tampoco me enteré de todo, como te digo, preciosa, solo me informaban mientras el programa seguía en marcha.

            —¿Y qué significa Arita? —Preguntó intrigada Abby—. Perdón, dijo que la Bendita. Pero eso qué es lo que quiere decir.

            —La madre de todos —replicó William—. Su don es el de ver lo que hacen sus hijos y también controlarlos, si los ve en un aprieto.

            —Pero aquí no tiene ningún hermano ¿O están vivos?

            —Ella puede meterse en todo aquel que bese, no importa qué clase de criatura sea. Y no lo hace con una sustancia química, no, ella puede leer el alma de esa persona y una vez que la conoce es capaz de saber dónde se encuentra en todo momento, incluso realizando viajes astrales, toma estos cuerpos como si fueran propios. Además, sabe que si muere estando en ellos sería su muerte real usa toda su psique para hacerlos eventualmente invencibles. Sabes lo más asombroso, querida… Puede poseer dos o más cuerpos a la vez.

            —¿Y cuál es su misión? —insistió Abby.

            —No lo sé. Solo que el soldado que la interrogó y nos contó lo que sabía durante una comida, de repente cogió un cuchillo de cortar filetes y se lió a matar a la gente hasta que finalmente le tuvieron que reducir entre diez. Luego no recordaba nada, ni siquiera la misión que le confesó ella. Después le interrogaron con el suero de la verdad y dijo algo. Inmediatamente lo calificaron de secreto militar de grado máximo. Alguien de mi nivel, que en aquel entonces podía saber casi cualquier cosa, ya no tenía permiso para saberlo. Solo el presidente, Nixon y el soldado que la interrogó supieron de qué se trataba.

            Poco después ese desgraciado sufrió un terrible accidente, se lo cepillaron, créame. Y dudo que el ex presidente traspasara ese conocimiento a nadie más. La borraron literalmente del mapa, toda nuestra misión pasó a ser calificada como fraude y nos expulsaron sin la menor gratificación económica bajo la amenaza de que si revelábamos cualquier prueba podrían encerrarnos de por vida. Desde ahí solo sé que se deshicieron de ella. No sé más.

            —¿Pero tiene alguna sospecha de qué podía ser? —Intentó indagar la teniente.

            —Me amenazaron con matarme si decía cualquier cosa de lo de nuestro viaje —la ignoró.

            Después la miró a los ojos y negó con la cabeza.

            —Pero vamos a ver, William —Le tuteó Abby con voz sensual y acercándose a él inclinándose hacia adelante para que pudiera ver mejor su canalillo—. Ya nos has contado cosas por las que te matarían. Te conviene confesar todo. Ya no serás el último en saberlo.

            —¿Quiénes sois? —Preguntó, desconfiado.

            —Las únicas personas que pueden protegerte de la NASA y del gobierno americano.

            —Nixon se llevó el secreto a la tumba.

            Abby miró al florero, descorazonada. ¿Seguían sin la respuesta que tanto quería Paco?

            —Gracias, William. Le haremos una transferencia por las molestias y le devolveremos a su casa en seguida.

            —No quiero dinero, si la NASA me encuentra —el viejo hizo un gesto con la mano, pasando el pulgar por su garganta.

            —¿Y qué podemos darte?

            —¡Un momento! —Irrumpió Don Paco, furioso, entrando en la sala.

            —¡Por Dios santo qué susto! —profirió el viejo.

            —Necesito saber qué más poderes tenía Arita.

            —No lo sé —se defendió.

            —¿Dónde fue a parar su ropa?

            —Eso sí le puedo decir. El tejido transparente lo analizaron y descubrieron que era fuerte como el acero, con unas fibras similares a las de la tela de araña, liviano igual la seda y estaba basado en átomos alineados de carbono. Decían que era un tejido diamantino o algo así. Después solo sé que trataron de imitarla y ya no sé mucho más.

            —¿Vendieron la tela original? —insistió Paco.

            —Creo que lo guardaron en algún almacén de los que tienen, repletos de secretos.

            —¿Podría ayudarme a encontrarlas? ¿En qué almacén?

            —Si se lo digo, ellos sabrán que yo les he contado todo, me matarán.

            —Si no me lo cuenta ahora, subiré este video en youtube y pondré su dirección exacta y su foto tal y como está.

            —Albuquerque —gimoteo—. Le juro que es todo lo que sé, los enviaron allí. Por favor, no difunda nada, mi vida es una ruina, no me devuelva a ese estercolero con los bolsillos vacíos.

            Don Paco se tranquilizó, aparentemente satisfecho. Tenía la respuesta que buscaba y le ofreció la mano. William la aceptó con temblores en los dedos.

            —¿Cómo podemos pagarle?

            —Con piedras preciosas y diamantes, en Venezuela el dinero es poco más valioso que el papel higiénico y los dólares llaman demasiado la atención. Ah, y que las piedras no sean rastreables.

            —De acuerdo. Le daremos una bolsa con gemas valoradas en diez mil euros —Paco pensó se lo daría de su dinero personal ya que el EICFD no estaba para gastos extras.

            Le devolvieron a su casa con una bolsa de terciopelo repleta de rubíes, esmeraldas, zafiros y perlas, tal y como pidió. Querían que estuviera contento ya que aún era posible que volvieran a requerir de sus conocimientos en el futuro y necesitaban que se mostrara colaborativo.

            Mientras los informáticos se ocupaban de él resolviendo el asunto de conseguir las gemas y devolverlo a su casa, Abby, Montenegro y Don Francisco se quedaron en el despacho digiriendo la nueva información.

            —¿Y ahora? —Preguntó la teniente.

            —¿Debemos infiltrarnos en la base de Albuquerque? —sugirió Montenegro.

            —Hace unos diez años hubo un ataque, los atacantes robaron todo el material que encontraron y Estados Unidos, para evitar el ridículo internacional ante sus enemigos, informó que sufrieron un terrible incendio —respondió el consejero—. En aquellos años la guerra contra los grises estaba en su apogeo y teníamos un verdadero ejército de más de cien unidades fuertemente armadas repartidas entre los distintos cuarteles del EICFD. Nosotros contábamos unos veinte efectivos. Pensamos que el ataque fue perpetrado por los grises pero después de un tiempo de incertidumbre acordamos un encuentro entre líderes y ambos aseguramos que ese ataque a Albuquerque no era cosa nuestra. Los grises también codiciaban lo que se escondía allí y nosotros no sabíamos exactamente qué era lo que buscaban. Ahora lo sabemos, era el manto plateado de Arita.

            —Entonces ¿quién fue? —Preguntó Abby.

            —¿Quién más queda? No puedo asegurarlo pero dado que ellos tenían los trajes con los que pudimos defendernos contra los grises, es de suponer que fueron los pleyadianos. Las piezas empiezan a encajar y la imagen del puzle es… Francamente aterradora. Ahora que no existen trajes y que Arita ha recuperado sus poderes sabrá que sus hermanos están en este planeta…            

            —¿Qué misión cree que tiene, señor? —se atrevió a preguntar Abby.

            —Soy experto en psicoanálisis y por lo que nos ha contado nuestro amigo, Rutledge, solo quiere el equilibrio en el Universo.

            —Eso,… Es bueno, señor —supuso la teniente.

            Don Francisco la miró con una expresión insultante, como si fuera una tonta.

            —¿En qué mundo cree que vive, teniente Bright? Los humanos somos la peor pesadilla del planeta Tierra y de todos los que la pueblan, e incluso de muchos de los hombres. El universo entero quiere nuestra extinción. Si Arita busca ese equilibrio...

            —Nos exterminará —dedujo la teniente.

            —El tiempo nunca ha estado más en contra —arengó el consejero—. Encuentren a los pleyadianos, pues con ella estará allí. No duden en usar todo el arsenal que tengan para exterminarlos antes de que decidan hacerlo con nosotros.

            —Sabemos dónde se escondían hace unos días —replicó Montenegro—. Quizás sigan allí.

            —No le he pedido conversación, comandante. Envíe todas nuestras fuerzas y aniquílelos.

            Montenegro miró a Abby y ésta le devolvió la mirada con preocupación. Esos extraterrestres tenían un intelecto y poderes que dejaban en pañales a la raza humana. Hasta ahora se escondían de los grises y lo lograban porque los humanos les combatían, incluso se habían aliado en el pasado para repeler una invasión de sus enemigos ancestrales. Siempre demostraron ser pacíficos y su alianza reciente les permitió vencer a los otros invasores. Pero si ellos les atacaban frontalmente se meterían en una guerra que no podían ganar… Por no mencionar que todos sus soldados estaban ocupándose de un problema que amenazaba con volverse incontenible.

            Recordó su falta de personal y su constante negativa a recibir sangre fresca. Se le ocurrió que si no se lo pedía en ese momento, nunca podría hacerlo.

            —Señor, no tenemos efectivos suficientes, necesitamos al menos a cinco soldados nuevos.

            —Tiene el material para armarlos, comandante, seguro que encontrará voluntarios dispuestos a salvar la Tierra sin cobrar un céntimo. Ya le he dicho que no tenemos autorización para contratar más soldados.

            —Pero no lo entiendo —protestó Montenegro—, las cosas van bien al resto de consejeros. Deberían tener en cuenta el bienestar del mundo por encima de acumular riquezas.

            —No se meta en asuntos que le superan, comandante.

            —Disculpe mi insistencia, pero no creo que podamos seguir adelante sin financiación.

            —A usted le basta con saber que el dinero que llega a esta base sale directamente de mi bolsillo. No vuelva a preguntarme sobre el tema. Hagan lo que les he pedido.

            —No se preocupe señor, estoy harto de estar aquí sentado, voy a encargarme del asunto personalmente y… conseguiré nuevos voluntarios —respondió Montenegro, resignado.

 

Continuará

Comentarios: 6
  • #6

    Chemo (domingo, 19 septiembre 2021 23:17)

    Cada vez se pone más interesante la historia. Espero la continuación.

  • #5

    Vanessa (sábado, 18 septiembre 2021 02:36)

    Yo también espero que Samantha haga su aparición en la historia. Pienso que haría buena pareja con Ángela.

  • #4

    Tony (viernes, 17 septiembre 2021 08:55)

    Don Francisco no cuenta mucho de lo que se cuece en el consejo pero al final saldra todo a la luz.
    Y teniendo en cuenta que para Paco la fortuna de Antonio Jurado era calderilla (tiene su colección de coches ultracaros…) puede permitirse financiar a EICFD español.
    Y otra cosa, no se si ha quedado patente que es un tacaño terrible.

  • #3

    Alfonso (viernes, 17 septiembre 2021 01:53)

    Joder. Don Paco ha de tener millones de euros heredados de miles de negocios para poder financiar al EICFD y comprar los diamantes de Rutledge. Aunque lo más probable es que el dinero provenga de los impuestos que todos pagamos en España.
    Yo también creo que Montenegro reclutará a Rodrigo para acabar con Arita. Ya era hora que reapareciese Sam. Aún así, dudo mucho que puedan combatirla ahora que tiene el traje y los miles de impostores que puede controlar.

  • #2

    Jaime (jueves, 16 septiembre 2021 03:04)

    La historia se está poniendo interesante. Para la continuación, pronostico que Montenegro buscará a Rodrigo, Samantha y todo su clan de vampiros para que se una al EICFD.
    Si Arita busca el traje, significa que los pleyadianos se encuentran en un bando diferentes del de Arita. Y Arita parece ser mucho más poderosa que los pleyadianos comunes.
    También me pregunto qué hacía Arita en la base lunar en donde, al parecer, había más seres extraterrestres. Además de que los Grises seguamente conocían la base lunar mucho antes que los humanos y nunca se les ocurrió raptarla o quitarle su traje.

  • #1

    Tony (miércoles, 15 septiembre 2021 18:47)

    Los cabos se empiezan a atar, y el desenlace está al caer. Espero que os haya gustado.

    No olvidéis comentar.