Las crónicas de Pandora

Capítulo 45

Anteriormente

 

          —Te descuidaste, sigues siendo una cabeza de chorlito, mírate ahora… Has fastidiado mi regreso.

          Ángela se levantó con una extraña sensación de entumecimiento en las manos y los pies. Acababan de dispararle al pecho y en plena frente y estaba perfectamente. No sabía que fuera inmune a las balas.

          —Borra esa sonrisa de tu cara, acaban de matarte, estúpida —Era el insufrible Frank, pero esta vez no era una voz en su cabeza, le hablaba de verdad y estaba justo delante de ella.

          —¿Estoy muerta? —se preguntó, sorprendida.

          —¿Me lo dices o me lo cuentas? —se burló la voz de Frank.

          —¿En serio eras real? —le preguntó al verlo delante de ella.

          —¿Y por qué no iba a serlo? —se quejó el otro.

          —Para empezar, porque eres un pesado. Cuando respirabas se podía llenar una nevera de post—it con lo que hablabas durante un año. Pero desde que te has muerto hablas por los codos, no podía creer que de verdad fueras tú.

          —¿Creías que era fruto de tu imaginación? —Protestó—. Disculpa pero no andas muy sobrada de eso.

          —Serás estúpido, pues anda que tú… ¡Aggh!

          Frank estaba tal y como lo recordaba, ropa negra, pantalones de traje negro perfectamente planchado, algo cortos de manera que se le veían los tobillos y sus zapatos náuticos pasados de moda (y como él mismo describía, silenciosos). Llevaba su camiseta de algodón gris y chaqueta de traje de lana negra llena de pelotillas. Lucía una media calva en la coronilla con un corte de pelo al cero que la disimulaba al estilo de Bruce Willis. Su cara era lo que más le chocó, sus ojos oscuros tenían la córnea amarilla y la piel estaba amoratada por zonas, en la mejilla derecha veía heridas mortales donde se podían ver los huesos del cráneo. Debió morir de un disparo a bocajarro en la mandíbula.

          —¿No has dejado el tabaco ni muerto? —se quejó—. Qué mal aspecto tienes.

          —Ja, ja —se burló el otro—. Tú tampoco estás tan guapa como te piensas. Si pudiera mostrarte un espejo…

          Ángela se palpó la frente, pero no sintió el contacto de sus dedos. Lo que sí notó fue la textura de su rostro, cómo se dibujaba en su mente a medida que se lo exploraba. Todo parecía bien hasta que llegó a la frente. Dos orificios la hicieron descubrir que no podía seguir viva.

          —Eso no es nada, guapa, la peor parte la lleva la nunca.

          Al pasar las manos por la nuca notó dos boquetes tan grandes que podía entrar un puño.

          Entonces miró al suelo y vio su cuerpo tendido en la sala donde estaba un momento antes. Veía sombras moviéndose como si estuviera casi ciega y fuera incapaz de enfocarlas. Se movían despacio y hacían un ruido extraño. Su propia sangre se extendía lentamente por la moqueta, aún no debía haber pasado ni un minuto desde su muerte repentina.

          —Ahora estás tan muerta como yo —explicó lo evidente su viejo mentor—. Me había hecho ilusiones de que me resucitarías, pero no, ahí estas, la "todopoderosa". He cuidado de ti lo que no te puedes ni imaginar. Por esto es que nunca te consideré preparada para una misión de verdad. Eres una tuercebotas, lo haces todo improvisando y sin planear una mierda, es un milagro que hayas durado tanto, en serio, no hubiera apostado ni un peine a que durabas un año sin mí. Si no te hubiese protegido estos últimos años habrías palmado a las primeras de cambio.

          —¿Desde cuando hablas tanto? Me gustabas más calladito —se quejó ella.

          —Perdona si te digo lo que pienso —replicó enojado.

          —No te perdono.

          —No tenía mucho que hacer salvo protegerte de tu propia estupidez. Aunque a veces no me has hecho ni caso, como cuando fuiste a salvar a ese novio francés y por cierto casi te matan por seguir las cosquillas de tu vagina.

          —Eso fue hace años —protestó.

          Pronto descubrirás que aquí el tiempo es como una goma. Puedes ralentizarlo y acelerarlo. Lo que para ti es hablar por los codos, yo solo te decía lo que tenías que saber en cada momento.

          —¿Y dónde estabas cuando me dispararon? —Preguntó enojada.

          —Me hiciste cerrar la boca. ¿O te has olvidado? ¿A quién se le ocurre jugarse la vida tapándose los oídos? Te lo mereces por tratarme así. Yo solo quería protegerte.

          —¿En serio? ¿Ahora me sales con esas? ¿Y no querías que te resucitara? Porque cuidado que te pusiste pesado.

          —Disculpa si me intento poner por delante de tu "amiga" Lara —hizo las comillas con un gesto de las manos—. Te recordaba que el que te ha salvado la vida más veces era yo y no esa perra poli de mierda, que por cierto, duró poco por aquí. Tan amiga tuya no sería si te dejó a tu suerte.

          Ángela vio que Frank sonreía con seguridad.

          —¿Qué dices? ¿A dónde fue?

          —No a tu lado. Aquí solo hay dos posibles destinos, uno es aferrarte a algo o alguien que quieres y el otro es dejarte llevar. Ella no se aferró a ti, como yo —apuntilló con ahínco.

          —¿En serio? ¿Te aferraste a mí porque me querías? —Preguntó asombrada.

          —No habría muerto si no me hubiera enamorado de ti. Si de algo me arrepiento es de haberte criado y salvado la vida. Me has descolocado y mi vida perfecta se convirtió en un quebradero de cabeza insostenible que terminó derivando en mi propia muerte.

          —Es la primera vez que me dices algo así. Incluso habías intentado matarme cuando vivías, creía que me odiabas.

          —Ya, era un gilipollas, lo reconozco. Solo me importaba cumplir órdenes. No te lo tomes tan a pecho, es la forma en que hacemos las cosas, labore et Labore. Así es como rulamos en este negocio de sicarios, ¿lo pillas?

          —Bueno, pues aquí me tienes, estarás contento —le acusó ella, enojada.

          —Ahora ya no soy sicario, si al menos hubieras muerto cuando me pagaban por ello tendría una pequeña alegría en mi bolsillo pero mi corazón lo lamentaría. No somos máquinas, es un curro poco gratificante, la verdad. Ojalá hubiera sido fontanero.

          —La única tubería que has desatascado en tu vida es mi cho…

          —¡Cuida tu boca o te la limpio con un estropajo! —la cortó.

          Ángela soltó una risa pícara. Le encantaba escandalizarle con su lenguaje barriobajero, en eso no había cambiado ni un ápice Frank.

          —Lo cierto es que yo también te he extrañado —confesó Ángela—. Qué pena que sea en la muerte cuando nos hemos reencontrado.

          —Ahora ya es tarde para lamentarse.

          —Tal vez si me aferro yo a alguien… Tú puedas sujetarte de mí.

          —No funcionaría, no puedes aferrarte a un muerto. Pero tú podrías quedarte… ¿A quién quieres tanto como para quedarte por este mundo de tarados?

          —Tal vez a uno, creo que a Antonio Jurado.

          Frank sonrió con suficiencia.

          —En serio, tiene que ser alguien que quieras tanto como a tu propia vida o más. A ese gilipollas tú no le...

          —Lo digo de verdad —respondió enojada.

          —Eso no es amor, es simple avaricia. No le quieres, solo es un pez que creías imposible de pescar y al final, cuando lo has tenido, no sabías qué hacer con él. Admítelo, no es nadie para ti.

          —¿Tú que cojones sabrás de querer? —le acusó furiosa—. En todo el tiempo que estuvimos juntos, ni siquiera cuando nos acostábamos, jamás me dijiste algo cariñoso. Y ahora vas y me sueltas que te arrepientes de haberte enamorado de mí. Eres un romántico de la leche.

          —Aquí estoy, algo sabré de querer si me has mantenido en este mundo hasta ahora. Pero has muerto, y seguramente por mi culpa. Todos los días, hay una fuerza que tira de mí y he podido mantenerme firme a tu lado. Pero hoy no podré librarme —añadió sombrío.

          —¿Qué fuerza?

          —No te tortures por él, vente conmigo —pidió Frank—. Descubriremos cuán profundo es ese agujero; será divertido si estamos juntos.

          —¿Por qué no puedes quedarte tú conmigo?

          —Ya te lo dije, tendrías que estar viva.

          Ángela se cruzó de brazos recopilando la información de su situación, buscando el punto en que cometió el error que le derivó a ese fatal destino.

          —Mierda, si he de culpar a alguien es a ese maldito extraterrestre que me devolvió los poderes. No puedes darle a un niño un capricho cuando tiene un berrinche… Lo malcrías. Eso fue lo que me hizo él. Me arrepentí a diario de haberlos perdido el poder y he metido la pata hasta el fondo.

          —No importa demasiado a quien culpes —replicó Frank—. La cuestión es que estoy jodido.

          —Yo te sujetaré cuando tiren de ti.

          —No, tú tienes que sujetarte a otro. O de lo contrario te arrastrarán conmigo.

          —¿Y mi padre? —preguntó Ángela, recordando de repente que era una de las personas que más quería volver a ver—. Dices que si te aferras a alguien… Puedes quedarte más tiempo por aquí ¿Él no se aferró a mí?

          —Ni idea. Nunca le he visto rondándote. No quiere decir que no te quisiera, no pongas esa cara. Solo significa que puede que no tuviera fuerzas suficientes para quedarse contigo. Quizás ni lo intentó, aquí nos asaltan los fantasmas del pasado, los muertos nos muestran las desgracias que les hemos causado. No podemos escondernos, nuestra conciencia está a flor de piel.

          —¿Qué?

          —Lo he visto en muchos, se sienten tan culpables que ni luchan por evitar caer al abismo.

          —¿Siempre aparece ese agujero cuando alguien muere? —se preguntó ella, sorprendida.

          —No es que aparezca o desaparezca. Es que si me alejo de tu lado, ese vacío amenaza con tragarme, siempre está ahí. Ahora lo estoy viendo acercarse lentamente y creo que pronto no podré evitar caer. No te ofendas si me acerco tanto a ti pero no me queda mucho espacio. Supongo que mientras queden células vivas en tu cuerpo, tendré ese tiempo para despedirme.

          Ángela tuvo miedo al mirar a su alrededor. Su mentor tenía razón, a cierta distancia no había suelo difuminado, no veía más que un negro infinito que parecía estrechar el círculo cada segundo que pasaba. Su cuerpo ya no sangraba más, su charco de sangre se comenzó a secar. Más allá de su brillante, viva y asquerosa sangre, había un abismo oscuro que daba vértigo.

          —¿Qué te pasa?—Preguntó Frank.

          —Yo también lo estoy viendo —respondió.

          —¿A quién?

          —Ese agujero del que hablas.

          Frank miró hacia un sitio donde Ángela solo vio una neblina gris.

          —Ha llegado la hora de la despedida —agregó él—. No tiene sentido que lo postergue o te arrastraré conmigo.

          —¿Qué? —se asustó ella—. No puedes dejarme… No me dejes sola.

          —Lo siento pero mi tiempo contigo se ha terminado. Ojalá hubiera tenido valor para decirte lo mucho que te he querido. Es de lo que más me arrepiento. Espero que tú sí lo consigas… Saca ese amor que tengas y úsalo para conseguir un tiempo extra. Pero no albergues muchas esperanzas de que vas a poder estar a su lado siempre, eso no bueno para ninguno de los dos.

          Dicho eso se comenzó a difuminar su figura y paulatinamente se fue haciéndose más invisible. Le tendió la mano y ella trató de agarrarla pero se convirtió en humo cuando la tocó. Le miró a los ojos hasta el último momento y vio lágrimas en sus ojos.

          —Adiós, querida —escuchó como un eco.

          —¡Frank! —Exclamó llorando—. ¡Vuelve!

          —No me busques ahí abajo, creo que no podrías encontrarme… Tengo miedo.

          Con una frase que jamás escuchó salir de su boca hasta ese momento, su mentor dejó de ser visible, la niebla se apropió de su cuerpo como humo de tabaco atravesando una puerta; y cuando se disipó, estaba completamente sola.

          —¡Fraaaaaaank!

          No respondió.

          Ya nunca volvería a escuchar su voz.

          Esa certeza la hizo soltar un grito de desesperación.

           

           

          Quedarse sola fue aterrador. El mundo real era una especie de espejismo, veía el despacho de Montenegro mezclado con el apartamento donde vivía, el hangar del trabajo y la casa de Antonio, todo ello rodeado por aquel abismo infinito oscuro que parecía estar absorbiendo esos lugares con lenta pero imparable hambre. Todos los escenarios que le resultaban familiares se confundían entre ellos, a veces mostrando cosas imposibles como verse a sí misma con niños nacidos de su unión con Frank, algo solo posible si no se hubieran ganado la vida asesinando por dinero. Tenían dos niñas, dos preciosas muñequitas a las que pusieron los nombres de Sara y Cecilia. Nunca nacerían... Las posibilidades y la realidad se mezclaban ante ella, era como si pudiera ver constantemente las alternativas, no solo las decisiones que cimentaban lo que la gente conocía con el nombre de: "Realidad".  

          —De modo que aquí estás —escuchó a su espalda.

          Se volvió y vio el rostro de un hombre con la mirada clavada en sus ojos (era algo raro y poco habitual, los chicos solían mirarla de arriba abajo y no la miraban a la cara demasiado). Era guapo, no podía negarlo. Su barba oscura contrastaba con sus llamativos ojos turquesa.

          —¿Quién eres? —Preguntó—. ¿Qué quieres de mi?

          —Soy Jesús —respondió—. Ya nos hemos visto antes aunque puede que no lo recuerdes. Es difícil de creer, ¿cierto? Vengo a verte porque tengo debilidad por ti. Llevo mucho tiempo deseando encontrarme contigo.

          —Si estuviera viva pensaría que me quieres trincar. Pero no, ahora creo que le dirás lo mismo a todos los que palman —protestó ella—. ¿Vienes a juzgarme?

          —¿Juzgarte? No —replicó él—. En realidad, solo yo puedo salvarte. Vengo a defenderte de los que vendrán a pedir justicia.

          —¿Cómo vas a defenderme tú? Si nunca he creído en ti —se burló.

          —Puedo salvarte, confía en mí.

          —¿Cómo? ¿Dónde está Frank? Devuélvemelo —exigió.

          —Lo siento pero ya es tarde para él.

          —Entonces no puedes hacer nada por mí. ¡Vete!

          —Ya vienen… Coge.

          Jesús extendió su mano derecha esperando que ella se agarrase a ella.

          Ángela miró a su alrededor y vio rostros perfilados en las sombras. El más nítido era el de Arita. Todos ellos irradiaban odio en sus miradas, parecían levitar sobre el abismo y a medida que se acercaban el mundo tangible se iba evaporando dejándole cada vez menos suelo que pisar.

          —Dame la mano, Ángela. No están realmente aquí, es tu conciencia, quiere que pagues. No tienes por qué dejarte llevar —susurró Jesús, a su lado y ofreciéndole más alta su mano.

          La oscuridad era persistente y los que la rodeaban estaban a punto de cogerla cuando ella aceptó su mano y todo se volvió luz.

           

          No vio nada más. Solo ese resplandor allá donde mirase y a Jesús frente a ella, sosteniéndole la mano.

          —¿Cómo es posible? He jugado todas las papeletas para caer de cabeza al infierno, ¿por qué quieres salvarme?

          —No caerás si haces lo que te digo —replicó él—. No puedo hacer nada por ti si no quieres.

          —¿Por qué no me despiertas de esta pesadilla?

          —Lo siento, la muerte no avisa. No volverás a caminar entre los vivos.

          —Pero yo podía haber,… Cambiado el mundo. Lo he salvado de su destrucción con mi...

          —¿Con "tu" poder? —Completó Jesús.

          —Sí, con él habría puesto a las naciones en su sitio, evitaría el calentamiento global, frenaría la escalada nuclear, salvaría al mundo.

          —Tienes razón —explicó Jesús—, hay una una amenaza nuclear y es real. En cualquier momento alguien podría cometer un error y todo el mundo como lo conocemos desaparecerá. Pero el calentamiento global es inevitable. La Tierra es una gran madre que cambia con sus habitantes y éstos solo pueden sobrevivir adaptándose a esos cambios que ellos mismos causan. Ni todas las naciones juntas podrían evitarlo y ¿tú crees que podías?

          —¿Entonces no hay peligro de que se destruya el planeta? —Preguntó.

          —No, al menos inminente.

          —¿No te preocupa que disparen cabezas nucleares? —preguntó ella.

          —Claro que sí.

          —¿Entonces?

          —Ahora que tú no estás viva y no tienes ese poder, el mundo está a salvo.

          —¿Qué? Yo iba a salvarlo, ¿es que no me escuchas?

          —Eres peligrosa e inestable, ya dejaste una vez que se destruyera.

          —¿Qué me estás diciendo?

          —Tienes razón, el mundo corría peligro inminente, pero ese riesgo eras tú.

          Ángela se quedó helada. Recordaba perfectamente el día que permitió que se destruyera todo porque pensó que nunca podría tener a Antonio.

          —No había otra forma de matarte, Ángela —añadió Jesús, como si leyera sus pensamientos—. Tenía que ser en un descuido y por eso nadie ha podido evitar lo que te ha pasado, era necesaria tu muerte.

          —¿Has olvidado que sacrifiqué mis poderes por salvar al mundo de Arita?

          —Lo sé, pero lo único que te da estabilidad es tu relación con Antonio Jurado. Y sabes muy bien que no podía durar demasiado. Ni siquiera le eras fiel, ¿crees que no se iba a enterar de tus escarceos con tus compañeros de trabajo y tus escapadas nocturnas para encontrarte con tus ligues? Si él supiera la vida de libertinaje que llevabas…

          —Venga ya, no éramos nada. Él mismo decía que lo nuestro debía mantenerse en secreto. ¿Por qué tendría que serle fiel?

          —Se habría enterado tarde o temprano de que te acostabas con otros. Ese día lo vuestro terminaría de inmediato y tú, con ese poder en tus manos, serías mucho peor que todas las bombas nucleares juntas.

          —Entonces ¿Por qué consientes a los humanos algo así? —le acusó, como si él fuera culpable.

          —¿Lo dices por el que tuviste o por las bombas? —preguntó Jesús.

          —¡Ambas cosas! —Gritó ella—. Hay quienes hacen el mal a sus anchas y nadie les detiene. ¿Por qué no haces nada?

          —Sí que lo hago.

          —¡Qué! No te he visto ponerte delante de mis víctimas para que no las mate.

          —Esa fue la razón por la que morí por vosotros. ¿Crees que podía haber hecho más? Fui al mundo y me puse delante de Dios cuando se aprestó a destruir a la especie humana. Me envió a vosotros para cambiaros, abriros los ojos, despertar a la verdad del amor y el perdón, y ¿cómo me recibisteis?, con latigazos, ¿me lo agradecisteis?, sí, entregándome a la muerte. Tuve en mis manos ese poder que tú amasaste. Creí que si no aniquilaba yo a los impuros, mi padre acabaría con ellos. Ver lo que hicieron conmigo le llevó al límite, su furia era infinita. Pero le dije que no iba a matar a nadie, que no vine al mundo para castigar y logré aplacar su furia. Luego entendí que el que me pedía destruir todo no era mi padre, sino el maligno, el impostor. Mucha gente confía en él porque hace muy bien el papel del creador, muchos le siguen ya que piensan que él es el único y verdadero Dios. Lo comprendí cuando supe que mi padre y yo éramos una sola cosa. Mi ejemplo sirvió para que muchos hicieran lo mismo. La violencia y el odio os llevan a una espiral infinita de maldad. Lo que yo he traído es una oportunidad de salvaros de eso.

          —Entonces estoy condenada —dedujo Ángela—. Fue ese maligno el que me devolvió los poderes y yo, estúpida de mí, los cogí sin pensarlo. Ahora estoy muerta y no puedo volver el tiempo atrás.

          —Ni yo devolverte a la vida. Era la única forma de quitarte ese poder antes de que hicieras algo irreparable. Ningún humano debería tenerlo, te recuerdo que solo se os otorgó puntualmente para protegeros de los invasores. Pero debisteis renunciar a los trajes tal y como os pidió Elías. Que Antonio Jurado y su esposa se quedaran uno fue un error del que tú te aprovechaste al robárselo.

          —Siempre he pensado que nadie me lo quitó porque Dios aceptaba de buen grado que yo fuera su dueña.

          —Y eso es lo que te ha salvado. Nunca perdiste el horizonte de quién eras ni de que seguías órdenes de alguien por encima de ti. Hasta que lo recuperaste, claro.

          —No me lo recuerdes.

          —Quiero que veas algo y no puedo llevarte si no aceptas. ¿Quieres venir conmigo?

          —No voy a seguirte, me mostrarás todos mis asesinatos y no me apetece lo más mínimo.

          —Que yo sepa —rectificó Jesús—, se te ha privado del poder divino. No te jactes de saber lo que tengo que mostrarte porque si lo supieras, ¿para qué tendría que enseñártelo? Te repito que no estoy aquí para condenarte; quiero intentar salvarte.

          Ángela se quedó intrigada. No le faltaba razón.

          —Está bien.

          Aparecieron en un lugar muy tangible, uno que no había visto antes. Estaban ante una gran mansión con unos jardines laberínticos detrás. Al fijarse vio que el suelo estaba regado de sangre, supo que era humana al ver cuerpos dispersos por el palacio, entre ellos el de Jaime, Chemo, John Masters, Vanessa, Lyu y por último el de Antonio Jurado.

          —Esto será lo que ocurrirá en apenas una hora. El futuro del mundo no corre peligro —explicó Jesús—. Pero tus amigos sí. No tienes mucho tiempo para evitarlo.

          —¿Yo? ¿Y si me arrastra el vacío, a dónde me sujeto?

          —Mientras luches por salvar sus vidas, evitaré que el abismo se abra ante ti. Pero después, no podré protegerte más.

          —Me das la oportunidad de hacer algo bueno antes de la condenación eterna. ¿Por qué?

          —No lo has entendido.

          Dicho eso, Jesús desapareció como un fantasma. Los restos sanguinolentos del lujoso escenario desaparecieron igualmente y se quedó ella sola a la entrada de aquel palacio. 

          —¿Qué demonios va a pasar aquí? —Murmuró.

          Como respondiendo a su pregunta un Halcón se hizo presente en el patio central del jardín, pero no visible a simple vista. Lo vio con claridad a pesar de que llevaba activados los escudos ópticos. Vio que bajaban varios soldados, también invisibles (aunque no para ella). Entre ellos, distinguió a Antonio Jurado y por delante, el resto de su pelotón.

           

Continuará           

           

           

Capítulo 45

Comentarios: 6
  • #6

    Vanessa (miércoles, 24 enero 2024 23:04)

    Yo también tenía la duda de Jaime pero veo que ocurrió en momentos diferentes.
    Chemo nunca cambiará. :)

  • #5

    Alfonso (martes, 23 enero 2024 05:23)

    Siempre me ganan Chemo o Jaime en comentar.
    Pues tal parece que ésta será la última historia en que aparezca Ángela.
    Siempre sospeché que ella era infiel a Antonio.

  • #4

    Tony (lunes, 22 enero 2024 06:06)

    Lyu estará en ese lugar, Jesús no la ha llevado al pasado.

  • #3

    Jaime (lunes, 22 enero 2024 04:55)

    Me ha quedado una duda. Si Lyu se encontraba en el despacho de Montenegro para asesinar a Ángela, ¿por qué Jesús menciona que Lyu está en el Halcón con Antonio y los demás integrantes de la Brigada Delta? No sé si me perdí en la lectura o es un error en la trama.

  • #2

    Chemo (domingo, 21 enero 2024 23:41)

    Chemo no puede morir. Sin él, ¿qué harán todas las chicas que aún no lo han conocido?

  • #1

    Tony (lunes, 15 enero 2024 22:16)

    Feliz año a todos/as, espero que entre vuestros propósitos queráis seguir fieles a la lectura de esta historia.
    Por favor no dudéis en comentar, y si eres nuevo/nueva, eres más que bienvenid@.