Las crónicas de Pandora

Capítulo 31

Nota: El capítulo 28 ha sido modificado. He tenido que eliminar la parte final porque como podréis comprobar, no casaba bien con esta parte de la historia. Discupad la confusión, son los problemas de escribir, a veces hay que tirar páginas a la basura.

Anteriormente

 

          La hora de la verdad había llegado, Antonio temblaba de miedo. Ya sabía a qué enemigos se enfrentaban y no quería volver a estar a su alcance. ¿Y si ellos podían verles? ¿Y si le volvían a atravesar con la espada? Iban derechos a una trampa mortal y aunque Ángela le dijo que ya habían estado allí podían cambiarlo todo si metían la pata o les mataban. ¿Acaso sabía si iban a sobrevivir? Solo ella lo hizo, y no sabían si volvería a lograrlo.

          —Tranquilo —su compañera le vio tan nervioso que trató de calmarlo—. Todo irá bien.

          Le puso la mano encima del hombro y le sonrió con cariño.

          —Eso espero —respondió.

          Cada uno ocupaba un asiento de la cabina de pilotaje del aparato. Se habían puesto el doble cinturón de seguridad con forma de X. Se pusieron el casco y el traje de grafeno y solo podían escucharse por la radio. Ángela activó varias palanquitas y movió una palanca negra  hacia adelante. El aparato rugió con fuerza y comenzó a moverse por la pista de despegue.

          —¿Te enteraste de todas las explicaciones del ingeniero? —Preguntó él.

          —Pronto lo sabremos —bromeó ella, sonriendo.

          —Como haya alguna avería verás, ¿te has fijado la cantidad de cables y tuberías que van por la bodega de carga?

          —Prefiero concentrarme en lo que hago, en realidad no las tengo todas conmigo. ¿Puedes callarte? —Le regañó.

          Antonio se fijó en lo que hacía. La cabina estaba completamente rodeada de controles, monitores, pequeños Joystick, palanquitas de acero, botones con luces rojas, verdes y azules. Solo supo lo que eran dos cosas, la brújula y el control de altitud. Aunque cada uno tenía una docena de palanquitas plateadas con extrañas nomenclaturas. También había multitud de mandos radiales con diferente disposición y ajustes, con sus respectivos textos extraños: Vu1,Vu2, Sat1,Sat2, BIS, SPKR, RAD,VOX... Que por el parecido a palabras conocidas supuso que debía ser la radio.

          Ángela dudaba pero iba encontrando los botones y mandos que buscaba. Cuando el aparato se situó en la pista de despegue, ésta se inclinó unos 45 grados y los motores se activaron solos. La potencia era ensordecedora.

          —Atención, Halcón —escucharon por la radio—, su despegue ha sido autorizado, puede proceder a activar el campo de antimateria.

          —Mierda, lo había olvidado —dijo Ángela, riéndose—. Si no me lo dice nos estrellamos contra la montaña.

          —¿Puede repetir? —Escucharon por el comunicador.

          Ángela se dio un manotazo en el casco. Apagó la radio con una palanquita y le miró con una sonrisa de niña traviesa.

          —¡Ups! —Se limitó a decir.

          Activó unas palancas más gordas donde rezaba ANT1, ANT2, ANT3, GO.  Cada una que pulsaba sintió que un zumbido les ensordecía, en la última Antonio creyó que se quedaba completamente sordo.

          Era la primera vez desde hacía mucho tiempo que viajaba en cabina. Recordó que le producía terribles dolores de cabeza y que se estaban sometiendo a dosis peligrosas de radiación.

          Mientras despegaban se sujetaba al asiento (pues de repente el fuselaje dejó de ser tangible y vio a través las rocas de la montaña que les rodeaban y lo único que evitaba que cayera eran los cinturones y superficies de sus asientos). Atravesaron la roca como si fueran fantasmas y salieron a la superficie a una velocidad endiablada. Sin embargo no sintió inercia ni gravedad alguna, era similar a jugar a un videojuego de realidad virtual.

          Cuando sobrevolaban el océano Atlántico Ángela activó el módulo temporal. Aparecieron los controles en el frontal, entre los dos, y fijó un día en negativo. El botón de activación se puso en color rojo y Ángela le miró antes de tocarlo.

          Él se limitó a asentir con la cabeza, pues no había sonido, y lo tocó. El botón circular se puso en color verde y escucharon una fuerte explosión. Por un segundo se quedaron ciegos y no pudieron respirar ni moverse. Luego vieron que no estaban ciegos, simplemente habían saltado instantáneamente en el tiempo y se encontraban a un día de distancia de la Tierra, en medio del espacio profundo. El Sol estaba a sus espaldas. Ángela vio que el panel temporal mostraba una cuenta atrás que descendía desde unos cinco millones hacia abajo a gran velocidad. En apenas unos segundos solo quedaba un millón y vieron un puntito en el espacio que se agrandaba lentamente hasta que distinguieron un planeta y su satélite minúsculo. En unos segundos más vieron claramente que era la Tierra, como en una fotografía pues seguían con el tiempo detenido gracias al campo de antimateria que les envolvía. Al aproximarse notaron una sacudida muy fuerte y la nave se llenó de relámpagos azules. Vieron una señal de alerta en el panel temporal y en ella decía:    "Collisioning ionosphere, please don't turn off the controls" (Colisionando con ionosfera, por favor no apague los controles).

          Cuando el contador alcanzó los cien mil, la velocidad de aproximación se redujo considerablemente. Atravesaron la atmósfera mientras se veía el inmenso océano bajo sus pies. El fuselaje era tan transparente que parecía que volaban, solo podían ver los monitores como imágenes flotantes, holográficas. Pronto vieron tierra firme y la cruzaron sin darles tiempo a ver ningún detalle. Atravesaron más agua, más terreno y montañas, algunas nevadas y finalmente la velocidad se redujo lo suficiente para distinguir que sobrevolaban unas islas, probablemente las Baleares pues después alcanzaron la península por la costa mediterránea y se detuvieron en el aire justo encima de un hotel rural a medio construir o reformar.

          El contador temporal se puso a cero y apareció el mensaje: "Successful Trip".

          Ángela maniobró el aparato con cuidado y se posaron en el patio del hotel. Desactivó el campo de antimateria, usando los botones en orden inverso y el sonido regresó, a la vez que la opacidad del fuselaje.

          —Aterrizaje perfecto —se felicitó Ángela—. No tendremos que pagar las reparaciones por ningún arañazo.

          —Menos mal porque estos chismes cuestan un pastizal.

          —Me lo dices o me lo cuentas —replicó ella—. No nos han dicho nada pero… Montenegro se juega el puesto si causamos daños a uno de estos cacharros.

          —Conozco a uno que lleva las finanzas y me ha dicho que solo el avión base cuesta ciento cincuenta millones de euros. Con todos los módulos del EICFD instalados sube a 550 millones. Y eso solo los costes, a los clientes los venden por 1.500.

          —No creo que podamos comprarnos uno para uso privado —bromeó Ángela—. Pero viendo lo que ganan, supongo que ya no necesitamos al asqueroso consejo.

          —Eso es lo peor —explicó Antonio—. Ese dinero no se lo queda el EICFD, es para el consejo. Se lo reparten entre todos los gobiernos que conforman la Organización. A nosotros nos dan una miseria en comparación, aunque supongo que por eso ha habido tantas mejoras en equipamiento estos últimos años. Bueno, es una razón importante para estar aquí, por el sueldo. Estoy precisamente por eso, pero si no estuvieras tú conmigo quizás me buscaría otro trabajo.

          —Si no recuerdo mal —Ángela le puso la mano en el hombro—. Antes eras más pobre que una rata. Tuviste tu momento de riqueza pero has estado al borde de vivir en la calle y este trabajo te ha salvado de eso. Cuando trabajaba de sicaria había meses que ganaba más que aquí, pero prefiero defender a los inocentes que matarlos, la verdad… De todas formas mis reservas de dinero estaban empezando a bajar preocupantemente, desde que dejé mi viejo trabajo no he hecho más que gastar.

          —Si no estuvieras conmigo no creo que hubiera aceptado la propuesta de Montenegro de trabajar con ellos—repitió Antonio.

          —Yo tampoco.

          Se miraron unos segundos y se cogieron de la mano.

          —Y no lo digo porque me sienta más seguro por tu envidiable habilidad —añadió él.

          —Por favor, cierra la boca. Estás más guapo.

          Se rieron unos segundos y Ángela se liberó del férreo cinturón de seguridad.

          —Ahora que nadie nos escucha puedo preguntártelo… —comentó ella revisando todos los controles de la radio de la nave.

          Él sonrió con picardía esperando que le dijera que echaran un polvo para matar el rato hasta que llegara la hora.

          —¿Cuál es nuestra misión? —Esa pregunta chocó de frente con esa idea.

          —Salvar al viejo —replicó Antonio como si fuera obvio—. Tenemos que llevar el cuerpo a su hab…

          —No me has entendido. ¿Cuál es "nuestra" misión? —La chica hizo énfasis en la palabra "nuestra" como si tuviera que entender algo.

          —¿Qué?

          —¿No te das cuenta? Solo nosotros sabemos dónde está Don Paco. Dime una cosa, Antonio. Cuándo nos alistamos ¿qué fue lo que pensábamos hacer?

          —¿Te refieres a aquella conversación después de aquel polvazo? ¿O esa en la que decidimos alistarnos?

          —Sí, exactamente a esas.

          —No sé si quiero entenderte, según acordamos entonces... Nos infiltrábamos para destruir la Organización desde dentro. Eliminar uno a uno a todos los consejeros a medida que fuéramos averiguando sus identidades... ¿No estás sugiriendo...? Si matamos a Don Paco vamos a tener que atravesarme el corazón.

          —Necesito que entiendas una cosa… Ya sabemos que sobreviviste, los dos lo hicimos.

          —¿Qué?

          —El consejero español debe morir hoy, hemos venido a asegurarnos de que ocurre. No puede cambiar nada y es nuestra oportunidad, nadie sospechará de nosotros, podemos inventarnos cualquier cosa.

          Antonio la miró expectante y asustado.

          —¿Me sigues? —Ángela le miraba con mucha ansiedad.

          —No creo que me atreva —respondió, sin aliento—. ¿Y si de verdad nos atacan? Tú mataste al tipo invisible, que según tu plan soy yo. Luego la venciste a ella, o sea a los dos, y después dijiste que los metiste en la bañera y te deshiciste de los cuerpos con sosa caustica —explicó Antonio.

          —Obviamente mentí —ella de encogió de hombros—. También a ti, era la mejor forma de que todo el mundo me creyera, no sabes ocultar nada. Admito que no sabía quiénes eran, no vi a ninguno. Los atacantes eran invisibles… Tú me ayudabas, pero no de la forma que os conté. Cuando salí de la habitación de Don Paco… Me encontré a sus dos guardaespaldas muertos. Temí por ti y bajé corriendo. No pensé ni por un momento que estaba dejando sin protección al consejero.

          Antonio se tuvo que quitar el casco para poder respirar. Ángela hizo lo mismo.

          —No tendremos otra oportunidad —insistió ella—. Podemos destruir la organización desde dentro, nunca sabrán que fuimos nosotros.

          —Pero… Yo creí que nos habíamos adaptado, que se habían acabado todos los rencores.

          Ángela se giró en su asiento para cogerle por las manos.

          —Te alistaste por mí, acabas de decirlo. Estos cabrones son unos asesinos manipuladores que terminarán destruyendo el mundo si nadie les para. ¿Lo entiendes? ¡Hemos estado en su punto de mira durante mucho tiempo! —exclamó furiosa—. Nunca tuvieron consideración porque fuéramos antiguos soldados. ¿Crees que nos lo han perdonado? Creen que el dinero nos mantiene a su lado como dos perros en una finca protegiendo sus intereses.

          —Después nos aceptaron en sus filas. Montenegro nos matará con sus propias manos si nos descubre… Si sabe que nosotros somos los traidores.

          —No si le matamos antes.

          —¿Quién nos defenderá de los grises y de las sombras? —Preguntó Antonio, asustado.

          —Por si no lo has notado, los extraterrestres si no nos acercamos no hacen daño. ¿Cuándo fue la última vez que atacaron una población?

          —¿Y las sombras? Siguen atacando inocentes.

          —¡Son ellos! —Gritó ella, furiosa—. Quieren que investiguemos pero no nos dan ni una pista. No desean que les descubramos, es un paripé para mantenernos calladitos. Están raptando, torturando y matando a personas que saben quiénes son o conocen a alguien que pueden extorsionar.

          —¿Y la guerra de Rusia? ¿Y Rodrigo? Vimos cómo asesinaban a los detractores de Putin esos dos vampiros, sus lacayos.

          —Rodrigo persigue nuestro mismo objetivo —replicó Ángela—. Quiere poner en jaque al consejo y a occidente. No pretende la destrucción del mundo, solo de la Organización.

          Antonio miró el reloj, le temblaban las manos.

          —¿Estás conmigo o con ellos? Es una pregunta retórica, sé la respuesta.

          —¿Me estás pidiendo que me clave una espada en mi propio pecho?

          —No tienes por qué hacerlo, yo misma lo haré… Pero entonces tú deberás ocuparte de los guardaespaldas de Don Paco y luego de él.

          —¿Por qué tuve que sufrir una herida así? —Preguntó confuso.

          —Yo no lo he planeado, eso fue lo que pasó, tenemos que hacer que ocurra de verdad —explicó Ángela—. De lo contrario causaríamos la fisura, y piensa un poco. Si no hubieras estado al borde de la muerte, ¿no crees que desconfiarían?

          Antonio asintió mientras Ángela abría el armero.

          —Tenemos que coger los machetes. No lleves armas de fuego —explicó ella—. Vamos, cuanto más lo pienses más te afectará. Elige, ¿iras a por tu otro yo o te encargas de los otros tres? Te lo advierto, no creo que puedas con ellos tú solo.

          —¿Has estado planeando hacer esto todo el tiempo? —Preguntó, asustado.

          —Realmente no, pero siempre hemos esperado la oportunidad, ¿no? Destruir la Organización. Aquí está la ocasión perfecta, en bandeja de oro, no podemos desaprovecharla.

          —Tendremos que enfrentarnos a los demás… El equipo Delta… Abby Bright, Alfonso, John Masters, Montenegro. Descubrir quiénes son los demás consejeros será muy complicado si se sienten amenazados y van a sospechar de nosotros dos, eso seguro. Nos darán caza si nos descubren. ¿Y si es una trampa? ¿Crees que Montenegro se fía de nosotros?

          —¡Cálmate! Nos ha prestado una nave de mil quinientos millones de euros. Si eso no es confianza…

         Antonio soltó un profundo suspiro. No tenía nada que decidir, solo reunir valor para emprender la misión. No podía traicionarla a ella, no confiaba en nadie más... Y eso le produjo dudas. ¿No le habría estado utilizando? Negó con la cabeza, no, recordaba perfectamente la conversación de aquella noche, el día que aceptaron los dos unirse al EICFD.

          «Podemos ganar un dinerito —le dijo él—. Mientras averiguamos todo lo que tengamos que saber de ellos. Y cuando se presente el momento, los destruiremos desde dentro.»

          Fue idea suya. Con el tiempo se había olvidado, le gustaba el trabajo, casi siempre era fingir que era informático, las misiones fueron relativamente sencillas y en todo ese tiempo parecían defensores de los inocentes. Excepto en la misión de Rusia, que tenían que matar un hombre que terminó siendo asesinado por esos esbirros de Rodrigo.

          —Sigo pensando, ¿y si realmente nos atacan otras dos personas?

          —Es ridículo —replicó Ángela—, te lo aseguro, éramos tú y yo. Escucha, sé que parece una improvisación chapuza y arriesgada, pero desde que tuve la túnica pleyadiana y las destruí, siento que hay una especie de semilla dentro de mí... Aún queda un vestigio de aquel poder porque todo me sale demasiado bien. Ocurren cosas muy oportunas que favorecen mis intereses. Creo que no lo he planeado yo, la que tienes delante, pero sí otra yo que de alguna manera ha trascendido la materia y guía nuestros pasos. Si no matamos a Don Paco y al resto del consejo, nada impedirá que la humanidad se autodestruya en unos pocos años.

          —Vale, no estoy pensando si hacerlo o no —confesó él—. Solo reuniendo valor. Confío en ti.

          —Pues no lo pienses más.

         

         

         

 

          Montenegro se frotaba la calva con las dos manos, apoyándose en la mesa de su despacho con los codos. Siempre que estaba ansioso, nervioso, asustado, le daba por hacer eso. Las decisiones del consejo dependían de que esos dos trajeran a Don Paco con vida. Si no regresaba, cuando se enteraran de que estaba muerto tratarían de eliminar a todos los que tenían la más mínima información de sus direcciones reales. Y en el cuartel del Atlántico Norte, escondidas en bases de datos de alta seguridad, estaba toda esa información. Se sentirían amenazados y enviarían a la división americana a exterminarlos y borrar del mapa cualquier rastro de ellos.

          —No podéis fallar, muchachos —susurró.

          Una señal de alerta sonó en la base.

          —Ha llegado un Halcón al hangar. A todo el personal de ingeniería, acudan a la pista siete.

          Escuchó que abajo se armaba un buen alboroto. Decenas de mecánicos se pusieron en marcha para recibir el Halcón recién llegado. ¿Cuál sería, el de Abby o el de Antonio y Ángela?

          Se levantó y fue a paso ligero a recibirles en persona. Si eran ellos y no traían a Don Paco con vida…

          Al entrar en el hangar vio el inconfundible avión transformado de más de treinta metros de largo, casi diez de alto, sus inmensas alas modificadas con armamento de plasma, sus ametralladoras acopladas bajo la cabina y sus toberas para ojivas nucleares, en las que no había ningún misil. Necesitaban aprobación del consejo en pleno si pretendían poner en marcha la aeronave con una bomba atómica armada. Era un auténtico tanque de guerra volador. Una bestia temible que podía poner fin a cualquier conflicto con sus poderosas armas. Sin contar con su capacidad de viajar en el tiempo, hacerse invisible o presentarse en un instante en cualquier lugar del Planeta. Era un peligro pero debido a todo eso, los países más ricos pagaban lo que les pidieran por cada uno de ellos. Estados Unidos era el que más tenía hasta el momento, tres. España había pedido. Pero los que vendían no tenían el módulo de viaje en el tiempo… Aun así era un peligro y una amenaza para el resto de países. Los que no tenían uno trabajaban a contrarreloj para lograr el presupuesto necesario para conseguirlo. Aquellos halcones eran el arma definitiva, el futuro de las guerras.

          —Al menos está intacto, o eso parece —valoró.

          Se acercó a la compuerta de salida, junto a otros ingenieros que tenían que revisar la nave por si tenía daños, y vio cómo se había desplegado una escalera que se posó en el suelo con total suavidad. Arriba estaban Ángela y Antonio. No vieron a nadie más.

          —¿Dónde está Don Paco? —Preguntó, al verles bajar, ilesos.

          —Lo siento señor —respondió el soldado—. Tenemos suerte de estar vivos. Cuando quisimos detenerles…

          —Don Paco no confió en nosotros —interrumpió Ángela—. Nos echó de su dormitorio, no nos dio opción.

          —¿No lo han salvado? —Preguntó Montenegro, incrédulo—. Solo respondan a esa pregunta.

          —Cuando escuchamos el jaleo ya estaba decapitado, señor.

          —No puedo creerlo… Creí que se lo dejé bien claro —Montenegro parecía a punto de llorar pero con gran fuerza de voluntad evitaba hacerlo.

          —Lo siento señor.

          —¡Más lo van a sentir cuando el consejo lo sepa!

          —Yo creí que ya le daban por muerto —repuso Ángela. 

          —Les tuve que decir que necesitábamos arreglarlo, les convencí para que ustedes dos fueran a enmendar su error… No me fue fácil convencerles, saben de los peligros de viajar en el tiempo a cambiar algo. Sin embargo les pude convencer diciendo que si Don Paco vivía, el enemigo no lo sabría         y podríamos encontrarle antes de que mataran a nadie más del consejo.

          —¿Y cuál fue la respuesta, señor? —Preguntó Antonio.

          —No aceptaron. Me acusaron de ir contra las normas, me dijeron que enviarían al resto del EICFD a destruirnos pues sospechaban que Don Paco murió porque alguien de aquí sabía cómo encontrarlo. Hay que cortar por lo sano, me dijeron… Supuse que si tenían éxito podríamos convencerles de que no lo hicieran.

          —Con todo respeto, señor, hicimos lo que pudimos. Don Paco era muy difícil de tratar, usted lo sabe. Dijo que solo confiaba en sus dos hombres y en Ángela —explicó Antonio—. La que se quedaba para protegerlo.

          —Pueden retirarse —aceptó Montenegro—. Márchense a casa, dejen todo el material en el vestuario y descansen.

          —¿Y qué pasa con Abby y Alfonso? ¿Se sabe algo? —Preguntó Ángela.

          —No hay señales —respondió sin energía—. Les avisaré si hay cualquier novedad.

          —A sus órdenes, comandante —aceptó Antonio.

          —No se vaya, capitana Dark —la detuvo Montenegro—. Usted vaya retirándose, esto es confidencial entre ella y yo.

          Antonio asintió y le hizo el saludo militar a la perfección con la mano haciendo de visera perfecta durante un segundo (durante el cual se quedaron mirando ella y él con preocupación). Luego se retiró hacia el hangar donde estaba el pequeño halcón de Brenda que usaban para regresar a casa.

          Cuando se alejó lo suficientemente, el comandante la invitó a ir a su despacho y la hizo tomar asiento.

          —¿Qué ocurre señor?

          —Tenemos un gran problema, capitana.

          —Ignoraba que me habían ascendido —replicó ella—. ¿No habremos cambiado algo?

          —Se lo digo informalmente. Es la persona en la que más confío, sus habilidades están fuera de toda duda y sé qué hará lo que sea necesario para cumplir lo que le pida.

          —Estoy a su servicio, señor.

          —Le voy a dar autorización nivel 2 —prosiguió el comandante—. Estamos con la soga al cuello, los consejeros va a tratar de eliminarnos. Necesito que vaya uno por uno a por los otros diez consejeros. Mátelos y que parezca que fueron los vampiros.

          —No sé quiénes son —protestó.

          —Escuche, no puede saberlo nadie, ni siquiera su novio. Esto será entre usted y yo. Con este nuevo rango podrá entrar en la base de datos de máximo nivel de secreto. Tendrá acceso a los documentos confidenciales, los más sensibles, los más prohibidos. Pero no le puedo dar yo la información, use su nuevo perfil de incógnito para conseguir las direcciones. No imprima nada, memorícelas. Le repito que Antonio Jurado no debe enterarse. Cuéntele cualquier cosa…

          Ángela se quedó pálida.

          —¿Esto no es alta traición, señor? —Preguntó—. Averiguarán que fui yo y me eliminarán.

          —Muerto el perro se acabó la rabia. Nos van a eliminar a todos, ¿no lo entiende? No pierda un segundo hablando conmigo, haga lo que le digo, para eso la elegimos. Nadie más puede hacerlo.

          —Yo confío en Antonio, ¿Necesito su ayuda?

          —¿En serio? Es demasiado bocazas, lo cuenta todo en su maldita web y podría ponerles sobre aviso. Sin duda alguna esa gente lee lo que escribe. Saben las cosas que dice de verdad y cuales son mentira, no aprueban que saque a la luz sus trapos sucios. Hasta ahora lo toleraban porque les interesa saber cuánto sabe sobre ellos.

          —¿Y el equipo Delta? —Preguntó, impaciente.

          Creí que se las apañaba mejor sola. Además, tenga en cuenta que si la descubren, la cogen, la interrogan, yo no le he ordenado nada. Está sola en esto.

          —Si lo consigo, usted salva el pellejo porque mueren sus enemigos… Si me pillan, pensarán que yo era la traidora y también se exculpa al EICFD. Es usted un cabrón de mucho cuidado. Me deja sola a mi suerte.

          —Voy a pasar por alto su insubordinación y su insulto porque tiene toda la razón. No estoy aquí por ser un jefe bondadoso, hay que hacer lo que sea necesario sin miramientos ni escrúpulos. Le he dado una oportunidad de salvarse, y de paso salvarnos a todos.

          —Es una misión suicida. Lo sabe perfectamente.

          —También sé lo que han hecho… Mejor dicho, lo que no. Ustedes han fallado, Don Paco era clave para nosotros. ¿Y si son traidores? o ¿realmente es como me han contado? Pero… ¿Qué gano yo si la ejecuto ahora mismo? Nada, sigo condenado. No me queda más remedio que confiar una vez más en usted, y a la vez condenarla a la clandestinidad… Porque si no lo consigue, si la pillan, voy a tener que entregar también a su novio. Así que si no lo hace por nosotros, hágalo por él.

          Ángela tragó saliva. Se planteó la posibilidad de matarlo allí mismo, enfrentarse en su despacho y acabar con su vida pero sabía que tenía razón, si lo hacía, el EICFD americano les daría caza a todos, el consejo seguiría vivo y ya no quedaría nadie capaz de aniquilarlos a los consejeros. Montenegro le daba su oportunidad de cumplir sus planes, aunque también la entregaba directamente a los lobos.

          —Puede contar conmigo señor. Estoy acostumbrada a trabajar sola y en las sombras.

          —Puede usar todo el equipo y armamento que estime necesario, pilotar mi halcón monoplaza. Le daré los permisos necesarios en cuanto se vaya. Voy a usar su contraseña para todos los rastros, yo no he hecho nada, todo lo va a hacer sola, ¿lo ha entendido?

          Asintió y se marchó a la sala de informática. Ella sabía dónde escarbar, cómo encontrar esa información. Ya lo intentó antes pero no tenía rango necesario. Estaba ansiosa de echar un vistazo al dosier del consejero americano, iría a por él primero.

          Mientras bajaba las escaleras se dio cuenta de la jugada maestra de Montenegro. Si eliminaba al consejo entero, los beneficios por la fábrica de halcones serían exclusivamente para el EICFD español. Aunque dudaba que todo fuera tan sencillo. Los americanos pedirían su trozo del pastel, ellos fueron los inversores principales. En cualquier caso era un asunto de burocracias que no le interesaba comprender. Lo único que tenía claro en su mente era la cifra en euros que le reveló Antonio en su anterior viaje. 1.500 millones por halcón. El comandante iba a hacerse muy rico.

          Se detuvo, sintió que aquella situación era muy injusta para ella. Sería la que se iba a manchar las manos, la que tendría que asumir todos los riesgos y no iba a recibir nada a cambio.

          Pero no regresó al despacho, sospechaba que desde que perdió de vista a Montenegro, él ya no volvería a reconocer que tuvieron esa conversación. Suspiró, la ira pudo con ella, claro que la atendería, su vida dependía de ella. Estaba obligado a negociar unas condiciones.

          Se dio la vuelta y se presentó en la puerta. Llamó y en cuanto escuchó la aprobación desde dentro abrió con determinación.

          —Quiero cincuenta millones de euros si lo consigo —exigió.

          —Me parece justo. De todas formas si lo consigue la nombraré mi comandante, tendrá tal sueldo que no va a saber qué hacer con tanto dinero.

          —Lo sé, pero nada comparado con el suyo… Por eso quiero que Antonio tenga otros cincuenta millones.

          —No hay problema. ¿Quieren cien? Tendrán cien.

          Ángela asintió complacida pero en cuanto salió por la puerta apretó los labios fastidiada. ¿Y ahora cómo iba a conseguir que Montenegro reconociera haber prometido esas recompensas?

          Suspiró y asintió. Nada la impedía matarlo si no cumplía su parte, y él sabía perfectamente que sería capaz de hacerlo.

 

 

Continuará

 

 

Comentarios: 4
  • #4

    Chemo (miércoles, 05 abril 2023 13:54)

    Yo pido una misión suicida con Ángela. Jeje

  • #3

    Alfonso (domingo, 02 abril 2023 21:28)

    Pues sí tiene sentido lo que comenta Jaime. Aunque es más probable que Ángela y Antonio no sean los únicos que quieran acabar con la Organización y habrá más de un grupo cazándolos.

  • #2

    Jaime (domingo, 02 abril 2023 02:55)

    ¡Vaya con esta parte! Ahora entiendo que es muy probable que Ángela haya sido quien ejecutó a los consejeros rusos. Aunque aún falta por saber cuál es la relación entre Montenegro, Rodrigo y Ángela en todo esto. No me sorprendería que Montenegro y Rodrigo hayan sido aliados todo este tiempo.
    Lo malo es que Tony ya ha publicado el plan de Montenegro, así que ya lo saben todo. Jeje

  • #1

    Tony (viernes, 31 marzo 2023 01:51)

    Espero que os vaya gustando, esta semana que viene seguramente podré publicar el lunes o martes, no os lo perdáis.
    Y sobre todo, no olvidéis comentar.
    Ya me ha quedado claro el mensaje, todos queréis más clases... jejeje.
    Ya llegarán, no os impacientéis.