Los últimos vigilantes

3ª parte

 

 

 

 

 

 —¿Qué?
 —No me malinterprete y ojo, le juro que nunca ha habido nada entre él y yo. Lo que quiero es contar con él cuando le necesite.
 —Querida, eso no tengo que concedértelo yo. No soy dueña de sus actos.
 En realidad lo era, pero no le gustaba ir alardeando de ello.
 —Lo que quiero que haga por mí —añadió Ángela Dark—, es que le cure ese tumor a su marido. Tiene que viajar en el tiempo de forma segura y a ser posible sin desmayarse.
 —Eso no es problema. Antonio, a partir de ahora el cáncer no puede hacerte daño alguno. Eres inmune... Y vosotras dos también, no quiero que se quede solo si os pasa algo. Y otra cosa, aprobaré que te vayas con ellas con una condición.
 Antonio la miró como un hijo a su madre antes de salir de marcha por primera vez.
 —Quiero que vuelvas en un día. Nada de desaparecer semanas o meses. De vuelta en casa al día siguiente. Y no abuséis, no vayáis a destrozar el mundo con vuestros viajecitos temporales. Si me obligáis a intervenir tendré que romperos el juguete este —señaló la nave con desprecio.
 Amy le dio un codazo a Ángela y le susurró algo al oído.
 —No fastidies, no va querer.
 —Es fantástico —valoró Antonio—. Podemos viajar a... la época de los dinosaurios, al futuro, por si hay cosas que podamos traernos a nuestro tiempo, ver al mismísimo Jesucristo... Buf, ver a Pelayo en Covadonga... Se me ocurren tantas opciones... ¿Cómo serán los teléfonos de dentro de cincuenta años?
 —Creo que tienes razón pero no va a querer —añadió Ángela a Amy, que ignoraron a Antonio.
 —Díselo, no pierdes nada.
 —Me dice mi compañera —comenzó a enunciar la capitana—. Que si le interesaría viajar a usted. Él puede hacer cosas increíbles pero no tiene límites y lo hace así —hizo chasquear los dedos—, en un instante. No necesita horas de concentración.
 —¿Yo? —Protestó Brigitte—. No, ni hablar. Llevároslo a él, que se pasa los días aburrido esperando que alguien le llame a algún caso paranormal. Pueden pasar meses sin nada que hacer salvo perder el tiempo escribiendo en su ordenador. Yo pienso volver al trabajo, necesito respirar, tener vida social fuera de casa. A él lo tendréis a vuestra disposición casi todo el tiempo.
 —Mujer, tampoco es eso. Me dedico a escribir —protestó él—. Y Charly no me deja demasiado, por cierto. Ahora con Miguel podré mucho menos.
 —No te preocupes por ellos, el peque empieza la guardería la semana que viene y Charly va al cole de nueve a dos. Han crecido así que no necesitan tanta atención… Aunque tampoco debes descuidarlos.
 —Aun así quiero pasar tiempo con vosotros.
 —Ya, eso espero —Brigitte miró de reojo a Ángela.
 —Bueno, nos apañaremos con él —cortó la capitana, carraspeando—. Te llamaremos a tu móvil del EICFD, ¿Lo llevas encima?
 —Sí claro —sacó el delgado teléfono blanco del bolsillo de su chaqueta.
 —Un momento, señora. Intentar regresar en un día será complicado —replicó Amy—. Verá, salvar el mundo no suele ser cosa de cinco minutos. Además los viajes requieren recarga de batería y tarda bastante.
 —También puede ser un año —intervino Antonio—. Si vemos que merece la pena quedarse, podemos regresar al mismo día de salida si esperamos un año.
 —Me pregunto en qué clase de situaciones pretendéis intervenir —protestó Brigitte.
 —El futuro y el pasado están plagados de misterios —respondió Antonio—. Para alguien a quien le encanta averiguar la verdad sobre todo y luego plasmarlo en novelas, es fascinante poder hacerlo. ¿Me dejaréis elegir destino?
 —Ya veremos —aceptó sonriente Ángela.
 —Bueno, entonces así quedamos —le quitó importancia Brigitte—. Estamos tardando mucho,... Espera, no puedes entrar en casa con esas pintas y más cuando todos saben que te has muerto... Mejor hazte invisible.
 Antonio se encogió de hombros y antes de pulsar el botón de su traje vio que su sombra desaparecía por completo.
 —Perdona, no quería volverte invisible del todo, pero ya que está hecho... —se disculpó Brigitte.
 —De nuevo, gracias por devolvérmelo —Brigitte le cogió la mano, que ella sí lo podía ver, y tiró de él hacia la rampa.
 —Una cosa más señora —la detuvo Amy—. Ese traje que lleva puesto es tan alucinante que mataría por tener el mío propio. Si no fuera porque puede fulminarme con un chasquido de dedos podría intentar robárselo. Pero ahora mismo la admiro tanto que me estoy preguntando si no es usted Dios personificado.
 —¿Me estás amenazando? —Preguntó Brigitte, confusa.
 —No, lo digo en serio. Ándese con ojo, el EICFD no va a descansar hasta quitárselo. Abby y John Masters iban en aquella nave, ahora saben que usted tiene un traje, una de sus misiones era recuperar el de su marido, y además tienen carta blanca de viajar en el tiempo con licencia para cualquier cosa. Lo cierto es que van a tener que enfrentarse a ellos tarde o temprano. No se relaje, son capaces de secuestrar a sus hijos con tal de obtenerlo.
 —Vaya, no había caído en eso.
 —Nos necesita, estaremos de su lado y si alguien trata de arrebatárselo no dudéis en llamarnos —ofreció Ángela—. Y nunca se lo quite. Si es necesario, dúchese con él puesto.
 —Gracias, qué asco.
 —Y otra cosa, concédase un poder especial. Conozco una amiga que puede ver las consecuencias de sus acciones y así ha salvado la vida en numerosas ocasiones. Pídase el don de la clarividencia y nos ayudará mucho a todos.
 —Lo pensaré —respondió Brigitte—. Eso me convertiría en algo así como vuestra jefa, seríamos la última defensa de la tierra si yo viera calamidades que están a punto de pasar. Os mandaría resolverlo, podríamos llamarnos... "Los últimos vigilantes". Suena bien.
 —Estupendo, nosotras encantadas —aceptó Ángela.
 —He dicho que lo pensaré.
 Tiró de Antonio de la mano y se lo llevó fuera de la nave. Subieron el terraplén hasta la acera.
 —Tendrás que ayudarme a saltar la valla, casi me caigo por alcanzaros —le pidió.
 —Claro amorcito.
 Mientras subían escucharon el zumbido del Halcón y su sombra pasó a toda velocidad sobre sus cabezas.
 Un transeúnte que paseaba a su perro a veinte metros de distancia vio cómo Brigitte flotaba por encima de la reja de un metro de alto. Se quedó perplejo y sacudió la cabeza como si pensara que lo había imaginado.
 —Buenos días —saludó Brigitte sonriente al verle acercarse.
 —Eh, sí, bu bu bu buenas tardes —respondió asustado.
 —Qué perrito más bonito.
 —¿Cómo ha hecho eso? Ha flotado en el aire.
 —¿Quién yo? Lo habrá imaginado —le quitó importancia Brigitte.
 El paseante no respondió y cuando pasó de largo frunció el ceño y se regañó a sí mismo porque nadie creería lo que había visto. Serían imaginaciones suyas.
 —Te he echado de menos —susurró cuando caminaban hacia la casa cogidos de la mano.
 —De haber sabido lo peligroso que era viajar en el tiempo nunca lo habría hecho —reconoció Antonio.
 —Tú eres así, salvaste a Charly. Siempre haces lo posible para salvarnos sin importarte los riesgos que tienes que asumir.
 —A veces sólo consigo estropear más las situaciones —se quejó Antonio.
 —Pero eso no es tu culpa, cariño. Es porque eres español.
 Antonio la miró casi ofendido y ella le devolvió la mirada con una sonrisa. Siempre lograba reprocharle cosas entre bromas y él no podía más que aceptarlas y amarla por el modo en que se las decía.
 —Será mejor que te quites esa ropa y te pegues una ducha. No quiero que los invitados de la fiesta piensen que soy yo la que huele a cavernícola.
 —Oh, sí. Lo necesito —respondió.
 Brigitte se detuvo y tiró de su mano. Respiró hondo y sonrió.
 —Será difícil para ti entender lo mucho que he extrañado tu olor de cavernícola. Llevo más de un año esperándote. Y resulta que el que murió no era otro que un señuelo que he mandado al EICFD para que nos dejen en paz.
 —Espero que no se den cuenta de que sigo vivo —replicó él, preocupado.
 —No se darán cuenta, lo estoy diciendo con mi traje puesto... Ay, amorcito, te dan el objeto más valioso del mundo y en unos días vas y lo rompes... ¿Por qué ya no te funciona? ¿Qué es eso de que tienes que concentrarte durante horas?
 —No es cierto —replicó él—. Supongo que sigue funcionando igual. Lo tengo escondido en casa, entre mis camisetas. Lo que he logrado es obrar milagros sin él.
 Brigitte se apartó de él, estupefacta. 
 —¿Me estás diciendo que no necesitas el traje?
 —Sí, al menos si quiero que funcionen las órdenes como a ti, sin esfuerzo y de inmediato. Pero de algún modo he logrado una pizca de la magia que tiene esa tela. Aunque sería más exacto dar las gracias a Génesis, que me ha ayudado bastante, y...
 —¿Otra chica? —Replicó ella, que reemprendió la marcha, enojada o celosa.
 —¿No te acuerdas? Es... La hija de Alastor,... ¿No te he hablado de Génesis? Pero si fue la que nos ayudó a vencer al viejo demonio ese, bueno, la que...
 —No me suena.
 —Si te leyeras mis libros estarías más enterada. Pero como pasas de lo que escribo...
 —Perdona, se supone que me cuentas todo lo que te ocurre —se ofendió su mujer.
 —No te enfades. Es solo una amiga. Una muy especial y poderosa… Alguien que ya me ha salvado de muchas.
 —En qué novela debería buscar su nombre.
 —En "El investigador que interrogaba a las paredes", "Los grises", "Tierra de dragones", "Raíces en el infierno", "Fausta", "Entre la tumba y el ataúd"... Mujer, en casi todos.
 —¿Por qué pones títulos tan complicados? —Replicó.
 —Creo que causan una expectativa al lector —se defendió Antonio.
 —Vamos a casa, que los niños deben estar buscándome. No te hagas visible hasta que yo te diga, no quiero asustarlos. Que te vean entrar por la puerta, ¿de acuerdo?
 —Les diré que he venido de un largo viaje —respondió Antonio.

Comentarios: 2
  • #2

    Valeria (lunes, 04 febrero 2019 19:57)

    Me encanta como lo haces parecer tan real, parece una muñeca rusa esto un relato dentro de otro. Es genial...

  • #1

    Tony (miércoles, 24 octubre 2018 12:19)

    No olvidéis comentar.