Antonio Jurado y los impostores

48ª parte

         —¿Qué? ¿Dónde? —Ángela temblaba de rabia. ¿Le había eliminado? No podía sentir ni siquiera su alma.

         —Te lo dije —arengó Arita, muy tranquila, levantándose y recomponiendo su rostro con unas simples bofetadas en las mejillas—. Podíais haber sido felices pero has tomado la decisión equivocada.

         —Devuélvemelo... —Ordenó temblando de furia.

         —Vale, aunque... —respondió afable—, quiero algo a cambio.

         —Nunca daré este poder a alguien tan horrible como tú —se resistió.

         —Entonces no me dejas elección. Tendré que cogerlo por mí misma y destruirte.

         —No puedes, soy una con este manto.

         —No lo entiendes, claro. Por mucho que aferres un diamante a un anillo, si el oro se obstina en agarrarse a él... Basta con fundirlo. Sabes perfectamente que no tienes opciones, te daré una última oportunidad.

         —Nunca te lo entregaré —se obcecó—. Antes de tratar de destruirme debes saber una cosa.

         —¿Qué?

         —Ninguna de las otras Ángelas de las dimensiones paralelas podían equipararse a mí en poder. No soy tan estúpida. Eres como una triste fotocopia por dos caras. Yo soy la original. Y por eso no haces más que darme oportunidades. A mí no puedes engañarme.

         Aquel farol buscaba menoscabar la confianza de su rival. Ese manto divino se sustentaba en la fe y si lograba que la otra dudara, conseguiría equilibrar las fuerzas.

         Arita sonrió, pero esta vez con rabia.

         —Si tuvieras el doble de mi poder no insistirías tanto, simplemente me habrías vencido con un chasquido de dedos, ¿no es cierto?

         —Tú tampoco eres superior a mí —sentenció Arita.

         —En cuestión de infinitos, es complicado medir hasta que se enfrentan. ¡Vamos! Te reto a que me destruyas —provocó Ángela.

         La niña eterna sonreía de forma irritante.

         —¿Es que de verdad estás dispuesta a olvidar mis años de experiencia y extorsión desde la yakuza? Un choque de fuerzas no es posible sin la destrucción del universo. Pero yo tengo algo que no conseguirás si me destruyes (suponiendo que pudieras hacerlo). Esta lucha terminaría mal para todos. La Tierra explotaría como una burbuja ante nuestros ataques. Yo ya he creado millones de mundos, volveré a hacerlo. Pero el alma de este hombre... —levantó la palma de su mano e hizo aparecer un rostro luminoso de Antonio Jurado —. Jamás volverá a existir.

         Sabía dónde golpear, no se limitó a matarlo, ni siquiera podría encontrar su alma.

         —Ya me había hecho a la idea de no volver a verlo —replicó furiosa, harta de ser manipulada por algo que nunca le importó, sus sentimientos—.  Soy custodia de un poder que me he visto obligada a manejar para evitar que una déspota como tú haga las cosas horribles que planeas con la humanidad.

         —Admiro tu entereza. Pero eres ridícula. Esto es muy simple, tú tienes una cosa que yo quiero y yo tengo algo que tú quieres, ¿de verdad no estás dispuesta a pensar en el intercambio? ¿Ya no quieres a Antonio Jurado?

         —Puedes comértelo con salsa tártara —escupió Ángela.

         —Así como están las cosas solo veo una opción... —amenazó Arita—. La destrucción completa del universo. O...

         —¡Esta! —Bramó su rival.

         Ángela Dark dio una fuerte palmada de energía que hizo estallar una burbuja de luz cegadora entre sus manos. La tormenta electro—lumínica penetró sus entrañas y la iluminó de manera que parecía hecha de pura luz. El fulgor se extendió y atravesó el cuerpo de Arita, incendiando cada fibra de su ser y un instante después, todo quedó en tinieblas.

        

 

 

 

         —¿Qué ha pasado? —Preguntó Charly a su madre.

         —Se ha ido la luz. Espero que vuelva pronto —respondió ella.

         La casa se quedó a oscuras y era de noche. Se asomó a la ventana y las calles estaban completamente negras.

         —¿Cuándo volverá papá? —Preguntó Miguel, que estaba acurrucado en el sillón.

         —No lo sé... —respondió su madre.

 

 

         Las ciudades quedaron totalmente en tinieblas y no solo eso, el halcón perdió sus escudos ópticos y comenzó a caer en barrena cuando sobrevolaba algún lugar de Portugal, en dirección al cuartel general. Ángela, Dani, Montenegro y los demás soldados sintieron de repente la potente fuerza de la gravedad y sus estómagos subieron hasta su garganta causándoles una asfixia temporal por la caída libre. Por suerte volaban a veinte metros de altura y el impacto contra el suelo no fue tan grande. Aunque el fuselaje de la nave quedó desperdigado por centenares de metros en pleno monte, lejos de la civilización. Todos rodaron por el suelo y los que peor salieron parados fueron Lara y Dani, que no tenían el traje de grafeno como los demás.

         Uno a uno se levantó lastimosamente, Dani gritaba de dolor y Lara, no pudiendo moverse por el fuerte nudo de las cuerdas se había salvado de morir por el casco de que le pusieron antes de despegar. Tenía la blusa rasgada y se veía su piel sanguinolenta mezclada con jirones de tela.

         —¿Qué demonios ha pasado Brenda? —Protestaba Montenegro, que observaba el desastre con estupor.

         —De repente se fue la energía, señor —respondió, igualmente sorprendida.

         —¿Cómo que se fue? ¿Nos han alcanzado con un pulso electromagnético o algo así?

         —No tengo ni idea, no vi ninguna alarma de ataque. Si ha sido eso, ha tenido que ser bestial e indetectable. Los grises nos van a destrozar si han desarrollado esa tecnología.

         —Crucemos los dedos para que no hayan sido ellos entonces —opinó Abby Bright.

         —Dani está muy mal, tenemos que llevarle al hospital —observó Alfonso al examinarle. Tiene varios huesos rotos con fracturas abiertas, se va desangrar.

         —¿Alguna idea de dónde estamos? —Preguntó Jaime, que se levantó tambaleándose.

         —Solo sé que pasamos sobre Badajoz hace unos segundos. Pero a la velocidad que íbamos es difícil saber qué población está más cerca. Mi teléfono tampoco funciona. ¿Y los vuestros?

         —Por si le interesa a alguien,... Lara también se encuentra muy mal —dijo Lyu—. Y si con estas heridas no ha despertado el impostor que lleva dentro... Dudo que vuelva a hacerlo. No tiene buena pinta.

         Montenegro golpeaba su teléfono móvil con rabia, esperando que reaccionara. Pero estaba igualmente muerto. Los demás terminaron desistiendo al comprobar que tampoco encendían y parecían simples bloques de cristal negro.

         —¿Un pulso electromagnético ha hecho esto? Jamás he visto nada igual —protestó el comandante.

 

        

 

         La electricidad regresó a las calles a las seis de la mañana, ocho horas después. Sin embargo poca gente se enteró en el hemisferio norte pues fue de madrugada y en el sur no sintieron las consecuencias. Las noticias de la mañana mencionaban el corte sin más explicación y los telediarios pasaron rápidamente a otra noticia, como si no fuera más que una curiosidad inexplicable más.

         Brigitte vestía a los niños para ir al cole y tampoco le dio más importancia.

         Aquella noche, después de esperar un buen rato y ver que nadie regresaba, se limitó a acostar a los niños. Cuando se despertó por la alarma y vio el alumbrado de la calle se dio cuenta que la luz había vuelto.

         —¿Ha vuelto papá? —Preguntó Miguel con tristeza desde la escalera.

         —No, y no sé cuándo volverá —replicó, con aspereza.

         —¿Tú quieres que vuelva, mamá? —Apostilló Charly.

         —Pues claro, hijo. Qué tontería de pregunta es esa.

         —Pero pasas más tiempo con Michael, ¿no? —replicó el mayor, con tristeza.

         —Ya te he dicho mil veces que es solo un amigo. Y ahora déjame escuchar las noticias. Venga desayunad rápido, que llegamos tarde al cole.

         Los pequeños siguieron comiendo sus cereales.

         —¿Podemos ver Bob Esponja? —Preguntó Miguel con voz lastimosa.

         Brigitte soltó un profundo suspiro y respondió.

         —Pero quiero veros desayunar.

         Agarró el mando y se lo dio a su hijo pequeño, que puso el canal número 7 del mando, donde echaban sus dibujos favoritos.

        

 

        

        

         Ángela despertó en el césped y frente a ella estaba Arita. Ambas respiraban con normalidad y lo hicieron casi al mismo tiempo. El ataque las había dejado inconscientes durante horas.

         Recordando lo que acababa de hacer empezó a temblar y sus ojos se llenaron de lágrimas.

         —¿Qué demonios has hecho desgraciada? —Preguntó Arita, consternada.

         —Lo único que me has obligado a hacer —respondió—. He destruido el manto divino.

         —¿Por qué? —Rugió, furiosa la otra—. ¿No sabes lo que has hecho? Sin él estamos abocados al desastre...

         —No —replicó Ángela—. Solo al capricho de la suerte o el destino, lo que prefieras. No he destruido la energía divina, la he dispersado por los confines del universo. No creo que deba pertenecer a nadie, y mucho menos a ti ni a mí.

         —Entonces has perdido, estúpida... No tienes el poder y Antonio Jurado no volverá jamás. Aunque no temas, no tardarás mucho en morir como él.

         —Esperaba que dijeras algo así. Pero —Ángela sonrió—. Olvidas que yo sé pelear y tú no podrás conmigo.

         —No saldrás con vida de este edificio —amenazó Arita—. Ahora todos pueden verte y yo sigo controlándolos.

         —No sueltes faroles. No podrás hacerlo si no duermes. Ya no puedes estar en dos lugares a la vez.

         —¿Eso crees? Mis hombres llegarán antes de que puedas tocarme. No tienes ningún arma.

         —Para eso están mis puños, guarra.

         Al decir eso se abalanzó sobre ella y le dio un violento derechazo en la mandíbula. Arita se desplomó inconsciente al primer golpe. Al verla tumbada Ángela levantó la pierna para aplastarle la cabeza. Si la dejaba vivir no podría escapar de allí, tenía que acabar con ella o los impostores podrían llegar a dominar el mundo. Esa era su oportunidad aunque su pie se resistía a obedecer, estaba inconsciente, era una situación injusta, una pelea demasiado sencilla. Pero cada segundo que pasaba inconsciente podía estar dominando a uno de sus impostores.

         —Tienes que morir —escupió, soltando una fuerte patada contra el suelo, a un centímetro de su nariz—. Mierda, ¿por qué no he podido hacerlo?

         Era una niña, puede que fuera el origen de todo el universo, quizás era la madre de la humanidad. Matarla sería... Su mera existencia había sido ignorada por todos y su muerte también. Y nadie la culparía de librar al mundo de los impostores. Si Arita moría, la gente poseída volverá a tener su propia voluntad. Lara incluida.

         O podía perder esa oportunidad, aprovechar su inconsciencia para largarse y desaparecer. Pero sería desaprovechar la única opción de acabar con ella.

         Esa niña debía morir, por mucho que le pesara.

         No era una opción, sus manos temblaban. Se sentía como una ladrona que tiene el diamante más grande del mundo y se plantea la opción de reventarlo contra el suelo.

         Cogió una piedra de la fuente central del jardín. Tenía el tamaño de un balón de fútbol y se acercó al cuerpo inmóvil de Arita. Las manos le temblaban por su peso y por la carga emocional de saber lo que estaba a punto de hacer.

         —¿Por qué tuviste que matar a Antonio? —Buscó una razón para hacerlo y el odio la dio fuerzas. Levantó la piedra y la dejó caer sobre la cabeza de la niña, sin mirar.

         La sangre salpicó hacia fuera y sintió nauseas al ver sus trozos de cerebro saliendo por los bordes. Pero no pasó nada más. Ella era una asesina y no le daría cargo de conciencia porque no era la primera vez que mataba a un canalla que merecía esa y peores muertes.

         —Hasta nunca, Arita, nos vemos en el infierno.

         Aunque verla muerta no le daba garantías de sobrevivir. Estaba en el centro de su emporio yakuza y para salir de allí tendría que utilizar todas sus habilidades de parkeur, que llevaba tiempo sin entrenar. Los secuaces de Arita descubrirían que la había matado y no la dejarían salir con vida. Ellos eran impostores pero solo cuando les poseían, si no, seguían fielmente sus órdenes.

         —Otra vez en la brecha de la muerte —susurró—. Extrañaba esta sensación.

         Fue corriendo hacia el ascensor, escondido en la ladera de una montaña que ahora, desde lejos se distinguía que terminaba en un bonito dibujo del techo como si fuera un pico nevado y lo veía torcido sobre un muro liso y artesanalmente pintada una montaña real.

         —No podrás salir de aquí con vida —escuchó a alguien, a su espalda.

         Ángela se volvió, no pensaba que hubiera nadie más en aquel jardín. De hecho, al ver a la persona supo que acababa de aparecer.

         —Tú aquí —pronunció con estupor.

         —¿Te extrañas? —Preguntó dolido por su reacción defensiva.

         Era el joven apuesto con barba que había salvado a la humanidad en una cruz. Su hijo Jesús.

         —¿Vienes a castigarme?

         —¿Por qué iba a hacerlo? He observado la disputa. No quería meterme, era un poco... Embarazoso y tampoco podría haber influido mucho, la verdad.

         —No vas hacer nada por matar a...

         —¿La mataste y pensabas que no lo merecía? —Replicó.

         —Decía que era la creadora del mundo.

         —Era la primera humana que se creó, eso es cierto. Pero no la única, aunque ella así lo deseara. Se consideraba la obra magna de mi Padre, su hija predilecta. Le entregó el universo y todas sus criaturas y como le gustó, después hizo más humanos y los dejó a su cargo. Pero ella no estaba de acuerdo y se opuso, lanzó numerosas glaciaciones y al ver que resistían, decidió unirse a ellos para tratar de enseñarles a respetar lo que consideraba "su mundo de verdad". Esa mujer no era diosa de nada, solo de la mentira. A pesar de perder sus favores, nuestro Padre no quiso quitarle su manto divino, la amaba aunque sabía que cuando la creó la hizo defectuosa, puso tanto empeño en hacerla perfecta que no tenía intención de hacer más como ella y su alma no era capaz de soportar los celos de ver otros seres semejantes.

         —Eso es lo que estoy sintiendo —intervino Ángela—. De alguna manera sé que esto no es lo que él quería.

         —Te equivocas, bueno no del todo, pero mi Padre no te acusa de nada, era lo que había que hacer hace mucho tiempo y él no pudo hacerlo cuando tuvo la oportunidad. Al descubrir que su intención era exterminar a los humanos, la engaño y la hizo creer que los pleyadianos la llevarían a otros planetas que necesitaban de su sabiduría. Te hablo de hace un millón de años, cuando los primeros seres humanos se podían contar con los dedos de una mano y a duras penas sobrevivían en un mundo lleno de peligros, ella estaba a punto de acabar con ellos.

         Jesús hizo una pausa para reordenar sus ideas.

         —Arita les ayudaba como una más, sin revelar sus poderes, pero celosa de su mera existencia les daba instrucciones erráticas hasta que consiguió que murieran casi todos. Los pleyadianos llegaron como si fueran ángeles y la invitaron a ir al cielo, un "premio" por lo que había hecho (según ella, ayudó a prosperar a todas las especies a los mamíferos les dio la capacidad de hibernar para resistir el frío, excepto a los humanos, que pensaba que eran un error que nunca debió existir). Una vez en la nave fueron atacados por los grises y tuvieron un aterrizaje de emergencia en la Luna, donde fue encontrada hace unos treinta años, protegida durante eones por el manto divino que llevaba al cuello.

         —Eso explica su cabreo monumental cuando despertó —añadió Ángela—, al ver que los seres que trataba de destruir había dominado el planeta por completo.

         »Esto era algo inevitable —apuntó Jesús—. Quien ansía el poder por encima de todo acaba aplastado por sus propias iniquidades. A decir verdad me sorprende que hayas renunciado al manto divino por librar al mundo de sus planes y estoy aquí para ofrecerte mis más sinceros respetos. Isis me avisó de que tú eras una buena elección, a pesar de tu pasado y tu alma fragmentada. Ella siempre me ha dicho que Antonio Jurado te había cedido el manto divino por instinto, sabiendo que debía hacerlo a pesar de que no entendía por qué. Así actúa mi Padre, con decisiones y sucesos inesperados que solo comprendemos cuando vemos el desenlace de las cosas. Yo no las tenía todas conmigo, no imaginé que terminaría así, pero estoy contento, has tomado la decisión correcta y al fin nos hemos librado de los poderes de los trajes pleyadianos.

         —¿Y por qué me siento tan...? —Replicó—. Como si hubiera hecho otro encargo más de mis viejos trabajos de sicaria.

        Sicaria de Dios, no está mal. Por eso fuiste elegida —corrigió Jesús—. ¿Qué puedo ofrecerte a cambio de tus servicios? No sería justo que te quedes sin paga.

         —¿Tú sigues teniendo poder? —se arrepintió de preguntarlo al comprender que si podía aparecer y desaparecer a voluntad en esa sala, era obvio que los conservaba.

         —Claro, mi cuerpo no es como el vuestro, yo resucité y mi poder viene de la fe de la gente de la Tierra. Te sorprendería saber cuántos creen todavía en mí. Yo por mí mismo solo soy el hijo de un hombre, nada más. Pero he visitado el cielo, el infierno, he visto a mi Padre en persona, él me dio este cuerpo. Soy su hijo predilecto.

         —¿Entonces, puedes... Darme algo? Aunque no sé si te será posible.

         —Quieres que vuelva Antonio —propuso Jesús, leyéndole la mente.

         —Por favor.

         —¿Qué estarías dispuesta a pagar? —Preguntó, sonriendo.

         Ángela le miró sorprendida.

         —Era una broma, mujer —Jesús soltó una carcajada—. Deberías haber visto tu cara, no hay que ser tan serios. Estoy... —dejó de reírse y la miró con cariño—, todos estamos en deuda contigo. Voy a llevaros de vuelta a casa... Una cosita más.

         —¿Qué? —Preguntó.

         —La lucha no ha terminado —Jesús se puso serio—. La Organización sigue tejiendo todos los hilos de poder del mundo. Solo quiero deciros que... Contéis conmigo. No para luchar, yo no tomaré partido, ya sabes, la violencia no es lo mío, pero aquí me tenéis cuando me necesitéis.

         —Gracias.

         —No dudes en acudir a mí —insistió.

         —Lo tendré en cuenta.

         —Es la hora de volver —finalizó Jesús.

         —Espera, por favor —Ángela se acercó a él y le cogió del brazo.

         —¿Tienes algo más que pedirme? —Preguntó él.

         Ella se acercó y le besó en la mejilla mientras sus ojos se llenaban de lágrimas y éstas surcaban sus mejillas como ríos caudalosos.

         —Solo quería que supieras que... Te agradezco de corazón lo que has hecho por mí, a pesar de lo que soy.

         Jesús sonrió con cariño mientras todo se volvía oscuridad por un segundo.

 

         Ángela abrió los ojos y se desperezó en las suaves sábanas de seda de su hotel. ¿Acababa de soñar todo eso? Sus mejillas estaban secas. Entonces recordó que Antonio Jurado estaba muerto, o desaparecido, y sintió unas ganas inmensas de escuchar su voz, verlo o simplemente cerciorarse de que volvía a estar vivo. Cogió el móvil de su mesita de noche y buscó su número. Allí estaba.

         No había sido un sueño, su mente se negaba a borrar todo lo sucedido hace poco, simplemente Jesús la llevó de vuelta a su casa... ¿Pero también devolvió a Antonio a la suya?

         Llamó por teléfono y esperó que respondiera. Sonó un timbre, luego otro y al tercero alguien respondió.

         —¿Ángela? —Escuchó su voz ronca.

         —Antonio, estás bien.

         —En mi casa, me acabo de despertar... Pero... ¿Qué pasó con Arita?

         —Acabé con ella —fue su escueta respuesta—. Tengo que verte, dime dónde... ¿Voy a tu casa?

         —No, aquí no —replicó él—. Qué tal en el centro comercial de Nassica, nos pillará cerca a los dos.

         —Son las nueve y media de la mañana... Tardaré treinta minutos en llegar. ¿Nos vemos en la plaza de las fuentes? ¿Conoces el sitio? —preguntó ella, impaciente por verlo.

         —Claro, estaré allí antes de veinte minutos —aceptó Antonio.

         —No me cuelgues —se apresuró a decir Ángela.

         —¿Qué pasa?

         No fue capaz de responder.

         —Solo quería saborear la sensación de que... Sigues ahí.

         —¿Y a donde voy a ir? No puedo irme si no cuelgo el teléfono —respondió él, que no entendió lo que quiso decir.

         —Nos vemos ahora —se despidió Ángela.

         Apenas cortó la llamada se levantó de la cama  elevada en nubes de algodón de azúcar y comenzó a bailar con música imaginaria. Agarró su almohada y la abrazó como una niña que ensueña un abrazo con su príncipe azul.

         —¡Está vivo! —Canturreaba.

 

 Continuará

 

 

Comentarios: 6
  • #6

    Esteban (domingo, 06 febrero 2022 13:48)

    Me ha gustado la historia. Lástima que no habrá orgía.

  • #5

    Alfonso (sábado, 05 febrero 2022 17:29)

    Esta historia me gustó bastante. De hecho, creo que ha sido la más larga hasta ahora. Tony, ¿tienes en mente temas para alguna historia posterior? A mí se me ocurre un relato en donde se desarrolle más a la Organización y se muestren a otras organizaciones que luchan en contra de ésta y que conocen sus secretos pero por sus motivos de secrecía no pueden revelarlos. ¿Qué opináis?

  • #4

    Chemo (sábado, 05 febrero 2022 12:49)

    Qué mal que ya se termina la historia.
    Y más aún qué mal que no habrá fiesta de celebración por el fin de Arita.
    Aún queda por contar el desenlace entre Antonio y Brigitte. ¿Se divorciarán? ¿Perdió Ángela sus poderes para siempre? ¿El EICFD se desintegrará?
    Espero que el final dé para una historia nueva.

  • #3

    Alejandro (sábado, 05 febrero 2022 03:02)

    Al fin se ha terminado esta historia. Me parece que es la más larga y se extendió por más de un año.

  • #2

    Jaime (viernes, 04 febrero 2022 14:08)

    Como que esperaba una pelea con mayor acción pero el desenlace fue bueno y no decepcionó.
    Y bueno, aún queda saber si el EICFD, encabezado por Montenegro, se separará de Paco y el Concejo o seguirá bajo sus órdenes.
    Feliz fin de semana a todos.

  • #1

    Tony (jueves, 03 febrero 2022 10:00)

    Bueno chicos, la historia está llegando a su fin. La última parte la semana que viene, si queréis aportar vuestro granito de arena, recordarme algún cabo suelto... Es vuestro momento.