Las crónicas de Pandora

Capítulo 13

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            El día más esperado de los últimos meses había llegado, desde las ocho de la mañana no podía dormir más, temiendo cómo reaccionarían sus hijos con Ángela. Y lo que más le asustaba era que tuvieran un día gamberro y ella no quisiera repetir nunca más la experiencia.

          Los dos se habían levantado ya y jugaban con sus consolas portátiles en el salón, entró en su habitación y escogió ropa de la más nueva que tenían.

          Cogió sus zapatillas de deporte y bajó con ellos, que aún no sabían nada de sus planes. Si no les convencía de salir con él, no podría reunirse con ella y sabía que no sería fácil. A esas horas el disco solar ya les hacía soportar 30º C, por lo que a medio día alcanzarían los 40 con facilidad.

          —Buenos días niños, tenéis que vestiros.

          —¿Por qué papá? —Protestó Miguel, que estaba sentado y despatarrado en el sofá, únicamente con su calzoncillo.

          —Hoy he quedado con alguien muy especial, pero no quiero que se lo contéis a mamá.

          Con ese final de frase logró llamar su atención y dejaron las consolas para escucharle.

          —¿Podemos quedarnos en casa? —Preguntó Charly, aburrido.

          —No hombre, quiero que la conozcáis,... Bueno ya debéis conocerla aunque no sé si os acordas.

          —¿Es la mujer de la que habla mamá? –indagó el mayor.

          —¿Qué? —Antonio se sorprendió, no esperaba que su "aún" esposa les hablara de ella—. ¿Qué te cuenta mamá de esa mujer?

          —Que es tu amante —respondió.

          Antonio se quedó seco al escuchar descripción.

          —¿Eso dice mamá?

          —No —respondió el pequeño—. En casa de los abuelos dijeron en la tele que en un matrimonio, si el papá tiene novia se le llama amante.

          —Bueno, pues... Joder, tienes razón —no tuvo más remedio que reírse.

          —¿Vamos a conocerla? —Preguntó Charly, entusiasmado.

          —Yo creía que cuando la gente se casa ya no busca novias —protestó Miguel.

          —Bueno, hijo, es que mamá y yo nos estamos divorciando. Solo estamos casados porque no hemos hecho los papeles del divorcio…

          —¿Eso significa que cuando ya no seas marido esa chica ya no será tu amante?

          —Creo que esta conversación está siendo demasiado compleja para vosotros… Incluso para mí. Aunque, caramba, me dejáis flipado. Creo que veis demasiada televisión con los abuelos.

          —La abuela le cuenta a las tías que mamá tiene un amante y tú te tendrías que buscar otra para ti.

          —¿Eso dice la abuela? —Protestó Antonio—. Vaya, qué buenos espías tengo a mi servicio.

          —¿Cómo se llama? —Se interesó Charly.

          —Ángela, dejaros de preguntar tanto, vamos a vestirnos que he quedado en su casa.

          —¿Tiene piscina? —Preguntó Miguel.

          —No.

          —Jo —el pequeño puso cara de enfado.

          —Vamos a ver cómo hace ejercicio... —Cuando dijo eso se arrepintió porque esa palabra la odiaban desde que les obligaba a entrenar con él los martes y los jueves.

          —¿Ella también hace el Tao? —Preguntó Charly, pues así era como lo llamaba y eso les motivaba más, aunque a Miguel no tanto.

          —Hijo, ella es mil veces más ágil y fuerte que yo. Vas a ver que su Tao es mucho más difícil.

          —¿Tiene más músculos? —Preguntó el pequeño, mientras se ponía la camiseta.

          —Yo quiero ir a un parque de bolas —protestó Charly—. No me gusta el ejercicio y menos si es tan difícil. ¿Tenemos que hacerlo también nosotros?

          —Si somos capaces, podemos intentarlo. Creo que iba a empezar con ejercicios sencillos.

          —No tengo ganas de ejercicio, hoy es sábado —siguió quejándose el mayor.

          —Escucha, después vamos a un parque de bolas, ¿trato hecho?

          —¡Sí! —Festejó el pequeño.

          —Vaaale —aceptó de mala gana Charly.

          —Venga, a desayunar.

 

 

 

 

          Una hora más tarde llamaban al timbre de Ángela. Miguel empezó a dar patadas a la puerta y Charly se colgaba del brazo derecho de Antonio porque tardaba en abrir.

          —Estaros quietos, no seáis pesados.

          —Tarda mucho —protestó Charly.

          —Pero si acabo de llamar, igual ni está vestida...

          Justo en ese momento se abrió la puerta y apareció ella con unas mallas negras ajustadas y una blusa blanca. Llevaba el pelo sujeto por una coleta y les recibió con una gran sonrisa.

          —¡Hola! —Saludó, jovial—. ¿Quiénes son estos enanos?

          —Yo soy Charly, tengo nueve años y soy casi tan alto como mi abuela —respondió el mayor, enojado.

          Miguel por su parte se escondió detrás de su padre y se pegó a su pierna dando a entender que quería que se lo tragara la tierra.

          —¿Qué te pasa? Vamos, preséntate —le animó Antonio.

          Miguel tiró de su camiseta y le hizo agachar.

          Cuando puso el oído a su altura el niño le dijo: "Me da vergüenza".

          —¿Qué? ¿Por qué?

          —Es... Muy... —No quiso terminar la frase.

          —¿Qué pasa?

          —Él es Miguel —se anticipó el mayor—. Siempre hace eso cuando ve una chica que le gusta.

          —¡Cállate! —Protestó el pequeño, furioso.

          Ángela se puso colorada por el cumplido.

          —Vaya, yo pensaba salir a calentar un poquito —dijo ella como si no le importara lo que había oído—. Me dijo Tony que queríais verme hacer ejercicio.

          —Yo no quiero —respondió Charly, enojado.

          —Papá, ¿nos vamos a casa? —siguió diciendo Miguel, aún más avergonzado por lo que dijo su hermano.

          —¿Sabes qué hago cuando me avergüenza algo? —Preguntó Ángela, agachándose a su lado y rozando su mentón para que la mirara.

          Miguel la miró tan avergonzado que sus ojos se humedecieron amenazando con ponerse a llorar.

          —¿Qué? —Respondió casi sin voz.

          —Salgo corriendo. Acompáñame que te lo enseño —luego miró a Antonio sonriendo y le dijo—: Es igualito que tú. El mayor no se parece tanto pero éste es clavadito.

          —Eso dicen –aceptó, aunque era evidente que era así.

          —Ándate con cuidado que si se pone tan guapo como tú igual lo cambio por ti cuando sea más mayor—bromeó, guiñando un ojo al crío.

          —Ya lo es —respondió Antonio.

          Dicho eso salieron a la calle y ella comenzó a saltar haciendo footing.     

          —Venga chicos, a calentar un poquito.

          —No —protestó Charly poniendo cara de malo y cruzándose de brazos.

          —Hijo...

          —Mira esto —Ángela dio dos largas zancadas y puso la mano en el maletero del coche blanco de su padre antes de deslizarse con el trasero hasta el otro lado. Cayó de pie como si no le hubiera costado nada hacerlo.

          —Yo no sé hacer eso —dijo Charly.

          —Yo tampoco —añadió Miguel.

          —Solo quería que supierais lo que podéis llegar a conseguir con un poco de entrenamiento.

          —Empezaremos con algo más básico —intervino Antonio—. Por cierto, estás impresionante con esa ropa tan seductora.

          —Solo son unos trapos viejos —respondió ella—. No pretendía hacer ningún streptease.

          Comenzó a correr mientras sus hijos corrían detrás. No quería ir rápido para esperarles.

          —Papá —le paró Charly—. ¿Qué es el triptis?

          Antonio soltó una carcajada nerviosa.

          —Nada hijo, un entrenamiento especial de adultos. Es muy difícil.

          —Ah... ¿Puedo ver cómo lo hace?

          Al escucharle, Ángela se dio la vuelta para mirarle con malicia divertida mientras corría sobre el sitio hacia atrás, dándole a entender que estaba atenta a lo que respondiera su padre.

          —No hijo, no quiero que te asustes, eso es nivel legendario —explicó, refiriéndose a los niveles de los videojuegos que son imposibles para principiantes y que el muchacho entendía a la perfección. Además era una indirecta hacia ella—. Empecemos con algo sencillo.

          Ángela soltó una carcajada y continuó corriendo hacia delante.

          —Quiero ver cómo saltáis —les siguió animando—, hay que calentar esas piernas.

          —Así no calentamos en el Tao —se quejó Charly.

          —¿Y qué es lo haces? ¿Me lo enseñas? —se interesó ella—. Porque yo sé calentar a tu padre, pero no me imagino cómo lo hace con vosotros —murmuró con segundas.

          Antonio se puso rojo como un tomate y se apresuró a responder.

          —Hacemos esto.

          Comenzó a hacer splits saltando, abriendo los brazos alternativamente, con las piernas, en cada salto. Charly y Miguel le imitaron y Ángela les miró divertida.

          Llegaron hasta treinta y Antonio y el mayor ya estaban resoplando. Miguel, en cambio, siguió como si tal cosa.

          —Yo no me canso —se jactó.

          —No puedo más —se quejó Charly, que estaba más rellenito que Miguel y no tan en forma.

          —Venga, tenemos un parque ahí al lado. Allí podremos hacer más cosas —animó Ángela.

          —Ese es el Tao de Ángela, Charly. A ver si aprendemos algo genial que podamos practicar en casa.

          —Vaaale —aceptó de mala gana.

          Al fin se pusieron a correr tras ella, que a pesar de ir a marcha muy lenta, el mayor tuvo problemas para seguirla todo el trayecto de doscientos metros hasta el parque.

          Cuando llegaron, los niños se fueron corriendo a los columpios.

          —Al fin —susurró ella, acercándose a Antonio.

          —¿No íbamos a hacer ejercicio? —Preguntó él.

          —Sinceramente, dudo que ni tú puedas seguir mi ritmo.

          —Les dije que hacías cosas muy chulas, quiero que te admiren y le cojan el gusto a entrenar.

          Al estar tan cerca y ver los niños tan entretenidos no se frenaron y se dieron un beso en los labios de varios segundos.

          —Déjales que se diviertan —respondió ella—. Hace mucho calor para hacerles sudar.

          —Pero tú querías hacer ejercicio —terció él.

          —Me levanté a las siete a hacerlo —ella le guiñó el ojo.

          —Creí que... Dormías hasta tarde.

          —No digas tonterías, a partir de las seis no puedo dormir. Te dije eso para que no te sintieras mal por venir más tarde.

          Antonio notó que la mano de Ángela se deslizaba por su espalda. Él la envolvió con su brazo y se quedaron mirando los niños mientras se arrimaban. Ese gesto nunca lo habían podido hacer.

          —Me gusta no tener que esconderme —musitó ella—. Es como respirar después de haber contenido durante mucho tiempo la respiración.

          —Quiero que en el trabajo lo hagamos oficial. No soporto... Fingir que no te conozco, quiero comer contigo, que vengas a verme...

          —No podemos —alegó ella con firmeza—. Tenemos un contrato en el que dice que nadie puede saber que nos conocemos.

—Venga ya, John Masters es mi responsable, nada nos impide hablar en el trabajo.

          —Tú mismo escuchaste a Montenegro. Durante las horas de laborables no podíamos mostrar ningún tipo de relación entre nosotros, tanto en la oficina como en el campo de batalla. Los enemigos podrían aprovechar esa dependencia, es una debilidad.

          —Pero es muy difícil.

          —No te preocupes, ven a comer a la hora que voy yo. Así podremos vernos. Te puedes poner en un banco al lado del nuestro.

          —No podría ignorarte... —Respondió él.

          —Es mejor así, no tenemos que mezclar trabajo con placer. Si lo prefieres seguimos como siempre.

          Antonio la apretó en la cadera y suspiró.

          —No, hagamos eso. ¿Tú vas a comer a la una?

          —Si quieres te aviso cuando estamos.

          —Eso, mejor así.

          —Procuraré que el banco al lado mío esté vacío.

          Charly se acercó corriendo, como si por estar jugando no le importara correr y no le cansara hacerlo.

          —Quiero agua —pidió.

          Miguel le escuchó desde un columpio y al escucharlo se bajó de un salto y corrió hacia ellos.

          —¡Yo quiero un helado de chocolate!

          Ángela se quedó asombrada con la agilidad del pequeño.

          —Vaya brinco has dado —le dijo—. Podrías hacer muchas más cosas. Si viviéramos juntos te llevaría conmigo a entrenar.

          —¡No! ¡Yo quiero helado! —se empecinó.

          —Yo quiero agua —terció Charly.

          —Miguel luego no vas a comer —advirtió Antonio.

          —Hace mucho calor...

          —Yo os invito —aceptó Ángela.

          —No deberían... —Objetó Antonio.

          —Déjame cumplirles un capricho —respondió ella soltándole de la cintura y acercándose a Miguel para rascarle la cabeza.

          —Quiero el más grande del chino —exigió Miguel.

          —Uy, a ver si no vas a acabártelo.

          —Claro que sí —protestó el pequeño.

          —Yo también quiero... —Dijo el mayor, que se arrepentía de haber pedido agua.

          —Y yo —añadió Antonio, meloso.

          —Muy bien, helados para todos —aceptó ella.

          Miguel le dio la mano a ella (el mismo que se escondía en la puerta de su casa por vergüenza)... Y tiró después guiándola al chino que se veía desde el parque.

          Ángela le dedicó una mirada conmovida a Antonio y sonrieron. La cita estaba funcionando, ella les gustaba. Aunque las cosas podían torcerse si empezaban a encapricharse de algo imposible, pensó el padre.

          Cuando se dirigían a la tienda el teléfono de ambos comenzó a sonar a la vez. Era un mensaje y lo más probable que sería de Montenegro. Antonio lo miró, se trataba de un email. Mientras caminaba con Charly cogido de la mano y seguía a Ángela y Miguel, pudo leerlo.

          —No lo leas, no trabajamos los sábados —recomendó Ángela.

          —Es solo un vínculo a un periódico —respondió—... Mierda... Otro oligarca muerto.

          —¿Quién? —Preguntó, intrigada. Aunque Miguel tiraba de ella obstinadamente y no pudo acercarse.

          —No puede ser… Don Paco —respondió con gesto sombrío.

          Ángela se detuvo en seco y obligó al peque a detenerse.

          —¿Qué?

          —Montenegro nos convoca a una reunión urgente. Nos quiere allí en veinte minutos.

          —No me jodas... —Ángela negó con la cabeza—. Vamos no tenemos mucho tiempo para comprar los helados. ¿Me acompañas?

          Miguel se entusiasmó, durante unos segundos su cara pasó de la incertidumbre a la alegría.

          —¡Sí!

          Corrieron a toda velocidad, y Miguel pudo seguir el ritmo de Ángela sin dificultad. Cuando llegaron a la valla del jardín que separaba el parque de la carretera, ella se detuvo y le esperó.

          —Tony, tú y Charly traed el coche.

          Miguel se quedó a su lado y resoplaba, aunque estaba tratando de fingir que no para impresionarla.

          —¿Saltamos la valla?

          No puedo, es más alta que yo. Era una cerca de madera con dos travesaños horizontales unidos por postes verticales.

          —Mira esto.

          Se apoyó en el tronco de arriba y se coló por el agujero de en medio con total facilidad.

          Miguel trató de imitarla pero como no tenía fuerza se limitó a pasar entre los palos con una pierna y después la otra.

          —Eres más ágil que papá. Yo también puedo hacer eso pero quiero mi helado.

          —Vamos, dame la mano.

          Ángela y él cruzaron la carretera y se metieron en la panadería mientras Antonio y su otro hijo iban caminando deprisa hasta su coche. Al llegar, cuando Charly se ponía el cinturón le preguntó.

          —¿Por qué nos vamos papá? —Preguntaba el niño.

          —Tenemos trabajo.

          Arrancó y fue hasta la puerta del chino donde debían estar Ángela y Miguel comprando.

          —Yo quiero cucurucho de fresa.

          —Se lo voy a decir por el móvil.

          No tuvo tiempo, ya salían. La chica sujetaba uno de nata y chocolate mientras Miguel ya iba comiendo el suyo, uno tan grande como sus puños.

          —Jo... Lo han cogido de chocolate —Protestó Charly.

          —Me lo puedo comer yo, que no me ha comprado ninguno.

          —No, papá, ese es para mí —respondió serio el chiquillo.

 

 

 

 

          Dejaron a los niños en casa de sus abuelos y lo único que Antonio pudo decirle a su madre era que tenía una urgencia en el trabajo. Ángela le esperó en el coche.

          Tardaron más de media hora en llegar al punto de encuentro donde les recogió el halcón. Brenda y John Masters estaban impacientes.

          —¿Dónde están los demás? —Preguntó Antonio.

          —Abby y Alfonso no dan señales de vida —informó Brenda—. Y los demás en Israel, no podrán venir.

          —Espero que todos estén bien —deseó Antonio.

          —No nos hacen falta ellos —replicó John, arisco—. Solo quieren veros a vosotros.

          Antonio y Ángela se abrocharon los cinturones de sus asientos del Halcón. John iba justo delante de ellos.

          No podrían hablar, la nave se elevó, invisible para el resto del mundo y el sonido se apagó al entrar en fase. Un segundo más tarde estaban aterrizando en el hangar del cuartel del Atlántico norte.

          En cuanto regresó el sonido John se levantó y salió por la compuerta de atrás.

          —Vamos, nos espera Montenegro.

          Le siguieron, parecía que les escoltaba como un soldado a dos prisioneros, solo que todos iban vestidos de paisano y sin armas.

          Cuando llegaron ante el comandante se cuadraron y le hicieron un saludo militar perfecto, como lo hizo John un segundo antes.

          —Gracias por venir, señores —les saludó Montenegro—. Ya he informado a sus compañeros de lo sucedido pero no pueden venir en persona porque están en una misión de vigilancia.

          —¿Cómo puede ser que Don Paco haya sido asesinado? —Comenzó a decir Antonio.

          —No se preocupen, solo es una tapadera. Hemos montado un numerito para protegerle. El consejero ruso ha muerto, el americano ha sufrido un ataque esta mañana y han faltado muy poco, casi lo consiguen. Por suerte su guardia personal desbarató el ataque.

          —¿Quiénes fueron?

          —Eso es lo que iba a contarles. Escudos de alta frecuencia. Se ha informado de dos sombras, una de ellas con voz de mujer.

          Antonio y Ángela se miraron intrigados.

          —Ahora que lo dice señor, creo que una de las personas que atacaron al ruso también era mujer, me pareció escuchar una voz femenina.

          Montenegro se volvió hacia él y frunció el ceño.

          —Cuando les dije que no me informaran solo decía a través de los teléfonos. ¿Qué más cosas me han ocultado?

          —Además eran muy ágiles.

          —No me sorprende, deben ser soldados de élite. Estoy seguro de que algún consejero está detrás de todo esto, pero ¿Quién?

          —¿No será el americano? —Preguntó Antonio.

          Todos le miraron sorprendidos.

          —¿Cómo puedes acusar así a alguien? —se burló el comandante-. ¿Tienes alguna evidencia o pista que desconozca?

          —Ha sido atacado por dos asesinos implacables y no le han matado. Dudo que nadie pudiera evitarlo a menos que quisiera quitarse las sospechas y se haya puesto la diana en su pecho a propósito.

          —Deje las deducciones a los demás, no se haga daño —respondió en tono de burla, Montenegro—. Es una posibilidad, pero no se sostiene. Puede ser cualquier consejero o incluso un enemigo que desconocemos.

          —¿Y si lo hizo para asustar a todo el consejo? —Añadió Ángela—. Si todos hacen como Don Paco, saldrán de su círculo de protección y serán blancos más fáciles para alguien que sepa encontrarlos.

          —¿Cómo? —Montenegro abrió los ojos como platos—, los satélites del EICFD siempre los tienen localizados, si pueden acceder a las claves...

          —Pueden dar con ellos —completó John Masters.

          —Joder, su deber es proteger a don Francisco. Vayan al halcón, les pasaré las coordenadas de dónde se esconde. ¡Rápido!

          —Señor, ¿eso me incluye a mí? —Preguntó con temor el capitán.

          —¡Pues claro! No pierdan un segundo.

          —¡Gracias comandante! —exclamó el John Masters, ocultando sin éxito su alegría por volver a la acción.

 

          Mientras se iban, Montenegro musitaba:

          —Tengo que avisar al resto del consejo...  ¿Pero en quién podré confiar?

        

 Continuará

 

 

         

Comentarios: 7
  • #7

    Tony (lunes, 01 agosto 2022 08:45)

    Disculpad las faltas del comentario anterior, escribo sin las gafas y encima del móvil hace lo que le da la gana. No me deja editar.

  • #6

    Tony (lunes, 01 agosto 2022 08:43)

    Estos días sin podré subir partes a pesar de las vacaciones. La verdad es que he escrito bastante y no debería haber problemas en tener contenido cada semana. Además creo que sí tardo demasiado se puede perder el hilo por los argumentos paralelos que existen, que son 4 (Antonio, delta, Abby, Jesús).

  • #5

    Alfonso (sábado, 30 julio 2022 18:50)

    La próxima semana toca a Alfonso. Espero la continuación.

  • #4

    Chemo (sábado, 30 julio 2022 17:14)

    Creo que al único que se le da con las chicas en la historia es a Antonio. Lo bueno es que no es así en la vida real. Jeje
    Esperando la continuación de la Brigada Delta.

  • #3

    Jaime (viernes, 29 julio 2022 20:36)

    El día que no puedas confiar en tus superiores, se acaba la empresa. No dudo que el Consejo se destruya a sí mismo.

  • #2

    Alejandro (viernes, 29 julio 2022 04:15)

    Esa Ángela me pone bien cachondo.
    Lo malo es que la mejor parte siempre ha de ser interumpida.

  • #1

    Tony (jueves, 28 julio 2022 10:48)

    Espero que os vaya gustando. Próxima semana veremos las aventuras de Abby y Alfonso, que como descubriréis, no van a pasarlo demasiado bien.