Las crónicas de Pandora

Capítulo 10

 

 

 

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          El ordenador de a bordo no la dejó poner 25.000 años en el pasado. El motivo era por un mensaje de advertencia "Low battery". Efectivamente, no la tenían completamente cargada. En su viaje a la Antártida habían agotado un cinco por ciento y en esas escasas dos horas apenas había recargado el 96%.

          Tuvo que reducir el año paulatinamente hasta que por fin apareció el mensajito de "Launch" cuando el año de destino marcaba el —18.000. Sería el año 16.022 antes de Cristo. Con suerte encontrarían los inicios del imperio egipcio.  Aunque dudaba mucho que en la Antártida hubiera signos de vida.

          El campo de energía de la antimateria les envolvió como un agujero negro y durante un instante se quedaron sin aliento. Apenas un pestañeo más tarde el campo se disipó y vieron que el paisaje que les rodeaba era exactamente el mismo.

          —¿Qué pasa? —Preguntó Alfonso.

          —Creo que no ha funcionado, debemos tener una avería.

          —¿Tenemos que volver a la base o puedes arreglarlo? —Indagó Alfonso.

          —No... No puede ser.

          —¿Qué? —Alfonso se preguntó por qué Abby estaba sobresaltada.

          —Mira, lo hemos hecho. Estamos en el pasado pero no es lo que yo esperaba.

          Alfonso se asomó por la ventanilla y vio que la nevada continua caía sobre una superficie que estaba cincuenta metros más abajo de ellos. Ante su asombro vio una especie de catedral de marfil donde antes solo vieron el puesto avanzado del EICFD. La edificación era inmensa, parecía obra de un escultor de arcilla, pero de más de cuarenta metros de alto y unos cien de ancho. La torre central era la que habían interpretado los investigadores como una misteriosa farola.

          —Que preciosidad —murmuró, asombrado.

          —Tenemos que investigarla. Ponte el casco, puede que los virus estén mucho más presentes en el aire y el termómetro marca solamente diez grados bajo cero. No te lo quites aunque el sistema indique que se puede respirar.

          —Definitivamente hemos viajado en el tiempo —confirmó Alfonso.

          Abby aterrizó la aeronave en las proximidades de la estructura sin desactivar en ningún momento el escudo magneto—óptico del aparato.  Se equiparon con el casco y los fusiles de plasma y salieron al exterior.

          La ventisca era fuerte e incómoda pero ni mucho menos la que habían sufrido al llegar a la Atlántida de su tiempo. Eso podía ser el puerto de Navacerrada, en Madrid, cualquier día de invierno en plena nevada.

          —Hay luz en la estructura —señaló Abby—. Conecta tu invisibilidad, no podemos dejar que nadie nos vea.

          —Activada —obedeció Alfonso al momento.

          —Las pisadas nos delatarán, trata de pisar sobre mis huellas, al menos podremos ocultar nuestro número.

          —Buena idea.

          Se acercaron a la estructura a lo que parecía la puerta principal. En la base se veía como si una enorme estalagmita se hubiera formado en el suelo nevado y de ella se elevaban las torres laterales, que se coronaban con unas estructuras abovedadas. En el centro de la base vieron un arco con una puerta de piedra blanca labrada con extrañas inscripciones. Lo sorprendente era que de lejos parecían un edificio pequeño pero al acercarse descubrieron que la altura del portal principal superaba los cuatro metros. Por ahí podía entrar un ejército de elefantes africanos.

          Se preguntaron cómo iban a abrir pues no se creían capaces de empujar esos portones. Pero cuando estuvieron a un metro de distancia, éstos se movieron solos dejando una pequeña rendija por la que podían entrar sin problemas.

          —Diría que nos están esperando —musitó Abby.

          —Si claro —respondió Alfonso.

          Sin pensarlo dos veces ella entró y detrás fue Alfonso. Apenas dejaron atrás la ventisca, los portones se cerraron a sus espaldas.

          —Te lo dije. Saben que estamos aquí.

          —¿Quién lo sabe? —Preguntó, asustado—. Los hombres de este tiempo no son capaces de hacer ni espadas, se defendían a pedradas.

          —Puede que sean... Mujeres —replicó Abby, sonriendo.

          Alfonso le dedicó una mirada medio ofendida lo que aun hizo más gracia a la teniente.

          Escucharon un ruido en una estancia inferior, vieron unas escaleras giratorias que parecían bajar a mucha profundidad. Descendieron procurando mantener el silencio y llegaron a unos altos hornos. Encontraron a un hombre de gran volumen y escasa estatura, igualmente tan alto como Alfonso pero debía pesar más de doscientos kilos. Su cabeza estaba cubierta por una mata de pelo que le salía por todas partes y en la cara solo vieron unos minúsculos ojos negros que se fijaban en una espada colosal que debía pesar más de diez kilos y medía noventa centímetros de largo. La mantenía en alto, al rojo vivo y después de comprobar sus imperfecciones la bajó de nuevo sobre el yunque y la martilleó con gran contundencia haciendo saltar chispas. Al tomar la precaución de volverse invisibles no se percató de su presencia.

          —No parece una mujer —opinó Alfonso entre susurros, por el micrófono de su casco.

          —Diría que es un mono —rechazó Abby—. Mira qué manazas.

          Alfonso no se había fijado en ese detalle, sus manos eran tan rudas y grandes que podía aplastar una sandía sin la menor dificultad, una de las grandes.

          —Mira, está encadenado —se percató Alfonso, señalando los pies.

          Efectivamente, su pie derecho tenía una argolla capaz de sujetar a un elefante. De ella salía una gruesa cadena de apenas dos metros de largo que se fijaba a la pared del fondo.

          Abby no dijo nada. Le hizo un gesto con la mano y le invitó a seguir explorando esa planta subterránea. Eran unas mazmorras. Examinaron las celdas y vieron varios cadáveres esqueléticos en el suelo de las mismas. No podían oler por su casco pecera, pero debía ser un lugar donde el hedor y la enfermedad reinaban a sus anchas.

          —Creo que de aquí pueden haber salido todos esos virus que nos están golpeando en la actualidad —opinó Alfonso—. ¿Lo quemamos todo?

          —No podemos cambiar nada del pasado —replicó la teniente—. Pondríamos en peligro todo el futuro, crear una realidad alternativa y no podríamos volver jamás a nuestro mundo.

          —Entonces, qué estamos haciendo aquí.

          —Recoger muestras.

          Abby sacó una bolsa de su mochila y unas pinzas con forma de cucharillas. Recogió porquería del suelo, trozos de heces secos y los metió en distintas bolsitas que luego cerró con un zip triple.

          Alguien hablo fuera de las mazmorras, no era el herrero sino una mujer. Alfonso se asomó y vio a una hechicera cubierta con una túnica de terciopelo negro, con un cíngulo dorado que la ajustaba a su cintura y que hablaba con voz dulce pero firme al que estaba trabajando aquel pedazo de acero.

          —¿Qué idioma habla? —Preguntó Alfonso.

          —No tengo ni idea.

          Entonces el enorme herrero respondió con voz tan ronca como el rugido de un dragón salido de una caverna. El idioma les resultaba totalmente desconocido.

          Al acercarse, la joven hechicera les miró con una seriedad mortal. Alfonso se quedó prendado de su belleza pero Abby le despertó de su ensueño con un codazo.

          —Tenemos que irnos, trata de que no te escuche.

          —Sí, claro.

          Abby abrió la marcha y subió en completo silencio la escalera en espiral. Alfonso la siguió pero al echar un último vistazo a la hechicera, valorando el tipazo que se adivinaba bajo aquella suave tela oscura, se tropezó y cayó con la rodilla derecha contra un escalón.

          —Mierda —musitó, esperando que nadie le hubiera oído.

          Al darse la vuelta la hechicera le miraba a él, fijamente a los ojos, no parecía sorprendida.

          —¿Me puede ver? —Murmuró.

          —Idiota, se te ha desactivado el escudo óptico al caerte —escuchó por su casco.

          La mujer no habló, le siguió mirando con odio y comenzó a hacer extraños gestos con las manos. No tardaron en aparecer unos relámpagos azules que se materializaban como hebras de cuerda de esparto que serpenteaban entre sus dedos.

          —¡Web lab! —Exclamó.

          Aquellas cosas se abalanzaron sobre él quedándose pegadas a su traje y cuando quiso darse cuenta estaba atrapado en lo que parecía una gigantesca tela de araña irrompible.

          Alfonso trató de quitarse esas hebras de encima pero se fueron endureciendo y terminó siendo incapaz de mover ni las manos.

          —¿Qué diablos es esta cosa? —Preguntó.

          La mujer extendió los dedos hacia él y pronunció una canción. Después se le iluminó la mano y una especie de energía visible de color azul le envolvió de pies a cabeza.

          —¡Ayúdame Abby! —Proclamó, aterrado.

          —¿Quién eres? —Preguntó la hechicera.

          Alfonso se alegró de que supiera su idioma, cosa que era totalmente absurda e ilógica. El idioma español no se inventaría hasta más de catorce mil años más tarde.

          —Bueno, no soy nadie, de verdad, solo estaba curioseando. ¿Y tú cómo sabes español?

          —¿Qué es eso? No seas ridículo he puesto sobre ti un conjuro de entendimiento. Ahora puedes hablar y entender la lengua común. Soy la hechicera de la torre de alta hechicería de Sierreth. Mi nombre es Marilia y no recuerdo haberte permitido entrar en este lugar. Dime quién eres o tendré que transformarte en loro. A esos pájaros les encanta hablar.

          Alfonso sintió ganas de verla ejecutar otro fascinante hechizo aunque no tanto si el resultado era terminar siendo un animal emplumado.

          —Yo no tengo problemas con decirte la verdad, vengo del futuro ¿y tú? —Trató de calmar los ánimos Alfonso.

          —Igual que ella —profirió Marilia, como si fuera algo obvio.

          —¿Qué? ¿A quién te refieres?

          —Buscas a Pandora, ¿no es cierto?

          Alfonso no tenía ni idea de qué estaba hablando pero esa mujer quería hablar y él no se sentía cómodo viéndose atrapado en esa sustancia viscosa. Dejó de luchar por liberarse y la miró con una sonrisa afable, tratando de agradar a esa hermosa hechicera que, a pesar de su hostilidad, su melena oscura, medio rizada y esos preciosos ojos almendrados de color negro le hicieron albergar ilusiones de tener un romance con ella.

          —Charlemos, sácame de aquí y te contaré todo. Tenemos muchas preguntas que respondernos mutuamente. Te prometo que soy inofensivo.

          —Vienes armado y ¿me quieres hacer creer que no eres una amenaza? No me fio de ti. Ella advirtió de que vendríais a buscarla. Tienes que morir, has de saber que nunca volverá a vuestro tiempo.

          Alfonso recordó que llevaba el fusil de plasma colgado a su espalda. Con esa cosa pringosa no podría usarla pero entendió el punto de vista de su contertulia.

          —Ni siquiera sé quién es esa mujer, tienes que creerme. Venimos... Vengo del futuro para encontrar la causa de una epidemia que, por lo visto viene del pasado, no sabemos cuándo exactamente. Creemos que sale de los calabozos de tu, de la... De este lugar.

          —¿Vienes del 2022? —Preguntó ella, demasiado certera para ser casualidad.

          —¿Cómo lo sabes?

          —Pandora llegó de esa época. Aunque no vais a poder acabar con su vida.

          —¿Pero cómo voy a querer matarla si no sé ni quién es? Confía en mí, soy amigo.

          —Dile a tu compañera que no dispare su arma o tendré que mataros —amenazó levantando su curioso palo de unos dos metros de largo con una bola de cristal en el extremo. Hasta ese momento creyó que era un simple bastón, pero al verlo emitir un nuevo destello supo que era peligroso y podía hacer cosas mágicas con él. Esta vez saltó una nubecilla luminosa azul hacia su derecha envolviendo el cuerpo invisible de Abby.

          La primera reacción de Alfonso fue de reírse, pero la cara tan amenazante de esa hechicera y la evidencia de que su magia le había inmovilizado en un instante, le hizo sospechar que ese báculo era más peligroso que sus fusiles de plasma juntos.

          —Dile que se muestre —ordenó.

          —¿Qué compañera? ¿De qué hablas?

          —Si quieres que confíe en vosotros, empezad por no mentirme. Ahora ella también nos entiende, ¡que se muestre!

          En ese momento Abby se hizo visible junto a Alfonso, evidenciando que había tratado de quitarle esas sustancias pegajosas sin ningún resultado.

          —¿Qué es este potingue? —Preguntó furiosa—. No hay quien se lo quite.

          —¡Web lab! —Repitió la hechicera, haciendo salir de la bola de cristal de su báculo una nueva red luminosa que dejó atrapada también a Abby junto a Alfonso.

          —¿Por qué has hecho eso? Me he mostrado para demostrarte que éramos amigos.

          —No, ha sido con el fin de que os libere y podáis atacarme. Sois del EICFD, no pienso soltaros.

          —¿Cómo sabe tanto de nosotros? —Se quejó Alfonso.

          —Pandora escribió un libro hace cien años. Fue la dueña de esta torre por aquel entonces y lo encontré por casualidad, mientras intentaba catalogarlos.

          —¿Qué libro?

          —"Las crónicas de Pandora", se llamaba —reconoció la hechicera—. Explicaba cosas del futuro. Era una hechicera legendaria, participó en las batallas de los dragones, fue descubridora de grandes secretos de la magia negra, co-creadora de las nuevas Torres de Alta hechicería. Durante sus investigaciones consiguió encontrar el secreto de la vida eterna y a partir del momento en que se hizo inmortal tuvo que decidir si erigirse diosa del mundo o... Su guardiana. Se decantó por lo segundo y como sabía la tendencia autodestructiva de los humanos decidió viajar al futuro, a los tiempos que vaticinaban los dioses desde las estrellas el fin del mundo y por lo visto tardó años en regresar. Cuando encontró la causa de la destrucción decidió regresar a su tiempo y lo dejó registrado en sus crónicas.

          —¿Y cómo será del fin del mundo? —Preguntó Alfonso, intrigado.

          —Los humanos lo destruirán.

          —¿Qué? Estaba loca —gruñó Abby.

          —Ella no fue capaz de poner remedio... Pero yo sí lo haré. Es cuestión de tiempo que la ambición de los hombres termine acabando con este mundo.

          Alfonso miró a Abby con una sonrisa de miedo e intriga y ella negó con la cabeza.

          —¿Qué harás?

          Marilia apoyó el bastón en el suelo dando un fuerte golpe que causó un temblor momentáneo.

          —Destruiros, por supuesto. No puedo matar a los de mi tiempo, tengo demasiados lazos afectivos... Pero he descubierto la forma de provocar una bomba de efecto retardado.

          Se acercó a Alfonso y le puso la mano en el pecho. Éste se lo tomó con un gesto de seducción y sonrió, creyendo que a él le iba a salvar.

          —¡Perinae lucidus extracorpus! —Exclamó mientras su mano se iluminaba de color amarillo y el fuego se le metía hasta los huesos. En un instante Alfonso sufrió un dolor ardiente en el pecho y perdió el sentido.

          Abby vio, aterrada cómo su compañero se veía envuelto en unas extrañas llamas amarillas con relámpagos azules y en unos segundos se consumió por completo quedando el traje completamente vacío.

          —¡Maldita bruja! —Gritó, amenazadora.

          —Algún día entenderéis que os estoy haciendo un gran favor. Es mejor que no volváis a vuestro año.

          —¡No me toques! —Chilló la teniente, aterrada.

          Pero le puso la mano en el hombro, a pesar de los movimientos de intentar escapar y pudo repetir la fórmula mágica. De la misma manera desapareció consumida por un fuego brillante, eléctrico y mágico.

 

 

 

          Alfonso sintió que caía de una gran altura y no se esperaba caer dentro de un lago o rio. Estaba tan desorientado que tardó en saber hacia donde tenía que bucear para llegar a la superficie. Cuando finalmente emergió y se limpió el agua de la cara, algo pesado y blando le cayó en la cabeza y volvió a hundirlo.

          Esta vez se le llenó de agua la nariz y le costó volver a la superficie. Alguien le ayudó a salir y escuchó su voz:

          —Vamos respira, tienes que ayudarme, no puedo contigo —era Abby.

          Poco a poco pudo ir escupiendo agua. Era dulce y parecía ser de rio porque no sabía a nada.     

          Al conseguir abrir los ojos vio un paisaje verdoso, estaban en un lago cristalino del que podían ver el fondo en las cercanías de la orilla, a no más de veinte metros de ellos. Multitud de peces pasaban a toda velocidad entre sus piernas desnudas. Ambos estaban sin el menor trapo encima y ver tan claramente los pechos de la teniente, incluso la fina mata de pelo de sus partes íntimas, fue una grata sorpresa para Alfonso.

          —¿Qué miras, imbécil? —La mujer le soltó un bofetón, pero no fue ni tan fuerte ni tan sonoro como hubiera deseado porque el agua frenó su brazo.

          —¿Qué ha pasado? ¿Dónde estamos? —Protestó Alfonso.

          —Será mejor que no salgamos fuera hasta que no sepamos cómo cubrirnos. Mira, por allí —señaló la teniente.

          —¿Has visto ropa? —Alfonso preguntó aun medio ciego, no sin un leve tono de decepción.

          —Podremos cubrirnos de barro. Al menos hasta que encontremos algo que nos sirva mejor.

          —¿Qué dices? Menudo asco. Vamos, aprovechemos que no hay nadie, puede que sea nuestro último polvete.

          La mirada asesina de la teniente le hizo comprender que no le gustaban esa clase de bromas.

          —Lo digo en serio —protestó él, pero quería decir todo lo contrario.

          —Por mi vete en cueros por ahí, yo voy a ponerme eso. Espero que no se caiga cuando se vaya secando.

          —Por si no has tenido en cuenta la posibilidad, esto es demasiado bonito para ser cierto. Yo creo que nos ha frito y estamos en el cielo. Dicen que la gente va en pelota picada allí.

          —¿Te dolió el bofetón? —Preguntó Abby, molesta.

          —No mucho, la verdad.

          —Pues sal fuera del agua que te voy a dar una patada en los huevos. Si no te duele, tienes razón, estaremos muertos.

          Alfonso se puso morado de miedo. Solo imaginar una agresión así se le pusieron los pelos de punta.

          —Vale, te creo, estamos vivos.

          Una vez en la orilla Abby se arrastró por el barro de una pequeña ciénaga por la que un rio aportaba agua a la laguna donde estaban. La sustancia marrón se pegó a su piel de forma uniforme y se cubrió completamente con él, hasta el cuello.

          Alfonso pudo distinguir algunos bichos moviéndose dentro de la sustancia marrón, vio reptar un gusano en el antebrazo de Abby y tuvo que esforzarse por no fijarse más, aunque su imaginación le sugirió una desagradable imagen de una babosa deslizándose por su piel hacia las partes íntimas de la chica (que en realidad era un pegote más grueso y denso) y a pesar del asco que le dio la visualización, su pene no opinaba lo mismo y se le endureció por la excitación.

          Entonces se dio cuenta de que para ella era muy fácil vestirse así pero él tenía un miembro viril que colgaría vergonzosamente con barro y sin él.

 

 Continuará

Comentarios: 6
  • #6

    Alejandro (domingo, 03 julio 2022 00:26)

    Ese Alfonso es muy malo. De haber estado en su lugar, hubiera jugado a la guerra de lodo con Abby.

  • #5

    Chemo (sábado, 02 julio 2022 14:17)

    Continuación
    Tengo mucha curiosidad por saber lo que pasará con la brigada Delta.

  • #4

    Alfonso (viernes, 01 julio 2022 03:28)

    Lo bueno es que en ese mundo extraño solo estamos Abby y yo. Tarde que temprano con un poco de protección y cariño terminará por caer a mis pies. Jeje
    Por cierto, esta historia me recuerda a una serie de libros sobre magia que publicó Tony hace ya varios años. Ya tiene bastantes años que leí los primeros dos volúmenes y nunca pude leer los restantes pero recuerdo que uno de los personajes era Marilia. A ver si esta historia me refresca un poco la memoria.

  • #3

    Tony (jueves, 30 junio 2022 07:21)

    Vaya, que rápido en leer Jaime. Gracias por la corrección, ahora lo cambio.

  • #2

    Jaime (jueves, 30 junio 2022 01:54)

    Me parece que la lengua que habla Marilia es similar al latín. Perinae lucidus extracorpus se puede traducir más o menos como perineo brillante fuera del cuerpo. No cabe duda que hasta Marilia tiene la mente cochambrosa. Jeje
    Por cierto, hay un error en la historia. Si Abby marcó el -18.000 en la máquina del tiempo, entonces debería corresponder al año 15.978 antes de Cristo.
    Pobre Alfonso. Tal parece que no se le hizo el polvete.

  • #1

    Tony (jueves, 30 junio 2022 00:49)

    Ahora ya sabéis de donde sale el título del libro.
    No olvidéis comentar. La próxima semana veremos qué tal se las apaña la Brigada Delta.