Las crónicas de Pandora

Siempre mola entonar las lecturas con buena música. 

Capítulo 29

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          Abby se sentó en el palco, junto al rey, su esposa y su hija, por la que todos los hombres de la plaza se disputaban su mano. A diferencia de un torneo clasificatorio, el rey dispuso una única regla para sobrevivir, matar al resto.

          Los demás comensales invitados al evento se habían repartido por el resto de ventanas y terrazas que daban al patio. Algunas mujeres lloraban ruidosamente porque les parecía una atrocidad lo que iban a presenciar, pero igualmente no querían perder detalle.

          Sin embargo lo que más aterró a la teniente fue la mirada fría e irrespetuosa de la princesa prometida, que no parecía importarle lo que estaba pasando abajo, en la arena. Miraba aburridamente a las nubes.

          —¡Suerte! —Deseó Abby a Alfonso. Aunque sabía que si sobrevivía tendría que casarse con la princesa, quizás pudiera rechazar ese derecho.

          —Cuando tu amigo se deshaga de toda esa morralla le nombraré hoy mismo heredero al trono —cortó su ilusión el rey, al decirle eso al oído—. Podréis vivir en el palacio para siempre... Y me puedes enseñar esos trucos tuyos de seducción. Pero tendrás que mantener el secreto o mandaré que te corten la cabeza.

          «A ver si te voy a cortar yo a ti otra cosa» —pensó Abby. Sin embargo se limitó a mirarle con odio y éste pareció captar toda su ira pues se asustó y dejó de mirarla. A decir verdad, cesó de hacerle el chequeo visual recurrente a la que la tenía sometida toda la mañana.

          Pensó que ya estaba el asunto zanjado cuando volvió al ataque.

          —Entiendo que no saldrá gratis, puedo pagarte con oro o con piedras preciosas —susurró.

          «Tócame un pelo y me cobraré tu pene ensangrentado arrancado de cuajo» —pensó, con una mirada aún más cargada de odio, escondido tras una sonrisa.

          —Si gustas, la oferta no durará siempre —rectificó el rey.

          —Gracias por avisarme. Le haré saber si me interesa —respondió, servicial.

          Mientras tanto los contendientes habían desenvainado sus armas y se observaban con miedo y precaución. De momento no se veían alianzas aunque Alfonso no había sacado su espada de su vaina, se limitaba a esperar a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos.

          —¡Empezad de una vez! —se escuchó desde alguna terraza.

          El rey se puso en pie para ser escuchado.

          —¡Que comience la lucha!

          Ninguno se movía, todos estaban aterrados y se alejaban unos de otros, especialmente de Alfonso y el general de la coraza de cuero.

          —¡Yo nunca pretendía matar a nadie! —Gritó uno de ellos—. Me retiro.

          —Solo uno saldrá de allí con vida —replicó el rey—. ¡Arqueros!

          Se escuchó un murmullo de pasos metálicos alrededor de la plaza y fueron apareciendo soldados apuntando a la arena con sus flechas.

          —¡Traedme el reloj de arena! —Ordenó el rey—. Si cuando caiga el último grano queda más de uno en pie, mis hombres acabarán con los que sigan con vida. Yo que vosotros empezaba ya.

          Dicho esto, un nervioso sirviente apareció por detrás de la silla del rey portando un voluminoso reloj de arena. Por la cantidad que tenía Abby calculó que tendían quince minutos a lo sumo.

          —¡Esto es una injuria! —Protestó Nisato de Caergoth.

          Aprovechando que miraba al rey Ayax le clavó la espada en los riñones y luego le cortó el cuello de un tajo certero.

          —¡Bien! —Gritaron algunos.

          El rey se sentó complacido al ver que solo quedaban cinco.

          Alfonso extrajo su pesado acero y lo sopesó en sus dos manos. Se veía que no tenía habilidad con esa arma y él mismo se daba cuenta de que no le resultaría útil. La dejó caer y sacó una daga de diez centímetros de su cinto. La sostuvo con la mano derecha y observó a sus adversarios... Solo vio a tres. Uno aprovechó su distracción con la espada y se le puso detrás. Se dio cuenta justo a tiempo para dar un paso a la derecha y escuchó el zumbido metálico de una espada, buscando con poco éxito, cortarle la cabeza. Era el Arnaldo Seleski.

          —General —dijo, asustado—. Usted y yo sabemos que esta disputa la ganaremos uno de los dos. Deberíamos aliarnos para quitar del medio al resto. Ellos tratarán de sacar ventaja si nos enfrentamos.

          —¿Estás tratando de pactar conmigo, muchacho? Yo no hago tratos con enemigos de tierras lejanas.

          —Solo hasta que quedemos los dos —ofreció—. Ninguno puede con todos, eso salta a la vista. Somos los dos más fuertes.

          —¡Tú! —Se burló el hombre de barba—. Pero si mi hijo sabe manejar la espada mejor y acaba de salir de la cuna.

          —No es mi especialidad —reconoció—. No me rete o perderá antes de lo que piensa.

          Como vaticinó Alfonso, los otros empezaron a acecharles, aprovechando la discusión.

          Al tratar de ensartar al general, uno de ellos, Melrok el que portaba la espada curva, lanzó un ataque fulgurante sobre su hombro desde atrás y con un hábil gesto lo detuvo con la suya cogida por ambas manos y liberando chispas. Después empujó el acero curvado hacia atrás y trazó una X en el aire, cortando su vientre y derramando las vísceras de Melrok en el arenoso patio.

          De la misma manera Gabriel Tizania, el sobrino del rey atacó a Alfonso y éste se limitó a esquivarlo darle una patada en el trasero para que fuera de cara al general, que le recibió con un volteo de espada que hizo rodar su cabeza por el suelo, dejando un rastro de sangre oscura, regado por su testa.

          El último de los rivales, Ayax el gigante jefe de la guardia les observaba inmóvil. Los gritos y aullidos de las mujeres que vieron el horrendo espectáculo fueron ensordecedores. Sin embargo nadie dejó de mirar, el distinguido público ansiaba conocer el desenlace. Apenas había empezado a soltar arena el reloj cuando solo quedaban los tres más fuertes.

          Aunque Abby temía que la habilidad de su novio no era suficiente para batirse con esos formidables guerreros, que ya habían derramado sangre en la arena, a diferencia de Alfonso, que parecía dispuesto a no matar a nadie.

          Tal y como temía, Arnaldo y Ayax no se enfrentaron entre sí. Se centraron en acabar con Alfonso, cada uno a un lado, dando vueltas a su alrededor de modo que nunca podía ver a los dos a la vez.

          —Eres una mosca cojonera difícil de matar —se mofó el gigantón—, pero insultas a los grandes guerreros con tu estilo de combate cobarde e indigno.

          —Acabaremos contigo y luego que decida el destino —agregó Arnaldo.

          —Escuchad, el rey solo quiere eliminaros porque os teme —trató de calmar los ánimos Alfonso—. Cree que pretendíais una revuelta y esta es su manera de acabar con todas las amenazas.

          —Nunca he dudado que nuestro señor es un cabrón audaz. Estaré orgulloso de ser su heredero —replicó Ayax.

          Mientras hablaban, Arnaldo volvió a aprovechar la distracción de Alfonso, que ahora le tenía de espaldas y rodó hasta golpearle con su cuerpo en las rodillas. El chico trastabilló y cayó desordenadamente hacia su otro rival, que le esperaba como lobo hambriento y arrojó su acero descomunal directo a su cabeza, queriendo partirle por la mitad. Por suerte, su talla y su peso le hacían lento y Alfonso pudo rodar un poco más evitando por un centímetro la acometida. Se puso en pie otra vez buscando clavarle la daga en los riñones al fornido jefe de la guardia pero éste le esperaba y le soltó un puñetazo que le hizo caer al suelo, aturdido.

          Al quedar, frente a Arnaldo con Ayax detrás se sonrieron y se felicitaron para rematar la faena. Alfonso ya se había levantado cuando se los encontró a los dos con las armas levantadas y caminando hacia él.

          —Yo no quiero matar a nadie —explicó Alfonso.

          —No tendrás que hacerlo, deja de escurrirte como una rata —protestó Ayax—. Tu suerte es inevitable, no nos hagas perder más tiempo.

          —Me gusta ese hombre, es valiente y audaz —valoró la princesa, con aire casual—. Espero que gane mi mano.

          Por su expresión aburrida Abby quiso abofetearla. ¿A quién de los tres se refería?

          —¿Te refieres al valiente Ayax? —Preguntó el rey.

          —No, fíjate, son dos contra uno y son más fuertes, tienen mejores armas. Me gusta el chico ese que trajiste a cenar, a pesar de todo, sigue vivo y no se acobarda, conozco a más de uno que estaría suplicando piedad y meándose en los calzones.

          —Esos dos mastodontes no saben que están condenados, mi elegido les va a bajar los humos —se enorgulleció el monarca.

          Abby no estaba tan segura de eso. El Aikido era útil en una pelea sin armas, pero con ellas y contra dos rivales temibles, no lo veía tan claro. Sin embargo la princesa tenía razón, Alfonso no se achantó, los encaró con valor sin retroceder ni un paso.

          Alfonso esperó a ver quién atacaba primero, estaban decididos a derrotarle y no debía contar con que se mataran entre ellos antes de que él quedara exánime.

           Para su desgracia atacaron los dos a la vez, ambos ataques verticales, como sincronizándose. Tuvo que dar un salto felino hacia el centro de los dos y rodó poniéndose a sus espaldas. Se puso en pie justo a tiempo de lanzar un cuchillazo al vientre de Ayax pero éste se giró y le propinó un derechazo en la mejilla, cuando Alfonso iba hacia él con toda su fuerza.

          El golpe fue tan rudo que sonó como un hueso quebrado, frenado en seco, quedó inmóvil y terminó cayendo al suelo y soltando la daga.

          Abby se puso en pie con el corazón en un puño.

          —¡Deténgale! —Gritó al rey—. Haré lo que me pida, se lo ruego.

          —Cierra el pico, bruja —protestó el monarca—. Quiero ver qué pasa.

          Ayax alzó su espada y preparó un ataque para cortarle el cuello al muchacho, que no se movía. Su nariz sangraba y el ojo derecho y su contorno estaba inflamándose y poniéndose morado.

          La espada no terminó su recorrido pues Arnaldo atravesó el corazón de Ayax por la espalda, antes de que éste pudiera ejecutar a Alfonso. El espadón cayó atrás causando un gran estruendo, como un relámpago y el cuerpo del fornido jefe de la guarda se precipitó justo al lado del novio de Abby.

          El ruido le espabiló y al volver en sí se levantó con la agilidad de un gato, a pesar del tremendo golpe recibido en el ojo.

          —¡Voto a los dioses, te daba por muerto! —protestó Arnaldo.

          —Esto se pone interesante —se escuchó hablar a la princesa, chocando las palmas silenciosas con alegría, poniéndose en pie y dando saltos de entusiasmo. Por fin parecía disfrutar del espectáculo—. Sabía que no moriría tan fácilmente.

          —Te tomo la palabra —musitó el rey, volviendo a mirar a Abby como si quisiera comérsela con los ojos—. Tú lo has dicho, si sobrevive tu amigo, harás lo que yo te pida, no puedes negarlo.

          —No será gracias a vos —protestó—. Me ofrecí si detenía el combate y no lo ha hecho.

          —¿Le voy a hacer mi heredero y no será gracias a mi infinita bondad? —Se burló el rey—. Vamos, no puedes faltar a tu promesa. No intervengo porque sé que no tiene rival, ganará sin problemas. Es un firme candidato a ser campeón del mundo, solo hay que verle. Ahora queda uno, y con ese vejestorio no tendrá ni para empezar.

          Tal y como predijo el rey, las estocadas que lanzaba el general contra Alfonso fueron ridiculizadas por el muchacho, que las esquivaba sin dificultad y, por cada una, las siguientes perdían fuerza, velocidad y riesgo para su vida.

          —Maldita lagartija comemierda —insultó Arnaldo, frustrado—. Por eso no quería que te quedaras tú, eres como intentar alcanzar un mosquito molesto. Pero te juro que no te reirás de este viejo cuando te ensarte en mi espada.

          —¿Por qué crees que me deshice de mi espada? Te iría mejor sin ella. De todas formas no tienes por qué hacerlo ya que... ¡Renuncio a la mano de la princesa! —exclamó Alfonso, con voz perentoria para que pudiera escucharle el rey—. No soy de estas tierras y no pienso quedarme siempre, me atan otras obligaciones y sería injusto que este reino se quede sin su heredero.

          El rey frunció el ceño, nada conforme con esas palabras.

          —¿Me está rechazando? —Se sintió insultada la princesa.

          —Solo uno saldrá vivo de esa liza —escupió el rey, furioso—. Y ese desposará a mi hija. Esas son mis órdenes.

          —No puede obligarle —espetó Abby—. Ya lo ha oído, no vamos a quedarnos.

          El rey la golpeó con el codo en la cara de forma tan repentina que la teniente perdió el equilibrio y cayó al suelo. Alfonso vio la agresión y se enfureció. Mientras tanto, Arnaldo trató de cortarle el vientre con su espada pero lo esperaba, la detuvo levantando el pie, con la suela de la bota y luego dando un salto dio una patada al frio acero para arrancarlo de sus manos, que salió despedido a tres metros de distancia.

          —Mantente lejos o tendré que matarte —amenazó el muchacho, apuntándole con la daga.

          Corrió hacia la balconada del rey, que estaba a tres metros por encima del portón del gran comedor y saltó a la pared, se impulsó con el impacto de sus pies como si tuviera un muelle y se colgó de los barrotes subiendo con gran agilidad hasta ponerse frente al rey colocando la daga en su cuello.

          —No he venido a casarme con su hija, ni quiero ser heredero de ningún reino. Solo necesito su ayuda para encontrar la torre de las montañas nevadas y creo que no puedo contar demasiado con que cumplirá su palabra. ¡Decídalo ahora!

          El rey comenzó a temblar pero le enfrentó con mirada severa.

          —¿Estás amenazando al que está a punto de darte su reino? Si me matas sufrirás la peor de las muertes tú y esta bruja.

          Alfonso guardó la daga y se arrodilló ante él.

          —Le pido disculpas, majestad —inclinó la cabeza, sumiso—, me dejé llevar por la rabia y no pretendía derramar sangre alguna, ni a usted ni a ninguno de los pretendientes. Pero le ruego que considere mi petición, debo regresar a mi mundo y necesito su ayuda para llegar a la torre de las montañas nevadas. Sintiéndolo mucho no puedo aceptar el gran puesto que me ofrece, por tentador que sea.

          El rey carraspeó y asintió complacido.

          —Arnaldo será mi... Heredero. Y yo te ayudaré, como prometí. Un rey nunca falta a su palabra —su voz temblorosa evidenciaba su alivio.

          —Y una cosa más, majestad —Alfonso miró a Abby, que se levantaba ya con una contusión morada en la mejilla—. Vuelva a tocarle un pelo a mi novia y renunciaré también al campeonato del mundo.

          —¿Tu... novia? —El rey abrió los ojos como platos—. Eso lo explica todo. Claro, muchacho, admiro tu valentía y honradez. Y vos, señora, disculpad mi comportamiento bochornoso, ignoraba ese matiz de vuestra relación.

          La mirada de la rubia no fue precisamente de perdón, el odio seguía presente en ella y el rey no tuvo valor de seguir mirándola a los ojos.

          —¿Qué significa todo esto? —Protestó la princesa con voz chirriante e infantil—. Yo no quiero casarme con ese viejo.

          Dicho eso se fue corriendo por el pasillo perdiéndose en la oscuridad del claustro entre lágrimas y lamentos.

 

 

 

         Continuará

         

 

Comentarios: 7
  • #7

    Vanessa (martes, 21 marzo 2023 02:07)

    Me muero por reirme de los chicos en acción.

  • #6

    Tony (lunes, 20 marzo 2023 21:32)

    Ya tengo casi listo el capítulo 30 y creo que se puede decir que es una de las mejores partes. Me he reído un montón y creo que os va a encantar. Veremos a ver... Ya estoy deseando subirla.
    A ver si mañana me da tiempo a revisarla. Aunque sea un poco más larga, no la voy a cortar, creo que tiene que ser así para no romper la magia.

  • #5

    Alfonso (jueves, 16 marzo 2023 03:52)

    Jaime y Chemo se mueren de la envidia. Jeje

  • #4

    Chemo (lunes, 13 marzo 2023 01:31)

    Tal parece que Jaime está celoso de Alfonso.
    Pero no te preocupes, Jaime, que pronto la Brigada Delta irá a rescatar a Alfonso.

  • #3

    tony (domingo, 12 marzo 2023 00:52)

    Ja ja ja, sin embargo yo creo que Chemo diría lo mismo de ti. Y es que por suerte para los habitantes del pasado fue Alfonso y no vosotros dos.

  • #2

    Jaime (sábado, 11 marzo 2023 19:17)

    Me ha gustado esta parte. sobre todo la lealtad de Alfonso.
    Ya me imagino si Chemo estuviera en el lugar de Alfonso, se quedaría con la princesa, Abby y todo el harem de la Corte.

  • #1

    Tony (viernes, 10 marzo 2023 22:30)

    Espero que os haya gustado a pesar de que no hubiera picante de por medio.

    No olvidéis comentar.