Los últimos vigilantes

15ª parte

            El paseo por el mundo de los dinosaurios estaba resultando más aburrido de lo que esperaba. El ser más peligroso de aquel tiempo era precisamente el más sociable y, hasta ahora, el único que habían encontrado. Desde luego debieron dominar la llanura que sería Madrid, muchos años después. Ignoraban si su dominio abarcaba más territorio.

            Pero eso debió ser hasta que llegaron esos roedores. No tenían ni idea de si se trataba de un nido aislado que infestó a los tiranosaurios o bien era una plaga generalizada. Si se escondían en agujeros debían temer a algún animal pero ellos aún no lo habían encontrado.

            En todo eso meditaba Antonio mientras desparasitaba al tiranosaurio más grande y gruñón de todos. Ese era el que tenía más ratas escondidas, no las contó pero eran más de la media.

            Después de toda una mañana matando roedores sus dedos estaban llenos de heridas y arañazos. En cuanto una rata le hizo un corte en el dedo índice con sus afiladas garras Antonio pidió a sus hijos que se fueran a jugar con Ludi, que eso era peligroso para ellos.

            —Espero que aún no exista la rabia —murmuró al ver su fea herida.

            Su mujer era más rápida y ágil que él. Además la veía contenta de ayudar a esos colosos y, al menos mientras estaba ocupada, no pensaba en el futuro que tenían en ese tiempo.

            Entonces escucharon unas pisadas que hicieron temblar las montañas. Todos los tiranosaurios giraron el cuello en una dirección, incluido el grande.

            —Esto no me gusta —siseó Brigitte.

            Al agudizar la vista vieron que un dinosaurio que no supieron identificar, de cuatro patas, boca de cocodrilo y del tamaño de tres tiranosaurios, trepaba por la montaña hacia ellos. Era tan grande que los árboles se partían al pasar a su lado y era más alto que algunos.

            —Ese debe ser un megadinosaurio —bromeó Brigitte.

            —No tiene pelo, las ratas no le hacen nada —estimó Antonio.

            —Yo no sé tú pero estos parecen asustados y yo no pienso quedarme a ver si las ratas se le suben o no.

            Al vislumbrar el grupo de tiranosaurios, el nuevo individuo soltó un bramido que hizo temblar las montañas, luego comenzó a trepar como un lo lobo gigante, arrancando peñascos del tamaño de una casa. A pesar de la distancia a la que lo veían, estaría enseguida encima de ellos.

            Al verlo el tiranosaurio gruñón se puso en pie con ellos sobre su grupa y emprendió la huida hacia los picos de la montaña. Arriba se formaba una densa niebla gris que podría protegerlos.

            —¡Y los niños! —Gritó Brigitte, desesperada.

            —Con Ludi... Tengo que bajar...

            —¡Quédate conmigo! —Chilló su mujer—. No quiero perderte a ti también. Si saltas a esta velocidad te vas a matar.

            —Entonces espero que Ludi nos siga. Mira, parece que vienen más tiranosaurios detrás.

            Sin duda estaban subidos al más fuerte de todos pues a los que le seguían le costaba seguir su ritmo. Sin embargo era el más cobarde. O bien era el más inteligente pues ese monstruo que les acechaba era terriblemente peligroso. Lo comprobaron al ver que los tiranosaurios más débiles, que no podían levantarse, eran rematados por su colosal mandíbula. Cuando vio que esos no se moverían emprendió la subida, tras ellos.

            —Espero que Ludi esté subiendo cerca porque los que van más atrás los va a alcanzar —estimó Antonio.

            —Tenemos que volver, los niños estarán solos y asustados —protestó Brigitte.

            Se dio la vuelta otra vez, esperando ver correr tras ellos a Ludi, pero la neblina gris comenzó a envolverles y pronto no vió más allá de tres metros de distancia. Como plan de los tiranosaurios era bastante bueno, pero no saber nada de sus hijos les causaba una angustia que les robaba el aliento.

            Su montura giro sobre sus pasos y comenzó a correr hacia abajo, como si hubiera escuchado sus preocupaciones. Pero pronto se dieron cuenta de que debieron saltar cuando lo pensaron por primera vez. El enemigo aplastaba con una pata a un tiranosaurio en el momento que, el que les llevaba, se abalanzó sobre su cuello. Éste lo repelió con un giro de cabeza y salieron despedidos junto a su dinosaurio. Antonio salió volando y rodó colina abajo haciéndose cortes y magulladuras por todo el cuerpo. No vio caer a su mujer y temió que quedara atrapada entre el pelo del tiranosaurio o se hubiera matado en la terrible caída por la loma. Cuando dejó de rodar vio que su montura, a dos metros, se levantaba y volvía al ataque. Vio varias formas similares emprender la carrera contra el atacante. La batalla era titánica porque escucharon carne desgarrada, gemidos, dentelladas y mucha actividad en la tierra. Sus hijos estaban encima de Ludi y éste sin duda, si no lo había matado ya, estaría luchando colina arriba.

            —¡Tony! —Escuchó hacia la izquierda.

            —Gracias Dios mío —oró—. ¡Aquí estoy!

            Intentó correr en su dirección, pero le dolía la pierna derecha. Temió haberse roto algún hueso y caminó despacio unos pasos hasta que se dio cuenta de que solo fue un golpe en el muslo que le dejó la pierna resentida.

            Al ver a su mujer tumbada en el suelo temió lo peor. Se arrodilló a su lado y ésta se quejaba del pecho. Levantó su blusa y vieron un moretón que empezaba a formarse en sus costillas.

            —Me cuesta respirar. ¿Y los niños?

            —No lo sé... Tenemos que buscarlos.

            —Yo no puedo moverme —hizo un gesto de dolor al hablar, tenía que susurrar pues le costaba un infierno mover las costillas.

            —Te llevaré, no pienso dejarte aquí.

            —Es más importante que los encuentres —se obcecó ella, a pesar del dolor que le producía hablar—. Yo no me moveré de aquí.

            —Este sitio es peligroso, te pueden aplastar si la lucha llega hasta aquí. Te llevaré.

            —No podrás conmigo, cabezota —le empujó para que se fuera.

            —No me digas lo que no puedo hacer.

            La cogió metiendo las manos bajo las rodillas y los hombros y la levantó. Aunque no tenía sobrepeso, superaba los setenta kilos y tuvo dificultades para elevarla. Al intentar bajar la colina resbaló y se golpeó la rodilla mala contra el suelo. Por muy poco no se le cayó su mujer de los brazos, lo que habría empeorado su situación.

            —¡Déjame! —Suplicó ella—. Si quieres ayudarme ve a buscar a los niños y tráelos conmigo. Me recuperaré si me dejas descansar.

            —Sí, puede que tengas razón... —aceptó al fin.

            La depositó en el suelo intentando que quedara cómoda pero ese terreno pedregoso daba pocas opciones. La sentó como pudo junto a una roca y la cogió de la mano.

            —Te quiero —susurró—. Intenta cuidarte, si ves que se acercan, tú aléjate si puedes.

            —Yo también te quiero... Aunque todo esto es culpa tuya, no creas que lo he olvidado.

            A pesar de la queja, le sonrió y le besó en los labios.

            —Vete y no vuelvas sin ellos.

            —No sé ni dónde empezar a buscarlos. Estamos muy lejos de donde los dejamos y si  Ludi está luchando... No sé si estarán encima o abajo.

            Un gran rugido rompió el viento y les estremeció de pies a cabeza. Luego escucharon otro y después fueron varios juntos. Eran los tiranosaurios, ¿habrían vencido? No tardaron en escuchar cómo devoraban con dentelladas y desgarros.  Antonio pensó acercarse por si encontraba allí a Ludi. Era posible que estuvieran allí, aún prendidos del pelaje del dinosaurio. Y también era el lugar más peligroso donde podían estar de modo que debía asegurarse por si corrían peligro.

            Subió ladera arriba hasta que empezó a distinguir la manada victoriosa dándose un festín con el tremendo monstruo que les había atacado. Allí mismo vieron varios cuerpos aplastados, ensangrentados y moribundos de algunos tiranosaurios. La manada fue diezmada, pero lo habían logrado, sobrevivieron a la monstruosa bestia que les duplicaba en tamaño y fuerza. Buscó a Ludi, que tenía un mechón marrón sobre los ojos, a diferencia del resto, que tenían pelo oscuro, casi negro. Con tan poca luz no pudo distinguirlo.

            —¡Niños! —Gritó, esperando que por milagro le respondieran.

            Al escucharlo varios tiranosaurios se volvieron hacia él. Al reconocerlo siguieron desgarrando su presa, como si no pudieran comer en semanas y estuvieran muertos de hambre.

            —¡Charly! ¡Miguel! ¿Dónde estáis?

            No escuchó sus voces. Entre el viento y los ruidos de mandíbulas masticando carne cruda era imposible escucharlos. Siguió buscando a Ludi observando más de cerca los supervivientes y finalmente lo encontró. Era uno de los que comía con más apetito. Tenía una herida en la pata derecha, posiblemente de alguna fuerte caída. Corrió hacia él se acercó a tres metros de distancia.

            —¡Ludi! Soy yo —exclamó.

            El dinosaurio no reaccionó a su llamada.

            —¡Charly!, ¿Estás ahí?

            No podía saber si seguía prendido entre sus pelos, pero viendo cómo se movía se dio cuenta de que no podían estar allí. Si masticando meneaba así su cuerpo, en plena pelea o quizás en la galopada de subida, se debieron caer. Y no quería ni pensar en el peligro de caer rodando por el encrespado risco.

            Tampoco sabía regresar a donde habían acampado, la montaña era muy amplia y subieron en zig zag.

            Se quedó arrodillado y juntó las manos mirando al cielo.

            —Señor, te lo suplico, que mis hijos estén bien. Te juro que si salimos de esta y volvemos a casa dejaré de perseguir fantasmas y meterme en problemas. Lo más importante para mí será cuidar a los míos y estar a su lado todo el tiempo que me necesiten. Pero por favor, no me los arrebates. Ellos son mi vida.

            —¿Le estás rezando a estos dinosaurios? —Preguntó una voz femenina que conocía muy bien.

            —Ángela... —La reconoció al instante—. ¡Gracias Dios! Eres lo máximo...

            —Bueno, no es que me disguste que me confundas con él, aunque quizás tengas razón —respondió, ofreciéndole la mano para incorporarse.

            —Me alegro de verte, y... No debiste mandar aquí a mi familia, ahora pueden estar muertos.

            —Calla, llorica, que os he salvado el pellejo —le quito importancia—. El EICFD os quería muertos a todos. Ya me los he quitado de encima.

            —¿Nos llevarás de vuelta?

            —Tan pronto no. ¿Es que no piensas contarme tus aventuras?

            —Por favor dime dónde están mis hijos.

            —Acabo de llegar, ¿No lo sabes tú? Menudo padre de pacotilla estás hecho.

            —Te estoy pidiendo que uses tus poderes. Pueden estar en peligro. Estos dinosaurios estaban plácidamente tumbados en medio de unas rocas y mis niños se subieron a uno y mi mujer y yo a otros. De repente apareció un monstruo mucho más grande y hubo estampida. Nosotros aguantamos encima hasta aquí pero ellos debieron caer más abajo. Usa tus poderes y tráelos con nosotros. Te lo suplico.

            —De acuerdo, que aparezcan a nuestro lado ahora tus hijos.

            Al completar su sentencia aparecieron frente a él. Charly llorando con sangre en la pierna derecha y quejándose de ella y Miguel completamente inconsciente o quizás muerto.

            —¿Puedes curarlos? —Pidió Antonio, temblando de terror por el pequeño.

            —Tus hijos están perfectamente —pronunció Ángela.

            El mayor dejó de llorar y Miguel se movió y levantó la cabeza al ver a su padre.

            —Papá, Ludi ha saltado y me he cailo —sollozó el pequeño—. Ninosaurio ¡Malo!

            —Yo también me caí. Hice pum y reboté con el suelo. Mira me he hecho una pupa —explicó Charly, aún con voz dolida—. ¿Me pones una tirita?

            Antonio les abrazó y los cogió en brazos a los dos.

            —Tenemos que volver con Brigitte. Está más abajo.

            —Un momento, no he venido a rescataros —explicó Ángela—. Espero que cuando estéis juntos me expliques lo que has estado haciendo.

            —No hay mucho que explicar, hemos sobrevivido y si no llegas a venir... Yo no sé qué habría pasado.

            —A eso me refiero. Según Fausta, mañana ibas a causar una especie de catástrofe que destruiría sin más la existencia humana.

            —¿Yo? No digas tonterías. En todo caso tú, con todos esos poderes que tienes.

            —Vamos a aparecer en un punto cerca de aquel río, que parece tranquilo. Y tu mujer también aparecerá a nuestro lado.

            Tal y como lo dijo, aparecieron en un prado, lejos de las nubes oscuras. Brigitte se sobresaltó al verlos allí, especialmente al ver a Ángela.

            —¡Qué haces tú aquí!

            —Por lo visto he llegado a tiempo de salvaros. Vaya, tienes mala pinta. Déjame echarte un vistazo.

            Pasó la mano por encima de su costado y Brigitte pudo respirar mejor en el momento.

            —Gracias, pero esto es culpa tuya —la acusó, furiosa.

            —Os he salvado el pellejo —protestó la aludida—. Un poco de agradecimiento sería un detalle por vuestra parte.

            Antonio intervino de forma silenciosa pidiendo calma a Brigitte con la mano. Esta le devolvió la mirada con gesto furioso y se cruzó de brazos.

            —Veo que no os habéis aburrido. Los niños lo habrán pasado en grande viendo tanto dinosaurio —continuó Ángela sonriendo a los pequeños.

            —He montado uno, se llama Ludi y es mío —explicó Charly, orgulloso.

            —¡No e tuyo, e mío! —Protestó enérgicamente Miguel.

            Ángela se rió por la discusión infantil.

            —No os peleéis que hay dinosaurios para todos.

            —¿Cómo te llamas? —Interrogó el pequeño.

            —Ángela, cariño. Yo os he traído a este mundo tan bonito.

            —¡No es botito! —Respondió Miguel enfadado—. Ludi colió y me caí al suelo y pum, me cai en una piedra.

            —Lo siento, deberías entender que son peligrosos.

            —¿Y cómo te llamas? —Volvió a preguntar Miguel, como si el enfado pasajero ya se hubiera olvidado.

            —Disculpa —explicó Brigitte—. Es que siempre le digo que pregunte eso a los desconocidos. Pero aún no entiende que solo se pregunta hasta que ya sabe su nombre.

            —Mentira, a mí me lo dice por fastidiar —corrigió Charly.

            —¿Y cómo te llamas? —Rio Miguel, como un pilluelo, dirigiéndose a su hermano.

            —Vaya, no podéis decir que os aburrís con estos niños tan simpáticos.

            —Pues no —respondió Brigitte.

            Antonio se encogió de hombros. Él todavía no se había acostumbrado a la rutina ya que se perdió los primeros años de Miguel por su viaje en el tiempo.

            —Volvamos a casa antes de que cambiemos algo que lo fastidie todo —concluyó Ángela—. ¿No os dejéis nada por favor? Sería catastrófico que un científico encuentre un teléfono móvil enterrado a 65 millones de años de nuestra era.

            —Lo tengo, vámonos —pidió Antonio.

            —¡Por favor! —Suplicó Brigitte.

            —No, quelo llevarme a Ludi —protestó Miguel.

            —Cariño, iremos a un museo a ver muchos Ludis —trató de convencerle su madre.

            A regañadientes los niños se reunieron. Hicieron un círculo donde Ángela cogía la mano a Antonio, éste a su mujer, ella a Charly y él a Miguel que extendió la otra a la primera.

            —Quiero regresar a nuestro tiempo —sentenció.

            Cerraron los ojos y al volver a abrirlos estaban en medio del campo, en uno bastante diferente. Las montañas eran menos encrespadas y el paisaje más verde. El río discurría por la colina mucho más ancho y sus aguas cristalinas discurrían entre las rocas con lentitud y plagadas de vida, peces, mosquitos, libélulas, vegetación, helechos, enredaderas subiendo por un pinar que les ocultaba la mitad del cielo.

            —Ángela, ¿Estás bien? —Preguntó Antonio al ver cómo se desmoronaba y tenía que sentarse.

            —Este último viaje me ha cansado más de la cuenta. Debería ahorrar energías.

            —¿Pero qué viaje? —Protestó Brigitte—. Seguimos,... Aquí. ¿Dónde está Madrid?

            —Sí que hemos viajado —corrigió Antonio—. Estamos sin duda en el mismo sitio, el río es ese y se ve que ha erosionado la montaña haciendo este valle. Pero... ¿Dónde está la ciudad? ¿No te habrás quedado sin gasolina y nos has dejado a un millón de años de nuestro tiempo?

            Ángela se incorporó y vio que todo era distinto a lo que recordaba.

            —¿Quiero saber qué ha pasado? —sentenció.

Comentarios: 5
  • #5

    Jaime (miércoles, 20 febrero 2019 03:34)

    Me agrada que no pierdes tu gran sentido del humor, Chemo. Jajaja Yo también voto porque los dinosaurios evolucionados bailen y canten ritmos sinsentido.

  • #4

    Chemo (martes, 19 febrero 2019 01:58)

    Creo saber qué ocurrirá en la siguiente parte. Los tiranosaurios evolucionaron tanto que ahora no tienen pelo, además que cantan y bailan. Y cuando Antonio intente conversar con Ludi, éste le contestará:
    "Auxilio, me desmayo. Cállese viejo lesbiano".

    De allí, chicos, es de donde sale el famoso vídeo.

  • #3

    Alfonso (domingo, 17 febrero 2019 23:54)

    Tiene razón Jaime. Ángela podría simplemente desear que se arregle todo el lío causado por Antonio y... asunto arreglado. Será difícil para Antonio hallar alguna forma para que Ángela no se dehaga de él tan fácilmente.

  • #2

    Jaime (viernes, 15 febrero 2019 02:24)

    Paradojas temporales. ¿Ahora qué habrá cambiado Antonio? Lo bueno es que Ángela solamente tiene que pedir que todo regrese a la normalidad.
    Ojalá tony pueda publicar la siguiente semana.

  • #1

    Tony (jueves, 14 febrero 2019 13:44)

    Gracias por leer hasta aquí y espero vuestros comentarios.