El vórtice

 

 

            —Un momento, si tenías 30 años en 1967... Ahora tendrías unos ochenta —protestó Ángela—. ¿Me estás tomado el pelo? No tienes más de cincuenta.

            —Vaya, te has dado cuenta.

            —¿Entonces es todo mentira? —Pregunto ella.

            —Te he contado la verdad. Solo que aquí el tiempo no va a la misma velocidad que en la Tierra.

¿Cómo te lo explico?... Lo que para mí han sido diez años, como bien dices, en la Tierra fueron unos cincuenta.

            —Ed, no sigas dándole coba, te vas a encariñar —gruñó Guillermo.

            —¿Hemos viajado al espacio? —Se burló Ángela.

            —Efectivamente, ¿por qué crees que los chicos están tan desquiciados? El vórtice es un lugar desconocido, aislado y perdido donde solo se puede entrar, no salir. No existe la posibilidad de que llegue un barco o un avión y nos saque de aquí.

            Se dirigían hacia un lugar cercano a la muralla de troncos. La de White era una cabaña tan alta que desde el tejado sería sencillo saltar a las ramas de los robles que se alzaban sobre ellos. Para una persona corriente, esa escapatoria era inviable, pero ella era experta en parkour y le resultaría sencillo saltar desde la ventana más alta y rebotar hasta el tejado. Claro, si estuviera en su mejor forma. Tal y como caminaba en ese momento no podría ni dar una zancada. Mucho menos abrirse de piernas que era lo que requería semejante salto.

            Entraron y encendieron una vela de la entrada. Era la primera vez que se percataba de que allí todas las luces eran de fuego.

            —¿No tenéis electricidad?

            —Pues claro que no estúpida, ¿no te habías enterado hasta ahora? —protestó Guillermo mostrando la vela.

            —Tranquilo, hombre, es normal que no haya tenido ocasión de fijarse —trató de suavizar White—. No Ángela, por alguna razón que desconocemos ningún aparato eléctrico soporta la llegada al vórtice. Excepto los que estaban apagados. Esos sí, pero claro, no podemos recargar sus baterías y no suelen durar.

            Al entrar Ángela optó por sentarse en un banco alargado junto a la mesa central.

            —¿De dónde sacáis la cera de las velas?

            —Por suerte la gente aquí no se pasa el día holgazaneando —miró de reojo a Guillermo, que emitió un gruñido de desaprobación—, casi todos tienen sus tareas. Hay de todo.

            —¿Qué hacéis exactamente?

            —Bueno, los hay que se encargan de organizar lo que van trayendo los exploradores. Lo no comestible, claro. Para la comida están los encargados de cocina. No es fácil proporcionar alimento a mil hombres a diario. Si no estuviéramos organizados ya nos habríamos comido entre nosotros.

            —No debí preguntar —Ángela puso los ojos en blanco ya que solo quería saber de dónde sacaban las velas.

            —Te estaba respondiendo, ser líder de un grupo tan grande no es moco de pavo. Que ese Alastor se haya puesto en lo más alto de la cadena de mando no lo hace mejor jefe que yo. ¿Acaso él sabe quiénes son los mejores arqueros? Hay quien se encarga de las colmenas. De ahí sacamos miel y cera. Tenemos tres colmeneros, quince pescadores, doscientos exploradores, diez sastres, once furrieres, cuarenta cocineros, veinte sargentos, cinco alférez, ¡setenta y tres cabos! Y el resto soldados.

            —Si estáis tan bien organizados, ¿por qué no hay mujeres? ¿No mandas tú sobre todos esos hombres? Deberías castigar a los que nos tratan tan mal.

            —Lo cierto es que sí que las hay. Casi todas trabajan en la cocina, otra se dedica a recolectar especias y hierbas. Antes de hacer este campamento eran muchas más y no las hemos matado, te lo aseguro.

            —¿Qué les pasó?

            —Éramos más imprudentes y tampoco había tantos espectros. Aquí nadie va al cielo o al infierno, los muertos se levantan y se transforman en esas cosas.

            —¿Y qué pasó? —Insistió, mientras se masajeaba las rodillas doloridas.

            —Acampamos junto a la playa. La gente desaparecía por las noches, cada día unos pocos. Como éramos muchos y la comida no daba para todos pensábamos que eran rencillas entre nosotros. Un día descubrimos a los espectros. Ellos nos temían pero cuando se juntaban muchos perdían el miedo. Atacaban de noche y los emboscamos. Pensábamos que eran otro grupo de humanos que simplemente no querían unirse a nosotros. Pero al verse sorprendidos huyeron al interior de este bosque. Todos los hombres cogimos las armas y les seguimos. Se refugiaban en las montañas que tenemos aquí encima y construimos el fuerte. Nos llevó varios días, pero éramos más de cinco mil trabajando a destajo. Las mujeres y los niños se quedaron en la playa con apenas ningún soldado para protegerles.

            »Al no encontrar más rastro de los espectros enviamos algunos hombres al campamento principal y lo encontramos arrasado. No quedaban supervivientes. Las mujeres que siguen con vida nos habían acompañado pues tenían la fuerza de un hombre y luchaban mejor que muchos de nosotros.

            —¿Entonces por qué me han violado si respetáis a las mujeres?

            —Te hablo de hace varios años. Los chicos se han olvidado de lo que es una jovencita sensual como tú. Encontramos a una hace unos meses cerca de lo que era el antiguo campamento, iba acompañada por un hombre, debían vivir al margen de nosotros. No pude hacer nada, cuando quise intervenir ya le habían matado a él y a ella la estaban violando sin medida ni control.

            »En otra ocasión apareció un yate en el lago central. Llegaron tres chicas en bikini. Logré imponer el orden y las llevamos al campamento a modo de invitadas. Las llevé a mi cabaña, como a ti. Pero cometí el error de confiarme. Me sorprendieron por la noche y me ataron de pies y manos mientras las violaban salvajemente hasta la muerte. Hubo grandes conflictos, se mataron entre ellos para conseguir tener su chica un rato. Tienes que entender que aquí no hay Dios que valga, mueres y te conviertes en espectro. Nadie tiene buen corazón, solo funciona el egoísmo colectivo.

            —¿Te quedó ropa de esas chicas? —Preguntó Ángela.

            —Sí.

            White se acercó a un baúl de mimbre y lo abrió. Sacó tres piezas de arriba de bikini y un pareo.

            —¿Y los bikinis de abajo? —Preguntó.

            —No quedó nada. No preguntes...

            —¿Puedo ponerme una de estas prendas?

            —Adelante, las otras mujeres usan tallas muy superiores.

            Ángela estudió detenidamente los tres, uno era amarillo fosforito, otro rosa y el último negro, el más resistente, que además parecía de su talla.

            —¿Dónde puedo cambiarme? —Preguntó, al ver que la cabaña era diáfana y no había paredes interiores.

            —Aquí mismo. Saldré para que puedas cambiarte.

            —Gracias.

            White salió, llevándose consigo a Guillermo, que no hacía otra cosa que refunfuñar por el trato de lujo que le estaba dando a la chica.

            Se quitó la sudadera (que apestaba a sudor rancio) y luego la camiseta rota. Se puso el sujetador y se lo abrochó por la espalda con facilidad. Le quedaba un poco suelto pero mejor así que apretado. La dueña debía tener una talla de pecho mayor que la suya.

            Volvió a coger la sudadera y el olor la hizo desechar la idea de ponérsela de nuevo.

            —Ya podéis entrar —exclamó.

            La puerta se abrió y entraron ambos. No quería perderse su cara al vela solamente con el bikini.

            —¡Mierda! —Gruñó Guillermo, sonriendo como un tonto—. Mírala, está deseando que vuelva la tropa. ¿Quieres empezar conmigo guapa?

            —No tengo nada mejor que ponerme encima, no me estoy insinuando, so cerdo —escupió asqueada—. ¿Por qué no atacas a tus otras compañeras si estás tan salido?

            —No son como tú. Ellas son... —Guillermo no supo terminar la frase.

            —La tropa dice que son nuestras madres —completó White—. Son mayores y nos hacen la comida. No despiertan los mismos instintos salvajes que tú.

            —¿Ahora tendré yo la culpa de que seáis unos enfermos?

            —Entiéndelo, el último año no hemos visto ni una sola mujer atractiva, salvo las de los posters del templo.

            —¿Y cuándo las ves dejas que todos las violen? —Le reprendió—.¿Piensas ligar mucho así?

            —Yo no les dejo hacer lo que les plazca. Es que aquí no hay cárcel, no hay castigo. Si quieres mantener disciplina donde no existe mano dura posible, solo puedes hacerlo no nadando contracorriente.

            —No cuela. Lo hacéis de forma organizada.

            —De hecho tú eres la primera que me han dejado "administrar" para el disfrute colectivo. Por eso aún estás viva. La anterior no tuvo tanta suerte y terminó muerta y casi nos matamos entre nosotros hasta que logramos alcanzar un acuerdo. Todos aceptaron que la próxima mujer debía ser tratada mejor para que llegara a todos, sin excepción.

            —A ser posible varias veces —puntualizó Guillermo, haciéndose el gracioso con su voz casposa.

            —Y yo que pensaba que me defendías porque te gustaba —protestó Ángela, abriendo los ojos hasta mostrar sus cuencas—. Necesito descansar, ¿dónde puedo hacerlo sin que nadie intente violarme de nuevo?

            —¿Quieres dormir arriba? —Preguntó el teniente servicial.

            —Claro, genial, dime donde, te sigo.

            White agarró un palo con un gancho de hierro y con él arrastró una escalera que había en la plataforma superior dejándola caer y agarrándola con gran habilidad.

            —Te ayudaré a subir —propuso.

            —Gracias, pero creo que puedo sola.

            No era del todo cierto. Le dolía tanto la vagina que tenía que caminar con las piernas un poco arqueadas para que no le doliera. Pero decidió que debía hacerlo y probarse a sí misma.

            —¿No tendrás aceite de oliva? —Preguntó, antes de subir por la escalera.

            —Y caviar, no te fastidia —protestó Guillermo—. Bueno macho, si no me necesitas más me voy a dormir la mona.

            —Creo que nos apañaremos —respondió White—. Avísame si esos animales traman algo.

            —Está bien, por cierto, no le cojas cariño —le dijo al oído pero sin tomar la precaución de bajar el volumen de voz—. Sabes que no va a durar.

            —Vete, pesado.

            —Avisado estás. Hasta mañana.

            Guillermo salió con chulería de la choza y al salir cerró la puerta con fuerza.

            —No se anda por las ramas, ¿eh? —suspiró ella, negando con la cabeza.

            —Tenemos sal, especias, pero aceite no. Lo siento —respondió White.

            —¿Miel sí?

            —Claro, mucha.

            —¿Puedes darme un poco?

            —Es verdad, perdóname... Tienes que estar muerta de hambre. Te puedo ofrecer tiras de carne, setas...

            —No, no, es para las heridas. La miel ayuda a cicatrizar y desinfectar.

            White la miró de reojo con curiosidad.

            —¿De verdad?

            —Te lo aseguro, me la recomendó un viejo amigo.

            —Tiene gracia, ¿sabes cómo nos desinfectamos aquí? Con agua de rio y vendajes. El único médico que tenemos dice que él nunca supo cosas de farmacia así que no puede prepararnos medicinas. Y el poco alcohol que llega no dura más que las mujeres.

            —Pues no soy médico pero si te haces una herida profunda y le pones miel, cierra en un día.

            —¿Te gustaría trabajar de enfermera? Eso podría salvarte la vida.

            —¿Para vosotros? —Protestó asqueada.

            —Dejarían de verte como un trozo de carne. Créeme, muchos están llenos de tantas yagas que no saben cómo curarse. Te aceptarán si yo les digo lo que sabes. Pero eso sí, no puedes andar con ese bikini por el campamento. Tendrás que ponerte algo que disimule tus curvas.

            —Ed —Ángela le nombró con la misma confianza que Guillermo porque entendía que en realidad le estaba dando falsas esperanzas—. No voy a durar mucho aquí.

            Aunque recitó las palabras de su viejo amigo, ella se refería a su plan de huida. Ese que parecía haber olvidado el teniente cuando llegaron a su casa. Entonces escucharon un golpe en la puerta. Guillermo apareció con sangre en la boca y según entró, cayó al suelo.

            —No pude detenerlo... —gimió.

            White se agachó junto a su amigo y al tocarlo se dio cuenta que ya había muerto. Tenía una herida en el pecho, al lado izquierdo.

            —Mierda... —susurró.

            —Buenas noches —se presentó con chulería Zurita.

            En su mano derecha llevaba el machete de White.

            —He venido a hacer cola —recitó como un niño consentido.

            —Márchate, Zurita. ¿Le has matado tú?

            —Este gordo era tu zorra chivata. No hacía más que comer por diez hombres y contarte todos los chismes que contábamos los demás sobre ti, a escondidas. Nadie le quería, los chicos festejarán su muerte.

            White cogió su pistola y le apuntó a la cara.

            —Suelta mi machete y lárgate o dispararé. No estoy bromeando.

            —Me gustaría ver cómo consigues que esa pistola haga un disparo. Jamás te he visto usarla ¿Quién te ha dado balas? Aquí no sabemos fabricarlas.

            —Tengo cinco, una me basta para mandarte al otro lado del muro.

            Zurita dio un salto hacia White y con el machete le dio en la mano que sostenía la pistola. Arma y miembro rodaron por el suelo salpicando sangre. El teniente emitió un bramido de dolor mientras Zurita cogía la pistola y la ponía entre su cintura y su pantalón.

            —No es para tanto, hombre, solo es un corte de nada. Ponte el primero en la cola del médico —se burló Zurita.

            White miró a Ángela, que observaba la escena, horrorizada.

            —Corre —musitó.

            —Nunca me des la espalda —siguió hablando Zurita mientras se sentaba sobre su pecho y le pisaba el brazo sangrante, causándole aún más hemorragia—. Ahora ya sabes de lo que soy capaz.

            Dicho eso le pasó el filo del machete por el cuello y su sangre salió a borbotones sobre su pecho mientras el asesino disfrutaba viéndole morir, bañándose en su sangre.

 

 

 

Comentarios: 9
  • #9

    Tony (viernes, 13 marzo 2020 06:23)

    La siguiente parte está casi lista.
    Lo malo es que vivo dn Madrid, por el tema del coronavirus mis hijos no tienen colegio y estamos todo el día en casa, lo que me deja prácticamente sin tiempo para revisar y publicar.
    No se cómo va a terminar este asunto ni cuándo.
    Solo espero que nadie tenga que lamentar la muerte de ningún familiar. Que todo quede en susto, gripe o lo que sea y pero que en unos meses todo vuelva a la normalidad.
    Lo malo es que este gobierno ya e ha contagiado (tenemos al presidente aislado) y no se están tomando las mejores decisiones. Cuando b todo el mundo sabe que Wuhan cerró absolutamente todo para que 2 meses después puedan volver a la normalidad, aquí no. Hay transportes públicos, la gente está trabajando y las tiendas siguen sin cerrar por el negocio del siglo que están haciendo.
    Si tengo que ser sincero, esta crisis dudo que la superemos sin tener que lamentar mucho sus consecuencias.

  • #8

    Yenny (viernes, 13 marzo 2020 03:39)

    Me quedé sorprendida con la muerte de White ( bueno sospechaba que iba a morir.pero más adelante). Concuerdo con Alfonso para ser una asesina profesional Ángela no planea mucho las cosas.
    Ojalá este pronto la otra parte, quiero saber que va a pasar.

  • #7

    Chemo (martes, 10 marzo 2020 03:42)

    La razón del bikini es para atraer al incauto líder de los sublevados hacia ella para usarlo como escudo humano y así poder escapar de ese fuerte. Jejeje

  • #6

    Tony (domingo, 08 marzo 2020 20:55)

    El tema del bikini se explica en la siguiente parte.

  • #5

    Alfonso (domingo, 08 marzo 2020 17:54)

    Creo ara ser una asesina profesional, a Ángela le falta aprender muchas cosas. Primero Ángela se va a meter a la boca del lobo sin ningún plan, pensando que sus hablidades de asesina y parkour podrán librarla de una horda de violadores. Y después lo que describe Lyubasha. Ella tiene el ego tan inflado que hace lo que quiere en el momento que quiere sin pensar en las consecuencias hasta que es demasiado tarde. E incluso estando en medio de un embrollo colosal sigue sin aprender.
    En fin, creo que su actitud ayudará a todos aquellos que esperan verla violada de nuevo. Jeje

  • #4

    Lyubasha (domingo, 08 marzo 2020 10:15)

    Este capítulo me ha gustado, la historia está interesante, pero cada vez me cuesta más empatizar con Ángela:
    White se juega la vida (como se demuestra al final de este capítulo) por intentar ayudarla y, cuando se cambia, ella se queda solo con el top del bikini... Entiendo que los del campamentos son unos violadores y que ella tenga derecho a ir como le de la gana, pero creo que en situaciones como esa cualquiera con un poco de sentido común intenta seguirle la corriente al que parece ser su único aliado, y trata de pasar desapercibido para tener más oportunidades de escapar o, por lo menos, no empeorar las cosas.

  • #3

    Jaime (sábado, 07 marzo 2020 23:15)

    Es difícil imaginar cómo escapará Ángela de este embrollo. Habrá que esperar para averiguarlo.

  • #2

    Alejandro (sábado, 07 marzo 2020 04:40)

    Ya me imagino lo que sigue en la siguiente parte. Zurita y sus hombres matan a White, cogen a Ángela y la hacen disfrutar de una orgía sin fin. En un lugar desconocido rodeada de hombres sedientos de sexo, ¿podrá escapar una Ángela herida y sin súperpoderes?

  • #1

    Tony (viernes, 06 marzo 2020 15:27)

    Espero que paséis un buen fin de semanas.
    No olvidéis comentar.