El vórtice

15ª parte

            Flotar en el espacio era una experiencia magnífica. Pero Ángela apenas logró mantener la calma unos segundos. Después comenzó a chillar sin poder escuchar su propia voz, como si estuviera sorda. El frío congeló sus miembros, su pecho, su cerebro. El terror se apoderó de su razón. Incapaz de concentrarse en Alastor, ni de poner fin a su propia existencia, ni tan siquiera de cerrar los ojos, su cuerpo era un cristal inmóvil a la deriva del espacio. La pregunta que más la angustiaba era ¿cuánto tiempo? Podían pasar milenios y ella seguiría disfrutando de las vistas de aquel hermoso planeta que jamás podía volver a pisar.

            Tras ese agónico silencio supo que el viejo debía estar intentando encontrarla. Pensó que si esos grises encontraban a Alastor, ella se quedaría sola allí toda la eternidad. ¿Cómo la encontraría? Era absolutamente imposible. Como buscar un diamante entre millones de cristales rotos.

            «No debes preocuparte pequeña. ¿No te dije que cogieras ese libro para dármelo? Si vienen a buscarme, te encontraremos.»

            Sí, lo tenia bien guardado bajo su chaqueta Justo a su preciado diario. Por suerte se la cerró porque si se le caían, no podía moverse para evitarlo.

            —Dime una cosa. ¿Por qué te interesa tanto? Ni siquiera había escuchado hablar de él. ¿Tan bueno es? —dijo sin mover los labios.

            «Me apasionan las luchas entre dioses. Y ese es el mejor del género. Si tengo que renunciar a volver a la Tierra y tuviera que escoger un solo libro para llevarme al espacio, me quedaría con ese.»

            —Si ha luchado contra ellos hasta ahora, ¿cómo pretende que quieran pactar con usted?

            «Se trata de sobrevivir. Tengo que ofrecerles algo o me estudiarán, me diseccionarán y finalmente me disecarán.»

            Ángela no podía creerle.

            «¿Sabes que a ellos y sus aparatos no les afecta la ionosfera en lo más mínimo?»

            —No entiendo la tecnología de los humanos, qué me importa la de los marcianos —protestó.

            «Ellos pueden lograr lo que consideras imposible. Nos encontrarán.»

            —Deseo con toda mi alma que tengas razón. Pero yo ya he pasado mi momento de pánico. Estoy empezando a mentalizarme de que pasaré aquí toda la eternidad. ¿Y tú?

            «Si te digo la verdad, nunca he pasado tanto miedo. Pero te voy a decir una cosa. Tu y yo somos todo lo que nos queda. Me alegro de no estar solo.»

            —Admito que me alivia tener compañía en este infinito vacío. Claro que habría preferido otra...

            «Tiene gracia, enemigos que pasan a ser amigos... Si tú y yo hemos podido, también lograré convencer a los grises de que podemos pactar. Ya vienen.»

 

            Los primeros en llegar fueron los grises. Encontraron a Alastor y tal y como prometió les indicó dónde podrían encontrarla a ella. La nave era una maravilla, parecía una galletita del café, con una guindilla en el centro. Blanca y lisa, perfectamente simétrica, circular. De lejos creyó ver un juguete aunque a medida que se acercaba vio que era casi tan alta como un estado de fútbol. Se distinguían tres niveles, el superior de mando, el intermedio de bodega y el inferior, igualmente cristalino del mismo color rojo que la cúpula. En la parte inferior se distinguía una estructura con forma de ovalo, tan grave como un autobús, encajada. Era de algún tipo de material más resistente y metálico, menos cristalino que quizás servía de cápsula de salvamento. Cuando llegaron hasta ella se abrió una puerta de gran tamaño en el lateral más ancho de la nave.

            Un haz de luz la iluminó y la atrajo hacia dentro con una fuerza de gravedad procedente de la nave. Esperaba encontrarse a Alastor y su comité de bienvenida, pero solo encontró una celda, que en cuanto entró se cerró tras ella automáticamente. Escuchó que varias trampillas expulsaban aire en su interior, como si lo necesitara para algo. Notó que el frío y la falta de presión exterior eran reemplazadas en cuestión de segundos por una agradable sensación de bienestar y calor propiciando que su cuerpo se descongelara. Hinchó sus propios pulmones para catar la calidad del aire, como una experta en vinos que prueba una muestra que después no necesita tragar.

            A pesar de que no tenía salida vio que toda la pared estaba recorrida por un cristal casi invisible que le permitía observar el espacio del exterior y la Tierra. El suelo era de metal, posiblemente de alguna aleación de aluminio con titanio y acero. En una de las paredes que daba hacia el interior de la nave distinguió una puerta con forma de medio óvalo. No tenía cerradura ni mecanismo de apertura. La palpó para averiguar su consistencia y al empujar sutilmente logró abombarla levemente. Al dejar de presionar volvió a su lugar. Se preguntó si podría atravesarla de un patadón o si por el contrario rebotaría como en una pared de goma.

            «Paciencia, no te pongas violenta —le pidió Alastor—, les necesitamos hasta que nos saquen de aquí. Trataré de pactar con ellos. Procura no llamar la atención.»

            De pronto escucharon una alarma, una señal sonora repetitiva que se escuchó por toda la nave. Pasos pesados por el otro lado de la puerta hicieron temblar las paredes y el suelo y notó que la nave se movía y se detenía a los pocos segundos. Luego hubo un movimiento extraño, como si hubieran aterrizado.

            —¿No habrán regresado al Vórtice? —Se preguntó, inquieta.

            «Hemos aterrizado en un pedazo de lo que llamabas así. Creo que no está Fausta con ellos, es una lástima. Intentaré averiguar dónde la tienen escondida.»

            —¿Podrás sacarme de aquí antes de que me intenten abrir la mollera?

            «No cuentes con mi ayuda, sal como puedas. No te he dado toda esa fuerza para que andes con los remilgos de una princesa que necesita de un salvador».

            Se acercó al vidrio exterior y lo golpeó con una patada. No logró ni siquiera hacerlo temblar. Probó con el interior de la nave y esta vez le puso verdadero empeño. Su patada atravesó el muro como si fuera de cartón. Agarró los bordes rotos y tiró de ellos para abrir un hueco por donde pudiera salir. Era como doblar la chapa de una lata de refrescos, extremadamente débil. No sabía si era por su fuerza vampírica o cualquier humano hubiera podido hacerlo. Lo cierto era que tenía sentido que fuera ligera para no tener que cargar tanto peso.

            «Sobre todo, no te dejes coger, buscar armas, pero sé discreta. Me están llevando al puesto de mando, no se muestran dóciles. Ahora que les he dicho quién soy me quieren llevar a un lugar, su base de operaciones, su planeta... No tengo ni idea, pretenden aislarme, saben que hablo con alguien usando telepatía. Lo bueno es que creo que vamos a ver a su líder.»

            —¿Tú qué les has ofrecido?

            «Ya te lo dije, no quieren contactar pero en cuanto vea a su jefe le ofreceré lo que tanto desean, campar a sus anchas por la Tierra.»

            —¿Y qué vas a pedirles a cambio? —Susurró.

            «Que liberen a Fausta y me dejen uno de sus platillos volantes. Pero lo veo difícil. Necesitaré que tú les robes uno para mí. Trata de sacarme de aquí si puedes.»

            —Vale, y si lo hago, ¿qué me darás tú?

            «Mi eterna gratitud y...  Por supuesto, tu libertad.»

            —Eso suena a trato —sonrió.

            Ángela se escurrió por aquel hueco y vio que era un almacén, una especie de armería alienígena. Tenían enormes cañones de más de treinta kilos de peso, debían disparar bombas de plasma capaz de derretir un tanque. Vio fusiles laser con mira telescópica, pistolas diminutas que no podía manejar por el grosor de sus dedos, sin duda las armas de los grises más pequeños.

            Su mirada se detuvo en una especie de escopeta de un precioso acabado blanco plateado, como hecha de nácar. Su gatillo era un botón rojo junto al mango. La agarró y la sopesó. Era impresionante, la primera vez que veía una escopeta con mira telescópica. Las terrestres solo servían a corta distancia, no tenía sentido apuntar. Por el tamaño de su cañón, al menos un centímetro de grosor, esa debía ser capaz de agujerear un muro de hormigón de dos metros de ancho.

            Entonces escuchó un tumulto, se asomó al pasillo central y vio salir en formación varias moles con armadura y un batallón completo de lo que parecían ser drones con partes humanas integradas.

            —Genial, cuantos más salgan mejor.

            «Ya están aquí. ¿Los sientes? La caballería a venido a buscarnos. Por favor, no dejes que me lleven, no sé si podré negociar nada con ellos. Ah, no te vas a creer quién ha venido».

            —Habla.

            «No tardéis en rescatarme te lo ruego, esto se pone tenso. Van a inyectarme algo, no quiero morir así...»

           Alastor... —susurró, al sentir que su voz se diluía.

            Salió de su escondrijo y se dirigió hacia el lugar que debía estar él. La nave tenía dos zonas exteriores, con habitáculos como su prisión y la armería y otra en un nivel inferior. En el centro de la nave vio un hueco entre la esfera central y el resto de la estructura. Solamente la sujetaban unos brazos articulados que por su estructura de patas de araña debían ser las responsables de sujetarla. Al salir al pasillo vio que debajo había un batallón completo de gigantones, puestos en firme ante dos personajes enormemente altos, de al menos cuatro metros, vestidos con unas túnicas rígidas de color marrón y que no pisaban el suelo, levitaban. Entre ambos distinguió a su viejo enemigo, Alastor, echado en una camilla flotante que llevaban dos drones ciborg. Llevaba las manos atadas y una mordaza le impedía hablar. Estaba inconsciente.

            En la distancia y gracias a su vista vampírica pudo ver que unas enormes mangueras inyectaban grandes cantidades de agua al módulo de salvamento. Siguieron por un pasadizo hacia el interior de la esfera y metieron a Alastor. Toda una hilera de bestias, los corpulentos, uno de los Altos, y siete grises desnudos enanos, entró tras él.

            Cuando se quiso dar cuenta, uno de los enemigos de cuatro metros la estaba señalando y varios de sus gigantes la apuntaron con sus armas.

            —¡Vaya! Me han visto.

            Corrió cuanto pudo por el pasillo superior y se metió en uno de los compartimentos. Vio que un gris se estaba duchando y al pasar junto a él abrió un boquete en la pared y continuó avanzando.

            —No sabía que los marcianos tuvieran que ducharse —susurró, divertida.

            Pasó por varios camarotes, algunos vacíos otros con individuos que pilló totalmente de sorpresa. Cuando hubo roto suficientes muros para despistar a sus perseguidores se volvió a asomar por el pasillo y vio que varios más corrían al portón principal de entrada. Al mirar hacia allí vio entrar a un soldado. Un único humano.

            —¡Ya están aquí! —exclamó, emocionada.

            Vio que uno de los guardias abría fuego contra él y éste se lanzaba de cabeza a uno de los almacenes inferiores. Tres soldados trataban de acorralarlo, estaba perdido como un cerdo a punto de ser banquete de navidad. Apuntó y disparó a uno de los grises que lo asediaban, deseando ver lo que podía hacer aquel juguete.

            Su arma dejó escapar una pelota de luz blanca a gran velocidad, casi tangible, como si fuera un huevo frito sin yema volando con vida propia hacia su objetivo móvil. Voló recta y luego se desvió para darle de lleno justo donde había apuntado. Lo alcanzó en el centro del casco. Su cabeza explotó como una sandía.

            —Pequeña amiga, ¿dónde te has escondido todo este tiempo? Creo que me he enamorado. ¿Quieres casarte conmigo? —Y le dio beso al cañón nacarado. Ni siquiera estaba caliente.

            Un momento después se preguntó si esos grises tendrían más para usar contra ella. Debía tener muchísimo cuidado.

            Dos más querían acabar con el intruso, apuntó y disparó a uno luego a otro y sin esperar a que el primero diera en el blanco. Ambos cayeron como moscas.

            Al ver despejado el pasillo decidió saltar y reunirse con el humano. Esperaba un ejército entrando por esa puerta al ver el camino libre, pero no vio a nadie ¿Por qué había ido uno solo? No tenía la menor posibilidad.

            Entonces llegaron tres soldados más, entre ellos una mujer rubia. Cuando entraron en la nave se les echó encima otro grupo de grises. Les lanzaron una granada de plasma que explotó justo en el centro de donde estaban. Los tres saltaron por los aires. Nadie habría podido sobrevivir a algo así.

            —Joder, no han durado ni un suspiro... Será mejor que proteja al otro.

            Ante su sorpresa, ninguno había muerto. Solo tenían daños superficiales y su armadura fue la que peor parte se llevó. Los grises quisieron rematarlos pero un disparo surgió del almacén donde se refugió el primero y otro de los flotantes se le puso a tiro. Lo reventó y los soldados remataron al resto.

            Los aliados se reunieron en el almacén y tuvo ganas de presentarse. Se descolgó por la barandilla, se subió a unos tubos de ventilación y escuchó ruidos en los anclajes del módulo central de la nave.

            —Mierda, se lo van a llevar...

            En ese momento salió del almacén uno de los soldados mientras decía:

            —Sal a donde podamos verte. Soy Antonio Jurado.

            —¿Qué?

            Se quedó paralizada al verlo. Estaba más delgado y ese uniforme ajustado le hacía un cuerpo que no recordaba que tuviera. Saltó al suelo y caminó hacia él mostrando con chulería su nueva escopeta. El reflejo de su cañón le dio en la cara al hombre.

            —¿Antonio Jurado...? Ya era hora. ¿Cómo has tardado tanto?

            —Con ayuda. Espera, ¿sabías que vendría?

            —¿Cómo habéis llegado hasta aquí? —Insistió.

            —Pues con un poco de suerte. Y, además, me gusta cumplir mis promesas —respondió con cierta chulería Antonio.

            Dejó colgada la escopeta con las tiras de los hombros y se acercó a él con nerviosismo. Él hizo lo mismo y cuando se tocaron se fundieron en un abrazo. Ella no quiso apretarle para no hacerle daño pero estaba tan contenta de verle que le habría estrujado con todas sus fuerzas.

            —Estás muy pálida —susurró él a su oído—. Y qué poca ropa llevas, ¿no te mueres de frío? Estás helada. ¿Solo llevas esa chaqueta de cuero?

            —Ya me he acostumbrado a este ambiente, no te preocupes —murmuró sonriente.

            —Chicos, coged vuestras armas, la misión continúa —interrumpió la mujer soldado, con aires de superioridad.

            Ella aprovechó para estudiar a esos tres soldados que acompañaban a su amigo.

            —Buen fusil, ¿de dónde lo has sacado? —Preguntó Antonio.

            —De su arsenal, vamos, aún quedan enemigos ahí dentro.

            —Deberías quedarte fuera. No llevas protección adecuada.

            ¿Ella? Pero si los que corrían peligro eran ellos. Ningún disparo podría matarla y ellos tenían sus armaduras hechas un desastre, llenas de remiendos.

            —No necesito esos trajes de buzo —protestó, sin querer contarle que era una vampiresa. Al fin y al cabo, no duraría demasiado siéndolo si le entregaba a Alastor su nave espacial.

            Pero Antonio se puso serio y le colocó la mano en el hombro en actitud paternal.

            —He venido a buscarte y quiero que te quedes, no puedo perderte de nuevo.

            —Qué galán —se burló—. Pero paso, ahora que somos una fuerza a tener en cuenta no pienso esconderme como una rata. Soy Ángela Dark, la asesina más letal de la Tierra.

            —Y la más modesta —añadió la rubia.

            —Antes demostró ser buena —replicó uno de ellos, mirándola de arriba a abajo como quien mira un delicioso helado.

            —Aún no ha demostrado nada —repuso el otro más viejo—. El novato Jurado ha tenido mucha más suerte que ella y no significa que sea bueno.

            Antonio soltó una risotada chulesca.

            —Te fastidia que haya matado más enemigos que tú, ¿Eh John?

            De repente se callaron todos y se pusieron firmes, como si escucharan alguna voz. Pero no se oía nada.

            —Estamos en ello, señor —dijo el viejo estirado.

            Seguramente alguien les daba órdenes. No podía dejar que se llevaran a Alastor y no había tiempo que perder así que les trató de organizar ella.

            —Arriba estaremos mejor, tenemos que llegar a la entrada de la nave auxiliar antes de que sea tarde. Seguidme —ordenó.

            Los soldados la miraron desaprobadores, especialmente Antonio, que seguía pensando que lo mejor para ella era quedarse a esperarles porque no estaba "protegida".

 

Comentarios: 6
  • #6

    Yenny (sábado, 13 junio 2020 04:39)

    Necesito hacer lista para salir a comprar porque mas de 3 cosas ya no recuerdo, imaginen como estoy con las historias �, mis neuronas tienen que trabajar mucho para tratar de recordar como van las historias.
    Ojalá que la versión en paralelo ayude a orientarse para ver como va la historia.
    Chicos espero que todos estén bien y sus familias también.
    Pd. Ya me provocó unas galletitas :(

  • #5

    Tony (jueves, 11 junio 2020 15:36)

    No será necesario.
    Ángela irá contando su versión en paralelo.

  • #4

    Alfonso (jueves, 11 junio 2020 15:14)

    Concuerdo con Chemo. Un recordatorio sería bueno para todos los que leemos esta historia.
    Espero que la estéis pasando bien, chicos.

  • #3

    Chemo (miércoles, 10 junio 2020 00:50)

    Ahora que Jaime comenta, yo casi no me acuerdo de la historia de los Grises. Sería bueno un pequeño repaso antes de entrar al desarrollo de la siguiente parte.
    Por cierto, molaría mucho una historia de Antonio Jurado contra el Coronavirus.

  • #2

    Jaime (martes, 09 junio 2020 16:39)

    La historia está cada vez más interesante. No entiendo por qué Alastor no hace frente a los Grises él mismo siendo que es más poderoso que ellos. Podría haber escapado fácilmente como Ángela si se hubiese quedado callado y habría podido robar una nave él mismo. Aunque ya todos sabemos que es raptado y llevado a Hercólubus.
    Creo recordar que Ángela deja de ser vampiro durante la historia de los Grises, así que es probable que ella logre llegar hasta Alastor para que le remueva la Oscuridad Elemental. Pero supongo que Alastor decide hacer caso a su necedad e irse con los Grises en su impaciente deseo por regresar al espacio exterior.
    Si no mal recuerdo, el líder de los Grises resulta ser el origen de la oscuridad elemental. Entonces, ¿por qué no convierte en vampiros a los Grises y así hacerlos mucho más poderosos de lo que ya son?

  • #1

    Tony (martes, 09 junio 2020 02:25)

    Puntual, para variar. El relato se aproxima a su recta final. Espero que os esté gustando y no olvidéis comentar.