El vórtice

3ª parte

Advertencia: Menores de edad y personas sensibles deben abstenerse de leer esta parte. A pesar de la crudeza de lo que aquí se narra, condeno firmemente estos actos salvajes y si lo he escrito es para concienciar a los que no entienden cuánto sufren las víctimas de violaciones (quizás para encontrar en ellos un poco de empatía).

 

            El teniente White fue el primero en cogerla del brazo. Le miró asustada y vio que en realidad era el único que no la miraba como un trozo de pechuga asada.

            —Será mejor que la lleve a la sala ritual. Allí... Procurad seguir un orden y sobre todo, no la dañéis o los demás no podrán disfrutar de este regalo de los dioses del vórtice.

            —No prometo nada, mi mazorca está tan gorda que la voy a destripar —se escuchó una voz ebria al fondo.

            La muchedumbre respondió con una carcajada. Ángela temblaba de miedo. White la condujo por el centro del fuerte hasta otra cabaña. La noche ya era completa, las calles entre las cabañas se iluminaban con antorchas, lo que daba al lugar un aspecto lúgubre y de pesadilla. Llegaron a la caseta más grande, aunque su forma no difería del resto. Eran como cajas de cerillas a las que pusieron un tejado de paja, a dos aguas. Parecía un templo pero en lugar de imágenes religiosas colgaron posters de mujeres desnudas, típicas de los bares de carretera o camioneros.

            En el altar central, que estaba colocado transversalmente a modo de cama, pudo ver sobre el cabecero la portada de un calendario de 1967. Una  mujer de pelo oscuro y rizado, recogido en una coleta, estaba sentada en ropa interior blanca y traslúcida (dando muy poco trabajo a la imaginación). Tenía las piernas abiertas con mirada seductora y sostenía con la mano izquierda un machete.

            Según entraban hombres en la capilla sus comentarios se iban haciendo más silenciosos y cuando se quiso dar cuenta estaba tumbada boca arriba en el altar con las piernas abiertas encadenadas a un soporte a izquierda y derecha. White ordenó que la sujetaran por las manos mientras él cerró los grilletes en sus tobillos. Luego le tocó el turno a su mano derecha a un hierro y después a la izquierda. Ángela no forcejeó, sabía que sería inútil y encima se arañaría las muñecas y tobillos. No veía los hierros de sus tobillos pero si estaban igual de oxidados que los de sus muñecas, no debía rozar su piel con ellos o podía coger el tétanos o algo peor. Se aferró al consejo de White, cuando les pidió a sus hombres que la trataran con delicadeza.

            Cerró los ojos y pensó en Antonio Jurado. Su corazón era la única arma que le quedaba y prefería no aferrarse en sus recuerdos horrendos de su adolescencia, las violaciones brutales de su padre ni su posterior adicción al sexo.

            Recordó a Frank, su mentor y amante, su libertador. Sin él ella habría muerto a manos de su padrastro. Fue el primer hombre al que amó, durante mucho pensó que sería el único. Pero después apareció Antonio Jurado, la única persona que podía encontrar cualquier cosa preguntando, simplemente, a las paredes. Ella le utilizó, al principio como un juego. Le sedujo bajo amenaza de no concederle la libertad. A pesar de todo estaba segura de que se deseaban mutuamente. Entonces él se le enfrentó, le dijo que no quería volver a tocarla, que amaba a su familia, a su mujer.

            Durante un tiempo siguieron colaborando y ella le respetó. Se dio cuenta de que al no poder tocarlo, besarlo, obligarlo a que hicieran el amor, le faltaba el aire. No era la clase de hombres que le llamaba la atención en las discotecas, pero el amor era irracional —pensaba—. Antonio le dijo que el día que la volviera a besar sería para demostrarle que de verdad quería hacerlo... Y el día antes de acabar en aquel maldito Vórtice, se despidieron con el único beso de amor que recordaba en toda su vida.

            Y si él la amaba, la encontraría. No podía confiar en ningún otro ser de la tierra, él la rescataría de esa horda de demonios con aspecto de humanos. Pero no lo haría, amaba a su mujer.

            Aunque, bien pensado, si alguien merecía que la violaran mil hombres sin duda era ella. Sus manos eran las de una sicaria. La vida de muchas personas inocentes fue truncada por ellas, con el único premio de un poco de prestigio y un buen fajo de billetes. Ese infierno por el que estaba a punto de pasar sería la forma en que purgaría sus muchos pecados.

            Llegó el primero y agarró sus leggins con sus uñas, arañándola sin consideración ninguna. Abrió los ojos y descubrió al primer tipo que vio en la playa, con su mentón morado por la patada que le había propinado. Al ser tan brusco con su ropa temió que se la rompería.

            —Por favor, White, tengo una petición importante —suplicó mirando al que la custodiaba.

            —Espera, bruto. ¿Qué es lo que quieres?

            El tipo se había bajado ya los pantalones y se disponía a subirse con ella a la piedra. Con una mueca de odio en la cara volvió a ponerse el pantalón.

            —Quiero que seas tú el primero —suplicó.

            Un ensordecedor rumor de silbidos desaprobó aquel deseo pero White se quedó fascinado y sonrió complacido.

            —Callad alimañas, sigo siendo el jefe aquí. Tiene sentido que sea el primero pues nadie más ha sabido respetarla como merece.

            Ignoró las quejas y el rumor popular y se puso frente a ella. Le bajó delicadamente los leggins, descubriendo sus bragas blancas y cuando llegó a los tobillos, al no poder sacarle la prenda por los grilletes, la dejó ahí. Luego cogió las bragas con la misma delicadeza y comenzó a bajárselas. Ángela le miraba suplicante, con aquella petición solo quería una cosa, y era que no le rompieran la ropa. Lo demás tendría que soportarlo.

            Prefirió no decir sus verdaderas intenciones ya que White la estaba cortejando con aquellos gentiles gestos y al contemplar su vagina abierta de par en par no la miró de la misma manera que un lobo a su presa aunque parte de su cordura se borró de su mirada y supo que no podría volver a hablar con él hasta que se corriera y la sangre regresara a su cerebro. Se subió sobre ella con ojos dolidos, como si temiera que otros pudieran hacerle daño, ni siquiera se atrevió a tocarla excepto con el pene.

            Que se subiera al altar con ella, con el pene erecto y con evidentes ganas de penetrarla era casi una tregua. Él no la maltrataría incluso podía hacerla disfrutar. No era alguien que le asqueara como el resto de aquella caterva, White era distinto al resto. Aun así no le gustaba la idea de que la violara de esa manera, podrían haberse acostado si hubiera demostrado ser buena persona, de fiar... Pero por su culpa estaba allí.

            —Si te hago daño, no dudes en avisarme —susurró a su oído.

            —Si me sacas de aquí, dejaré que me penetres el resto de tu vida —musitó ella de modo que solamente la escuchara él.

            —No es tan fácil. Si lo intento me matarán y a ti te violarán igual. Perdóname por apreciar mi vida.

            —No he dicho que lo hagas ahora —añadió ella, con media sonrisa—. Solo asegúrate de que sobreviva a hoy. Después, por favor, sácame de aquí.

            White movió el pene sobre la vagina de Ángela mientras se escuchaba el bramido y los gritos de los que esperaban turno. Cada arremetida que hacía le ovacionaban. La chica notó su vagina seca y le dolía aquel pene profundizando en ella. Por suerte White se corrió en la sexta penetración y su semen alivió las irritadas paredes vaginales. Después se bajó y el siguiente le apartó de un empujón antes de que pudiera subirse el pantalón.

            —Hola guapa —la saludó el de antes—. Esta vez nadie va a detenerme. Qué ganas te tenía, puta.

            —Me pregunto si conseguirás acertar dentro antes de correrte —le retó ella.

            —¿Eso crees? Te vas a enterar, voy a metértela tan adentro que te saldrá por la boca.

            Pero tal y como profetizó ella, en cuanto se bajó el pantalón y tocó con su pene los pelos de su vagina, se corrió abundantemente y cuantos lo vieron estallaron en carcajadas. Avergonzado se apartó y dejó paso al siguiente.

            —De qué os reís cabrones —se defendía, tratando de salvar el poco orgullo que le que quedaba.

            El siguiente era un hombretón de dos metros, musculoso, guapo, mentón ancho, rostro típico de soldado norteamericano, aunque vio en su cara que era virgen. Sí, resultaba muy evidente ya que se acercó sin saber cómo colocarse.

            —Eh, grandullón —le saludó con coquetería—. A ver si tú encuentras el camino.

            Ellos creían estar abusando de ella y con aquella actitud quería cambiar la situación de manera que se sintieran intimidados por su descaro.

            —Vamos, me estoy enfriando y hay muchos esperando. Te animas o qué —le reprochó con tono barriobajero.

            Con gran torpeza trató de penetrarla rozando su pene por los labios mayores, sin acertar en el blanco y finalmente logró metérsela dentro. Era un falo tan grande que consiguió excitarla a la primera. Al igual que con White, ovacionaron cada embestida y ella apretó los puños, sorprendida por su propio placer. ¿Estaba disfrutando? Seguramente la diversión no duraría demasiado, en cuanto llegara al décimo el dolor de su vagina la haría gritar. Aunque de verdad lo que más le estaba doliendo era que detestaba disfrutarlo y no sabía cómo evitarlo. Y para más humillación, cuanto más deseaba no sentir nada, se excitaba más deprisa. No quería regalarles a esos cerdos ningún gemido, ni muestra alguna de que le gustaba estar allí a su disposición.

            Antonio Jurado volvió a dibujarse en su mente, aquellas embestidas torpes, la sombra del hombretón, le recordó a él. Era el último con quien se había acostado voluntariamente. Paradójicamente, éste la acusó de forzarlo contra su voluntad, justo lo que le estaban haciendo a ella.

            El gigante se corrió dejándose caer sobre su pecho. El fervoroso público aplaudió su gesta y Ángela dio gracias de que sus embestidas fueran toscas y no la excitaran lo suficiente como para correrse. Lo mejor de esa última violación era que sintió gran cantidad de semen deslizándose dentro de su vagina, lo cual facilitaría la siguiente penetración.

            Quería llorar, pero se obligó a sí misma a ser fuerte. En su vida tuvo que superar pruebas terribles, esa sería otra más que añadiría un estigma más a su, ya de por sí, cicatrizada alma.

            Abrió los ojos para ver quién venía ahora. Un hombre lleno de tatuajes, fornido y de facciones orientales. Ya no le importaba realmente cómo fuera el sujeto, lo único que pretendía ver era el tamaño de su miembro. Al desnudarse suspiró aliviada. Era minúsculo.

            La penetró a la primera, sintió su falo con cierto cosquilleo (en comparación con el otro era minúsculo) y al estar tan mojada por el semen de los anteriores, ni lo sintió. Metió y sacó su pene varias veces hasta que se le puso bien duro y logró encajar en las paredes. Ángela se lo tomó como un descanso. Respiró hondo y esperó a que se diera por satisfecho.

            Sin embargo no se conformó con penetrarla, cuanto más se excitaba más nervioso parecía ponerse, cogió su blusa y se la rasgó hasta la mitad y dejándole los pechos al aire.

            —¡Pero qué haces! ¡Mi ropa no! —Gritó, furiosa.

            —¡Calla, zola! —La abofeteó con tal fuerza que se dio con la piedra un golpe y perdió el sentido.

            Se quedó inconsciente y cuando volvió en si vio sobre ella a otro hombre diferente. ¿Cuántos habían pasado ya? Deseo haber estado desmayada el tiempo suficiente para que ya no quedaran muchos.

            Al marcharse, miró a White, que se cubría los ojos como si no quisiera ver lo que la estaban haciendo.

            —Eh, colega —le dijo, la debilidad de su propia voz la asustó—. ¿Cuántos faltan?

            Al escucharla hablar vio alegría en su cara. ¿Temía que la hubieran matado?

            —No han pasado... Ni la mitad —respondió.

            —Por favor,... No tengo más ropa, que no me la rompan.

            —No te preocupes, en mi cabaña hay prendas de mujer —White le dedicó una sonrisa de lástima.

            Mientras hablaban ya tenía al siguiente encima, una mole de grasa que no podía ni verse el pene por la prominente barriga. Dedujo por su indumentaria que debía ser un cocinero, llevaba un delantal de cocina y un gorro blanco tan grasiento que era marrón.

            —Chicos, esto es una guarrada —se quejó asqueado—. Ya no se ve la raja entre tanto semen y sangre.

            Ángela no sentía su vagina. No sabía si preocuparse o alegrarse por la queja.

            —¿Y qué quieres que hagamos? Haberte puesto antes a la cola —protestó White.

            —Suéltala y dale la vuelta —pidió con rudeza—. El culo aun lo tiene limpio.

            White suspiró y la miró con resignación. Negaba levemente con la cabeza.

            «No llevan ni la mitad» recordó ella, desesperada.

            La dieron la vuelta. Al hacerlo se dio cuenta de que no tenía sensibilidad alguna en las piernas. Se las cogían y no sentía absolutamente nada, ni podía moverlas. ¿Le habían partido la columna mientras estuvo desmayada? Esa posibilidad la aterró. Al verse libre de manos y piernas pensó que podía haber escapado pero, ¿cómo iba a hacerlo? ¿Arrastrándose?

            La pusieron de rodillas con el culo en pompa y sintió el miembro de ese hombre entrando por su ano. Ya no sentía dolor, pero le dio tanto asco que se puso a llorar. Si antes creyó que podría superar cualquier cosa, se estaba dando cuenta de que aquello superaba con creces los límites más horribles que podía haberse imaginado. Además ahora que estaba paralítica, la muerte no le parecía una opción tan horrible.

            White vio sus lágrimas y notó que algo se encendía dentro de él. Un velo se rasgó en su interior y reaccionó.

            —¡Vamos, ya es suficiente! —empujó al cocinero, que se estaba corriendo sobre su trasero.

            Le ayudó incluso a subirse el pantalón y no dejó que se acercara nadie más.

            —¡Qué estás haciendo White! —Escuchó a los siguientes de la fila.

            —Se acabó por hoy. No quiero que la matéis, os dije que no la maltratarais. Joder sois unos animales.

            —¡Déjame a mí! —Protestó el siguiente de la fila—. Yo seré delicado, ni se va a enterar.

            —¡Basta! —Bramó el teniente.

            Le dirigió una mirada compasiva a Ángela. Ella asintió, tratando de contener sus lágrimas pero seguía sin sentir las piernas y eso la hizo desesperarse aún más.

            —¡Déjales! No quiero vivir —le dijo—. No como una paralítica. Acaba conmigo ahora si tienes un poco de compasión. Usa tu arma —suplicó con voz temblorosa.

 

 

 

Comentarios: 8
  • #8

    Alfonso (martes, 25 febrero 2020 02:07)

    Lyubasha, ya tenía tiempo que no te veía. Bienvenida de regreso.
    No creo que la chica del calendario tenga algo que ver. De hecho, si yo estuviera prendado de la chica del calendario y la llegase a ver un día, lo último que haría sería dejarla ir sin intentar ligérmela.
    Aunque es una buena teoría.

  • #7

    Tony (lunes, 24 febrero 2020 23:54)

    Espero que Yenny esté bien, hace tiempo que no comenta. Aunque puede que esté desconectada por el hecho de que se terminó la anterior historia. Tendré que mandar emails a los que están suscritos para animar a la gente a volver.
    Gracias por vuestros comentarios. Sin vosotros esta página no seguiría viva.
    Sobre todo, gracias por vuestras cábalas, hay cosas que no tenía pensado responder y que me estáis dejando claro que no puedo dejarlas pasar.

  • #6

    Lyubasha (lunes, 24 febrero 2020 15:29)

    De momento la historia está interesante, aunque al leer la parte anterior algo me decía que alguien iba a apiadarse de Ángela. Mi teoría es que White la ayudó porque cuando la vio con el machete le recordó a la chica que aparecía en el calendario de la sala ritual.

  • #5

    Alfonso (domingo, 23 febrero 2020 18:24)

    La historia va bien. Aunque me pregunto ¿dónde están las chicas? Sería interesante conocer su opinión. No creo haber visto a Vanessa o Yenny comentando últimamente.

  • #4

    Chemo (domingo, 23 febrero 2020 18:23)

    Yo pensaba que Ángela podría resistir la violación dado su historial de guarra, pero se quebró al final. Supongo que un evento como estos nunca se supera.
    Ojalá y la libere White. Aunque me pregunto: ¿por qué alguien tan desalmado como el líder de una tribu de violadores se apiadaría de Ángela, cuando no lo hizo con las chicas anteriores a ella? Habráque esperar la contuación para averiguarlo.

  • #3

    Alejandro (sábado, 22 febrero 2020 04:26)

    Esta parte pudo ser más cruda. He oído de casos en los que los violadores encadenan a sus víctimas en medio de un salón oscuro y abusan de sus tres hoyos al mismo tiempo sin parar. Incluso las han llegado hasta remover dientes y uñas para que no se puedan defender. Pero como es ficción, White, quien no se había apiadado de ninguna otra mujer anterior a Ángela, va a salvar a Ángela por alguna razón insospechada.

  • #2

    Jaime (jueves, 20 febrero 2020 14:50)

    No soy fémina, pero creo que estos casos, lo mejor es tomarlo de la mejor manera posible (con sarcasmo o humor) para evitar sentir humillación y pena, tal y como lo hizo Ángela al principio. Mientras más se piense en la violación, más dolor y desesperación vendrán. Aunque al final hasta Ángela se quebró ante la manada interminable de acosadores.
    También me ha dado curiosidad por saber por qué el teniente White intenta proteger a Ángela. Me imagino que él tuvo a una madre o esposa que fue brutalmente violada y la escena le recuerda el dolor que sintió en aquella ocasión.

  • #1

    Tony (jueves, 20 febrero 2020 13:43)

    No olvidéis comentar.