El vórtice

19ª parte

—¿Qué demonios es esto? ¿El país de las maravillas? —Se preguntó, a sabiendas de que Antonio no respondería. Al mirarle vio que tenía un gran chichón en la frente. Era una suerte ya que no pretendía explicarle por qué estaban tan lejos de la Tierra en lugar de ir a la guardería a buscar a su hijo. Si tuviera que escucharle lloriquear otra vez, tendría que volver a noquearlo.

            En menos de cinco minutos habían viajado hasta los confines del Sistema Solar, más allá de Neptuno, incluso de Plutón.

            Las señales luminosas indicaban un camino muy claro a través de aquel espacio lleno de luces móviles. A pesar de que había miles de vehículos circulando a su alrededor, iban a distancia suficiente como para ser similares a estrellas lejanas. Eso sí, con vida propia.

            —Si hubieran traído aquí a Alastor, ¿Dónde estaría? —Se preguntó.

            Se concentró tratando de localizar al viejo, esperando que quizás él la detectara y le diera alguna pista.

            «¿Has venido? —Le escuchó en su mente—. Te siento muy cerca. Debes darte prisa, me han dejado solo y no sé cuándo volverán.»

            —¿Alastor? —Preguntó pletórica—. Esto es inmenso, deberías decirme dónde estás.

            «Lo estoy intentando, he hecho un mapa mental del complejo Hercólubus y trato de que lo recibas junto con mis palabras»

            —¿Quieres decir que esto es una nave?

            «Es una base interestelar de los grises. Lo sé, es inmensa. Utilizan agua de combustible y la Tierra es de los pocos planetas del Sistema Solar que la tiene en estado líquido. Por lo que me han dicho, llevan aquí más tiempo que la raza humana. Usan nuestro planeta como gasolinera desde hace miles o millones de años. Pero lo que importa es que me encuentres. He tenido una conversación con ellos y me han dicho que no van a devolver a Fausta. Están haciéndole experimentos y siguen sin comprender su inmortalidad ni sus poderes de visionaria.»

            —Siendo tan avanzados, ¿no se han dado cuenta de que no tiene pulso? Es un cadáver.

            «Entiendo que no quieras el regalo que te he ofrecido, Ángela, pero no me ofendas —El tono del viejo se tornó ofendido—. La vida está sobrevalorada, todo el mundo se olvida de que es mortal. Nosotros somos dioses, y tú me devuelves esto como si fuera la misma lepra. Da igual, te estaba contando que les ofrecí un pacto, dominar la Tierra a cambio de un viaje a mi sistema de origen. Pero no les interesa. Dicen que está contaminada, que supondría demasiado esfuerzo conquistarla y tampoco lo necesitan. Tratan de alejarse de la humanidad cuando van a repostar sus naves. Algún piloto, o marineros puede llegar a sorprenderlos, pero nunca se quedan para que les hagan fotos. Al menos en las medidas de sus posibilidades. Solo se atreven a invadir lugares públicos cuando quieren llevarse a una persona que les interesa mucho, como Fausta. Lo cierto es que temen a nuestros soldados, no ya al EICFD, que han conseguido evitar alguna que otra abducción. Los más peligrosos son los comandos fantasma. Los americanos. Esos van donde aparecen y no les importa los daños colaterales, sueltan sus mantis, sus ciborgs y capturan grises vivos o muertos.»

            —¿Dónde estás? —Inquirió, harta de tanta explicación. Tenía miedo de ser interceptada y esa información no le importaba demasiado ya que la conocía de primera mano.

            «Te estoy mandando el plano que tengo en mente. Concéntrate.»

            Tal y como le decía reconoció la inmensa mole rodeada por un campo de energía en la que estaba metido un sistema de millones de planetas y estrellas menores, mucho más pequeños que la Luna y en uno notó la presencia de Alastor. Era una especie de desierto continuo. No estaba encerrado, simplemente le dejaron allí sin modo de escapar.

            —Demasiado fácil, ya lo sé, querido.

            Cuando se metía en problemas, solía escuchar la vieja voz de su mentor, Frank, y esta vez se adelantó al decirlo ella.

            «¿Con quién hablas?» —Preguntó la voz de Alastor.

            —Locuras mías. Voy para allá.

            Puso rumbo a aquel diminuto planetoide. Al aterrizar miró al cielo y distinguió un punto de luz, como una estrella de un gran resplandor, que iluminaba el entorno con un color azulado semejante al brillo de una generosa Luna llena.

            Activó los escudos ópticos de la nave y saltó de su asiento. Se dirigió a la puerta con la mano del alienígena, como llave. Antes de abrir la plancha de acero se acuclilló junto a Antonio y le tocó el cuello. Sus latidos golpeaban la arteria Carótida con fuerza.

            —No te vayas a despertar antes de que vuelva —le dijo, como si fuera a hacerle caso—. Te volverías loco.

            Puso la mano muerta sobre el sensor del lateral de la puerta y la plancha de acero se elevó a gran velocidad. Afuera vio los cuerpos sin vida de los soldados que trataron de matarles.

            Los arrastró sin esfuerzo fuera de la nave y los dejó junto al portón de la entrada.

            Cuando terminó la faena, fue hacia donde Alastor indicaba que estaba. Ni siquiera se había molestado en acercarse al ver llegar la nave. Se lo encontró sentado con las piernas cruzadas y mirando al cielo como un asceta.

            —Veo que no te han tratado tan mal. Te han regalado un planeta para ti solo.

            —¿Eso crees? —Respondió—. Ja, esto es una cárcel.

            Se levantó con pesadez y se acercó a ella sonriente.

            —Antes de nada, y dado que no hay testigos por aquí cerca, sácame este veneno de dentro antes de que sea tarde.

            —¿Has bebido sangre estos días? —Preguntó, socarrón.

            —Ni de coña, sé que habría sido imposible volver a ser humana.

            —Increíble —replicó, asombrado—. ¿Qué es tan fuerte que te ata de esa manera a la vida?

            —No es de tu incumbencia. Hicimos un trato, te traje la nave y tú me sacas esta mierda.

            —Soy un hombre de palabra. Pero, ¿no leíste las aventuras del rey mono? La muerte es para los estúpidos que no buscan el modo de remediarla. Creí que serías más inteligente y captarías la indirecta.

            —Sí, seguro que a los niños y a los que les gusten los mangas japoneses les resultará la mar de interesante. A mí no me va —replicó hastiada.

            —Dámelo —pidió, estirando el brazo—. Ve quitándote la ropa, tengo que penetrarte de nuevo si quieres que te saque mi regalo.

            Ángela negó con la cabeza.

            —Me lo dejé en casa. Cuando regresemos te lo daré.

            Se quitó su traje de grafeno hasta las rodillas y quedó completamente desnuda ante el viejo. Éste la miró de arriba a abajo, sonriente.

            —Que preciosidad, eres una diosa. En cuanto te quite mi regalo volverás a ser como antes. ¿Estás segura de esto? Porque si sigues adelante no pasará un día sin que te arrepientas. Y no volverás a tener la oportunidad.

            —¿De qué me sirve ser una tía buena si mi vagina tiene menos sensibilidad que un ratón informático? —Se burló Ángela.

            —Entonces, una de tus razones para ser una mujer de nuevo es porque añoras el sexo —trató de matizar Alastor.

            —Te dije que no es de tu incumbencia, pero podría decirse que sí.

            —Bien, lo mismo me dijo mi hija Neftis, lo respeto. Cada cual elige sus caminos y se hace dueño y esclavo de ellos.

            Alastor se puso en pie y se quitó el cinturón, se bajó el pantalón y mostró su tieso falo esperando ansioso a penetrarla. Ella se tendió en el suelo y se abrió de piernas, un tanto asqueada. Pero no tenía miedo, al fin sería humana de nuevo y sabía que esa cosa no le dolería al entrar. Además Alastor no debía sentir placer con toda esa oscuridad recorriendo su cuerpo.

            —Me gustaría contarte de dónde saqué tan magnífico pene. Siempre está erecto y listo para penetrar. En realidad no es mío, se lo robé a uno de mis hijos. Quizás hayas escuchado la leyenda de Osiris.

            —Lo siento, no me gustan los cuentos chinos.

            Alastor soltó una risotada.

            —Es egipcio.

            Ella le ignoró.

            Mientras hablaba Alastor se lo acariciaba como un tesoro, se puso saliva en el glande y sonrió. Al fijarse en el falo Ángela se dio cuenta de que no podía ser suyo, él tenía piel pálida y el pene oscura. Ella coleccionaba dildos enormes, largos, suaves, ásperos, gruesos... Ese era mayor que todos ellos. Sin ser monstruoso, sin duda le faltaba poco para serlo. Hinchado y lleno de venas superaba los veinticinco centímetros de longitud y entre tres y cuatro de grosor. A pesar de su aspecto, Alastor lo tocaba sin la menor muestra de placer. Supo que lo llevaba cosido a su cuerpo y era incapaz de sentir nada.

            El viejo se echó sobre ella y se lo enchufó con fuerza. Se acoplaron sin el menor placer o sensación por ninguna de las dos partes. No hizo embestidas, simplemente se concentró y ella notó que el veneno se movía dentro de sus entrañas, su cabeza, sus brazos, su pecho, sus pies.

            Ángela comenzó a notar calor, el cuerpo de Alastor subió repentinamente de temperatura y ella sudó mientras sus músculos se contraían y notaba que las fuerzas se le escapaban. Todo aquel líquido que brotó de su piel corrió con voluntad propia hacia el viejo y éste lo absorbió a través de sus poros.

            Al terminar, extrajo el pene de su vagina, que aún estaba insensible y declaró, orgulloso.

            —Ya está hecho.

            Ángela le miró con desconfianza. La oscuridad elemental no había sido absorbida por su pene sino por todo su cuerpo. ¿La penetración fue necesaria?

            —No necesitabas penetrarme... Eres un cabrón. ¿Por qué lo has hecho?

            —Desde luego no iba a dejar pasar la oportunidad, ya que estabas tan dispuesta. Ahora que no puedes escudriñar mis pensamientos te confesaré que, a diferencia de los vampiros, yo sí siento este miembro y ni te imaginas el placer que me da.

            Ángela se vistió de inmediato, sintiéndose insultada.

            —Eso es mentira, no sientes nada. ¿Crees que soy estúpida?

            —Ah, pero no me refiero a una sensación física. Es... Como levantar una copa para un futbolista que gana un campeonato. Penetrarte es un logro personal, haberlo conseguido dos veces, con tu consentimiento, es un gran premio para un viejo que no puede aspirar ya a las preciosas jóvenes que veo desfilar ante mis ojos y ya no me desean. Pero mírate ahora. Con esa cicatriz... Esas arrugas, tus canas… Qué lástima, eras perfecta. Fue tu decisión, espero que haya valido la pena.

            —Solo tengo treinta años, ¿De qué hablas estúpido?

            —Desde luego, no tienes dieciocho —se burló Alastor con media sonrisa.

            Ángela terminó de vestirse, avergonzada y queriendo abrir varios boquetes en la cabeza de ese cerdo, pero se contuvo. Aún le necesitaban en el EICFD, si es que quedaba alguien vivo, y a pesar de todo, la había curado del vampirismo. Se sentía en deuda con él porque sin su ayuda jamás habría sobrevivido al Vórtice.

            —Vamos a la nave, nos regresamos a casa.

            —No, preciosa, siento comunicarte que tengo otros planes.

            Al decir eso aparecieron de repente dos grises de los corpulentos y feroces y la sujetaron por los brazos.

            —¿Qué has hecho? —Preguntó, furiosa.

            —Les dije que si no querían la Tierra, podía darles una mujer extraordinaria y fértil para sus experimentos. Parece que les gustó más conocerte que conquistar el planeta. ¿No querías salvar el mundo? Enhorabuena, tú les interesas mucho más. Buena suerte.

            Dos grises (de los desnudos y pequeños con ojos negros enormes y un tremendo cabezón), se aparecieron junto a Alastor, le cogieron por las manos y desaparecieron tras una cortina de luz. ¡La había traicionadoEse maldito cerdo!

            Al ver que uno de los gigantones iba a pulsar el botón de su brazalete, dio un fuerte tirón y se soltó de ellos. A verse libre tan fácilmente ellos trataron de cogerla de nuevo, eran fuertes pero demasiado lentos. Logró evitar sus manos aprovechándose de lo resbaladiza que era la "piel de Superman" y cuando se puso en pie corrió cuanto le permitieron sus piernas para poner distancia de por medio.

            Llegó a la nave y esta vez sí, cerró las compuertas. Le sorprendió lo mucho que le cansó aquella carrera, acostumbrada a no cansarse jamás. Los gigantones venían cerca y tratarían de abrirla a golpes si era necesario, no podía permitir que estuvieran en la nave cuando despegara. Escuchó su llegada en el exterior, como tambores lejanos.

            Llegó a la sala de mandos y se deslizó por el suelo hasta acoplarse en el asiento de pilotaje. Esta vez notó en sus caderas el impacto y le dolió.

            Antonio seguía sumido en un profundo y pacífico sueño.

            —Espero que nos dejen salir igual que nos permitieron entrar —suplicó como si Frank, o quien pudiera escucharla, la quisiera ayudar.

            Elevó la nave y vio a los gigantes grises seguirla con la mirada en el exterior.

            Puso rumbo hacia la salida por la que habían entrado. Esa maravilla se manejaba muy bien y en seguida se puso a la velocidad del rayo. Vio que varias naves se giraban hacia ella y trataban de interponerse en su camino, esquivó fácilmente a una de ellas, que la disparó en el centro y el platillo tembló, por un momento perdió la protección electromagnética del escudo óptico. La otra nave se había plantado delante y la tuvo a tiro. Pulsó el botón de disparo y brotó un relámpago tan terrible que volatilizó al objeto hostil en millones de diminutas estrellas. El escudo se restableció y pudo continuar camino hacia la Tierra.

            —Esos enanos cabezones no esperaban que supiera manejar tan bien esta maravilla —susurró, sonriente.

 

 

 

 

            Cuando regresaron al Himalaya se quedó flotando a dos mil metros de altitud sobre las rocas y se miró las manos. Temblaban de excitación, de miedo, de alegría de saber que había logrado escapar. Esas sensaciones que tanto añoraba estaban de vuelta. Antonio comenzó a moverse. Se levantó para ayudarle a levantarse.

            —¿Estás bien? —Preguntó—. La próxima vez que te diga "sujétate", por favor, hazme caso.

            —Creo que me he roto el cráneo —protestó él, dolorido.

            —No, sólo tienes un par de chichones. Levanta.

            —Vaya, y tú como siempre, ilesa. Desde luego eres increíble, estamos vivos gracias a ti —musitó él con emoción.

            —¿No me ves distinta?

            Antonio la miró a los ojos con una cierta turbación. La examinó de arriba a abajo un segundo y en seguida dejó de mirarla.

            —¿Tú? Estás tan guapa como siempre. ¿Qué ha cambiado?

            —Gracias —respondió sonriente.

            Ángela puso los ojos en blanco. Una de dos, estaba enamorado de ella o necesitaba gafas.

 

 

 

            Recogieron a los tres supervivientes (que no eran otros que Abby, John y Tomás) y regresaron a la base. Antonio llegó con tiempo de sobra para recoger a su hijo pero no hacía más que repetir que ese trabajo era demasiado peligroso y no quería continuar.

            Abby le espetó que el EICFD ya no existía si no tenían un Halcón, ni un comandante, que no se preocupara por volver a la acción porque se habían terminado las misiones. Nadie le preguntó a Ángela cómo sabía pilotar tan bien la nave. No tenían ni idea de que la había llevado de paseo a más distancia de lo que el ser humano logró enviar sondas espaciales, y tan solo en unos pocos minutos.

            —Tienes que entregarla, es demasiado valiosa —le restregó John, como si fuera la voz de su conciencia—. Pero creo que el comandante ha muerto. Solo te pido que si un día volvemos a necesitarla... No nos des la espalda.

            —Descuida, musculitos, si algún día es necesario, seré yo quien vaya a buscaros a casa para ayudarme.

 

 

            No le gustaba demasiado la idea de quedársela. Los grises la encontrarían si seguían su ubicación. No quería que esos alienígenas pudieran localizar su casa. Decidió dejarla oculta por su escudo de alta frecuencia a pesar de que ahora sabía que ellos podían encontrarla desde Júpiter al activarlo. Sin embargo allí era más peligroso que alguien mirara sobre el tejado de aquel restaurante de la Casa de Campo y encontrara esa mole, tan grande como una plaza de toros, flotando a la vista de todos.

            Luego, con su moto volvió a su casa. Al llegar se dejó caer en la cama y se quitó el traje de grafeno. Le costó Dios y ayuda sacarse el pantalón. Estaba sudando por el calor y los nervios que tuvo que soportar. Era una desagradable sensación que mientras estuvo muerta no sentía.

            Se fue a la ducha y se refrescó media hora bajo una cortina de agua helada. Se palpó los pechos, la vagina, por fuera y por dentro, aplicándose una buena cantidad de jabón y tras secarse se llenó de aceite de oliva virgen el cuerpo, incluido su cabello y sus orificios inferiores. Después de hacerlo sintió que su piel estaba realmente limpia de todo lo que la tocó durante los últimos días.

            Notar su cuerpo rehidratado hizo que su lívido se subiera por las nubes. Volvió a su cama. Se dejó caer y se tocó los pechos recreándose en el placer de sus dedos deslizándose por su piel. Después se llevó la mano izquierda a su vagina y palpó los pelos, frescos y suaves, antes de llegar a la carnosa apertura impregnada de aceite. Entre los dedos índice y corazón deslizó su clítoris, resbaladizo también por sus propios fluidos, y su pulso se aceleró. Se contrajo de pies a cabeza al notar su clítoris totalmente sensible y sano. Recordó la violación y quiso masturbarse como nunca lo había hecho, para recordar lo bonito que era el sexo consentido.

            Con ayuda de unos juguetes, que guardaba en el segundo cajón de su mesilla de noche, (su colección de dildos y bolas chinas) en pocos minutos terminó corriéndose. Con la garganta seca se quedó tendida en la cama y se durmió profundamente con las piernas abiertas, la vulva empapada, los dedos pringosos y el dildo que se quedó dentro, se salió de su vagina, deslizándose por ella.

 

 

Comentarios: 6
  • #6

    Vanessa (jueves, 23 julio 2020 20:34)

    ¡Qué bien! Espero que la parte final nos deje con deseos de más.

  • #5

    Chemo (miércoles, 22 julio 2020 23:32)

    Yo esperaba una orgía pero no estuvo mal esta parte. Para la próxima parte debería invitar a Antonio y John a jugar con ella, para cerrar con broche de oro.
    Lo bueno es que Ángela ya no es una vampiresa.

  • #4

    Alfonso (miércoles, 22 julio 2020 00:24)

    Parece que a Yenny se le antojó Alastor. Jajaja
    Lo bueno es que Ángela nunca cambiará, a pesar de todo.
    Lástima que la historia esté llegando a su fin.
    Habrá que esperar que Ángela seduzca a Antonio en la parte siguiente.

  • #3

    Yenny (martes, 21 julio 2020 04:24)

    Leo esto mientras estoy a punto de dormir pero me siento tentada por ir a buscar una cinta para medir y ver cuanto es 25 cm y 4 de grosor..
    Ese Alastor es un bribón al querer aprovechar la situación jeje.
    Sinceramente la imagen es algo sugerente pero no llega a ser algo vulgar o inapropiado asi que no veo porque sacarla, de paso creo que a mas de uno le va a gustar mucho.
    Entonces se supone que Alastor se queda con los grises en esta parte, pero se le ve mas adelante o se queda en su cárcel?? Eso me confunde, no recuerdo si se le ve mas adelante.

  • #2

    Jaime (martes, 21 julio 2020 04:06)

    Quien diga que una violación en masa deja un trauma psicológico a quien la padece es porque no conoce a Ángela Dark.
    Me pregunto de qué página XXX sacó Tony esa imagen. Aunque estaba mejor la Ángela Dark de la foto de la moto.
    Por cierto, con todo el poder que tiene Alastor, ¿no le sería más fácil robarse una nave de Hercólubus y escapar de ahí?
    Espero que no tarde en publicarse la siguiente parte.

  • #1

    Tony (martes, 21 julio 2020 03:13)

    No os perdáis la próxima parte. Traerá el final de este relato aunque todos sabéis que las aventuras de Ángela Dark no se terminan aquí.
    Si alguien considera esta última imagen inapropiada, no tengo problemas en retirarla.
    Pero es parte del diario, igual que la foto de la moto.