La chica de las sombras

17ª parte

            Pasaron la tarde en un parque donde podía verse la puesta de Sol. A pesar de que estaban rodeados de jardines y estaban dejando a Thai para que olfateara todo lo que quisiera, la perrita no se movió de su lado, se subió a las piernas de Isabel y se dejó caer para echar una siestecita mientras ellos dos se abrazaban y se dejaban envolver por la niebla rojiza del anochecer.

            Esa noche volvieron a hacer el amor, durmieron abrazados y, por momentos, Isabel lloraba sabiendo que todos esos recuerdos maravillosos se borrarían pronto de su cabeza. Efrén se quedó dormido y ella luchó con todas sus fuerzas para no hacerlo. No quería despertar habiendo olvidado todo. Thai dormía en la alfombra y bajó la mano para acariciarle la cabecita. Veía el contorno de sus orejitas negras recortada contra el color claro de fondo.

            Su mano rascó el pelo de su cabecita y luego rozó algo suave. Como la mano de un niño que debía estar acariciándola también. Isabel se asustó, dio un bote en la cama y encendió la luz inmediatamente. Los ojos tardaron demasiado en acostumbrarse a la luz y cuando al fin pudo ver algo vio que Thai le movía la cola graciosamente pero no había nada más. No había sombras o, al menos, se habían escondido muy deprisa.

            - ¿Qué ha pasado? - preguntó Efrén, somnoliento.

            - No estamos solos - respondió ella, con voz temblorosa.

            - No hay nadie, es solo una pesadilla - explicó el chico, que solamente se dio la vuelta en la cama y siguió respirando fuerte.

            - He tocado la mano de un niño - dijo ella, con evidente nerviosismo.

            Efrén se volvió hacia ella con el ceño fruncido.

            - ¿Cuándo?

            - Ahora mismo. Estaba acariciando a Thai, y noté que otra mano pequeña también la estaba acariciando.  

            - No digas tonterías, sería la cortina

            - ¡Te juro que no miento!

            - No digo que mientas.

            - Entonces busca a esa maldita sombra y deja de discutir conmigo, ¡maldita sea!

            - Genial, si está debajo de la cama, ¿cómo voy a verla? Es invisible, y está al cobijo de otra sombra... Podría estar en cualquier lado.

            - ¿Y serías capaz de volver a dormir sabiendo que hay una de esas cosas en nuestro cuarto?

            - Lo siento, tienes razón... Hay que encontrarla o asegurarnos de que no está en ningún lado. Pero, si es un niño y estaba acariciando a Thai... ¿No crees que no debe ser peligrosa? Quiero decir que podía habernos hecho daño cuando estábamos a oscuras y no lo hizo, simplemente acarició a Thai.

            - No me importa las intenciones que tenga - replicó Isabel -. No estaremos seguros hasta que no examinemos cada rincón de la casa.

            Efrén asintió, convencido. Ella tenía razón, debían chequear cada esquina, cada sombra, cada armario, cada ventana detrás de las cortinas y estar atentos por si veían una sombra que no debía estar ahí.

            Ella cogió la escoba y él una fregona. Pasaron por toda la habitación los palos, recorrieron toda la parte de abajo de la cama y fueron estrechando el cerco hasta la puerta de la habitación que estaba cerrada. No quedaban sombras que investigar y la luz irradiaba la puerta de modo claro, sin interrupciones.

            - ¿Ahora estás más tranquila? - preguntó Efrén.

            Isabel suspiró aliviada. De alguna forma, la sombra se había marchado sin abrir la puerta ni la ventana pero era obvio que no estaba allí.

            - Antes fuimos a la cocina a por la escoba - pensó Efrén en voz alta -. Pudo salir de la habitación entonces.

            - Y pudo salir de casa en todo este rato.

            - Deberíamos rastrear toda la casa, por si las moscas.

            - Estoy de acuerdo - apoyó Isabel.

            Siguieron el mismo método saliendo de la habitación y cerrando la puerta. Chequearon cada rincón oscuro y no encontraron nada. Llegaron al baño y después de mirar detrás de la mampara de la ducha vieron que había un mensaje escrito en un espejo con lápiz de labios marrón.

Devuélvenos a Shadow,

Kathleen

 

            Isabel miró a Efrén, con cara de espanto. No por miedo a que les pasara nada sino porque eso confirmaba que había una sombra con ellos y que querían que les devolviera a Thai. Solo pensar en separarse de ella le parecía un sacrificio que no podía asumir.

            - Thai se llama Shadow - dedujo Efrén.

            - ¿Y quién demonios es Kathleen? - preguntó Isabel, histérica.

            - ¿Será una firma?

            Siguieron inspeccionando toda la casa hasta que no quedó ni un ricón por comprobar. No encontraron nada.

            - Hemos dejado a Thai sola en la habitación - recordó Isabel, asustada.

            Corrió hacia allí y abrió la puerta de golpe. El ruido asustó a Thai, que ladró desde su alfombra. Cuando la vio a ella se acercó, contenta y moviendo la colita. Isabel la cogió en sus brazos y le hizo carantoñas.

            - No hay nadie. Alguien se ha tomado muchas molestias para decirnos eso - dijo Efrén -. Espera un momento, a lo mejor me equivoco pero ¿No te da que pensar? Quiero decir, unas sombras matan, otras vienen a ver a Thai y parecen inofensivas... Es obvio que no podemos pensar en ellas como enemigos. Al menos no en todas ellas. No son malas por ser sombras, ¿me entiendes?

            Isabel se lo quedó mirando, horrorizada.

            - Tenía razón, tú eres amigo de ellas.

            - ¡No! - Efrén se llevó las manos a la cabeza -. Escucha, esa niña, Kathleen, solo quiere lo mismo que tú, a su perrita. ¿Qué culpa puede tener una niña?

            - Es una sombra - explicó Isabel, furiosa -. ¿Necesitas saber más?

            - No somos asesinos, Isabel. Nosotros somos los buenos. No te ciegues pensando que todas las sombras son igual de culpables.

            - No vi que ninguna sombra tratara de salvarme en aquel altar. Solo tú luchaste por mí.

            Efrén sonrió y se acercó a ella, cariñoso.

            - ¿Tú dejarías que entraran los niños a un ritual así? - preguntó.

            - ¿Y qué quieres que hagamos? ¿Debo sacrificarme yo por salvarles? ¿Es eso?

            - Noo - Efrén no pudo completar su argumentación y se mordió la lengua. No había pensado que solo había dos soluciones para resolver el problema. Acabar con las sombras o que Isabel muriese sacrificada.

            La chica se asomó a la ventana y vio que la Luna estaba totalmente redonda. Ya era Luna llena.

            - Mira esto - le invitó, con urgencia -. Ya es luna llena, debemos ir a la mansión ahora.

            - ¿Qué? - Efrén negó con la cabeza -. Mira, todavía no lo es, no se ve el halo a su alrededor.

            - ¿Qué importa eso? Está completamente redonda. Y está amaneciendo ya, tenemos que ir hoy.

            - ¿Y los refuerzos? El detective no llega hasta mañana.

            - ¿En serio crees que supondrán alguna diferencia? - argumentó ella -. Son cientos. Dos personas no son refuerzos, Efrén. Necesitaríamos al ejército para sentirme más segura.

            Efrén negó con la cabeza, vencido y sin poder discutir más con ella. Cualquier otra réplica podía suponer que ella perdiera la poca confianza que le quedaba con él.

            - Ese hombre sabe lo que hace y ya hemos visto lo que nos puede pasar si volvemos.

            - Tenemos la Luna llena de nuestro lado - argumentó ella y no sé cuánto más voy a seguir siendo yo. No quiero olvidarlo todo, Efrén, no sin resolver el asunto.

            - ¿Y qué podemos hacer? - preguntó él, impotente -. ¿Vamos con dos machetes y nos liamos a cortarlos? Ni siquiera creo que matáramos a esos dos de la piscina, si son inmortales habrán despertado. Somos como dos gusanos en un anzuelo, no podemos hacer nada.

            - Tenemos a Shadow - dijo ella, señalando a Thai.

            - Vamos, tú y yo sabemos que solo Kathleen desea que devuelvas a Thai. En todo caso ella y sus padres. ¡El resto quiere verte morir en ese altar!

            - ¿Y no es lo que tú quieres también?

            - ¡No, por Dios! - gritó Efrén -. Estoy de tu lado. Vamos, Isabel, no pienso dejar que te hagan daño, antes dejaría que me mataran a mí.

            Isabel miró al suelo y sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas.

            - No tengo donde ir... Cuando vine a Londres no planeaba volver, quería morir aquí, acabar con todo, acabar conmigo misma. Ahora no sé qué otra manera hay de terminar con esto, Efrén. Tú eres un estorbo, no debería haberte conocido. Debo ir... Por eso no quise conocerte. Maldita sea, ahora pienso en que podríamos intentar llevar una vida, con tu ayuda podría encontrar un trabajo de cualquier cosa, podríamos llegar a casarnos, tener una familia... Hay tantas cosas que ahora deseo hacer... Pero si no resolvemos el problema, no podremos ser felices.

            - Hazme caso - dijo Efrén, cariñosamente -. Esperemos a ese hombre. Él sabe lo que hace y, vamos, sé sincera... ¿Tú sabes qué hacer?

            - No soporto esto, si esperamos hasta esta noche podrían venir más.

            - Ya, pero esta noche que viene será Luna llena e iremos nosotros a ellos.

 

Continuará