La chica de las sombras

1ª parte

 

            Cuando Isabel cumplía los dieciocho estaba sola. La gente que la veía por la calle se preguntaba cómo una chica tan mona llegaba a ser una vagabunda. Su vida había sido muy difícil y solo la limosna de la gente le permitía subsistir.

            ¿Cómo había llegado a eso? Se preguntaba ella.

            Todo empezó cuando sus padres fueron a vivir a una vieja mansión en Londres. En aquel lugar encontraron una maldición que les había acompañado hasta que destruyó su familia. Después de que unas sombras casi matan a sus padres en aquella lujosa mansión, antes de nacer ella, lograron escapar y la quemaron pensando que así acabarían con el mal que habitaba en ella. Parecía que todo había acabado, ella nació, creció, fue al colegio, eran una familia feliz y normal. Su madre parecía preocupada y se asustaba cada vez que veía una sombra y no sabía de qué era. Un día empezó a ver sombras en el colegio y éstas la asustaban. Era como si hubiera niños invisibles que hacían como si mataran a sus compañeros de aula. Ella les avisaba que corrieran, que había algo ahí, pero los niños lloraban y por su culpa la castigaron. Decían que asustaba a los demás niños. Como no quería volver a ser castigada, no le dijo a la profesora que las sombras estaban en la clase cuando todos se fueron al recreo. Seguramente no le harían nada, sólo eran sombras. Pero se dio cuenta de que tenía mucho aprecio a aquella profesora, se había portado muy bien con ella antes de que la castigara y corrió desde el patio para avisarla de que tuviera cuidado y se alejara de las sombras.

            Cuando llegó tenía varios lápices clavados por todo el cuerpo y estaba agonizando. Su grito alertó a los demás profesores. Estos no dudaron en culparla por ser la niña loca que decía ver fantasmas. La detuvieron y su madre consiguió sacarla de la prisión de menores. Cuando volvieron a casa las sombras atacaron a su padre y, delante de ella y su madre, lo mataron.

            Desde entonces su madre había estado desequilibrada. Le asustaba todo y a menudo la culpaba a ella de todas esas desgracias. Decía que tenía el mal dentro de ella, pero luego la abrazaba y decía que era su hija y la quería mucho. Con el tiempo fueron recuperándose. Thai tenía mucho que ver en ello, era una perrita negra de carácter alegre con ellas pero muy cascarrabias con el resto de la gente. Solo con su familia se llevaba bien, era como si supiera a quién tenía que gruñir y a quien no.

            Una hermana de su padre vivía en la misma ciudad, al igual que sus abuelos y con ellos se llevaba de maravilla. Sin embargo con los vecinos parecía un pequeño demonio de tasmania. No dejaba que nada, ni nadie se acercara. Odiaba a los gatos y solo algún qué otro perro de cola peluda era bienvenido en sus paseos.

            Recordaba con cariño a esa perrita, era como si tuviera poder de alejar las sombras. Por eso en el colegio mataron a la profesora, por eso mataron a su padre. Al haber estado tan asustada, su madre no dejó que Thai durmiera con ella esa noche. Cuando su padre fue a acostarla, las sombras aparecieron y lo mataron... Al menos su madre llegó a tiempo para ver que no había sido ella ya que no estaba segura de que fuera inocente.

            Su padre murió por esas malditas sombras.

            Después de aquello su madre quiso dormir en la misma habitación que ella para que Thai pudiera proteger a ambas.

            Durante un tiempo, creía que podía ver a su padre. El trauma de todo lo sucedido debió hacerla enloquecer ya que no entendió hasta varios días después, que su padre estaba muerto. Ella lo veía en casa. Le sorprendía que no hablara, que no se acercara a su madre a consolarla y un día se lo echó en cara.

            - ¿Cómo es que no la intentas consolar? - le preguntó -. Dice que has muerto, pero yo te veo aquí con nosotras.

            Entonces su padre, en lugar de responder, desapareció como si fuera un sueño y no lo volvió a ver más.

            Con su marcha, Selene, su madre, comenzó a perder la cordura. Una mañana, al despertar, la sorprendió mirándola con una expresión de odio indescriptible. Aquello debió ser una señal para ella pero creyó que tenía razones para odiarla. Se sentía culpable por la muerte de su padre y la profesora, por lo que su madre también la culpaba.

            Un día no despertó, su madre le había cortado el cuello y perdió completamente el juicio. Por suerte para ella, Selene había llamado a la policía para que la encerraran por matar a su hija y llegaron a tiempo para salvarla. No había cortado por completo la arteria carótida y eso hizo que aguantara más tiempo viva.

            Pero aquel día se quedó sola, su madre nunca la fue a ver al hospital porque la encerraron en un manicomio de alta seguridad.

 

            Se fue a vivir con su tía, que habían ido a casa a recoger a Thai ya que la tenían en gran estima. No sabían la edad que tenía la perra, cuando la encontraron en Londres que ya parecía viejita y de eso habían pasado más de quince años. Se quedó con sus primos y durante meses no ocurrió nada.

            Hasta que, unos años después, las sombras la encontraron de nuevo. Thai podía mantenerlas lejos de ella pero su tía no estaba segura y lo peor de todo era que ella no veía sombras, sino a los propietarios. Un día la escuchó llorar histérica y explicarle a su tío que se estaba volviendo loca. Que veía a unos monstruos sin piel caminar por la casa, cuando menos se lo esperaba mientras miraba a través de los espejos. Eran seres humanos quemados y caminaban por la casa como si buscaran algo. Cuando se volvía, no veía nada. Pero le había pasado varias veces y cada vez que los veía tenía una crisis nerviosa que le duraba una semana.

            No quiso contarles nada de las sombras, pensó que quizás eran otra cosa, pero pronto se destapó la verdad cuando Thai se puso a ladrar al vacío y su tía, asustada, usó un espejo de maquillaje para ver que estaba ladrando a uno de esas criaturas despellejadas. Estas retrocedieron por sus ladridos hasta que Thai las echó de casa. Cuando se lo contó a su marido, a sus hijos y a ella, no pudo mantener más el secreto.

            - Thai nos ha protegido siempre - les explicó -. En Londres empezaron a acosarnos unas sombras que no nos han dejado tranquilos desde entonces. Ellas fueron las que mataron a mi padre, por su culpa enloqueció mi madre y por eso trató de matarme.

            Al día siguiente su tía la echó de casa para que no volvieran esas sombras. No le importó que llorara desesperada diciendo que no tenía a dónde ir. Trató de irse a vivir con sus abuelos pero estos estaban al corriente de todo y no se atrevieron a aceptarla. Su tía le gritó que ya era mayor de edad, que podía cuidarse sola. Le ordenó que no volviera y lo peor de todo fue que no la dejó quedarse con Thai. Estaba tan asustada que se la quedó. La pobre perrita no sabía lo que pasaba y cuando se marchó y la vio por última vez, estaba agachada y con el rabo entre las piernas, pensando que quizás discutían por su culpa. No podía juzgar a su tía, el terror que debió vivir... Aún así no podía perdonarla. Juró que un día volvería y se llevaría a Thai.

 

            Tardó una semana en conseguir ganarse la vida en la calle. Al principio nadie le daba nada, tenía pinta saludable y nadie creía que no tuviera donde dormir. Fue sobreviviendo como pudo, buscando comida en los cubos de basura y por ende, acabó apestando. Sus ropas estaban hechas un asco y se puso los andrajos que encontraba, aunque le quedaran grandes. Fue entonces cuando empezó a ganar suficiente para comer bien a diario, la gente no daba limosnas a las chicas bien vestidas.

            Un día, pidiendo en el metro, un chico la abordó con brutalidad. Se acercó a ella y la empujó con todas sus fuerzas haciéndola caer de espaldas contra el suelo. Lo más doloroso no fue el golpe sino los amigos del chico, que se reían a carcajadas por lo que había hecho éste.

            - ¡Vete a trabajar, vaga! - le gritó, mirándola con prepotencia y alejándose de ella.

            Fue la primera vez, no fue la última que la gente la despreciaba. La pisaban, la apartaban con brusquedad, la robaban si se quedaba dormida pidiendo... El mundo de la calle era un asco y cualquier día alguno trataría de hacerle algo mucho peor. Su situación era crítica y cada día odiaba más y más a la gente que pasaba de largo sin mirarla. Al menos eso, que supieran que existía, que se moría de frío y hambre y que necesitaba ayuda. Los que le daban algo a veces ni la miraban, abrían sus monederos y dejaban caer una monedilla, céntimos que no valían para nada. Estaba tan cansada y desesperada que a veces, cuando llevaba días sin comer, cuando alguien le daba calderilla, se la tiraba a la cara y escupía.

            Algunas mujeres mayores pensaban que era una bruja cuando hacía eso y las había escuchado decir que había echado un mal de ojo a esas "pobres personas que trataban de ayudarla". Si de verdad hubiera tenido poderes de bruja, el mal de ojo se lo habría echado a ellas.

 

            Esa era su vida. Era una vagabunda con una espeluznante cicatriz en el cuello y que sobrevivía en la calle como podía. No duraría mucho así, pero al menos, al no estar quieta en ninguna parte y moverse cada día de una estación de metro a otra, de un cine a otro, las sombras no habían vuelto a encontrarla más.

            Puede que muriera enferma, de hambre o porque alguien la matara de una paliza o una panda de estúpidos adolescentes le prendieran fuego mientras dormía.

            Pero al menos, las sombras se habían ido.