La muerte camina

Ilustración por Wendy Arias
Ilustración por Wendy Arias

 

 

 

Voy a contaros una cosa que hasta hoy no he contado a nadie más. Solo mi mujer y yo conocemos esta historia y por temor a que nos tomen por locos, nunca antes la habíamos contado. Por aquel entonces ella era mi novia.

            Habíamos ido de vacaciones durante una semana y me acuerdo que llovió intensamente nada más llegar al aeropuerto por lo que tuvimos que permanecer en el hotel durante dos días sin salir. Intentamos ver la tele pero el único canal que quedaba emitía en un idioma que no entendíamos. Creímos que se había ido la señal por el fuerte temporal pero descubrimos el lunes, cuando mejoró el tiempo, que la tele no volvía y que el lugar había muerto. No por la tormenta, la gente estaba tirada en medio de la calle, todos muertos.         

            Había miles de cadáveres por el suelo, los vimos desde la ventana, y pensamos que debía haber sido una especie de peste repentina y que podríamos contagiarnos. No habíamos salido del hotel, ni siquiera de nuestra habitación ya que habíamos comprado agua embotellada antes de entrar y bastante pan y embutido para comer de bocadillos por lo que no entendimos por qué no había un alma con vida en todo el hotel cuando salimos. Salimos a la calle con un pañuelo en nuestra nariz, por miedo a contagiarnos de lo que quiera que hubiera matado a todo el mundo. Había gente tirada en la acera, muertos frente al volante de sus vehículos, unos simplemente parados, otros estrellados, había niños, policías, mujeres, incluso militares tirados en el suelo como si de repente hubieran muerto todos al mismo tiempo. Mi novia y yo nos agarramos de la mano y no sabíamos qué hacer. Entonces fue cuando empezó la pesadilla real. Los muertos comenzaron a moverse cuando nos acercamos a ellos. Al principio pensamos que estaban moribundos, pero cuando les vimos las caras, sus ojos opacos y su cuerpo tan seco, supimos que no se movían para pedir ayuda, sino porque querían venir hacia nosotros.

            Fue escalofriante, como si de repente todos los cadáveres fueran levantados por una fuerza mágica y en menos de un suspiro estaban todos en pie, mirándonos, babeando y con los brazos elevados hacia nosotros. Mi novia me aferró del brazo y me apremió a que corriera. No necesité que me lo repitiera, corrimos los dos directos al hotel mientras los muertos cerraban filas y trataban de cortar nuestra retirada. Escuchamos disparos, un americano había salido de otro edificio y la emprendió a tiros con los zombis, eso nos ayudó porque, aunque los tiros no les hacían nada, un buen número de muertos vivientes fue hacia él. Mi novia agarró una caja de madera que había en la calle y la blandió como una especie de espada rudimentaria golpeando a los zombis en la cabeza. Estos caían redondos con los golpes y luego volvían a levantarse. El tipo estaba confiado de que no se le acercarían con su rifle y cayó antes de que pudiéramos alcanzar la puerta del hotel. Para entonces los zombis ya nos rodeaban y nos abrimos paso a base de golpes y empujones hasta llegar a las puertas. Los zombis nos siguieron como moscas detrás de la miel. Cerramos las puertas y pusimos bancos pesados contra ellas para evitar que entraran. A continuación arrastramos muebles a las ventanas y así contuvimos su amenaza.

            Creímos estar a salvo, esperamos que el teléfono funcionara pronto para llamar a la embajada, a las autoridades, a quien fuera. No hubo suerte, ni siquiera teníamos línea. Teníamos que dormir, había llegado la noche y seguíamos asediados por los zombis, que parecían tener fuerzas renovadas con la oscuridad. Nos refugiamos en nuestro cuarto y allí dormimos con un mueble sujetando la puerta y otro cubriendo la ventana, a pesar de que esta daba a un acantilado y sabíamos que nada podía entrar por ella.

            Al despertar pensamos que había sido una pesadilla, sin embargo allí estaban todos. Deambulando por la ciudad, muertos y apestando a putrefacción.

            Nos fuimos a duchar, teníamos que quitarnos el olor a sudor, la humedad era horrible en esa ciudad y el día anterior había sido agotador. Necesitábamos empezar el día como personas y no como animales. Así fue que nos separamos en los vestuarios, ella al de las chicas y yo al de los chicos. No sé por qué fuimos así de inconscientes ya no iba a ser la primera vez que nos duchamos juntos. El hotel estaba desierto, no había nadie ni vivo ni muerto. Bueno, no había nadie a la vista, hasta que entré en mi vestuario y vi a un hombre de unos sesenta años muerto sentado en una banca y apoyado contra la pared. Quise marcharme, avisar a mi novia de que no estábamos tan seguros allí, pero examiné bien al tipo y me di cuenta de que una escoba tenía más posibilidades de moverse que él. Parecía llevar semanas muerto. Ya ni siquiera apestaba.

            Me desnudé sin perderlo de vista. No dejaba de ser inquietante que hubiera un tipo así en la ducha y nadie lo hubiera detectado antes. Mientras me enjabonaba la cabeza el hijo de puta se movió. No fue un movimiento natural en absoluto, su cuerpo se levantó como movido por un tío con poderes de telekinesia y caminó hacia mí. ¿Cómo podía moverse esa momia? Cogí mi ropa y salí de la ducha evitando tocarle o que me tocara. Solo verle me ponía los pelos de punta y me daban ganas de vomitar.

            Mi novia se asustó al verme pero cuando le dije que nos íbamos no dudó un instante en salir de la ducha y vestirse. Cuando terminamos de ponernos los zapatos salimos y vimos que en realidad había cadáveres por todo el hotel. De algún modo habían entrado cuando salimos el día anterior y cuando volvimos se habían metido en rincones oscuros, como si fueran marionetas sin su dueño. A medida que cruzamos el pasillo, los no-muertos se levantaban y nos seguían emitiendo horribles gemidos.     

            Salimos disparados del hotel, en la calle ya no había tantos de ellos, corrimos hasta quedarnos sin aliento y llegamos a la estación de tren. Vimos que uno se acercaba y pensamos que nos sacaría de ese infierno. Rezamos para que la pesadilla solo fuera en ese pueblo costero.

            El tren se detuvo y estaba completamente vacío. Subimos y examinamos todos los vagones hasta llegar al primero. Allí vimos a un joven que, al darse cuenta de nuestra presencia detuvo el tren en medio del campo para venir a hablar con nosotros.

            - Me alegro de ver gente viva - dijo -. Siento decirles que nuestro destino también ha sido tomado por los zombis y que no queda nadie. Deben ser los últimos supervivientes.

            - ¿Qué es lo que ha pasado? ¿Sabe algo?

            - Sí, sé que toda mi familia es zombi en este momento y no voy a vivir mucho más. El tren puede alcanzar los 230 km/h, velocidad suficiente para destrozar la estación y llevarse por delante cientos de esos monstruos. Necesito que me digan si quieren acompañarme.

            - ¿Qué? - replicó mi novia -. ¿Piensa suicidarse?

            - Tenía una preciosa niña de cinco años, mi mujer estaba embarazada. Eran todo para mí - susurró, apenado -. No puedo seguir viendo sin ellas.

            - Lo lamento mucho - dijo mi novia, preocupada -. Pero nosotros nos bajamos.

            Él volvió a la cabina sin replicar y abrió las puertas del tren. Estábamos a unos doscientos metros de la siguiente aldea. Como todo lo que habíamos visto, el otro pueblo estaba muerto. Nada se movía y el olor a putrefacción inundaba nuestras fosas nasales. Estaba claro que había que andar con cuidado, nos armamos con varias piedras del tamaño de un puño y entramos en el lugar. En las calles había zombis devorando a otra gente. Escuchamos disparos y vimos cómo los que disparaban no conseguían detener la horda que se les venía encima, por suerte atraían hacia ellos a todos los zombis. Vimos un edificio resistente y probamos suerte por si estaba abierto. Tenía cristaleras en el techo y el resto estaba hecho de hormigón, si no había nadie dentro, sería un buen refugio. Entramos y cerramos las puertas. No vimos a nadie, pero eso fue hasta que llegamos a una gran sala, una especie de salón de actos, donde había varios cadáveres en el suelo. No nos fiamos, no íbamos a esperar a que se levantaran, así que volvimos a salir, buscando otro lugar seguro.

            Nos preguntamos por qué se convertían en zombis y nosotros no. Lo único que sabíamos era que nadie permanecía muerto cuando esos muertos vivientes te mordían. No tardaban casi nada en levantarse y unirse a ellos en su hambre caníbal.

            Entonces vimos a una joven de piel oscura aparacer entre los coches. Parecía de una tribu a juzgar por sus colgantes que tenía enganchados al pelo. Llevaba brazos y piernas descubiertas y de su pecho colgaban huesecillos. A su lado apareció un hombre alto y musculoso que parecía escoltarla. Al principio pensamos que se trataba de dos supervivientes, pero al ver que los zombis se rendían y postraban a su paso, supimos que no era así. Lo que nos lo confirmó fue que esa mujer nos señaló como si fuéramos unas piezas de caza y todas las miradas de los no-muertos se volvieron hacia nosotros, ansiosas, furiosas.      

            Encontramos un coche a la salida del edificio con las llaves puestas y la puerta abierta. Probamos suerte y lo arrancamos con éxito. Mi novia llevaba encima el mapa de carreteras de la isla y, después de atropellar a varios zombis, cogimos la carretera y nos dirigimos al aeropuerto.

 

            Allí se acabó la pesadilla, en la terminal no sabían nada de la plaga zombi y aprovechamos para cambiar nuestro vuelo de salida lo más pronto posible. Fue sencillo ya que nadie acudía a sus vuelos, de modo que en una hora estábamos en un avión que nos llevaría a casa.

            Cuando uno se imagina las películas de zombis no sabe lo que supone esa pesadilla, es como una forma divertida de ver el Apocalipsis, pero os aseguro que yo lo he visto y no tiene nada de divertido. En ese vuelo el capitán del avión nos advirtió que las autoridades portuarias habían emitido un comunicado internacional donde pedían ayuda humanitaria urgente porque les había sacudido una terrible tragedia. Y no tardamos en averiguar por qué. Cuando llevábamos 30 minutos de vuelo, una fuerte turbulencia sacudió el avión. Miramos por la ventanilla y vimos un enorme resplandor.

Cuando llegamos a casa nos enteramos por un periódico de que había habido un accidente termonuclear en una isla del Océano Pacífico y apenas había supervivientes. Misteriosamente la noticia solo la dieron en un canal de televisión y al día siguiente no había rastro de la noticia ni siquiera por Internet. Una mentira para ocultar que, por unos días, la muerte caminó por sus calles. ¿Pero quién estuvo detrás de la catástrofe? No lo sé, y por lo que he podido comprobar durante todos estos años, a nadie le importa.

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Comentarios: 7
  • #1

    Andres (jueves, 16 diciembre 2010 17:51)

    Eso se parece a resident evil , no me parece my creible, y si esto sucedio por que nunca se dijo nada

  • #2

    nacho (miércoles, 16 febrero 2011 23:36)

    esta muy bueno pero coincido con andres

  • #3

    Tony (jueves, 17 febrero 2011 00:06)

    Aunque en esta web se cuentan historias reales, hay algunas que no lo son, como es el caso. Esta la hice en plan "me ha pasado" para hacerla más cercana pero cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.


    Gracias por comentar y por dudar.

  • #4

    Vanessa (lunes, 09 mayo 2011 01:38)

    Divertida e interesante
    Sigue subiendo Relatos De Zombies plis :D

  • #5

    carla (miércoles, 06 julio 2011 01:09)

    Wao de verdad parecia real! Me gusto muchisisimo!! :D

  • #6

    dfgsser (martes, 29 octubre 2013 21:28)

    me encanto aunque no es tan creible

  • #7

    garli (viernes, 01 noviembre 2013 23:21)

    Pienso q es real pero lo raro es q no lo creen