La leyenda de Verónica

Por Antonio J. Fernández Del Campo

 

1

 

 

        Todo comenzó cuando aún era una chica normal, con un pasado triste y con muchas ilusiones de hacer realidad mis sueños. Pero quiero hablaros de él, el chico que me abrió su corazón y robó el mío.

        Pedro llevaba un año viviendo con su novia Belén y era feliz. Se querían mucho y nunca le había sido infiel ni siquiera en pensamientos. Al menos hasta que me conoció. Yo era una chica que tomó café en la misma cafetería que él y coincidimos un 21 de diciembre. Le pedí que me alcanzara las servilletas y me las acercó. Un acto normal y cotidiano con el que ambos nos regalamos nuestra mejor sonrisa. Sin embargo para mí fue mucho más. Por mi expresión melancólica, él entendió que estaba sola, triste y que necesitaba un amigo.

        Con el corazón abierto, Pedro me preguntó con naturalidad si me encontraba bien y sonreí con cierta tristeza respondiendo que no.

        -En mi trabajo me exigen demasiado -respondí-y muchas de las cosas que me piden no sé hacerlas porque vengo de otro país donde todo se hace de forma distinta. Mis compañeras se burlan y me llaman enchufada, el jefe amenaza con despedirme si no espabilo y vivo sola porque mi novio me dejó, así que no puedo perder mi trabajo.

        Pedro sintió que debía ayudarme y, sin dudarlo, me ofreció comer juntos ese mismo día para que le contara mis problemas por si conseguía hacerme sentir mejor. Acepté y con una sonrisa demostré que me hacía ilusión. Yo era bonita, al menos cuando sonreía, estaba delgada y de estatura algo pequeña, mi pelo era castaño oscuro liso y mis ojos azules. Mi mirada desprendía inocencia y tristeza al mismo tiempo.

Desde luego que se sintió atraído por mí pero en ningún momento pensó en engañar a su novia. Su intención era buena, su idea era de animarme y, ¿por qué no?, hacernos amigos. Muchos pensarían que solo quería un revolcón conmigo pero lo sé todo ahora y conozco la pureza de su corazón.

        Quedamos a las dos en el mismo restaurante para comer juntos. Habló con Belén por teléfono y le contó lo que había pasado y que sentía la necesidad de ayudarme. Ella le contestó que hacía bien y que era tan bueno que por eso le amaba tanto. Solo una cosa tengo que reprocharle a Pedro y es que no me dijo que tuviera novia, todavía. Todo podría haber sido distinto si me lo hubiera contado antes.

        La hora de comer llegó con mucha lentitud, se me hizo eterna aquella mañana. Pedro se pasó los minutos pensando en mí, en mis preciosos ojos y lo mucho que deseaba que llegara la hora de la comida para volver a verme, por lo visto me metí en su cabeza como un parásito. Le corroía la curiosidad de saber por qué me dejaría mi novio y no dejaba de imaginarse a sí mismo reprendiéndole por tratarme mal. Claro él tampoco sabía que en realidad nunca me engañó. Pero esa es otra historia.

        Cuando al fin la aguja de las horas se deslizó pesadamente sobre las dos, se disculpó ante sus amigos con los que solía comer y salió corriendo del edificio dispuesto a encontrarse conmigo. Su corazón latía muy fuerte y cuando me vio esperarle en la barra, tomando un refresco, se sintió diez años más joven, como si estuviera en su primera cita.

        -Hola -me saludó.

        -Que tal -respondí con timidez.

        -¿He tardado mucho? Lo siento.

        -No importa, hoy salí antes -me escapé para estar más tiempo con él, yo le amaba desde hacía mucho tiempo, le observaba a diario y... Me estoy adelantando. Pero ese día era la culminación de todos mis deseos. ¡Estaba comiendo con él!

        -Me llamo Pedro, por cierto, ¿Cómo te llamas? Antes no me di cuenta de preguntarte tu nombre.

        -Verónica.

        Intenté disimular mi entusiasmo, pero con solo mirarle se me llenaba el pecho de fuego y una alegría imposible de describir, supongo que eran las dichosas mariposas. Para él, era una comida de amigos, nada más.

        -De modo que hoy tienes un mal día -quiso restarle importancia a mis problemas.

        -No es hoy, es todo este mes -respondí.

        -Las cosas buenas se alternan con las malas. Después de una mala racha siempre aparece el Sol, ¿o era de una tormenta? Es igual, tú me entiendes -aleccionó él, algo pedante.

        -Seguro que sí. Hoy te he conocido -casi le revelé, sin darme cuenta, mi amor platónico por él.

        -Oh, claro. Hoy empezó bien, ¿verdad?

        -Mi novio jamás me escuchaba -intenté cambiar de tema.

        -¿Por qué estabas con él entonces?

        -Supongo que antes sí lo hacía... Y era muy guapo -añadí.

        -Ah, ya ¿Cuándo aprenderéis las mujeres a no confiar en una cara bonita?

        -No era solo eso -eludí-. También parecíamos entendernos, me apoyaba. Sin embargo se entendió mejor con una "amiga".

        Pedro asintió con la cabeza pero puso cara de circunstancias. ¿Cómo se consuela a alguien a quién han engañado?

        -Tú me has escuchado sin conocerme de nada, eres un encanto -añadí sonriendo.

        -Es lo menos que podía hacer,... tú también.

        -Gracias -respondí-. Cuéntame algo de ti... ¿Tienes novia?

        -Oh, yo,... bueno -dudó unos segundos y finalmente sonrió-. No, yo no tengo novia desde hace meses. También corté,... Hubo cuernos.

        -¿Los pusiste tú?

        -Los puso ella... La sorprendí con un compañero de trabajo. Supuestamente iban a reunirse y les vi besándose.

        -Oh, lo siento -por supuesto, yo le creí ciegamente aunque todo era mentira.

        Le cogí la mano y su calor me aceleró el corazón.

        -Sí, fue un duro golpe -continuó mintiendo.

        -Nunca se espera que ocurra y cuando pasa te culpas y tratas de encontrar el motivo: Cuándo empezó a estropearse todo, si pudiste evitarlo, cómo es que no lo viste venir... -comenté, abriéndole mi corazón.

        Pedro supo que hablaba por experiencia y no encontró palabras para responderme.

        -Lo siento -añadí, avergonzada-, seguro que no has tenido la culpa, me refería a mí.

        Llegó el camarero y pedimos cada uno nuestra comida. Durante un rato no dijimos nada, nos miramos y sonreímos pero ninguno se atrevió a romper el silencio.

        Al terminar salimos del restaurante y cuando nos íbamos a despedir le di un beso en la mejilla, pero no uno amistoso. Fue tímido, tierno y cargado de sentimiento.

        -Me ha encantado conocerte -reconocí-. ¿Me das tu teléfono para que pueda volver a hablar contigo si me siento mal?

        -Claro, apunta.

        Ambos apuntamos los teléfonos y llegó la hora de despedirse.

        -Ciao -me despedí.

        -Hasta mañana, Verónica -respondió con nerviosismo.

        En cuanto nos despedimos Pedro subió a su oficina y suspiró tan fuerte que uno de los que subía con él en el ascensor le preguntó si estaba bien. Saliendo, sonó su teléfono móvil.

        Era Belén.

        Tragó saliva y trató de parecer lo más natural posible.

        -¿Qué tal comiste, amor? -Preguntó ella-. ¿Pudiste ayudar a esa pobre chica?

        -Oh, sí. Es muy maja, estuvimos hablando de nuestras historias amorosas y parecía mucho más animada cuando nos despedimos. Puede que mañana volvamos a vernos.

        -¿Mañana? -Belén ya no sonaba tan comprensiva.

        -Sí, nos hemos hecho buenos amigos.

        -Ah, claro... Bueno, espero que se recupere de su trauma.

        -Yo también.

        -Te dejo amorcito -Belén no estaba bien, lo notó en su voz-... tengo cosas que hacer.

        -¿Qué te pasa cielo? -Inquirió Pedro, preocupado.

        -Nada, es sólo que... No tiene importancia.

        -¿Estás celosa? Yo nunca te engañaría.

        -Lo sé, tengo un mal presentimiento. No deberías volver a verla.

        -Amorcito, sabes que te quiero -a medida que escuchaba la voz de Belén su corazón volvía más a la normalidad y se olvidaba de mí.

        -¿De verdad? -Preguntó Belén, con timidez.

        -Te lo prometo.

        -Está bien, pero ahora sí te dejo que tengo cosas que hacer. Besitos.

        -Te quiero, Belén -insistió él, antes de colgar.

        Claro que la amaba. ¿Qué había estado haciendo? ¿Estaba loco? No era nada fácil, por no decir que era un milagro, encontrar a alguien con quien se entendiera tan bien y que le gustara tanto como ella. Era lo mejor que le había pasado en la vida. ¿Quería jugarse su felicidad por un amor fugaz que podía durar dos días?

        "No puedo bajar mañana a la misma hora a tomar café" -decidió.

 

 

        Y así lo hizo. A pesar de que se pasó el día pensando en mí, ni bajó ni a comer al restaurante donde solía hacerlo desde que le conocía. Pensó que lo mejor era dar el tema por olvidado, así yo pensaría que solo fue una comida con alguien que se preocupaba porque estuviera bien, nada más. Si más intención. Pensó que si me veían triste otros harían lo mismo, me ayudarían, me escucharían y me olvidaría de él. Yo creí que le había pasado algo. Pensé que se habría puesto malo. No le di mucha importancia, estaba segura de volver a verlo. Pero le extrañé tanto que me pareció oportuno llamarlo.

        Llegó a su casa por la noche y Belén preparaba la cena. La besó y se fue al baño a darse una ducha. El agua parecía ir quitándole el peso de la culpa.

        Entonces le llamé y sonó su teléfono móvil. La voz de Belén me contestó.

        Cuando salió de la ducha su novia le contó lo que hablamos.

        -Te llamó una chica -le dijo, con naturalidad.

        -¿Qué quería? -Preguntó él, disimulando que no estaba nervioso.

        -¿Es que no me preguntas qué chica? Me preguntó por ti. Le dije que te estabas duchando y me contestó que si podías llamarla en cuanto salieras, que tenía cosas que contarte y le dije que vale. Se llamaba Verónica.

        -Oh -aceptó Pedro, asintiendo preocupado.

        -Era la que viste ayer, ¿verdad? ¿Cómo se te ocurrió darle el teléfono? Eres tonto, bueno… Pobrecilla parecía triste.

        -Puede que sea eso, no pude bajar porque estaba muy liado. Quizás quiera saber por qué no bajé... Qué sé yo.

        -¿Por qué le diste tu teléfono? Ahora no te va a dejar en paz, eres un ingenuo -insistió Belén, enojada. Luego suspiró y añadió-: Intenta decirle… Yo qué sé. Trátala con delicadeza pero déjale claro que no quieres verla más.

        -Lo haré -aceptó, sorprendido de que le permitiera llamarme.

        Agarró el teléfono que Belén le ofreció y con ella al lado me llamó.

        -¿Hola? Verónica.

        -Hola Pedro -contesté con voz entrecortada y llorando. Para mí fue un trauma enterarme así de que me había mentido y que tenía novia.

        -¿Qué te ocurre?

        -No podía dejar de pensar en ti. No viniste hoy a tomar café, ni a comer. Creí... Que te gustaba. -No pretendía parecer una loca pero creo que mi dolor no me dejó pensar en lo que decía. Estuve a punto de acusarle de mentiroso y mandarle a la mierda pero me contuve.

        -Escucha, Verónica... -Belén escuchaba todo-. No pude bajar porque estuve muy liado en el trabajo. Lo siento mucho, de verdad. ¿Estás bien?

        -¿No sentiste lo mismo? -Insistí llorando, decepcionada e ignorando que la otra nos escuchaba-. Quiero decir, yo creí que al conocerte había encontrado a alguien tan especial... Y lo pensaba porque tú me hiciste creer que sentiste lo mismo por mí.

        Pedro miró a su novia serio como una tumba. La cara de Belén era de sorpresa e incredulidad.

        -Escucha, Verónica. Tengo novia, ayer no te lo dije porque sentí que te haría más daño si alguien feliz intentaba consolarte, habiendo pasado tú por ese trance. Lo siento, no... Te conozco como para sentir algo por ti tan pronto. Además, no puedo corresponder esos sentimientos... Tengo novia.

        -Está bien, lo siento -respondí y colgué.

        -Hijo mío -le regañó Belén-. Te dije que fueras delicado y le has destrozado el corazón.

        -Lo... lamento -se disculpó una vez más, sintiendo que no solo había dañado mi corazón sino el suyo también.

        -Al menos no tendrás que volver a verla -opinó Belén, más contenta.

        -Sí -concluyó él.

        Pedro miró a su novia mucho más tranquilo. Belén seguía confiando en él. Pero, ¿por qué no iba a hacerlo? No había hecho nada.

 

 

        Varios días después, tras un día de Navidad en familia, en casa de los padres de Belén, Pedro no había conseguido sacarme de su cabeza. Cada hora que pasaba, más culpable se sentía. Varias veces miró su teléfono y nunca se había atrevido a marcarlo porque no sabía qué decirme. Siempre lo buscaba con la determinación de borrarlo pero luego se veía tentado de llamarme para preguntar cómo estaba y finalmente apagaba el móvil, desesperado por no saber qué hacer. Esos días, antes de Navidad, bajó a tomar café a la hora que me encontró pero no aparecí.

 

 

        De regreso a casa Pedro cogió un periódico en el metro y después de leer deportes y noticias de escaso interés llegó a una página donde vio una foto mía al pie de un artículo muy corto.

 

Sucesos, Madrid 26 de diciembre

 

        Ayer a media noche una joven de veintiún años se suicidó en su domicilio. La policía encontró una nota en el espejo escrita con su misma sangre, después de cortarse las venas:

        Mi corazón no soporta más rechazos.

 

        Para Pedro eso fue como un balazo en su costado. En el periódico venía mi foto, ya cadáver, con mi piel blanca y el contorno de mis ojos en tono oscuro. Aún le parecía tremendamente bonita y creyó que con mi muerte había muerto parte de él. Sintió que su alma se partía porque él me dió el empujón definitivo para que me suicidara.

        Al volver a casa se encerró en el baño y se puso a llorar. Miró al espejo y se vio reflejado, llorando y con la cara roja.

        -Verónica,... Perdóname.

        Al levantar la mirada vio que yo estaba tras él, reflejada a su espalda. Mi rostro era el mismo que vio en el periódico, blanquecino y cuencas oculares vacías y negras. Se asustó y se dio la vuelta para ver si estaba allí pero no me vio. Su corazón se había acelerado tanto que parecía querer saltar de su pecho. Entonces el espejo se rompió en pedazos y uno de los trozos se le clavó en el cuello.

        Belén golpeó la puerta del baño varias veces con fuerza, le pidió que le abriera inmediatamente con desesperación. Pero Pedro sólo fue capaz de decir una última cosa antes de morir.

        -Lo siento…

        Ese es uno de mis poderes actuales: Tengo posibilidad de cambiar el pasado y todo esto ocurrió en realidad. Pero yo le hice soñarlo aquella noche, en la que me confesó que tenía novia.

        Y lo cierto es que cambiaron las cosas.

        Ojalá pudiera cambiar cualquier cosa que yo quisiera.

 

 

 

 

        Pedro despertó de su pesadilla empapado en sudores fríos. Belén seguía durmiendo a su lado. Supo que fue una premonición, un aviso para que evitara mi muerte. Yo muerta, él muerto… No podía permitir que eso pasara aunque temía que sucedería si no le ponía remedio.

        Esa mañana, día 23 de diciembre, Pedro  necesitaba hablar conmigo antes de que su sueño se cumpliera. Yo estaba hundida, me sentía sola, abandonada y no habría soportado la noche buena en mi casa, sin la  menor compañía. Decidido marcó mi número desde un lugar discreto del trabajo, asegurándose de que nadie más le escuchara y esperó impaciente.

        -¿Diga? -reconoció mi triste voz.

        No supo qué decir, se regañó a sí mismo, mentalmente, por no haberlo pensado antes y colgó. Se puso tan nervioso que apretó los puños con fuerza repitiéndose con los ojos cerrados que era un idiota.

        Entonces su móvil sonó. Era yo, sabía que me había llamado él porque vi su nombre en la pantalla.

        -Sí -respondió con nerviosismo.

        -¿Pedro? -escuchó mi tímida voz.

        -Lo lamento Verónica, tenías razón. Lo que siento por ti es más fuerte que cualquier pensamiento racional. No te quise mentir pero tú eres tan especial... No sabía que se pudiera querer tanto a  nadie en tan poco tiempo. Tuve que hablarte así porque mi… Novia estaba escuchando, me miraba.

        -Oh, vaya... Apenas nos conocemos y ¿hablas de amor? -Me burlé. Sus palabras dolidas y llenas de sentimiento me devolvieron el humor de inmediato. De pronto volví a sentirme viva y llena de alegría.

        Pedro se quedó en silencio, confuso.

        -Es una broma tonto, eso fue lo que me dijiste ayer, ¿te acuerdas? -añadí cuando noté que no sabía responder-. Creo que podemos volver a quedar. ¿Comemos juntos para hablar todo esto?

        -Me parece genial -aceptó él.

        -No tengas miedo, si quieres respetar a tu novia yo también lo haré.

        -Gracias -respondió.

        Aunque nos despedimos como amigos y quedamos a comer, Pedro volvió a sentir ese aguijoneo de culpabilidad. No debía verme más, de hecho esta vez no le diría nada a Belén para que no se pusiera celosa. ¿Por qué necesitaba contarle con quién iba a comer?, ¿desde cuándo le contaba con qué amigos comía? Eso era algo sin importancia.

        Pero la tenía y él lo sabía. Esa comida podía ser un punto de inflexión en su vida y presentía que el cambio no sería bueno en absoluto. Se avecinaba un desastre a menos que supiera como ponerle remedio. Los tríos amorosos siempre acaban mal. Los tres acabaríamos dolidos y a pesar de saberlo no pudo faltar a la cita.

        Cuando llegó la hora de comer se dio cuenta de que no hizo nada productivo en toda esa mañana, pensando en mí.

        Le esperaba en el restaurante ocultando mis nervios. Llevaba una minifalda negra con medias oscuras y tupidas. Me había maquillado natural, con los labios color rosa brillante y coloretes azulados en las cuencas de los ojos. Estaba realmente espectacular pero no cuando me maquillé por la mañana, que pensaba que iría de marcha con mis odiosas compañeras de trabajo y me estaba pintando para conocer a cualquier pulpo mínimamente guapo que quisiera un revolcón. Amanecí en un estado de ánimo tan nefasto que me quería morir. Pero en ese momento mi belleza deslumbraba por la alegría que irradiaban mis ojos por volver a verlo, por saber que me amaba.

        -Hola -me saludó Pedro-. Hoy estás muy guapa.

        -Oh, es viernes. Por la tarde voy a una fiesta con unas amigas y tenía que ir vestida para la ocasión... Gracias por el cumplido.

        -Veo que estás más animada.

        -Bueno, alguien me llamó esta mañana y me dijo que me quería -respondí sonriente.

        -No entiendo cómo no te suena el teléfono a todas horas con gente diciéndote eso. Eres una belleza.

        -Déjate ya de cumplidos, lo único que ha cambiado es que ahora soy feliz. El otro día iba casi igual, solo que sin la minifalda y el maquillaje. Me lo he hecho yo sola, ¿he quedado bien o parezco una payasa?

        -Estás perfecta. ¿Eres feliz? -Hizo hincapié Pedro-. ¿Por mí?

        -Ajá -moví la cabeza en gesto afirmativo, moviendo graciosamente mi flequillo oscuro y pendientes de aros grandes.

        -Lo siento... -Se disculpó con tristeza-. O sea que yo no quiero que nadie salga dolido y menos tú. No sé por qué me importas tanto, hasta he tenido una pesadilla y te he llamado para evitar que se hiciera realidad.

        -¿Has soñado conmigo? -Pregunté asombrada.

        -Ha sido horrible. Quiero que sepas que no voy a dejar que te pase nada malo, cuenta conmigo para cualquier cosa.

        -Lo sé -contesté con aire melancólico-. Pero que alguien como tú, que ama tanto a su novia, se sienta tan atraído por mí es el halago más grande que había escuchado nunca. Eres un cielo, Pedro. Últimamente me sentía como una escoria que todo el mundo evitaba. Es horrible que, cuando estás tan triste y abatida, todos huyan de ti pero si eres feliz quieren invitarte y estar contigo. Solo los verdaderos amigos se quedan para todo, que a veces cuando te pones a contarles tus penas hacen el ninja, bomba de humo y desaparecen.

        -Es cierto, la gente se arrima a los que pueden aportar alegría. A los tristes nadie les hace caso.

        -Bueno, tú sí.

        -En realidad -dijo Pedro-, fuiste tú la que me llamó la atención al pedirme las servilletas. Antes de eso ni siquiera sabía que estabas ahí.

        Y yo lo sabía, estuve allí durante meses y nunca me miró.

        -Llevamos mucho tiempo tomando café juntos -confesé-. ¿Y no me habías visto antes? -cuestioné, tratando de ocultar mi rencor.

        -¿Cuánto? ¿Semanas, Meses? -Pedro no podía creerlo.

        -Ajá -asentí.

        -Lo siento, pero no. Supongo que no miro mucho a mi alrededor.

        -Siempre te he visto, sé que no fumas, bajas acompañado a tomar café y no lo pasas muy bien cuando comes con tus compañeros. Pones una curiosa cara de aburrimiento que me hace gracia. Si éstos se ponen a fumar en la puerta de la oficina tú te escabulles y subes porque no soportas el olor a tabaco.

        -Bueno, es que son unos pesados, siempre hablan de política. Critican a los que no tienen sus ideas, no dejan títere con cabeza, por ejemplo el Papa, cada vez que abre a boca le critican hablando de los Borgia, la Inquisición y la madre que los parió.

        -¿Eres católico? -Pregunté con curiosidad.

        -Ellos también lo son, aunque renieguen de ello.

        -¿Vas a misa y todo eso?

        -No, no... Bueno, hace años que no piso una iglesia. Estoy más con el evangelio y la Biblia que con las autoridades eclesiásticas, pero bueno, me parece que el Papa lo está haciendo bien criticando el aborto, las guerras, la pena de muerte... Para una persona que intenta mejorar el mundo y que la gente le escucha, me parece estúpido criticarlo por cosas que han hecho otros.

        -Bastaba con decir no -interrumpí.

        -Bueno, si y no.

        -No quiero hablar de religión. Solo es para conocerte mejor. Yo también creo que debe existir un Dios pero no le interesan los problemas de alguien como yo. Si ahora mismo está destruyendo y creando estrellas nuevas, ¿qué pueden importarle la vida de una chica?

        -Yo creo que siempre tiene tiempo para ayudarnos -añadió Pedro-. Suelo hablarle en voz alta cuando estoy solo y a veces me contesta con pequeñas señales cotidianas. En fin... -se sintió avergonzado por el modo que le miraba, como un bicho raro-. Creo que existe y es nuestro amigo.

        -Oh, es interesante -dije, en absoluto desacuerdo por mi propia experiencia.

        Pedro se rascó la cabeza, avergonzado.

        -Lo siento, si quieres habla de eso -me disculpé.

        -No, no... A veces me enrollo más de la cuenta. Mi novia siempre me bromea con eso.

        -Me gusta que me cuentes esas cosas -añadí, sonriente-. Eso te hace transparente, no hipócrita como otros que te cuentan lo que quieres oir.

        -Me alegro de que lo veas así. ¿Nos sentamos? Tengo un hambre canina.

        Dejé que Pedro me abriera la puerta y susurré un sensual "gracias" cuando entré. Cualquier palabra que saliera de mi boca delataba lo mucho que me gustaba, se sentía tan feliz conmigo que le asustaba no acordarse de nada más. Él me miraba como si fuera la mujer más bonita de la Tierra, su sonrisa sincera me lo demostraba. El tiempo corría demasiado rápido y no queríamos que la hora de la comida se acabará jamás.

        Cuando nos sentamos a la mesa sonó un teléfono móvil. El suyo. El clásico sonido de una canción romántica que delataba la llamada de su novia, Belén. Normalmente se alegraba que le llamara pero en esa ocasión fue como si sonara el despertador y tuviera que salir de un bonito sueño para ir a trabajar.

        -¿No vas a cogerlo?

        -No le dije que vendría a comer contigo -susurró avergonzado.

        -Eso complica las cosas -valoré, seria-. ¿No tendrás intención de engañarla conmigo?

        -Técnicamente ya lo estoy haciendo, le prometí no volver a verte.

        Pedro miró el teléfono con seriedad. No podía cogerlo, tendría que mentirla y eso se lo notaría Belén en cuanto abriera la boca, pero si no contestaba sería peor. Se arrepintió de no haberle contado que iría a comer con Verónica. Pero, ¿cómo iba a decirle que necesitaba volver a verla? 

        -Ponlo en silencio y déjalo estar -aconsejé-. Luego le dices cualquier cosa, como que no lo escuchaste.

        Pedro asintió, no sonaba tan mal, dicho por ella.

        -Eso me hacía el capullo de mi novio cuando yo le llamaba -agregué, enojada-. Aunque sospeché algo, nunca pensé que me estaba engañando y tú, técnicamente -me burlaba de él y su término utilizado-, no lo estás haciendo.

        -Tienes razón -aceptó Pedro. Puso el teléfono en silencio y lo guardó en el bolsillo de su chaqueta. Pero lo hizo sabiendo que yo podía odiarle ahora por estar frente a mi "figurado" ex.

        Fueron unos minutos muy tensos y creo que le odié un poco, pero yo también le había mentido. Mi novio jamás evitó mis llamadas por otra.

        El camarero se acercó a nosotros y pedimos el menú del día. Para beber le sugerí un vino tinto de La Rioja y él aceptó.

        -Nunca tomo alcohol -reconoció-. Pero haré una excepción porque es viernes y estoy contigo.

        -No bebes alcohol, no fumas, no sales de juerga a ligar, aunque lo compensas cuidándote bien -estaba sorprendida por todo lo que había comido y no estaba gordo (aunque tampoco flaco)-. Menuda joya de chico tengo delante. ¿Alguna vez te has drogado?

        -No, he tenido amigos que me lo han ofrecido pero nunca he sucumbido a la tentación -otra vez puso cara de culpable por darme tantos detalles.

        -Fascinante -dijo ella-. Al menos deduzco que no eres virgen.

        -Deduces bien.

        -Si no es ser muy indiscreta, ¿Alguna vez has ido de putas?

        -Lo eres, y te gusta serlo -me acusó-. Y la respuesta es no. Y no tengo nada en contra la profesión más antigua del mundo. Creo que los puteros son unos depravados que se aprovechan de mujeres que se ven forzadas a vender su cuerpo por dinero. En mi opinión deberían meterles a ellos en la cárcel, no a las chicas.

        -¿Eso crees? -corregí.

        -¿Quieres que sea totalmente sincero?, de joven me masturbaba con revistas porno, como todo el mundo -sonrió-. Es más higiénico. Debería ser obligatorio por ley hacerlo al menos una vez a la semana, no habría violaciones. La mente se despejaba, te evita distracciones, la mantienes a raya. Ni siquiera me gustaba salir a ligar. Mis amigos me invitaban y decían que así nunca mojaría, pero yo siempre he pensado que primero hay que enamorarse y luego todo lo demás. No entiendo eso de ligar una noche y si te he visto no me acuerdo.

        -¿Entonces nunca te has acostado con nadie antes de estar con Belén? ¿No has tenido más novias?-concreté mi interés.

        -Si te digo la verdad, desde que la conozco he dejado de fijarme en las mujeres. Estoy cansado de escuchar las burradas que sueltan mis compañeros sobre las chicas que ven por el metro. Uno, el colombiano, tiene su colección de fotos en el móvil, con los traseros más espectaculares que va encontrando. Algunos tienen novia y les reprendo, les digo: ¿Pero chico, tú no tienes mujer e hijos? Y me dicen tan frescos: "Que coma sopa a diario no me impide relamerme al ver el menú". Intento no mirar a las chicas que veo que tienen un tipazo pero a veces los ojos te traicionan, es incómodo porque el soldadito pide batalla cuando te fijas en una o dos. Yo no soy de lanzar piropos ni de hacer fotos a escondidas... Creo que no soy mala persona por reconocer que me gustan las mujeres. Jamás he intentado ligar con nadie desde que estoy con Belén, soy muy fiel.

        -Al parecer, no tanto si estás aquí -rectifiqué con una mueca tan seria que mis ojos dejaron de ser hermosos y le dieron pánico. Lo cierto es que tanta sinceridad me dio un poco de asco. Saber que cualquiera que me vea puede hacerme una foto al trasero para luego masturbarse en su casa me puso furiosa, y que admitiera que ver a una chica con un buen tipo le pusiera cachondo significaba que me podían violar en cualquier esquina, a mí me que encanta ir con ropa justita.

        Dicho eso la conversación se congeló. El camarero trajo los primeros platos y nos pusimos a comer. Pedro se manchó los labios con el tomate de los espaguetis y se limpiaba cada vez que comía, lo hacía rápido, quería alejarse lo más pronto posible de mí, ya que le hice sentir muy incómodo con mi actitud.

        -Quizás sea un error que nos veamos -sugirió él, cuando terminó su primer plato.

        -Lo es -certifiqué.

        -¿Entonces no quedamos más? -La voz de Pedro enmascaraba miedo.

        -Definitivamente no "deberíamos".

        Pedro asintió sin advertir el énfasis que le había dado a la palabra "deberíamos".

        -Mi madre me decía que no siempre haga lo que debo, a veces lo necesitamos para aprender de nuestros errores -añadí-. ¿Tú lo haces?

        -No... Digo sí. Hago caso y no a lo que no debo -respondió nervioso-. Estoy aquí porque sé que si no estuviera me arrepentiría si te pasara algo.

        -Quieres dejar de verme, pero temes que me haga daño si me rechazas ¿no es así? -Deduje.

        -Creo que tenemos una conexión especial tú y yo, y sé que si no te vuelvo a ver me moriré por dentro, nunca he sentido algo así por nadie. Quiero estar contigo, hacerlo todo a tu lado... La cuestión es que no debo. Hemos tenido la mala suerte de encontrarnos en mal momento. Si no tuviera novia, bebería los vientos por ti.

        -Estoy dispuesta a aceptar lo que tú digas -afirmé, tratando de mostrarme indiferente-. Siento que te conozco de toda la vida y no quiero despedirme de ti, pero si es lo que decides...

        Aquella respuesta borró de un plumazo el miedo de que yo estuviera juzgándole.

        -Si aún tuviera novio -añadí-, tampoco habría podido impedir estos sentimientos.

        -Mentiría si te dijera no siento eso mismo -completó Pedro.

        Suspiré y me sujeté la mejilla con la mano. No hicieron falta más palabras. Las manos de Pedro y mías se unieron sobre la mesa y ambos nos dejamos embriagar por el calor de nuestros dedos jugueteando entre ellos. El saber que estábamos despidiéndonos, aun habiendo reconocido que habíamos sufrido un letal flechazo de cupido, hacía que sus dedos estuvieran acariciando lo más profundo de mi alma.

        -Lo que no disculpa el hecho de que cuando te digo que te quiero estoy traicionando a otra persona -continuó él-. Ojala pudiera cortar con ella pero no puedo, la quiero, tenemos demasiados recuerdos juntos, tantos planes... Estamos ahorrando para ir en verano a Japón. Ojalá se pudiera estar con dos mujeres a la vez.

        -Voto por esa ley, pero que sea unisex -apoyé.

        -Ojala todo fuera tan fácil -terminó diciendo Pedro.

        El camarero retiró los platos y susurré un tímido "gracias".

        -Podemos intentar dejar de vernos -sugirió Pedro-. Ver a otras personas, volver a nuestras vidas... Si necesitas algo me llamas. Procuraré llevar el teléfono hasta en la ducha...

        -No, no, Pedro -repliqué-. Si no nos vamos a ver, no puede haber llamadas. Lo más doloroso no es que te digan adiós, sino que se alargue la agonía.

        -Claro...

       

        El camarero trajo el segundo plato y ambos cominos sin decir nada más, asimilando el hecho de que podía ser la última vez que nos veríamos. El corazón de Pedro bullía con un fuego como no había sentido nunca. Era una mezcla de miedo de perderme de vista y no volver a verme más y pánico de que Belén se enterara de esa cita y de esa conversación. Le aterraba  perderlo todo aunque era insostenible esa situación.

        Cuando terminamos de comer sirvieron el postre y ninguno de los dos abrió la boca. A pesar del silencio no había tirantez entre nosotros. Estar con él era agradable aunque solo le viera comer. Eso hacía más difícil la decisión de dejar de verlo.

        Terminamos el postre y nos levantamos.

        -Supongo que esto es un adiós -me despedí, apenada.

        -Supongo...-aceptó Pedro de mala gana-. Pero si crees que necesitas volver a verme, llámame por favor... Iré a dónde me pidas.

        En esas palabras Pedro le quiso decir "por favor no hagas ninguna tontería, lo dejaré todo por ti". Pero no se atrevió a decirlo porque creyó que yo lo entendía.

        -Lo haré. Lo mismo te digo.

        -No te preocupes... -dijo él.

        Pedro quería decirme que seguramente me extrañaría cada segundo desde que me perdiera de vista, tal era su deseo de estar conmigo, pero se mordió la lengua, consciente de que cuando estaba con Belén sus sentimientos por mí se diluían un poco. Sabía que podía olvidarme si dejaba de pensar en mí durante dos semanas.

        -Adiós, entonces -susurré con un nudo en la garganta.

        -Hasta la vista -se despidió él sin mirarme a los ojos.

        Lo agradecí porque me puse a llorar.

 

 

 

 

        El día de Navidad Pedro lo pasó con Belén y sus padres, sus hermanos y, a pesar de que nada había cambiado desde el año anterior, era la segunda Navidad que estaba con Belén. Mientras el año anterior fue perfecto, ese fue un infierno, Pedro era completamente infeliz. Todos le notaron esa melancolía, especialmente Belén que ahora ya no le preguntaba qué le pasaba porque nunca contestaba.

        Después de la celebración mientras iban en el coche de camino a su casa, su novia le habló sin tapujos.

        -¿Que diablos te pasa? -Le increpó enojada-. Y no me digas que nada, porque llevas unos días que casi ni comes, ni me hablas, ni me coges el teléfono en el trabajo.

        -Tenemos muchas cosas urgentes, eso es todo -Pedro le dijo la única verdad que podía contarle.

        -Yo también y no estoy como un alma en pena -insistió Belén-. Háblame, Pedro. Siempre me lo has contado todo pero ahora estás ocultándome algo, lo noto. ¿Qué pasa? ¿Es que quieres dejarme? Si lo vas a hacer...

        -¡No, no, no! -Replicó Pedro con demasiado énfasis-.  ¿Cómo voy a querer dejarte?

        -Pues cuéntame lo que te pasa.

        Pedro apretó el volante con fuerza. En su interior quería contarle todo lo que había pasado, que yo estaba metida en su cabeza como una bacteria. Y no podía olvidarme ni quería. Me echaba tanto de menos que la tristeza se veía reflejada en sus ojos. Había conseguido no llamarme en dos días y le parecía una eternidad. Lo que más anhelaba su corazón era pasar la Navidad abrazado a mí y olvidarse del mundo, su cuerpo no podía pero su mente lo imaginaba en todo momento.

        Si le contaba eso a Belén, sería ella quien terminara con él. Le destrozaría la Navidad para toda la vida y, a pesar de sus sentimientos tan fuertes por mí, aún la amaba. No quería hacerle ningún daño.

        Pero lo cierto era que ya se lo estaba haciendo con su silencio.

        -Belén -comenzó Pedro-. Te quiero... ¿No te basta con saber eso?

        -Oh, vaya. Te lo agradezco. Lo dices como si me estuvieras haciendo un favor.

        -Escúchame -dijo Pedro-. Lo que ocurre no te lo puedo contar por ahora, es algo que se solucionará por sí solo con el tiempo. Después te lo contaré, ¿te parece?

        -¿Por qué no me lo cuentas ahora y así sufrimos los dos?

        -No podrías entenderlo.

        -Lo intentaré, no soy tonta.

        -Ya lo sé, por eso no lo entenderías -Pedro se mordió la lengua.

        -¿Hay otra? Ya sé que la hay, pero no voy a ponértelo fácil. Dímelo tú.

        Que lo supiera no era un alivio para él. Sólo le obligaba a sincerarse antes de que ella pensara cosas que no eran.

        -En realidad no hay nadie... Pero volví a ver a Verónica.

        -¿A quién? -Ella frunció el ceño.

        -A la chica que llamó por teléfono.

        Belén se puso blanca. De repente, lo entendió todo.

        -No pienses lo que no es -se intentó adelantar Pedro-. No soportaba la idea de haberla dejado destrozada. Creía que había hecho leña del árbol caído y que en lugar de ayudarla herí sus sentimientos. Ojala supiera cómo hacerla feliz.

        -¿Me has mentido? -Acusó Belén con la voz entrecortada.

        -Bueno, te lo oculté, te dije que no la había vuelto a ver y en realidad la vi una sola vez más.

        Belén dejó de mirarle y las lágrimas corrieron por sus mejillas.

        -Solo quise decirle lo maravillosa que era y que aun amándote tanto a ti, había conseguido que sintiera algo irracional por ella. Era para animarla, al principio, pero luego me di cuenta de que... Me hubiera gustado... Conocerla antes de conocerte a ti. Entre los dos decidimos dejar de vernos y tratar de olvidarnos el uno del otro. No nos hemos vuelto a ver, te lo juro.

        -Pero la tienes metida en la cabeza todo el día -adivinó Belén, sin dejar de llorar-. Lo veo en tus ojos, siempre estás pensando en ella. Y lo peor es que sé que luchas contra tu corazón y tratas de olvidarla. No te das cuenta de que eres un libro abierto y tu cara lo dice todo.

        -Te amo, Belén. Eso es lo único que debes tener en cuenta. Conseguiré quitármela de la cabeza, te lo prometo.

        -No te creo. Da la vuelta.

        -¿Qué? -Pedro no podía creer lo que había oído.

        -He dicho que des la vuelta y me lleves a casa de mis padres. Me quedaré allí hasta que decidas a quién echas más de menos. A mí o a ella. No quiero pasar contigo ni un minuto más si no estás totalmente conmigo.

        Pedro sintió ganas de llorar. Ahora sí que la había fastidiado, sabía que no debía contárselo, pero con Belén era imposible guardar secretos. Con las manos temblorosas buscó una salida que le permitiera dar la vuelta, sintiendo que su corazón se desgarraba. Quería convencer a Belén de que volvieran a casa pero no sabía con qué argumentos la convencería.

        -Allí puedes dar la vuelta -urgió ella.

        -Mujer, esto es una estupidez, tus padres se van a enterar de todo y no es más que un...

        -Ellos ya lo sabían, les dije que sabía que me estabas engañando.

        -Eso no es cierto.

        -¡¿No me mentiste?!

        -Bueno sí, pero eso no es engañar -se defendió Pedro.

        -Si al menos me hubieras dicho que fue por debilidad, o por un revolcón, tendría un pase. Pero estás enamorado de ella hasta las cejas y eso es mucho peor que engañarme. Quiero ir a casa de mis padres ahora mismo. ¡Da la vuelta ya!

        En su furia, Belén tiró bruscamente del volante cuando pasaban por la salida y el coche viró tan fuerte que Pedro perdió el control del vehículo y comenzó a dar vueltas de campana sobre el asfalto hasta estrellarse contra un quita miedos. No quedó un hierro del coche en su sitio. No saltó el airbag de ninguno de los dos y los cristales les destrozaron la cara y les hizo cortes por todo el cuerpo.

 

 

        Cuando la ambulancia llegó ya estaban los dos muertos.

 

 

 

 

3

 

        Ahora lo sé. Pero yo no lo sabía por aquel entonces.

 

 

       

        Dos días después intenté llamar a Pedro ya que no era normal que no bajara con los amigos. No había logrado olvidarlo y sentía que sin él mi existencia carecía de sentido. Tomaba la medicación contra la depresión pero no servía de nada. Necesitaba verlo una vez más. La operadora respondía que el número marcado estaba desconectado o fuera de cobertura y lo seguí intentando todo el día. Al final, decidí dejarlo y probar al día siguiente a otra hora ya que quizás lo mantenía apagado mientras estuviera con su novia. Imaginé cualquier cosa, incluso llegué a pensar que había cambiado de teléfono para que no pudiera llamarlo.

        El día siguiente tuve el mismo resultado desde primera hora de la mañana. Decidí que si no se lo cogía podría verlo en la cafetería a la que solía ir. Había dejado de ir allí porque decidimos no volver a vernos y creímos conveniente evitar el restaurante. Pero él debía seguir bajando con sus amigos y no había vuelto desde que nos vimos.

        Reuní valor, me acerqué a uno de ellos y toqué en su hombro.

        -Disculpa, ¿Pedro no baja hoy? Es amigo mío y... Esperaba verlo con vosotros.

        El chico al que abordé, que debía tener poco más de veinte años, moreno y con gafas de pasta, me miró con tristeza. Luego buscó apoyo visual en los demás y estos agacharon la cabeza.

        -¿No ha venido a trabajar hoy? ¿No ha querido tomar café? -Insistí, intentando no parecer ansiosa.

        -No -respondió.

        -Murió en un accidente de tráfico hace dos días -continuó otro más maduro, con barba-. Iba con su novia, fue horrible. ¿Conoces a la familia? Queremos comprar una corona de flores y no sabemos con quién contactar.

        Parpadeé varias veces antes de desmayarme.

 

 

 

        Después de aquel día no perdí la mirada triste y nostálgica. No dejé de pensar en Pedro ni un momento. La inseguridad de no saber si al morir seguía amándome o si yo tenía culpa de lo sucedido era más dolorosa que un punzón clavado en el centro de mi pecho. En mi desesperación busqué ayuda en psiquiatras pero éstos sólo intentaban drogarme con pastillas y me hacían estúpidas preguntas de mi infancia. Esos médicos de pacotilla no lo entendían, por unos momentos sentí bombear mi corazón de la mano del de Pedro. Ahora saber que el suyo estaba parado me privaba de todas las energías, toda la vida buscando mi alma gemela y cuando al fin la encuentro y descubro que es inalcanzable, va y se muere. Eso no se cura con “Lyrica” (una de las medicinas que me mandaron y dejé de tomar al segundo día pues me dormía el cuerpo como si lo tuviera hecho de gelatina).

        Con esa duda permanente, un día decidí visitar a una médium. Una amiga del trabajo me dio su teléfono y aseguraba que sabía leer la mano y el futuro, que era muy famosa en su pueblo y que ella y sus hermanas tenían todo tipo de remedios para enfermedades incurables, males de ojo y podían hablar con los muertos. Su nombre no podía ser más místico, Fausta.

        Quedé con la gitana para una sesión de espiritismo y me presenté allí una hora antes de la cita.

        -Gracias por atenderme, he llegado lo más pronto que he podido -le dije a modo de saludo, cuando abrió la puerta de su casa.       

        -Pues espérese ahí fuera, estoy con otro cliente.

        La gitana cerró y me quedé sola, en el descansillo de la escalera. Por suerte había un banco. En ese tiempo, llegó una mujer obesa de raza negra y se sentó a mi lado. Bailaba y escuchaba música africana en los cascos. Seguramente no hablaba castellano así que deseché toda posible conversación.

        -¿Se retrasa? -preguntó la mujer, con acento cubano.

        -¿Disculpe? -Me sorprendí.

        -Digo que si la está haciendo esperar. En el folleto dice que si se retrasa no cobra, ¿entiendes? ni se te ocurra pagarle.

        -No. Tengo cita a las siete.

        -¿Qué? -se escandalizó la mujer-. Yo pa las seis y cuarto y casi llego tarde.

        Dicho eso se abrió la puerta y salió una anciana, sonriente y dándole las gracias a la médium repetidas veces. La medium parecía simpática aunque era muy pálida, sus labios eran más morados que rosados y sus ojos estaban medio cubiertos por su pelo negro rizado que caía en cascada sobre ellos.

        -Pase -invitó a la cubana.

        Me fijé que vestía igual que las clásicas gitanas de cuento. Con su pañuelo en el pelo, pendientes con forma de aro de cebolla de color rojo, maquillada con las líneas de los ojos tan marcadas como tatuajes, su vestido era parecido al de una bailarina de sevillanas y llevaba zapatos de charol con tacón alto y punta picuda. Era de unos treinta años y su mirada daba miedo. Parecía que podía leer los secretos más ocultos de tu corazón.

        La mujer que acababa de llegar se levantó y me guiñó el ojo.

        -Te lo dije guapa. Es más puntual que el reloj de la Puerta del Sol.

        Sonreí, y me quedé sentada. Me sentí ridícula esperando. Lo tendría en cuenta si volvía otra vez, debía llevar un libro. Durante la media hora de espera me planteé hacerle algunas preguntas: ¿En serio creía en fantasmas? No, si quería que hablara con Pedro, no podía dudar de algo así. Sería como llamarla mentirosa o estafadora.

        El tiempo pasó muy despacio y pronto llegó otra mujer. Esta vez era gitana con aspecto de enferma y débil.

        -¿Se está retrasando? -Preguntó extrañada.

        -Mi cita es a las siete.

        -Ah, entonces voy delante.

        -Parece que tiene mucha clientela -valoré.

        -¿No conoce todavía a Fausta? -Me preguntó, sonriente.

        -Solo algunas cosas que he oído de ella.

        -No la mire a los ojos, haga sus preguntas y márchese. No olvide pagarle si no quiere estar maldita de por vida.

        -No tengo ni idea de lo que hay que pagar, ¿Cuánto es la voluntad?

        -Yo le doy esto -le mostró un billete arrugado de cinco euros-. Aunque solo es para que me lea el horóscopo. No sé lo que te ha traído aquí hija.

        -Cosas personales.

        -Dale algo más, así es más simpática contigo la próxima vez que vengas.

        Era de las típicas abuelas de pueblo que está con ganas de charla. Aunque me estaba aburriendo y  traté de mantener la conversación.

        -¿Para qué querría saber el horóscopo una persona como usted, que ya tiene la vida resuelta y sin ningún tipo de...

        -¿Emoción? -respondió arisca.

        -Mira, chiquilla, si leyera lo que pone en las revistas del corazón sería una estupidez comprar el periódico solo por eso. ¿Verdad? Conozco a muchas amigas que lo hacen. Se gastan más de treinta euros en revistas para leer el horóscopo. Encima no aciertan ni una. Yo voy a lo seguro, Fausta sabe lo que me pasará como si viera el futuro.

        -Pero qué tiene que ver, si usted no hace gran cosa, ¿no? Yo también podría adivinar su horóscopo.

        -No, cielo. Alguien como yo está a un paso de la muerte. Cualquier tropezón, comida, un resfriado, un coche que venga rápido podría mandarme derechita al otro barrio. Fausta me ha salvado ya de varias, ¿sabes? Me dice, hoy hay peligro en la comida y resulta que tengo un yogur caducado. Si no me advierte, ni miro la fecha. El otro día me avisó sobre el clima, que una tormenta podría sorprendernos y si no hubiera sido por ella habría olvidado coger el paraguas cuando bajé a misa.

        Se abrió la puerta y se despidió de mí con un entrañable: Hasta mañana, cielo.

        De modo que esperé otros cinco minutos. Al fin salió y la anciana se despidió de mí con la mano deseándome suerte. Fausta me llamó por mi nombre desde dentro invitándome a entrar. Me puse en pie y obedecí.

        Estaba sentada tras una mesa camilla que tenía una voluminosa bola de cristal en el centro.

        -Siéntate, princesa.

        -Gracias.

        Ocupé la silla que estaba en frente. Había cuadros a mi alrededor, muy antiguos. Parecían del museo del Prado y debían ser caros. Uno me llamó la atención, era un viejo musculoso y barbudo sentado en un trono y frente a él una mujer vestida de blanco  envuelta en luz. Estaban rodeados de personajes oscuros de mirada perversa. Sentí lástima por esa mujer, aunque no parecía indefensa a pesar de que parecían estar juzgándola.

        -Me llamo Fausta ¿Qué te trae por aquí?

        -Verá, quiero que invoque a un espíritu.

        -¿No vas a contarme tu historia o la de tu fantasma? Tenemos tiempo, no hay más clientes después de ti.

        Cuando concerté la cita tuve que contarle mi problema antes de darme un hueco en su agenda. Pero no fui muy explícita.

        -Es un... Amigo que murió hace unos meses con su novia. Tengo cosas que preguntarle. ¿Usted sabe invocar a los fantasmas?

        -Claro que sé -respondió la gitana con tono aburrido-. Lo difícil es que vengan ellos solos.

        No entendí muy bien por qué dijo eso.

        -Claro ¿Cómo se llamaba?

        -Pedro,… No me sé sus apellidos.

        La médium soltó una carcajada.

        -¿Te imaginas la cantidad de gente que acudiría si le invoco por ese nombre tan común?

        -Lo siento, no le conocí mucho tiempo.

        -¿Era tu amante?

        -No.

        -¿Quieres hablar con él tan impaciente que llegaste casi una hora pronto pero no sabes sus apellidos y ni siquiera compartisteis lecho?

        -Verá, es que tengo que preguntarle una cosa.

        -¿Necesitas el número secreto de una cuenta bancaria? Te lo digo porque no funciona así, los muertos no recuerdan combinaciones, ni dicen números de lotería que van a tocar. Si fuera así no perdería el tiempo con vosotros aquí y sería millonaria.

        -No es nada de eso -corté enojada-. Necesito saber qué le pasó, cómo fue el accidente y si yo tuve la culpa. Si me seguía amando -la última frase la dije con un hilo de voz. Apenas podía hablar porque había vuelto a llorar.

        -Cariño, no te preocupes. Este tipo de casos es mi especialidad. Lo único malo es que yo no sé quién es y tú no puedes ayudarme a localizarlo por lo que voy a tener que recurrir a alguien del más allá que puede ayudarnos a encontrarlo.

        -¿En serio? ¿Quién?

        -Lo único malo es que no suele hacerlo gratis.

        -Tengo dinero -me apresuré a responder.

        -No me refería a eso. Pero no te preocupes, vamos a llamar a ese Pedro -me animó, con un gesto para que le diera las dos manos.

        Se las agarré y sentí el contacto abrasador de los dedos de la médium. Me quemaron a pesar de estar helados. Esta cerró los ojos y comenzó a canturrear una canción que parecía india. Después de varias repeticiones los abrió como si estuviera poseída y dijo:

        -Estamos aquí para buscar a una persona, ven a mí, Maestro.

        Luego se concentró. Observé mi entorno y no vi que nada se moviera. La gitana me miró fijamente y sentí terror por aquella intensa mirada. Ya no era ella.

        -¿Quién osa molestar a los muertos? -Preguntó, con voz ronca y masculina, como un africano.

        Se me pusieron los pelos de punta al ver esos ojos con un tenue resplandor rojizo que, debido a la oscuridad reinante, teñía toda la sala en un rojo intenso. Hasta ese momento pensé que era una farsante, pero estaba equivocada. Si no me hubiera agarrado las manos como unos grilletes habría salido corriendo.

        -¿Quién eres? -me atreví a preguntar.

        -Soy el Gemelo, aunque prefiero que me llames Maestro. El alma de Pedro me pertenece.

        Quise levantarme pero la gitana me tenía agarrada tan fuerte que fui incapaz de soltarme.

        -Imposible -repuse inquieta-, era un buen chico, seguro que su alma está en el cielo. Él creía en Dios.

        -Te equivocas. Es mío -repitió, enfurecido. Al decirlo, a la gitana le salió humo de la boca-. Si quieres hablar con él tendrás que pagar un precio muy alto.

        -Necesito hacerlo. Pagaré lo que sea necesario -respondí, decidida.

        -Lo harás.

        La gitana agachó la cabeza, luego volvió a levantarla y abrió los ojos. Éstos le habían cambiado de color, ahora eran marrones como los de Pedro, con esa misma inocencia y con ese amor sincero que vi en él.

        -¿Verónica? -Preguntó la gitana con la voz del chico.

        -Oh, Dios mío,... eres tú... ¿Qué te ha pasado?

        -Pensé que no volvería a verte más.

        -¿Recuerdas tu accidente? -insistí.

        -No puedes imaginar lo que he deseado ver tu rostro -Pedro no entraba en razón.

        -Por favor, necesito que recuerdes lo que pasó.

        -¿Mi accidente? Oh... -su mirada se enturbió, debió recordar algo.

        -Tienes que decirme algo.

        -Belén y yo discutimos porque le dije que te amaba, ella se enfadó y agarró el volante. Volcamos... ¿Estoy muerto?

        -¿Te estrellaste por culpa mía? -repliqué horrorizada.

        -Te amo. Eres la mujer de mi vida. Te amo con todo mi corazón y ella lo vio en mis ojos. No fue tu culpa, elegí el peor momento para confesarlo, soy el único responsable y ahora estamos muertos y no podré volver a verte.

        -¿Por qué estás en el infierno? Tú eras creyente.

        -¿A qué cielo voy a ir yo después de matar a mi novia?

        -No digas eso, ve a la luz y yo te seguiré....

        -¡Eso es imposible! -Gritó repentinamente la voz del Gemelo.

        -¿Qué? -Luché por liberarme de nuevo.

        -Ahora que has hablado con tu amado, tu vida me pertenece. Dijiste que pagarías lo que fuera -se escuchó una risa escalofriante y aterradora.

        Sentí que las manos me quemaban horriblemente. La boca de la gitana se abrió y vi las llamas rojas y amarillas del infierno en su interior. Como una boa, me engulló llevándome al otro plano de la existencia.

 

 

 

 

 

        Cuando Fausta abrió los ojos y salió de su trance, sólo quedaba frente a ella una silla vacía y humeante.

        -Qué fresca, y se marcha sin pagar. Que el Diablo la lleve -rezongó.

 

 

 

 

        Cuando desperté estaba aturdida y desorientada. Hacía calor sofocante, pero no sudaba. Era una sensación extraña y desagradable.

        Aquello no era el mar de fuego que vi en la boca de la vidente. Era una llanura tan extensa que no veía el final por una bruma que ocultaba todo en la distancia. La tierra era roja y estaba muy caliente, sin embargo no había Sol.

        -Pedro -siseé, esperanzada de encontrarlo.

        -Estas lejos de casa -murmuró el viento, con voz ululante.

        -¿Quién eres? -Pregunté asustada.

        No hubo una respuesta razonable, la voz seguía diciendo cosas que no podía entender.

        -¿Dónde estoy? -insistí.

        Al no tener respuestas coherentes, caminé sin rumbo claro por si llegaba a alguna parte.

        Miré al cielo y me pregunté dónde estaba el Sol. Lo cubría un manto rojizo que daba una luz extraña al paisaje yermo. Me moría de sed.

        Pasaron horas y mis piernas ya no podían dar un paso más.

        Me dejé caer y me tumbé boca arriba. Quizás no debí hacerlo, porque al mirar al cielo de nuevo contemplé a centenares de criaturas aladas dando vueltas a mi alrededor, como buitres. No distinguía bien su silueta. Al tumbarme, éstas descendieron en picado.

        Me levanté sacando fuerzas del pánico y corrí con dificultades, desesperada porque no había dónde ir.

        -Pedro, ayúdame -grité.

        Cayeron como rocas volcánicas e hicieron temblar el suelo. Uno tras otro plegaron sus enormes alas rojas y sus cuerpos deformados y musculosos mostraban una desnudez nauseabunda. Corrí cuanto me permitieron las piernas pero no di ni tres zancadas antes de caer.

        Las criaturas superaban los dos metros de altura y tenían rostros desfigurados y llenos de maldad.

        Uno de ellos se arrodilló y me agarró del pelo con brusquedad. Arrancó mi ropa y se inclinó sobre mí para penetrarme con su horrible falo animal del tamaño del de un caballo.

        Le golpeé con los puños y me abrasaba al tocarlo como si fuera una sartén al fuego.

        Cuando supe que no podría librarme de la tortura solté tal grito de pánico que les obligué a taparse los oídos. Entonces el monstruo se apartó. Sorprendida, dejé de chillar, creyendo que fui yo la que le espantó.

        -Alguien ha hecho un nuevo pacto -explicó una voz agradable y joven.

        Me levanté, cubriendo mi desnudez con las manos y vi a un chico de unos treinta años, guapo y con barba oscura, vestido con túnica. Por sus ropas y su rostro creí que Jesucristo en persona había venido a mi rescate.

        -Pedro te ha entregado a mí -explicó-. Si es que aceptas mi propuesta.

        -¿Quién eres? ¿Qué lugar es este?

        El hombre tenía una forma física envidiable.

        -Tienes que elegir -evitó responder-, ¿quieres que sólo yo tenga poder sobre ti?

        Entendí lo que pasaría si se negaba. Se marcharía y me dejaría a merced de esas bestias, que sorprendentemente parecían respetarle y temerle.

        -Quiero ver a Pedro -insistió-, y seré tuya.

        Aquel hombre negó con la cabeza mientras respondía.

        -Él eligió no volver a verte para que te librara de ellos. No me hagas enojar o su sacrifico será en vano.

        Sollocé desesperada y no me atreví a negarme, asintiendo con la cabeza.

        -No temas -añadió, complacido-, a partir de ahora todo el mundo te temerá a ti. Bienvenida a casa, mi reino.

 

 

 

EPÍLOGO

       

 

        Pasaron semanas de aquel suceso cuando un grupo de niñas de catorce a dieciséis años jugaban a la Ouija.

        -¿Hay alguien ahí? -Preguntó una con voz fingidamente grave.

        Todas las demás se rieron.

        -¿Manifiéstate?

        Un libro se cayó de la repisa e hizo un ruido que las asustó a todas. Estas rieron y desconfiaron unas de otras.

        -Vamos, seguir preguntando, seguro que ha sido el fantasma.

        -¿Quién eres?

        El vaso de la Ouija se movió lentamente de una letra a otra escribiendo una palabra: Verónica.

        Algunas se asustaron al ver que era un nombre real después de lo que parecía un movimiento caprichoso del vaso.

        -¿Qué es lo que quieres, Verónica?

        Las niñas empezaban a asustarse porque se movía sin que apenas lo rozaran con sus dedos. Todas querían soltarlo, aterradas.

        "Quiero a una de vosotras".

        -¡Ah! -gritó una cuando entendieron el mensaje.

        Se levantaron y encendieron la luz entre risas y saltitos.

        -¡Ha sido alucinante! -chilló una de ellas-. ¿Cómo lo habéis hecho? Casi me hago pis encima.

        -No es un truco, tengo miedo -sollozaba otra.

        -Volved a sentaros -ordenó la que era dueña del tablero-. Si no despedimos al fantasma no se marchará.

        Entonces un libro cayó y unas tijeras que tenían encima se quedaron abiertas con la punta hacia arriba. Cuando las niñas vieron la tijera se miraron aterradas y salieron corriendo de la habitación. Les contaron todo a sus padres, los cuales estaban jugando al póker y éstos no le dieron la menor importancia.

        -Los fantasmas no existen -decían-. Si tenéis sueño iros a dormir.

        Las niñas se fueron a sus respectivas camas. Eran primas y las habían invitado a pasar el fin de semana, juntas. Sólo una debía regresar al cuarto de la Ouija que la recogió con cierto temor y la metió en su caja. Luego guardó las tijeras, el libro y volvió a colocar ambas cosas en la mesa.

        Al acostarse se cepilló los dientes y se enjuagó la boca. Cuando se miró al espejo vio detrás de su espalda a una mujer de pelo castaño oscuro y con los ojos negros. El grito que salió de su garganta rompió el cristal en mil pedazos.

        Los padres corrieron a ver qué pasaba y cuando llegaron la encontraron desangrada. Por lo que dedujo la policía, cogió un cristal del espejo roto y se cortó la garganta porque no detectaron huella alguna salvo las suyas. Nunca sabrían que lo que realmente hizo fue intentar detener el cristal que buscaba su cuello impulsado por mi mano.

 

 

 

        Dicen que no se debe jugar con los espíritus. Que los que invocan al más allá sin el debido respeto sufren la visita de la novia del diablo, Verónica, que soy yo, llevándose al infierno a uno de los invocadores. Los demás pueden llegar a padecer locuras incurables.

        No es cierto, yo escojo mis víctimas. No acudo a todos los que me llaman, sino el infierno estaría lleno de niños curiosos. Pero si tú eres de los que me gustan, ten cuidado con lo que digas delante de un espejo.

 

 

FIN

 

 

 

Comentarios: 1
  • #1

    Tony (sábado, 11 abril 2020 03:54)

    Este relato lo escribí en 2009 y es uno de los que más revisiones lleva a sus espaldas. Esta es la versión definitiva y por ello, no os extrañe encontrar erratas. Si las veis, os agradecería que las citarais aquí para terminar de pulirlo.