El vórtice

1ª parte

 

            Ángela abrió los ojos en una playa paradisíaca. Se preguntó si recibió algún golpe en la cabeza porque las aguas eran verdosas y el cielo también era de ese color. Apenas tenía fuerzas y se arrastró sin saber muy bien hacia dónde ir. Solo era por comprobar el estado físico de su cuerpo. Se sentó y examinó sus piernas, sus brazos... Todo bien, ni un rasguño.  

Le dolía la garganta y sentía en la lengua el sabor salado del mar. Se acercó al agua y se desnudó quedando en ropa interior para quitarse los restos de la arena metidos por todo su cuerpo. Las olas bañaron su piel y se sintió mucho mejor. ¿Dónde estaba? Examinó su entorno, vio varias estructuras en otras islas cercanas pero el cielo verde le hacía temer que no estuviera en la Tierra.

            No tardó en descartar esa hipótesis ya que no podía estar en ningún otro planeta. Lo último que recordaba era que se enfrentaba a Alastor y ella estaba poseída por el poder de Génesis, haciéndole frente. Entonces hubo un estallido extraño, una luz verde cegadora lo envolvió todo, el portaaviones en el que transcurría la lucha se hundía y fueron a caer al mar los dos. Vio cómo todos los soldados trataban de mantenerse a flote y ella dejó de sentir el poder del fuego en sus entrañas. Creía que moriría ahogada y ahora que examinaba y se daba cuenta de seguía con vida.

            Pero ¿dónde estaba? Vio restos de fuselaje del portaaviones dispersos por la playa. Cerró los ojos y buscó en los recovecos de su corazón y su mente esa luz ardiente de Génesis. No sintió nada, estaba sola.

 

 

            Se acercó a las palmeras de la playa y después de sacudir sus ropas las dejó secar al Sol, uno extrañamente débil al que podía mirar directamente sin que le molestara la vista. No se atrevió a mirarlo por temor a quedarse ciega.

            No hacía calor, ni frío, debía estar a unos treinta grados. No soplaba el viento no se escuchaban animales, de hecho no había ninguna clase de ruido. Si no fuera por el dolor de sus articulaciones, el hambre y el temblor de sus manos, pensaría que estaba muerta y eso era una especie de paraíso.

            Se tumbó a tomar el Sol, a intentar calentar su fríos miembros y de paso ponerse morena, que bajo esa luz verdosa se veía muy pálida. Estaba tan agotada que se durmió.

            La despertó una patada en la pierna y varias risas masculinas. Se levantó de un salto y se encaró a los intrusos. Eran tres y llevaban ropas viejas, restos de uniformes demasiado gastados y usados. Olían a vino y su barba, sus pelos de locos y sus dientes podridos delataban que o eran muy guarros, o no tenían donde asearse.

            —Vaya una sorpresa. Mira lo que nos ha traído el mar —se congratulaba uno de ellos.

            —Sí, me la pido primero —le empujó otro de muy malas maneras.

            —Fíjate qué gladiolos, se los voy a chupar hasta que me salgan ampollas en la lengua —terció el otro.

            Ante la discusión ella intervino. 

            —No discutáis, a ver que me aclare. ¿Quién dijo que iba primero?

            — ¡Yo! —Exclamaron al unísono.

            —No os peleéis, con uno no habría tenido ni para empezar.

            Ángela se sentó en el suelo y se abrió de piernas con una sonrisa pícara.

            —Apartad —se ofreció el primero, dejándose caer de rodillas frente a ella.

            Ella aprovechó para darle un puntapié bajo la barbilla, pillándole la lengua con los dientes. Emitió un grito de dolor ahogado por su propia sangre. Aprovechando el impulso y de una rápida voltereta hacia atrás se puso en pie y arremetió a otro, que ya tenía medio pantalón bajado. Le dio un puñetazo en el estómago y luego le empujó para que cayera sobre el otro, que seguía quejándose de la lengua. El tercero se encaró con ella sacando un hierro con forma afilada de la parte de atrás de su pantalón.

            —La chica sabe pelear.

            Sacó un cuchillo hecho con restos de metal.

            —Si juegas con armas te puedes cortar —se limitó a responder antes de dejarse caer en un rápido giro y lanzando su pierna derecha contra sus rodillas. El hombre cayó como un fardo y Ángela aprovechó para lanzarse sobre su rostro con un rodillazo a la mandíbula que le dejó inconsciente.

            Se quedaron tendidos, quejándose y ella les registró para quitarles las armas. Al ver que ya no eran una amenaza se los quedó mirando, decidiendo qué hacer con ellos. Le dio tanto asco que pudieran cogerla desprevenida que cogió al último del pelo y con el cuchillo en el cuello le susurró:

            —Los hombres como vosotros no merecéis existir. Pero no sé cuánto voy a necesitaros...

            Les quitó todas las cosas de los bolsillos mientras aún se retorcían de dolor y luego se despidió inocentemente con los dedos de la mano. Cogió su ropa del árbol, aún mojada, y se fue hacia el interior de la isla cambiando de dirección cada poca distancia para que no pudieran seguirla. De todas formas ya debían saber lo que les esperaba si trataban de violarla de nuevo. La próxima vez no tendría tanta misericordia.

 

 

            Encontró una laguna de aguas transparentes y la probó por si era agua dulce. Aunque podía estar contaminada, era difícil saberlo. Sus labios besaron la superficie y saboreó el líquido transparente. En seguida tuvo que escupirlo todo. No estaba salada pero sabía a heces. No tardó en descubrir por qué, vio a unos cincuenta metros un rebaño de ovejas bañándose en la laguna. Se escondió por miedo a ser descubierta por algún pastor. Tras una gran roca se puso su ropa, aún mojada. Hacía calor así que no tardaría en secarse con la temperatura de su cuerpo.

            Se asomó con cuidado de no ser vista ni oída y examinó el contorno. Vio palmeras, unas treinta ovejas, rocas, juncos y no detectó señal humana alguna.

            —Tengo hambre, supongo que nadie echará en falta uno de esos animales.

            Empuñó con fuerza uno de los puñales confiscados a aquellos depravados. Se acercó sigilosamente al rebaño sin perder de vista los contornos por si el pastor estaba sentado cerca. No quería que la escuchara llegar.

            Al llega junto a las primeras ovejas se dio cuenta de que eran salvajes. Su lana no había sido rasurada nunca, estaban grises y alcanzaba la mitad de sus patas. Se acercó a una de ellas y ésta ni siquiera se asustó. El animal olisqueó su cuchillo. Ángela no podía creer que esos animales nunca hubieran visto a un ser humano y guardó el arma. No tenía hambre y no era capaz de traicionar la divertida curiosidad que despertaba en ellas. Pronto se vio rodeada, pues todas querían olerla.

            — ¿Quién eres? —Preguntó la voz de un muchacho.

            Se dio la vuelta temerosa pero no vio a nadie.

            — ¡Muéstrate!

            —No suelen confiar en nadie —escuchó desde arriba de su cabeza—. Al menos de los hombres.            

            En un árbol de ramas colgantes distinguió la silueta de un jovencito. Debía tener doce o catorce años. Se descolgó con bastante habilidad y se acercó a ella con temor, sosteniendo un palo reforzado con clavos y metales, entre sus manos.

            —No voy a hacerte daño —le dijo ella, cordial—. Puedes apartar eso.

            Cuando estuvo a dos metros de distancia hizo un gesto con la cara refiriéndose a los trozos de metal que llevaba entre su espalda y sus leggins.

            —No eres una de ellos. ¿Por qué llevas sus armas? —Preguntó.

            —Si te refieres a los dueños de estos cuchillos, estarán contando los huesos sanos de su cuerpo. Pretendieron violarme y ahora lo están lamentando.

            — ¿Los dejaste vivos? —Se escandalizó.

            —Les di una buena paliza. No volverán a molestarme.

            —Son peligrosos. Ahora saben que hay una mujer y que has sido capaz de vencerlos. ¿Cuántos eran?

            —Tres.

            — ¿Quedaron muy lejos?

            —No, en la playa, a unos diez minutos de aquí.

            —Acompáñame. No estás segura.

            — ¿Por qué? Ahora tengo sus armas.

            —Y ellos saben que eres hábil pero muy blanda, no los has matado, buscarán refuerzos y no descansarán hasta que te cojan. Hace años que no llega ninguna mujer al Vórtice. Y son especialmente salvajes con ellas. Más cuando llevan tanto sin oler una. Además eres joven, guapa... Suave —pronunció esto último de forma un poco rara—, y recién llegada. Te digo que estás en peligro, debes acompañarme.

            A pesar de que era un crío, era muy raro.

            — ¿Por qué debo fiarme de ti? —Increpó.

            —No lo hagas. Yo tampoco me fio de ti.  La confianza es un lujo que nadie puede permitirse en este infierno.

            — ¿Dónde estamos?

            —Ya te lo he dicho, es el Vórtice. Te daré más detalles en mi agujero.

            Asintió por fin y el muchacho emprendió la carrera por el bosque de palmeras. Cuando llegaba a alguna en concreto giraba a la derecha o la izquierda y así estuvieron corriendo durante varios minutos. Se detuvo en el nacimiento de un manantial que terminaba en un riachuelo.

            Ella corrió a beber con desesperación, estaba sedienta. Nunca había probado un agua tan dulce y deliciosa.

            El muchacho trepó la roca por agarres apenas visibles por el musgo y a dos metros y medio, en lo que parecía una pared cubierta de algas por el río que caía por la roca, apartó las plantas y se introdujo en el interior de una especie de cueva natural.

            — ¿Cómo has llegado hasta ahí arriba? —Preguntó.

            Palpó el musgo y descubrió los huecos en la roca. Trepó con dificultad poniendo los pies en los salientes invisibles y llegó a la cortina de algas. Al apartarla vio la grieta en su interior. Se coló dentro y se acomodó en una roca frente al muchacho, que estaba ocupado frotando ramas y tratando de hacer fuego con ellas sobre un montón de hierba seca y hojas.

            —Voy a preparar algo para comer. Tengo carne seca, pero supongo que no la comes cruda.

            —Estoy hambrienta, la comería recién cazada —respondió.

            —Me alegro. Como puedes ver, la comida no es un problema por esta zona. Ni el agua. Si quieres ducharte, hazlo en la entrada, es agua pura, no te hará daño como la del mar, cae una cortina de gotas continua que viene muy bien para mantenerse limpio.

            ¿Estaba pidiéndole que lo hiciera justo en ese momento? Demostraba ansiedad en aquella explicación. Prefirió ignorarlo.

            —Has encontrado un buen refugio. ¿Estás solo?

            —Ahora sí. Vivía con mis padres. Llegaron al Vórtice hace treinta años y se separaron del resto de humanos porque éstos comenzaron a ser violentos. Yo nací en esta cueva, mis padres traían la caza y un día, hace nueve años, desaparecieron. Era muy pequeño y no me atreví a ir a buscarlos. Me tenían dicho que si no volvían un día no debía salir. Pero lo hice, encontré sus cuerpos en el bosque. Les habían golpeado hasta matarlos. A mi madre...

            —No pienses en ello.

            — ¿Cómo se hace eso? Nunca olvidaré su cuerpo blanquecino cubierto de ese líquido asqueroso, viscoso. La mataron de asfixia, metiéndole sus penes erectos por la boca mientras la violaban de maneras que no puedes ni imaginar. Ella fue la última mujer que he visto por aquí. No puedo permitir que te encuentren, has llegado a mí... Soy responsable de tu seguridad. Soy fuerte y te protegeré, te mantendré escondida y yo traeré la comida, no necesitas salir de la cueva.

            —Sé cuidarme sola, pero te lo agradezco.

            —No puedo permitir que te maten —insistió, con ojos dementes.

            Ángela se dio cuenta de que la hablaba como si fuera su oportunidad de salvar a su madre. Su mente debió perder el anclaje a la normalidad hacía muchos años, y era totalmente comprensible.

            — ¿Qué es el Vórtice?

            —Así llaman a este lugar. No conozco otra cosa. Mis padres me contaron que hace treinta años estaban trabajando en un barco de pasajeros, atravesando el Atlántico, no se conocían cuando una espesa cortina verde luminosa descendió del cielo como una aurora boreal. Cubrió por completo el barco y encalló en las cosas del Vórtice. La gente salió esperando encontrar civilización, contactar con el puerto más cercano, pero en el Vórtice la electricidad no existe. Ningún aparato funciona. Pronto comenzaron a usar el fuselaje del barco para crear sus poblados. Se encontraron con tribus salvajes y lucharon a muerte hasta que no quedó nadie de los foráneos. Los supervivientes comenzaron a redactar sus propias leyes cuando decidieron que no volverían nunca a sus casas.

            »Mis padres no estaban dispuestos a acatar esas horribles normas (el jefe se adjudicó el derecho sobre toda mujer, al igual que todos los que lo apoyaban). Quisieron violar a mi madre como hicieron con el resto de mujeres, que confinaron en unas celdas. Mi padre la ayudó a escapar y se la llevó a la espesura del bosque. Encontraron este manantial y se cobijaron aquí desde entonces. Mi madre nunca salía de la cueva.

            »Los buscaron, lo hacían como lobos hambrientos. Cuando era pequeño no me dejaban salir solo. En cuanto les escuchaban en la distancia huíamos a la cueva.

            —Ya veo, ¿dónde está esa comida?

            —No pareces preocupada —comentó el chico.

            —Cuando me haya alimentado quiero que me lleves a ese poblado.

            — ¿No has escuchado nada de lo que te he dicho?

            —No soy de las que se esconde —susurró.

            —Deberías. No pienso acompañarte a la muerte —se negó el muchacho—. Vas a morir. Pero luego no me digas que no te he avisado.

            Ángela se encogió de hombros pensando en cómo iba a decirle tal cosa si, según él, iba a morir.

            Cortó dos tiras de carne de la pata de la oveja y le ofreció una entera para ella. La aceptó con bastante ansiedad y comenzó a morderla. Estaba dura como un tendón, pero lo poco que lograba arrancar le devolvía vida a su reseco sistema digestivo, para ayudarla a pasar la carne cogió agua del río que salía de la cueva con la mano derecha y bebió. Necesitaba comer con urgencia y como no sabía cuánto pasaría sin volver a probar bocado, al devorar la mitad de la tira metió el resto en un bolsillo del pantalón.

            —Al menos dime hacia donde tengo que ir.

            El muchacho señaló un lugar.

            —Vuelve a la playa, bordea la costa y no tardarás en encontrarlo.

            —De acuerdo —aceptó mientras salía de la cueva y de un salto aterrizaba junto al manantial sobre una gran roca plana. Se sintió orgullosa de estar en plena forma a pesar de que había estado a punto de morir.

            — ¡Y ten cuidado! —Escuchó detrás—. Si vuelves, asegúrate de que nadie te siga. No quiero que sepan que me escondo aquí.

            — ¿Algún consejo más? —Preguntó.

            —Sí. No hagas ruido.

            —De acuerdo —puso los ojos en blanco y se puso a caminar.

            —Hay unos monstruos ciegos que se guían por el oído —escuchó apenas la voz del muchacho—. Aunque solo salen de noche.

            Ángela se detuvo en seco. No sabía si creer tal cosa pero sonaba demasiado ambiguo. Mejor sería hacerle caso y volver antes del anochecer.

 

 

 

Comentarios: 7
  • #7

    Esteban (lunes, 10 febrero 2020 01:48)

    Para que Ángela gane contra toda la tribu, necesita emborracharse con ellos. Y ya ebrios les puede convencer de cualquier cosa.

  • #6

    Alejandro (domingo, 09 febrero 2020 17:13)

    Ya me imagino cómo va a ser violada Ángela.

  • #5

    Chemo (domingo, 09 febrero 2020 04:08)

    Me ha dado risa cómo ha dejado Ángela a los tipos de la playa. Por eso es siempre bueno asegurarse que la chica se sienta cómoda, no vaya a resultar otra Ángela.
    Por cierto, ¿volveremos a salir en esta historia? Solo espero que no sea de guarros como esos. jejeje

  • #4

    Vanessa (sábado, 08 febrero 2020 21:25)

    ¡Qué horror! A mí sí me daría repelús estar sola y que se me acerquen tres tíos borrachos en un lugar solitario. Incluso si tuviera la fuerza sobrehumana de Ángela.
    Por lo general me gusta el sexo pero no a este nivel. Espero que la imprudencia de ángela no le cause nada malo que la traume de por vida (más de lo que ya está).

  • #3

    Alfonso (viernes, 07 febrero 2020 14:27)

    Al principio, pensé que Ángela iba a follarse a los tres hombres ebrios.
    Concuerdo con Jaime. Sin los poderes del traje pleyadiano o los de Génesis, dudo mucho que pueda ella sola contra toda una tribu de hombres depravados por mucha destreza física que tenga. En estos casos, la inteligencia y estrategia son mejores que la fuerza bruta.
    Ya me imagino lo que se avecina: una escena de sexo rudo con los hombres de la isla.

  • #2

    Jaime (viernes, 07 febrero 2020 02:54)

    Ángela podría ser capaz de pelear contra tres hombres sin experiencia de combate, pero dudo mucho que pueda contra toda una tribu de salvajes ella sola. Seguramente terminará siendo violada.

    La historia tiene buena pinta. Ahora a esperar otra semana parauna nueva parte.

  • #1

    Tony (miércoles, 05 febrero 2020 18:16)

    Al fin puedo publicar la primera parte de la nueva historia. Espero que os vaya gustando.

    No olvidéis comentar.