La isla de los caminantes sin alma

7ª parte

            - Lo han conseguido -dijo una chica, contenta, al verles llegar.

            - Le han mordido -alegó uno de los más mayores del grupo-. Tenemos que sacarlo de aquí.

            - No será de mucha ayuda, es un gordo inútil -se burló otro.

            Brigitte miró a ese individuo. Era un chico de unos treinta años, musculoso, que llevaba unos bermudas sucios y desgastados como única ropa y calzaba unas chanclas.

            - Él se queda -rugió, furiosa.

            - Tienen razón, amor, soy un peligro -reconoció Antonio.

            - Yo me encargaré de él si se transforma -dijo ella, aparentando más seguridad de la que realmente sentía. En realidad no sabría qué hacer cuando eso ocurriera.

            - En ese caso, llevarlos a la sala de cuarentena -dijo el hombre de la barba. Parecía el que mandaba allí.

            Los chicos los ayudaron a levantar y les llevaron a una habitación.

            - ¿Habéis aterrizado bien el avión? -preguntó el que ayudó a levantarse a Antonio.

            - El avión está perfectamente pero no tiene comb...

            - ¡El avión está bien! -exclamó, entusiasmado.

            Dicho eso le empujaron a un cuarto de apenas siete metros cuadrados y justo antes de entrar Brigitte encerraron a Antonio y no la dejaron pasar. Parecía un almacén que habían vaciado para meter personas enfermas. De hecho había varias camas manchadas de sangre que nadie se había molestado en limpiar.

            - ¿Qué hacéis? -gritó ella, histérica-. Dejarme entrar con él, hay que curar esa herida.

            - No morirá desangrado -habló el viejo de la barba, abriendo un ventanuco de la puerta-. Mire eso, el virus está extendiéndose por su cuerpo. Ya se ven las venas azules en su cuello.

            Brigitte se atrevió a asomarse y vio que, efectivamente, Antonio tenía toda la piel del lado izquierdo con un tono azulado preocupante. La herida ni siquiera sangraba.

            - Así empieza, es como si la muerte recorriera cada órgano hasta que llega al cerebro. Entonces, dejan de ser ellos y se convierten en monstruos.

En menos de una hora he visto transformarse a hombres el doble de grandes que él.

            - No puedo dejarle solo -rogó Brigitte-. Si tardará una hora tengo que pasar todo ese tiempo a su lado... Es mi marido, no puedo dejarlo, por favor...

            El viejo la miró con compasión y luego miró por el ventanuco.

            - Jimmy abre la puerta -ordenó.

            Brigitte asintió agradecida y entró con Antonio. Éste se había sentado en el suelo, las camas le habían dado asco y había cerrado los ojos. Al sentirla sentada junto a él se sobresaltó y se apartó de ella.

            - Vete -ordenó-. No puedes hacer nada más por mí.

            - Estar contigo... -corrigió ella.

            - ¿Qué? -preguntó, confundido.

            - Puedo estar contigo cada minuto... No quiero perder esta última oportunidad de estar juntos -añadió ella, llorando.

            Finalmente Antonio se dejó abrazar por ella y se quedaron así unos instantes. Antonio tenía el hombro herido de un color negro con tintes morados. La herida estaba completamente abierta y no parecía que pudiera cerrar sola aunque tampoco sangraba. Brigitte se había sentado junto a él y examinaba la piel de alrededor. Habían aparecido venas azules y el tinte negruzco había coloreado todo el contorno con un tono azulado que parecía extenderse por momentos. El jefe de los supervivientes había dado un pronóstico con demasiada seguridad. Primero mataría todos los órganos y luego llegaría al cerebro.

            - No puedo perderte otra vez -lloraba, desconsolada.

            - Déjame, ya es tarde para mí, no quiero hacerte daño ni contagiarte.

            - No lo entiendes, tonto -replicó ella-. No pienso vivir sin ti.

            Antonio la miró horrorizado. Brigitte había perdido la esperanza y vio, en sus ojos desesperados, que no pretendía matarle una vez se transformara. Quería que la mordiera, quería morir como él.

            En su fuero interno quiso sacarla de allí a empujones, obligarla a vivir, pero nunca pensó que nadie pudiera quererle tanto como para desear morir con él. No podía alejarla así, sabiendo que le quería tanto ¿Tan mal lo había pasado en su ausencia?

            - Dime, ¿por qué has tardado tanto en encontrarme? -preguntó ella, queriendo olvidar el triste momento por el que pasaban.

            - Es complicado -comenzó a explicar-. Me curaron en una mansión, lejos de la civilización. Cuando pude escapar me di cuenta de que no habría llegado muy lejos y me quedé. Luego me ofrecieron formar parte de una organización secreta. Había logrado impresionar a su líder, un tal Alastor.

            - ¿Qué hiciste para impresionarlo?

            - Ver el futuro -reconoció.

            - ¿Que ves el futuro? -preguntó ella, riéndose-. ¿Qué adivino de pacotilla estás hecho? ¿No pudiste evitar que te mordiera ese zombi?

            - Por eso me soltaron, amor, ya no veo nada -reconoció, triste.

            - ¿Qué? -Brigitte le miró como si viera a un loco sin remedio.

            - ¿Recuerdas cuando te secuestraron? -inquirió él, algo ofendido por la actitud incrédula de su mujer.

            - Claro...

            - ¿Cómo supe dónde estabas? -interrogó, mirándola fijamente.

            - ¿No te lo dijo nadie? -tanteó Brigitte.

            - Nadie, bueno, nadie de este mundo. ¿Recuerdas cuando resucitó aquella chica, la de Londres?

            Brigitte sonrió incrédula.

            - Eso fue alucinante, aún no sé cómo lo hiciste.

            - Te dije que no era yo, fue ella, Verónica -se exasperó Antonio.

            - Ajá...

            - Ella me llevó hasta ti en el hotel, nunca pude contártelo porque... bueno, se torcieron las cosas. Aquella demostración impresionó a ese tal Alastor y me secuestró del hospital porque quería encontrar a su hija y solo yo podía conseguirlo.

            - Vaya, ¿la encontraste?

            - Ojalá no lo hubiera hecho. Me engañó, me hizo pensar que si lo hacía me liberaría, pero le impresioné más de la cuenta y volvió a retenerme en la mansión. Durante meses me tuvo allí sin poder salir, aunque su forma de prisión no es exactamente como las cárceles comunes. Me... dio cuanto quería, no pasé hambre, como es obvio... incluso me dejaba navegar por internet. Entonces, vino a visitarme y me puso a prueba. No me había dado cuenta que en ese tiempo nunca volví a necesitar a Verónica y de algún modo perdí contacto con ella. Ya no veo el futuro...

            - ¿Y te soltó sin más?

            - Más o menos. Me dejó ir. Aunque creo que me tiene vigilado por si recupero el don.

            - Genial -dijo Brigitte, ilusionada-. Habla con ella ahora. Dile que te cuente cómo salvarte.

            Antonio la miró entristecido.

            - Me temo que no es tan fácil...

            - ¿Por qué?

            - En esos meses que estuve encerrado me puse de su parte, de la de Alastor, quiero decir. Me convenció que su causa es la correcta y que la causa de su hija era una utopía irrealizable. Verás, cuando Verónica me hablaba era cuando creía en la hija de Alastor. Ahora...

            - Espera un momento -cortó Brigitte-. ¿Qué ideas tiene Alastor y su hija? Me estoy perdiendo.

            - Alastor es un progresista, por llamarlo de algún modo que tú entiendas. Y ella es absolutamente conservadora.

            - Ah... -Brigitte frunció el ceño-. ¿Se dedican a la política?

            - No, no, es su modo de ver el mundo. Ella se empeña en volver a las raíces, en hacer que el hombre y la naturaleza vuelvan a la armonía. Él dice que la vida sin el progreso es mucho más difícil, apoya el desarrollo y la tecnología en continua evolución.

            - No entiendo qué importancia tiene que dos locos piensen una cosa u otra -protestó Brigitte.

            - Lo entenderías si supieras que ambos tienen el timón del mundo -explicó él.

            - Oh, ya entiendo... -la cara de Brigitte no decía lo mismo que sus labios.

            - Alastor maneja todos los gobiernos del mundo desde la sombra. Génesis manejaba a la gente desde el corazón, usando a los más idealistas para concienciar a la gente. Ella también manipula al mundo pero usa otras herramientas.

            - ¿Y tú ayudaste a Alastor a acabar con ella?

            Antonio no respondió a esa pregunta.

            - Está claro que no te has aburrido sin mí -dedujo Brigitte, algo enfadada.

            - No la mató -explicó-. Solo le quitó todo su poder.

            Brigitte sonrió y le miró como si estuviera hablando con un loco.

            - ¿Su poder? ¿Qué poder?

            - Estas cosas son difíciles de explicar cuando las cuentas. No me hagas hablar de eso, no nos queda mucho tiempo juntos y no quiero que me mires como si fuera un loco sin remedio.

            - Tienes razón, me estás volviendo loca con tus historias. A menudo me pregunto si son reales o simplemente me las cuentas para ver cómo reacciono y que luego puedas escribirlas en tus relatos estrambóticos.

            - ¿Cómo puedes decir eso? -preguntó él, dolido-. Tú, más que nadie, has visto cosas increíbles a mi lado. Deberías creerme.

            - Mira, no sé cómo lo has hecho pero tengo la mente mucho más abierta a cosas raras desde que te conozco a ti. Créeme, he llegado a ver fantasmas y conocer misterios que antes creía propios de películas de terror. Pero cuando creo que he llegado a tu nivel de locura, vas tú y me sales con una locura completamente nueva y mucho más increíble que la anterior.

            - ¿Qué culpa tengo que estas cosas me pasen a mí?

            Brigitte soltó un largo suspiro y le cogió de la mano.

            - Ahora ya da igual, ¿no te parece? No nos queda mucho tiempo.

            - Déjame sacarte de aquí -suplicó él-. No mereces morir como yo.

            - ¿Y tú sí? -replicó ella.

            - Yo... No me siento a gusto con mis decisiones. He ayudado a un ser despreciable como Alastor y ni siquiera siento que esté equivocado. Pero nunca me perdonaré haber traicionado a Génesis. Ella era la luz de este mundo...

            - ¿Era? -replicó Brigitte-. Entonces, la mató.

            - Noo, le quitó su poder y ella no sabe ni quién es. Ya no sabe ni qué es luz y qué oscuridad.

            - Cielo santo... -oró ella, sobrecogida.

            - He cometido errores muy graves en mi vida. A Verónica... Prácticamente la maté yo. Ella me perdonó y me ayudó durante un tiempo pero no merezco su ayuda. No merecía su confianza y ahora me niego a pedirle nada, no soy más que un error. Un continuo fracaso...

            - Vamos, no seas tan duro contigo mismo -animó ella-. Eres un desastre, no lo niego, pero te quiero como eres.

            Antonio sonrió y reclinó su cabeza sobre la de ella.

            - No te des por vencido, juntos podemos con todo -siseó ella, suspirando.

            Él cerró los ojos y dejó escapar varias lágrimas. Podía preguntar a Verónica si aún podía arreglar las cosas pero sus errores de los últimos meses habían sido una espiral interminable. No sólo había traicionado a Génesis, recordó que después de aquello le dejaron volver a la mansión y le dijeron que no se moviera de allí. Él quería escapar, quiso volver con su mujer aunque tuviera que andar veinte kilómetros por un camino de piedras. Pero Neftis estaba allí y al principio se quedó porque no quería que Alastor también la castigara por dejarle escapar. No quería ser responsable de que hiciera daño a la hermana de Génesis, tan parecida y hermosa que quitaba la respiración. Lo que en principio era un sentimiento noble se transformó, en unas horas a su lado, en sucia lujuria. Aún ahora sentía que se le aceleraba el pulso cuando pensaba en su voluptuoso cuerpo, su preciosa cara, su piel tersa, cálida y suave.

Los primeros días con ella solamente hablaban de su vida, se contaron todos los secretos que tenían y la intimidad con Neftis fue total. Ella no se insinuaba de ninguna manera pero verla vestida con ropa de casa, pijamas, blusas ajustadas y la asfixiante soledad de aquella casa hacía el resto. Su mente se llenó de fantasías eróticas con ella y en menos de una semana estaba atrapado en sus tentáculos. Contaba los minutos que ella se alejaba y sin embargo, para ella él no debía ser más que un encargo y eso le atormentaba.

            En un mes ni siquiera pensaba en Brigitte. Neftis se convirtió en toda una obsesión para él hasta que un día ella le confesó que quería salvar a su hermana. Quizás fue porque sabía que lo que más le atormentaba era haberla traicionado. Al comprender que estaba de su lado, que pensaba como él, la obsesión por ella se hizo tan salvaje que la besó sin previo aviso. Ella se dejó y tuvieron el encuentro amoroso más apasionado que recordaba.

            Pero aquello solo fue el principio. El resto del tiempo lo pasaron en la cama, comiendo, emborrachándose o haciendo el amor. En esa casa había alimentos para sobrevivir una crisis nuclear de modo que nunca les faltó de nada. Así fue cómo subió de peso y perdió la forma física tan rápidamente. Neftis sí se cuidaba y mantenía su cuerpo escultural a pesar de que comía y bebía tanto como él o más. Al principio luchaba en su interior y se decía que estaba destruyendo un precioso matrimonio por la simple y pura lujuria, pero poco a poco se fue acostumbrando a su sentimiento de culpa y al final solo era otra mancha más en su pasado, una mancha que quería disfrutar al máximo mientras fuera presente. Su conciencia estaba tan sucia por engañar a su mujer que ni siquiera se atrevía a hablar con Verónica, no quería saber nada de ella. La única prisión que le impedía volver con su mujer era su propio convencimiento de que nunca le perdonaría. Aunque cada día que pasaba, más seguro estaba de que nunca volvería con ella.

            Un día Verónica le avisó de algo. A pesar de su ceguera espiritual, ésta logró romper sus defensas y en un sueño le envió un mensaje. Por su urgencia supo que era algo muy grave.

            «Tienes que volver con Brigitte o morirá. No importa lo que hayas hecho, tienes que salvarla.»