El caso más importante de su vida

3ª Parte

            No necesitaba saber la versión de su compañero pero decidió ir a preguntarle para que le contara lo que sabía, por si Oscar había mentido en algo. Esa misma tarde acudió a verle y éste le corroboró todo salvo un detalle. Él no sabía nada de la sangre que su compañero vio al otro lado del espejo o al menos, fingió muy bien ya que solo decía que él no vio nada salvo al doctor muerto. Le mencionó si había escuchado que se rompiera un cristal y dijo que sí, pero debió ser un vaso.

            - Pero, ¿usted vio cristales?

            - No me fijé, en cuanto vimos al doctor en el suelo tratamos de reanimarlo pero estaba muerto. Bueno sería más justo decir que yo traté de reanimarlo porque Oscar se quedó paralizado mirándonos desde el espejo.

            - Perdón - Antonio no entendió bien eso último.

            - Sí, no vi lo que hacía, solo le vi mirándonos cuando miré al espejo. Vamos vi su reflejo. Estaba como... ido. Luego él me dijo que había tenido una alucinación, que vio sangre y cosas así muy heavys.

            - Deduzco que usted no las tuvo - razonó Antonio.

            - Que va.

            Ese hombre era mucho más razonable, pero lamentablemente no vio nada interesante en el espejo. Sin embargo podía saber algo de la chica en coma.    

            - Muy bien, dígame qué le pasó a Verónica, la paciente a la que estaban tratando.

            - Creo que el doctor no sabía manejar la máquina y le aplicó un láser demasiado potente.

            - ¿Habló con ella antes del incidente? - preguntó Antonio.

            - Sí, me acuerdo que tuvieron una conversación de lo más rocambolesca.

            - ¿Puede contármelo?

            - No presté mucha atención, pero me llamó la atención una palabreja científica que empleó el doctor. Dijo que ella tenía... Anas...Ansog... ¿Agnosia? Algo así.

            - Agnosia es cuando una persona no consigue identificar lo que ve en su cerebro. ¿Era eso? - preguntó Antonio.

            - Caray, ¿usted también es loquero? No, no era nada de eso. Era una palabreja más larga, que significaba que ella sabía la enfermedad que tenía pero no era consciente de que lo sabía, o algo así. Nunca he tenido buena memoria, sino ahora sería médico.

            - ¿Y qué tenía de rocambolesca su conversación?

            - Ella dijo que podía viajar en el tiempo. Flipa, viajar en el tiempo, casi nada. Estaba claro que le faltaba un tornillo y el doctor se ofreció a ajustárselo. Ella no aceptó, pero de algún modo la convenció.

            - ¿Viajar en el tiempo? - preguntó el detective con el ceño fruncido.

            - Sí pero no puedo asegurarlo. Ah, también hablaban de que ella era la esclava de un tío al que llamaron el Gemelo. No recuerdo qué hablaron sobre él, ella escribió algo, una especie de poema, era una de las notas que tenía el doctor en su carpeta, una de las que rompió y tiró al váter antes de morir.

            - ¿No queda ninguna copia? - preguntó, ansioso.

            - No, que yo sepa - replicó él.

            - Mierda, sería una prueba clave.

            - El doctor lo sabía, por eso la destruyó. Quería escurrirse el bulto - dijo el enfermero, resignado.

            - Si ella despertara, podría confirmar su testimonio.

            - Sin duda alguna - afirmó.

            - Lástima que no podamos contar con ello - se lamentó el detective.

            - ¿Qué posibilidades tenemos de salir indemnes de esto? - preguntó el preso.

            - No muchas, han reconocido un delito de negligencia médica.

            - No fuimos nosotros los negligentes, fue el doctor.

            - Es usted una persona mucho más razonable que su compañero, el de los tatuajes. Le agradezco el tiempo que me ha dado.

            - Gracias a usted por visitarme, si tiene alguna duda más no dude en volver a hacerlo. No sabe lo mal que lo paso ahí dentro, agradecería la visita de mi peor enemigo, créame.

            Antonio sonrió. Se levantó y le tendió la mano en señal de cortesía.

            - Espero que todo salga bien en su juicio.

            - No nos abandone, por favor.

            Aquella suplica le dolió en el corazón ya que sabía que su propósito no era, en absoluto, defender a aquellos hombres. Solo quería llegar al fondo del asunto del fantasma del espejo y aunque aquella información era muy valiosa, le llevaba a un callejón sin salida.

            Decidió llamar a su clienta para que le permitiera examinar las cosas de la paciente. Posiblemente encontrara alguna copia de ese misterioso poema y si la conseguía tendría la confirmación de su puño y letra de que el fantasma del espejo existía, o al menos, lo que ella creía.

 

            - Las notas personales se las ha quedado la policía - le dijo la enfermera -. Pídaselas, usted tendrá contactos allí, ¿no?

            - No lo creo, las pruebas suelen estar protegidas excepto por los agentes que llevan el caso.

            - Pues averigüe quien lleva el caso, ayúdeles a resolverlo.

            - No es tan fácil señora, no soy policía. Además, no sea tan exigente, ni siquiera me piensa pagar.

            Dicho eso cortó sin despedirse, no quería hablar más con esa estúpida. No le gustaba el aire de autosuficiencia que se gastaba.

            Fue a su coche y allí encendió un cigarrillo saboreando con deleite la primera calada, la que apaciguaba su estrés y penetraba en sus pulmones con la fuerza de una lengua de fuego sacudiendo sus entrañas. Ah, ese calor, ese cosquilleo, su corazón parecía disfrutar del humo tanto como él, ya que sus latidos se volvían más suaves. Cuando respiraba la primera bocanada, era como hacerse una radiografía mental, podía sentir los pulmones, el diafragma, los latidos de su corazón... Estaba convencido de que si tenía algún mal, el tabaco lo exterminaba. El era igual, y le gustaba compararse con ese vicio nocivo. El no era un santo, era un marginado de la sociedad que se encargaba de acabar con un mal mayor, los fantasmas y los monstruos a los que nadie más se enfrentaba.

            Exhaló el humo y su cerebro experimentó el desagradable hastío de que había vuelto a meter esa porquería en sus pulmones. Respiró aire limpio y miró el extremo al rojo vivo de su cigarrillo. Sopló sobre el cigarrillo y las ascuas resucitaron su deseo por volver a fumar una profunda calada.

            - Maldita sea - dijo, mientras expulsaba el humo por la ventanilla de coche -. Estoy jodido, no puedo ir a la poli a buscar esos papeles.

            Respiró profundamente y cerró los ojos tratando de invocar a alguna especie de hada de las ideas, para que le inspirase con un poco. Solo necesitaba un hilo y él tiraría de él, pero se le habían terminado los hilos.

            - Siempre me decía mi padre que cuando no sepas dónde buscar, que mire en Internet...

            Esbozó una media sonrisa y negó con la cabeza.

            - Qué voy a buscar - se dijo, desanimado.

            No lo sabía, estaba cansado, se había hecho de noche y tenía hambre. Arrancó el coche y condujo hacia su casa. Mientras lo hacía encendió el reproductor de música y puso música del estilo Metal Gótico. Canciones de corte triste y ritmo roquero que le aceleraban el corazón y le resucitaban si es que estaba hundido, como en ese momento. Aquellas canciones, el humo del cigarrillo, las luces de los cuatro rascacielos en la lejanía, mientras circulaba por la circunvalación de Madrid, la M-30, le hicieron evocar la película de Blade Runner, a Harrison Ford y su implacable trabajo en busca de los pellejudos. ¿Cuántas veces había visto esa película? Al menos cinco veces y no porque le gustara, al contrario, porque se sentía importante encontrándole fallos.

            - Ahora Harrison Ford iría a ver a la chica de labios rojos y pelo negro. Nadie sabe cómo consiguió dar con ella, pero él fue y la encontró... Y yo no tengo ni la más remota idea de a dónde ir mañana para seguir investigando... Quizás me lo tome como día de descanso.

            Aparcó en su plaza de garaje, a más de quince minutos andando del cuchitril donde vivía. Atravesó las calles oscuras desde el barrio de Sol hasta el oscuro lavapiés, donde infinidad de drogadictos, inmigrantes, prostitutas y homosexuales habían tomado las calles, envuelto en el humo de su tabaco.

Entró en su portal esquivando a un yonki que se estaba drogando a los pies de la escalera.

            - Te vas a terminar matando - le dijo, como solía hacer.

            - No colega, esto es la gloria - respondió el aludido, con cara de placer.

            Entró en su casa, no sin antes vaciar la vejiga en el urinario de la tercera planta y arrojó el abrigo de cuero sobre el sofá pequeño. Se recostó en el grande y cogió el mando de la televisión de la mesita del teléfono. No necesitó la luz para ver por dónde andaba, tenía justo frente a su ventana un cartel de neón que anunciaba un hostal de mala muerte. Encendió la tele y escuchó que varias mujeres se gritaban entre sí formando un escándalo insoportable. Frunció el ceño y volvió a apagar la tele.

            - Mierda de televisión... Si no fuera por las pelis...

            Miró el reloj, eran las diez de la noche. Descansó unos segundos y luego se levantó. Tenía que mirar su email por si tenía alguna petición - que nunca tenía. Se sintió solo porque no tenía a nadie que le escribiera preguntándole qué tal estaba, cómo le iba la vida. Envidió a la gente que tenía una vida normal, una familia en casa esperando, un trabajo por el que tener que acostarse pronto y hasta un crío al que preguntarle la lección. Él no tenía nada en casa salvo esa horrible sensación de soledad martirizándolo día tras día.

            - Buscaré en Internet... - se dijo mientras escribía en Google "Verónica desaparecida".

            Una buena forma de averiguar más cosas de ella era encontrar a sus familiares, seguramente la echarían en falta. La primera chica interesante era una tal Verónica Orbe a la que su novio José Padilla había perdido el rastro un día de 1996. Era demasiado tiempo aunque podía ser ella perfectamente. Sin embargo era una noticia de Ecuador, demasiado lejos para tirar de ese hilo y no tenía fotos ni email, ni modo de contactar a sus familiares.

            Encontró otra pista en una tal Emilia Verónica Gilbert, una chica que tenía 17 años cuando desapareció de Argentina y que en la actualidad debía tener treinta y pocos años. La edad de la paciente del hospital. Esta vez hubo suerte y vio una foto suya.

            - Vaya, puede ser... - se dijo.

            Debía ver las fotos de su cámara antes de estar seguro. Fue a buscarla hasta su chaqueta y vio que la televisión estaba encendida. Se quedó mirando el aparato y vio el mando sobre la mesita del teléfono.

            - Juraría que la había apagado.

            Cogió el mando, de nuevo, y volvió a silenciar al gallinero que se empeñaba en taladrar sus oídos. Estaba seguro de haber apagado la tele y pensó si no habría un ente sobrenatural en su salón oscuro, una mujer no cabía duda, ya que a ningún hombre le iba esa clase de programas. Miró con ávida curiosidad pero solo vio los dos sillones y la mesa donde comía. Allí no había ningún ente flotante por el que debiera llamar a los cazafantasmas...

            - Me ahorraría una llamada porque el único cazafantasmas que conozco soy yo - se dijo, riéndose solo.

            Examinó las fotos y vio que el parecido con la chica desaparecida era asombroso. Con pelo y con los labios pintados no cambiaba mucho. Tampoco era tan guapa cuando era más joven. Al menos, no lo parecía. Bien pensado, ni siquiera parecía tan joven en la foto que debía tener diecisiete.

            Tenía una triste historia, un aborto, un novio que no quiso su hijo, desaparecida y, según las sospechas de familiares y policía, por culpa de la clínica abortiva ilegal que le practicó el aborto.

            - Vaya, vaya, aquí hay un email. Les mandaré las fotos que he hecho por si la reconocen.

            Era un hilo muy delicado, sabía que esa familia podía haber dado por muera a su hija hacía muchos años pero era lo único que tenía. Si le respondían en positivo, le diría dónde estaba y ellos le contarían todo lo que necesitaba conocer. Luego lo pensó mejor y negó con la cabeza.

            - Bah, estos sabrán menos que yo. Llevan dieciséis años sin ver a su hija.

 

            Desanimado apagó el ordenador y se fue a dormir. No sin antes fumarse un último cigarrillo asomado a la ventana y mirando hacia el cielo nublado de la capital.

            Cuando el pitillo se terminó, lo tiró por la ventana y se quitó la camisa. Se quitó los zapatos, los calcetines y abrió el armario. Sacó una de las camisetas que usaba para estar por casa y se la puso.

            - Un día más, un día menos para morir – susurró.

            Se metió en la cama y se quedó tumbado boca arriba, cubierto por la sábana y las dos mantas. Hacía mucho frío en ese piso de mierda y necesitaba abrigarse bien si no quería aparecer al día siguiente acatarrado o, como otros vecinos, tieso de frío.

            De pronto escuchó un ruido en el salón. Fue como si uno de los mandos se hubiera caído al suelo. Recordó lo estúpido que había sido dejando la chaqueta en el sillón, con su cartera y todas las tarjetas, el dinero en efectivo. ¿Habría entrado alguien?

            - Estoy persiguiendo a un fantasma que a su vez es una asesina en serie – pensó -. Seguramente estoy sugestionado y no es nada, sería el vecino de arriba.

            Sin embargo tenía erizado el pelo de la nuca. Tenía un miedo irracional que le estaba espantando todo el sueño. Pensó en abrir los ojos pero se convenció a sí mismo que no había de qué preocuparse y se dio la vuelta en la cama.

            - Si yo fuera ese fantasma, seguramente me preocuparía que un tipo como yo anduviera detrás de sus pasos – se repitió.

            - Pero yo no le he invocado en ningún momento. No tiene poder sobre mí – se replicó a si mismo.

            - Exacto, solo puede haber tenido contacto con quienes la han invocado. Mañana buscaré muertes misteriosas en el cuarto de baño y trataré de encontrar algo. De momento… tengo sueño.

            Pensando todas esas cosas se fue relajando hasta quedarse dormido.

            Si hubiera abierto los ojos quizás habría escuchado una profunda exhalación justo a los pies de su cama.