El caso más importante de su vida

2ª Parte

 

            La dirección del doctor fue su siguiente paso en la investigación. Dado que había muerto hacía unos días no estaba seguro de qué preguntar a sus familiares ni que fuera prudente hacerlo, la policía seguiría en contacto con ellos. Sin embargo fue sencillo saber que no había problema en acercarse ya que vivían e un lujoso chalet de las afueras de Madrid y no se veían coches de policía por las inmediaciones.

            Llamó al portero automático y esperó.

            - Dígame - se escuchó la voz apagada de una mujer.

            - Antonio Jurado, detective privado - dijo, seguro de sí mismo.

            - No he llamado a ningún detective - replicó ella, apática.

            - Estoy investigando la muerte de su esposo, no se preocupe, me ha contratado la aseguradora del hospital.

            - ¿La aseguradora? - preguntó ella -. Ya me han dicho que no piensan pagarme nada, que no fue un accidente laboral.

            - Bueno, lo están estudiando. Todo depende de lo que yo averigüe. ¿Tiene unos minutos?

            - Pase, pase. 

            La puerta se abrió tras un zumbido semejante al de una abeja. Entró, orgulloso de sí mismo por tener tanta capacidad inventiva. Atravesó un precioso jardín con varios gnomos adornándolo. Al fondo vio una piscina con forma de riñón, cubierta por una lona. En esa época del año nadie tenía destapada su piscina.

            Llegó a la puerta de la casa y se la encontró abierta con una mujer de pelo rubio, de unos cuarenta y cinco años, bastante bien cuidada y con una silueta que para su edad era muy sexy.  Sin embargo su rostro ojeroso y lleno de arrugas no invitaba a mirarla con deseo.

            - Gracias - dijo ella, extendiéndole la mano -. Le aseguré a la policía que él nunca tuvo problemas de corazón, que tuvo que ocurrirle algo que no puedo explicar.

            - Estoy de acuerdo con eso, el testimonio del enfermero...

            - Ese hombre mentía - acusó ella con ácida aversión -. ¿Cómo va ver a su asesino en el espejo si no fue él? Seguro que ellos fueron los que le mataron Estoy convencida de que ellos le mataron.

            - Señora, es muy precipitado para hablar así de alguien. No se puede culpar a alguien por una sospecha.

            - Eran los únicos que estaban allí. No puede ser más obvio.

            - La policía no encontró evidencias de que ellos fueran...

            - ¿Cómo no van a encontrarlas si les tienen detenidos? - replicó ella, sorprendida -. Están a la espera de que salga el juicio.

            Antonio maldijo su falta de información y sobre todo que esa estúpida enfermera no le pusiera al día de ese detalle. Se preguntó cómo corregir ese mal entendido.

            - Bueno, la policía lleva el caso muy en secreto, no ha dado detalles bajo secreto de sumario.

            - Hable con ellos. Estoy segura de que mienten.

            No le estaba invitando a entrar en casa, estaba claro que no le dejaría entrar y quería terminar aquella conversación cuanto antes. Quería preguntarle más detalles pero lo único que esa mujer esperaba de él era que se marchara con amabilidad.

            - Está bien, hablaré con ellos a ver qué averiguo.

            - Debería haberlo hecho antes de venir a molestarme - replicó ella, cerrando la puerta de un portazo.

 

 

            Antonio tardó un par de segundos en darse la vuelta y salir por donde había venido. Había pasado todo el camino pensando en cómo preguntarle a esa mujer si conocía a alguien que le gustara hacer espiritismo o si tenía algún hijo o hija al que podría preguntarle si había invocado a alguien en los espejos... y no sabía cómo abordar el tema. Sin embargo no pudo ni entrar en su casa. Al menos hasta que hablara con esos enfermeros, de los que no tenía ni el nombre ni dónde estaban detenidos. Tenía que volver a hablar con la enfermera.

            Una vez en el coche, llamó a su clienta y le expuso la situación. Le dijo que hubiera sido útil que le avisara de que los enfermeros estaban detenidos y ella le confesó que su marido era uno de ellos. El que había dicho que vio la cara del doctor antes de morir. Le podían caer veinte años de cárcel si no se averiguaba la verdad y por eso le llamó. Se habían dejado todos sus ahorros en pagar a un caro abogado que lo único que les había dicho era que no había muchas posibilidades de que le culparan pero ambos tenían encima un delito de homicidio. Las pruebas eran meramente circunstanciales y aunque ninguno de ellos le había tocado, podían haberle inyectado alguna clase de veneno que la policía no había encontrado todavía. Se especulaba que le habían inyectado un poco de arsénico, una sustancia letal de casi imposible detección y de fácil acceso en un hospital psiquiátrico.

            - Mi marido no tenía nada contra ese hombre - le aseguró la enfermera -. Eran compañeros desde hace años.

            - Pero si como dicen, pensaron que habían matado a la paciente...

            - Eso dice el fiscal, que el doctor destruyó las pruebas y que mi marido y su compañero le inyectaron algo para evitarlo. En esos papeles él era el culpable, pero si él salía indemne del asunto, ellos serían los que señalaría la justicia.

            - Eso tiene sentido - confirmó él.

            - ¡Pero no es cierto! - gritó la enfermera -. Mire, sabe qué, si no va a ayudarme lárguese y no investigue nada más.

            - Escuche, no estoy de parte de nadie. Solo quiero averiguar la verdad.

            - Pues investigue - ordeñó ella.

            - ¿Dónde tienen recluido a su marido?

 

 

            Ese caso se estaba complicando más de la cuenta. Cada vez se alejaba más de su propósito de averiguar algo sobre esa chica y su posible relación con el fantasma del espejo. Tuvo que fumar cuatro cigarrillos antes de que le vinieran a la cabeza las preguntas que le formularía a ese hombre.  Sabía que si alguien podía acercarle a la solución del misterio era él, que lo había visto todo - si decidía no mentir, claro.

            La otra persona que le podría ayudar era la misma Verónica, en caso de que un día despertase. Y siempre y cuando no le hubieran frito el cerebro y recordase lo sucedido.

            No fue difícil acceder a la prisión donde tenían a ese hombre. Los habían separado por lo que tendría que hacer otro viaje para interrogar al segundo enfermero. Lo prefería de todas formas ya que así no podrían ponerse de acuerdo para contestar la misma mentira.

            Cuando llegó a su hueco en la sala de visitas apareció un hombre de casi dos metros de altura y una musculatura enorme. Tenía los brazos tatuados y lo primero que pensó fue que se había confundido de preso. Si ese era el marido de la enfermera esquelética que le llamó, corría peligro de hacerla pedazos solamente por rozarla.

            - Oscar Páez - dijo, dudoso.

            - El mismo, ¿en qué puedo ayudarle?

            - Me ha contratado su mujer para que investigue...

            - ¿Con qué dinero lo ha hecho? - preguntó, con ansiedad.

            - Tranquilo, no me va a pagar, simpatizo con ella en cuanto al caso.

            - ¡Que simpatiza! - le gritó, histérico -. ¡Se acuesta con ella, pedazo de...!

            Antonio se puso en pie y se alejó de la mesa. Allí no había cristales de seguridad, solo le separaba de él una vieja mesa de madera que ese hombre podía levantar con el dedo meñique del pie.

            - Tranquilícese, no me acuesto con nadie desde... no tengo por qué contarle mi vida privada - dijo, tratando de serenarse.

            El presidiario se calmó cuando vio que dos guardias se acercaban con sus porras preparadas.

            - Disculpe, estoy algo irascible. Me acusan de un crimen que no he cometido, pero eso ya lo sabe, claro.

            - Solo sé que se le acusa de un crimen - alegó Antonio, temeroso de que volviera a enfadarse el tal Oscar.

            - No fui yo, ni mi compañero. Solo hacíamos nuestro trabajo, avisé al doctor de que probáramos la máquina con animales pero dijo que el hospital no tenía presupuesto para comprar un mono. Me pareció terrible lo que dijo ya que hablaba de experimentar con personas y esa chica estaba bien cuando fuimos a hacerle las pruebas. Lamento mucho lo que le sucedió...

            - No vengo a investigar lo que le hicieron a la joven - negó Antonio.

            - ¿Entonces? Es uno de los cargos de los cargos por los que me quieren enchironar de por vida.

            Antonio frunció el ceño, molesto de nuevo con la enfermera por no contarle tampoco ese detalle.

            - Mire, voy a ser sincero con usted, de ese cargo es difícil que le absuelvan. Todos han testificado y no hay mucho margen para la justicia.

            - Supongo que es así - se resignó el hombretón.

            - El otro cargo es el que me trae aquí. La muerte del doctor.

            - Yo no fui.

            - Quiero que me cuente qué fue lo que vio - preguntó el detective, aparentando calma.

            - El doctor utilizó esa máquina tan cara que compramos a una empresa de Estados Unidos, tenían dinero para comprar eso pero no para un animal para hacer experimentos...

            - Continúe - rogó Antonio, que no quería que se fuera por las ramas.

            - Sí, pues la chica dejó de dar señales de vida. El doctor dijo que deberíamos haber experimentado con animales, como si no se lo hubiéramos repetido antes infinidad de veces. Dijo que como ella no tenía familia no la investigarían, cogió sus papeles y se fue al baño. Yo le seguí y vi, con asombro que rompía todas las anotaciones y las echaba al retrete. Tiró de la cadena y le iba a preguntar por qué había hecho eso pero cuando iba a salir se quedó mirando al espejo y... cayó. Se llevó las manos al cuello, como si se estrangulara y murió.

            - ¿Se auto-estranguló? - preguntó Antonio, incrédulo.

            - No, no apretaba tan fuerte.

            - ¿Vio algo raro en el espejo? - inquirió el detective.

            - Emm... esto... no... No vi nada raro. Lo juro.

            - Dígame lo que vio, sé que vio algo que no me quiere contar.

            - Trabajo con chiflados, a veces podemos alucinar, no por eso estamos locos.

            - Genial, seguro que fue una alucinación, pero explíquemela - suplicó Antonio.

            - Escuche, no le diga esto a mi mujer, a veces piensa que se me va la pinza, ¿sabe? Y si cree que estoy loco me dejará sin dudarlo.

            - No se preocupe, lo que me cuente quedará entre usted y yo - mintió miserablemente Antonio.

            Oscar se frotó los nudillos y se miró las manos, asustado.

            - Vi... sangre. Le salía sangre del cuello a borbotones. En el espejo él trataba de sujetarla pero era imposible hacerlo, tenía un cristal clavado en el cuello. Escuché que el espejo se partía en mil pedazos pero inexplicablemente seguía estando allí entero. Desde el otro lado se veían los cristales rotos como si realmente hubiera estallado y uno de los pedazos sobresalía del cuello del doctor.

            - ¿En el espejo vio eso?

            - Eso eso, sólo vi eso - afirmó demasiado impaciente Oscar.

            - ¿Cómo que sólo vio eso?

            - ¡Le juro que no vi nada más! - gritó -. ¡No me cree! Como todo el mundo. Nadie me cree.

            - Le creo, le creo - tranquilizó Antonio -. Pero no puede mentirme, lo delatan sus ojos, su terror. Usted la vio a ella.

            Era una apuesta muy arriesgada, hacer que sabía mucho más de lo que aparentaba podía suponer la confirmación de sus sospechas o podía suponer la confianza del único testigo que tenía de lo que había pasado. Sin embargo la mirada pálida y asustadiza de aquel hombretón le dijeron que sus sospechas eran ciertas.

            - ¿A quién? - se resistió el hombretón, sin atreverse a mirarle a los ojos.

            - Una chica joven, hermosa, de mirada terrible...

            - Pelo largo y oscuro, ojos negros... sin pupilas, ni párpados, una cavidad negra como el infierno.

            - ¿La reconoció?

            - Yo que sé... estaba muy nervioso, solo me fijé que era morena y tenía muy mala leche.

            - Debía tenerla, si mató al doctor - replicó Antonio.

            - No sé cómo podría ayudarme esa historia. Sigo siendo el que estuvo más cerca en el momento de su muerte y a menos que una cámara filmase el otro lado del espejo justo en ese momento, no tengo coartada.

            - ¿Su compañero no vio nada?  - inquirió Antonio.

            - No, él estaba buscando signos vitales de la chica. Él también se asustó cuando escuchó romperse el espejo, flipó en colores cuando vio que en realidad no se había roto. Es el único que me cree y por eso le han detenido. Le acusan de encubrimiento.

            - Está bien, no necesito saber más - dijo mientras se levantaba -... Una última pregunta... ¿Cree que la chica del espejo tenía algún parecido con la que ustedes dejaron en coma?

            - ¡Ni de coña! ¿Cómo iba a ser ella? Estaba frita.

            - Podía ser su espíritu vengativo - alegó él.

            - ¡Pero si no se ha muerto! - exclamó Oscar con tono insultante -. ¿O sí ha muerto?

            - No, no, no, sigue en coma.

            - Escúcheme bien - reclamó el preso -. Dígale a mi mujer que yo no he sido, cuéntele lo que usted averigüe pero no lo que le he dicho.

            - Todo lo que tengo es lo que me ha dicho - espetó Antonio, confuso.

            - Mientras no esté seguro y no encuentre otras fuentes, no se lo cuente a nadie.

            - Si lo hiciera, me tomarían por loco - aseguró Antonio, sonriente.

            - Yo lo negaré todo, así que délo por hecho que le encerrarán.

            - Gracias... - dijo Antonio, sonriendo con sarcasmo -. Por responder a mis preguntas.

            Y se marchó de allí.