El caso más importante de su vida

1ª Parte

 

            Antonio fumaba su cigarrillo en un bar, cerca de su casa, mientras veía las noticias de la televisión. Con todo el ruido que había a su alrededor no se escuchaba casi nada, pero no necesitaba hacerlo. Todas las noticias eran políticas, alguna catástrofe en el mundo y finalmente los deportes en los que podían dedicar hasta media hora hablando de lo maravilloso que era el FC Barcelona, y sus jugadores de talla épica. Él nunca había sido aficionado al fútbol como para ver un partido al campo pero su equipo de toda la vida era el Real Madrid. Gracias a las últimas hazañas del equipo catalán y la cantidad de veces que salía en la tele, había empezado a odiar a ese club. Cuando perdía se alegraba sinceramente y si se lesionaba Messi, Xavi, Puyol o Iniesta, le daban ganas de invitar a un café al que se sentaba a su lado en ese momento.

            Pensando en ello su vista se centró en una joven que conversaba con sus amigas en la cafetería. Era bonita aunque no destacaba demasiado y tenía el pelo largo y castaño. Pensó que debería acercarse a preguntarle algo, se preguntó si tendría algún problema para ir y ofrecerle sus servicios. Se imaginó a sí mismo haciendo el intento de hablar con ella y luego sonrió... Nunca lo haría, iba a hacer el ridículo. En el mejor de los casos le creería y ¿entonces qué?

            «Disculpe señorita, soy detective de lo paranormal, estás tan buena que pensé... ¿por qué no la invito a un café y le digo lo increíblemente sobrenatural que es su belleza?».

            Sonrió al imaginarse diciendo esa estupidez y la cara de asustada que pondría ella. Si le decía su profesión no podría volver a verla más. Sus clientes no podían permanecer en contacto. Ya lo había intentado con Isabel, aquella preciosa treintañera entre vejestorios que conoció en su último caso, con la que había tenido bastante cercanía. Pero desconfió de ella y luego casi le matan si no fuera porque ella le salvó la vida. Le gustó, le encantó conocerla, pero desde que se fue de su pueblo y prometió permanecer en contacto, nunca volvió a llamarla. Y no lo haría. No porque no le apeteciera sino porque sabía que si la llamaba no sabría qué decirle. No podía contarle nada de su trabajo. Ese era su problema, cada vez que hablaba con alguien se veía obligado a mentir y si intimaba con cualquier persona, tarde o temprano descubriría lo que hacía y eso era lo que nunca podía consentir.

            Su teléfono móvil comenzó a sonar dentro de su pantalón. Lo supo porque sintió el cosquilleo de la vibración. Lo sacó y contestó.

            - ¿Antonio Jurado? - dijo una voz femenina.

            - Soy yo.

            - Le llamo del hospital Virgen del Puerto, tenemos un asunto que... podría ayudarnos. ¿Usted investiga hechos sin explicación? ¿Es un vidente o algo así?

            - Investigo hechos sin explicación que puedan tener causas paranormales - dijo, cuando al fin salió de la cafetería donde podía hablar sin problemas.

            - Oh, estupendo - se alegró la enfermera.

            - ¿Qué ocurre?

            - Tenemos una chica en coma. Verá, su historia es de lo más extraña y ninguno consigue explicarse las cosas que le pasan.

            - ¿Una chica en coma?

            - Sí, hace un par de años apareció en el hospital y se identificó. Tenía entre dieciocho y veinte años cuando llegó, o eso decía tener ella, y según sus papeles la chica nació en 1979. Es decir tenía unos treinta años.

            - Eso puede ser por algún problema de pérdida de memoria.

            - Supongo, ya que alegaba estar enferma mental y la tuvimos interna un par de años. Entonces, la semana pasada uno de nuestros doctores la eligió para hacer una investigación y, bueno, hubo un accidente y una máquina dañó algo en su cerebro. La chica quedó en coma...

            - ¿Qué tiene eso de paranormal o extraño? - preguntó él -. Fue un accidente.

            - Sí y no... Verá... El doctor trató de borrar sus huellas, asustado de que podía haberla matado, y rompió su informe, entró en el baño y usó el váter donde murió. Uno de los enfermeros aseguraba haber visto al médico mirando fijamente al espejo justo cuando sufría un ataque cardíaco.

            - Un espejo...

            - "Como si viera a alguien asesinándole", fueron sus palabras exactas.

            - ¿En ese hospital psiquiátrico ha habido más muertes parecidas?

            - No, es la primera vez que ocurre algo así.

            - Una pregunta, solo por curiosidad - añadió Antonio -. ¿Esa chica mencionó mientras estaba despierta, en sus locuras y sus cosas... a una tal Verónica, Blody Mary...?

            Estaba claro que si había una asesina tras el espejo, podía tener algo que ver con el caso que más ganas tenía de resolver desde que se dedicaba a eso. Verónica, el fantasma que según la leyenda urbana es invocada en los espejos y envía al infierno a los que la invocan o a algún conocido.

            - No hablaba de nadie así... pero si le sirve de algo, ella misma se llama Verónica.

            - Dígame su dirección, voy inmediatamente.

 

            Era demasiado casual que alguien muriera ante un espejo en una habitación donde estaba una chica con ese nombre. No podía asegurar que fuera ella, de hecho no tenía ningún sentido. Se suponía que Verónica, la aparición de los espejos, está muerta, que es la novia del diablo, que es una chica que busca venganza ante los que comenten algún acto de maldad... ¿Pero viva? Aunque el hecho de que estuviera en coma era una posibilidad. Los fantasmas no son tan capaces de intervenir en el mundo de los vivos como las personas que aún en coma permanecen entre dos mundos. De todas formas tenía que investigar el caso, era la pista más fresca de su "fantasma favorito", el que le hizo interesarse en lo paranormal.

            La idea de resolver su misterio fue la causa de que cuando le tocó tanto dinero a la lotería decidiera convertirse en lo que era ahora, un excéntrico detective que resolvía casos raros.

            Cuando llegó al hospital preguntó por la enfermera que le había llamado y le hicieron esperar junto a los visitantes. Estaba tan impaciente que ni siquiera tenía ganas de leer libros. Estaba enganchado a uno que supuestamente contaba un caso real de posesión demoníaca pero en ese momento no quería sugestionarse con ideas que pudieran venir de un libro. No quería que la primera ocurrencia que tuviera para explicar algo fuera que había un demonio por algún sitio.

            Al fin salió una enfermera y pronunció su nombre.

            - Antonio Jurado.

            - Aquí estoy - se levantó y le extendió la mano -. Mucho gusto.

            - Encantada - estrechó su mano la mujer. Debía tener cuarenta años mal administrados por que estaba demasiado delgada y se le veían todas las venas de las manos. Su aliento le resultaba agradable porque seguramente fumaba la misma marca de cigarrillos que él.

            - Me gustaría ver a su paciente.

            - Está en coma, no creo que le sirva de mucho.

            - La tengo que fotografiar, es la única manera de encontrar pistas sobre su pasado.

            Era cierto, su imagen era un buen punto de partida, especialmente para él, que era incapaz de imaginar el rostro de tan letal asesina.

            - Ah, claro - aceptó la enfermera.

            - Me llamo Elisa Gómez.

            - Mucho gusto - asintió Antonio, sonriente.

           

 

            Le llevó a su habitación. Recorrieron los pasillos que estaban llenos de gente inquieta que le miraba con curiosidad. A algunos se les caía la baba y a otros les daba por cazar moscas imaginarias. Uno de ellos se aproximó a él y le preguntó si había visto a su madre. Pasó de largo, sonriente, y negando con la cabeza. Nunca había estado en un manicomio y resultaba chocante ver a tanto loco junto.

            - Aquí es - señaló la enfermera.

            - Estupendo, gracias - dijo Antonio, sacando su cámara de fotos del bolsillo.

            Lo que vio fue un poco decepcionante. No sabía qué esperaba ver, pero imaginó a una chica joven de rostro angelical con los ojos cerrados, como la bella durmiente, esperando que viniera su príncipe encantado que fuera a despertarla. Esperaba ver a una chica bonita con larga melena que sedujera desde los espejos.

            - Está calva - dijo en voz alta.

            - Tuvieron que cortarle todo el pelo para hacer las pruebas que pretendían hacerle.

            Se le veía una fina capa negra, etérea, sobre su cuero cabelludo. Seguramente llevaba varios días afeitada y ya le había empezado a crecer el pelo.

            Su rostro era el de una chica normal, no destacaba en absoluto y menos aún por su falta de pelo. Tenía una nariz achatada, algo gruesa para su pequeña cara. Los ojos los tenía oscurecidos, seguramente por el coma y no podía saber de qué color eran, lógicamente. Su boca era pequeña y de labios finos y sus orejas eran extrañas, con un hueco auditivo demasiado grande.

            Sin más preámbulos preparó su cámara de fotos y fotografió su rostro desde varios ángulos. Trató de imaginársela maquillada, sonriente, llorando y no con esa expresión de maniquí. Sin embargo era una chica normal, podía decir que ni siquiera él la miraría en un bar... Aunque sabía que el maquillaje y el pelo podían obrar milagros en un rostro. El hecho de que no fuera llamativa ni preciosa, le hizo sospechar que no tenía nada que ver con el fantasma del espejo y su nombre era, por casualidad, el que era.

            - Está bien, tengo suficiente.

            - De acuerdo entonces - dijo la enfermera.

            - Hay una cosa de la que no hemos hablado y es de vital importancia - inquirió él, sintiéndose incómodo.

            - ¿De qué se trata?

            - Mis honorarios. Son quinientos euros al día, y quinientos solo por empezar.

            La enfermera se quedó blanca y tardó un par de segundos en contestar.

            - Lo siento mi sueldo es muy justo...

            - ¿No va a pagarme el hospital?

            - Noo, nadie sabe que le he llamado. No pensé que fuera usted tan caro.

            - Vaya, eso es un problema.

            - Si es así, solo puedo decirle que lamento haberle hecho perder su tiempo - añadió la enfermera.

            - No, ¿sabe qué? Acepto igualmente. Este caso me ha llamado la atención.

            - Me alegro - sonrió forzadamente ella.

            - Sí, es... interesante.

            - ¿Puedo ayudarle en algo más? ¿Quiere su informe médico? ¿Su historial?       

            - Por supuesto, me vendría fenomenal tener una copia de todo. Pero lo que mejor me vendría es que me diera los datos de la víctima, el doctor que murió frente al espejo. Casi podría asegurar que ella no tuvo nada que ver con su muerte.

            - Por supuesto que no, estaba en coma - espetó la enfermera, extrañada.

            - Bueno, no era tan obvio... - replicó él, regañándose a sí mismo por pensar en voz alta.