Tierra de dragones

Parte 7

             Abby abrió la puerta de la celda sin llamar. Antonio estaba sentado en el suelo mirando el reloj con impaciencia.

            —Veo que sigues vivo —dijo, socarrona.

            —Qué graciosa.

            —He hablado con el comandante. Me ha mandado sonsacarte todo lo que pueda del traje pleyadiano. Y si no puedo, proponerte que busques a Elias y que nos devuelva los nuestros.

            —¿En serio crees que voy a confiar en ti después de esta encerrona?

            —No se trata de mí, eres tú el objetivo del consejo. El nuevo Bin Laden, ¿comprendes? No puedes ir por ahí construyendo una máquina que pone en peligro, no ya un grupo de vidas, sino toda nuestra historia.

            —Si se lo doy me matará y los chicos de Tupana serán exterminados.

            —Vamos, quiero que me cuentes para qué quieres esa máquina.

            —No voy a romper nada en la historia.

            —Entonces deseas ir al futuro.

            —Qué sagaz.

            —¿Qué buscas allí?

            —Velar por mis hijos. Tú has visto algunas cosas que te harían temblar si no hubiera intervenido el EICFD. Pero yo he tenido que enfrentarme a otras que nadie creería, peligros que hasta vosotros consideraríais imposibles. Viajo al futuro para velar por el presente ni más ni menos.

            —Ese discurso ¿te sirve con tu mujer? —Cuestionó Abby.

            Antonio se puso en pie.

            —Mira, te seré sincero, esta situación no se desbloqueará si no me ayudas a convencer a Montenegro de que no haré nada malo.

            —Lo tienes jodido.

            —Lo sé.

            —No, me refiero a tu coco —la mujer señaló su cabeza, con resignación.

            Antonio la miró extrañado.

            —Pero encaja contigo.

            —¿Me ayudarás?

            —Dale la armadura.

            —Eso sería matar a mi equipo de Tupana.

            —Tienes un concepto equivocado de nosotros. Te diré una cosa, tengo plenos poderes para convencerte de que nos des la dichosa armadura.

            Antonio sonrió escéptico.

            —¿Qué puedes ofrecerme tú? ¿O va a torturarme?

            —No seas estúpido. Puedo viajar en el tiempo. Tengo autoridad para ayudarte y de paso vigilar tus movimientos. Después cancelas tu proyecto y vuelves a casa, nos das la armadura y todos contentos.

            —Y también puedes matarme si no me atengo a razones.

            —Que bien te lo sabes, aunque te empiezo a coger cariño. Nadie pone furioso al comandante como tú y tiene su punto divertido.

            —Si tengo que elegir entre tú y John, prefiero que me vigiles tú.

            —El capitán ha asentado la cabeza, ya no hace misiones. La otra opción era Dimitri —replicó ella—. Pero ni tú confiarías en él ni él dudaría en abandonarte o matarte en cuanto le llevaras la contraria, cosa que no me cabe duda que harás una docena de veces.

            —Ya.

            —¿Hay trato?

            Antonio dudó un instante.

            —Está bien.

 

 

 

 

            Olivia terminó de hacer inventario a las dos menos cinco y sólo faltaban tres cosas que no eran tan importantes, aunque iba a reclamarlas en cuanto viera al señor Jurado: Su calendario con las festividades en rojo (que trabajaran en el último peñasco de la Tierra no significaba que tuvieran que trabajar fines de semana o festivos), sillas para la sala de descanso y un microondas. ¿Cómo iban a calentar la comida?

            —¿Alguien se apunta al papeo? —Preguntó, jovial acercándose a sus compañeros.

            —Yo —respondió Jaime.

            —Tengo curiosidad por ver qué comida nos han traído —replicó Alfonso.

            —Termino una cosa y os acompaño —dijo Yenny.

            Vanessa se levantó sin decir nada y se unió a ellos. Elisa les ignoró mirando la pantalla de su portátil.

            —Jefa, ¿un descansito? —Invitó Jaime.

            —Ahora voy.

            Ya habían visto los sandwiches y no estaban mal, fríos pero comestibles. La caja de los almuerzos seguía siendo un misterio.

            —Chicos, yo creo que sobro aquí  —se sinceró Olivia—. En cuanto llegue Antonio Jurado le diré que me vuelvo para casa, no hay suficiente dinero en el mundo que pague el miedo constante que tengo aquí de tocar cualquier cosa y contagiarme de sabe Dios qué enfermedad horrible. ¿Y si es lepra? No quiero ver cómo se me caen los brazos a pedazos.

            —Tardabas mucho en protestar —respondió Alfonso, socarrón.

            —Te lo iba a decir, tío —intervino Jaime.

            Sacaron latas de comida de la caja de provisiones y las repartieron. Se sentaron alrededor de una mesa y cada uno cogió sus cubiertos de plástico.

            —¿Tú también quieres irte? —Preguntó la chica morena, sonriendo.

            —No, mujer. Iba a apostar 500 € con Alfonso a que tú no durabas aquí dos días.

            —Ag, qué estúpido —protestó.

            Alfonso se partió de risa mientras destapaba la lata.

            —Me alegro de que haya buen ambiente —opinó Elisa, uniéndose a ellos.

            —Sí, es bestial —replicó Olivia, seria.

            —¿Qué es tan gracioso? —Llegó Yenny, jovial.

            —Eso, contar —animó Vanessa.

            —Nada, que Olivia nos deja —informó Jaime.

            —Y eso qué tiene de gracioso —replicó Yenny.

            —Cosas nuestras —evitó Alfonso.

            El silencio posterior fue incómodo y lo rompió el propio ingeniero, recurriendo a su proyecto aprovechando que la jefa estaba allí.

            —He preparado el módulo 59 para viajar un año en el futuro, grabar tres minutos y regresar. Está listo si queréis ver las pruebas, va a ser emocionante.

            —¿Solucionaste el tema del peso de las baterías? —Se interesó Jaime.

            —Por supuesto, le quité un soporte que era innecesario y las células que faltaban entraron sin problema. Eso sí está un poco frágil, si alguien se sienta encima lo aplastará. Pero ya lo solucionaremos.

            —Estoy impaciente por ver los resultados —dijo Elisa—. Todo nuestro esfuerzo será inútil si no funciona.

            —La pondré en marcha en cuanto terminemos de comer.

            Olivia abrió su lata y la miró con asco.

            —¿Alubias con verdura? —Protestó—. No pienso comer esto sin microondas.

            Todos la miraron sobresaltados.

            —No fastidies —dijo Yenny—. ¿No tenemos?

            —Allí teníamos los de la cafetería, pero no los han traído. Se va a hacer largo este día.

            Ninguno quiso comer la comida de lata, que ya de por si era mala y encima tener que comerla fría la hacía intragable.

            —Pues volvamos al trabajo, a ver si mi juguete nos da una alegría —celebró Alfonso.

 

 

            Salieron al exterior por deseo expreso del ingeniero, colocó la máquina con la cámara mirando hacia la iglesia y les mandó posar delante como si fuera a hacerles una foto.

            —Ahí, perfecto. Tengo un temporizador, a ver... —esbozó media sonrisa.

            Pulsó un botón y se encendió un LED parpadeante de color rojo.

            —Saludar, este es el primer video viajero del tiempo.

            Un zumbido ensordecedor del avisó de la repentina desaparición del aparato. Se levantó un remolino de polvo y el módulo dejó de existir.

            —Es alucinante, nunca me acostumbraré a esto —dijo Vanessa.

            —¿Y ahora qué?

            —A esperar tres minutos —respondió Alfonso—. Que nadie se acerque a esa zona.

            —¿Y si el deslizamiento provoca que aparezca donde estamos ahora? —Cuestionó Jaime.

            Alfonso miraba el reloj y le miró preocupado.

            —Podría aparecer en cualquier parte de la isla. En tal caso no estás seguro en ningún sitio.

            —Crucemos los dedos —añadió Elisa.

            El paso del tiempo se ralentizó considerablemente por la intriga de la espera. Finalmente llegó el momento y un nuevo zumbido, en el mismo punto hizo aparecer la máquina donde desapareció.

            —¡Toma! El año exacto no tiene deslizamiento —vitoreó Alfonso—. Chúpate esa Einstein.

            Jaime le miró con media sonrisa.

            —¿Entonces ya está? ¿Tenemos un video de tres minutos del año que viene?

            —Bueno... —Alfonso se rascó la cabeza como un niño que ha hecho una travesura—. Un año sí, pero al pasado. ¿No teníais curiosidad?

            —¿Qué has hecho? —Preguntó Elisa.

            —Documentarme jefa. No podré dormir por la noche si no sé qué diablos pasó aquí.

            —Venga, ponlo de una vez —urgió Yenny.

 

 

            Alfonso cogió la máquina y la llevaron al laboratorio. Extrajo la tarjeta de memoria, tan pequeña como uña del dedo meñique, y la puso en un adaptador USB. Lo enchufó al puerto de su portátil y abrió el explorador de archivos. Seleccionó la tarjeta y la carpeta "videos". Dentro vieron un archivo de  setecientos megabytes en formato "mp4". Hizo doble clic y se abrió la pantalla de video.

            Los seis miraban a la cámara expectantes con la iglesia detrás. Alfonso habló:

            —Saludar, este es el primer video viajero del tiempo.

            De repente ya no estaban allí. Ni ellos ni nadie. No se escuchaba ni un ruido y se quedaron mirándolo durante los tres minutos sin un sólo cambio.

            Cuando terminó Jaime le dio una palmada en el hombro a su amigo.

            —Ahora voy a dormir más tranquilo, ya sé que esto está así de aburrido desde al menos hace un año.

            —Buen trabajo —Alfonso—. Felicitó Elisa. Ahora tenemos que construir una máquina para alojar personas. ¿Cómo sabías que no habría deslizamiento si el viaje era un año exacto?

            —Era una teoría. Estamos bajo la gravedad del Sol, que es quien mide el año que tardamos en orbitarlo. No tenía sentido que nos afectaran factores externos.

            —¿Insinúas que si una nave viaja por el espacio en dirección contraria a la tierra deshaciendo la órbita, también viajaría al pasado? —Preguntó Jaime.

            —Anda, vete a cagar —Alfonso detectó la burla enseguida.

            —Los sistemas solares se comportan igual que un átomo —dedujo Elisa—. Tiene sentido que las fuerzas exteriores nos afecten como entidad y cualquier actividad interior no se ve afectada por influencias externas. Muy bien, chicos. ¡A construir!

            —Pondré a cargar baterías —propuso Alfonso—. Con suerte dentro de tres días veremos lo que pasó aquí hace dos años.

            —Ni se te ocurra —le reprendió Elisa—. Haremos caso al señor Jurado así que sácate la idea de la cabeza. Hay cosas que es mejor no saber. No realizaremos más viajes hasta que tengamos la máquina construida. Borra ese video, nadie debe saber que tenemos un modelo funcional. No sabemos lo que puede pasar si alguien se entera, si era necesario traernos a este lugar.

            —¿En serio? Es el primer viaje...

            —Imagínate que nos encuentran y lo ven.

            —Oh, entiendo.

            —Bórralo. Ahora mismo, quiero verte.

            —Alfonso lo suprimió entre un bufido de fastidio.

            —Formatea la tarjeta, formato completo.

            —¡Joder jefa!

            —No me hables así o te largas mañana. Es peligroso, no pienso tolerar que nos pongas en peligro por un estúpido afán de colgar eso en alguna red social cuando volvamos a casa.

            —Está bien. Sólo quería estudiar las diferencias entre el pasado y hoy.

            —No nos importa. ¿Por qué insistes en desobedecer? Formatea la tarjeta.

            Obedeció poniendo los ojos en blanco, resignado. Todo el equipo miraba a los dos con caras de no entender nada.

            Alfonso cogió aire y obedeció.

            —Ahora me quedaré este juguete y lo guardaré para evitar que tengas tentaciones —Elisa le quitó el prototipo 59—. Quiero que te pongas a fabricar las baterías del modelo a tamaño real.  A ver si logramos terminarlo cuanto antes y nos vamos de esta isla maldita. No quiero estar aquí más tiempo del estrictamente necesario.

            —De acuerdo —aceptó, no sin resquemor.

            La jefa le ignoró y se llevó el prototipo a un cofre de acero y lo cerró bajo llave.

            —Tengo que tomar el aire. ¿Vienes Jaime?

            —Claro, me muero de calor.

            —Yo también voy —dijo Vanessa.

            —Y yo —agregó Yenny.

 

 

 

            Pasearon por la isla en plena puesta de Sol mientras Alfonso criticaba con dureza a su jefa y los demás se limitaban a escuchar. Jaime era el único que le apoyaba mientras las chicas mantenían una posición neutral. Caminaron hacia la laguna interior de la isla y cuando llegaron el Sol estaba completamente cubierto por el océano dejando una luz rojiza en el cielo.

            —¿Cómo sabemos que va a funcionar si no podemos verificar el año? —Protestaba Alfonso.

            —Déjalo ya tío, volvamos que se nos hace de noche.

            —Ni pizca de ganas de volver a ver a esa vieja.

            Se dieron la vuelta y se deleitaron con el fantástico paisaje que les brindaba la puesta de Sol. Las palmeras eran mecidas por la brisa, las estrellas comenzaban a titilar por el este, el cielo del Oeste era rojo y el Pacífico parecía teñido de sangre. El silencio era tan intenso que escuchaban sus respiraciones, el murmullo de las hojas de las palmeras y... Nada más. Era espeluznante, ¿no había insectos?

            —¿Eso es una luz? —Preguntó Yenny, quedándose atrás.

            Jaime volvió junto a ella y miró a donde señalaba. En la laguna verde del centro de la isla se distinguía una zona claramente iluminada desde el fondo, cerca de donde estaban.

            —Definitivamente lo es, además artificial.

            Alfonso y Vanessa se unieron a ellos y no dijeron nada. Sus caras eran una mueca de incredulidad por lo que veían.

            —Esto es como la isla de la serie Perdidos —bromeó Jaime—. Donde quiera que mires hay un misterio.

            —No la he visto —protestó Yenny—. ¿Es un poco vieja ¿no?

            —Pues no sabes lo que te has perdido —añadió él.

            —Tampoco es tan vieja, creo que es del 2010 —corrigió el ingeniero.

            —Yo tenía catorce, es vieja tío. Y tú también.

            —Pero si tengo veintidós —se río Alfonso.

            —Y yo veintiséis —añadió Jaime—. ¿Yo qué soy?

            —Si nos ponemos así Elisa es un dinosaurio —bromeó Vanessa, eludiendo decir su edad, sutilmente. Ella era la mayor sin contar a la jefa, con veintisiete.

            —¿Nos acercamos más? —Propuso Alfonso.

            —No es por nada —se resistió Yenny—, pero no tengo ropa de baño y Elisa tiene razón. Hay cosas que es mejor no saber.

            —No he dicho que vaya a meterme—insistió Alfonso—. Sólo quiero estar seguro de que no es un reflejo extraño.

            —Vamos a ver —aceptó Jaime.

            Se acercaron corriendo a la orilla más cercana a la fuente de luz y al llegar no podían saber de dónde salía la iluminación pero el agua en esa zona era más profunda y se veía el fondo a unos tres metros de profundidad. Era una cueva artificial pues el agujero era circular.

            —Ahí abajo hay luz —dijo Jaime.

            —Ya, no se te ocurra… ¡Detenlo! —exclamó Yenny al ver que Alfonso se desnudaba hasta quedar en calzoncillos.

            —llevo deseando bañarme desde que pisamos la isla. Sólo necesitaba una excusa.

            —¿Y si hay una corriente y no puedes salir del agujero? —razonó Jaime.

            —No se ve corriente, si lo pienso no voy. Así que si tardo en salir...

            —Nadie va a ir detrás de ti —se anticipó Vanessa.

            —Alfonso, déjalo estar, sea lo que sea que esté ahí escondido, es mejor que lo siga estando —suplicó Yenny.

            —Déjame en paz, ni que fuera tu novio.

 

 

Comentarios: 17
  • #17

    valeria (lunes, 19 septiembre 2016 02:05)

    Hola Tony tenia rato sin entrar en la pagina ya que cuando uno estudia y trabaja no queda mucho tiempo libre, pero esta historia me esta gustando mucho espero salga algun zombito por ahi :)

  • #16

    Yenny (lunes, 19 septiembre 2016 00:35)

    No hay que exagerar pero tampoco hay que caer en los clichés, siempre que alguien va a un sitio que no debe a investigar es cuando se va a encontrar algo malo que va a terminar matando a todos ( por ejemplo fantasmas, zombies, virus, etc), pienso que si un grupo de personas estuviesen en una isla en la que hubo una epidemia por la que se tuvo que eliminar a la población ( es obvio que no fue una gripe

  • #15

    Alfonso (sábado, 17 septiembre 2016 20:44)

    Tal parece que todos me odian aquí. Sólo falta que Vanessa también se ponga en mi contra.

    Ya sé que es solo en la historia, pero si en verdad estuviéramos todos en una isla desierta acabaríamos com caníbales, jaja.

  • #14

    Tony (sábado, 17 septiembre 2016 05:10)

    Alfonso, no te sientas amenazado ni nada, se refieren a la historia.
    Que violencia se respira.

  • #13

    Chemo (sábado, 17 septiembre 2016 02:08)

    Continuación. Yo también voto por dar una paliza a Alfonso.

  • #12

    Yenny (sábado, 17 septiembre 2016 01:57)

    Gracias por el apoyo Jaime :)

  • #11

    Jaime (sábado, 17 septiembre 2016 00:51)

    Es verdad, confundí la laguna verde con la neblina verde. Jaja. Haré una corrección y voto por que alguien aún habita los laboratorios secretos. Por cierto, y voto por darle una hostia a Alfonso, jaja.

  • #10

    Yenny (viernes, 16 septiembre 2016 19:45)

    Jeje no es por violencia es por su seguridad, prefiero que Alfonso se enoje pero que siga vivo a estar lamentando que le pasó algo.
    Soy práctica prefiero las cosas por las buenas pero si sólo entiende a las malas bueno se hará a su gusto :)

  • #9

    Tony (viernes, 16 septiembre 2016 19:32)

    ¡Que violenta! Jejeje
    Tomare nota para tu personaje.

  • #8

    Yenny (viernes, 16 septiembre 2016 18:31)

    Yo voto por golpear a Alfonso hasta desmayarlo para que no vaya a explorar la laguna, si algo nos han enseñado tantas películas, series y libros de terror es que meter las narices donde no debe termina mal.

  • #7

    Alfonso (viernes, 16 septiembre 2016 05:24)

    Jaime, creo que confundiste la laguna verde con la luz que emanaba la laguna, jaja. No te preocupes, suele pasar.
    Yo creo que es del laboratorio secreto de la isla tal como dice Lyubasha. En fin, a esperar una semana más.

  • #6

    Yenny (viernes, 16 septiembre 2016 02:42)

    Noooo me ganaron, llugué un poco tarde a comentar me quedé dormida jajaja
    ¿De dónde salió eso de la luz verde? Por lo que entendí la laguna era verde, también creo que hay un laboratorio secreto con una entrada en el fondo del lago, aunque no creo que sea posible que alguien esté viviendo ahí.
    Me siento identificada nunca vi Perdidos aunque si se de que trata jajaja y espero que no terminen así.
    Por fa Tony sube pronto la otra parte nos has dejado en lo mejor.

  • #5

    Jaime (viernes, 16 septiembre 2016 02:18)

    Jajaja. Gracias por la corrección, Tony. Es verdad, es difícil acordarse de todos los detalles, especialmente cuando leí la historia hace más de un año. Aún así, la neblina verde es la única explicación que se me ocurre. ¿Alguien más tiene una mejor idea?

  • #4

    Tony (jueves, 15 septiembre 2016 06:19)

    Esta vez vas desencaminado, Jaime. Esa pelea fue en Bermudas.

  • #3

    Jaime (jueves, 15 septiembre 2016 02:30)

    La historia se ve interesante. Creo que la luz verde es parte de la neblina verde que se tragó a Alastor y Ángela durante su pelea en Tupana. Espero que publiques la siguiente parte pronto.

  • #2

    Lyubasha (miércoles, 14 septiembre 2016 18:45)

    La historia está muy interesante. Me ha gustado mucho la idea de Alfonso de enviar la máquina al pasado para ver lo que había pasado en la isla, menos mal que todo seguía igual, si no vaya susto que se hubieran llevado :D Parece que poco a poco la situación de Antonio va mejorando, me alegro de que hayan llegado a un acuerdo. Tengo muchas ganas de que publiques el próximo capítulo para ver qué encontrará Alfonso en la laguna, supongo que los antiguos laboratorios y algunas pruebas de lo que ha pasado allí. Esa luz me tiene intrigada, ¿está encendida desde que Tupana era una isla con vida o hay alguien viviendo en las antiguas instalaciones?

  • #1

    Tony (miércoles, 14 septiembre 2016 01:23)

    Espero que os haya gustado y que no os fastidie mucho que corte así.