Tierra de dragones

4ª parte

 

 

 

         Antonio quería aparentar que todo iba bien y que su situación económica era, como siempre, apabullante y con tantos beneficios que Brigitte no debía preocuparse nunca más de la liquidez de sus cuentas. Tenían gastos normales y ganancias regulares importantes de sus propiedades. Su trabajo eventual en el EICFD les dejó medio millón de Euros en la cuenta lo que debería bastar para sufragar gastos el resto de sus vidas y las de sus hijos.

         Pero su nuevo "Proyecto misterioso" le estaba vaciando las arcas. Aunque al principio se propuso dejar libre su capital familiar tras los seis meses de financiación, las cuentas estaban casi a cero. Hasta el punto que sus contables de la gestora le citaron tras la reunión con los científicos para explicarle la situación.

         —Su empresa está en concurso de acreedores. No hay beneficios, últimamente sólo gastos, creemos que Elisa y su equipo de científicos deben responder ante el juzgado para explicar al juez por qué no se podrán pagar los impuestos el año que viene. Creo que cuantos más implicados haya, más fácil será que salgamos del agujero.

         —No puedo implicarles, no tienen derechos sobre lo que fabrican y aún es pronto para ponerlo a la venta.

         —Pero ha cancelado su proyecto sin que hayan producido un céntimo, es culpa suya, deben devolver el dinero que les ha pagado —insistió el asesor.

         —No pienso arrastrarles al agujero.

         —Al menos explique el gasto de medio millón de éstos días. Su cuenta está en negativo, concretamente a —497.867€. Es mucho dinero que será más si no hace algo pronto. Sólo vendiendo propiedades podrá saldar la cuenta. Y por favor deje de derrochar o tendremos que deshacernos de todo.

         —Mis gastos son asunto mío. Puede que haya más. Necesitaré otros cinco millones en un año, vendan lo que haga falta y avísenme si no pueden conseguir el dinero.

         —No habla en serio. Sus propiedades cubren escasamente esa cantidad. Sea lo que sea en lo que están invirtiendo, abandónelo o le costará incluso su propia casa.

         Antonio notaba que le faltaba el aire. Estaba con el mierda al cuello, ese empeño por conseguir la máquina del tiempo le llevaba a la bancarrota aunque sabía que podía recuperarse si en su viaje al futuro averiguaba un nuevo boleto del euro millón, uno que tuviera un buen bote ya que ganar dos premios podía levantar sospechas (ya ganó uno hacía unos 20 años, que fue el que le propició su gran fortuna).

         Ahora que el gobierno sabía en lo que consistía su inversión, por mucho que cancelase el proyecto si volvía a llenar sus cuentas con millones frescos, tendría serios problemas para quitárselos de encima.

         Encendió su móvil, preocupado por su familia y su liquidez y examinó la evolución del IBEX. Estaba en 8700, lo que no era demasiado ni tampoco era su límite inferior histórico. Su inversión de medio millón debía duplicarse en agosto de 2017, cuando finalizara el proyecto, las acciones debían valer por ese entonces, 15.000 puntos. Era complicado, podía bajar hasta los 5.000 y recuperaría apenas el 60% de lo invertido. Pero era una apuesta desesperada, la única posible de cara a los agentes del gobierno y si quería pagar todas las facturas que se le venían encima. Tenía estudiada su evolución en el tiempo y podía justificar sobradamente su inversión. Aunque si supiera con certeza el futuro podría saber ya si debía retirar la inversión o mantenerla.

         «Elija al equipo mínimo» —recordó. Él esperaba que Elisa escogiera tres compañeros. Pero se había llevado cinco. Eso le obligó a rebajar su salario. Temía que no fuera suficiente para tentarles de dejar todo durante un año, y casi deseaba que alguno se echara atrás, cualquier gasto evitado podía salvarle de la bancarrota. Pero no, todos aceptaron. Quien sabe, a las nueve tendría la lista definitiva. Todavía estaban a tiempo de echarse atrás.

         —Debí ofrecer doscientos mil —murmuró, antes de quedarse dormido.

 

 

         Vanessa se despidió de Chemo con un beso en la frente. El último día en familia había sido casi normal porque ella así lo quiso. Su hijo tenía nueve años era la razón por la que su corazón sufría por la separación.

         —Tu padre te cuidará bien este año. Mamá no te abandona, hijo, sólo va a trabajar para conseguir mucho dinero y así podremos irnos de esta casa.

         —Él no entiende nada, ni siquiera comprende el divorcio —replicó Juan, su exmarido, que seguía viviendo con ella porque no podían permitirse pagar dos alquileres.

         —Intenta no aparecer por casa con guarras, por favor. ¿Estás seguro que podrás cuidarlo? Aún se lo puedo dejar a mi madre.

         —Joder, menudo concepto tienes de mí —repuso ofendido.

         —El que te mereces —apuntaló Vanessa.

         —Vamos a dejarlo ahí, no quiero discutir delante de Chemo.

         El niño la abrazó y le dijo con lágrimas en los ojos:

         —No te vayas. ¿Por qué no puede ser todo como antes? Papá te quiere, me lo ha dicho —dijo el niño, demostrando lo equivocados que estaban ambos—. Y no creo que mienta, él nunca se iría con otra.

         —No basta con querer, hijo. Él ha perdido toda mi confianza.

         —Aun no comprendo qué fue lo que hice, te lo juro —replicó Juan, enojado.

         —¡Cállate! No te creo una palabra.

         —Ya, ojalá me dieras oportunidad de explicarte lo que quiera que haya pasado. Vete, no te preocupes, el niño estará bien.

         Vanessa dio un abrazo muy fuerte a si hijo y tras un beso se marchó con su maletín de viaje.

         —Ten cuidado —deseó Juan, con lágrimas en los ojos.

         Ella no respondió. Llamó al ascensor y, sin mirarle a la cara, se metió dentro y antes de cerrarse las puertas le lanzó un beso a su hijo.

         Mientras bajaba se le inundaron las mejillas de lágrimas en una mezcla de odio a sí misma por a abandonar a su hijo durante un año y por su deseo escondido de que Juan fuera inocente de lo que se había enterado. Pero ya estaba hecho, el divorcio fue rápido y sin conflicto. Custodia compartida, la casa se la cedía a él ya que la había pagado antes de conocerla y ella seguiría viviendo allí mientras no tuviera otra cosa.

         No la molestaba cruzarse con él a diario, apenas se veían por cuestiones de horarios. Era como un niñero gratis que se ocupaba de Chemo cuando ella no podía. Una de las razones de su divorcio fue precisamente esa, la distancia y la rutina que terminaron apagando la llama del amor y la convirtieron en una de continuos conflictos.

         Para colmo él la acusaba de coquetear con todo el mundo, de ponerse guapa por los demás cuando era él quien no dejaba de lanzar la caña de pescar.

         Lo que ocurrió fue que un día apareció una nota de una mujer que no quiso identificarse en su buzón, decía ser compañera del trabajo de su marido (era la única identidad que aparecía) en la que explicaba que Juan era un cerdo, que coqueteaba con todas las chicas guapas y había tenido rollos con más de una, incluida ella.

         ¿Debía creer la nota? Por supuesto que no, pero le conoció así. Era un playboy al que creyó cambiar cuando se casaron. Sabía que el divorcio era precisamente lo que esa estúpida de la nota pretendía pero en su fuero interno deseó que se fuera con ella y supiera cuál era el "premio" que se llevaba.

         Nunca le dijo a él el verdadero motivo del divorcio, no quería que la llenara la cabeza con disculpas ensayadas y palabras de besugo que no podría creer, ya no creía nada de lo que dijera. Se limitó a decirle que le vio con otra en una fiesta del trabajo y él la avasalló con preguntas como cuándo, dónde, con quién.

         Según él, había una loca echándole los tejos a diario y era su jefa directa. Vanessa le sacó en cara mil razones más para pedir el divorcio, que si no le gustaba que apenas pasara tiempo con el niño, que si estaba siempre de mal humor, que no sentía lo mismo por él desde que nació Chemo, que si era muy celoso, que si no ayudaba nada en las tareas domésticas, que nunca aceptó tener un perro cuando a ella la encantaban... Que lo de aquella noche sólo era la gota que colmaba el vaso. Pero había algo que la dolía profundamente y era que sabía cuánto quería Juan a Chemo, que seguía viendo amor en sus ojos cada vez que la miraba y que podía estar equivocándose… Pero lo que más la torturaba era que pronto tendrían que pedir a su hijo que eligiese a quién quería que tuviera su custodia. Era una pregunta que ningún niño debería responder nunca, pero no podían dejar que un Juez le obligara a ir con quién decidiera sin contar con él.

 

 

 

         Olivia hizo la maleta en quince minutos, se despidió de su gente por el móvil y pasó la tarde viendo películas. El orden fue: "Serendipity", "El diario de Noa", "La casa del lago" y "Deja vu", su favorita que la mantuvo despierta hasta las tres de la mañana.

         No sabía cuándo podría disfrutar de nuevo de su tiempo libre y por eso lo aprovechó al máximo. No tenía novio, no quería tenerlo ni podía ya que era una atadura que la impediría desarrollarse profesionalmente.

         Además era católica y nunca mancillaría su virginidad por un amor pasajero. Los dos novios que había tenido fueron tan castos que al primero ni siquiera le besó (hasta los quince años) y apenas al otro un par de tardes, una vez en un parque en el que le pidió que la besara solo para saber lo que se sentía y estuvieron enrollados más de media hora, pero cuando él comenzó a tocarla de forma sucia, le detuvo y se despidió de él. Después hicieron viaje al hotel del Monasterio de Piedra, en Zaragoza, pero cuando quiso quitarle las bragas le detuvo airada y le gritó que era un cerdo. Él se apartó asustado y con bastante disgusto. Desde ese incidente, el resto de las vacaciones fueron muy difíciles ya que él no la hablaba y ella no sabía cómo contentarle.

         Dejaron de verse cuando él conoció a otra chica que sí debió darle el sexo que tanto anhelaba. Le echó de menos tres meses y dos semanas, después se dio cuenta de que los hombres son prescindibles aunque aún pensaba en él cuando le daba morriña.

         Su príncipe azul debía respetarla hasta la boda y esta no se produciría mientras que no encontrara el trabajo perfecto que se amoldara al sueño de su vida, ser veterinaria. Claro que estudió para administrativa y a lo máximo que podía aspirar era a poner su clínica y contratar los mejores profesionales que ella gestionaría. Así pensaba invertir el dinero del año que pasaría perdida sabe Dios dónde y si todo salía bien, no tendría que trabajar más y podría estudiar lo que quisiera, veterinaria, psiquiatría, medicina... Jardinería.

 

 

 

 

Viernes, 5 de agosto de 2016

9:00  Universidad Complutense de Madrid

 

         La única puntual fue Olivia, que llegó cinco minutos antes de la hora. Además de su maleta de mano llevaba su bolso, casi tan grande, y posiblemente con más cosas. Al ser delgada y menuda le costaba trabajo llevar los dos bultos de casi veinte kilos cada uno.

         Olivia tenía el pelo negro azabache, cara de rasgos perfectos aunque las gafas ocultaban su belleza al mundo, o eso pensaban ella. Detestaba que la mirasen como un trozo de carne comestible y odiaba los piropos y a los que la miraban embelesados como estúpidos retrasados. Llevaba pantalón vaquero una talla más grande que la suya para que nadie la mirara el culo y camisa blanca con bordados de flores para ocultar la forma de sus pechos. Para terminar llevaba zapatos de charol sin tacón. Su pelo estaba anudado en una larga coleta negra y sus gafas de pasta, tan grandes que ocupaban la mitad de su cara, ocultaban su mirada impaciente y nerviosa.

         Entonces llegó Elisa, arrastrando su maleta con ruedas. La jefa del proyecto llevaba un vestido floreado que en los años ochenta debía verse moderno. Pero la pobre no podía vestir de otro modo, pensó Olivia, ¿quién, a punto de jubilarse, vestiría como una joven de la actualidad?

         —Sólo alguna loca sin sentido de la vergüenza —musitó aprovechando que nadie la oía.

         Elisa vio sentada en la escalera a Olivia y se relajó al no ver a nadie más.

         —Buenos días, parece que somos las únicas puntuales.

         —Bueno... —Olivia miró el reloj que marcaba las nueve y cinco y se encogió de hombros sonriendo—. Supongo que sí.

         A la joven no le gustaba decir comentarios hirientes aunque su cerebro se los mandaba constantemente y se los tenía que callar. En ese momento le hubiera gustado responder: "¿Somos? Yo soy la única y usted es la primera en llegar tarde". Pero estaba fuera de lugar como casi todo lo que pensaba.

         Después llegó Jaime, con una mochila de acampada que superaba la altura de su cabeza.

         —¿Y los demás? —Preguntó sin saludar el muy maleducado.

         —No hay más —respondió Olivia con evidente enfado.

         —Debe ser difícil despedirse de todo el mundo —justificó Elisa.

         —Sí, supongo que sí —replicó Jaime.

         A las nueve y veinte llegaron juntos Alfonso y Vanessa, que debieron encontrarse en el metro.

         —Por fin llegamos, espero que no sea muy tarde —anunció Vanessa.

         —Si tenemos en cuenta que nuestro conductor aún no ha llegado, supongo que no —dijo Olivia, sonriente.

         —Qué suerte.

         Cinco minutos más tarde llegó Antonio Jurado despreocupado y con una calma propia de quien lo tiene todo y no depende de nadie.

         —Buenos días, ¿estamos todos? Venga, en marcha.

         —Falta Yenny —respondió Jaime.

         —Oh, ¿y alguien la ha llamado? Igual se ha echado atrás —Indicó Antonio.

         —No, usted nos dijo que nada de llamadas —respondió Jaime.

         —Llamaré yo.

         —Ya viene —urgió Elisa al verla aparecer por el camino del Metro.

         La chica de pelo castaño llegaba apurándose y visiblemente agotada. A todos les extrañó que no fuera Fran con ella.

         —Ahora sí estamos, venir conmigo —apremió Jurado caminando hacia la última en llegar.

 

         Llegaron al parking de visitas de la Universidad. Esperaban dos coches, uno rojo, deportivo, con una rubia al volante y otro familiar, sin conductor, que debía ser el de Antonio. Colocaron los equipajes en ambos maleteros.

         — Me pido el deportivo —exclamó Alfonso.

         — Yo también —coreó Jaime, aun sabiendo que iría un poco justo atrás.

         Cuando pasó junto al mecenas le sonrió con cara de salido y susurro: "Ole la rubia".

         —Está casada  —le replicó Antonio—. Pero sí, se merece un ole.

 

 

         Condujeron hasta la carretera de Madrid Toledo y se detuvieron pasando Parla, en una finca con valla de seguridad electrificada en la que sólo había campo.

         —¿Dónde está el avión? —inquirió Olivia.

         Bajaron de los coches bastante confundidos.

         —Por favor, coger vuestros bártulos y seguirme —dijo la chica rubia.

         Alfonso y Jaime estaban embelesados con ella y la siguieron como sus sombras.

         —¿También viene esa? —Preguntó Olivia.

         —No, sólo me hace el favor de llevaros. Se llama Abby, por si os interesa.

         —No es española —respondió, como si eso la quitara puntos.

         —Tampoco es piloto —añadió Antonio, dando a entender que eso era lo que más debía preocuparla—. Adelante, seguir caminando hacia la nave.

         Obedecieron y a los veinte metros de los coches se materializó un avión futurista de cubierta cristalina y diminutas alas. Todos se preguntaron cómo pudo aparecer de golpe pero estaban tan ansiosos por entrar que no dijeron nada.

         Abby iba con ellos y les explicó lo que pasaría:

         —Cuando la nave arranque no podréis hablar así que este es el momento de que hagáis las preguntas necesarias.

         —¿A dónde vamos? —Aprovechó Alfonso.

         —El nombre no lo sé. He ido tres veces —contestó Abby.

        Tupana, la isla se llama así. No os preocupéis, hemos peinado la zona y no hay peligro alguno —comentó Antonio.

         —A ver ¿En serio? —Protestó Olivia—. Supuse que era seguro pero ahora no lo tengo tan claro si eso era necesario.

         —Está cerca del atolón Bikini —Aclaró Antonio—. Según Naciones unidas la radiactividad es tan fuerte que ningún ser vivo puede sobrevivir por allí hasta dentro de quinientos años. Pero hemos estado midiendo la radiación y no hay nada.

         — ¿Se supone que eso debía tranquilizarme? —musitó Olivia, burlona.

Comentarios: 9
  • #9

    Alfonso (viernes, 26 agosto 2016 20:45)

    La historia va bien. Como comenta Yenny, pienso que se van a cruzar varios universos paralelos donde los protagonistas conocerán sus contrapartes en otras realidades. Supongo que reaparecerá Alastor o alguien incluso más poderoso que él.

  • #8

    Tony (jueves, 25 agosto 2016 17:45)

    Por eso me encanta que comenteis, me sirve para saber lo que creeis saber ;-)

  • #7

    Yenny (jueves, 25 agosto 2016 17:35)

    Tal vez se logra crear la máquina del tiempo pero alguno fallecen en la isla entre ellos Vanessa y Chemo siendo un adulto viaja al pasado para rescatar a su madre, jajaja, creo que me fumé algo; realmente uno no sabe que pueda pasar.
    Todo es posible sólo queda esperar.

  • #6

    Lyubasha (jueves, 25 agosto 2016 14:33)

    Está muy interesante, no me esperaba que volviera a salir la isla de Tupana, espero que ya no queden ni zombies ni ninguna probeta con virus.
    Pobre Chemo, su papel si que ha sido toda una sorpresa :D

  • #5

    Tony (miércoles, 24 agosto 2016 23:55)

    Lo importante es salir, pero teniendo en cuenta que este relato superará seguramente la longitud de "Los grises", Hay tiempo de sobra para que todos ganen protagonismo.

  • #4

    Jaime (miércoles, 24 agosto 2016 19:59)

    Interesante la historia, de nuevo a Tupana. Me da pena el pobre Chemo, jaja, creo que no tendrá papel protagónico en la historia, ni tendrá un polvo con Olivia, jaja. Antonio seguramente terminará en la bancarrota hacia el final de la historia.

  • #3

    Yenny (miércoles, 24 agosto 2016 19:03)

    Que carácter se maneja Olivia creo que necesita un polvo; ¿Tupana?¿No era la isla con zombies? Espero que no quede ninguno.
    Siempre quise preguntar como Antonio podía mantener tantos gastos sin problemas, ya veo que no es posible ojalá todo salga bien y pueda recuperar su inversión y obtener ganancias.
    A esperar la siguiente parte, ya quiero ver que pasará en la isla.

  • #2

    Chemo (miércoles, 24 agosto 2016 03:35)

    Vaya, soy el primero en comentar, jeje. He quedado un poco desilusionado con el personaje de Chemo: un crío de nueve años. Y al parecer no volverá a salir hasta el final de la historia.
    En fin, al menos ya va a comenzar lo emocionante del relato. Si Antonio fuese inteligente haría que el EICFD sufragase parte de los gastos de la investigación.

  • #1

    Tony (miércoles, 24 agosto 2016 00:54)

    No olvidéis comentar.