Tierra de dragones

11ª parte

 

         El video se terminó volviendo a mostrar dos cajitas virtuales flotando en medio del aparato. Antonio extrajo el pendrive mientras Abby le miraba perpleja.

         — ¿Esto es una broma?

         — Yo creo que no.

         — En tal caso te quejas de que te culpan de todo pero majo, es que tienes la culpa.

         Antonio puso los ojos en blanco.

         — Si no nos hubieras hecho viajar en el tiempo ese bucle nunca habría existido.

         — Claro, en lugar de pensar que gracias a mí el mundo aún tiene oportunidad de salvarse —protestó—. Sin este viaje no habría futuro.

         Lo dijo tan seguro que dejó asombrada a la teniente.

         — ¿En serio? ¿Acabas de decir ahí que yo me sacrifico para evitar ese desenlace y tú quieres la medalla?

         — Y si muero el fin es inevitable —replicó.

         Abby resopló airada.

         — Tú ya sabías esto de antemano. No te veo sorprendido ni preocupado.

         — Sí, claro que lo sabía. ¿Cómo iba a saberlo? Yo sólo quería ver a mis hijos bien.

         — ¿Vas a contarme algo nuevo? —Desconfió.

         — No, no hay nada más que contar —se limitó a decir.

         — Volvamos a la nave y crucemos los dedos para que nos lleve de vuelta a casa.

 

 

         Regresaron a la explanada a toda prisa mientras cada uno pensaba en lo que acababa de escuchar en el video.

         — Espera un momento... —dijo Antonio de repente.

         — Date prisa —urgió Abby.

         — No podemos volver. Lo he dicho bien claro, si volvemos al pasado uno de los dos morirá... Lo que significa que tú debes quedarte aquí para que lo que hemos visto se cumpla y tú no mueras.

         — Sácate esa idea de la cabeza, guapo. 

         — Pero es la única forma de que cambie...

         — No se te ocurra jugármela o no dudaré en pegarte un tiro.

         — Era una idea, tampoco hay que ponerse así.

         Subieron a la nave sin que ella le quitara el ojo de encima. Activó el panel de mandos y abrió el módulo temporal.

         — Baterías al ochenta por ciento. Nos vale con un cincuenta —dijo Abby—. Cruza los dedos, despegamos.

         Antonio aprovechó a ver la hora, las dos de la madrugada. Hasta ese momento los viajes no le causaron ningún tipo de estrés pero de repente le vinieron a la cabeza imágenes que le encogieron el corazón. Aún estaba a tiempo de ver a sus hijos en ese momento, Charly  y Miguel adultos... Si la nave seguía averiada serían treinta años más al futuro.

         — Relájate, sólo será un momento —dijo Abby al notar su miedo.

         — Me hubiera gustado ver a mis hijos... Y si sale mal...

         Cuando estaban a treinta metros de altura la teniente pulsó el botón táctil del panel temporal y una luz cegadora les deslumbró.

 

         «Papá, ayúdame, no puedo respirar...» —La voz de Charly resonó con fuerza en su cabeza.

         Abrió los ojos con el corazón acelerado y vio a su hijo hundiéndose en una piscina. Nadie le vio caer y no sabía nadar porque apenas tenía cinco años. Trató de cogerlo, pero sus brazos no podían sujetarlo. Después volvió la luz y un zumbido muy fuerte le hizo regresar a la realidad.

 

 

         — ¿Estás bien? —Preguntó Abby—. Esta vez te ha dado fuerte.

         — Sí, estoy bien. ¿Hemos regresado?

         — Ni idea, pero es raro que esté todo tan oscuro, no veo luces de la ciudad ahí fuera. Al menos el reloj de la nave cree que estamos en 2016.

         — Espera, antes de dar el salto lo cambiaste, ¿no? Porque estaba treinta años equivocado —Puntualizó Antonio.

         — Ups —Abby le miró preocupada.

         — ¿Hemos viajado en el tiempo sin cambiar el año? Antes ya ponía esta fecha —recordó Antonio.

         — ¡Joder me he liado! —Protestó ella—. Creí que era la fecha de destino, que la puse antes de salir de la nave, y que sólo faltaba dar al botón de salto.

         — Tranquila, no pasa nada. Si no ha habido cambio de fecha estaremos en el mismo tiempo.

         — No sé, esto es muy raro, seguimos a trescientos metros de altitud y no veo un carajo. Ahí no hay luces.

         — ¿Y entonces dónde estamos? —Preguntó él.

         —Hemos debido equivocarnos de año, es imposible, habíamos conseguimos evitar la guerra atómica.

         — ¿Esta es la Tierra? —Preguntó Antonio—. Ni siquiera hay ruinas.

         Por fin se hizo nítida la imagen al descender a doscientos metros y vieron una planicie llena de cenizas. Lloviznaba polvo de azufre que era lo que levantaba el fuerte viento del suelo.

         — Esto no es bueno —bufó Abby—. Hay que averiguar qué ha pasado para llegar a esto y tenemos que impedirlo. Lo que está claro es que no han sido fenómenos naturales.

         Aterrizaron y se pusieron los cascos. Salieron de la nave a investigar mientras Antonio recordaba que todo eso lo habían visto en el video del Pendrive.

         — Cuidado con los dragones, debemos salir armados.

         —¿Qué drag... —Ella también lo recordó—. Mierda. Esto es lo que había en el video.

         Subió por la rampa y abrió el compartimento de las armas. Sacó dos fusiles de plasma y le entregó uno a Antonio.

         — Gracias.

         — Esto se nos está yendo de las manos —musitó él.

         — Tiene que ser una pesadilla —opinó ella—. Por el momento sólo podemos hacer una cosa...

         — ¡Disfrutarla! —Completó Antonio.

         — Iba a decir: Sobrevivir.

         — Eso también.

         — Tranquilízate, estás muy raro. Más de la cuenta.

         Salieron de la nave con los escudos ópticos de alta frecuencia activados. Eran los modos de camuflaje más potentes que conseguía hacer casi invisibles incluso a sus sombras. El único problema de ese modo era que el generador de energía térmico era incapaz de rellenar la batería del escudo a suficiente velocidad como para dejarlo puesto de forma permanente. Pero al menos tendrían media hora de protección visual extra. Después se activaría la frecuencia normal y sus sombras serían visibles.

         El lugar era un yermo y no sabían si estaba nublado o era humo lo que había sobre sus cabezas pues la noche no dejaba ver ninguna estrella y el cielo era negro como las entrañas de una caverna.

Llevaban puesto el casco por si los gases eran irrespirables.

         Cuando el escudo agotó su tiempo, Antonio caminaba con los brazos colgando y resoplaba de cansancio.

         — Yo digo que volvamos. En la nave podremos encontrar puntos de interés desde el aire, esto está desolado.

         — Tienes razón —apoyó Abby.

         Al volverse vieron una criatura siguiéndolos en la distancia. Un cuadrúpedo con forma de mantis religiosa de al menos dos metros de altura. Al verlos ir hacia él hizo un ruido de sorpresa y se les encaró elevando sus venenosos arpones.

         — Mierda —protestó Abby—. Nos estaba cazando... ¿Cómo nos ve?

         — Que suerte que sólo es uno —comentó Antonio, apuntándole a la cabeza.

         Disparó y el chorro de plasma pasó por encima.

         — ¿Qué? Le tenía en la mirilla —protestó.

         — Joder, te has oxidado.

         — Abby le apuntó y su disparo dio en el suelo.

         — ¿Qué diablos... —Se quejó.

         — ¿Quién ha calibrado las armas? —Antonio hizo un segundo disparo mientras la mantis gigante galopaba hacia ellos. La bola de plasma blanquecino se desvió cuando iba a impactar en el centro de su abdomen. El bicho era tan rápido que no dio tiempo a disparar de nuevo y les arrolló como un toro bravo.

         Se revolcaron estrepitosamente por el suelo levantando una densa nube de polvo. Abby se levantó como un resorte dispuesta a enfrentar a la criatura pero Antonio tardó más en reaccionar. El topetazo le dio en pleno costado y le costaba respirar.

         — Eso ha dolido —bufó.

         — Se va —replicó Abby.

         El bicho siguió galopando como si huyera o, simplemente, no les hubiera visto.

         Antonio respiró aliviado hasta que vio a quién estaba atacando de verdad. Una criatura de cuatro metros de altura con cuernos bordeando su columna vertebral y alas inmensas, en cuyos extremos asomaban sendas cornamentas.

         — ¿Eso es un dragón? —Bufó Abby.

         El bicho mantis levantó los arpones delanteros y embistió como un felino salvaje, directo al pecho de la mitológica criatura.

         Con el gesto de un ala se lo apartó y lo lanzó volando a tres metros de distancia. El mantis se revolvió torpemente en el suelo y el dragón fue hacia él y lo engulló con sus enormes fauces. Lo masticó haciendo crujir sus huesos y salpicando sangre verdosa por su hocico.

         Antonio y Abby lo miraron espantados. Cuando la colosal criatura volvió su rostro hacia ellos fue como ver caer un avión sobre sus cabezas. Por mucho que corrieran no podían escapar de ese monstruo y saberlo les paralizo por completo.

         — Puede que no nos vea por los escudos ópticos —susurrón Antonio.

         — No cuentes con ello. ¡Dispara!

         Abby hizo blanco en la testa del monstruo. El impacto arrancó escamas y un trozo de cuerno aunque suponía apenas un rasguño.

         Antonio apuntó a un ojo pero la criatura se movía demasiado rápido y ni siquiera le pasó cerca.

         Abby corrió hacia la izquierda y el dragón la siguió con la mirada girando el cuello.

         — Rodéalo —gritó la teniente—. Así tendremos expuestos sus puntos débiles  uno de los dos.

         No hizo caso, vio que la cerviz estaba desprotegida y aprovechó en dispararle de nuevo.

         El rifle tembló y escupió el certero chorro de plasma blanco que dio en pleno cuello partiéndolo en dos. La cabeza rodó por el suelo regándolo de sangre negra. Abby dejó de correr al encontrársela delante y tuvo que saltar por encima del cuello para no tropezar. Luego, por evitar las sacudidas incontroladas del cuerpo decapitado corrió con todas sus fuerzas. La cola lanzó latigazos mortales y uno de ellos la acertó en la espalda haciéndola chillar. Antonio temió por su vida cuando la mortífera extremidad se volvió a elevar y bajó de nuevo a donde estaba ella. Era un espolón con cuernos en los extremos que, aunque no terminaba en punta afilada, eran como martillos de doscientos kilos.

         No podía acercarse a menos que la criatura dejara de agitarse salvajemente hasta morir definitivamente.

         Cuando los espasmos acabaron corrió a ayudarla, que estaba medio enterrada en polvo de azufre.

         — ¿Estás bien?

         Abby respiraba con dificultades, no se veían brechas en el traje. Sin embargo el casco estaba resquebrajado aunque había resistido los golpes.

         — Me siento como si un imbécil hubiera ignorado una instrucción muy sencilla...  ¿Por qué no le flanqueaste? Me lo he encontrado encima sin esperarlo. Si no tuviera que sujetarme las costillas para poder hablar te reventaría la cara. ¿Qué te dije Antonio?

         — Pensé que estarías contenta de que lo derribara tan pronto. Tuve la oportunidad y la aproveché.

         — ¡Casi me mata! —Bufó furiosa, poniendo cara de sufrimiento por elevar la voz—. Lo habríamos derribado con facilidad si me hubieras hecho caso y sin que tuviera que caerme encima. Te voy a matar, Antonio Jurado. Te lo juro.

         No respondió, se sentía incomprendido y dolido por sus palabras. Aunque ella tenía razón, él no estaba habituado a luchar en equipo y no evaluó las consecuencias de su disparo para ella. Tenía suerte de seguir viva. No imaginó que la piel de su cuello fuera tan frágil como para matarlo de un sólo tiro. Imaginó que le llamaría la atención y se volvería hacia él, dejándole a ella tiempo para alejarse.

         — Lo siento, no quería que pasara esto —se limitó a decir.

         La intentó ayudar a levantarse pero Abby se lo sacudió de encima como un apestado. Se levantó por su propio pie y se sacudión el polvo con una sola mano. No se quitó la izquierda del pecho.

         — Me duele —protestó—. Espero que volvamos pronto a casa porque aquí no duraré mucho.

         — Déjame ver lo que tienes.

         — No me toques.

 

 

         Regresaron a la nave a pesar de que Abby no dejaba de gemir por sus dificultades respiratorias. Incluso así su ritmo fue mayor y le costó trabajo seguirla. Según el teléfono eran las tres de la mañana y seguían en 2016.

         — Voy a hacer un vuelo bajo —informó Abby—, a ver si podemos averiguar qué año es y, con suerte, aún queda algo del EICFD. Allí nos repararán el módulo temporal, está claro que no funciona.

         — Espero que siga habiendo humanos... —deseó él—. Esto era Madrid.

         La nave era silenciosa e invisible gracias al campo de antimateria que les envolvía. No necesitaba propulsión para volar ya que utilizaban un generador gravitatorio gracias al cual caía a donde Abby la indicada con una aceleración constante. Además el tiempo estaba detenido y podían atravesar objetos sin colisionar. Estos logros tecnológicos eran invenciones de Nikola Tesla y a efectos prácticos parecían fantasmas recorriendo el mundo como meros espectadores, invisibles y en completo silencio.

         La planicie que antes era una gran ciudad había sido arrasada hasta tal punto que no se distinguían más que las montañas que en otro tiempo eran verdes y llenas de vida natural. Ahora todo era gris, como un planeta muerto, sin ruinas.

         Imposible saber el tiempo, pasado o futuro.

         «De dónde salió ese dragón» —Pensó Antonio. No podían hablar mientras volaran, el sonido no existía en la antimateria.

         El dolor de cabeza que solía tener en ese tipo de vuelo empezó a torturarle. Los ojos se le cerraban, lloraban como si se recalentaran por dentro a punto de explotar y tuvo que cerrarlos. Entonces perdió el sentido.

 

 

 

Comentarios: 7
  • #7

    Katti (jueves, 10 noviembre 2016 16:06)

    estoy desesperada por saber como aparecieron los dragones (sera que alguien viajo al pasado a la era jurasica quizas trajeron algun especimen y evoluciono y cosas asi x eso paso todo esto), estoy muy curiosa y ansiosa por la continuacion.

    Tony saludos desde Ecuador

  • #6

    Chemo (lunes, 07 noviembre 2016 00:52)

    Muy buen relato. Espero la siguiente parte.

  • #5

    Alfonso (sábado, 05 noviembre 2016 19:01)

    Cada vez se pone más inetersante este relato. Aún quedan muchas dudas por resolver.
    Por cierto, Tony, creo que soy muy sincero a veces con mis opiniones. No obstante, espero que nuestros comentarios te ayuden a escribir cada vez mejores relatos de terror.

  • #4

    Yenny (sábado, 05 noviembre 2016 18:42)

    Por fin comienza la acción, aunque espero que pronto se explique porque la tierra está así.
    No creo que algo sea malo porque no nos gustó, tal vez sólo no es nuestro estilo.

  • #3

    Mateo (sábado, 05 noviembre 2016 14:35)

    Definitivamente cada vez se pone mejor. Espero con ansias la continuacion..

  • #2

    Jaime (sábado, 05 noviembre 2016 03:32)

    La historia comienza a ponerse interesante. Pienso que el Antonio del futuro alterno cambió los mandos de la nave para que Antonio y Abby cambiasen el futuro del planeta.

    Por cierto, Tony, yo creo que es bueno recibir críticas, buenas o malas, para mejorar uno mismo. Tu historia de Halloween hubiera quizá agradado a otro tipo de público y para otra ocasión: para Halloween definitivamente no funciona. Alfonso y todos tus lectores escribimos para animarte, sólo que Alfonso parece escribir sin tapujos, jaja.

  • #1

    Tony (viernes, 04 noviembre 2016 23:10)

    Volvemos a la normalidad. Con el experimento de Halloween me han quedado claras varias cosas: Que la poesía no es lo mío ni aunque sea intentando ser de terror, que es aburrido y lento escribirla y encima no gusta.
    Pero lo que más claro me ha quedado es que no comentáis para agradarme. Alfonso ha sido tajante: "No me ha gustado ni en lo más mínimo". Me he reído al leerlo porque me encanta su sinceridad y porque sé que cuando ha dicho tantas veces que le han gustado otros relatos, no era por animarme...
    Gracias a todos por ser tan sinceros, expresar vuestro rechazo (sé que suena raro) pero eso significa mucho para mí.