Despertó en una cama. Seguía con su traje de escamas y la habían tapado con una manta suave de color marrón. Estaba en una habitación en semipenumbra donde Antonio escribía a gran velocidad sobre un teclado con teclas luminosas que había en un escritorio. Al escucharla moverse no se distrajo de lo que estaba escribiendo.
—¿Me has subido tú?
—No, le dije a la perra que te arrastrara por la escalera —bromeó—. Mi mujer se ha ido a comprar así que sí, te he subido yo.
Ángela se levantó y se sentó en la cama colocándose el pelo hacia atrás. Se le había caído la goma que lo sujetaba con una coleta y no la encontró.
Tanteó por la cama con las manos hasta que dio con ella. Se la colocó y al volver a mirar a Antonio éste le miraba con una expresión soñadora.
—¿Qué pasa? —Preguntó sonriente.
—¿Las mujeres sois conscientes de lo sensual que es el movimiento ese de poneros una goma en el pelo? Levantáis los brazos, se os ve tan esbeltas... Descubrís el cuello, las orejas...
—Es la primera noticia que tengo —mintió. Sabía que estaba más atractiva así y lo hizo deliberadamente sabiendo que la miraba. Aunque le había logrado olvidar, seguía con la espina clavada en su corazón, la de saber que estaba casado y él no quería nada con ella.
—Perdona, debo ser yo —admitió él, avergonzado.
—Creo que necesitas un polvo urgente —sonrió, refiriéndose a que lo hiciera con su esposa después de tan larga separación.
—Ni hablar, no pienso engañar a mi mujer otra vez —malinterpretó el otro, ruborizándose.
—Decía con ella —musitó, con una sonrisa forzada.
—¿Ah? Disculpa... —Antonio se rascó la cabeza y miró hacia la pantalla.
¿Acaso le había excitado verla poner esa goma en el pelo? ¿Cómo se habría sentido si se quita la armadura? En ese momento la excitó recordar los días en los que se revolcaban sin ningún control. La mera posibilidad de repetirlo provocó que se le mojaran las bragas. Pero él no debía saber que fue con ella con quien lo hizo o sería el fin.
Solo por eso controló sus manos y no se comenzó a quitar la armadura. Aunque sabía que la mente masculina deja de funcionar cuando una mujer bella se desnuda con actitud sensual.
—Tenemos que salvar a Amy. ¿Tienes el traje puesto? —Preguntó.
—Ya no me lo pienso quitar, salvo para ducharme.
—Me alegro, dudo que sea lavable —sonrió—. Y para... Ya sabes, ¿darle una alegría al ornitorrinco? ¿También te lo quitarías?
Antonio soltó una carcajada.
—¡Qué bueno! Nunca escuché que se le llamara así. Pues claro, mujer. Pero no nos distraigamos, ¿crees que Amy está en el cuartel? Puedo ir yo solo para que no te arriesgues. Nadie se enterará de que estuve allí.
—No tengo ni idea de dónde la tienen —replicó.
No podía dejar que se fuera él por su cuenta y descubriera toda la verdad, su misión era quitarle el traje y llevárselo a Montenegro. Tenía la opción y la iba a aprovechar.
—De hecho, ahora que estamos solos, me corroe la curiosidad...
Se desabrochó el traje en los hombros y descubrió el derecho, el que estaba sano. Entonces recordó que la otra Ángela no tenía cicatriz en el hombro izquierdo y se detuvo. Estuvo a punto de descubrirse. Pero sabía el enorme poder de ese traje y que podía fulminarla con una palabra.
—Me duele el hombro, creo que estoy herida —murmuró—. ¿Te importa echarme una de esas curaciones mágicas?
—¿Quieres hielo? —Peguntó indeciso.
—Cúrame mis dolencias y cicatrices usando el traje.
—Por supuesto. Que tu cuerpo esté sano y se curen todas las heridas que tengas.
Como no tenía ninguna, no pasó absolutamente nada.
—¿Y las cicatrices no? —Protestó.
—No sé si puedo pedir dos veces lo mismo. Una vez me dijo Elías que significaría falta de fe y eso podía dañar el traje.
Soltó un profundo suspiro y volvió a subirse la armadura hasta su hombro derecho. Ese cretino no le daría el cuerpo que tanto deseaba desde que aquel misil casi la matara en el bar de Luis Escobedo.
Si no se desnudaba no se quitaría el traje, y si lo hacía descubriría que era la "otra" Ángela. No podría encontrar respuestas a sus preguntas ya que con el traje puesto no tendría opción de mentirle. Y eso significaría su muerte pues estaría obligada a confesarle que estaba allí para matarle a él y su mujer después de quitarles el traje.
—Escucha —siguió diciendo él—. Dime la verdad, alguna vez has sentido atracción por mí. Quiero decir, entre tú y yo nunca ha habido nada pero ahora mismo siento que tú me estás ocultando algo.
—Sí —reconoció—. He sentido mucho. Aunque no quiero que sientas que deseo estropear tu matrimonio. A menudo los hombres como tú provocan ese tipo de sentimientos.
—¿Crees que si no estuviera casado habría tenido posibilidades contigo?
—No... A eso me refiero. Si fueras un friki solitario nunca me fijaría en ti —soltó una carcajada.
Antonio no compartió su alegría y frunció el ceño.
—Qué complicadas sois las mujeres.
—Mira, no soy una santa. Mientras hablamos de sexo me estoy mojando ahí abajo, no sé si me entiendes. Yo soy una chica libre, puedo acostarme con quien me apetezca. Siempre y cuando, también quiera el otro, que por suerte no suelen negarse. ¿Te apetece un kiki?
—No, no, no... —Su boca decía eso pero sus ojos la estaban mirando las tetas.
—Tu mujer llegará en... más de diez minutos, y seamos sinceros, no creo que tardemos tanto.
—Eh... Te he dicho bien claro que no.
—Vamos quítate la ropa, no seas estrecho, los hombres nunca lo sois.
Volvió a desabrocharse la armadura por el hombro y se sacó el brazo completo. Luego se acercó a él y le desabrochó el pantalón.
—¿Qué estás haciendo? —Protestó sin ninguna convicción.
—Sé perfectamente que lo estás deseando y encima puedes decir con ese traje tuyo "mi mujer jamás lo sabrá" y todo quedará entre nosotros. Vamos ayúdame a bajártelo.
Antonio se apartó de ella y volvió a abrocharse el pantalón vaquero.
—Algo ha cambiado en ti —la acusó—. Nunca antes mostraste la menor atracción hacia mí. Dime la verdad, ¿qué ha pasado esta tarde?
Ángela suspiró. Trató de morderse la lengua pero cuando pudo controlarla ya era tarde. Había empleado su poder...
—Fui a ver a Ángela, la otra, que fue apresada por el EICFD. Tenía orden de eliminarla en cuanto le sacara toda la información y así lo hice. Ahora solo quedo yo.
—¿Y qué pasó con Amy?
—También la tuve que matar —respondió—. Te he engañado.
—Un momento... ¿Por qué estás aquí?
—Me han dado la misión de quitaros el traje a ti y tu mujer y... —trató de impedir que su boca siguiera hablando pero no pudo—, luego mataros a los dos.
Antonio se acercó a ella y le soltó la hebilla del hombro izquierdo. Su piel quedó expuesta al apartar la cubierta de grafeno con escamas. El traje cayó hasta su cintura y descubrió sus senos perfectos.
—Lo suponía... Tú eres la que te acostaste conmigo. La otra jamás me intentó seducir.
—Supongo que ahora sí puedes curarme estas cicatrices —propuso ella, tímidamente, fingiendo que no le importaba haber confesado la verdad contra su voluntad.
—Vete de mi casa. ¿Dónde están los restos de mis amigas?
—Quemados. No quieren que puedas resucitarlas.
—Eso no es ningún problema. Vístete y lárgate.
—Quieren tu traje y nunca te dejarán en paz mientras te consideren una amenaza —maldita boca incapaz de callarse. Ese cabrón le estaba sacando todo.
—¡Llévaselo y haz que me dejen en paz para siempre! —Exclamó.
Ante su asombro se desvistió, se quitó el pantalón, la camiseta y luego, al quitarse los calzoncillos, no quedó desnudo. Apareció la tela plateada ceñida a su cuerpo. Comenzó a desabotonarse la veintena de botones que recorrían su pecho hasta el ombligo y cuando lo hizo se dio la vuelta y se lo quitó por completo. Con prisa volvió a ponerse los calzoncillos y su ropa. Por un momento pensó que aprovecharían para un polvo pero estaba claro que no era esa su intención.
—¿No vas a curarme antes? —Preguntó, sorprendida.
—Cúrate tú —replicó.
Cuando se puso la camiseta cogió el traje del suelo y se lo tiró a sus brazos.
—¿Contenta?
—También quieren el de tu mujer —expuso ella.
Antonio suspiró y negó con la cabeza.
—No, con uno les basta. Lo necesitan para estudiarlo. Y si tanto se empeñan, puedes crear otro con solo pedirlo.
—Os consideran demasiado peligrosos, no os pueden controlar y el EICFD tiene que controlarlo todo.
—¿Lo tomas o lo dejas? —dejó caer el ultimátum.
—Me lo llevo. Quizás les baste.
—Me fastidia que nos volvamos a ver en estas circunstancias. También te consideraba amiga, no esperaba que fueras una perrilla faldera de Montenegro, como Abby Bright. Y mucho menos que mataras a la otra Ángela. Ella no merecía un final así, era más noble que tú.
—¿Tú qué sabrás? No tengo trabajo, el dinero que he ahorrado no durará demasiado con mi ritmo de vida, necesitaba un sueldo.
—¿Ah si? Ahora tienes mi traje. No se lo lleves, quédatelo. ¿Crees que soy tonto? No voy a entregarle a esa gente un arma tan peligrosa como esta. Te lo he dado a ti.
—¿Por qué? Te he traicionado —respondió confundida.
—Porque eres igual que yo, no puedes soportar a ningún jefe.
Ángela se quitó la armadura de escamas y no se dio la vuelta y mostró con naturalidad su desnudez. Disfrutó de la expresión de la cara de Antonio, que apartó la mirada para no verla aunque sus ojos parecían empeñados en retener su imagen unos segundos más. También sabía que estaba mostrando la horrible quemadura que le recorría la espalda desde casi la cintura hasta el hombro izquierdo.
—El EICFD nos matará si no le llevo este traje —siseó, antes de ponérselo.
—No, en eso te equivocas —replicó Antonio—. Nos matarán en cuanto los tengan. No pueden consentir que nadie sepa de su existencia. Si se lo llevas acabarán con todos nosotros, incluida tú.
Ella asintió. Palpó la fresca tela entre sus dedos. Parecían hilos de plata infinitamente suaves y de trenzado tan milimétrico que no se veía ni una sola costura.
El traje era suyo. Una vez tuvo poderes inmensos cuando Alastor la utilizó para encontrar a su hija Génesis. Estos no eran nada comparados con los que estaba a punto de enfundarse.
—¿A qué esperas? ¿Que venga mi mujer y te pille en pelotas en mi habitación? —Protestó Antonio, guasón.
—No traigas de vuelta a la otra Ángela —sugirió ella, negando con la cabeza—. No hay sitio en el mundo para dos como yo.
Impaciente se puso el traje y se lo comenzó a abotonar de espaldas a Antonio.
—No te saltes ningún agujero o no funcionará —sugirió él.
—Tú te saltaste el mío... Y ha funcionado —bromeó, decepcionada—. Sé abrochar botones, no nací ayer —protestó luego.
—Solo te digo que tengas cuidado, están muy juntos.
Era cierto, tenía mucha prisa por terminar de ponerse los botones para probar esa maravilla. Eran redondos y tan escurridizos que le costó atinar en todos los agujeros. Cuando logró abotonar el último se volvió y sonrió.
Estaba en su propia casa. Frunció el ceño sorprendida. Su ropa se encontraba allí a sus pies, su cama, su televisor, su nevera, todo. Pero estaba sola.
¿Con quién iba a estar? Sin embargo un segundo antes alguien la acompañaba, la persona que le dio ese magnífico traje. ¿Pero quién?
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Valeria (sábado, 09 febrero 2019 20:53)
Con esa ultima parte quede en shock esta buenisimo!!!
Tony (viernes, 07 diciembre 2018 14:14)
Pues Yenny podéis leer también el taller. Ahí cuento todos mis recursos.
Yenny (viernes, 07 diciembre 2018 13:45)
¿Ahora que hizo Ángela ? Que deseo pidió?
Alfonso que bueno que estés de regreso, extraño a Chemo y sus comentarios tan hilarantes.
Y tengo la curiosidad de saber como se te ocurren estas cosa Tony, ¿ ornitorrinco?? Nunca había escuchado ese apodo.
Alfonso (viernes, 07 diciembre 2018 02:56)
Nada más aclarar aquí que no ha sido la foto por lo cual llegué aquí. De hecho, ni siquiera había visto la foto hasta ahora. Mi mujer está mejor que Ángela en la foto. Jeje
PD: Habrá que poner más fotos y contenido XXX para que regrese Chemo.
Lyubasha (jueves, 06 diciembre 2018 05:57)
Está muy interesante. Creo que al final, Ángela deseó no tener las cicatrices y lo que hizo el traje fue llevarla al momento antes del atentado en el bar, por eso no recuerda nada (o a lo mejor eso pasó porque no consiguió abrochar bien todos los botones y el traje cumplió su deseo pero no como ella pensaba).
Tony (jueves, 06 diciembre 2018 01:48)
Ha sido la foto, Jaime.
Luego dirán que se abusa de la imagen femenina en productos de consumo.
Espero que se una más gente sin recurrir a ese truco. De nuevo animo a los que lean esto a comentar y que por favor no dejen de volver.
Jaime (jueves, 06 diciembre 2018 00:02)
Ya casi estamos todos reunidos. Faltan Chemo, Lobisa (o como sea que se escriba), Alejandro y Vanessa. Aunque supongo que estos últimos requieren una dosis más fuerte de contenido erótico. Jeje. Además, ¿quién no quisiera atinarle en todos sus agujeros?
No entendí el párrafo final. ¿Ángela perdió la memoria al usar el traje pleyadiano? Supongo que antes de que Antonio diera el traje a ángela pidió algún deseo que hizo que ella lo olvidara.
Espero la siguiente parte.
Tony (miércoles, 05 diciembre 2018 08:26)
Bienvenido Afonso.
Pues si, por sugerencia de Jaime volví a presentar las partes en la página principal.
Qué bien que has vuelto. A ver si todos los hijos pródigos vuelven a casa.
Alfonso (miércoles, 05 diciembre 2018 02:41)
Había pensado que había muerto la página hasta que de casualidad llego a la página principal y me encuentro con que hay ya 8 partes. Solo las últimas partes tienen comentarios, así que me imagino que el relato estaba escondido hasta hace poco.
Me está gustando esta historia; Ángela es la misma guarra de siempre sin importar de qué realidad venga jeje. Si Antonio no quiere probar sus agujeros, a mí sí me apecete pasar por todos. Antonio debería a aprender a ser más liberal: la semana pasada mi esposa y yo hicimos un intercambio de parejas y nos fue de maravilla.
Enhorabuena por tu libro, Tony. Ojalá tenga el éxito que se merece. Seguramente tendrás más éxito si añades el traje pleyadiano junto a la compra del libro. Yo mismo lo compraría.
Tony (martes, 04 diciembre 2018 13:55)
A ver si con la foto de esta parte vuelve Alfonso...