Las crónicas de Pandora

Capítulo 61

Anteriormente

 

Aquella noche Antonio no podía dormir. Estaba demasiado angustiado por aquella última conversación con sus compañeros. ¿Sus reclutas iban a sustituirle? No, ya se ocuparía él de que no fuera así.

 

 

Cuando se reunió con sus chavales al día siguiente, éstos venían con la cara tapada con mascarilla a pesar de lo que se dijo el sábado anterior. Estaban siguiendo las directrices de su contrato.

- Por favor, ahora que estamos lejos del cuartel, quitaros las máscaras -pidió.

- El contrato decía que podían rechazar nuestra solicitud si nos dejábamos ver la cara -explicó la chica alta, la tal Teresa.

- ¿Vas a correr hasta el último aliento con esa mascarilla puesta? No quiero ser responsable de tu muerte por asfixia -explicó-. En todo caso seré yo el que valore si expulsarte o no, porque yo soy el que decidirá cual de vosotros es el que llevaré a la prueba final.

Se miraron unos a otros y finalmente la chica más delgada, Sara, fue la primera en quitársela. Recordaba su nombre porque... era la otra mujer de su grupo. Tenía muy claro que su elegido tendría bragas, no calzoncillos. ¿La razón? No podía soportar a esos petulantes. Al ver el rostro de la chica casi se arrepintió de pedirle que se la quitara. Era preciosa.

Los demás la imitaron y guardaron las mascarillas en las mochilas. Tere también tenía su atractivo pero no la magia del rostro de Sara.

- Bien, ahora a correr se ha dicho. Quiero que echéis una carrera por esta carretera, rodeáis ese colegio y volvéis completando el círculo. Adelante.

- ¿Qué gana el que llegue antes? -Preguntó el que parecía más en forma de los tres chicos.

- Que empezará la siguiente vuelta delante de los demás -se burló-. Serán diez vueltas.

- ¿Y el que gane después de eso? -Insistió otro.

- Será el que más posibilidades tenga de ganar en la selección final -explicó Antonio-. Quiero que lo deis todo. Necesito saber hasta cuánto podéis aguantar.

Dicho eso salieron corriendo como si les persiguiera un perro rabioso. No tardaron en distanciarse unos de otros, aunque entre ellos una se quedó muy atrás a pesar de sus grandes esfuerzos por alcanzarles. No era solo cuestión de altura, sino que algo no estaba bien en ella.

 

Sara llegó tres minutos más tarde que el último. Teresa, la chica alta había terminado ganando a los chicos, que a pesar de no estar tan musculosa era tremendamente ágil. Cuando la más débil llegó a la meta, todos estaban descansados y aburridos de esperar.

- ¿Te has quedado a charlar con una amiga? -Bromeó Antonio.

Los otros cuatro rompieron en carcajadas y Sara se puso colorada.

- No quería burlarme -se disculpó al ver que era objeto de mofa de sus compañeros-. Solo quitarle importancia. Aquí no cuenta el que gane hoy sino el que cruce la meta antes el viernes. Vamos, ¡Qué hacéis ahí parados! Corred otras diez vueltas.

- ¿Qué? -Exclamó Sara-. No puedo más.

- Descansa cuando de verdad no puedas -animó Antonio-. Tienes que mostrarme hasta dónde puedes llegar.

En la segunda tanda Sara no pasó de la quinta vuelta y se sentó junto a Antonio en el borde alto de una acera.

- ¿Por qué te paras? -Preguntó.

- Necesito tomar aire -consiguió responder.

- Así no les ganarás, es un entrenamiento, pero para mejorar debes superar tus límites.

- Lo sé,... -bufó molesta-. Es que no puedo, de verdad -se excusó, casi llorando.

- Nadie te obliga a seguir aquí -le dijo-. Este trabajo exige forma física.

- ¡Lo sé! -Replicó más enojada-. No he dicho que me rinda, solo estoy descansando. ¿Puede darme unos minutos?

Teresa volvió a ganar, esta vez le sacó un minuto al segundo que llegó muy cerca de los demás.

- ¡Nos ha ganado Sarita! -Se burló uno de los chicos-. Para mí que ha hecho trampa.

- Menuda patosa nos ha tocado -dijo otro-. Mejor, solo tenemos que preocuparnos por tres rivales.

- No he terminado mis vueltas -respondió Sara, limpiándose las lágrimas.

Se levantó cojeando visiblemente y echó a correr. Antonio se fijó que sus piernas no respondían como deberían.

- Se coge antes a un mentiroso que a un cojo -se burló uno de sus compañeros-. Pero creo que hasta un paralítico correría más que esta.

Las carcajadas provocaron que Antonio odiara al grupo de chicos. Aunque no la defendió. No podía elegirla si se hundía por culpa de las burlas de los demás. La observó con disimulo y supo que ella no se rendiría, por su mirada enojada. Teresa, a pesar de que podía reírse de los chicos parecía ajena a las burlas. Antonio leyó en su gesto serio que no le gustaba nada la actitud de sus compañeros... Ni la suya por no reprenderles.

 

Las pruebas físicas eran más aburridas cuando las ordenaba que si era él quien las tenía que sufrir. Se sintió tentado de entrenar con ellos para saber su propio estado de forma, mucho mejor que cuando le entrenaba Abby. Prefirió observar la reacción y evolución de Sara.

 

Las burlas fueron en aumento y decidió que no debía intervenir hasta que Teresa se sentó al lado de su compañera y le dijo que debía marcharse al médico a ver qué le pasaba.

Sara no respondió. Antonio se preguntó por qué demonios no tiraba la toalla. Era evidente que tenía algún problema que no quería contar a nadie.

La mañana anterior a la prueba de su grupo aprovechó uno de sus descansos y se sentó junto a ella. No le pasó por alto que se quejaba visiblemente de la cadera derecha.

- ¿Estás bien? –Preguntó, cuando se quedó sola.

- No voy a abandonar -le respondió arisca.

- ¿No tendrás alguna lesión?

- ¡Estoy perfectamente!

- No es lo que parece. En serio, este trabajo es peligroso. Si no puedes correr cuando... Tu vida y la nuestra estén en juego, serás un problema. Nadie te va...

- Me pondré bien, señor. Es que... Necesito... - No terminó la frase.

- ¿Por qué estás aquí?

- Solo el EICFD puede ayudarme.

- ¿Cómo? ¿Qué es lo que necesitas? -Preguntó, confuso. Se suponía que no podían saber nada de la organización para la que postulaban, ni siquiera su nombre.

- No es asunto suyo, señor. Perdone pero no puedo decírselo.

Antonio asintió. ¿Qué le estaba ocultando? Se suponía que el de los secretos era él, no ella.

 

Estaba tan preocupado que decidió tirar de algunos hilos. Aquella tarde llamó a su amigo de la comisaría Juan Bosco y le pidió que le dijera si Sara tenía antecedentes penales. Después de revisar la base de datos de la policía, le dijo la dirección de su casa y que nunca había estado metida en líos. También averiguó que tenía treinta años y estaba soltera, empadronada con su madre y trabajó de administrativa en una oficina hasta el 2019. Desde entonces seguía en paro y no tenía prestaciones sociales. Había estado de baja médica, motivo por el que la despidieron, pero la dio de alta un tribunal médico en el año 2022.

- ¿Sabes de qué era la baja?

-  No tengo acceso a los archivos de la seguridad social -respondió Juan.

- Vale, preguntaré por otro lado, Grac...

- ¿Has visto el Wukong? ¿Y el Silent Hill 2 remake? -cortó Bosco-. Son la caña, tío.

- Solo he jugado al segundo -respondió.

- ¿Y qué tal?

- Lo tengo aparcado, el trabajo y los niños no me dejan todo el tiempo que desearía para echarle vicios a la consola...

- No me cuentes tu vida, tío, quiero los dos. A mi dirección de siempre. ¡Obi wan...!

- Quenobi -respondió fingiendo el mismo entusiasmo.

Y colgaron.

 

Juan Bosco estudió con él en la universidad y desde que trabajaba en la policía le hacía favores a cambio de "regalos". Según el tamaño de sus intervenciones le pedía cosas acorde al precio que consideraba. Dos videojuegos recién salidos le podían costar ciento sesenta euros, pero no le importaba que fueran de segunda mano así que los compraría lo más barato que pudiera.

Le tentaba la posibilidad de decirle que él tenía ahora contactos mucho más poderosos que los suyos, aunque para gestiones comunes no tanto. Si fuera oficinista del EICFD posiblemente tendría más influencia que su amigo, pero no lo era. Por desgracia no conocía demasiado a los oficinistas del cuartel, que se encargaban de borrar historiales delictivos, cancelar juicios o hacer desaparece personas para darles identidades legítimas y nuevas.  Podía contarle donde trabajaba y a lo mejor le hacía los favores gratis, pero rompería la cláusula de secretismo y, si el EICFD se enteraba, podrían despedirle o incluso tomar medidas disciplinarias por traición. Mejor no tentar a la suerte y pagar ese pequeño "tributo".

- Voy a tener que llamar a los informáticos, supongo que está justificado... -se dijo a sí mismo.

Marcó el número del oficinista jefe del cuartel y esperó que respondiera.

- Señor Jurado, a qué se debe el honor -respondió con su habitual exceso de educación.

- Qué tal, necesito saber algo de una de las aspirantes. Es importante.

- A sus órdenes su burricencia -bromeó el aludido-. Dígame señor, ¿a quién tendré el placer de cotillear?

- Sara García Sainz. Necesito saber su historial médico.

- Ahora mismo las líneas están ocupadas, por favor inténtelo más tarde.... Tu, tu, tu, tu -bromeó el oficinista.

Antonio no se rió por el chiste aunque sabía que era su forma de decirle que estaba en ello.

«¿Por qué todos los contactos que tengo están chiflados?» -Se preguntó.

- Abróchense los cinturones, el avión está aterrizando. No se preocupen si tiembla el aparato, es absolutamente anormal. No echen la pota en la tapicería y si tienen que vomitar usen las bolsas de debajo de sus asientos. Se les recuerda que ...

Antonio puso los ojos en blanco y dejó de prestar atención a sus tonterías.

- Es posible que sientan mareos... Ya está, ha tardado en despegar.

- Dime -pidió Antonio.

- ¿En serio? Su majestuosa señoría tendrá que leerlo por si mismo y si no puede, póngase las gafas. Se lo mando a su email, buen provecho y que Dios salve a la patria.

Y colgó.

- Gracias -respondió a nadie-. Cielos, qué personaje. Yo soy informático y no soy tan raro. ¿O sí? Estoy charlando solo, claro que lo soy.

 

Cuando tuvo en sus manos el historial médico de Sara se sintió culpable. Eran cinco páginas entre las pruebas, radiografías, electros y análisis de sangre. Estaba invadiendo su privacidad (que tanto guardaba en secreto), lo cual era ilegal. No le importó, necesitaba saber lo que le pasaba.

Al terminar se llevó las manos a las sienes.

- Lesión de cadera, cartílagos erosionados -suspiró-. La dieron de alta porque dijo que su trabajo era de oficina y según la mutua no era causa de baja permanente.

Por las fechas vio que aún estaba trabajando cuando eso pasó, pero no pudo asistir al trabajo por molestias injustificadas, según el médico. Hasta que dejaron de concederle la baja y siguió faltando sin justificantes médicos, lo que la llevó a ser despedida.

- ¿Por qué no me lo ha contado? -Se preguntó-. Cielo santo, no podía ni ir a trabajar y ha corrido todo lo que le he pedido... ¿Cómo ha podido hacerlo? ¿Qué le hace pensar que puede superar estas pruebas? Si la elijo... Va a morir en la primera misión o va a hacer que nos maten a todos.

No necesitaba ser muy listo para adivinar el resto, vivía con su madre (de la cual no sabía nada), seguramente cobraría una pensión ridícula de jubilación, que no daba ni para los gastos mínimos de comida, luz, agua... ¿Necesitaba trabajar como fuera y no podía rendirse por esa razón? Él la entendía, estuvo dos años en la misma situación.

 

El miércoles, después del entrenamiento, le pidió a Sara que se quedara cuando todos se marchaban. La invitó a un café y le prometió no tardar demasiado. Quería hablar con ella de su historial médico y decirle que estaba muy impresionado con sus esfuerzos.

Aceptó y cuando llegaron a su casa la chica se quedó mirando las espadas expuestas en las paredes. A pesar de ser piezas que salían en películas o mangas japoneses, ella parecía reconocerlas.

- Esta es de Ichigo Kurosaki - explicó él-. De la serie...

- Bleach -completó ella-. La he visto dos veces. Y esa del pasillo es de cuando era un simple shinigami. Aunque esta es impresionante, la zampacutó. Nunca pensé que fuera tan grande. ¿Cuánto mide?

- No la he medido, dos metros creo, es más alta que yo.

- Hasta la réplica está sin filo, como la original -alabó ella-. Te debe haber costado un pastizal. ¡Y esta blanca es la de Rukia! Me encanta, ¿puedo cogerla?

-Espera, tiene unos hilos de pescar sujetándolas.

Con cuidado la sacó de sus enganches y se la dejó esgrimir. Sara la observo con admiración.

- Es preciosa. Se nota que vives solo, nadie te dice lo que no puedes tener. Esa de ahí es impresionante, me suena de algo.

- La de Gryffindor.

- ¡Es verdad! Y esa es... No me digas...

- La espada maestra, ¿la conoces?

- ¿De Zelda?

- Pues sí.

- Y tienes la ocarina del tiempo, me encanta tu casa. Madre mía y ¿ese dragón plateado? Es impresionante -señaló encima del mueble, junto a la lámpara.

- Tengo un problema y es que gasto demasiado en adornos -se sinceró él.

- Es genial, no te avergüences -alabó ella.

- También puedes ver la Excalibur en mi cuarto. Es casi tan grande como la Zampacutó.

- ¿Cuál? No me suena.

- Del rey Arturo, ¿cómo? ¿No la conoces en serio? Creía que era la espada más famosa que existía.

- Ahora me dirás que es auténtica.

- Ja, ja, ja -se rió Antonio-. Desde luego lo parece, pero por el precio que costó lo dudo mucho, ni siquiera se sabe si existió de verdad. Me encantan las espadas y vivir tan cerca de Toledo me facilita la colección. Aun quiero tener las dos de Conan, la de Aragorn...

A pesar de seguir hablando ella parecía más interesada en los adornos de su mueble.

Una vez volvió a colocar la catana de empuñadura blanca la invitó a tomar asiento en el sofá mientras preparaba café. Ella aceptó con evidentes nervios.

Por un momento recordó la primera vez que llevó a Ángela a su casa. Ni siquiera se fijó en las espadas. Pero los gatos sí se acercaban a ella, y a Sara ninguno de los dos salió a saludarla.

 

Cuando trajo las dos tazas las puso en la mesa ambos se sentaron en las sillas y comenzaron a conversar.

- ¿Por qué quieres seguir con esta prueba? -Preguntó él.

- Necesito esto -se limitó a responder sin más explicaciones, como siempre.

- Estás mal de la cadera, he consultado tu historial y apenas puedes caminar sin dolor.

- Es cierto, pero una se acostumbra -respondió avergonzada.

- ¿Cómo puede alguien acostumbrarse a algo así?

- Las mujeres somos más fuertes que los hombres, supongo -replicó.

- Sabes que no puedo elegirte por mucho que te esfuerces -desengañó él.

- ¿Pensaba elegirme? -Se sorprendió.

- Es que... Te han insultado, incluso yo te he puesto en evidencia sin querer, y sigues aquí. Tienes una presencia de ánimo envidiable, no he visto a nadie tan fuerte... Jamás.

En su cabeza cruzó la imagen de Ángela, pero en seguida supo que en su situación probablemente no habría sido capaz de seguir intentándolo como Sara. Su amiga siempre fue un portento en el plano físico.

- Esto... ¿Puedo preguntarle algo? -respondió ella, sonrojada.

- Claro, lo que quieras.

- ¿Ese juego es Resident evil 6? -señaló una caja junto a la consola que había en el mueble de la izquierda de la televisión.

- Sí. Es uno de mis favoritos -respondió él, sorprendido de que le interesaran los videojuegos.

- ¿En serio? -Insistió ella. Por primera vez la vio sonreír y fue abrumador y deslumbrante, tenía una sonrisa sencilla y muy hermosa-. Ese juego... Es la oveja negra de la saga.

- Lo sé... -Replicó él-. Y ya va para viejo, salió hace más de diez años pero me sigue encantando.

- ¿Seguro que es uno de sus favoritos? -Insistió ella.

- Tengo muchos preferidos -le quiso quitar importancia-. Casi ninguno coincide con la opinión general. Pero este me encanta, el argumento no se explica hasta que juegas con Ada.

- Me lo he pasado unas treinta veces -añadió Sara, sonriendo-. Y nunca acompañada.

Antonio la miró sorprendido y soltó una risa de incredulidad. Él no tantas.

- ¿Lo has jugado con todos los personajes? -Preguntó él.

- Hasta en dificultad infierno. Llegué a conseguir estar entre los treinta mil primeros del mundo en el modo “mercenarios” -aseguró ella-. La gente no tiene ni idea por decir que este es el peor de la saga, para mí no tiene ninguno que le haga sombra. Bueno el cuatro y el cinco, pero no llegan a estos niveles. Aunque el uno es genial, sobre todo el remake. Este lo tiene todo, zombis, acción, argumento, espectacularidad, banda sonora, miedo, hasta hay retazos románticos... Y es larguísimo, son cinco juegos en uno.

- Concuerdo totalmente contigo -asintió él.

- ¿Podría... jugar conmigo? -Preguntó Sara con timidez-. La campaña de Leon, solo esa. Por favor.

Con aquella sonrisa y mirada suplicante Antonio suspiró. Aun no acabaron el café pero sospechaba que ella no lo tomaría porque le dio un sorbo y no lo probó más.

Jugar le apetecía más de lo que quería aparentar.

- Claro, juguemos.

 

 

 

El día de la prueba de equipo les dijo que sería su última carrera. Si estaban reservando algo de fuerzas para un momento importante era ese.

- De esta carrera decidiré quién me acompañará mañana a la prueba final.

Miró a Teresa, la clara favorita. Los muchachos estaban nerviosos, sabían que no podrían con ella, todos habían reducido sus tiempos durante la semana más de dos minutos, pero Teresa lo bajo en tres, sin duda era la más talentosa. Y lo sabía y se jactaba de ello. Sara estaba cabizbaja y daba saltitos calentando, el jueves pudo completar el circuito en menos tiempo que Teresa el primer día. Su mejora era evidente pero insuficiente.

- Tres, dos, uno...

Se prepararon para salir disparados.

- ¡Vamos!

La zancada de Tere fue espectacular, saltó a más de dos metros de distancia cogiendo la delantera de inmediato. Sus rivales la siguieron de cerca con evidentes esfuerzos, demasiados para aguantar diez vueltas. Sara iba la última, a su ritmo.

 

Dos vueltas más tarde Teresa dobló a Sara, que seguía corriendo y cojeando ligeramente pero a un ritmo más competitivo de lo normal. Al llegar a la meta, Teresa levantó los brazos al mirar atrás de ella y ver que el segundo venía a más de cincuenta metros de distancia.

- ¡Gané! -Estalló de alegría-. ¡Joderos cabrones, yo soy la elegida! -Les restregó cuando se acercaron.

- ¿Cómo puedes correr tanto? -Jadeaba el segundo.

- Con una pierna detrás de la otra -bromeó-. Os invito a unas cervezas -volvió a gritar la ganadora-. Bueno, si llegáis hoy -se burló de Sara, que estaba dando su última vuelta.

Antonio ocultó el asombro de su ritmo, un minuto por debajo del día anterior. Terminaría a menos de dos de Teresa.

- Basta, no sigas -le pidió cuando pasó a su lado-. Ya tenemos vencedor.

- Puedo hacerlo -se negó a detenerse-. Le dije que nunca me rendiría.

- ¡Cómo vas a ganar sin viajar en el tiempo! -Bufó uno de sus compañeros.

- No me importa ganar, llegaré -respondió enojada.

Antonio veía su cara de sufrimiento y no podía entender por qué se empeñaba en seguir a pesar de todo. Pero la permitió continuar porque sabía que tenía esperanzas de que la eligiera.

Y qué razón tenía.

 

Continuará

Comentarios: 1
  • #1

    Tony (martes, 14 enero 2025 00:11)

    Si queréis escribir lo que ocurre con vuestros chicos (aunque sea un resumen), escribir esta semana o la siguiente. La próxima parte será sobre Abby y os dará tiempo de sobra. Si queréis evitar espóilers al resto, mandármelo al email tonyjfc@yahoo.es