Las crónicas de Pandora

Capítulo 56

Pesadillas

 

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          Hubo un tenso silencio cuando pronunció ese nombre. Antonio Jurado ya la había buscado en dos ocasiones y en ambas habían tenido consecuencias negativas para Génesis. La primera vez Alastor le borró la memoria y la internó en un psiquiátrico, la segunda provocó un enfrentamiento contra Ángela que por suerte no terminó mal para ninguna de ellas. Si por un casual quisiera volver a encontrase con él, que era muy improbable, sería exclusivamente porque ella estaba interesada en ese encuentro.

          —No le culpo, no confía en mí —rompió el tenso silencio José Montenegro—. Tengo varias preguntas que hacerle acerca de la última vez que me nos cruzamos con ella, el día que dejé de tener en mi sangre la Oscuridad elemental.

          —Lo siento, pero... Eso es imposible. No sé dónde está. Yo nunca la encuentro, es ella la que me ha encontrado a mí.

          —Por favor. Necesito que lo haga, no ya por el EICFD sino por mí, como un favor personal.

          —No puedo prometerle nada, señor. Si no es mucho pedir, ¿puedo saber la razón?

          —Es... Puramente personal.

          —Si de verdad necesita verla no espere que se presente en el cuartel, eso no pasará.

          —He leído el libro.

          —¿Cuál? —Dudó Antonio—. ¿Jaque a las fuerzas oscuras? ¿Los grises?

          —¡No sea estúpido! Me refiero al Manuscrito de Nazaret. Es curioso, mientras lo leía he sentido que algo dentro de mí despertaba. He llorado leyendo esas páginas, pero cuando lo he terminado de leer no pude evitar recordar el día que me limpiaron la ponzoña. Hasta hoy creí que me había hecho una gran putada. Pero en ese libro dice que nunca es tarde para cambiar, no importa lo que hayamos hecho... Necesito contactar con Génesis y preguntarle si... Ella vio posible que yo cambiara, a pesar de lo que he hecho y por eso no me destruyó. Quiero ofrecerle mi lealtad y ayudarla en sus propósitos.

          Antonio no detectó burla en su voz. De hecho, le temblaba, le hablaba con el corazón a pesar de lo difícil que era detectar eso en una llamada telefónica. El comandante lo decía en serio.

          —¿No habían eliminado ese libro? —Preguntó Antonio.

          —No se burle de mí. La seguridad radica en que pueda ver todo lo que se mandan mis hombres por email, qué páginas frecuentan más y si se meten en direcciones llenas de virus para descargarse juegos piratas durante sus horas de trabajo —respondió Montenegro—. Incluso veo la clase de páginas de internet que frecuentan en sus teléfonos móviles. Sé mucho más de lo que aparento.

          —Pero si le he dicho que sí, no necesitaba amenazarme —protestó.

          —Usted preguntó —replicó sonriendo.

          —Es mi... Privacidad, no tiene derecho.

          Todo cuadraba, les habían regalado un móvil de 1500 euros porque así podían controlar cada minuto de uso.

          —Debe recordar siempre, Jurado, que mientras pague su nómina, me pertenece hasta cuándo se va al baño. Incluso cuando va a dormir a su casa, es un sueldo por el que, si quiero, puedo vender su alma al Diablo.

          Escuchó reírse al comandante, algo insólito para él. No recordaba haberlo escuchado reír nunca, aunque no lo hacía con tono burlón o malicioso sino como si hubiera dicho algo gracioso de verdad.

          —No hablaba en serio —añadió Montenegro, aun riéndose con su risa aguda y peculiar.

          —Qué... Simpático —no supo si reír, si preocuparse por ese delirante nuevo comandante. Le dio pánico pensar lo que podía hacer si se negaba a obedecer, empezando por despedirle.

          —Deme una semana, mañana vuelvo a tener a mis hijos en casa y no podré viajar hasta el domingo que viene. Aunque supongo que debe saberlo, si me controla tanto.

          —Tómese el tiempo que necesite. Yo le acompañaré cuando tenga concertada la reunión.

          Y colgó. ¿Lo estaba dando por hecho? Miró su teléfono para ver la hora. Eran las doce de la noche.

          —¿Y cómo demonios contactaré con ella? —Musitó—. Ya no tengo a Fausta.

          Cuando guardó el móvil en el bolsillo, Antonio decidió que debía dejar el EICFD en algún momento. Su sueldo le ataba sobremanera, tenía que buscar otro trabajo.

          No sabía cómo, su principal fuente de información era Fausta, pero aunque pudiera no volvería a encontrar a Génesis para que el consejo la culpara de todo y la matara. Montenegro sabía perfectamente que solo él podría encontrarla y no podía decirle que era orden directa del consejo porque no aceptaría. Seguramente pretendía que pensara que había cambiado para engañarle.

          Comenzó a respirar nervioso a medida que entendía que lo que debía hacer era imposible.

          Le podía dar largas, haría como si lo intentara de verdad, pero tenían una conexión y a veces sentía la voz de Génesis y él la hablaba y ella contestaba. Tenía que llamarla y advertirla que tuviera cuidado con cualquier miembro del Consejo, que todos eran vampiros. Aunque seguramente lo sabía desde hacía mucho más tiempo que él.

          No consiguió relajarse en su cama, pero estaba tan cansado que perdió completamente el sentido. Las últimas emociones extremas, el reflejo de su herida mortal milagrosamente curada aun le producía dolor. Además el veneno de la sangre de Rodrigo dejó de afectarle pero notaba que aún quedaban restos de oscuridad elemental en sus vasos sanguíneos. No le restaban energías para pensar más. Lo último que cruzó sus pensamientos fue que se decía a sí mismo: "Si la vuelvo a encontrar, la advertiré... Y le daré las gracias por su don. Ha vuelto a salvarme la vida".

         

         

          Estaba subiendo por las escaleras de un portal con una chica morena que le contrató para que la ayudara con un caso extraño. Clara, que así se llamaba, le dijo que ese era el piso de su supuesto perseguidor.

          Trabajaba de investigador sobrenatural y aquella semana le había llamado esa hermosa chica de ojos marrones, pelo negro azabache y cuerpo perfecto, asegurándole que sabía dónde vivía un acosador que le hacía la vida imposible.

          Aseguraba que intervenía en todos sus noviazgos, espantándolos, hablaba con las empresas en las que intentaba trabajar para que no la cogieran... Tenía que acabar con eso, estaba dispuesta a ir a su casa, pero necesitaba a alguien que la respaldara.

          Así que allí se presentaron. Clara se mostraba visiblemente enojada cuando llamó al timbre con insistencia y él palpó su pistola en la sobaquera, su vieja Lemat de aspecto imponente que hacía muchos años no había disparado. Buscó la placa de policía falsa en el bolsillo y escucharon los pasos lentos, parsimoniosos del interior. 

          Al abrirse la puerta vio a una mujer de unos setenta años, con un carrito de suero que arrastraba a modo de bastón. Llevaba colgado un líquido transparente que tenía puesto en una vía del brazo.

          —¿Cómo se te ocurre interrumpir mi diálisis? —Les recriminó, como si supiera que iban a llegar.

          —¡Es ella! —Exclamó Clara—. Dígale que me deje en paz.

          Antonio se quedó mirando a la anciana con cara de póker. No podía expresar lo que pensaba si no quería quedarse sin cobrar su minuta. Pero estaba seguro de que esa Clara le acababa de meter en un buen lío.

          —Pasad, no os quedéis ahí. Voy a llamar a la policía —respondió la anciana, harta, evidenciando que no era la primera vez que se le presentaba Clara en su puerta.

          —¡Deténgala, dígale que me deje en paz! ¿Por qué me odia? ¿Ves? Nos esperaba, me vigila todo el tiempo. Siempre sabe dónde estoy, está loca, se ha obsesionado conmigo y...

          —Pero tú dijiste que era un tio —protestó Antonio—. Me esperaba a un grandullón con cara de maníaco sexual.

          Antonio estaba sacando la placa de policía cuando vio que la mujer, sumamente enojada, marcaba ya el número de la policía.

          —Mejor nos vamos —sugirió.

          —No, no y no —rezongó la anciana—. Ahora entrad hasta que la guardia civil llegue. Esto se acaba hoy.

          —No pienso entrar... —comenzó él—. Si la molesta, por favor déjela tranquila, es lo único que...

          —Eso se lo aseguro yo, esto se acaba aquí —Clara entró en su casa como si él no hubiera hablado.

           Antonio se quedó helado viendo entrar tan decidida a su clienta. Las autoridades iban a llegar en cualquier momento y la muy estúpida se dejaría coger... Realmente estaba loca. ¿Qué podía hacer él? ¿Entraba o se iba? Tenía una pistola y documentación oficial falsa, se le caería el pelo...

         

          Antonio abrió los ojos, angustiado. Estaba en su casa, con la boca seca, con una pierna fuera de la cama como si hubiera estado dando vueltas con esa especie de pesadilla.

          —Maldito sueño de mierda.

          Qué sensación horrible, habría jurado que aquello había sido real... Pero a medida que se despejaba más se daba cuenta de que era absurdo y ridículo. ¿A quién podía pasarle algo tan rocambolesco?

          El sol entraba por la ventana, eso no era normal.  Miró el reloj del móvil y vio que eran las 10. Tardó dos segundos en reaccionar.

          —¡Joder llego tarde al trabajo! —Se levantó a toda prisa, se vistió, se puso las zapatillas, se preparó unos tapers, llegaba tres horas tarde.

          El suyo era un trabajo tapadera, pero si no cumplía los horarios sus compañeros hablarían mal de él y sus jefes de equipo se podrían extrañar de que sus flexibles horas de entrada no le importaran a nadie. Cuando iba a salir por la puerta vio a sus dos gatos en el pasillo, totalmente ajenos a sus obligaciones como dueño de la casa. Zelda, la gatita dorada atigrada le miraba con sus ojitos tiernos expresando tristeza.

          —Mierda, vuestra comida, ya voy.

          Fue a la cocina y les llenó el comedero de pienso duro. Cuando terminó y acarició sus suaves lomitos, miró el reloj, las diez y cuarto... Del sábado.

          —Papá, ¿dónde vas? —Preguntó Charly desde su cama.

          —Y estoy con los niños... —murmuró—. Dios, cómo tengo la cabeza.

          Dejó el táper en la nevera, guardó el yogur, la fruta y dejó caer la mochila en la silla de su habitación. Se quitó las zapatillas, el pantalón y, en calzoncillos y camiseta, volvió a dejarse caer muerto en la cama, dispuesto a volar de nuevo por el mundo de los sueños. Deseando que esta vez pudiera soñar con Ángela y no con una loca de atar.

          —¿Papá? —Insistió Charly desde la cama.

          —No me iba... Bueno sí, pensé que trabajaba hoy.

          Vio salir al niño de once años de su cuarto, Miguel debía seguir durmiendo. El mayor le miró desde la puerta de su habitación.

          —Papa —insistió.

          —Qué pasa hijo, me gustaría dormir un poco más estoy muy cansado.

          —¿Te levantas ya? Quiero jugar contigo al ajedrez plus.

          —Sí, cuando me levante, que me muero de sueño, dame un ratillo más por favor.

          —Vale —aceptó el niño. Y se fue al salón a encender la consola.

          Tenía tanto sueño que no tardó en volver a perder el sentido.

         

         

          Ángela estaba sentada con la espalda apoyada contra una puerta de madera. Se tapaba los oídos y tarareaba la canción mientras sus mejillas surcadas por multitud lágrimas. Quería pensar en su videojuego favorito, que era su momento más divertido de la semana y trataba de concentrarse en su canción, pero le resultaba imposible. No quería escuchar lo que pasaba al otro lado de la puerta, aunque sentía los golpes y los gritos igual que si no se tapara los oídos.

          —¡Acaso tú has pagado esta casa! —Gritaba su padre—. ¿Cómo te atreves a amenazarme con quitarme a la niña y todo lo que tengo? ¡No has dado un palo al agua en toda tu vida! ¿Y quieres que te pague una pensión de divorcio mientras yo tengo que irme de alquiler y ni siquiera me vas a dejar ver a mi hija?

          —Lo he preguntado a un abogado y es lo que estipula la ley —la voz de su madre era mortalmente serena—. Si creo que existe riesgo de que me hagas daño...

          —¡Que le jodan a la ley! —Clamó furioso su padre—. ¡Quién cojones hace esa mierda! No pienso renunciar a mi hija ni a mi casa. La que no tienes dinero eres tú, ¡y la que se acuesta con otro! Que sepas que, si te largas, no verás un céntimo mío, ni la casa ni a mi niña.

          —Eso ya lo veremos —replicaba su madre, muy segura de sí misma.

          —¡Ya te digo yo que no lo veremos, puta!

          Escuchó un fuerte portazo y luego vino el silencio.

          Ángela tenía siete años y su mundo se acababa de resquebrajar. Intentaba recordar los días en que eran felices juntos, cuando sus padres se daban besos y la llevaban a ver sitios bonitos y ambos se desvivían por conseguir una sonrisa de ella. Pero de eso hacía mucho tiempo ya. No entendía por qué su madre no estaba casi nunca en casa, ahora se marchaba otra vez y no recordaba que su padre la hubiera gritado de esa manera.

          ¿Qué había pasado? ¿Por qué ya no se querían? ¿Era culpa suya? ¿Porque a veces no era obediente? Su padre solía permitirle algunas cosas y su madre era más estricta. Por eso discutían a veces.

          Alguien intentó abrir la puerta de su habitación, pero no pudo porque ella estaba apoyada en la madera.

          Se movió para dejar entrar a quien fuera y al ver abrir la puerta a su padre, le vio llorar igual que ella.

          —Cariño, lo has escuchado todo —le dijo con infinito dolor en los ojos.

          La abrazó con fuerza y lloraron juntos un buen rato.

          Las manos de su padre temblaban. Después de desahogarse, Ángela preguntó:

          —¿Va a volver mamá? ¿Por qué se ha marchado?

          —No lo sé, cariño. De repente ha decidido dejarnos... Dudo que volvamos a verla —esta última frase su padre la dijo con odio, mientras miraba al infinito.  Pero al volver a mirarla a ella, sonrió tratando de animarla.

          —¿Por qué? ¿A dónde se ha ido?

          —Va directa al infierno —su padre volvió a mirar al infinito con odio.

         

         

          Despertó entre sudores, angustiado. Fue lo que debió pasar Ángela cuando era niña y perdió a su madre. Se sintió sucio y mezquino porque en su corazón entendía a su padre, es lo que tenía haber pasado por una situación similar. No igual, ya que ni estaba obligado a pagar una pensión ni le impedían ver a sus hijos. En otra situación, era imposible saber su propia reacción.

          Conocía el desenlace de esa historia, se lo había contado ella. El padre de Ángela asesinó y enterró a su mujer y su amante y nunca se encontraron sus restos, la policía le creyó cuando dijo que se había marchado sin dar señales de vida. Los vecinos respaldaron su testimonio pues escucharon aquella discusión. Ángela no supo lo que fue de su madre hasta que, usando sus poderes, lo vio con sus propios ojos. La imagen idealizada de su padre se resquebrajó y también ella se rompió por dentro al saberlo. Fue la causa de todo lo que le pasó después ya que se privó de conocimiento omnisciente para evitar este tipo de traumas. Esa decisión desencadenó el error fatal que la llevó a la muerte.

           El teléfono sonó con insistencia mientras Antonio se preguntaba por qué tenía esos sueños. Hacía mucho que no recordaba haber tenido ninguno.

          —¿Diga? —Respondió de mala gana.

          —Tenemos misión. En el punto de encuentro dentro de quince minutos —era la voz de Brenda.

          —¡Nooo! Tengo a los niños y mis padres no...

          Hablaba solo, Brenda había cortado la comunicación.

          —Maldita sea, ¡dijeron que tenía libre! —Gruñó—. Este trabajo es una puta mierda, tengo que buscar otro.

          Pensó que sus padres se iban a la parcela todos los sábados, cuando él estaba en casa. Por suerte vivían en la puerta de al lado. Podía estar a tiempo de avisarles... Si es que no se habían marchado ya.

 

Continuará

 

Comentarios: 5
  • #5

    Alfonso (domingo, 13 octubre 2024 03:53)

    Yo sigo pensando que Ángela está viva y regresará.
    Tony, no me defraudes.
    Jejeje

  • #4

    Tony (martes, 08 octubre 2024 06:25)

    Me está costando recuperar la rutina. Pero lo tendré en cuenta Vanesa, iré actualizando aunque sea para avisar del motivo del retraso.
    Gracias por vuestra paciencia.

  • #3

    Vanessa (martes, 08 octubre 2024 03:31)

    Ya llevaba días esperando esta parte.
    No te ausentes tan seguido, Tony. Al menos da señales de vida para que no nos preocupemos. :)

  • #2

    Jaime (lunes, 07 octubre 2024 03:50)

    Se me hizo bastante cortita esta parte.
    Me he quedado con la duda de por qué Montenegro quiere hablar con Génesis. Tengo la sospecha de que Montenegro fue un personaje de la historia de Jesús.
    Por otra parte, no sé si los sueños de Antonio tengan algo que ver con la historia o sean puro relleno en lo que Tony prepara la siguiente parte. El tiempo lo dirá.

  • #1

    Tony (lunes, 07 octubre 2024 00:17)

    Escribí bastante más pero la siguiente parte no se puede cortar así como así, por eso he tendido que dejarlo aquí.

    Espero vuestros comentarios.