Abby aprovechó a dormir hasta que sus ojos no querían cerrarse más. Se levantó y vio roncar ruidosamente a Tanis en la habitación de al lado pues había paredes traslúcidas (muy indecorosas a su parecer), ya que el viejo se quitó toda su ropa menos los calzones y durante unos segundos admiró su espectacular cuerpo musculoso. Luego se alegró de no haberse desvestido ella pues intuía que el viejo era un pervertido peor que sus compañeros de brigada).
Quizás era muy cruel juzgando al semielfo… Se preguntó si le criticaba para evitar tener pensamientos lujuriosos con él o simplemente le daba repelús aceptar que tendría un revolcón con alguien de seiscientos años (o los que tuviera realmente). No podía negar que tenía un cuerpo magnífico, a su lado Alfonso era un piltrafa. Y dentro de sus pretensiones de novio era todo lo contrario que su compañero de equipo, alguien maduro de más. Tanto que la hacía parecer a ella una niña a su lado. Con Alfonso la gente que les viera juntos podía pensar que era su madre.
«Qué demonios estoy pensando.» —Se dijo—«No tengo el menor interés romántico con ese viejo verde.»
Se levantó sin hacer demasiado ruido, asumiendo que esos muros además de permitir ver a través de ellos transmitían igualmente cualquier sonido, y salió investigar aquella fascinante torre "futurista". Se preguntó qué clase de tecnología usaba ese ascensor que no hacía el menor ruido y no parecía emplear electricidad. Siendo una torre mágica todos asumían que lo movía la esencia arcana ancestral. Algo que, a su parecer, no existía.
Recordaba la explicación de Tanis acerca del origen de ese edificio. Por lo visto tenía miles de años y fue construido por ogros, cuando aún no eran monstruosos y en esa montaña no había carámbanos milenarios. Era un reino próspero, uno muy importante en Ansalón, donde Ogros, elfos y enanos convivían en paz y comerciaban entre ellos. Después llegaron los humanos y con ellos las guerras. Estaba en su naturaleza, la corta vida de éstos (en comparación con las demás razas) les obcecaba en tener más en el menor tiempo posible, eran demasiado solidarios con sus descendientes y con ese afán, con su increíble crecimiento demográfico, se aseguraban de tener tierras donde vivir ellos, sus hijos y toda su prole. Una pareja elfa en setecientos años de vida daba uno o dos descendientes a lo sumo. Los enanos podían tener hasta siete, pero vivían más de doscientos años y su manera de asegurar una cama donde dormir era excavando en sus cuevas. No necesitaban quitarle sus tierras a nadie porque cada familia excavaba sus propias galerías. Y como en el subsuelo abundaban los trasgos, goblins y orcos, la población enana se veía mermada demasiado a menudo. Los elfos no sabían vivir sin un bosque y si necesitaban aumentar su número mimaban los árboles y permitían que se extendiese para poder cobijar más casas entre sus ramas.
Los humanos llegaron a Ansalón hacía unos ochocientos años. Fueron recibidos con los brazos abiertos por los elfos de Wayrreth y se les permitió establecerse en el centro del continente fundando la ciudad de Solamthus, que era tierra libre porque era un secarral inhabitable según las tres grandes razas.
En menos de un siglo la cuidad expandió sus fronteras y terminaron dominando la llanura, o como la llamaban los elfos, "las tierras inhóspitas". El número de humanos alcanzó tal cifra que se vieron obligados a establecerse en numerosas localizaciones: Nordmard, Eastwilde, Caergoth, Thelgard, Valkimor y Garnet. Solo evitaron las densas arboledas élficas de Wayrreth y las montañas habitadas por ogros de Palanthas. Con el trascurso del tiempo llegaron hasta la otra costa del continente y fundaron Ishtar en "los pantanos cenagosos". Lo que para los elfos era una trampa mortal, los humanos conseguían unas tierras prósperas donde en apenas una década transformaron los vapores, humedales y arenas movedizas en granjas, campos de cultivo y una prometedora urbe boyante en riquezas. Varias décadas más tardes la ciudad de Ishtar era la más rica próspera de todo Ansalón. Y como los humanos dejaron de tener tierras para expandirse, comenzaron las rencillas por establecer sus fronteras.
Así, lo que originalmente era el país de Solamnia, se partió en muchos países. Cada uno tenía un rey a cual velaba por sus propios intereses, olvidando su fraternidad en menos de una década. Construyeron castillos, murallas, se armaron con armaduras de hierro y el exceso de población se convirtió en un problema. Aparecieron asaltantes en los caminos, grupos organizados de ladrones. Para combatir a esa chusma se fundaron las órdenes de caballería.
Tanis demostró un odio irracional al mencionar a los forajidos. Luego le explicó que los que asaltaron Qualinost eran un grupo de estos malnacidos. Mataron a muchos elfos, robaron todas sus riquezas y violaron a muchas elfas. Algunas sobrevivieron, entre ellas su madre y él era uno de los hijos de aquellos desgraciados. No en vano los elfos detestaban a los humanos. Pero los que más odiaban a la nueva raza eran los ogros.
En aquellos tiempos nadie más dominaba las artes arcanas. Tenían gran cantidad de poder mágico de nacimiento y con él manipulaban lo que ellos llamaban "esencia de la creación". Así como los elfos modificaban la forma de sus bosques y árboles; los enanos hacían sus creaciones en las entrañas de las montañas; ellos amasaban esa energía por instinto. Al parecer eran capaces de materializar de la nada una estructura como aquella torre, y ésta podía durar eternamente inmaculada, viva, protegida por esa esencia de la creación. Al parecer si algo se rompía, no tardaba en repararse mágicamente.
Le preguntó cómo era posible que una especia de fama tan horrenda fuera tan ilustrada y poderosa. Tanis le respondió que se equivocaba. Los ogros habían sido la raza más hermosa de los seres humanoides. Los elfos eran feos a su lado, los enanos… No terminó la frase por respeto a sus viejos amigos de esa raza. Claro que él nunca conoció un ogro de la estirpe antigua. Lo sabía porque en lo tiempos de su juventud aún se recordaba su antiguo aspecto. Según le contó su viejo amigo Raistlin, en los libros de historia de la magia se contaba la leyenda de cómo fue el Gran Cataclismo ocurrido apenas unos años antes de nacer Tanis. Cuando los sacerdotes de Ishtar aprendieron la magia de los ogros, el poder se les subió a la cabeza. Debido a que las riquezas de la floreciente ciudad, a la que apodaban la ciudadela de la luz, eran incontables, pudieron contratar los servicios de los maestros de magia, ogros de las montañas de Palanthas a cambio de una libertad que perdieron cuando el imperio de Solamnia les invadió y esclavizó al fundar su reino humano. Los sacerdotes y hechiceros ogros que habían levantado estructuras mágicas en la milenaria ciudad, fueron tratados de distinta manera que al resto de los miembros de su raza. A éstos se les vendió como esclavos por un alto precio a los señores magnates de Ishtar y les dieron una vida digna a cambio de transmitir todos sus conocimientos a los eruditos que tuvieran el oro necesario para pagarlo. Uno de los más eminentes y ambiciosos humanos se hizo célebre por su inigualable poder, un nombre que aún se recordaba con cierto temor, Fistandántilus. A los ogros que no se sometieron se les ejecutó, a muchas hembras ogro las violaron y después las dispersaron para ofrecerlas en burdeles como prostitutas de lujo.
Los ogros comenzaron a odiar ser tan hermosos y pidieron a sus dioses la salvación y la liberación. De esa manera fueron despojados de su hermosura, convirtiéndose en horrendas criaturas, a cambio de una fuerza de diez hombres. Pretendían así vencer a esos invasores humanos que les habían privado de su magia y sus tierras. De paso las mujeres no serían forzadas nunca más a ofrecer sus cuerpos a los ricos para los que servían.
Abby recordaba cuando le conto aquella historia Tanis y supo que no se equivocaba. Efectivamente, así eran los humanos incluso en su época actual.
Los dioses, escuchando los gritos de súplica de su antiguo pueblo elegido, enviaron una montaña de fuego al mismo centro de aquella civilización humana, Ishtar, que fue reducida a cenizas y cubierta por las aguas de un mar enfurecido. Todos sus secretos quedaron sepultados bajo un remolino tan voraz que era capaz de tragarse mil barcos. Uno que nunca se veía satisfecho de tragar todo lo que osara acercarse.
Sin embargo los hombres no se extinguieron. Y los ogros, exultantes por su victoria, exigieron que se les devolviera la belleza y la magia que les correspondía desde antaño. En lugar de agradecer el cataclismo, siguieron exigiendo.
Ante esta soberbia actitud, los dioses les abandonaron a su suerte. Hasta tal punto que nunca volvieron a ser una nación a pesar de que algunos se juntaron y trataron de conseguir dominar algunas tierras. No fueron favorecidos ni por la suerte, ni por la magia, ni siquiera podían soportar su propia fealdad entre ellos y los pocos que quedaron se retiraron a las montañas más inhóspitas, solos, evitando tener que ver a otras criaturas horribles como ellos. De esa manera fueron extinguiéndose hasta el punto de que hacía más de trescientos años que no se veía ningún ogro vivo.
Esa era la historia de los creadores de aquella torre y de algunas otras dispersas por el mundo. Curioseó por el resto de la planta y encontró una despensa llena de quesos, hierbas secas separadas y clasificadas con nombres escritos en tablillas de madera, algunas le resultaron familiares, como unas margaritas, pétalos de rosa, flores amarillas que debían ser dientes de león. El resto no supo identificarlos. Se preguntó de qué modo podían comerse unos hierbajos secos pero no tardó en deducir que serían ingredientes para hacer pociones. Al fin y al cabo estaba en una torre de hechicería.
Vio cántaros de agua que nunca se vaciaban y láminas de pan tostado sin levadura; duros de mascar pero quitaban el hambre. Comió dos obleas con ansia, con dos pedazos de queso y se asombró al ver que segundos después volvían a aparecer en el quesero. Se preguntó si los trozos que acababa de tragarse habrían desaparecido también de su estómago porque volvió a sentir hambre. Tardó un par de segundos en decidir no volver a comer de esa despensa. ¿Cuántas veces habrían comido aquellos alimentos?
Tenía tantas agujetas que le dolía mover cada uno de sus músculos. Tocarse los muslos era tan doloroso como clavarse agujas con la punta de sus dedos. Para evitar entumecerse decidió salir de la torre. El día estaba despejado pero afuera hacía un frío terrible.
El aire cortaba como una navaja. Se acercó hasta la nave, con cuidado de no chocarse con el casco o el tren de aterrizaje, se aproximó despacio y con las manos levantadas hasta que atravesó la barrera óptica y al fin pudo ver el imponente halcón ante ella.
Subió la escalinata de entrada a la bodega. Aprovechó a coger un escudo óptico personal, se lo abrochó por encima de la armadura. Como vio que no podía ajustarlo bien, se preguntó para qué necesitaba llevar ambas protecciones. Resopló y se quitó la de acero. Una vez ajustado el escudo óptico, la dejó en el armero y al abrirlo vio los fusiles de plasma. Cogió uno introduciendo el código de activación y se lo colgó a la espalda. Éste se pegó a la placa trasera del escudo óptico por magnetismo.
Se quedó mirando lo que fue su segunda piel durante mucho tiempo. La armadura plateada le gustaba, pero no podía volver a su tiempo con ese armatoste puesto, solo el peto debía pesar cinco kilos, sin embargo la llevaría a casa y la pondría de adorno en su salón, junto con su espada y escudo. No quería ni imaginar las burlas de sus compañeros si la veían portar esas armas.
Al ajustarse el artefacto de invisibilidad en el pecho, la gruesa X plateada le quedaba apretada en el abdomen y su fina blusa de lino blanca dejaba sus pechos colgando sobre ella de forma muy ajustada lo que perfilaba sus pezones con demasiada claridad. Con el traje de grafeno eso no pasaba pues los prensaba y no sobresalían de forma tan descarada. No traslucía nada pero, acostumbrada a usar sostén, se sentía medio desnuda al dejar que su cuerpo insinuara sus formas bajo aquella tela. Lo malo era el frío y el efecto que producía en la punta de sus pezones. La nave estaba aislada del gélido aire exterior pero en cuanto saliera se iba a congelar. Aunque la armadura no era precisamente un abrigo. El acero dejaba pasar el frío y solo el forro de piel interior impedía que se le metiera hasta los huesos. Aun así era preferible no tener la armadura. Sin embargo supo que sería peor si salía a la ventisca con esa ropa puesta. Lamentablemente no tenía chaquetas de abrigo en aquella nave.
Una vez reunió todo el equipo fue a la cabina de pilotaje. Reactivó el monitor de chequeo del sistema.
—Las baterías estaban cargadas a rebosar —susurró victoriosa—. Creí que con este clima no habrían alcanzado ni el treinta por ciento. Deben haber caído encima un par de relámpagos.
Durante un par de segundos se planteó si dejar allí a Tanis, Aif y Lunaria. ¿Podía confiar en ellos? ¿Importaría demasiado si les traicionaba? La respuesta era categórica en ambos casos, en Tanis y Aif sí, pero no en la hechicera.
Abby encendió el módulo temporal e hizo retroceder la fecha de la pantalla a la que le pidió Lunaria. Doscientos años al pasado consumirían un cuarenta y cinco por ciento de las baterías. Y si volvían a quedarse en aquellas montañas nevadas podrían tardar meses en recuperar la carga completa.
—Esto no puede salir bien, estamos jugando demasiado con el pasado —musitó, frotándose las sienes—. No sé cómo seré capaz de enfrentarme al otro halcón. Ni siquiera sé si causaré una fisura por recuperar a Fausta.
Frunció el ceño mientras los números de la pantalla descendían a gran velocidad y cuando se aproximó a la fecha indicada, redujo los días uno a uno hasta alcanzar el objetivo.
—¿Esa máquina no está rota? —Preguntó Lunaria a su espalda.
Abby dio un salto por el susto.
—No que yo sepa —respondió—. ¡Qué demonios! ¿Desde cuándo estás ahí?
Se volvió y se la encontró detrás de ella, sola y con gesto contrariado, mirando la pantalla.
—He pensado que podrías irte sin nosotros… No es que pueda fiarme demasiado —replicó la hechicera, arisca.
—No pensaba hacerlo, quería comprobar el sistema. ¿Por qué dices que está rota? ¿Entiendes mi idioma? Estos...
—¿Por qué ese cuadro tiene solo 9 números diferentes? Le faltan tres. Intentaba memorizarlos hasta que ha llegado al nueve y ha vuelto al uno. No conozco tu alfabeto, cierto. Pero las matemáticas son universales. Eso es incorrecto, tu máquina está rota, los números son doce, no nueve. Son la representación de los doce dioses verdaderos.
Abby se quedó mirando a la hechicera con cara de circunstancias. Quiso decirle que ella sí que estaba "rota" pero no tenía suficiente confianza como para burlarse.
—¿De qué hablas? Explícate —se burló.
—Si no pones la fecha correcta no llegaremos al momento exacto que queremos llegar. Ese cuadro no está contando bien.
—Me dijiste que hay que viajar en el tiempo 200 años… Eso es lo que he puesto.
—Dime todos los números de tu sistema numérico —ordenó Lunaria, imperativa, parecía molesta porque no la entendía.
«¿Qué se cree esta bruja?, ¿mi comandante? Mal empezamos, menudos modales.» —pensó Abby. Aunque bien pensado, con un conjuro la hizo entender cualquier idioma… Podía transformarla en rata con un chasquido de dedos así que debía obedecer sin rechistar.
—Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve y diez, bueno uno y cero y vuelta a empezar con once, doce...
Lunaria dejó de mirar el panel y se llevó la mano a la cara como si acabara de comprender algo.
—Eso fue lo que le pasó, por eso erró la fecha de destino —dedujo.
Abby seguía sin entender nada.
—Qué pasó con…, —Lunaria dijo tres palabras que no pudo comprender.
—¿Qué has dicho? —Preguntó fastidiada Abby.
—Los números que os faltan. El sistema numérico que se usa en este mundo comprende doce unidades antes de saltar a la docena.
—Dirás decena —corrigió Abby.
—¡Sé lo que digo! Tu sistema numérico está mal, no podemos fiarnos de esos números. Y es por eso que Pandora erró en su destino, debió calcular la fecha de forma errónea por ese motivo. Los meses que aparecían en su artefacto se basaban en nuestro sistema numérico. Por tanto si puso, digamos 1000 días, para vosotros son menos, ¿entiendes?
Abby no entendía nada en absoluto de lo que le decía.
—Un ejemplo —explicó nerviosa—. Dime, ¿cuantas manzanas puedes repartir entre 4 personas si tienes diez?
—¿Crees que soy tonta? No es un número exacto, unos tendrían tres y otros dos.
—Eso es incorrecto. Para nosotros, son triadas cada uno. ¿Ahora lo entiendes? Si un círculo se divide en cuatro fragmentos iguales... Son idénticos... ¿Lo entiendes o no?
Abby no hizo ningún gesto. Aquello no la convencía lo más mínimo, ¿esa bruja supersticiosa la estaba dando lecciones de matemáticas?
—Déjame eso —ordenó la hechicera cogiendo una caja de munición.
—Son balas —se sobresaltó la teniente—. Con cuidado.
Lunaria las dejó caer por el suelo del avión y agarró un puñado.
—Nos sirven. Mira esto.
Lunaria sacó de la caja una buena cantidad de proyectiles y luego los colocó en pie en el suelo. Abby pudo contar 12.
—Si sumamos uno más, llegamos al 10 —explicó Lunaria como si le diera lecciones a una niña.
—Querrás decir 13 —contradijo la teniente.
—No eres muy lista —musitó la hechicera, perdiendo la paciencia—, te empecinas en no entender. ¿Cuántos meses tiene vuestro calendario? No, dime los días del año.
—365 —replicó Abby.
—El artefacto mágico que usaba Pandora tenía un contador de ruedas con 12 posiciones, cada posición representa un día, una docena… Y así calculaba los días que debía viajar según vuestro calendario; eso explicaría su llegada al año erróneo si contó las vueltas con el sistema decimal.
Abby se frotó las sienes pues aquella última explicación terminó por colapsar sus razonamientos.
—¡Ah de la casa! —apareció Tanis por el portón de carga—. Me preguntaba dónde estaríais, pero la montaña me trajo vuestros gritos y os he encontrado. Es impresionante este dragón, querida amiga. Aunque no es como me lo imaginaba, creí que estaría vivo y no que era un edificio metálico. No me puedo creer que esta cosa tan enorme pueda volar. Estas alas no parecen capaces de moverse. Jamás se me habría ocurrido construir un edificio con lo mismo que se hacen las espadas y armaduras. Debe ser extremadamente caro.
—Ni te imaginas cuánto —respondió la teniente.
Abby le ignoró, Lunaria hizo unos cálculos y finalmente llegó a una conclusión.
—Ya lo tengo. Ahora cambia la fecha de destino, añade esta cantidad a tus días.
—¿Dónde está Aif? —Preguntó el viejo.
—La curaron en seguida y la llevé a casa —respondió la hechicera—. Dice que no puede irse sabiendo que no volverá a ver a su hijo.
—La entiendo —aceptó Tanis con tristeza—. ¿No volveremos a verla?
—Me hubiera gustado… Despedirme —intervino Abby—. Hemos hecho buenas migas, la voy a extrañar.
—Lo sé… Pero es su decisión —respondió Lunaria.
Abby apuntó los números que dijo la hechicera. Ésta tenía una memoria prodigiosa, los escribió sin error.
—Crucemos los dedos, activa tu artefacto —ordenó, poniendo su mano derecha sobre el hombro de Tanis y de ella.
La teniente esbozó una sonrisa y no hizo nada. ¿Esperaban que le diera a un botón y ya está?
—No es tan sencillo, tenéis que sentaros y abrocharos los cinturones —explicó—. De lo contrario podríais quedar atrapados en el fuselaje de la nave. Pensándolo bien va a ser divertido llevaros a mi tiempo. Mis compañeros van a flipar con un par de frikis como vosotros.
No fue fácil explicarle a Tanis cómo enganchar el cinturón cruzado en el centro de las piernas.
—Juntas las partes metálicas, las enganchas y cuando haga clic, ya lo tienes.
Pero el semielfo se obstinaba en chocar los metales como si mágicamente tuvieran que pegarse.
—Pero hombre, mete esta lengüeta de metal por aquí, ¿ves la ranura?
Al estar tan próximo su pene del enganche del cinturón le daba reparo hacerlo ella. El viejo no llevaba calzones (en realidad sí, pero los de aquellos tiempos cubrían el cuerpo de pies a cabeza) y su pene estaba erecto como una piedra. Sospechaba que algo de ello tenían culpa sus pechos, tan libres y evidentes bajo su blusa que atraían la mirada del elfo como dos potentes imanes. También sospechaba que la sangre no debía correr con fluidez por su cerebro y por eso no la entendía por más que se explicaba.
—¿Así? —Tanis volvió a tocar un extremo con el otro.
—Trae —replicó, harta—. Aquí, se mete por este hueco.
Cogió el cinturón, agarró el lado inferior (notando su pene en el dorso de su mano) y el semielfo se puso tenso de repente por lo que se le soltó, quedando el otro fragmento bajo su trasero.
—¡Estate quieto! —Le regañó.
—¡Tú me has tocado! —se defendió.
Abby resopló, pensando que no fue tan buena idea quitarse el peto de la armadura. Se preguntó por qué los hombres no podían pensar cuando estaban excitados. Y sobre todo por qué ver una chica que les excitaba les privaba de la razón.
—¡Abuelo! —Exclamó Lunaria—. Es así.
La hechicera sí lo entendió a la primera y le mostró cómo se abrochaba de forma gráfica, haciéndolo ella despacio. Juntó la hebilla con su opuesto e introdujo el acero por la rendija hasta que sonó clic.
—¡Por las barbas de Paladine! ¿Hay un agujero ahí? —Se sorprendió Tanis.
Agarró él mismo la parte inferior del cinturón y se lo abrochó de inmediato. Sin embargo las correas le apretaron el pantalón al autoajustarse y el viejo emitió un gemido de dolor porque debió aplastar su pétreo miembro viril.
—¡Bueno! —Festejó Abby—. Estamos listos. No os mováis, ah… Olvidaba deciros que será muy rápido, especialmente para vosotros.
Se fue por el pasillo de la aeronave y se sentó en el asiento de piloto. Se abrochó el cinturón y comenzó la secuencia de despegue. Activó los interruptores de arranque del aparato y los motores empezaron a rugir con gran potencia. Encendió los altavoces de cabina y dijo:
—Señores pasajeros, todo preparado para iniciar el salto en el tiempo. Por favor manténganse sentados en sus asientos y no se quiten los cinturones hasta nuevo aviso.
Bajó la palanca de arranque del avión y sintió que el aparato vibraba y se elevaba en vertical. Miró en el monitor de cabina y vio que Tanis tenía una extraña mueca de pánico en la cara. Las pareces del halcón se habían vuelto transparentes y podía ver el exterior como si no hubiera ningún aparato.
—¿Dónde están las paredes? ¡Esta cosa esta volando sin mover las alas! —Exclamaba—. ¡Nos vamos a caer en cualquier momento!
—Abuelo, no me puedo creer que estés asustado —replicó Lunaria, que tampoco parecía muy tranquila.
—¿Qué dices? Esto no es miedo, es histeria sabes, volar en dragón es una cosa, la criatura sabe volar, pero esta cosa ha desaparecido, no se mueve, y mira como ruge, va a explotar ¿cómo lo hace?
Sin previo aviso pulsó el botón rojo de la antimateria y les envolvió el campo de energía verde. El sonido se interrumpió de repente pero Tanis seguía gesticulando.
«Un salto más y estaré de nuevo contigo, Alfonso.» —se dijo Abby.
Sin dudarlo pulsó el botón rojo y el aire dejó de fluir por sus pulmones. Estaba preparada, serían varios segundos hasta que la nave llegara a una órbita segura.
Se estaban tele transportando, el tiempo se detuvo para el resto del mundo, incluidos Lunaria y Tanis. En cambio Abby estaba en la cabina, aislada de la antimateria que les rodeaba. Pero no había aire que respirar, era muy escaso, y debía aguantar durante el salto. Una vez en órbita vio que la Tierra desaparecía súbitamente y volvía a aparecer intermitentemente cada vez más deprisa mientras el contador temporal se reducía hasta llegar a cero.
Regresaron a la atmósfera y vio las mismas montañas nevadas. Aterrizó en la misma cumbre cerca de la torre blanca nacarada y desactivó el sistema de antimateria. Al retirar la envoltura de antimateria pudo tomar aire.
Tardó unos segundos en recobrar el aliento. En cuanto lo hizo volvió a hablar por el micrófono.
—Acabamos de llegar a nuestro destino. Por favor mantengan abrochados los cinturones hasta que lo motores estén completamente apagados.
—¿En qué quedamos? ¿No tenía que llevar eso ajustado? ¿Por qué quieres que lo soltemos si no logré ponérmelo, venía a pedirte ayuda —preguntó Tanis a su espalda.
—Ya hemos llegado —explicó Abby—. Espera, ¿no te pusiste el cinturón?
Tanis sonrió.
—Eso sí que lo tengo puesto —se miró el que sujetaba sus pantalones—. ¿Pero cuándo hemos salido? —Le preguntó.
Abby terminó de apagar todos los instrumentos y se contuvo de darle un grito. Por suerte no se desprendió de su asiento en su viaje y ella no desactivó la antimateria sin haber aterrizado, a menudo lo hacía en pleno vuelo y de haberlo hecho... Tanis habría salido despedido.
Aparentemente seguían en el mismo punto de partida, la ventisca, la torre, todo seguía exactamente igual.
—¿De verdad estamos en el tiempo correcto? —Preguntó Lunaria.
—Confía en mí —respondió Abby.
La hechicera y su abuelo se miraron incrédulos y luego se encogieron de hombros.
—Entonces Pandora debe estar en la torre ahora mismo —dijo ella—. Puede que esté en la biblioteca.
—No deberíamos dejarla interactuar con nada o causará una brecha.
—Pero escribió este diario —Lunaria le mostró el libro de cubierta de madera—. Puede que ya lo haya escrito. ¿No ha causado una ruptura por hacerlo? Estamos aquí por lo que ella escribió. Debemos dejarla escribirlo.
—Solo espera encontrarte a ti —propuso Abby—. Ve a la torre y tráela. Por cierto, ya no es una aprendiz, vas a ver a alguien que parece mucho mayor que tú.
Lunaria asintió.
—Abuelo, quédate muy cerca de ella, que no nos abandone. No tardaré en volver.
Ante la sorpresa de Abby, con un extraño gesto de las manos, la hechicera desapareció bajo una nube de humo con aroma a azufre.
—¡Qué! —exclamó—. ¿Cómo demonios lo ha hecho?
—No suele faltar a su palabra —respondió el semielfo—. Ojalá nos diera tiempo a echar un quiqui pero no voy a poder satisfacerte, me temo.
—¿Qué has dicho? —Abby salió de su perplejidad para mirar a los ojos al semielfo, ofendida.
—Es una broma mujer —rió Tanis con una sonrisa pervertida—.So… Solo un chiste de viejos. ¿No lo has pillado? Vaya, qué embarazoso.
Abby miró el pantalón de Tanis, seguía mostrando su pene pétreo por debajo de la tela. Al mirarle a la cara vio que no le quitaba el ojo de encima a la blusa y sus pezones permanecían endurecidos por el frío, por debajo de ésta.
—Ji, ji, ji, Embarazoso... Qué palabra más inapropiada —murmuró el viejo, entre risas.
—A ver si es verdad y no tarda en llegar —musitó Abby, resoplando.
« ¿Por qué me quitaría la armadura?» —se preguntó, cada vez más arrepentida.
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Chemo (viernes, 12 julio 2024 03:29)
Ya estoy deseoso por saber el destino de la Brigada Delta en los juegos de supervivencia de Rodrigo.
Jaime (jueves, 11 julio 2024 03:53)
Voy a arriesgarme a opinar que una combinación de la magia de Fausta con la tecnología traída por el Halcón a Ansalón crearon a Alastor y toda su descendencia de vampiros. De forma que Fausta es la vampiresa original y no Alastor. ¿Qué opináis, chicos?
Alfonso (miércoles, 10 julio 2024 03:02)
Cada vez está más interesante la historia. Estoy esperando por saber qué relación tienen Fausta con Rodrigo y Alastor.
Ya no puedo esperar más para saber quién sobrevivirá a los juegos de Rodrigo.
Tony (lunes, 08 julio 2024 06:28)
Gracias Vanessa, entiendo que con lo que estoy tardando en publicar, es fácil perder el hilo. Gracias por seguir ahí.
Vanessa (domingo, 07 julio 2024 16:50)
Tardo un poco en seguirle el hilo a la historia. En especial porque son tres tramas distintas en una sola historia. Pero me está pareciendo increíble.
Espero la continuación.
Tony (jueves, 04 julio 2024 22:43)
Cada día cuesta más sacar un rato para subir las continuaciones. Espero que no hayáis perdido el hilo.
Por favor, no olvidéis comentar.