La mano negra

5ª parte

            - Ya estoy tranquilo - siseó, mirando con desesperación hacia la puerta.

            «Respira, mira las cosas de la tienda, haz como que no pasa nada. Vamos, debes relajarte» - instó Verónica.

            Estaba en la sección de perfumería de mujer, no podía ver gran cosa para él. Además estaba harto de ver esa tienda.

            - ¿Dónde está Brigitte? - preguntó, preocupado.

            «Sigue disimulando, ¿ves a ese señor trajeado del fondo? Ha llamado a seguridad. Si sales ahora te están esperando dos guardias. Si te portas bien y demuestras que estás totalmente calmado, dejarán de esperarte. Si se acerca el hombre trajeado a preguntarte, responde que estás haciendo compras de última hora para tu mujer. Diles cualquier mentira, pero déjales claro que vas a irte del pueblo en cuanto salgas de la tienda.»

             - ¿Crees que esos guardias están involucrados? - preguntó moviendo los labios sin emitir sonidos.        

            «Ellos hacen su trabajo. Tienes que evitar cualquier enfrentamiento, son inocentes.»

            - Lo dices como si hubiera alguien que les utiliza desde más arriba.

            «Lo que no sabes es demasiado complejo como para que puedas entenderlo, lo primordial ahora es encontrar a Brigitte. Después te ayudaré a destruir a la mano negra, la verdadera.»

            - Dios, por favor, que no le hagan daño, que esté bien...

            La angustia que sentía era difícil de describir. Le dolía el corazón como si alguien se lo estuviera arrancando con las manos. Quería llorar, salir corriendo de la tienda y perseguir a Marco, quería ir hacia ese tio de la puerta y decirle todo lo que había pasado, contárselo a la policía, pero era una locura, significaría la muerte de Brigitte y su más que segura detención.

            Era consciente de que estaba caminando sobre aire y no tenía red bajo sus pies. La altura le daba mucho vértigo pero confiar  la vida de su único ser querido del mundo a una voz invisible era mucho peor que caminar sobre una cuerda a cien metros de altura.

            «Está bien, está diciéndole a sus hombres que ya no hace falta que te esperen. Va a ignorarte. Vuelve al coche con calma y ve a donde yo te diga.»

            - Suenas como un secuestrador - replicó él, en silencio.

            «Eso está bien, que te lo tomes con humor. Así será más fácil comunicarnos.»       

            Antonio no estaba más tranquilo pero tener algo que hacer le relajaba bastante más que estarse quieto mirando perfumes de mujer que no le interesaban lo más mínimo, obedeció y se dirigió hacia la puerta del parking, donde tenía su coche.

            «Descuida»- dijo Verónica -. «Tu coche es demasiado raro como para que la único testigo de tu huída sepa describirlo. No saben el modelo del coche, solo la matrícula, quítale la pegatina para que no la identifiquen»

            Antes de meterse en el coche, quitó las dos pegatinas y apareció un número y letras completamente distintos. Eran especialmente difíciles de recordar, todos números distintos para complicar a los testigos poder recordarlo. Arrancó y salió del centro comercial.            

            «Vale, ahora conduce en dirección a Ávila. Ya te diré dónde salirte.»         

            - ¿En serio no eres tú la secuestradora? Hablas igual que ellos.

            «No soy yo, es tu cabeza que traduce mal lo que te digo. Sigues demasiado nervioso y no interpretas bien mis mensajes.»

            - Si tuviera que ir al médico por que te estoy escuchando mal, ¿Qué especialista tendría que verme? - sonrió por su broma.

            «Sigue las indicaciones hasta Hoyocasero, allí está Brigitte, pero no en el pueblo, es una casa abandonada».

            Antonio aceleró y puso el coche a ciento veinte. No quería pasarse de rápido, pero tenía que llegar cuanto antes.

            «Vas a tener que confiar en mí más allá de la razón. Si no lo haces, moriréis los dos. No hay margen de error.»

            - Tengo miedo - reconoció, en voz alta, apretando el volante con fuerza.

            «No hables y trata de estar atento a todo lo que te diga.»

            - Salimos bien parados la última vez, yo estoy contigo...

            Antonio se dio cuenta de que había hablado él como si fuera ella. Al percatarse de que esa voz podía ser él mismo, su subconsciente, se sintió desolado. ¿Realmente estaba teniendo ayuda de Verónica o simplemente había enloquecido? Desde luego la situación era para volverse loco pero él había afrontado otros momentos difíciles. Aunque nunca había tenido a alguien que quisiera tanto. Sabía que cada minuto era crucial para salvar a Brigitte y estaba conduciendo a un lugar que no había visto en su vida por que una voz de su cabeza, que seguramente era él, le decía que estaba allí.

            «Vamos, no pares, no tienes tiempo que perder.»     

            - ¿Seguro que sabes lo que dices? - preguntó desanimado.

            «Estás demasiado nervioso para entenderme con claridad y ¿te preocupa que tú mismo hables como yo? Trata de calmarte y vacía tu mente. Te aseguro que no estás solo.»

            - Ahora mismo estoy en tus manos... Más vale que no seas una fantasía.

            Siguió conduciendo mientras respiraba con calma mientras sus manos soltaban sudor frío. Aunque no quería pensar, su mente le traicionaba mostrando su vida sin Brigitte, cómo volvería a ser, un hombre solitario y sin ningún contacto el mundo. No temía quedarse solo, le aterraba haber tenido los meses más felices de su vida y que nunca más volviera a ser feliz por culpa de ese maldito trabajo que se había buscado. Perder la felicidad después de encontrarla era mucho peor que no haberla encontrado nunca.

            - Dios mío - susurró -. Salva a Brigitte, solo te pido eso. Si tengo que morir yo, no me importa, pero tienes que salvarla.

            En todo el trayecto mantuvo la mente vacía hasta que llegó al desvío de Hoyocasero. Torció a la izquierda y se metió con apenas confianza en lo que hacía. Verónica dejó de decir nada y eso le asustaba. ¿Acaso era su mente la que le había dicho todo eso?

            Llegó a Hoyocasero y seguía sin tener ninguna voz dentro, continuó por la carretera, atravesó el pueblo y nada.

            - Por favor Verónica, no volveré a dudar, dime algo.

            «Estás cerca.»

            Esta vez fue su voz, clara y genuina. Su corazón se tranquilizó al sentirla, fue como un bálsamo sanador, a pesar de que no le había dicho gran cosa.

            Bajó la velocidad para no pasarse del desvío.

            «Entra en el próximo camino de tierra y no pases de veinte.»

            Antonio obedeció, redujo la velocidad a segunda y el coche apenas hacía ruido mientras atravesaba el camino de piedras. A lo lejos comenzó a ver casas rurales. Era una zona medio montañosa y el camino bordeaba la cordillera subiendo ligeramente.

            «Deja el coche y continúa a pie. Apárcalo fuera del camino.»

            Justo llegó a una explanada donde podía dejar el coche sin peligro de romper el radiador con alguna roca saliente.

            - Aquí lo van a ver si vienen - dijo él, preocupado.

            «Tranquilo, los que iban a venir ya están aquí.»

            - ¿Se supone que eso debería tranquilizarme?

            «Confía en mí y deja de quejarte.»

            - Empiezas a recordarme a mi mujer.

            «Vamos, tu mujer te corta mucho antes, yo tengo más paciencia.»

            Antonio frunció el ceño y miró hacia arriba. Luego se preguntó qué estaba buscando, ¿acaso esperaba verla flotando sobre su cabeza como un hada?

            «Sube por la ladera y ve a aquella casa. Pero no te acerques por la parte del camino sino por detrás. Están muy alerta esperando noticias y cualquier cosa que les haga sospechar que estás ahí será fatal.»

            Continuó subiendo mientras se escabullía entre los matorrales altos. Era un terreno algo escarpado y cuando tenía que cruzar un prado, lo hacía corriendo para pasar lo más rápido posible.

            «Hay una cosa que no entiendo» - dijo Verónica.

            - ¿Qué no entiendes? - siseó en voz baja.

            «¿Para qué sacan tantas pantallas de televisión en tan poco tiempo? La tecnología se mueve a una velocidad asombrosa pero, ¿hasta dónde vamos a llegar?»

            Antonio negó con la cabeza, creyendo que se estaba volviendo loco de remate.

            - Sí, hace dos años no había películas en 3D pero fíjate ahora, están saliendo todas así, lo raro es que no sean en tres dimensiones. Pero luego vas al cine y casi ninguno tiene tecnología para emitir en 3D. Lo que no entiendo yo tampoco es tantos cambios, unas teles son 3D pero usan unas gafas, otras usan otro tipo de gafas... No tengo ni idea de lo que será normal en unos años.

            «Ni te lo imaginas» - explicó ella.

            - Tú sabes qué pasará, dime algo.

            «Aún saldrán modelos en 3D que no necesitarán gafas. Ya viste tu consola portátil, hace fotos en 3D y sin gafas, pero al no poder revelarse en papel, se va a quedar en el ámbito de las cámaras y teléfonos.  Lo que no puede sacarse en papel termina desapareciendo. Las televisiones permitirán 3D sin gafas pero serán un completo fracaso ya que las tecnologías de los países ni siquiera están consiguiendo emitir en alta definición. Cuánto menos en 3D. Y es caro convertir una película de los años ochenta a la alta definición, cuánto más al 3D. En diez años será tecnología fracasada.»

            - Genial, ¿Y por qué estamos hablando de esto ahora?

            «Ahora estás mucho más tranquilo. Te relaja hablar de tecnología.»

            - No puedo hablar de eso con nadie y hasta Brigitte se me duerme si le hablo de algo así.

            «Yo te escucho» - dijo Verónica, riéndose.

            Entre tanto ya habían llegado a la parte de atrás de la casa. Estaba rodeada de árboles gigantescos que cubrían el lugar con una espesa sombra. Antonio sacó su pistola y se apoyó contra la pared.

            - ¿Y si no está aquí? - preguntó -. ¿Y si asusto a una viejecita en pleno baño, en la bañera de su casa?

            «Eso sería gracioso, me gustaría ver tu cara si ocurriera.»

            - Esperemos que no tengas que verla hoy - siseó, fastidiado.

            «Sé positivo, fíjate, has hecho justo lo que te han pedido, has salido de Arenas de San Pedro. Deberían soltarla igualmente, según las condiciones.»

            - Dime que ese no es el plan - replicó Antonio.

            «No, mira esa ventana, la del segundo piso. Puedes trepar por ese árbol y entrar por ahí a la casa, no vigilan esa habitación.»

            - A sus órdenes - bromeó él.

 

 

Continuará