La mano negra

4ª parte

            A la mañana siguiente Antonio estaba con la cara pegada en la almohada, agotado por el día anterior. No habían hecho nada que fuera agotador, relativo al caso, pero Brigitte se había emocionado tanto con las compras que se pasaron cuatro horas recorriendo el centro comercial de arriba a abajo, de abajo a arriba y luego tienda por tienda. Si no entraron cinco veces a cada una, es que no entraron ninguna.

            Por eso estaba muerto de cansancio, le ardían los pies y en cuanto terminaron de hacer el amor, tras la llamada de Federico, se quedó dormido como una piedra. Hasta que no salió el Sol no despertó.

            Se levantó con los ojos medio cerrados y se fue al baño a orinar. Se lavó las manos, se secó con la toalla y volvió a la cama.

            Se quedó paralizado al ver que Brigitte no estaba y que había una nota en la almohada.

            Aquello le despertó de golpe aunque no lo tomó nada bien. ¿Le había dejado? ¿Cómo le iba a dejar? Se acercó con miedo a la cabecera de la cama y cogió el sobre. Había una escueta nota escrita dentro y antes de leerla vio que había sido firmada por un sello con la forma de una mano negra.

           

 

            Si quiere volver a verla con vida, márchese de Arenas de San Pedro.

            Lárguese y no vuelva más.

 

            Si lo hace la soltaremos y podrá reunirse con ella.

 

            - Maldita sea, esto no puede estar pasando otra vez - se dijo, caminando de un lado a otro sin saber cómo reaccionar.

            Todo lo que estaba ocurriendo en ese pueblo era un continuo Deja vu de todas sus anteriores experiencias como inspector de mentira. Clientes que le mentían, Brigitte secuestrada por una misteriosa fuerza oscura, en este caso la "Mano negra"... Solo le pedían que dejara de investigar, pero eso sería como permitir que tuvieran el control de todo y no sabía si esa cosa, o gente desquiciada, la mataría.

            Era una testigo, los secuestradores asesinos no solían dejar testigos.

            Se vistió y bajó los escalones del hostal de dos en dos. Vio a la encargada y fue derecho a ella.

            - ¡Oiga! - exclamó -. ¡Alguien ha entrado en mi habitación! ¡Quién coño ha entrado en mi habitación! Se han llevado a mi mujer, me cago en la puta, ¿es que no hay alarma en el hostal?

            - Lo siento, la gente entra muy tarde, van de fiesta y no puedo cerrar. No he visto a nadie.

            - ¡Joder! -gritó, enfurecido, saliendo directo a su coche.

            Arrancó y fue directo al puesto de la guardia civil. Aparcó en la puerta y pidió ver al sospechoso, Marco.

            Este volvió a aparecer con mucha calma, demasiada. Al menos eso le pareció a él, que estaba frenético. En cuanto se quedó solo con él le increpó:

            - Escucha mocoso de mierda, me da igual si lo mataste tú o lo momia de tu abuela, dime dónde cojones tienen a mi mujer. ¡Dímelo ahora! - exclamó.

            - ¿De qué está hablando? - preguntó, extrañado.

            Antonio sacó unas esposas y le pidió las manos.

            - Vamos, póntelas ahora mismo.

            Como el chico no obedecía, le mostró su revolver Lemat y en cuanto lo vio cogió las esposas y se las puso.

            - ¿Para qué es esto? - El chico parecía asustado.

            - Te vienes conmigo - le agarró de la camiseta, por la espalda y le empujó hacia la puerta con tanta fuerza que se golpeó contra ella.

            - Esto es abuso de autoridad.

            - Yo te voy a enseñar el abuso, pedazo de cabrón - replicó él, clavándole la pistola en los riñones. Abrió la puerta y tiró de él por las muñecas, con la pistola guardada en el bolsillo de su chaqueta. Por fortuna en el pasillo solo estaba la chica que recibía las llamadas. Era muy temprano para que los demás guardias estuvieran por allí.

            - Disculpe, no puede sacar al sospechoso - le dijo, con tono imperativo.

            Antonio le enseñó la pistola y la encañonó a la cara.

            - Levanta las manos - dijo, muy tranquilo -. Quiero verlas bien arriba hasta que salgamos de aquí.

            Ella obedeció aterrada. El tamaño del arma intimidaría hasta a un elefante, la podía matar aunque la diera de refilón.

            Abrieron la puerta de la comisaría y salieron. Antonio escondió el arma en su bolsillo y bajó las escaleras deprisa pero sin correr. El chico casi se cae en la bajada por que le estaba arrastrando por las esposas.

            Lo metió en el asiento de atrás de su coche y le obligó a pasar las manos por el asiento delantero de copiloto. Arrancó y dejó dos señales negras sobre el asfalto por el derrape. Cuando condujo varias calles, girando al azar a un lado y a otro, escuchó sirenas de policía. Tenía un coche demasiado llamativo. Nadie más debía tener un RX8 de modo que se metió en un parking y, una vez aparcado en un rincón muy oscuro, se salió del coche y caminó dando vueltas pensando lo que iba a hacer. Se guardó la pistola en la cartuchera de sobaco y se dio cuenta de que sus manos temblaban. Sería un peligro usar esa arma con lo nervioso que estaba.

            Se metió en el asiento de atrás, por su lado y se quedó callado mientras Marco le miraba como si estuviera loco.

            Suspiró y sacó la pistola de su funda. No había otro modo.

            - Mira, no sé cuándo se enterarán tus colegas de que te voy a matar, pero si hablas puede que te deje con vida.

            - No sé de qué me esta hablando, se lo juro.

            - Puede que tú no fueras quien la ha secuestrado, eso me lo creo. Pero tú tienes unos colegas con los que hablaste ayer cuando nos fuimos.

            - Yo no tengo colegas.

            Antonio le apuntó a la frente y soltó el seguro del arma.

            - No me toques las narices, amigo. Fíjate en mis dedos, estoy nervioso que te cagas. Y ¿sabes qué es lo que me impide matarte?

            - No...

            - Que pienso que me todavía me puedes ayudar. ¿Me puedes ayudar? No tengo mucho tiempo así que no me lo hagas perder.   

            - Escuche, yo solo conozco a una chica... - Marco estaba aterrado.

            - Como digas el nombre de Mónica o te reviento ahora mismo - replicó Antonio, cortando su frase.

            - No, no es Mónica. Se llama Clara, me dijo que ella también lo había pasado muy mal y que podían ayudarme. Me dijo que pertenecía a un grupo de chicos que se protegen unos a otros, personas que habían sufrido desengaños de todo tipo. Me preguntó si quería pertenecer a su hermanad y le dije que sí.

            - ¿Os reuníais en alguna parte? - preguntó Antonio.

            - No, nunca conocí a los demás. Me dijeron que tenía que superar la prueba de acceso. Me dijeron que... solo me dejarían entrar si mataba a... si mataba a Mónica con mis propias manos.

            - Vaya, vaya, parece que fallaste el blanco - bromeó Antonio.

            - Cuando entré en la tienda y la vi dormir, parecía un ángel. Jamás en mi vida le haría daño, ¿comprende? Volví a mi cama y me acosté, no pude matarla... Por eso encontraron mis huellas en la tienda.

            - ¿Y mataste a su novio?

            - ¿Qué dice? - replicó él -. Ese cabrón me habría hecho papilla con una mano atada a la espalda. Aunque hubiera querido, no habría podido estrangularle.

            - ¿Por qué has confesado?

            - Porque tengo miedo de ellos - replicó. Realmente parecía asustado.

            - ¿Crees que te van a matar? - preguntó, asombrado.

            - No, la matarán a ella si la poli sigue investigando.

            - Joder... -esos cerdos tenían la mala costumbre de amenazar a todo el mundo para salirse con la suya.

            Antonio guardó la pistola después de poner el seguro y se dejó caer en el respaldo, desanimado.

            - ¿Y crees que ellos mataron a Max?

            - Yo qué sé, me mandaron una nota la noche siguiente. Decía que tenía que entregarme a la policía y no contarle a nadie que conocía a Clara.

            - Eso es casi una confesión indirecta -dedujo Antonio.

            - Me advirtieron que si fallaba tendría que atenerme a las consecuencias.

            - ¿Dónde puedo encontrar a Clara?

            - ¿Qué le han dicho a usted?

            - Las preguntas las hago yo - replicó Antonio mirándole de reojo.

            - Como se enteren de que estoy hablando con usted nos matarán. Y si tienen a su mujer, la matarán a ella antes.

            Marco parecía resignado, no había sonado a amenaza.

            - Chico, creo que te odia todo el mundo -se burló Antonio, sonriente.

            Marco no supo cómo tomarse ese comentario y esbozó una leve sonrisa torcida.

            - ¿Puede llevarme de vuelta a la comisaría? - preguntó el chico, temeroso.

            - Si te matan a ti, tendré más tiempo - contestó Antonio.

            Sacó las llaves de las esposas y se las quitó. Marco se frotó las muñecas y le miró asustado.

            - Puedes irte, no te necesito para nada.

            - No puedo irme, me matarán.

            - Bueno, eso me ahorrará una bala - añadió Antonio, burlón.

            Sacó su pistola y le apuntó de nuevo a la cabeza.

            - Lárgate.

            El chico salió del coche y caminó con visible nerviosismo hacia la entrada del centro comercial. Antonio le siguió con la mirada y volvió a guardar la pistola bajo su chaqueta. Cuando le perdió de vista, salió del coche y le siguió de lejos. Era la única forma de llegar a los secuestradores. Lo malo era que también podían verle a él así que tenía que tener mucho cuidado de que no le siguiera nadie.

            Lo que no esperaba era que Marco corriera como un condenado. Ese chico parecía una gacela, no había forma de seguirle discretamente. Tenía que correr como él.

            «Espera, no sigas corriendo o te descubrirán» - sintió que una voz del más allá le hablaba dentro de su cabeza.

            - Verónica... - siseó -. ¿Qué puedo hacer? La van a matar, él es mi única pista, no puedo perderlo.

            «Tranquilízate, no puedes escucharme desde que estás furioso. Cuando se enteren de que ha huido... que tú le has interrogado, la matarán sin dudarlo. El tiempo se te acaba y debes atacar antes de que sepan que estás ahí. Antes de que te diga nada más respira, tranquilízate y haz que tu corazón esté más sosegado. No puedo contarte nada mientras sigas así.»       

            Antonio vio como Marco salía corriendo por la puerta del centro comercial y apretó los puños, enfurecido consigo mismo porque por una voz en su cabeza podía estar dejando escapar la única manera que tenía de encontrar a Brigitte. Si moría por culpa de no haberlo seguido no se lo perdonaría nunca, sin embargo la voz de Verónica había demostrado ser real, le había hecho dibujar símbolos en el suelo cuando fueron a Londres, donde una chica yacía muerta en un altar de piedra y la magia surgió cuando rompió la cristalera. La chica despertó de su lecho de muerte y Verónica demostró no ser una fantasía.

            Pero ahora era distinto, si confiaba ciegamente en esa voz perdía la oportunidad de hacer otra cosa. Era una apuesta sin opciones, o creía en ella o creía en su propia capacidad de resolver el caso. Cada segundo que se estaba quieto estaba renunciando a la razón, caminando hacia el vacío de la locura.

 

 

Continuará