La mano negra

3ª parte

            - Qué barbaridad, amor - decía Brigitte mientras entraban en el coche -. Podías haberte puesto la chaqueta americana que te compré. Esa chaqueta vieja de cuero hace que parezcas un detective cutre. Hay que dar mejor imagen. Mira ese hombre, qué traje más elegante llevaba, se nota que es un caballero con mucha clase.

            - Solo es un ricachón al que le gusta que todos vean que lo es - replicó Antonio, malhumorado.

            Arrancó el coche y encendió el GPS. Puso la primera dirección que le habían dicho y el aparato la localizó enseguida. Tardarían cinco minutos en coche.

            - No sé por qué tú te escondes... - protestó ella.

            - La policía no se fija en tipos como yo.

            - Al contrario, un tío como tú no lleva a su lado a una chica como yo ni va en un coche como este. Tienes que mejorar la imagen, te darás cuenta de que al hacerlo, la gente te tomará más en serio. Si te ven y reconocen... Ah, ya entiendo, la fama implica que todo el mundo sepa demasiado de ti y podrían descubrir todas las mentiras de tu vida legal.

            Antonio la miró sonriente y asintió con la cabeza.

            - Seguro que tienes razón, amorcito. Debería vestir mejor, pero para eso estás tú, para que me ayudes a escoger la ropa. Hasta ahora me daba igual.

            Brigitte le cogió de la mano y sonrió.

            - Si en algo puedo ayudarte yo, es en comprar ropa.

            - En cuanto interroguemos a estos chavales iremos de compras. Y te puedes comprar todos los zapatos que quieras ¿Te parece?

            - Amor, tú sí que sabes cómo tenerme contenta - replicó ella, sonriendo feliz como una niña.

            Se besaron durante unos segundos y después de un largo suspiro se dirigieron a la casa de Fredy. El interrogatorio fue extraño, al parecer, estaban al corriente de que irían y parecía muy colaborador. Su familia les ofreció un café y todo, que aceptaron aunque se trataba de un café sin apenas sabor. Después de todas las preguntas, no sacaron nada nuevo en claro. Pensaron que su novia tendría más que decir pero fue como preguntar a un ciego qué había visto. El relato de ella ni siquiera tenía la parte en la que habían bromeado con un guante ya que ella cayó redonda en el saco de dormir y no despertó hasta el grito. Lo que dejaba a su novio como un potencial sospechoso aunque no tenía móvil. Él apenas conocía a Mónica, la amiga era Trudy, que les contó más cosas de Marco que de su novio.

            - Estaba súper enamorado de ella - explicó la chica -. Hace dos años estuvieron a punto de salir, ella no tenía novio y se apegó a él tanto que dejó de verme a mí muchas veces para poder quedar con él. Todos pensábamos que eran novios pero entonces ella conoció a Max y el pobre Marco estuvo deprimido durante meses hasta el punto que no le vi más que en el instituto. Se encerró en sí mismo y apenas nos hablaba. Hasta que volvió a hablar con ella y le  ponía ojitos. No sé si me entienden, ese chico adora a Mónica y morirá adorándola. Creo que pensó que mejor era estar cerca de ella como amigos que lejos de ella. Nunca se llevó bien con Max, éste no dejaba de ridiculizarle e insultarle para que les dejara en paz. Sinceramente, pienso que Marco explotó y lo mató en cuanto tuvo ocasión.

            - ¿Dijo algo al respecto la noche antes?

            - ¿Decir? - preguntó asombrada -. Marco nunca decía nada. Es más, no recuerdo que dijera nada en todo el tiempo que estuvimos de acampada. Es como nuestra sombra, no dice nada nunca.

            - ¿Puede decirme su tiene otros amigos? - preguntó Brigitte.

            - Pues claro que tengo - replicó ella, ofendida -. Está Teresa, Silvia, Sara,...

            - Disculpe - interrumpió Brigitte -. Me refería a Marco.

            - Ah - Trudy se quedó extrañada y pensativa -. Pues creo que no tiene más amigos. La verdad, hasta ahora solo me he fijado en él cuando viene con nosotros y tampoco demasiado. Espere, sí, creo que el otro día mencionó que... no sé qué dijo, no le presté atención. Es que lo peor es que cuando habla dice tonterías que no le interesan a nadie y encima ni le entiendo, habla en susurros, como si no quisiera que nadie más que Mónica pueda escucharle.

            - ¿No recuerda nada de lo que dijo? - la invitó Antonio a recuperar el interés por la pregunta.

            - Sí, dijo algo de no se quién. La verdad, lo recuerdo porque fue la primera vez que le escuchaba hablar de alguien que no fuera él o Mónica. El caso es que no recuerdo qué dijo.

            - Muchísimas gracias, Trudy, si tenemos más preguntas volveremos a llamarte - dijo Antonio, muy cordial.

            Brigitte le extendió la mano y la chica la aceptó.

           

 

            - Siguiente parada, Marco - dijo Antonio, una vez estaban abrochándose el cinturón de seguridad.

            - ¿Para qué vamos en coche?, está a dos manzanas - preguntó Brigitte.

            - Porque son dos manzanas de ida y dos manzanas de vuelta, lo que suman cuatro manzanas. Y creo recordar que alguien quiere ir a comprar después, el tiempo es oro.

            - Hay algo que me ha gustado de todo ese interrogatorio - dijo ella, sonriente -. Me encanta cuando te pones tan serio, me dan ganas de violarte delante de los testigos.

            Antonio no respondió a esa insinuación aunque puso cara de complacido y sorprendido.

            - Pero puedo contenerme - rectificó Brigitte-. Arranca, qué esperas, ¡el tiempo es oro!

            El inspector cambió la mueca de la cara al fastidio y arrancó el motor.

 

 

            El puesto de la guardia civil estaba a menos de un minuto en coche, pero aparcaron a la puerta por lo que no tuvieron que caminar apenas hasta entrar en el cuartelillo.

            Cuando llevaron a Marco a la sala de visitas se sorprendió al ver a dos personas allí.

            - Hola Marco, somos Antonio Jurado y Brigitte Keira. Mónica nos ha contratado para descubrir la verdad de todo este asunto...

            - ¿La verdad?

            - Sí, parece que hubo un mal entendido, la policía dice que mataste tú a su novio Max.

            - ¿La policía?

            - Sí... -Antonio estaba empezando a perder la paciencia - ¿Puedes decirme qué pasó esa noche?

            - Yo lo maté -reconoció con toda la tranquilidad del mundo.

            Antonio miró a Brigitte sorprendido. Iba a decir algo pero se levantó e invitó a su mujer a que le siguiera fuera de la sala. Ésta le siguió sin dejar de mirar al sospechoso, que no parecía ni nervioso.

            - Detesto que me hagan esto - reconoció Antonio en un susurro.

            - ¿Lo mató él? - preguntó ella sonriendo -. Caso resuelto, vamos a comprar.

            - ¿Por qué coño se guardan estos detalles los cabrones de los clientes? ¿Costaba mucho decir que confesó el crimen?

            Suspiró, apoyó una mano en la pared y con la otra se buscó la caja de tabaco, ya destrozada por la frustración de encontrarla siempre vacía. Se había convertido en el objeto antiestrés que necesitaba estrujar hasta que se le pasara el enfado.

            - Vamos, no es para tanto, si lo admite ha sido él.

            - Espera, las palabras de Mónica... esa hija de... - Brigitte le puso el dedo en la boca para que no soltara más tacos -... su madre, dijo que no había sido nadie, que la policía sospechaba de él. ¿Recuerdas su email?

            - Ella nos lo contó en persona, dijo que no podía creer que él hiciera eso.

            - Sabes, nos han pagado una semana por un caso que no tiene misterio alguno. Vamos a gastar el sueldo y la semana que viene volvemos y les decimos que no hay nada que hacer. Si querían tomarnos el pelo, que se jodan. No voy a devolverles un céntimo.

            - ¿No vas a seguir preguntándole?

            - ¿Para qué? - preguntó -. No quiero sentirme como un idiota cada vez que ese mamón abra la boca.

            Brigitte se rió silenciosamente.

            - Te ha salido un pareado - explicó.

            - Vámonos de aquí.

 

 

            Se fueron al centro comercial más grande de Arenas de San Pedro y Antonio se compro varios polos, camisas, corbatas, dos trajes, tres pares de zapatos y Brigitte salió con varias bolsas de papel repletas de ropa, zapatos, cosméticos, perfumes. Antonio ni siquiera miró las facturas, ignoraba cuánto se habían gastado pero estaba seguro de que bastante.

            - Así da gusto trabajar - bromeó Brigitte.

            - Si es que mira que me fastidia... - siguió quejándose Antonio.

            - ¿Vas a seguir con eso todo el día? - le regañó ella, harta.

            - Pero por qué me tocan los más...

            - Amor, te han contratado porque piensan que una mano como la de la familia Adams se ha cargado al novio de tu clienta. ¿En serio esperabas que fueran personas normales?

 

            Antonio suspiró y dejó que se le pasara el mal genio al colocar las bolsas en el maletero. Volvieron al coche y se fueron directos al hostal.

 

 

            Cuando estaban haciendo el amor, sonó el teléfono móvil con la melodía de misterio que tenía para las llamadas desconocidas. Antonio se detuvo, con fastidio y miró el número.

            - Deja que suene, puedes llamar tú después.

            - No quiero que piensen que nos hemos largado con el dinero - replicó él -. Bastantes personas nos persiguen ya.

            - Tienes razón - admitió ella, cubriéndose con la sábana.

            Antonio pulsó el botón verde y se colocó el aparato al oído.

            - ¿Han averiguado algo? -Era la voz de Federico, el padre de Mónica.

            - Sí, hemos encontrado al asesino -reconoció él, con tono triunfal.

            - ¿En serio? ¿Tan pronto? - replicó la voz al otro lado del auricular.

            - Fue Marco, llevaba años enamorado enfermizamente de su hija. En cuanto tuvo ocasión lo mató y ¿sabe qué?

            - ¿Qué?

            - Que él mismo lo ha confesado todo, así que... caso resuelto.

            - Espere, espere... -Federico no parecía sorprendido-. Mi hija dice que no pudo ser él, que le conoce perfectamente.

            - Pues dígale que no le conoce tanto como cree.

            Se escuchó la voz de Mónica al otro lado del auricular y luego sonó fuerte, como si le quitara el teléfono a su padre.

            - No le escuche, no le escuche. Es un idiota, cree que si no admite lo que hizo me condenarían a mí.

            Antonio se quedó sin habla. No había tenido en cuenta esa opción.

            - ¿Y tú no fuiste? - preguntó, algo inseguro.

            - ¡Nooo! - gritó -. Pero Marco tampoco.

            - Entonces fue Fredy - dedujo él, chistoso -. ¡No! Fue Trudy... Caramba cuantos sospechosos. Claro, como no podemos fiarnos de lo que diga nadie aquí, podríais mentir todos. ¿Cómo sé que no fuisteis todos a la vez? Si no puedo confiar en lo que me cuentan los testigos, ¿de quién narices voy a fiarme?

            - La policía encontró unas huellas en la tienda que no eran de ninguno de nosotros.

            - ¿Sería alguien que fue a verla a la tienda y la tocó? - bromeó Antonio -. ¿Lavaste la tienda cuando la compraste para que no hubiera huellas extrañas por si alguien mataba a alguien dentro?

            - Le digo que no fue él - replicó Mónica -. Toma papá, es un estúpido.

            - ¿Qué le ha dicho a mi hija?

            - Disculpe, si cree lo que ella dice, felicidades, es usted un gran padre que apoya en todo a su vástago. Me parece genial, pero en este caso no hay nada sobrenatural así que se acabó. No voy a hacer el trabajo de la policía.

            Dicho eso colgó mientras Federico decía algo. No tenía ganas de escucharle más.

            - ¿Qué pasa? - preguntó Brigitte.

            - Mañana nos largamos. Caso resuelto.