La isla de los caminantes sin alma

13ª parte

            Antonio se quedó pensativo unos segundos antes de responder. Miró hacia la ventana, que daba a la piscina del hotel y se sentó en la cama con dificultad. Aún se sentía muy débil.        

            - No puede ser eso -dijo-. Ella no tuvo tiempo de hacer nada…

            - ¿De qué hablas? -insistió ella, impaciente.

            - Cuando encontré a Génesis, ella confió en mí a pesar de que la había entregado a su padre. Antes de que llegaran a fastidiarlo todo, ella me dijo que había tiempo para concederme un don, parecía saber exactamente lo que estaba a punto de pasar. Le pedí que me hiciera inmune al poder de Alastor y puede que me haya recuperado por eso. ¿Cómo saberlo?

            - Inmune al poder de Alastor -ella le miró confusa-. ¿De qué hablas?, ¿qué tiene que ver eso con la enfermedad?

            - Puede que no sea natural en la naturaleza el proceso de la zombificación. Puede que todo esto sea culpa de Alastor, pero sería tanta casualidad...

            - Ni siquiera sabemos qué es esta extraña enfermedad -añadió ella-. No sé qué ha pasado pero estás mejor. Ahora creo que todo es posible, ahora creo que podemos salir de este agujero del pacífico con vida…

            Antonio la miró, emocionado. Tomó su rostro entre las manos y juntó su frente con la de Brigitte, aún con miedo de besarla por si aún podía contagiarle algo.

            - Te he echado mucho de menos -reconoció, con la voz temblorosa-. Ha sido horrible, quería gritar... Quería llorar... Pensé que me odiarías por lo que me había convertido.

            Se refería al tiempo que no pudo encontrarse con ella, cuando estaba encerrado en aquella casa, lejos de cualquier lugar civilizado.

            - Nunca podría odiarte -replicó ella, mientras sendas lágrimas descendían por sus mejillas-. Dime que todo esto es real y no estoy soñando, empezaremos de nuevo y olvidaremos aquello que nos haga daño.

            - Esto nunca sería un sueño, es una pesadilla -corrigió él.

            - Sí pero ahora estamos bien. Creí que te había vuelto a perder justo cuando te había recuperado. Prométeme que no vas a volver a morirte.

            - ¿Cómo quieres que te prometa tal cosa?

            - Te has muerto dos veces y aquí estás -se mofó ella.

            - No he muerto ninguna vez -corrigió él.

            - Gracias a mí, por cierto. Menos mal que esa criatura no te comió cuando rompió la puerta donde te encerré.

            - Ah, ya eso... ¿Por qué me encerraste? ¿Acaso no escuchabas que te pedía ayuda?

            - ¿Qué? -replicó ella, fastidiada-. Eras un maldito zombi, ¿qué querías que hiciera? Pensé que me morderías.

            - ¿Cómo te iba a morder? Solo pedía agua.

            - ¿Eso era pedir agua? -replicó ella, enojada-. Pues sonaba así: Aaaaaahhh.

            - No podía hablar mejor -se defendió él.

            - Pues sonabas igual que todos esos zombis de ahí fuera.

            Antonio se la quedó mirando un instante y comenzó a reírse.

            - Ya estamos discutiendo por tonterías. Parece que no hemos estado separados.

            Brigitte se abrazó a su pecho y suspiró.

            - Pues sí, sigues igual de pesado.

            - Y tu igual de cascarrabias -contestó él, sonriente.    

            Ambos guardaron silencio al sentir la cercanía el uno del otro. Nunca habían sido una pareja que discutiera y cuando lo hacían era como en ese momento, puras combinaciones de insultos cariñosos. Hasta ese día nunca se habían gritado ni enfadado en serio y probablemente nunca lo harían.

            - ¿Y ahora qué? -murmuró él-. Nos hemos quedado sin avión...

            - ¿Por qué? -inquirió ella, asustada.

            - Lo recuerdo con claridad, los supervivientes encendían el motor. Imagino que se han estrellado en el mar.

            - No, nada de eso. No llegaron a despegar -explicó Brigitte, triste.

            - ¿En serio? Eso es fantástico, entonces, ¿a qué estamos esperando?

            Brigitte esbozó una sonrisa complaciente pero negó con la cabeza.

            - ¿Y el combustible? Porque si por un casual lo encontráramos, también tendremos el problema de los cientos de zombis y no nos dará tiempo a encender el motor sin que se ponga el aeropuerto como un concierto de música.

            - ¿Qué tal si nos preocupamos de los problemas uno por uno? -expuso él, con optimismo-. Vamos a buscar gasolina, eso será lo más urgente. Luego ya pensaremos cómo nos libramos de los zombis.

            - ¿Y qué pasaría si nos ataca ese monstruo? -consultó ella.

            - ¿Qué monstruo?

            - El que casi te devora hace unos días, antes de empezar a recuperarte. ¿No te acuerdas?

            - Ah, ya, cierto, esa cosa enorme...

            - Seguramente merodea por los alrededores del hotel y es muy peligrosa. Yo he aprendido a tratarla y me considera como su dueña, pero tú... Seguramente te comerá de dos bocados si te ve cerca de mí.

            Antonio se preocupó al oír eso, pero negó con la cabeza, convencido.

            - No hemos sobrevivido a todo esto para que un monstruo me coma vivo -concluyó, seguro de sí mismo-. Tenemos que movernos, no duraremos mucho aquí y tengo miedo que tú no seas inmune a la enfermedad.

           

 

 

 

            Se prepararon para salir de nuevo del hotel. Antonio encontró las armas de los supervivientes, varios machetes, una pistola con diez  balas y varios cuchillos de cocina. Incluso encontraron en una suite un enorme mapa de la isla con varias marcas hechas a mano. Allí vieron el complejo turístico que visitó Brigitte con tan poca fortuna, en el que habían marcado una calavera pintada con rotulador. Al parecer un lugar poco recomendable. También vieron estructuras que hasta el momento no conocían su existencia. En el punto más al sur del pueblo estaba el hospital donde habían escrito la palabra doctor. Se preguntaron si habría algún superviviente allí. En otro punto del pueblo habían anotado "mercadillo" en inglés, pero habían puesto varias calaveras, como si tuvieran que evitarlo.

            - Mira esto -se ilusionó Brigitte al ver una agenda con anotaciones hechas a mano.       

            - ¿Qué es?

            - Parece que nuestros amigos escribieron lo que ocurrió en esta isla. Mira empieza en el año 2006, y... -Se interrumpió al leer-... No se puede decir que escribieran mucho. Escucha esto en diciembre de 2006 sufrían la peor epidemia de Tupana que se recuerda, los hospitales están repletos de turistas -siguió leyendo deprisa-, culpaban a los veraneantes de traer la enfermedad. Espera, vamos a ver más adelante -pasó un par de hojas-. A finales de diciembre parece que la enfermedad empezó a matar gente, la epidemia se contuvo en el hospital donde morían todos aquellos que la contraían en menos de tres días.

            - Pero esta enfermedad no mata -corrigió Antonio.

            - Bueno, no lo sabemos, a ti no te ha matado pero a ellos parece que sí.

            Brigitte hojeó un par de hojas más.

            - Mira, el 1 de enero de 2007 dice que crecieron los rumores de monstruos devoradores de carne que salen de las tumbas para morder a la gente. Se lo toman a risa porque dicen que es un Halloween atrasado -pasó dos páginas más y arrugó la frente horrorizada-. La policía trató de detener a los zombis pensando que eran bromistas filmando alguna clase de película, pero éstos les mordieron y empezaron a abrir fuego sobre ellos. Consiguieron detener la holeada. Esto fue a mediados de febrero...

            - Quizás deberíamos leernos eso más detenidamente -opinó Antonio.

            - Como si tuviéramos tiempo que perder -cortó ella, enojada-. ¿Qué importa cuándo empezó todo y porqué? Si en este diario hubiera una pista para saber cómo escapar, ya habrían escapado, ¿no?

            - Puede que alguien esté investigando la cura -explicó Antonio-. Quizás en ese hospital, deberíamos echar un vistazo.

            - Tenemos prioridades -gritó ella, enojada-. No podemos pasearnos por la isla como si esto fuera una especie de excursión por zombilandia.

            - No tenemos ni idea de dónde buscar el combustible.

            - En el aeropuerto -replicó Brigitte.

            Antonio no supo que responder. Obviamente si había combustible, lo encontrarían en el aeropuerto. ¿Pero dónde estaría? ¿Sería seguro ir hasta allí?

            - Entiendo, deberíamos explorarlo.

            Brigitte asintió y dejó el diario sobre la mesa que lo encontró. Cogió un machete largo y le dio otro a su marido.

            - No estoy segura de que podamos salir de ésta -se desanimó Brigitte.

            Él no respondió. Sabía que no solo se enfrentaban a la amenaza zombi sino también a ese monstruo.

 

 

           

 

            La salida del hotel estaba casi despejada. Salvando un par de zombis perezosos, a los que dejaron atrás corriendo, no había muchos más. Se preguntaban si esa criatura seguiría devorando zombis o se habría ido a dormir a donde quiera que fuera su guarida. Brigitte encabezó la marcha por la carretera y cuando habían caminado doscientos metros y llegaron a la salida del pueblo vieron que hacia la playa había bastantes más casas. Entre ellas docenas de zombis merodeaban por allí. Antes que les vieran en la lejanía corrieron y se ocultaron por entre las palmeras, sin dejar de avanzar hacia el aeropuerto.

            En apenas diez minutos llegaron a la entrada. Había varios coches ennegrecidos e inservibles. En la pista central estaba su avioneta y más allá el recinto, aparentemente pequeño, donde los pasajeros deberían facturar sus maletas. Al acercarse al edificio se dieron cuenta de que era una nave de unos cien metros de largo que no tenía más entrada que una, que además estaba cerrada con rejas. Buscaron por los alrededores y solo vieron carritos para llevar maletas, algunos volcados, otros destrozados. Estos tenían incluso hierbas saliendo de sus asientos.

            - Estos trastos debían tener un sitio donde repostar -razonó Antonio en voz alta.

            Brigitte se limitó a mirar a su alrededor, buscando algún depósito o una puerta pero lo único que había era un muro interminable que llegaba hasta el fondo del edificio.

            - Mira eso -exclamó Antonio, ilusionado.

            Brigitte miró pero estaba tan cansada y harta de no encontrar nada que al ver que señalaba una zona vacía, suspiró resignada.

            - ¿Qué? No veo nada.

            - Mira el suelo, mujer, eso que parece la boca de una alcantarilla.

            Efectivamente había una cerca del muro. Las ruedas de los aviones habían dejado infinidad de huellas por encima.

            - Genial, ¿y cómo vamos a abrir eso?

            Antonio corrió hacia allá y trató de enganchar la tapa metálica con los dedos. Era como intentar separar dos bloques de hormigón, estaba cerrado herméticamente. Había un hueco cuadrado en el centro.

            - Mira, es esto -insistió, esperanzado, al ver que ponía "HUILE" y en la otra parte de la tapa "ATTENTION", que en frances era combustible y precaución respectivamente.

            - Necesitamos una llave especial -explicó ella, al ver que Antonio seguía insistiendo en sacar la tapa con los dedos.

            - O una palanca -replicó él, cogiendo su machete y metiéndolo en la grieta de separación de la tapa y el suelo.

            - Suponiendo que consigas abrirla, cómo piensas sacar...

            - ¡Deja de ser tan pesimista, mujer! -la regañó sumamente enojado-. Vamos ayúdame con tu machete.

            Brigitte se quedó sin palabras cuando Antonio la regañó. Nunca la había hablado tan serio con ella, incluso podía insultarle con palabras cariñosas y él nunca reaccionaba así. Sin embargo entendió que la situación requería algo que ella no estaba aportando y su marido necesitaba más ayuda por su parte en lugar de tantas pegas.

            - Lo siento, amor -se disculpó Antonio-. Venga, podemos abrir esto. Ayúdame por el otro lado.

            Su compañera obedeció sin decir nada.

            Entre ambos metieron los machetes en la ranura de la tapa metálica y, haciendo palanca, subieron la pesada oblea de acero. Mientras hacían esfuerzos, Brigitte vio asomar la pistola en la parte de atrás del pantalón de Antonio.

            - No pensarás disparar eso -espetó.

            - ¿El qué?

            - La pistola. Con el ruido atraerás a todos los zombis de la isla.

            Antonio sonrió.

            - Pienso dispararla cuando sea necesario -replicó-. No podremos despegar sin distraer a los zombis. Cuando tengamos el combustible haré una hoguera a bastante distancia de aquí. Dejaré allí la pistola y comenzará a dispararse sola, todos los zombis acudirán como moscas a la miel y podremos despegar tranquilos porque nos dará tiempo a encender el motor y marcharnos antes de que puedan venir.

            Brigitte sonrió por primera vez desde que salieron del hotel. Ahora sí creía en sus posibilidades de escapar, había estado tan negativa porque no podía imaginarse despegando sin llamar la atención de todos los habitantes enfermos que les acosaban.

            Mientras hablaban descubrieron una especie de alcantarilla con escaleras metálicas para poder descender por ellas.

            - Genial, ¿tenemos linterna? -inquirió Brigitte.

            - No, pero traje un mechero -respondió Antonio examinando su escaso gas, que no llegaba ni a la cuarta parte del mechero transparente.

            - Espero que sea suficiente -rogó ella.

 

Comentarios: 3
  • #3

    Vanessa (miércoles, 09 noviembre 2011 18:39)

    siguela me estoy emocionando mucho con el final, ya lo espero con ansias.
    Cuidate Tony.

  • #2

    yenny (miércoles, 09 noviembre 2011 16:24)

    Gracias por publicar esta parte Tony, parece que el final va tomando forma.

  • #1

    Antonio J. Fernández Del Campo (miércoles, 09 noviembre 2011 10:10)

    El desenlace está cerca. No dejes de poner aquí tu opinión sobre la historia.