Las montañas Aleluya, también llamadas Tiananmen, eran el espectáculo visual más alucinante que había visto en su vida.
David era estudiante de ingeniería y deseaba ver aquellas montañas con sus propios ojos ya que las fotos que se podían encontrar por internet parecían de otro planeta. Picos verticales altísimos, puentes de cristal de cientos de metros de altura, caminos clavados en la roca para subir a una cumbre, escaleras hechas con barras de acero, abiertas a un abismo demencial, dependiendo de una cuerda y un arnés.
Estaba soltero, viajaba para disfrutar de cosas que una chica no llamaba la atención, lugares mágicos, llenos de misterios. Porque David era un fan de un escritor de internet llamado Antonio Jurado y quería seguir sus pasos.
Por eso fue a China esos quince días bien merecidos de vacaciones.
A parte de sus montañas afiladas que parecían dientes surgidos de la Tierra, lo que le llamó la atención de la zona fue el folclore Chino. Como no quería ir con ideas preconcebidas, prefirió que la gente de allí le contara lo que pasaba, por ejemplo la guía que le llevó a ver el itinerario de las montañas. Como insistió mucho en las leyendas confesó que ella no era experta en el tema pero sí su abuelo. Al pasar tanto tiempo juntos, se hicieron amigos en aquel apasionante paseo, Lucy le invitó a cenar a su casa para que pudiera conocerlo.
El hotel era lo más lujoso que había visto en toda zona. Los turistas eran el objeto de adoración de los habitantes, pagaban alojamiento, traían dinero y gastaban en las tiendas locales, los foráneos le miraban como una fuente interminable de dinero, todos querían venderle sus cosas ignorando que él no podía entender chino. Era una ventaja saber inglés, Lucy lo hablaba a la perfección pero su abuelo no. Ella vivía en un apartamento y quedó con él en la puerta de su casa. Le invitó a subir a su coche y por el camino charlaron de las comidas típicas de cada país, ella le dijo que le encantaba la sopa de pescado que hacía su abuela, él alababa las croquetas de la suya… Tardaron una hora en llegar a una pequeña aldea.
El camino terminaba abruptamente y Lucy le invitó a que la siguiera a pie. No podían seguir en coche a la casa de sus abuelos, que estaba en lo más alto de un pequeño picacho de las montañas Tianmen.
—Espero que haya ascensor —barbotó David.
Lucy soltó una carcajada, como si hubiera dicho algo gracioso.
—No era un chiste —musitó, descorazonado.
Subieron por una pendiente pronunciada un camino cuando se cruzaron con un grupo de monjes que caminaban con paso ceremonioso en formación de cinco. Dos vestidos de negro iban delante, otros dos detrás con las mismas ropas, esos cuatro se habían rapado el pelo y tenían el punto rojo entre los ojos que simbolizaba (o era) su tercer ojo. El del medio era un hombre extraño que tenía la cabeza cubierta por un gorro negro y vestía una especie de sotana. Lo más llamativo era una tira de papel pegada en la frente con una inscripción china. Caminaba descalzo y al ver sus pies se le heló la sangre. Estaban llenos de heridas y sin embargo no emitía la menor queja. A pesar de caminar sobre suelo pedregoso y que se estaba haciendo trizas los pies con esos filudos guijarros, ese misterioso hombre sufría en silencio su calvario. El monje que abría la marcha llevaba un disco de metal colgado de su cuello por una cuerda de esparto y con la mano derecha iba dando golpes en él mientras lo levantaba con la izquierda. Sonaba como el clásico "Gong Chino" de las películas antiguas.
—No te pongas en su camino —le regañó Lucy—. Son brujos, están llevando a cabo un funeral y no debes interferir o puedes estropear sus encantamientos.
—¿Qué encantamientos? ¿Tenéis supersticiones? —Quiso burlarse pero esta vez Lucy le miraba muy seria, después no quitó ojo de la misteriosa comitiva.
—No sabes nada de nuestra cultura, al reírte de nosotros dejas en evidencia tu ignorancia y falta de respeto. Aléjate de su camino, que no detengan su marcha por nuestra culpa.
Le cogió del brazo y le saco del camino aunque cabían perfectamente con los monjes. Pero por lo visto no podían estar en el trozo de tierra aplastado que llamaban carretera en el mismo momento que los monjes.
Cuando al fin los vio desaparecer Lucy miraba al cielo y parecía estar orando en silencio.
—Se hace de noche, podemos seguir.
Pero la chica estaba llorando.
—¿Qué te pasa?
—Mi tío ha muerto, era un segundo abuelo para mí —sollozó con tristeza.
—¿Cómo lo sabes? Nadie te ha llamado por teléfono. De hecho creo que aquí no hay cobertura.
—Lo acabo de ver pasar —replicó ella, como algo obvio.
—¿A quién?
—Te lo he dicho, a mi tío.
David se quedó perplejo, tuvo que pestañear varias veces intentando disipar las dudas que querían salir por su boca en forma de preguntas. Finalmente decidió que alguna tenía que manifestar.
—Si tu tío ha pasado caminando, ¿Cómo va a estar muerto? Por no decir que no nos hemos cruzado con nadie más que esos hechiceros siniestros.
—Es tu incultura y tu presunción occidental, no puedes entender nada de nuestra sociedad y costumbres. Lo siento, no estoy humor para repetirte las cosas. No eres capaz de creer más allá de lo que dice la ciencia aunque tengáis las evidencias delante de vuestras narices.
David se tuvo que conformar con esa explicación. Lucy llegó a un camino escarpado sin barandilla, al verla subir pensó que estaba bromeado pero al no detenerse la siguió rozando sus hombros contra la montaña para no caerse por el barranco del otro lado. De no haber una cuerda en la pared se habría caído a la primera brisa. De pronto la guía se detuvo y apartó una cortina de plantas donde apareció una puerta. Dentro se sentía un calor hogareño y olía de forma deliciosa, alguien cocinaba algo en un puchero.
Lucy saludó a su abuelo, que estaba solo, arrodillado frente al fuego y éste también parecía triste.
Hablaron en chino cosas muy dolorosas y emocionantes que David no entendió en absoluto. Estaba deseando hablar de esa cuesta empinada de unos cincuenta metros de longitud que acababa de escalar.
—Este es un visitante que he conocido hoy. Dice que le interesan nuestras leyendas y tradiciones, le dije que tú estaban más informado que yo y le invité a cenar —por fin volvía a hablar en inglés.
—Encantado —dijo el viejo, uno hombre rechoncho y casi calvo que tenía unos pelos blancos saliendo de su cara a modo de barba. Su piel era rojiza y no podía ver sus ojos entre sus párpados por la escasa luz y por el diminuto hueco que dejaban sus rasgos chinos. A pesar de que le entendió el "Nice to meet you", lo dijo textual, en lugar de pronunciarlo correctamente, por lo que supo que no sabía demasiado inglés.
—Encantado, señor, ¿Sabe usted qué es lo que hacen esos brujos que van por ahí dando golpes con su...
—Creo que voy a traducir lo que le vayas diciendo —le cortó Lucy—. Él apenas sabe inglés y no creo que te entienda.
David esperó a que Lucy le tradujera lo que había dicho pero tuvieron una conversación en la que el viejo soltó una risa nerviosa.
La respuesta no fue ni mucho menos tan larga. El hombre le miró y le dijo una sola cosa.
—Era un funeral —replicó Lucy.
—Eso explica que pensaras que tu tío estaba muerto —cayó en la cuenta David—. Pero no dijeron nada, ¿cómo lo supiste? ¿Te lo contaron por telepatía?
Lucy negó con la cabeza y le tradujo todo a su abuelo. El anciano volvió a reírse mostrando su único incisivo sano. De nuevo su respuesta fue corta.
—No lo entenderás —tradujo su hija.
El abuelo comenzó a hablar de nuevo. David no podía ignorarle a pesar de no entender una sola palabra. Solo se fijaba en lo que brillaba su calva y su pelo blanco con la luz de la chimenea y que de su boca salía un esputo (y parte se le quedaba colgando del labio por la derecha). Cuando al fin dejó de hablar, su hija le explicó:
—En esta región la gente no puede ganarse la vida —comenzó—. Le tienen un amor muy grande a sus propiedades, que hemos heredado de nuestros antepasados. Venimos a morir aquí, viviendo de lo que nos da las cosechas. Los jóvenes emigran a la capital a conseguir trabajo, sustento. Y cuando termina la edad productiva, volvemos a nuestro hogar. Queremos morir en nuestra tierra y ser enterrados con nuestros antepasados.
—Hasta aquí me estoy enterando de maravilla —replicó, muy orgulloso de si mismo y dando pie a que continuara.
Pero el viejo volvió a repetir una frase corta.
—¿Qué ha dicho?
—No lo has entendido —replicó Lucy.
—¿Y lleváis de vuelta a los muertos a sus casas? —objetó molesto—. ¿Qué más tengo que entender?
—Los brujos estaban trayendo el cuerpo de mi tío —explicó Lucy, dolida por tener que explicarlo.
—¿Dónde? —Preguntó intrigado—. ¿No me digas que tenéis capsulas de esas "Hoy—Poy" de dragon ball donde podéis meter cualquier cosa en una píldora mágica?
Al decir aquello soltó una risotada, como si fuera una broma muy graciosa.
Lucy negó con la cabeza y le tradujo a su abuelo lo que dijo. Éste se enfureció y se puso en pie ayudado por un bastón. Le empujó con la punta invitándolo a salir de su casa
—¿Qué he dicho?
—Mi abuelo dice que no se debe reir uno de los muertos. Es una ofensa muy grave.
—Pero si no me reía de tu tío, era porque me hizo gracia mi explicación, vamos, si lleváis un rato riéndoos de mí.
Lucy lo tradujo y su abuelo le respondió muy serio.
—¿Qué? —Preguntó David temeroso.
—Dice que no te vayas a caer al salir. Ten cuidado.
David estaba perplejo, ¿De verdad tenía que irse?
—No sé cómo voy a volver a mi hotel… —protestó, antes de salir.
—Espérame abajo, yo te llevo en unos minutos.
Cuando salió y corrió la cortina de yedras sufrió un mareo al ver que estaba al menos a veinte metros de altura y tenía que bajar por esa cuesta empinada pegada a la ladera de la montaña con forma de diente, surgiendo de la tierra como el que tenía el abuelo de Lucy, solo que la montaña era mucho más alta y estaba cubierta de plantas.
Descendió arrastrando los pies por el suelo y el hombro por la pared. Cuando finalmente llegó abajo se quedó ensimismado al ver que no era la única habitada. Todas las que surgían de la tierra como un enorme peine estaban iluminadas a distintas alturas. Algunas tenían un puente que las unía. Entonces, en el silencio de la noche escuchó uno sollozos lejanos. No tardó en relacionarlo con la muerte del tio de Lucy y se sintió mal por haber podido faltar al respeto con sus comentarios y bromas. En su mundo, en los funerales la gente trataba de alegrar a los familiares para hacer más llevadera su pérdida. Al menos es lo que él hacía.
—Mi mundo, ni que esto fuera Marte —se rió de si mismo.
Buscó con la mirada de dónde venían los llantos y se dio cuenta de un detalle que hasta ese momento le pasó inadvertido. La gente vivía al menos a veinte metros de altura. Si no supiera que vivían allí, él no comprendería cómo subían, aunque algunos tenían rampas de madera.
—¿Qué demonios? —Se preguntó—. Nosotros en occidente queremos casas sin tener que subir escaleras y estos chiflados no quieren vivir a ras del suelo… Están majaretas. Debe haber inundaciones frecuentes, sino no lo comprendo.
Entonces vio que a lo lejos había gente tras unas fincas cultivadas. Vio que enterraban a alguien y se preguntó si serían los hechiceros con los que se había cruzado. Por curiosidad se acercó y vio que una anciana abrazaba al hombre vestido con sedas blancas, que iba descalzo entre los hechiceros. Tras el tierno abrazo uno de los hechiceros le quitó el papel pegado en su cara y éste se desplomó dentro de un ataúd.
Canturreó de forma tremendamente desagradable y David imaginó que estaban representando algún acto ritual que no comprendía. Pero mientras canturreaba como si estuviera atragantándose, comenzaron a bajar el ataúd al interior de una fosa y empezaron a echar tierra encima.
Mientras veía eso, horrorizado pensó que le estaban enterrando vivo. Quiso acercase pero las palabras del abuelo de Lucy le recordaron que no entendía nada. Que lo que estaba viendo con sus propios ojos era capaz de comprenderlo pero no de creerlo.
—Era el tío de Lucy —pronunció como si no pudiera creerlo con tan solo deducirlo—. Estaba caminando, lo he visto, se ha tirado un buen rato siguiendo a esos brujos… Es imposible.
—Veo que lo has entendido al fin —musitó ella—. Debes entender que si te lo hubiera explicado me habrías tomado por loca. Era mejor que te dieras cuenta por ti mismo.
En ese momento sonaron varias campanas estridentes por todo el poblado coincidiendo con la desaparición del último rayo del Sol. Cuando al fin ceso el estruendo, Lucy le cogió del brazo.
—Mejor dormimos aquí, se nos ha hecho tarde y no es seguro caminar de noche por estas montañas.
—¿Y tu abuelo? Me dijo que me fuera.
—Lo entenderá —urgió ella.
—¿Qué? Mira, vámonos.
Ella no pudo escucharle porque volvieron a resonar los golpes sordos del Gong. Los brujos retomaban camino de vuelta y de nuevo hicieron la fila de a cuatro, igual que fantasmas. Cada diez segundos el más avanzado daba un golpe a su disco metálico.
—Vamos, sube —urgió Lucy, aterrada.
—¿Por qué te dan miedo? Ya no va tu tío con ellos —Se extrañó.
—Están llamando a los caminantes. Es peligroso. Sube conmigo, hazme caso por favor.
No le esperó, la chica subió corriendo las escaleras y no se aseguró de que la siguiera. David no perdió de vista a los monjes o hechiceros que caminaban alejándose de la aldea con tres candiles y un gong.
—¿Los caminantes?
No se movió, simplemente los vio pasar en la distancia de diez metros cuando se cruzaron por delante de él y se preguntó a qué se estaba refiriendo su amiga.
—David, sube —urgió desde arriba Lucy.
Su instinto le decía que obedeciera, le habían explicado cosas que no podía comprender y aunque él no se sintiera el peligro, supo que debía obedecerla.
Sin embargo su curiosidad como investigador le detuvo y siguió observando, si subía los perdería de vista. Algo se movía a lo lejos, varias personas salían de alguna parte y comenzaron a seguir a los monjes. David se preguntó si serían ladrones pues caminaban de forma extraña.
—David, soy responsable de lo que te pase, sube ahora mismo —la chica estaba muy enojada.
—Van a asaltar a esos monjes —dijo sin medir el tono de su voz.
En cuanto dijo eso, los individuos que les seguían le miraron al unísono. Aquello sí que asustaba. Dejaron de seguir al grupo de brujos y corrieron a por él.
—¡Joder! —trató de buscar las escaleras por la montaña de la casa de su amiga pero no logró encontrar la cuerda ni la entrada por la densa vegetación y por la traicionera oscuridad. Movió las enredaderas desesperadamente pues recordaba que estaba medio oculta pero antes de poder encontrarla se le echaron encima y vio que no eran seres humanos, no tenían ojos en sus cuencas y la piel parecía hecha de cuero. Cargaban palos y piedras y cuando llegaron hasta él le golpearon sin vacilar.
Despertó cubierto de vendas, le dolía el ojo, la cabeza, tenía los brazos escayolados y las piernas en cabestrillo. Era un hospital atiborrado de gente.
—Has despertado al fin —era Lucy, que estaba sentada a su lado con los brazos cruzados en el pecho.
—¿Qué ha pasado?
—Los brujos se dieron cuenta de que los caminantes no iban tras ellos y llegaron a tiempo para impedir que te mataran. Me ha dicho el doctor que puedes perder ese ojo. Lo siento.
—¿Por qué me atacaron?
—Los caminantes son aquellos que después de ser trasladados a su lugar de origen son rechazados por sus familiares. El hechizo que los mantiene con vida no les abandona y vagan por ahí de noche y caen como muertos durante el día. Son peligrosos, impredecibles y detestan el ruido. Por eso escuchaste el estruendo de campanillas por la noche. Con eso los alejan.
—Y eso explica que tengáis una casa a veinte metros de altura —dedujo él—. Cuando vuelva a la oficina nadie va a creer que me han atacado una panda de zombis.
—Solo tengo una cosa más que decirte antes de despedirme —añadió Lucy.
—¿Cómo que te vas?
—Los que son mordidos por los caminantes quedan malditos. Lo siento.
Lucy se marchó y pocos segundos más tarde entraron cuatro brujos. Se colocaron cada uno en una esquina de su cama y comenzaron a canturrear sus conjuros. Los demás enfermos y familiares repetían algo con los labios y se limitaban a observar. Todos los presentes parecían saber lo que le estaban haciendo pero él no lo entendía.
—¿Qué hacen? —Preguntó, tratando de detenerlos—. ¡Lucy!
Hasta ese momento todo le parecía una broma de muy mal gusto. Pero entonces uno de los brujos desenvainó una enorme cimitarra de hoja tan ancha como la palma de una mano.
—¿Qué van a hacer con eso? ¡Márchense! Que alguien llame a la policía.
Lucy se acercó a su cama y le habló desde lejos.
—Si terminan su canto y no te has transformado, estarás bien.
—¿Y si no? ¿En qué me voy a transformar?
Los monjes terminaron su salmonela y reinó un silencio sepulcral. David escuchaba hasta el vuelo de las moscas, el brujo levantó su arma sobre su cabeza y el muchacho cerró los ojos temiendo que fueran sus últimos instantes de vida. Todos los presentes le miraban con incertidumbre.
Pasaron varios segundos y el monje guardó la espada curvada. De nuevo salieron en fila en completo silencio. La multitud recuperó su murmullo y David pudo respirar tranquilo.
Lucy parecía aliviada y volvió a acercarse a él.
—Dime que no estoy maldito —balbuceó con la voz entrecortada.
—No te preocupes, no debieron morderte.
—Explícame qué pasó en las montañas, por favor.
Lucy suspiró resignada.
—Los muertos no siempre se conforman con quedarse dentro de sus tumbas. A menudo salen después de muchos años y comienzan a vagar, lo hacen de noche. Dicen que les mueven espíritus oscuros, vosotros los llamáis demonios. Por eso los brujos se suelen marchar golpeando sus gongs. Eso les atrae y les aleja de nuestra aldea. Una vez lejos se enfrentan a ellos y les cortan la cabeza. Después se encargan de incinerarlos para que no vuelvan a levantarse. Cuando vagan por las noches, si ven a alguien le atacan como moscas al oler un excremento. Si te acuerdas, antes de hacerse de noche hicieron resonar campanillas estridentes porque esos monstruos no soportan el ruido agudo.
—Si sabéis que no se quedan quietos en sus tumbas, ¿Por qué seguís haciendo los traslados?
—Es una tradición. Tienes razón, cada vez se hace menos, antiguamente era un ritual extendido por toda China. Cuando los brujos desaparezcan... No se verá nunca más el rito del regreso a casa.
—¿Y qué tiene eso de malo?
—Los demonios son destruidos por los brujos. Sin ellos no podríamos darles el descanso eterno. Siguen siendo necesarios.
—¿Me estás diciendo que si un día tú mueres, tus abuelos te mandarán llevar de vuelta a casa con sus conjuros?
—Todos queremos descansar en nuestra tierra porque... En el mundo de las almas nos perderíamos y nunca encontraríamos a nuestros seres queridos. Ten en cuenta que si es difícil encontrar a las personas en el mundo de los vivos, en el de los muertos hay más multitud.
Cuando ya estaba en su casa, en España, restablecido de sus golpes y heridas, acababa de escribir su relato.
Lejos ya de las montañas Aleluya y los zombis chinos, David concluía exultante su relato de terror.
—Antonio Jurado, esta historia no la superas —musitó sonriendo—. Y cumpliendo los estándares, basándome en hechos reales.
FIN
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Tony (domingo, 07 noviembre 2021 07:24)
Espero tenerlo listo entre mañana y pasado
Jaime (domingo, 07 noviembre 2021 01:00)
Primera vez que llego tarde. Estuvo interesante la historia. Por cierto, ¿ya se publicó el relato de Antonio Jurado?
Chemo (miércoles, 03 noviembre 2021 23:13)
Estuvo muy bueno esta historia. Habrá que ver si Antonio Jurado le gana.
Alfonso (domingo, 31 octubre 2021 02:12)
Me ha gustado mucho el relato. Esperaré a leer la historia de Antonio Jurado para emitir mi opinión.
Espero que todos tengáis un terrorífico Halloween.
Tony (sábado, 30 octubre 2021 18:45)
Podéis opinar ya sobre el relato y luego cuando suba el otro declaráis vuestro ganador, si es que os gusta uno de los dos más que el otro.
Eso me ayudará a saber qué clase de historias valoráis más en estas fechas.