Truco o Trato

 

 

Nota: La historia sobre el especial de Halloween de mi página web. Quiero contar una historia semejante a lo que debieron vivir los Celtas y por lo que se ha creado la tradición de  Halloween, pero adaptando la historia a nuestros tiempos. ______________________________________________________________

 

 

Truco o trato

 

            Era una tarde fría de 31 de octubre cuando toda la familia fue al cementerio a recordar a Josefine, la madre de Laura, que había muerto hacía siete años. Los niños, Greta y Tomas,  no dejaban de preguntar cuánto faltaba para llegar ya que estaban atrapados en un interminable atasco a las puertas del cementerio. Todo el mundo iba en esas fechas a repoblar de flores frescas las tumbas de sus seres queridos. Podían hacerlo todo el año, pero todos iban el mismo día, lo que provocaba la desesperación de los padres, Gabriel y Laura.

            - Te dije que era mejor venir mañana - le dijo Gabriel.

            - Mañana no habrías querido llevarme - replicó ella-. Solo podíamos venir hoy, que es fiesta para todos.

            - Jo, papá, quiero irme a casa - protestó Greta, de morros.

            - ¿Por qué tenemos que venir cada año a visitar esa tumba? - añadió Tomas, mientras jugaba con su consola portátil.

            - Mientras no seáis más mayores no pienso dejaros en casa solos - contestó su madre.

           

            Pasaron dos horas metidos en el coche para conseguir encontrar un aparcamiento a más de veinte minutos de la tumba de la abuela. Cuando salieron tuvieron que superar un nuevo atasco de familias que trataban de moverse por los estrechos pasillos que había entre las tumbas. Cuando al final llegaron a su destino se quedaron inmóviles frente a un rectángulo de piedra gris que a Tomas no le llamaba la atención, en absoluto.

            Tomas era un niño retraído que le costaba trabajo hacer nuevos amigos. Solía refugiarse en su consola de videojuegos ya que le daba todo lo que la gente se negaba a ofrecerle, buenos ratos. Por ello en cuanto tuvo ocasión, volvió a jugar, olvidándose de la gente que pasaba a su lado a empujones. El lugar que solía ser el más tranquilo del mundo, era un auténtico caos y parecía más un mercado que un cementerio.

            Entonces el niño sintió que alguien le cogía el brazo y tiraba de él.

            - Dame tu consola - le pidió una niña, que le apartó de la gente y se metieron entre dos panteones.

            - No pienso dártela - replicó él, enojado.

            - Dámela o te arrepentirás.

            La mocosa no debía tener más años que él, nueve a lo sumo, sin embargo su mirada tenía algo que le daba miedo. Tenía pupilas negras, pelo largo marrón y tenía el contorno de los ojos amoratados, como si estuviera maquillada de muerta. Sin embargo no parecía maquillada. Tenía rasgos bonitos y llevaba un vestido de comunión muy extraño, como si se lo hubiera robado a su abuela.

            - Déjame en paz, es mía.

            - No seas idiota, dámela - insistió ella, intentando cogerla.

            - ¡Papa! - Gritó Tom, tratando de evitar que ella se la cogiera.

            Su padre le miró, no estaba muy lejos y le saludó con la mano.

            - Tomas, ven aquí, no te alejes o te perderás.

            - Pero esta niña no me deja en paz - protestó el niño.

            - ¿Qué niña? - preguntó su padre, extrañado.

            Justo en ese momento Tomas se dio cuenta de que no tenía a nadie delante.

            Y se desmayó.

 

            Cuando volvió en si, tenía su consola fuertemente aferrada en la mano y estaba en una camilla. Sus padres se debieron asustar tanto cuando perdió el sentido que lo llevaron al hospital. Sin embargo estaba bien, él lo sabía. Había visto a una niña fantasma y la impresión de saberlo fue demasiado fuerte para soportarlo. De toda la vida sus padres le habían dicho que los fantasmas no existían, pero él había visto uno. Les había creído y acababa de descubrir que en realidad ellos eran los que no sabían nada.

            - Ha despertado - dijo su madre, sonriendo aliviada.

            - Su corazón late regularmente y para asegurarnos de que está bien deberíamos hacerle un escáner cerebral - recitó el doctor -. Puede que tenga un coágulo y esa sea la causa de su desmayo.

            - No, no fue mi cabeza - dijo Tomas.

            El doctor le ignoró como si él fuera un perro y no pudiera entenderle.

            - En cuanto sea posible se lo realizaremos. Mientras tanto estará en observación.

            Y salió de la habitación.

            - No estoy mal - repitió a sus padres.

            - ¿Cómo vas a saber tú más que un médico, cariño? - replicó su madre.

            Entonces quiso contarles la verdad, que se había desmayado por el susto, pero si no confiaban en él, ¿cómo iban a creerle? ¿Qué pensarían si les decía que había visto un fantasma?

           

            Le hicieron interminables pruebas, análisis de sangre y no sirvió sino para confirmar que estaba completamente sano, con el colesterol un poco alto para su edad. A parte de eso, nada más. Al fin se fueron a su casa aunque sus padres y su hermana se pusieron un poco pesados por que temían que le volviera a dar un desmayo repentino.

 

            Esa noche, fue como todas las demás. Cenaron, les mandaron temprano a la cama y una vez allí su padre le arropó como cada noche. También fueron a verle su hermana y su madre, tras lo cual apagaron la luz de su cuarto y al fin le dejaron tranquilo para seguir jugando a su consola portátil. La sacó de debajo de la almohada y se puso a jugar.

            No había terminado de encenderla cuando notó que algo le agarraba del pie.

            Tom gritó como un loco y saltó de la cama, corrió hacia la luz y la encendió. No se daba cuenta de que mientras examinaba la cama seguía gritando como poseído por mil demonios hasta que sus padres aparecieron y abrieron la puerta de golpe.

            - ¡Qué pasa! - exclamó su padre.

            - Una cosa me cogió del pie - dijo, temiendo que no le creyeran.

            - Cariño, lo habrás soñado - le explicó su madre con cara de infinita paciencia.

            - Te lo juro mamá, no estaba dormido, fue real.

            - Se te enrollarían las sábanas en la pierna - razonó el padre.

            - Te digo que algo me cogió, fue ella.

            Sus padres fruncieron el cejo y se miraron extrañados.

            - ¿Fue quién?

            - La niña del cementerio, es un fantasma.         

            Tom sabía que no le creerían, pero estar en su casa y no delante de extraños, le hizo creer que en esta ocasión le creerían.

            - Tomas - aleccionó su padre -. Los fantasmas no existen.

            - Lo dices porque tú nunca has visto uno. Yo sí lo he visto, esta tarde. Cuando me di cuenta de que era un fantasma me desmayé de miedo.

            - Pero si era de día y los fantasmas no se parecen a las personas - replicó su madre.

            - Pues ella lo parecía. Además qué sabéis vosotros si nunca habéis visto uno.

            En ese momento apareció su hermana pequeña por la puerta y la actitud de sus padres cambió radicalmente al verla.

            - Tomas, duérmete. Deja de inventarte cosas para asustar a tu hermana - le regañó su padre.

            - Vamos, todos a dormir - dijo su madre.

            - No quiero estar solo - protestó él.

            - Vamos, vamos, ya eres mayorcito para dormir con nosotros - le regañó su padre.

            Todos salieron cuando acomodaron las sábanas sobre él y de nada sirvieron sus ojos suplicantes. Volvió a quedarse solo en plena oscuridad. Su mano se escurrió bajo la almohada y tocó con miedo su consola de videojuegos. Esta vez no la encendió, la aferró con fuerza entre sus manos y cerró los ojos, deseando dormirse cuanto antes.

             - Quiero tu consola - dijo la misma voz de niña del cementerio.

            Tomas abrió los ojos, aterrado. Delante de él estaba esa niña fantasma pero esta vez parecía enojada y la creía capaz de hacerle daño. Esta vez el terror impidió que gritara.

            - Déjame en paz, no te he hecho nada - consiguió balbucear, entre lágrimas.

            - Dámela - ordenó ella -. O te perseguiré toda tu vida.

            - Si te la doy, ¿te marcharás?

            La niña le miró con ansiedad. Extendió las manos esperando que se la diera. Si por el día había dudado si era real o no, en aquella oscuridad no cabía duda que era un fantasma porque su rostro, su ropa y su presencia eran visibles en la oscuridad como si irradiara una tenue luz.

            - Tómala, vete - le ordenó.

            Ella la tomó entre sus manos y Tomas la soltó.

            Entonces la consola cayó a la alfombra y se abrió en varios trozos, soltando la batería, la tapa, la carcasa, los botones...

            - Mira lo que has hecho - le regañó la niña.

            Tomas tenía más miedo de ella que de haber roto su consola. La niña se enojó y desapareció en la nada. Entonces comenzaron a moverse los cajones de su cuarto, golpeó las paredes con fuerza y Tomas no pudo soportar el miedo y se puso a gritar de pánico.

            Sus padres no tardaron en llegar, enojados, pensando que era él quien daba los golpes y cuando abrieron la puerta y le vieron en la cama con la cabeza escondida bajo la manta y la consola en el suelo, supieron que él no había sido el de los golpes ya que éstos cesaron justo cuando abrieron la puerta.

            - Pero qué demonios pasa aquí - dijo su padre.

            - Es ella, está muy enfadada porque se ha caído mi consola - explicó Tomas, llorando.

            - ¿Quién? - preguntó su madre.

            - La niña fantasma, quiere que le dé mi consola. Se la di y no la cogió, se cayó al suelo y se rompió. Entonces se puso a golpear todo.

            - ¿Que quiere tu consola? ¿un fantasma? - preguntó su padre, incrédulo.

           

 

            Esa noche le permitieron dormir con ellos. Su padre le prometió arreglar la consola al día siguiente y así pudieron dormir tranquilos.

            Sin embargo a la noche siguiente la niña volvió a aparecerse a Tomas y éste salió corriendo a la habitación de sus padres. Estos no le creían demasiado, pero sabían que pasaba algo que no podían comprender, de modo que le dejaron dormir con ellos una noche más.

            Al día siguiente llamaron a un médium y le contaron todo lo que había pasado.

            - Averigüen lo que quiere y dénselo - les aleccionó.

            - Ya se la dio - dijo Gabriel -. Y no se la cogió.

            - Deben averiguar dónde fue enterrada y déjenle lo que pide, en su tumba. De ese modo descansará en paz. Aunque otro modo de ahuyentarla es poniendo en su puerta calaveras y cosas que den miedo como calabazas con forma de cara y una vela dentro. De ese modo el fantasma de la niña no se atreverá a entrar en su casa. Sin embargo, no descansará hasta que tenga lo que busca.

 

            Aunque no confiaban mucho en sus soluciones, decidieron hacerle caso para tranquilidad de sus hijos (ya que ahora también su hija estaba muerta de miedo). Compraron calabazas de Halloween y las pusieron en la puerta de su casa. Colocaron telas de araña en las ventanas, murciélagos de plástico colgando... tal y como decía la tradición de Halloween que debían hacer.

            Y para asegurarse de que funcionaba volvieron al cementerio.

 

            Fueron a la tumba de Josefine, la abuela de Tom, y buscaron por los alrededores la tumba de alguna niña muerta. Casi todas eran tumbas de ancianos y ancianas, pero no encontraron ninguna lápida con la inscripción de una niña. Entonces Tomas miró en la puerta de un mausoleo y leyó un nombre: "Jennifer Corbin, muerta con ocho años por una parada cardíaca." Al parecer pertenecía a una familia muy rica.

            - Toma, Jennifer -dijo el niño.

            Dejó la consola justo frente a la puerta y se fue con sus padres corriendo. Les dijo que la había encontrado y que ya podían irse.

            A medida que salían del cementerio se fueron encontrando personas que también entraban con curiosos objetos en las manos. Nadie saludaba a nadie, parecían demasiado asustados como para decir el motivo de su presencia allí. Aunque quizás nadie decía nada porque, en el fondo, todos sabían el motivo de su visita.

            Desde aquel día, no volvieron a tener ningún suceso sobrenatural más y Tomas decidió que nunca más jugaría a un videojuego.

 

            Desde aquel año, siguieron la tradición de Halloween y cada 31 de octubre llenaban su casa de objetos extraños, calaveras, calabazas y objetos propios de esas fechas para ahuyentar a los posibles fantasmas que quisieran visitarles con el objetivo de hacerles el "truco o trato".

 

           

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Comentarios: 3
  • #1

    carla (miércoles, 06 julio 2011 05:48)

    Estuvo bien, me asuste un poco!

  • #2

    Samanta (sábado, 30 julio 2011 02:36)

    me gusto!!! media triste y tierna a la vez

  • #3

    Lorena Mihaela (lunes, 22 octubre 2012 13:19)

    He visto otras mejores, no me entusiasmo mucho, aunque si me hubiera pasado a mi...estaria con mucho miedo! Mi puntuación: 7.