El misterio del vagabundo

3ª parte

            - ¿En serio crees que le debes algo a ese pordiosero?

            - No le debo nada aun pero... ¿Te imaginas que muere y se cumple su pronóstico?

            James se frotó la barbilla comprendiendo lo que buscaba su compañera.

            - ¿Crees que si muere te darán el puesto?

            - Si puedo demostrarlo, es posible, sino...

            - Si lo he entendido bien quieres pasar la noche con ese hombre, ¿cierto?

            - Si estuvieras conmigo todo sería más fácil. Imagina que quiere propasarse -indicó ella.

            - No quiero meterme en líos. Búscate a otro que haga el trabajo sucio.

            Katie se quedó sorprendida.

            - ¿De qué hablas?

            - Pero cómo, ¿no quieres...

            - ¿Acostarme con él? Qué asco.

            James chasqueó la lengua fastidiado.

            - Matarlo, ¿no insinuabas eso? -siseó en su oído para que nadie le escuchara.

            Katie contuvo el aliento entre indignada y sorprendida por la sugerencia de James.

            - ¿Ma... Matarlo? ¿Cómo voy a sugerirte algo así, animal?

            El chico la miró avergonzado.

            - Quiero el puesto -aclaró ella-, pero no tanto.

            James se quedó pensativo, tras aquel corte y durante unos minutos no dijeron nada más. Caminaron hasta central park y cuando paseaban cerca de los columpios se quedó mirando con cierta nostalgia a un niño que jugaba en la arena.

            - Creo que no te acompañaré -susurró-, he recordado que hoy no puedo.

            -  No me digas eso -insistió Katie-. Contaba contigo.

            - Hasta la vista - se despidió.

            - ¿Qué he dicho? No te vayas así.

            - Tienes razón, soy un animal, no eres la primera que me lo dice.

            - No lo decía  en serio, era una forma de hablar.

            James parecía roto por dentro.

            - No es culpa tuya, nos vemos otro día.

            - No te vayas así -el instinto maternal de Katie se despertó al ver tan vulnerable a quien creía que no tenía sentimientos.

            Le sujetó por el brazo y no necesitó hacer fuerza para que se quedara.

            - No te quiero aburrir - expuso con voz ronca.

            - Es pronto -discutió ella-. Cuéntamelo y luego, si quieres, te vas. No tengo derecho a pedirte que te quedes. Ese hombre agradecerá hasta que le compre un perrito caliente.

            James aceptó cabizbajo y cambió la dirección de sus pasos.

            - Al ver ese niño recordé a mi hijo.

            - ¿Tienes un...

            - No, ya no. Murió en un accidente. Yo era joven y conducía con dos copas de más, íbamos los tres a casa...

            No fue capaz de continuar, su voz se quebró y miró hacia otro lado.

            - Seguramente no fue tu culpa -dijo ella, adivinando lo que debió ocurrir.

            James se la quedó mirando con ojos vidriosos y Katie le besó en los labios con ternura. Si alguien le hubiera dicho esa mañana que se besaría con ese petulante pretencioso, no lo habría creído. Y mucho menos que fuera él quien la apartaba de sus labios.

            Su mirada triste no desapareció, que ni siquiera se atrevió a mirarla.

            - Mi mujer me culpó y no le faltaba razón.

            - Los accidentes ocurren -explicó Katie.

            - No quiero seguir hablando de eso. Vamos a ver a ese mendigo, es lo menos que puedo hacer. No podría perdonarme que te pasara algo por no estar ahí.

            Katie sonrió emocionada y asintió.

 

            Ya estaba oscureciendo cuando encontraron al mendigo en un lugar cercano al banco donde lo encontró. Imitaba a una estatua y si alguien le daba una moneda hacía como si espantara moscas.

            - Hola Vicente -no se acercó a él para saludarlo.

            - ¿Has tenido suerte guapa?

            - No, pero te dije que te invitaría a cenar de todos modos.

            - ¿Y este quién es?

            Miró al muchacho inquisitivamente y éste se presentó extendiendo la mano.

            - James Paul, encantado.

            - Quisiera decir lo mismo aunque esperaba más intimidad -protestó el mendigo.

            - Yo tampoco te quise invitar, pero ella se empeñó -replicó James, malhumorado.

            - Ah, que tú invitas -el rostro del vagabundo mostró una sonrisa afable-. En ese caso vamos, me muero de hambre.

 

 

            El repostero cargaba una bolsa de ingredientes para sus postres, famosos en medio Manhattan y parte de Nueva Jersey cuando entró es su restaurante italiano y se fijó en tres comensales que habían elegido un lugar junto a la ventana. No se habría fijado en ellos de no ser porque uno vestía de pordiosero y hablaba a grito pelado sobre cosas de gobierno, políticos corruptos y lo que había que hacer con ellos si el mundo fuera justo.

            - Disculpen -pidió educadamente-, ¿les importaría hablar más bajo? Están asustando a los otros clientes.

            - No se preocupe señor caballero -contestó el mendigo-, no volverá a ocurrir.

            - Muchas gracias por su comprensión.

            - Como decía -prosiguió con voz más  sosegada-, el país se está empobreciendo por culpa de los mal nacidos que nos venden la crisis como algo interminable. Despiden gente sin pérdidas, el gobierno recorta gastos y sube impuestos sin que haya razón alguna. La crisis es una falacia, la gran mentira del siglo veintiuno.

            - Ajá - se limitó a decir Katie.

            - Amigo, tiene sentido lo que dices -apoyó James.

            - ¡Pues claro! -de repente se olvidó de hablar sin gritar-. Esos hijos de puta no tienen nunca suficiente. Cuando consiguieron chuparnos el alma se proponen sacarnos el corazón. Tendríamos que matarlos a todos. Son como esos zombis de las películas, los que mutan y se hacen más gordos comiendo a los demás. Si este mundo fuera justo caería sobre sus cabezas un rayo y los dejaría tiesos.

            Katie y James escondieron sus rostros entre las manos deseando que les tragara la tierra. Se miraron de reojo y tuvieron que contener la risa para no ofender al vagabundo.

            - Ah, no, ¿qué hace el cielo? Me manda la muerte a mí, ¡A mí! Y no a esos desgraciados chupasangres mal nacidos que me lo quitaron todo.

            - Disculpe -le interrumpió el italiano rechoncho de antes-. Le ruego que no llame tanto la atención o tendré que pedirle que se vaya.

            - Sí, señor caballero, no se preocupe no volveré a gritar, a veces me emociono de más.

            Cuando se retiró el dueño del local Vicente se quedó pensativo y no dijo nada más.

            - ¿Cómo está la pizza? -inquirió la chica.

            - No he comido ninguna mejor -respondió James, sonriente.

            - Tiene demasiado orégano -replicó Vicente con cara de disgusto-. Y me da muchos gases, disculpar si me suelto algún cuesco.

            No terminó de decir la frase y soltó uno bastante ruidoso. Al hacerlo el mendigo rompió a reir al sentir que el olor fue tan intenso y desagradable que se tuvieron que tapar la nariz a tres mesas a la redonda.

            - Se me ha quitado el hambre -se quejó James, abanicando el aire que tenía delante de su nariz.

            - Y a mí -apoyó ella, sonriendo por disimular.

            De nuevo se acercó el dueño y carraspeó a su lado.

            - Este es un local respetable, les ruego que salgan ahora mismo de aquí -a pesar de su aparente educación, su tono era bastante imperativo.

            - ¿Si me trae la cuenta... -respondió el chico con amabilidad.

            - No es necesario, la casa invita. Pero por favor, no vuelvan.

            Katie se levantó y James la siguió encantado. La peste que flotaba en el ambiente invitaba a salir corriendo lo más lejos posible. Pero Vicente no se movió.

            - No pienso tirar esta comida -replicó-. ¿Puede traerme una bolsa para llevármela?

            Aún quedaban cuatro grandes pedazos de pizza en la mesa y por la cara de disgusto del vagabundo, no se iría sin ellos.

            Un camarero corrió con una bolsa de papel y se la cedió a su jefe.

            - Tenga, que pasen buena noche.

            - Gracias -aceptó el vagabundo, que hasta guardó los vasos de refrescos con cuidado en su interior.

 

            Cuando se distanciaron a dos calles del restaurante, el vagabundo sacó un pedazo de pizza y se lo empezó a comer.

            - De nada -pronunció con dificultad, debido a que tenía la boca llena.

            - ¿Qué? -preguntó James, aún conmocionado. Nunca le habían echado de un restaurante hasta ese día.

            - Al final la cena ha corrido de mi cuenta. Si no fuera por mí te hacen pagar cuarenta pavos... Así que ya sabes, no por ser vagabundo soy más tonto.

            - Nadie ha insinuado tal cosa.

            - Tu cara habla por sí sola -le acusó-. Te doy asco, y a ti también -señaló a Katie.

            - Ha sido un espectáculo desagradable -se defendió ella.

            - Yo no soy un showman, princesa. Soy una persona que vive como puede de lo que encuentra por ahí.

            - Creo que ya he pagado mi deuda...

            - No lo has hecho, pero esta noche me encargaré de que lo hagas -su tono sonó amenazante.

            - ¿Me acompañas a casa James? -Preguntó como si no le hubiera escuchado.

            - Claro -aceptó él.

            - Hasta la vista -se despidieron.

            - Ha sido divertido -añadió James.

            - ¿En serio? -Vicente terminó de tragar su pedazo de pizza-. Y un cuerno.

            No le volvieron a mirar, siguieron caminando rogando para sus adentros que el mendigo les dejara en paz y se fuera por otro lado. Pero les siguió mientras comía más pizza, que en dos grandes bocados engulló como si fuera de aire.

            - Hasta la vista -repitió ella, cambiando de dirección.

            - ¿A dónde vais? -preguntó.

            - A casa -respondió-. Estoy cansada.

            - Ya, te acompaño.

            - La voy a acompañar yo -cortó James.

            - Yo también, ¿o es que te crees más importante que yo?

            - No es necesario -replicó Katie, nerviosa.

            - No tengo a donde ir, quiero acompañarte -insistió el mendigo.

            James soltó un resoplido para evitar contestarle de malas maneras.

            - Prefiero que no vengas -indicó Katie.

            Vicente le dio una patada en la entrepierna a James, aprovechando que la calle estaba casi desierta y éste se dobló sobre sí mismo emitiendo un gemido de dolor. Cayó de rodillas junto a la boca humeante de una alcantarilla y Katie sintió que se detenían los latidos de su corazón.

            - ¿Lo ves? -se rió Vicente-. Tu amigo ya no puede acompañarnos. ¿Vamos?

            Ella se acercó al dolorido chico y le preguntó si estaba bien, pero no pudo ni responder.

            - Vamos, si no me llevas a tu casa te llevaré yo a la mía.

            El vagabundo la cogió del brazo y tiró de ella.

            - ¡Déjame en paz! -gritó, histérica-. No pienso ir contigo a ninguna parte.

            - Me cago en tu puta madre -susurró Vicente, sacando del bolsillo una pistola y tirando la bolsa de la pizza y los refrescos al suelo-. Tú vienes conmigo o tendré que matar a este memo.

            James intentó levantarse pero el dolor seguía impidiéndole ponerse en pie.

            - ¡Vamos zorra! No tengo todo el día.

            Katie se dejó llevar por un callejón oscuró mientras sentía que el cañón la apuntaba a los riñones.

 

 

Comentarios: 6
  • #6

    maria (martes, 09 abril 2013 15:27)

    jooo.. no acaba la historia?!!

    yo creo que sé lo que va a pasar... desde luego nada tiene que ver con ser agente del gobierno

  • #5

    Tony (lunes, 05 noviembre 2012 16:08)

    Venga animaros que no solo de agentes del gobierno vive el hombre.

    ¡Hay muchas posibilidades!

  • #4

    Lyubasha (domingo, 04 noviembre 2012 11:57)

    ¡Qué interesante está! No me esperaba que sucediera eso.
    Se me ocurren dos posibilidades, la primera se parece demasiado a un capítulo de "Expediente X" que vi hace años, así que está descartada.
    La segunda: Vicente la lleva a su guarida, allí le dice que fue un agente secreto del gobierno y le pide que intente publicar su historia.

  • #3

    carla (domingo, 04 noviembre 2012 02:24)

    O.O
    No me esperaba eso... peroo esta super bien para continuarla.
    Bien se llevo a Katy por un callejon y James esta inmovil por el golpe...
    Puede continuar que Vicente le cuenta que el era agente secreto del gobierno y le explica que la crisis es una mentira del gobierno como un plan para reducir la cantidad de personas en el planeta para evitar eso de la sobre-poblacion mundial, pero que cuando el se entero de todo intento hacerlos recapacitar y por eso lo despidieron y que tiene un plan para vengarse de los que lo llevaron a encontrarse en el estado en el que estaba... O algo por el estilo... :)

  • #2

    Jaime (sábado, 03 noviembre 2012 23:25)

    La historia comienza a ponerse interesante. Propongo que Vicente se lleve a Katy a su escondrijo en donde pretende abusar de ella. Asimismo, Vicente le cuenta que fue un asesino a sueldo prófugo del gobierno estadounidense y ha tenido que hacer de mendigo para pasar desapercibido. La patada que ha recibido James fue solo para dejarlo inmóvil momentariamente.

  • #1

    Antonio J. Fernández Del Campo (sábado, 03 noviembre 2012 09:40)

    Ahora es cuando intervenís vosotros si queréis salvar o condenar a los protagonistas. Ya podéis sugerir continuaciones para someterlas a votación.